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MOTIVACIÓN PROFESIONAL Y PERSONALIDAD

Dra. Laura Domínguez García.

Este texto tiene para mí un valor especial como resultado del conjunto de
investigaciones que desarrollé desde principios de los años 80 y que sirvieron de
material empírico para la elaboración de mi tesis de doctorado, defendida en 1992.
Su principal objetivo consiste en exponer una alternativa teórico-metodológica para el
diagnóstico y caracterización de los niveles de desarrollo de la motivación profesional.
Este análisis se ha basado en el estudio bibliográfico de numerosas obras y trabajos
dedicados al tema de la motivación profesional y su orientación y abarcó las
contribuciones de diversos autores, que desde diferentes concepciones psicológicas,
realizaron significativos aportes al estudio del diagnóstico y la orientación profesional,
como importantes esferas del quehacer psicológico.
Las consideraciones que se exponen a continuación sirven de punto de partida para
reflexionar acerca de aquellas estrategias, que partiendo de nuestra concepción,
permitirán promover, de manera conscientemente organizada, el desarrollo de la
motivación profesional en el proceso de enseñanza. No obstante, es importante
señalar que en la literatura psicológica y pedagógica, hasta nuestros días, los
planteamientos formulados al respecto se mantienen en un plano teórico general o
bien se absolutiza lo instrumental, al margen de una fundamentación teórica que avale
la práctica de la orientación profesional.
AL hacer un análisis de los componentes psicológicos, que en nuestra opinión,
integran la motivación profesional como formación de la personalidad, se abre un
camino para analizar y determinar las posibles estrategias educativas que promuevan
su desarrollo. Las vías para implementar las mismas, dependerán de múltiples
condiciones, como por ejemplo: la preparación técnica y psicopedagógica del docente,
su creatividad, la forma en que se estructura el proceso de enseñanza, las
características de los estudiantes, sus intereses, capacidades y diferencias
individuales, entre otras.

Introducción
La caracterización de la motivación profesional y sus niveles de desarrollo en jóvenes
estudiantes, constituye una línea de investigación que ha cobrado especial interés en
nuestro país y a la que han dedicado sus esfuerzos numerosos investigadores.
Este interés es explicable por varios motivos. En primer lugar, el problema del hombre,
de su desarrollo pleno, ha estado en el centro del programa
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social de nuestra revolución. Sólo cuando el hombre se siente motivado por la


actividad que realiza, y capacitado para ella, puede ser realmente productivo y
creativo. El desarrollo de la individualidad es premisa indispensable del desarrollo de
la sociedad.
No obstante, esta aspiración social general no estuvo al margen de la necesaria
selectividad en el ingreso a la Educación Superior, el cual, por razones de planificación
económica, se realizó de manera limitada durante las décadas de los 80 y los 90. Sin
embargo, a partir del año 2000, con la creación de los “Planes Emergentes”, como los
de formación de trabajadores sociales, maestros, enfermeras, etc, se abre un nuevo
camino que conlleva a un aumento considerable de las matrículas de numerosas
carreras en nuestras universidades y constituye un reto para la enseñanza en este
nivel, cuya tarea esencial es lograr la formación de profesionales altamente calificados
y personalmente comprometidos con los valores ideológicos y morales de nuestro
proyecto social, de modo que este joven potencial intelectual, se convierta en una
verdadera fuerza productiva. Esta problemática, por supuesto, debe también ocupar
un primer plano en la preparación de los estudiantes de la enseñanza media superior y
técnico-profesional.
El desarrollo de la motivación hacia las diferentes profesiones que desempeñarán los
jóvenes en el futuro, presenta ante los especialistas en el campo de la educación un
grupo de interrogantes:
 ¿Poseen nuestros jóvenes de la Enseñanza Media Superior suficiente información
acerca de las diferentes carreras universitarias o de nivel de técnico medio que
pueden cursar, llegado el momento de efectuar esta selección?
 ¿La selección profesional que realizan al culminar sus estudios de nivel medio se
sustenta en una adecuada motivación de esta esfera?
 ¿Existe una correspondencia entre las aspiraciones profesionales de los jóvenes y los
intereses de nuestra sociedad en desarrollo?
 ¿Logra la Educación Superior y Técnico Profesional la formación de graduados que,
además de poseer una alta preparación técnica, se sientan motivados por su futura
labor profesional?
En la literatura psicológica (Bozhovich, 1976; Kon, 1990; Shukina, 1978) se afirma que
en la edad juvenil (también denominada por algunos autores adolescencia tardía), la
elección de la profesión constituye un momento esencial en la vida del joven y se
convierte en el centro psicológico de la nueva “situación social del desarrollo”. Por esta
razón, aunque en la práctica dicha elección puede basarse en motivos no

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orientados al contenido de la profesión (lograr la aprobación social, ser útil a la


sociedad, etc.), lo típico en el joven es que se produzca como un verdadero acto de
autodeterminación. Esto significa que el sujeto adopte una decisión conscientemente
fundamentada y elabore determinada estrategia encaminada al logro de objetivos
mediatos, que se conviertan en reguladores de su comportamiento presente.
Dicha decisión, de trascendental importancia para el futuro bienestar emocional del
joven es compleja, ya que implica la valoración de diferentes aspectos. Por una parte,
de sus intereses y de las capacidades y cualidades de su personalidad en general, y,
por otra, de las posibilidades objetivas de hacer realidad sus aspiraciones, así como
de los requerimientos sociales en lo que a la formación de profesionales se refiere.
Sólo combinando acertadamente estos criterios, podrá el joven encontrar la realización
personal en su vida profesional.
En la juventud existen condiciones propicias, desde el punto de vista del desarrollo de
los procesos y contenidos de la personalidad, para que la elección de la profesión
resulte acertada (Domínguez, 1990).
Por solo citar algunas de estas condiciones, que se vinculan de manera inmediata con
esta toma de decisión, podemos señalar las siguientes:
El pensamiento teórico (operatorio-formal según J. Piaget), surgido en la adolescencia,
se consolida y permite al joven un elevado nivel de reflexión en torno a la realidad y en
relación con su propia persona. Sus juicios dejan de tener un carácter dicotómico para
hacerse más flexibles, lo que le permitirá “moverse” en la valoración de diferentes
alternativas posibles en cuanto a la selección de la profesión.
Lo anterior, unido a una fuerte necesidad de independencia, conduce a la elaboración
del sentido de la vida basado en una concepción del mundo. Esta concepción abarca
un conjunto de normas y valores de profundo contenido moral y social y desempeña
un importante papel en la conformación de planes y objetivos mediatos y en la toma de
decisiones por parte del sujeto, cuestiones que no resultan ajenas a su elección
profesional.
Una vez efectuada la elección, y con el ingreso del joven a la institución donde
recibirá una enseñanza especializada se amplían las posibilidades para el óptimo
desarrollo de la motivación profesional, al vincularse el estudiante, de forma más
directa, con los contenidos de su futura profesión.
Para lograr comprender el carácter de esta influencia, es necesario analizar si la
carrera que se le otorgó al joven era realmente la deseada, si éste
posee aspiraciones profesionales precisas y fundamentadas, aún cuando haya
obtenido la carrera de su agrado, si durante sus estudios universitarios la forma en que
se organiza el proceso docente-educativo contribuye a desarrollar su motivación

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profesional, la hace estancarse o involucionar, y qué papel desempeñan los profesores


en este proceso. Estos son sólo algunos aspectos que consideramos esenciales y que
se encuentran indisolublemente unidos al desarrollo de la motivación profesional en
este nivel de enseñanza.
En investigaciones realizadas en nuestro país con grupos de estudiantes de
preuniversitario y universitarios (Brito, 1987; Domínguez, 1992; González R., 1983;
González M., 1989; Ibarra, 1988; Rivera, 1986; Valdés, 1984) se han constatado
limitaciones en el desarrollo de la motivación profesional de estos jóvenes. Este
resultado es comprensible si tenemos en cuenta que el desarrollo de la personalidad, y
por ende de las distintas formaciones que la integran, incluida la motivación
profesional, no es un producto automático de su “maduración”, sino consecuencia de
múltiples influencias educativas y de la forma en que las mismas han sido
“procesadas” por el sujeto de forma activa y mediatizada.
Concebimos el desarrollo de la motivación profesional como un proceso de la
personalidad y como aspecto fundamental de su educación. En este proceso, desde
las edades tempranas, tienen un papel esencial la familia, la escuela y la sociedad en
general. Esta última, a través de la influencia directa de la prensa y otros medios
masivos, y de la valoración social de las diferentes profesiones, que se forma a través
de la opinión pública (González y Mitjans, 1989).
Los padres y demás familiares que rodean al niño, propóngase o no de manera
consciente orientar profesionalmente a esa personalidad en formación, ejercen una
influencia indudable, aunque no siempre sea la más adecuada.
La escuela, por su parte, también desempeña una función de primera importancia en
este proceso, ya que su objetivo como institución no se reduce a “instruir” a los
escolares, sino a “educarlos”, es decir, a formar la personalidad de los mismos. Así, el
proceso docente-educativo debe estructurarse de forma tal que promueva la
asimilación de conocimientos como sistema, la formación de habilidades
correspondientes y el desarrollo de intereses; aspectos todos que constituyen
premisas indispensables para el desarrollo de la motivación profesional. Por supuesto,
en este análisis incluimos el papel que desempeña el profesor, el cual, según nuestro
criterio, se convierte en el principal “orientador profesional”. Esta función la
desarrollará con mayor o menor eficacia de acuerdo con su preparación técnica y el
estilo de comunicación que establezca con los estudiantes

(Ojalvo, 1988). La comunicación alumno-profesor tendrá también una importante


repercusión en el desarrollo moral de los estudiantes, cuestión

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que ha sido señalada y comprobada en investigaciones realizadas en nuestro país


(Kraftchenco, 1990).
Como se observa el estudio de la motivación profesional resulta esencial en la práctica
educativa: a través de la determinación de sus niveles de desarrollo podemos
organizar la enseñanza, de manera tal, que lo “conduzca” y no quede a la zaga de
éste.
A su vez, teóricamente, el estudio de la motivación profesional posee importancia, al
inscribirse en el problema de la determinación de los componentes de la personalidad
que participan en la regulación y autorregulación del comportamiento. El desarrollo de
la motivación profesional es un indicador de la capacidad de autodeterminación de la
personalidad y, por tanto, una vía para el conocimiento de los móviles internos,
propiamente psicológicos de la conducta, aún insuficientemente investigados y
explicados por nuestra ciencia.
Esta tarea implica en el plano metodológico la selección y elaboración de métodos y
técnicas que posibiliten su diagnóstico certero, aspecto indisolublemente vinculado a la
concepción teórica asumida por el investigador.

I. Diferentes concepciones teóricas en el estudio de la motivación profesional y sus


implicaciones metodológicas.
1.1 El estudio de la personalidad y la motivación en la Psicología
Para lograr una comprensión de los distintos enfoques en el estudio de la motivación
profesional resulta imprescindible realizar un análisis general de las principales
concepciones, desarrolladas por la ciencia psicológica, en torno a la personalidad y la
motivación. Estas concepciones, partiendo de sus diferentes enfoques acerca de la
personalidad, de los factores que determinan su desarrollo y de las regularidades de
este proceso, han propuesto diversas estrategias metodológicas para su estudio y
caracterización, las cuales se formulan como una consecuencia lógica de los principios
teóricos asumidos.
La personalidad ha sido considerada como aspecto fundamental del objeto de la
psicología, ya que una de las tareas esenciales de nuestra ciencia consiste en explicar
aquellos mecanismos y leyes que caracterizan la regulación y autorregulación del
comportamiento humano.
Esta necesidad teórico-práctica situó en el centro de atención de diferentes autores y
escuelas el estudio de la esfera motivacional como componente básico de la
personalidad, al considerarse característica distintiva de las formaciones que la
integran, la inducción del comportamiento y actuación del hombre.

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Al analizar la relación personalidad-motivación, coincidimos con G.W. Allport (1971)


cuando escribe:
El problema de la motivación ocupa una posición central en el estudio psicológico de la
personalidad. Algunos autores afirman que ambas cosas son idénticas. Nosotros,
aunque no creemos necesario aceptar esta extrema actitud, reconocemos que toda
teoría de la personalidad se centra en el análisis de la naturaleza de la motivación
(pág. 238).
Un breve recuento del tratamiento dado a este problema nos muestra la extensa gama
de posiciones e interpretaciones que se han elaborado en torno al mismo, así como la
ausencia de una teoría única, que permita en la actualidad, realizar una
caracterización sistémica de la personalidad y la motivación, cuestión que se refleja
con mayor agudeza en el plano metodológico.
Un aspecto reconocido por los investigadores de diferentes concepciones y tendencias
es la indisoluble unidad entre los principios teóricos y metodológicos de la ciencia.
Esta unidad permite entender, si partimos de la inexistencia de una teoría general
acerca de la personalidad y la motivación, los problemas metodológicos que aún
afronta la psicología en su estudio.
Esta relación teoría-metodología justifica la presencia de diferentes enfoques que han
orientado la práctica investigativa de las distintas corrientes en nuestro campo de
estudio.
Destacaremos en primer término la corriente factorialista. Esta concepción atomista,
describe los contenidos de la personalidad y la motivación como rasgos y factores que
se establecen mediante el procesamiento matemático de los datos aportados por
pruebas psicométricas (análisis factorial), y no logra trascender la valoración
cuantitativa del fenómeno.
El factorialismo, partiendo de concebir la personalidad como sumatoria de rasgos
aislados, ha desarrollado numerosas técnicas psicométricas como instrumentos claves
para su estudio. Este enfoque analítico y descriptivo de la personalidad y la
motivación no permite caracterizar las potencialidades del sujeto en el proceso
de autorregulación de su comportamiento, y resulta objeto de crítica por parte de
autores como G.W. Allport y D.E. Super.

Por su parte, el conductismo y los neoconductistas, sumándose a la posición


positivista, reducen el objeto de la psicología al estudio del comportamiento,
estableciendo semejanzas inaceptables entre la conducta humana y animal. De esta
forma, el hombre es concebido como un ser esencialmente adaptativo y el contenido

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subjetivo de la personalidad y la motivación no forma parte de la investigación


psicológica.
Los conductistas, basados en el esquema estímulo-respuesta, absolutizan el empleo
del experimento con un corte totalmente pragmático. A esta cuestión hace referencia
acertadamente G.W. Allport, 1971:
Parece más científico a los positivistas poner en un laberinto a una rata que ocuparse
de la compleja organización de una personalidad concreta. Es más respetable calcular
promedios y probabilidades en una masa de población que estudiar el estilo de vida de
una persona (pág. 640).
Este enfoque reduccionista en la utilización del método experimental no significa que
el mismo deba obviarse en la investigación de la personalidad y la motivación.
Para la psicología de orientación marxista el experimento constituye, por el contrario,
una vía esencial en el descubrimiento de los mecanismos y regularidades
psicológicas, pero atendiendo en su diseño y aplicación a determinadas condiciones
(González R., 1985 ). En este sentido, se destaca la importancia del experimento
formativo, a través del cual, se estudia el origen y desarrollo de procesos y contenidos
psicológicos, en las condiciones de vida y educación del sujeto. Se parte en este caso
del supuesto de que sólo estudiando un fenómeno en su devenir es posible conocer
las leyes que rigen su desarrollo.
Un polo contrapuesto a las concepciones positivistas, lo representan el psicoanálisis y
el neopsicoanálisis. Como mérito de estas concepciones, resulta necesario señalar, la
importancia que otorgan a la vida psíquica interna en el estudio de la motivación,
aunque la regulación personológica
es explicada a partir de la primacía de motivaciones instintivas e inconscientes como
sus principales determinantes, y el comportamiento, como expresión de mecanismos
defensivos, generados ante una realidad hostil a la propia esencia humana.
El enfoque metodológico desarrollado a partir de la concepción psicoanalítica, se
orienta a la elaboración y aplicación de técnicas proyectivas para el estudio de la
personalidad y la motivación.
A diferencia de la corriente positivista, cuyo principal empeño consiste en cuantificar
los contenidos de la personalidad, este enfoque se propone la interpretación cualitativa
de las distintas formaciones que la integran. No obstante, las categorías utilizadas en
dicha interpretación, al derivarse de un sistema teórico cerrado, sólo conducen de
forma preestablecida a la descripción de un conjunto de motivos y necesidades que se
consideran invariables y, por tanto, ajenas al potencial regulador de la personalidad
(González R., 1985 ).

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Con relación a las teorías hasta aquí tratadas coincidimos con las apreciaciones
siguientes de D. González, 1987:
Los teóricos conductistas desprecian la importancia de los factores conscientes y
superiores en la motivación y tienden a reducirlo todo al estudio de la conducta, del
estímulo y la respuesta, y del aprendizaje en función de los impulsos fisiológicos. El
psicoanálisis de Freud y otras concepciones biologistas destacan la importancia de los
requerimientos biológicos y menosprecian la naturaleza e influencia fundamental del
carácter superior (psíquico y social) de la personalidad y la motivación humanas.
Ambas direcciones son diferentes manifestaciones del mecanicismo (pág. 38).
Como una “tercera fuerza” que se propone superar las insuficiencias del conductismo
y el psicoanálisis, surge la psicología humanista. Esta corriente destaca la importancia
de los componentes internos de la personalidad, el carácter superior de la motivación
humana, el papel del “yo” y de la conciencia en la regulación del comportamiento,
aunque tampoco sus teóricos logran esclarecer el problema de la determinación social
de la personalidad.
Respecto a la distinción entre estas concepciones, señala L.I. Antsiférova (1980):
En la solución del problema de las fuerzas motrices de la conducta y de las formas que
determinan la actividad del hombre, se destacan dos tendencias opuestas. Los
representantes de la primera desarrollan un modelo homeostático de la personalidad,
en el cual se empalman teorías diferentes a primera vista, como el freudismo y el
neoconductismo. Los representantes de la segunda tendencia defienden la idea
de un proceso de formación constante, de un desarrollo y un perfeccionamiento
continuos de la personalidad (Allport, Maslow, Rogers, C.Bühler y otros) (pág. 303).
En relación a esta segunda tendencia resulta apropiada la siguiente valoración de
K.A.Abuljanova-Slavskaia (1980):
Las teorías que tratan de aclarar la particularidad de la forma individual de existencia
se contraponen a las concepciones que tipifican y estandarizan al individuo (...) La
descripción psicologizada de los atributos de la forma individual de existencia no le
ofrece la posibilidad a los existencialistas (en virtud de las directrices teóricas iniciales)
de poner en claro las particularidades de la forma individual de existencia, que están
relacionadas con su esencia social (pág. 55).
En un intento por abordar la investigación de la personalidad como sistema, y al
considerar que una psicología auténtica debe comenzar por el estudio de su aspecto
individual, los psicólogos humanistas señalan la necesidad de utilizar todos los
recursos investigativos en “el estudio de las personas”, las cuales “solamente existen
en patrones concretos únicos” (Allport, 1971, pág. 55). También resulta meritorio en
este enfoque la importancia conferida a la organización cognitiva de la información

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como indicador del nivel de desarrollo de la personalidad. A pesar de esta correcta


aproximación metodológica general, el uso no crítico, en la práctica, de todo tipo de
técnica, situó a sus autores en una posición ecléctica.
Por otra parte, los psicólogos cognitivistas (R. Lazarus, G. Kelly y otros) destacan el
papel de las operaciones intelectuales en el proceso de regulación y autorregulación
de la personalidad, orientándose a analizar cómo el sujeto las utiliza, al considerarlas
importantes indicadores en el estudio de los principales contenidos de la personalidad.
Si bien coincidimos en la relevancia de la estructuración cognitiva de la información,
como condición del potencial regulador del motivo, en ese enfoque se obvia la
significación de los componentes afectivos como dinamizadores de dicho potencial
(González R., 1989).
Haciendo una valoración resumida de las diferentes concepciones hasta el momento
descritas, podemos señalar, como limitación general, el excesivo énfasis en alguno de
los ángulos a considerar en la explicación de la personalidad y la motivación.
Establecen, en la mayoría de los casos, una dicotomía entre aspectos como lo
biológico y lo social, lo subjetivo y lo objetivo, lo consciente y lo inconsciente, lo
afectivo y lo cognitivo, la dinámica y el contenido y entre el carácter activo o pasivo del
sujeto.
Veamos ahora las posibles respuestas que brinda a estas cuestiones la psicología de
orientación marxista.
Un principio inicial y básico postulado por L.S. Vigotsky y que ha guiado hasta
nuestros días las elaboraciones teóricas de los psicólogos marxistas (S.L. Rubinstein,
L.I. Bozhovich, A.N. Leontiev, por sólo señalar algunos de sus principales
continuadores), ha sido el referido al determinismo histórico-social de la personalidad.
Este principio permite concebir la motivación humana superior como una formación
cualitativamente peculiar e irreductible a motivos de carácter primario o biológicamente
condicionados.
En cuanto a la relación entre lo objetivo y lo subjetivo, existe consenso al definir la
personalidad como fenómeno subjetivo, reflejo de las condiciones socio-históricas en
las que transcurre la vida del sujeto dentro de diferentes sistemas de actividad y
comunicación, que en última instancia determinan sus principales contenidos.
Este reflejo subjetivo, dado su carácter activo, no constituye una copia mecánica de lo
externo. La “apropiación” de estos contenidos por el sujeto se encuentra mediatizada
por sus “condiciones internas” y la posibilidad del mismo de ejercer una influencia
transformadora sobre lo externo. Esta idea queda expresada con claridad por A.V.
Brushlinki (1980): “... el desarrollo del hombre actual siempre (en particular a partir del
momento de su nacimiento) está determinado por las causas externas que interactúan

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constantemente y desde el comienzo mismo con las condiciones internas, variables,


de su actividad” (pág. 105-106). Y en otro lugar añade: “Las condiciones internas no
son sólo un estado, sino un proceso en el transcurso del cual varían, lo que implica
que cambien también las posibilidades de influencia que sobre el individuo se ejercen,
mediante la transformación de las condiciones externas” (pág. 99).
Otro principio esencial en el estudio de la personalidad lo representa el
reconocimiento del carácter esencialmente consciente de la motivación humana,
posición que no significa negar la existencia de motivos inconscientes, ni la posibilidad
de que los mismos desempeñen determinado rol en la regulación del comportamiento.
Este principio, sustentado por numerosos psicólogos marxistas (S.L. Rubinstein, A.V.
Petrovski, L.I. Ansiférova, D. González, F. González, M. Calviño y otros), se encuentra
relacionado estrechamente con la necesidad de analizar los componentes de la
personalidad y la motivación, teniendo en cuenta la estrecha unidad de lo cognitivo
y lo afectivo, de sus aspectos de contenido y dinámico.
Acerca de este problema señala F. González (s/f):
La motivación humana no se reduce al estado dinámico que estimula de forma
inmediata el comportamiento, sobre la base de la vivencia de la necesidad. El
potencial dinámico de la motivación se asocia en las motivaciones esenciales del
hombre a un contenido relevante para el sujeto, estructurado en forma de conceptos,
reflexiones y valoraciones, portadoras de una carga emocional, sobre las que el sujeto
organiza y expresa todo el potencial emocional de su motivo.
En este sentido, un tipo esencial de motivación humana se configura en operaciones
cognitivas, mediante las cuales estos motivos adquieren su carácter consciente (pág.
29).
Partiendo de los principios teóricos generales antes esbozados, se han desarrollado
numerosas investigaciones en el área de la psicología aplicada, y a partir de la década
del 70, las mismas se orientan más al estudio de la personalidad como sistema, que
de los procesos psíquicos en su especificidad.
En la actualidad, entre los psicólogos de orientación marxista se realizan esfuerzos por
superar el enfoque descriptivo en el estudio de la personalidad y la motivación, por
caracterizar sus regularidades a partir de indicadores que expresen la unidad de sus
aspectos de contenido y dinámico, y por subrayar la importancia de la estructuración
de la proyección futura en su desarrollo.
El problema de la correlación entre la personalidad y las funciones no ha dejado de ser
actual, y la lucha contra el funcionalismo no ha quedado para la historia, sino que ha
pasado a una nueva fase (...) El desarrollo de las funciones psíquicas depende del
desarrollo general de la personalidad (...) La dependencia que tienen las funciones

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respecto a la personalidad se refleja también en el hecho de que en las funciones la


personalidad no sólo se pone de manifiesto sino que ella (¡y esto es lo el más
importante!) es activa con respecto a las funciones: los procesos y funciones psíquicas
los hace conscientes la personalidad y los regula, emplea y dirige conscientemente
para la solución de las tareas vitales que le han sido planteadas (Shorojova, 1980,
pág. 24-25).
Las limitaciones metodológicas de las concepciones analizadas anteriormente
tampoco han sido resueltas en su totalidad por la psicología marxista, al no contar
en la actualidad con un sistema de métodos plenamente desarrollados para el
estudio de la personalidad y la motivación. Sin embargo, la investigación de sus
diferentes contenidos y formaciones se ha orientado por determinados principios
metodológicos generales, derivados de la teoría.
Entre ellos se destaca, en primer lugar, la utilización de multiplicidad de técnicas,
cuyos instrumentos y formas de interpretación resultan congruentes con los postulados
teóricos de partida. De ahí, que en las diferentes investigaciones de la psicología
aplicada, se haya rescatado el empleo del método clínico bajo un nuevo enfoque.
M. Sorín (1984) apunta al respecto:
En otras palabras, estudiar la personalidad del sujeto requiere de una actitud clínica
frente al mismo. AL hablar de “actitud clínica”, no pensamos en sentido restringido,
como vía de detección de posibles patologías. El método clínico, en su aceptación
más amplia, implica el estudio del individuo como una totalidad. (pág. 25-26).
Desde el punto de vista metodológico, para la psicología marxista, también son
postulados esenciales en el estudio de la personalidad y la motivación los principios de
la actividad, la comunicación y la unidad de lo cognitivo y lo afectivo.

El principio de la actividad desarrollado en la psicología soviética por A.N. Leontiev ha


guiado las investigaciones de numerosos especialistas (B.S. Bratus, A.G. Asmolov,
O.K. Tijomirov, B.V. Zeigarnik, V.A. Petrovski, E.V. Subbotski, K.V. Jarash, L.S.
Tevetrova, V.V. Nikolaieva, D. González, O. González, M. Calviño y otros),
sustentando en particular el empleo del experimento formativo, como vía de
conocimiento y explicación de las leyes de formación de la personalidad.
A la vez, la comunicación, cuya especificidad como categoría ha sido defendida por
B.F.Lomov, también es un principio que se ha materializado en las investigaciones de
diferentes psicólogos marxistas (K.A. Abuljanova-Slavskaia, M.I. Bobneva, V.S.
Safonov, Ya. Ponomariov, A.A. Grachev, A.A. Bodalev, F. González, M. Sorín, V.
Ojalvo y otros).

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Por otra parte, el principio de la unidad de lo cognitivo y lo afectivo, que explica el


carácter regulador de los contenidos integrantes de la personalidad, ha conducido al
estudio de las elaboraciones conscientes del sujeto, como indicadores de relevancia
en la determinación de sus motivaciones esenciales.
Este principio se ha plasmado en la utilización de técnicas abiertas y semiabiertas
(composiciones, cuestionarios, conflictos de diálogo, completamiento de frases,
técnica de los 10 deseos, etc.) en la investigación de diferentes formaciones de la
personalidad.
Por último, quisiéramos señalar como principal empeño de los diferentes
investigadores que parten de esta concepción, la búsqueda de un enfoque sistémico
de la personalidad y la motivación, que refleje la unidad de los aspectos dinámicos y
de contenido de sus componentes, y de los criterios objetivos y subjetivos, obtenidos a
través de los diferentes métodos empleados. En este empeño se inscribe nuestra
propuesta en el estudio de la motivación profesional, como formación compleja de la
personalidad.
1.2 El estudio de la motivación profesional en la Psicología
Los primeros intentos de abordar este problema se encuentran asociados a la
selección profesional, cuestión, que por determinadas condiciones socio-históricas,
cobró especial interés para la psicología a finales del siglo XIX y principio del siglo XX.
Surgen entonces corrientes tipológicas y factorialistas (por ejemplo la Teoría de los
Rasgos y Factores de F. Pearson) que, aunque desprovistas de una elaboración
teórica acerca del problema, crearon técnicas psicométricas encaminadas a
determinar, a partir de resultados cuantificables, qué individuos resultaban más aptos
para desempeñar determinada profesión (Beltrán, 1986; Espeleta, 1986; Rivas, 1988).
Como reacción a esta concepción, el psicoanálisis propone otra interpretación. En este
sentido, la elección profesional se considera resultado de fuerzas motivacionales
inconscientes y está predeterminada, desde la primera infancia, por el mecanismo de
la identificación (Cueli. 1973).
Estas posiciones conciben la motivación profesional como formación predeterminada e
invariable de la personalidad, por lo que se trata, como señala I. Kon (1990), de
seleccionar a las personas más convenientes para una determinada profesión o
encontrar la profesión más adecuada teniendo en cuenta las cualidades individuales
de la persona. No obstante, según este autor, tampoco resulta positivo pretender
formar de manera dirigida estas cualidades, partiendo del supuesto de que las mismas
puedan desarrollarse en cualquier sujeto. En ambos enfoques la personalidad y la
actividad profesional se analizan como valores opuestos e independientes, uno de los
cuales queda subordinado al otro.

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En oposición a las corrientes reduccionistas en el tratamiento de estos problemas,


merece ser destacada la obra del psicólogo norteamericano D.E. Super. Este autor
interpreta la motivación profesional como elemento de la personalidad, cuyo nivel de
“madurez” puede determinarse en función del lugar que ocupe el sujeto, en el continuo
de su evolución profesional, atendiendo a determinados indicadores.
Para la caracterización de la “madurez profesional” Super propone un conjunto de
dimensiones cualitativas que guardan semejanza con criterios que utilizamos en
nuestras investigaciones. Estas dimensiones son las siguientes: “orientación hacia la
elección profesional” (preocupación del sujeto acerca de los problemas relacionados
con la elección o el desempeño de la profesión), “información y planeamiento”
(conocimiento del contenido de la profesión y planes futuros), “consistencia de las
preferencias profesionales” (objetivos definidos que permitan eliminar las
preferencias menos atractivas), “cristalización de rasgos y aptitudes” (estabilidad de
las características personales asociadas al desempeño profesional) y “sensatez de las
preferencias profesionales” (dimensión más compleja por cuanto garantiza que
resulten efectivas en el ajuste profesional las restantes dimensiones) (Super, 1962,
pág. 251-255).
Esta concepción resulta acertada, en la medida en que analiza la motivación
profesional como aspecto integrante del desarrollo de la personalidad y su papel
regulador en el proceso de elección y desempeño profesional. A pesar de este
adecuado punto de partida, el limitado desarrollo de la teoría de la personalidad
condujo al autor, a adoptar, según su propio criterio, un enfoque pragmático y a
aceptar “cualquier definición que se haya aplicado a un estudio del papel
desempeñado por la personalidad en el ajuste profesional”, con relación a la cual
“trataremos de aprovechar sus hallazgos” (Super, 1962, pág. 305).

Super puede enmancarse dentro de la corriente humanista. Estos teóricos en un


intento de caracterizar la personalidad como sistema, utilizan técnicas cualitativas, al
valorar altamente el aspecto individual en el estudio de la personalidad (método
calificado por G.W. Allport como idiográfico).
El uso de estas técnicas, a pesar de su indiscutible valor en el estudio de la
personalidad, se realizó fuera de un marco teórico congruente que facilitara una
interpretación más sistemática y profunda de la información obtenida.
En la psicología soviética, el problema de la motivación profesional, se abordó
esencialmente por autores que desarrollaron sus trabajos en la esfera de la
psicología pedagógica y de las edades (L.I. Bozhovich, G.I. Shukina, A. V. Petrovski,
I.S. Kon y otros).

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L.I. Bozhovich (1976) al caracterizar la edad juvenil, ubica en el centro de su “situación


social del desarrollo”, el problema de la elección de la profesión, como condición del
proceso que necesariamente conduce al joven a determinar su lugar dentro del
contexto social en que vive.
Aunque la autora reconoce que la elección profesional puede realizarse por múltiples
motivos, incluso ajenos a una orientación motivacional hacia el contenido de la
profesión, considera que en esta etapa la elección de la futura profesión debe
realizarse como resultado de un verdadero acto de autodeterminación del sujeto.
Cuando ocurre así, los jóvenes no sólo tienen en cuenta los beneficios que su elección
pueda proporcionarles, a partir del prestigio social de la profesión (relacionado en
importante medida con la remuneración material que de su ejercicio se derive), sino
también cuál es el contenido de ella, las dificultades que tendrán que enfrentar en su
estudio y desempeño y las características personales necesarias asociadas a un
determinado quehacer profesional.
Por su parte G.I. Shukina (1978), al estudiar el desarrollo de los intereses
cognoscitivos en los escolares, considera que en los grados superiores dichos
intereses sirven de sustento a la aparición de intereses profesionales. Según la autora,
mientras los adolescentes se orientan a la profesión por criterios externos (valoración
social, opinión de los padres y coetáneos, etc.), los jóvenes tienen en cuenta para
realizar su elección, el contenido real de la actividad profesional, así como sus
capacidades y posibilidades.
Para I.S. Kon (1990) la selección profesional implica dos aspectos esenciales: en
primer lugar, determinar los intereses, capacidades y sistema de valores del joven
(fines que se persiguen con el desempeño de la profesión); en segundo lugar,
determinar qué especialidad es la deseada y qué nivel de calificación se pretende
obtener.

Kon (1990) inscribe el proceso de orientación profesional (en términos de elección de


la futura profesión) como un componente del proceso de autodeterminación social de
la personalidad y al respecto señala:
La selección de una carrera es verdaderamente acertada solo cuando está conjugada
con una selección socio-moral, con reflexiones acerca del sentido de la vida y de la
naturaleza del propio “yo”. El carácter amorfo y global inicial de la selección se elimina
(...) a medida que se concentra y se orienta hacia la actividad real. Pero esta
orientación es únicamente una etapa del desarrollo. Después que la selección está
hecha y comprobada en la práctica, comienza un nuevo nivel de reflexión, cuando la

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302

carrera adquirida y la posición social propia se valoran a la luz de los criterios socio-
morales más generales (pág. 148).
En Cuba, el estudio de la motivación profesional y de los problemas relativos a la
elección de la profesión, aunque ocuparon la atención de algunos investigadores antes
del triunfo revolucionario (G. Torroella), adquiere especial énfasis, a partir de la década
de los setenta. Como pioneros de estos estudios, podemos mencionar a Diego
González (1982) y Fernando González (1983). A la concepción de este último, acerca
de la personalidad y la motivación, haremos referencia posteriormente, ya que sus
puntos de vista teórico-metodológicos, con relación a la caracterización de la
motivación profesional, constituyen el sustento más inmediato a partir del cual
desarrollamos nuestra visión del problema.
A continuación mencionaremos algunos trabajos de otros investigadores cubanos, que
por sus aportes al tema que nos ocupa, merecen a nuestro juicio ser mencionados.
Hiram Valdés (1984) realizó una caracterización de la motivación profesional de
estudiantes de preuniversitario y de escuelas deportivas que aspiraban a ingresar en
el Instituto Superior de Cultura Física “Comandante Manuel Fajardo”, así como de
jóvenes que cursaban estudios superiores en esta institución. En sus investigaciones
el autor demuestra el valor de la composición como técnica de expresión abierta para
diagnosticar el nivel de desarrollo de la motivación profesional.
Por su parte también, Natacha Rivera (1986) demuestra la posibilidad de desarrollar la
motivación hacia la profesión pedagógica mediante una estructuración particular del
proceso docente. En este caso, utilizó para tales fines el programa de la asignatura
“Psicología”, impartido a los estudiantes del Instituto Superior Pedagógico para la
Enseñanza Técnica y Profesional.

Héctor Brito (1987) realiza una evaluación de la efectividad de la motivación


profesional en estudiantes de carreras pedagógicas y establece tres niveles (superior,
intermedio e inferior) en los que opera dicha categoría. La determinación de estos
niveles parte del análisis de la forma en que se estructuran determinados indicadores
motivacionales como son: la orientación y expectativa motivacional, estado de
satisfacción y polaridad del sentido.
Siguiendo la línea de carácter formativo, Lourdes Ibarra (1988) abordó el problema de
la formación y desarrollo de la motivación profesional en estudiantes de la Academia
Naval “Granma” pertenecientes al perfil de mando. En este trabajo se puso de
manifiesto que la realización de diferentes actividades extradocentes, repercute
favorablemente en el conocimiento de los estudiantes acerca de su futura profesión,

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303

desarrolla una actitud emocional positiva hacia la misma e incrementa su nivel de


aspiraciones y necesidad de autoperfeccionamiento.
Finalmente Viviana González (1989) determina diferentes niveles de integración de los
aspectos dinámico y de contenido, que caracterizan la motivación profesional en
cuanto a su potencial regulador. En su estudio, se destaca la categoría de “interés
profesional” como formación motivacional específica, que “expresa la orientación
cognitivo afectiva del sujeto hacia el contenido de la futura profesión cuya
manifestación varía en dependencia de su nivel de complejidad funcional” (pág. 119-
120).
Al valorar los resultados aportados por estos estudios, que consideramos de indudable
valor científico, también se observan algunas imprecisiones y
falta de consenso en cuanto al problema referido a la definición conceptual e
integración sistémica de las categorías empleadas en el estudio de la motivación
profesional y los indicadores esenciales para la determinación de su efectividad.
Esta situación constituye un reflejo de las actuales limitaciones teórico-metodológicas
del conocimiento psicológico en esta esfera. Nuestra alternativa aunque trata de
sistematizar los aportes más valiosos de los psicólogos cubanos y de la ciencia
psicológica en este campo de estudio, no está exenta de tales limitaciones.
En el proceso de revisión de la literatura vinculada al tema, observamos dos
cuestiones a las cuales los autores dedicados al estudio de la motivación confieren
especial relevancia. Nos referimos a la autovaloración y a la proyección futura de la
personalidad. La importancia otorgada a estos aspectos deviene del rol que
desempeñan, de acuerdo con su nivel de estructuración, en la efectividad de la
regulación comportamental presente, en estrecho vínculo con las aspiraciones y
objetivos que el sujeto se plantea, situados en una perspectiva temporal a mediano o
largo plazo.

Como consecuencia de lo antes señalado, nos propusimos realizar un análisis de


dichos aspectos (a los cuales de inmediato haremos referencia), con la finalidad de
establecer la significación de los mismos en la caracterización de la motivación
profesional. En la segunda parte de este material expondremos, de manera más
específica, como fueron integradas estas consideraciones a nuestra alternativa, a
partir de la definición de los componentes autovalorativos y de proyección futura de la
motivación profesional.
1.3 Papel de la autovaloración en la regulación motivacional

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La autovaloración ha sido considerada, por teóricos de diferentes tendencias en la


psicología, como formación de la personalidad de importancia decisiva en la
regulación motivacional.
Entre los primeros estudiosos de la autovaloración se encuentra W. James, quien
concebía la existencia de distintos niveles del yo y su jerarquía (material, social y
espiritual). Este autor señaló la dependencia de la personalidad de su autoconciencia
desde una posición funcionalista. El papel de esta formación se vinculó
fundamentalmente al problema de la adaptación del individuo al medio, sin un
adecuado análisis de sus características internas, propiamente psicológicas.
La escuela psicoanalítica también abordó el problema del “sí mismo”. Para Freud el
“yo” constituye un mediador entre las fuerzas contrapuestas del “ello”, el “super-yo” y
la realidad. La principal función de esta formación
consiste por tanto en “manejar” las relaciones que se producen entre estos aspectos,
apoyándose en los mecanismos de defensa.
Tanto el psicoanálisis clásico como sus seguidores, sitúan los orígenes del yo en el
conflicto entre los impulsos internos y las presiones externas, y subestiman así las
potencialidades de la personalidad desarrollada para valorar de manera consciente y
adecuada sus principales propósitos y motivos.
Dentro de los teóricos de la motivación que destacaron el papel de los factores
psicológicos, internos, tenemos a K. Lewin. Para este autor el comportamiento es un
resultado de la forma en que el sujeto percibe su relación con el medio y debe ser
explicado en términos de “sistema de tensiones” y “valencias del objeto”.
A su escuela corresponde el mérito de introducir en el estudio de la autovaloración el
concepto de “nivel de aspiración”. Esta categoría en las investigaciones desarrolladas
por sus colaboradores (T. Dembo, F. Hoppe) fue definida partiendo de la conducta
asumida por el sujeto ante la selección de tareas de creciente complejidad y se
identifica con el nivel de dificultad de la tarea elegida.

Así, la caracterización del concepto en cuestión queda reducida a la situación


experimental en que se estudia y se obvia el papel que desempeña este mecanismo
en la vida real del sujeto.
Siguiendo la tendencia a enfatizar la importancia de los aspectos internos en la
regulación motivacional, J. Nuttin desarrolla su obra. Desde un enfoque idealista de las
necesidades superiores del hombre, considera la estructura “yo-mundo” como principal
característica de la organización y funcionamiento de la personalidad, así como la
tendencia a la realización de sí mismo, el factor fundamental de la motivación humana
(González S., 1972).

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Al respecto Nuttin escribe: “El hombre se conoce como un organismo que no puede
vivir sin alimento, que desea afecto y un cierto standing social, etc., es decir que las
necesidades están integradas a su concepción de sí mismo” (Nuttin, Pieron y
Buytendijk, 1965, pág. 138).
El planteamiento de la estrecha relación existente entre las necesidades de la
personalidad y el sí mismo representa un aspecto positivo de esta teoría. No obstante,
este proceso se concibe divorciado del contexto social en el que transcurre la vida del
sujeto, al depender, según el autor, de una fuerza interior de esencia genérica.
Es en la concepción de los psicólogos humanistas donde adquiere mayor relevancia el
concepto del “yo” o “sí mismo”.
Estos autores enfatizan particularmente la importancia de este mecanismo regulador y
su carácter consciente.
McDougall, precursor de esta corriente, señala que es la “consideración de sí mismo”
el sentimiento dominante en la personalidad que se asocia conscientemente a
determinados ideales y regula sentimientos de menor trascendencia.
A.H. Maslow concebía la conducta humana determinada por una motivación de
crecimiento que permite la “actualización de sí mismo”.
Por su parte, C. Rogers (1982) también destaca la importancia del “self” (sí mismo)
para el adecuado desarrollo personal. Su formación debe constituir el objetivo
fundamental de la psicoterapia. Este proceso permitirá al individuo convertirse en
persona que funcionará de manera eficaz e integrada, original y expansiva, confiada
en sus potencialidades y capaz de aceptar mejor a los demás (pág. 44-45).
Finalmente, en los trabajos de G.W. Allport encontramos un análisis detallado de la
formación del “sentido de sí mismo” y de sus componentes (corporal, de identidad,
autoestima, imagen, extensión y esfuerzo orientado). El autor elige el término de
“proprium” para expresar la integración de estos elementos dentro del sistema de la
personalidad, considerándolo un indicador fundamental de su desarrollo.
Así lo expresa cuando apunta: “...si nuestro trabajo, nuestros estudios y aficiones no
entran en la esfera del proprium, no podemos decir que somos personalidades
maduras” (Allport, 1971, pág. 340).
En las consideraciones de los psicólogos humanistas relativas al papel del “yo” como
componente de la personalidad, se repiten las principales limitaciones señaladas a
esta corriente, en sus elaboraciones acerca de la motivación. A partir de una
orientación idealista, enfatizan el carácter psicológico y superior de la misma, pero sin
considerar suficientemente los determinantes socio-históricos en el proceso de
formación de la autovaloración y en especial, la influencia de la valoración social.

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El estudio de la autovaloración, término elegido para designar al “yo” en la psicología


de orientación marxista, se ha enmarcado por sus principios teórico-metodológicos
generales.
Esta formación ha sido considerada como contenido de la personalidad, determinada
en última instancia por las condiciones de vida y educación del sujeto. Entre ellas,
ocupa un lugar primordial la valoración social.
Desde la infancia temprana, a través de sus relaciones de comunicación y actividad
con adultos y coetáneos, el niño recibe diferentes valoraciones de su comportamiento,
que se convierten en importante fuente de formación de su autovaloración.
Lo anterior no significa que este proceso tenga un carácter meramente pasivo o
receptivo. En su desarrollo, la autovaloración va ganando autonomía respecto a los
criterios externos y adquiere determinada estabilidad. De esta forma, además de
cumplir su función valorativa, se convierte en un elemento activo de la regulación
comportamental y en su nivel más desarrollado, favorece la autoeducación de la
personalidad.
De manera resumida, vemos que en la psicología soviética algunos autores se
dedicaron al estudio de esta formación en la ontogénesis, en cuanto a su contenido,
relación con la valoración externa y componentes nivel de aspiración, reacciones
emocionales ante el éxito y el fracaso, etc. (L.I.Bozhovich, E.V.Savonko,
E.A.Serebriakova, N.S.Neimark). Otros centraron su análisis en los mecanismos de su
función reguladora (A.I.Lipkina).
En nuestro país, partiendo de estas concepciones, se han investigado también
diversas cuestiones: la relación de la autovaloración con la estabilidad moral de la
personalidad (O. González), el desarrollo e integración de sus funciones (G. Roloff), la
importancia del análisis de sus contenidos como criterio de su nivel de adecuación (F.
González), su vínculo con la formación de acciones de control en la edad escolar (P.
Rico), su influencia en el carácter de las interrelaciones grupales en esta etapa
(A.Amador), entre otras.
Como criterios teóricos generales de partida, coincidimos en reconocer la estrecha
relación existente entre la autovaloración y la autoconciencia (Roloff, 1984).
Asumimos también que la autovaloración posee una función subjetivo-valorativa y otra
reguladora. La primera de ellas se desarrolla más tempranamente que la segunda,
mientras que en la adolescencia ambas “tienden a integrarse en una unidad, en la
cual, continúan desarrollándose de manera armónica” (Roloff, 1982, pág. 59).
Estas funciones pueden caracterizarse de la siguiente forma:
El aspecto o función valorativa se refiere a la posibilidad que adquiere el hombre, en el
curso de su vida, de enjuiciar su comportamiento, su manera de ser y cualidades

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personales, con un sentido positivo o negativo mientras la función reguladora se


refiere a la incidencia del contenido autovalorativo en el dinamismo y direccionalidad
de la autovaloración y la conducta del hombre en el planteamiento de metas, nivel de
aspiración y en su autoestimación (Roloff, 1982, pág. 54).
En cuanto a la definición de la autovaloración y los indicadores para su diagnóstico,
nos apoyamos en las consideraciones de F. González. Este autor concibe esta
formación como
...subsistema de la personalidad que incluye un conjunto de necesidades y motivos,
junto con sus diversas formas de manifestación consciente, expresándose en... un
concepto preciso y generalizado del sujeto sobre sí mismo que integra un conjunto de
cualidades, capacidades, intereses, etc., que participan activamente en la gratificación
de los motivos integrantes de las tendencias orientadoras de la personalidad, o sea,
que están comprometidos en la realización de las aspiraciones más significativas
de la persona
(González R., 1983, pág.32).
Con relación a los indicadores para su estudio, al destacar la importancia del análisis
del contenido de la autovaloración en la determinación de su nivel de adecuación
(González R., 1986), tercer artículo citado), el autor propone valorar la riqueza de
contenidos (esferas de significación para el sujeto), flexibilidad (asimilación de
elementos disonantes y análisis de resultados no acordes al esquema autovalorativo)
e integridad (tendencia a mantener la estabilidad de la autovaloración) (González R.,
1983). Estos indicadores de carácter metodológico servirán de punto de partida en la
caracterización del desarrollo del componente autovalorativo en nuestra investigación.

Sintetizando nuestro punto de vista sobre este aspecto, entendemos la autovaloración


como componente esencial de la personalidad y formación de gran importancia en la
regulación motivacional.
Dicha formación, referida a la valoración que realiza el sujeto de sus cualidades
personales, motivos y conducta, posibilita la organización y dirección del
comportamiento. De aquí que sus contenidos intervengan en otros subsistemas de
regulación relacionados con las esferas de mayor significación para la personalidad,
entre los que puede encontrarse la motivación profesional y deban ser incluidos en su
caracterización.
1.4 Importancia de la proyección futura en la regulación motivacional
La proyección hacia el futuro de los contenidos de la personalidad se ha abordado en
la psicología desde diferentes ángulos. En general, su estudio se ha enmarcado en el
problema de la dimensión futura de la motivación y se ha conceptualizado a través de

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diversas categorías, tales como: “ideales”, “intenciones”, “propósitos”, “objetivos”, entre


otras.
En la psicología no marxista autores como K. Lewin y J. Nuttin resaltaron en sus obras
el papel del futuro en la motivación humana.
Lewin intenta demostrar en sus trabajos experimentales la importancia que poseen los
objetivos y propósitos que la personalidad se traza, ya que los consideraba, al igual
que las necesidades, elementos dinamizadores de la conducta.
Nuttin (1965), por su parte, postula la existencia de una fuerza interior que impele al
hombre a la realización de sí mismo, a la actualización de sus potencialidades. Este
mecanismo le permite alcanzar por diferentes vías aquellos proyectos que se
corresponden con la imagen de lo que quiere ser.
Analizando los puntos de coincidencia entre ambas concepciones, el propio Nuttin
apunta:
Esta forma de actuar de los motivos bajo la forma de proyectos y tareas que el hombre
se impone, no ha sido estudiada suficientemente de forma experimental. Se sabe que
la obra de Lewin es notable por sus ideas sugestivas y varios datos interesantes en
este dominio. Las ideas concernientes a las “cuasi-bedürfnisse”, corresponden más o
menos a las nociones de tarea y proyecto que acabamos de desarrollar (pág. 131).
Estos autores, aunque confirieron la necesaria significación a la proyección futura de la
motivación, no logran interpretar adecuadamente la unidad de sus aspectos de
contenido y dinámico. Al enfatizar en estos últimos, subvaloran la importancia del
contenido para que un objetivo se convierta en regulador efectivo del comportamiento.

También los psicólogos humanistas concibieron la elaboración consciente de sus


proyectos futuros como componente esencial del desarrollo de la personalidad.
Al respecto, A.H.Maslow (1985) señala: “Considero acertado decir que cualquier teoría
psicológica nunca podrá ser completa si no incorpora fundamentalmente el concepto
que el hombre lleva dentro de su futuro, dinámicamente activo a cada instante” (pág.
168).
Sobre esta cuestión también se pronuncia C. Rogers (1989) de la siguiente forma:
“Cualquiera que sea el nombre que le asignemos –tendencia al crecimiento, impulso
hacia la autorrealización o tendencia direccional progresiva—ella constituye el móvil
de la vida y representa, en última instancia, el factor de que depende toda la
psicoterapia” (pág. 42).
Estos criterios encuentran su versión más acabada en la obra de G.W.Allport (1971),
quien desarrolla el concepto de “intención” y considera la “autonomía funcional” de las

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motivaciones del hombre como núcleo de su naturaleza en pos de determinados


objetivos.
La intención “indica propósito, eficacia del planeamiento consciente, impulsión ejercida
por la imagen que del futuro se forma el hombre y que actúa sobre la conducta
presente” (pág. 270).
Este concepto sirve de base al autor cuando afirma que es propio de la personalidad
una “filosofía unificadora de la vida”, ya que “hay en cada individuo algo especial por lo
que vive, un propósito principal. Los objetivos varían en los diversos individuos. Hay
personas que se concentran en un gran objetivo, único; otras tienen una serie de
propósitos definidos” (pág. 251).
Esta orientación de la psicología humanista, de incuestionable valor si se le compara
con las concepciones biologicistas y mecanicistas del psicoanálisis y el conductismo
respectivamente, también resulta limitada por unilateral. Como apunta D. González
(1987) acertadamente, al enfatizar la autonomía de la personalidad, los humanistas
olvidan que la misma “... está inserta en un dinamismo mucho más amplio que
comprende la actividad externa, el medio social y la base orgánica de la personalidad
individual” (pág. 8).
En la psicología soviética la proyección futura de la personalidad se ha investigado en
distintas direcciones. Algunos autores se dedicaron al estudio de los ideales como
imagen cognitivo-afectiva de lo que el sujeto desea ser. También evaluaron las
variaciones que sufre en el desarrollo ontogenético esta formación y que alcanza su
nivel superior en la edad juvenil.

Estas investigaciones se encaminaron a caracterizar el ideal tanto por su contenido


como por su estructura (L.I.Bozhovich, L.E.Raskin, T.V.Dragunova, L.I.Dukats,
Z.I.Grichanova y otros).
En dichos estudios se comprobó que en el ideal se producen diferentes
transformaciones a partir de la edad escolar. La tendencia fundamental que se
presenta muestra que el ideal, concreto en sus inicios, va adquiriendo un carácter
abstracto y generalizado, proceso en el que aumenta su potencial regulador. En la
adultez, esta proyección se plasma en los objetivos y propósitos mediatos de la
personalidad.
Otro psicólogo de orientación marxista, K. Obujovski, considera como función principal
y distintiva de la personalidad creativa o integrada, la de construir su dimensión futura.
Para Obujovski y otros (K.A. Abuljanova, B.F. Lomov, etc.) “la dimensión futura no se
analiza solo por el grado de mediatización o de distancia temporal que tiene el

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propósito que el sujeto formula, sino también por la riqueza de contenido que tiene
dicha proyección” (González R. , 1985, pág. 14, primer artículo citado).
También en nuestro país, diversos investigadores han prestado atención al problema
del papel que juega la estructuración del futuro en la regulación motivacional (Arias,
1988; D´Angelo, 1984; Fariñas, 1990; González S., 1984; González R., 1985;
González P., 1985). Algunos puntos de vista al respecto son los siguientes:
“La conducta del hombre se caracteriza por la realización de una serie de fines
elaborados en un proyecto de vida y que se orientan hacia el futuro”. Según D.
González (1972), “Estas son las formas superiores y típicas del comportamiento
humano” (pág. 48).
Por su parte O.D´Angelo (1988) considera la tendencia a la autorrealización como una
de las principales direcciones de la personalidad desarrollada. Esta tendencia se
sustenta en el “proyecto de vida como subsistema general autorregulador de la
personalidad” que integra “ ...los objetivos vitales y los planes de su realización en las
dimensiones temporales de la experiencia individual referidos a las distintas esferas de
vida y actividad del individuo” (pág. 114).
En el análisis de este problema, resultan muy valiosos también, a los fines de nuestro
trabajo, los criterios de H. Arias (1988), al considerar la interrelación dialéctica ideales-
autovaloración-propósitos como “....la forma en que se organizan las estructuras
psicológicas de la personalidad para regular el comportamiento orientado al
futuro”(pág. 106).
Arias destaca la importancia de la categoría “propósito”, ya que la misma nos permite
vincular la autovaloración con el futuro proyectado en los ideales. Ella indica además
la necesidad de determinar no sólo qué objetivos se plantea la personalidad, sino los
motivos que los determinan y la estrategia para su consecución.
Sobre esta cuestión plantea F. González (1985 primer artículo citado), la necesidad
de estudiar las formaciones psicológicas proyectadas al futuro (ideales, intenciones,
etc.) a partir del nivel de fundamentación y elaboración que logra el sujeto de sus
contenidos y no solamente por su vinculación a una actividad concreta o por la lejanía
de su proyección temporal.
La valoración de diferentes opiniones relativas al papel de la proyección futura de la
personalidad, nos permite finalmente plantear en resumen nuestras consideraciones al
respecto.
La estructuración de los contenidos de la motivación orientados al futuro, constituye
una característica distintiva de la regulación personológica y un indicador esencial de
su nivel de desarrollo. Esta estructuración alcanzará una mayor organización y
elaboración consciente de acuerdo a la significación que posea para el sujeto la esfera

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311

de que se trate. Entre ellas, la motivación profesional puede ocupar un lugar relevante.
Es por esta razón que analizaremos el componente de proyección futura al
caracterizar sus niveles de desarrollo.
II. El estudio de la motivación profesional. Sus componentes y niveles.
2.1) Antecedentes
Como indicábamos anteriormente, nuestra alternativa para la caracterización de la
motivación profesional, tuvo como fundamento más inmediato las consideraciones de
Fernando González Rey acerca del tema y su concepción teórico-metodológica en la
conceptualización y estudio de la personalidad y la motivación (1983, 1985, 1989,
1993 y 1995). Es por ello, que haremos referencia a aquellos aspectos de sus trabajos
que resultaron para nosotros más significativos, y a la vez, expondremos nuestros
criterios al respecto.
González Rey señala que el estudio de la motivación profesional no puede realizarse
al margen de un enfoque general (teórico y metodológico) en torno al estudio de la
motivación humana. Su propuesta destaca el carácter esencialmente consciente de la
motivación como núcleo de la personalidad, sin negar las posibilidades reguladoras de
los motivos inconscientes, la unidad de los aspectos cognitivos y afectivos como
elemento determinante del potencial regulador del motivo; es decir, la necesaria
vinculación de operaciones intelectuales y vivencias y la capacidad del sujeto para
emplear sus recursos personológicos, a fin de dirigir su comportamiento presente y
orientarse hacia metas y proyectos futuros.

Esta posición se traduce en el plano metodológico de la siguiente forma: el estudio de


la personalidad y la motivación no puede basarse en los resultados aportados por una
técnica aislada ni reducirse a la aplicación de test psicológicos que responden a
criterios de estandarización.
Esta tendencia a la cuantificación obvia las potencialidades del desarrollo de la
personalidad, no permite captar la dinámica que caracteriza la forma en que operan
sus contenidos, la cual adquiere una expresión particular e irrepetible en cada sujeto
concreto.
Atendiendo a lo antes señalado, el autor propone la utilización del método clínico y de
técnicas no estandarizadas que permiten el análisis cualitativo de la constelación
específica, que presentan en el sujeto concreto, los diferentes contenidos
personológicos. Al respecto escribe: “En nuestras investigaciones sobre motivación
profesional nos planteamos el empleo de técnicas abiertas de expresión,
esencialmente composiciones, reflexiones y vivencias de forma espontánea. Creemos
que este tipo de técnica reviste una importancia especial para estudiar la motivación

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en su nivel superior, o sea, cuando esta se integra en determinadas formaciones


conscientes y tiene una sólida expresión volitiva, orientada al futuro por el propio
sujeto” (González R., 1983, pág. 23-24).
Para designar el nivel superior de desarrollo de la motivación profesional, González
Rey utiliza el término de “intenciones profesionales”, aunque acepta la posibilidad de
que no necesariamente este nivel de desarrollo se observe en todos los sujetos ni
aparezca de manera automática en la edad juvenil, etapa en la cual, a juicio de
numerosos autores, la elección profesional se convierte en un importante elemento de
orientación motivacional del sujeto.
En sus investigaciones constata la existencia de dos niveles de desarrollo de la
motivación hacia la profesión; un nivel superior, donde se presentan intenciones
profesionales precisas y bien fundamentadas y un nivel inferior, donde se ubican los
estudiantes que no poseen intenciones profesionales definidas.
La intención profesional, nivel superior de desarrollo de la motivación hacia la
profesión, se caracteriza por parámetros tales como: conocimiento amplio y preciso
por parte del joven del contenido de su futura profesión y elevada significación afectiva
de estos contenidos, los cuales se convierten en objeto de su elaboración intelectual
(reflexiones, juicios propios, etc.) con un profundo matiz emocional. Estos motivos no
sólo poseen sentido para el sujeto en su vida presente, sino que se proyectan al futuro
en forma de metas, planes, etc., quedando comprometida la autovaloración en la
consecuencia de sus fines.

La caracterización de estos niveles extremos nos llevó a la siguiente consideración: la


motivación hacia la profesión atraviesa por diferentes fases en su proceso de
desarrollo antes de convertirse en una intención profesional conscientemente asumida
y reguladora efectiva del comportamiento por parte del sujeto. La determinación de
otros niveles resulta posible y a la vez necesaria. En ese sentido, también se
pronuncia el propio autor, cuando expresa: “ ... al plantear la importancia del nivel
superior de la motivación humana para la elección profesional, no pretendemos de
forma alguna inferir que el hombre solo se orienta hacia la profesión mediante esta
compleja formación psicológica (refiriéndose a la intención profesional, L.D.). La
motivación hacia la profesión, como toda motivación humana, tiene distintos niveles de
desarrollo…” (González R., 1983, pág. 7).
Basándonos en la definición del autor acerca de los aspectos estructurales integrantes
de la personalidad (González R., 1989), concebimos la motivación profesional como
subsistema de regulación motivacional, que puede alcanzar distintos grados de
organización, como son los siguientes:

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 “Unidad psicológica primaria” cuando se trata de una integración de aspectos


cognitivos y afectivos, relativamente estable, que se expresa de forma inmediata sobre
el comportamiento en aquellas situaciones vinculadas a su acción reguladora.
 “Formación motivacional” cuando constituye un subsistema de regulación que integra
diferentes motivos, adquiriendo la condición de formación motivacional compleja, en la
medida en que sus contenidos alcanzan un adecuado nivel de elaboración e
individualización y participan de manera mediata en la regulación del comportamiento.
En este caso, la motivación profesional de convierte en la forma de expresión e
instrumentación de una tendencia orientadora de la personalidad en la esfera
profesional.
Al analizar la relación entre las tendencias orientadoras de la personalidad y las
formaciones motivacionales complejas, F. González, (1989) plantea: “Las tendencias
orientadoras se expresan, de manera general, mediante el sistema integral de la
personalidad, al constituir componentes esenciales de las formaciones motivacionales
complejas de esta (autovaloración, ideales, intenciones, concepción del mundo,
convicciones, etc.), y mediante el sistema de actitudes de la personalidad” (pág. 59).
A la vez, al caracterizar las formaciones motivacionales complejas, escribe “ …son
formas bien definidas de expresión e instrumentación de las tendencias orientadoras
de la personalidad, las cuales no se expresan de manera directa en el comportamiento
concreto, sino formando parte de un complejo sistema regulador interno, compuesto
por estas estructuras” (30,61).
Partiendo de los elementos anteriores, podemos deducir que la motivación profesional
se constituye en intención, como formación motivacional compleja, cuando se apoya
en la existencia de una tendencia orientadora que permite al joven la elaboración
consciente de los contenidos de su motivación profesional en las dimensiones de su
vida presente y futura. Estos contenidos individualizados, poseen una fuerte carga
emocional, abarcan una sólida proyección futura y permiten una regulación efectiva del
comportamiento.
Por último, la motivación profesional desde el punto de vista de su estructura también
puede convertirse en componente de una “síntesis reguladora” al vincularse a otros
elementos y formaciones, que de forma simultánea se integran en diferentes
configuraciones psicológicas. Este nivel, aún insuficientemente estudiado y que por su
complejidad no pretendemos determinar en el presente trabajo, constituye una
importante línea en la investigación futura de esta área.
En cada una de las diferentes formas de manifestación estructural de la motivación
profesional, los indicadores funcionales adquieren características distintivas, ya que lo
estructural y lo funcional se presentan en la personalidad como unidad. Estas

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314

consideraciones avalan la posibilidad de discriminar diferentes niveles de desarrollo de


la motivación profesional, teniendo en cuenta sus componentes, en la estrecha
interrelación de los aspectos dinámicos y de contenido que los caracteriza.
Los parámetros para el diagnóstico de la motivación profesional utilizados por
González Rey (1983), fueron los siguientes (pág. 25-27):
1. Conocimiento del escolar sobre el contenido de profesión, de las particularidades de
las tareas a desarrollar y de las características personales necesarias para su exitoso
desempeño.
2. Manifestación emocional en la expresión del contenido y ante las actividades
relacionadas con su motivación profesional.
3. Elaboración personal, cuando el escolar expone sus conocimientos de forma reflexiva,
se plantea objetivos futuros y realiza un análisis de sus posibilidades para alcanzarlos.
4. Efectividad de la motivación profesional, teniendo en cuenta la posición del escolar
ante las asignaturas afines a la profesión, participación en actividades extradocentes y
el criterio de jueces (padres, profesores y compañeros).
En la primera etapa de nuestras investigaciones (diagnóstico preliminar) utilizamos
estos parámetros, que como puede observarse, abarcan tanto indicadores internos
(conocimiento, vínculo afectivo y elaboración personal) como indicadores externos
(efectividad). Ellos sirvieron de punto de partida para la segunda etapa (diagnóstico
final), donde operamos con la categoría de “componentes” (cognitivo, afectivo,
autovalorativo y de proyección futura) como elementos claves para la discriminación
de los niveles de desarrollo de la motivación profesional.
En esta segunda etapa la caracterización de los niveles fue realizada atendiendo al
grado de estructuración y forma de integración de los componentes. También en este
caso efectuamos un estudio de indicadores internos (valorativo-vivenciales) y externos
(comportamentales) y establecimos una interrelación entre los mismos, apoyándonos
en el procesamiento estadístico.
No obstante, consideramos importante aclarar que en la determinación de los
indicadores para la caracterización de los componentes y niveles concedemos la
primacía a los indicadores internos.
Esta orientación teórico-metodológica la asumimos como resultado de considerar el
carácter plurimotivado de toda actividad externa, tanto en términos de proceso como
de finalidad, idea que nos permitió deducir que no en todos los niveles se produce una
relación necesaria entre el desarrollo alcanzado por la motivación profesional y la
presencia (o ausencia) de aquellas conductas “esperadas” como consecuencia de sus
potencialidades reguladoras. Es decir, que por ejemplo, un estudiante podía participar
activamente en el proceso de su preparación profesional y obtener calificaciones

314
315

elevadas, con un insuficiente desarrollo de su motivación profesional (ausencia de una


real orientación motivacional hacia el contenido de su profesión), ya que podrían existir
otros motivos dinamizadores de tal comportamiento. Si en este caso atendíamos a los
indicadores conductuales no se lograba una caracterización adecuada de la formación
objeto de nuestro estudio, desde lo psicológico.
Por último, quisiéramos brevemente mostrar la forma en que otros investigadores
cubanos, a los que hicimos referencia en el epígrafe anterior, han tenido en cuenta en
sus trabajos los contenidos autovalorativos y de proyección futura en la esfera
profesional.
 Conocimiento de las características personales necesarias para el desempeño de la
profesión y manifestación de una tendencia a la autodeterminación, como parámetros
distintivos de la intención profesional (González R., 1983; Ibarra, 1988; Valdés, 1984).
 La expectativa motivacional en términos de proyectos, propósitos y planes del sujeto
en su orientación futura (como anticipación), indicador que constituye una vía de
expresión de la efectividad de la motivación profesional (Brito, 1987).
 El sistema de objetivos relativos a la actividad profesional que el sujeto se propone
desarrollar como indicador que permite, en su relación con otros, establecer diferentes
niveles de integración de la motivación profesional (González M., 1989).
Como se observa, estos autores, además de valorar aspectos cognitivos y afectivos,
coinciden en reconocer el papel de la autovaloración y de la proyección futura, como
componentes de la esfera motivacional estrechamente relacionados con las
potencialidades reguladoras de la motivación profesional.
2.2) Caracterización de la motivación profesional en nuestra propuesta.
Como señalábamos al inicio de este trabajo, pasaremos a exponer finalmente los
principales resultados aportados por nuestra tesis de doctorado (Domínguez, 1992),
que constituyen, a nuestro juicio, una alternativa para el diagnóstico y la
caracterización de la motivación profesional como formación psicológica de la
personalidad.
Para lograr el Objetivo Central de la tesis, relativo a caracterizar los niveles de
desarrollo de la motivación profesional en estudiantes cubanos pertenecientes a la
etapa juvenil, partimos de la Hipótesis siguiente: “resulta posible determinar la
existencia de distintos niveles de desarrollo de esta formación, de acuerdo con la
forma en que se manifiestan e integran sus principales componentes”.
Como componentes de la motivación profesional definimos los siguientes:
Componente cognitivo: Conocimiento que posee el sujeto de su futura profesión en
cuanto a objeto, utilidad social, perfil ocupacional y características personales

315
316

necesarias para su desempeño. El mismo puede evaluarse por los siguientes


indicadores:
 Adecuado: Cuando el sujeto demuestra poseer información apropiada sobre los
diferentes aspectos antes mencionados.
 Parcial: Cuando dicha información resulta incompleta abarcando algunos aspectos en
mayor medida que otros.
 Insuficiente: Cuando la información es poco precisa o se desconocen determinados
aspectos.
Componente afectivo: Actitud emocional del sujeto hacia la profesión. Esta actitud
puede tener un carácter positivo, negativo o ambivalente.
 Positivo: Cuando el sujeto manifiesta agrado o satisfacción en cuanto a la profesión
elegida.
 Negativo: Cuando el sujeto muestra descontento o rechazo en relación con la misma.
 Ambivalente: Cuando el sujeto expresa, a la vez, elementos en sentido contrario, es
decir, positivos y negativos.

Componente autovalorativo: Valoración que realiza el sujeto de las características


de su personalidad (cualidades intereses, etc.) que se relacionan con sus estudios
actuales y futuro desempeño de la profesión. Este componente se analizó a través de
los siguientes indicadores:
Contenidos autovalorativos relacionados con el estudio: Se refiere a la valoración
del sujeto acerca de la influencia ejercida por sus características personales en los
resultados que obtiene en sus estudios actuales.
Contenidos autovalorativos relacionados con la profesión: Valoración del sujeto
en cuanto a la posible influencia de sus características personales en el futuro
desempeño de la profesión elegida.
En ambos casos la influencia ejercida puede ser valorada como positiva, cuando el
sujeto la considera favorable, o negativa, cuando ocurre lo contrario, o ambivalente
cuando se produce en ambas direcciones. En todos los casos evaluamos la riqueza de
contenido manifestada.
Flexibilidad: Valoración del sujeto en torno a las causas de los resultados contrarios a
sus expectativas en el estudio y si expresa la necesidad de autoperfeccionamiento con
vistas a lograr un desempeño exitoso de la profesión futura.
De acuerdo con los indicadores anteriores este componente puede presentarse de la
siguiente forma:
 Componente autovalorativo desarrollado: Cuando el sujeto realiza una valoración
de sus características personales vinculadas al estudio y la futura profesión con

316
317

riqueza de contenido y a través de su elaboración personal, considerando en sentido


general como favorable la influencia que las mismas ejercen en sus resultados
actuales y posterior desempeño profesional. Logra además, un análisis reflexivo y
flexible acerca de las causas que provocan resultados contrarios a sus expectativas en
el estudio y se plantea la necesidad de transformar o alcanzar determinadas
cualidades personales que favorezcan su futuro quehacer profesional.
 Componente autovalorativo parcialmente desarrollado: Cuando el sujeto realiza
una valoración de sus características personales referida fundamentalmente a sus
estudios actuales, considerando también como positiva la influencia que ejercen las
mismas. Los contenidos autovalorativos relacionados con la futura profesión no se
presentan o quedan en un plano declarativo. No se manifiesta o fundamenta la
necesidad de autoperfeccionamiento con vistas a la futura vida profesional, aunque se
realiza un análisis reflexivo y flexible en torno a las causas de los resultados
contrarios a sus expectativas.

 Componentes autovalorativo no desarrollado: Cuando la valoración del sujeto se


reduce a la enumeración de algunas cualidades vinculadas a sus estudios actuales y/o
futura profesión, las cuales como tendencia se asocian de forma negativa a la
obtención de resultados satisfactorios en el estudio o no se les confiere influencia
alguna. Las causas de resultados contrarios a sus expectativas se mencionan de
manera formal, sin un análisis reflexivo y flexible de ellas. Tampoco fundamentan la
necesidad de alcanzar o transformar determinadas características personales que
contribuyan al desempeño exitoso de la profesión.
Componente de proyección futura: Elaboración cognitivo-afectiva del sujeto en
cuanto a sus perspectivas de desarrollo personal en la esfera profesional y del aporte
social que espera brindar a través de su ejercicio. Esta proyección abarca los
siguientes indicadores:
Planteamiento de objetivos futuros: Cuando el sujeto se propone alcanzar
determinados objetivos de carácter mediato relacionados con la esfera profesional,
teniendo en cuanta la riqueza y nivel de estructuración de los mismos.
Estrategia para el logro de los objetivos: Cuando el sujeto expresa las vías o
formas a través de las cuales considera posible alcanzar sus objetivos.
En consonancia con estos indicadores llegamos a la evaluación de este componente
como sigue:
 Componente de proyección futura desarrollado: Cuando el sujeto se plantea
objetivos mediatos que reflejan las tareas profesionales que desearía acometer en el
futuro, la necesidad de continuar superándose en la profesión elegida y aportar al

317
318

desarrollo social. Estos objetivos se fundamentan a través de juicios propios, con un


alto grado de implicación emocional, riqueza y estructuración. En la fundamentación
de sus objetivos el sujeto manifiesta aquellas vías a través de las cuales se propone
alcanzarlos.
 Componente de proyección futura parcialmente desarrollado: Cuando el sujeto se
plantea objetivos mediatos con menor riqueza, estructuración y nivel de
fundamentación que en el caso anterior, aunque demuestra su compromiso afectivo
hacia los mismos. A la vez, el sujeto, no logra argumentar aquellas vías a partir de las
cuales pretende lograr sus propósitos.
 Componente de proyección futura no desarrollado: Cuando la proyección futura
del sujeto en la esfera profesional queda reducida a la enumeración de determinados
objetivos que no se fundamentan ni ponen de manifiesto una implicación emocional en
su consecución. Tampoco expresa las vías que le permiten alcanzar estos.

La caracterización de estos componentes a partir de un conjunto de indicadores


elaborados para su diagnóstico y mediante la utilización de técnicas de expresión
abierta (composiciones, cuestionarios, entrevistas, etc.) nos permitió establecer
diferentes niveles de desarrollo de la motivación profesional, en jóvenes que cursan
diferentes carreras en nuestro país.
Esta concepción metodológica se sustentó en el empleo del método clínico,
entendido como exploración intensiva de carácter cualitativo del sujeto individual, ya
que lo general se expresa a través de lo singular.
De esta forma, partiendo de cómo se expresan algunas particularidades generales en
el plano individual y atendiendo tanto a los aspectos de contenido como funcionales,
establecimos los niveles de desarrollo de la motivación profesional. La muestra estuvo
conformada en la etapa diagnóstica inicial por 270 estudiantes de preuniversitario y
300 universitarios y en la etapa diagnóstica final por 176 estudiantes universitarios de
diferentes carreras.
Este resultado, de la caracterización de la motivación profesional por niveles,
atendiendo a la expresión e integración de los cuatro componentes descritos,
constituye el elemento distintivo de la alternativa que proponemos para la
caracterización psicológica de esta formación.
Los niveles de desarrollo de la motivación profesional discriminados fueron los
siguientes:
Nivel I. Los componentes de la motivación profesional presentan un desarrollo
adecuado y se integran armónicamente. De aquí que los estudiantes que han
alcanzado este nivel se caractericen por:

318
319

 un conocimiento adecuado del contenido de la futura profesión;


 una actitud emocional positiva hacia la misma;
 riqueza y flexibilidad de los contenidos autovalorativos vinculados a las esferas del
estudio y la profesión y tendencia al autoperfeccionamiento;
 proyección futura elaborada en cuanto al planteamiento de objetivos y de la estrategia
correspondiente para su consecución;
 los diferentes contenidos, en general, se expresan a través de la elaboración personal
del sujeto.
Nivel II. Se presenta una tendencia al desarrollo parcial de los componentes
analizados y su integración adquiere también un carácter parcial. Los estudiantes
portadores de este nivel se caracterizan por:

 un conocimiento adecuado o parcial del contenido de la futura profesión;


 una actitud emocional positiva hacia ella;
 los contenidos autovalorativos pueden encontrarse desarrollados de forma similar al
grupo anterior, o parcialmente desarrollados cuando su riqueza y flexibilidad se halla
relacionada fundamentalmente con la esfera de los estudios actuales;
 la proyección futura también puede alcanzar un desarrollo adecuado o ser parcial, en la
medida en que el sujeto lograr un menor nivel de fundamentación de los objetivos que
se propone y de las vías a través de las cuales pretende lograr sus propósitos;
 la elaboración personal resulta desigual al manifestarse en distinta medida en la
expresión de los contenidos.
Partiendo de estas características, en este nivel se presentan diferentes subniveles, de
acuerdo esencialmente con la forma de manifestación e integración de los
componentes autovalorativos y de proyección futura.
Subnivel II.1. Componente autovalorativo desarrollado y componente de proyección
futura parcialmente desarrollado.
Subnivel II.2. Componente autovalorativo parcialmente desarrollado y componente de
proyección futura desarrollado.
Subnivel II.3. Ambos componentes parcialmente desarrollados.
Nivel III. En este nivel también se observa una tendencia al desarrollado parcial de los
componentes. Se diferencia del anterior en que aquellos de mayor complejidad
psicológica (autovalorativo y de proyección futura) pueden no encontrarse
desarrollados. Los estudiantes pertenecientes a este nivel se caracterizan por:
 un conocimiento parcial del contenido de la futura profesión;
 una positiva actitud emocional hacia la misma;

319
320

 los contenidos autovalorativos aparecen parcialmente desarrollados de manera


semejante a lo explicado para el grupo anterior, o no se encuentran desarrollados. En
este último caso, la valoración del sujeto se reduce a la enumeración de algunas
cualidades vinculadas a sus estudios actuales y/o futura profesión, sin un análisis
acerca de las mismas, que exprese la necesidad de autoperfeccionamiento y su
flexibilidad;
 la proyección futura también puede presentar un desarrollo parcial o quedar reducida
al planteamiento de determinados objetivos que no se fundamentan ni ponen de
manifiesto la implicación emocional del sujeto en su consecución.

De acuerdo a lo anterior, este nivel incluye los siguientes subniveles:


Subnivel III.1. Componente autovalorativo parcialmente desarrollado y componente de
proyección futura no desarrollado.
Subnivel III.2. Componente autovalorativo no desarrollado y componente de
proyección futura parcialmente desarrollado.
Nivel IV. En este nivel sólo se produce una integración de los componentes cognitivo y
afectivo de la motivación profesional, y se manifiesta en particular una implicación
emocional positiva con la profesión. Las características de los estudiantes que lo
representan son los siguientes:
 un conocimiento parcial o insuficiente del contenido de la futura profesión;
 una actitud emocional positiva;
 los contenidos de la autovaloración y de la proyección futura en la esfera profesional
no se encuentran desarrollados;
 no se presenta una elaboración personal de los contenidos.

Nivel V. Al igual que en el nivel anterior se expresan e integran únicamente los


componentes cognitivo y afectivo, pero en este caso la actitud emocional respecto a la
profesión resulta ambivalente o negativa. En este nivel los estudiantes se caracterizan
por:
 un conocimiento insuficiente del contenido de la profesión;
 una actitud emocional ambivalente o negativa hacia la misma;
 los contenidos autovalorativos y de proyección futura no se encuentran desarrollados;
 tampoco se presenta una elaboración personal en la expresión de los contenidos.

Sobre la base del carácter de la actitud emocional manifestada, distinguimos dos


subniveles:
Subnivel V.1. Actitud emocional ambivalente.

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321

Subnivel V.2. Actitud emocional negativa


Teniendo en cuenta el desarrollo e integración de los componentes estudiados,
podemos afirmar que en el nivel I nos encontramos en presencia del nivel superior de
desarrollo de la motivación profesional; es decir, que la misma se ha estructurado
como formación motivacional compleja (intención), como expresión de una tendencia
orientadora de la personalidad hacia esta esfera.
Por su parte, el nivel II representa, a nuestro juicio, la etapa inicial de formación de
aquellas potencialidades psicológicas necesarias para arribar al nivel superior de
desarrollo.
Como indicadores de estas potencialidades, observamos la presencia de elaboración
personal y de contenidos motivacionales como expresión del desarrollo alcanzado por
los componentes más complejos que intervienen en la regulación del comportamiento
(autovalorativo y de proyección futura).
Aquí la motivación profesional aparece como formación motivacional que se sustenta
en una tendencia orientadora de la personalidad en un incipiente estado de su
desarrollo.
En cuanto al nivel III lo consideramos un momento intermedio o etapa de tránsito
entre los niveles en los que la motivación profesional como intención se halla
consolidada o en proceso de formación (I y II) y aquellos en los cuales aún opera
como unidad psicológica primaria (IV y V).
Con relación a los niveles IV y V, si bien ambos constituyen expresión de un limitado
desarrollado de la motivación profesional, cabe destacar que mientras en el IV
aparecen las premisas básicas para que este desarrollo se produzca (conocimiento e
implicación emocional positiva), en el V se manifiesta una actitud de ambigüedad o
rechazo hacia la profesión que se convierte en obstáculo de dicho desarrollo.
Como apuntamos anteriormente, en estos niveles (IV y V) la motivación profesional se
presenta como unidad psicológica primaria al constituir una integración de sus
componentes cognitivos y afectivos, que se vinculan de manera más directa al
contenido de su acción reguladora. Estos contenidos motivacionales no se
fundamentan a través de la elaboración personal. El sujeto no logra utilizar en
estos casos sus operaciones
cognitivas para estructurar de forma individualizada dichos contenidos, ni proyectarse
al futuro y comprometer su autovaloración de la consecución de determinados fines.
Al analizar la distribución de los estudiantes en los niveles establecidos, aparece como
más representativo el IV para la muestra total.

321
322

Lo anterior indica que en general resulta característico en los jóvenes estudiados, un


desarrollo de la motivación profesional que se reduce a la presencia de sus premisas
básicas y por tanto un insuficiente desarrollo de esta formación.
La valoración de los datos aportados por las diferentes técnicas nos permitió
caracterizar los distintos niveles de desarrollo de la motivación profesional y conocer
qué tipo de relaciones se establecen entre los distintos indicadores utilizados.
Estos niveles constituyen una “tipología de las distintas etapas de desarrollo de la
motivación profesional, pues son configuraciones psicológicas individualizadas que se
determinan por la integración de sus aspectos estructurales y funcionales, de
contenido y dinámicos” (González R., s/f, pág. 32). Esta diferenciación permite
destacar aquello que resulta relevante de manera particular, en sujetos que operan en
niveles semejantes.
Conclusiones
A través del presente trabajo hemos hecho referencia a la concepción teórica y
metodológica que orientó nuestras investigaciones y a la alternativa en la
caracterización de la motivación profesional que se derivó de esta. En resumen, las
ideas esenciales que destacamos son las siguientes:
 Considerar la personalidad como configuración subjetiva y nivel superior de regulación
psicológica, cuyo núcleo lo conforma la esfera motivacional y su jerarquía.
 Entender la motivación profesional como formación de la personalidad, que en su
desarrollo, se convierte en subsistema de regulación motivacional. Este subsistema,
cuando se organiza como formación psicológica compleja, integra aspectos de la
autovaloración y permite al sujeto estructurar los contenidos motivacionales
vinculados a la profesión, en las dimensiones de su vida presente y futura.
 Destacar la importancia de la autovaloración y de la proyección futura en la regulación
personológica y en particular, de sus aspectos relacionados con el proceso de
elección, estudio y desempeño de la profesión, cuestión que ha sido reconocida por
numerosos investigadores del tema.
 Concebir el desarrollo de la motivación profesional como elemento integrante del
desarrollo de la personalidad y por tanto, como proceso que depende en importante
medida de la educación, en su más amplio sentido.
 Se confirmó, empíricamente, la posibilidad de caracterizar diferentes niveles de
desarrollo de la motivación profesional a partir de la evaluación de los componentes
que definimos como fundamentales para ello. Estos componentes se manifiestan e
integran de distintas formas en cada nivel.

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323

 La inclusión en el diagnóstico de la motivación profesional de los componentes


autovalorativo y de protección futura, además del cognitivo y el afectivo, permitió una
discriminación más precisa de sus niveles de desarrollo.
Los componentes autovalorativos y de proyección futura, aunque no aparecen en
aquellos niveles donde el desarrollo de la motivación profesional presenta mayores
limitaciones (V y IV), adquieren en los restantes (I, II y III) formas de manifestación
cualitativamente diferentes.

A la vez, el componente afectivo se convirtió en el criterio más discriminatorio dentro


de los niveles menos desarrollados. En ellos, la actitud emocional adoptó diferentes
matices: positiva (IV) y ambivalente o negativa (V).
 Se comprobó la relación existente entre los diferentes componentes estudiados. El
conocimiento de la futura profesión y una actitud emocional positiva hacia la misma,
posibilita al joven la elaboración consciente de su proyección futura en esta esfera y el
compromiso de su autovaloración en la consecución de los fines que se propone.
Por el contrario, el desconocimiento de los aspectos esenciales de la profesión y la
ausencia de una actitud emocional positiva hacia su contenido, impide al estudiante la
estructuración de sus propósitos relativos al futuro desempeño profesional y que su
autovaloración se implique en las tareas de su formación.
 Es posible deducir de lo anterior que la presencia de los componentes cognitivo y
afectivo de la motivación profesional constituye la premisa básica de su desarrollo.
En este proceso se forman y consolidan posteriormente los componentes más
complejos, autovalorativo y de proyección futura, convirtiéndose en importantes
indicadores de dicho desarrollo.
 En consonancia con los resultados obtenidos en nuestro país por otros investigadores,
se evidenció el limitado desarrollo de la motivación profesional en los estudiantes de
preuniversitario y universitarios. La mayoría de los jóvenes se caracteriza por un
conocimiento parcial o insuficiente del contenido de la profesión futura y la ausencia
tanto de criterios autovalorativos como de una proyección sobre la base de objetivos
mediatos que regulen su comportamiento presente.
 No obstante, en estos mismos sujetos, resalta la actitud emocional positiva hacia la
profesión, lo que indica a nuestro juicio la elevada significación afectiva que posee
para estos su realización como profesionales. Esta actitud emocional positiva se
convierte en condición favorable para el desarrollo de la motivación profesional y debe
ser considerada y potenciada de manera consciente en el proceso docente educativo.

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