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La versión clásica
No es indiferente colocar el calificativo "bueno" antes o después de la
palabra "vida". Una cosa es la "vida buena" y otra la "buena vida". Esta
distinción es muy neta para el pensamiento filosófico acerca del hombre a
partir de Sócrates. A la inspiración socrática debe la filosofía gran parte de su
desarrollo puesto que Sócrates proporciona el motivo de fondo al que se aplica
el esfuerzo pensante de Platón y Aristóteles.
Es patente que Sócrates se decidió por la vida buena a costa de la
buena vida. A aquella sacrificó el buen pasar hasta el extremo de morir
defendiendo la verdad, sin componendas. La decisión socrática por la vida
buena es biográfica, se encarna en su propia existencia. De manera que los
grandes socráticos aludidos, seguramente dos de los pocos filósofos eminentes
de la historia, encontraron en Sócrates no un simple punto de arranque
temático que convenía desarrollar, sino un modelo vivo. Es decir, la reflexión
de los grandes socráticos se ejerce, más que sobre las ideas de Sócrates, sobre
su vida, pues es en esa vida donde se muestra el verdadero sentido de la
filosofía de Sócrates. Sócrates es, por decirlo de alguma manera, una cantera
personalizada y no sólo un bagaje de ideas. Realmente las ideas enunciadas
por Sócrates son pocas; Sócrates se pasó la vida preguntando, tratando de
averiguar y rectificar, sin lograr resultados bien elaborados. Pero el atractivo de
su figura es enorme, precisamente porque es un hombre auténtico que vive el
compromiso existencial con la verdad hasta el final. No es ninguna casualidad,
y por otra parte constituye una circunstancia extraordinariamente afortunada,
que cumpliendo su intención mayeútica se desarrollen las dos primeras síntesis
temáticas de la filosofía.
Sin duda, es ésta la mejor situación para la creación filosófica, porque la
filosofía se hace con la propia vida (la teoría es una forma integradora de vida),
y es preciso, por decirlo así, poner toda la carne en el asador para que la tarea
de pensar no decaiga en la repetición de una serie de fórmulas. Para unas
inteligencias penetrantes como eran la de Platón y la de Aristóteles, es un
privilegiado empuje la feliz ocasión de meditar, desde y en torno a un alto vivir
humano, ocuparse en desarrollar lo que Sócrates, insisto, más que pensar,
llevó a cabo.
La virtud y la ley
El reconocimiento y la fama
La ley y la ciudad
Marx piensa de otra manera, pero tal como lo plantea no tiene derecho
a magnificar el trabajo. ¿Por qué es vicioso insistir en el aseguramiento del
sobrevivir? Esa suficiencia es casi una contrafinalidad. Si el hombre se dedica a
acumular más recursos de los necesarios, sucumbe a la vivencia de carencia
de ellos. Si dedicamos demasiada actividad a conseguir recursos, aparece un
exceso, una acumulación, un ocuparse demasiado de esta. De entrada, el
acumular excesivo es engorroso, porque lo característico de la vida humana es
una inseguridad supervivencial, y su aseguramiento en este nivel es artificial y
engañoso. Esta convicción resulta, sin duda, extraña para nosotros que
estamos acostumbrados a una civilización distinta en que la acumulación de
recursos se considera muy deseable. Para el pensamiento griego esta no es
deseable, sino perjudicial: si bien el hombre tiene que allegar recursos para no
morirse de hambre, incurre sim embargo en vicio si se empecina en esto,
porque una vida garantizada desde el punto de vista supervivencial induce a la
ilusión de que com esto basta. Y entonces, el proyecto de mejora humana, de
crecimiento moral, se paraliza. Esta es la tesis que entonces se sostiene.
Si hay demasiados recursos desde el punto de vista de la supervivencia,
es decir, aquello de que trata la economía, el crecer como hombre se paraliza.
El que está seguro en esta materia está falsamente seguro. El hombre no
puede tirarse a la bartola desde el punto de vista de su propia rectificación, de
su propia maduración interior. Nunca está en esa situación. Pero si tiene
muchos recursos, puede creer que sí; incurre entonces en un equívoco
lamentable, y está perdido. Por eso la plutocracia, el gobierno de los ricos es
una forma degenerada, tanto para Platón como para Aristóteles.
No es éste el único inconveniente que tiene el excesivo afán de
acumular riquezas. Como esa suficiencia es ficticia, el afán de asegurarla da
lugar a desigualdades, porque las condiciones que lo permitem no son iguales
en todas partes. Para Aristóteles el factor geográfico es decisivo en este punto.
Esto da lugar a la diferencia entre pobres y ricos. No todos nos podemos
enriquecer. Como el allegamiento de recursos es problemático, su solución
mejor o peor depende de coyunturas ajenas a la propia capacidad de decisión;
aquí interviene demasiado la fortuna.
Aristóteles (Platón también) está convencido de que la diferencia entre
pobres y ricos destroza la polis, hace imposible que haya un buen nómos pues
da lugar a la sedición. Los ricos y los pobres no se pueden entender,
simplemente porque los ricos desprecian a los pobres y los pobres envidian a
los ricos. Valdría la pena no olvidarlo, porque nosotros estamos en una
situación de abundancia notable. La economía se ha hecho la reina de la
política.
Repito que esto a nosotros nos puede resultar raro, pero al mismo
tiempo podemos entender los motivos por los cuales la buena vida, para estos
pensadores griegos, se había convertido en una pesadilla. Piensan que la vida
buena y el empecinamiento en la buena vida son incompatibles: la buena vida
hace imposible la vida buena.
Seguridad en griego se llama asfaleía. Aristóteles reclama: la seguridad
hay que ponerla en el nómos, en la concordia de hombres libres que buscan la
vida buena, pero de ninguna manera la asfaleía consiste en la riqueza. La
seguridad basada en la abundancia de los medios lleva consigo el olvido de los
fines y, en consecuencia, da lugar a la intemperancia, porque todo parece fácil.
Pero ser bueno es arduo porque es difícil hallar el medio (el medio aquí es la
virtud) (Etica a Nicómaco 1109a 23-25). Lo mismo dice Tomás de Aquino en el
comentario correspondiente (cfr. In II Ethic. lec.11, n.380; In IV Ethic. lec.1,
n.661). Una tendencia descontrolada no tiene fin porque nunca hay bastante,
la riqueza no es más que el modo de satisfacer la no bastantía de la suficiencia
humana. Si uno se empecina en ella cae en un proceso al infinito en el cual
desaparece el fin: se agota en los medios según una tendencia infinita, que por
carecer de fin es insaturable.
Otra mala consecuencia del excesivo afán de riqueza es que el
autocontrol moral es sustituido por un sucedáneo de inferior calidad: el dinero.
Es lo que Aristóteles llama la crematística: un arte adquisitivo para el que
parece no haber límite (Política 1256b 40-42). La causa del afán de riquezas no
es el vivir bien, sino el afán de vivir hecho ilimitado que, al apetecer
ilimitadamente medios (Política, 1257b 40; 1258a 2), fragua en una medida
asimismo acumulable sin fin cuya posesión es representativa, por intercambio,
de todos ellos: todo se compra con dinero. Como la raíz del afán de riqueza es,
simplemente, el miedo a morirse de hambre (dicen los médicos que la forma
moderna de histería es la glotonería) lo conjuramos con esa cosa muerta que
es la moneda.
Por eso Aristóteles dice en la Política 1254a 7: la vida es acto perfecto,
praxis teleía, no es producción (ò de bíos praxis, oú poíesis éstin). El vicio
destruye el principio; el principio de las acciones es el fin. El hombre
corrompido no ve la necesidad de elegirlo todo para un fin. Y ese hombre
corrompido es el que cede a la buena vida (Etica a Nicómaco 1140b 19-22).
Además la crematística, y ese es otro carácter negativo suyo, induce al
aislamiento, pues el dinero es un conectivo insuficiente. Entonces cada uno se
dedica a lo suyo y la polis se rompe. La crematística versa sobre las
transacciones entre cosas exteriores al alma. Saint Simon, uno de los primeros
sociólogos del siglo XIX decía: hay que cambiar el gobierno de hombres por la
administración de cosas; ése es el signo de nuestro tiempo. Naturalmente si
Aristóteles hubiese oído a Saint Simon se habría quedado de piedra, ¿En vez de
gobernar hombres administrar cosas? Esta es locura de plutócratas,
tecnocracia, asunto de esclavos. Además, la moneda es "la representación de
la demanda en virtud de una convención: no es por naturaleza y está en
nuestra mano variarla o hacerla inútil" (Etic. Nic. 1133a 29-32).
Esta es la posición de los grandes socráticos. Evidentemente algo más
hay que decir, porque nuestra situación es otra. Las relaciones entre la buena
vida y la vida buena hay que plantearlas de un modo algo diferente a como lo
hace Aristóteles, con una nueva inspiración, aunque siempre conviene tener en
cuenta el diagnóstico clásico.
La clave de la modificación de la situación es que hoy el trabajo ha
adquirido una densidad en la vida humana insospechable para un griego. Esto
comporta que la dimensión perfectiva del hombre se juega en su acción
productiva y, correlativamente, en el uso (mal llamado consumo) de sus
resultados. Hoy la producción no es un asunto reducido al simple sobrevivir,
sino que es la suscitación de un mundo cuya organización exige especial
atención, porque a su manera cumple la noción de fin. No es lo mismo, en
efecto, el fin como término de la tendencia y el fin como causa ordenadora de
un mundo.
Sin duda, este mundo suscitado por el hombre exige su inserción activa
en él, por lo que su ordenación no es una mera administración de cosas, sino
una coordinación de libertades y, por lo tanto, un ámbito propicio para el
perfeccionamento del ser humano.
De este modo, la noción de medio se ha de perfilar con mayor nitidez. El
insertarse en los medios que el hombre suscita ordenándolos en atención a su
plenitud ética, trasciende la noción de naturaleza. Ese trascender se llama
persona.
Persona es el ser a cuyo cargo corre la plenificación de una naturaleza
que se dice suya. Esto significa: cada ser humano - Sócrates, Calias - no es una
forma específica determinada en singular por diferencias accidentales, sino un
acto hiperformal a cuyo despliegue la naturaleza sirve de cauce; por
consiguiente, el acto que es la persona - actus essendi en terminología tomista
- se dilata y continúa; con otras palabras, es un acto efusivo o que aporta.
La confusión moderna
La absolutización de la acción