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Fuente: La República, 12 de octubre de 2008

La corrupción, otra vez


Luis Jaime Cisneros

Cuánto debe aprender la escuela de estos recientes episodios, tristes y aleccionadores, que tanto
dañan a la moral y que, bajo distintas formas, van asolando las capas sociales y alimentando la
voracidad noticiosa de los medios de comunicación.

Cómo no se va a sentir herida la ciudadanía si a tanta noticia indeseable con que nos reciben
radio, televisión y prensa, vinculada con desastres ecológicos, biológicos y económicos, se
agrega, ahora, este deleznable testimonio de corrupción. A la escuela debe dolerle la noticia.

Basadre nos pedía trabajar para que nuestra labor contribuyese a impedir que el país se
convirtiera en una chacra. Y desde muchas esquinas nos amenaza el lodo. Sí, estamos bien
económicamente, y parece que la actual crisis internacional no podrá afectarnos gravemente.
Estamos aparentemente bien. Pero si moralmente estamos oscurecidos, no hay manera de que
nos reconozcamos felices. Si el espíritu no se sabe en plena actividad, no estamos libres. El
espíritu está siendo vencido en todas las esquinas. Y a la esquina que más le tememos es a la
económica. No tener dinero, no tener trabajo, son ciertamente dolorosas situaciones.

No tener moral es frecuentar la nada denigrante. Por eso la escuela debe tomar nota de todo lo
que se agrega desde ahora a su trabajo ya recargado y poco eficiente. Lenguaje y matemáticas
en pobre relieve, ciertamente. Lo dicen los exámenes. Y nos reduce el pavor saber que
compartimos la desgracia con otros países.

Pero nos sentiríamos menos dolidos si pudiésemos reconocer que estamos salvando el espíritu.
Los muchachos deben oírnos ahora, precisamente ahora. El papa Benedicto XVI, en un valioso
discurso pronunciado en Francia, acaba de analizar cómo está dañada la cultura, cómo está el
espíritu acorralado, cómo el descreimiento va envolviendo a la humanidad, al mismo tiempo que
celebramos el triunfo estricto del dinero y de la máquina.

Insisto en que es la hora de la escuela. Frente a tanta noticia desgraciada, la escuela debe
reforzar su deber de contribuir a que los jóvenes se descubran creadores de una realidad en que
la claridad de la libertad y la justicia ayuden al individuo a realizarse y a construir su destino. No
hay modo de que podamos corregir los errores de hoy, si perdemos la fe en la cultura. La cultura
no tiene nada que ver con los efímeros dioses del consumo y el dinero. Tiene que ver con la fe en
los valores. Y es tarea de la escuela, no de los bancos, no de las empresas, no de los
pregonadores de la discordia, no de los cegadores del pueblo, no de los enfermos del ideal. La
escuela es la casa donde el hombre aprende a gobernarse a sí mismo. Solo logrando ese triunfo
podremos desterrar virus tan pernicioso.
Pero hay algo más que debemos tener en cuenta. Que ocurran estas cosas no solamente da
cuenta del desprestigio que sufre la moral entre nosotros. Esto habla también del grado de cultura
de nuestra clase dirigente. Tenemos una idea cabal del grado de educación cívica de que dan
muestra quienes cautelosamente graban conversaciones con ánimo específico de malinterpretar
los servicios efectivos de que nos permiten disfrutar los avances electrónicos.

Sí, es verdad que, como en muchas otras partes, nuestra educación está en declive, y son los
campos de la lengua y de las matemáticas los necesitados de urgente revisión. Acá tenemos que
agregar, con empeñoso esfuerzo, la educación cívica. Y debemos destacar, como marco augural
de esa enseñanza, la moral de nuestros abuelos.

No se trata de que debemos inventar una moral. Hay que recordar la que habiendo heredado,
hemos perdido. Ha habido (y hay) mucha gente decente cuyo nombre la escuela debe recordar
como ejemplo para imitar. Pero verdad es también que lo ocurrido no solamente afecta a quienes
aparecen comprometidos. Nos mancha a todos.

Y quizás convenga recordar un hermoso texto de Basadre: "A toda esta gente hay que combatirla,
pero con el arma mejor que es el ejemplo contrario. Lo importante es no ceder a la tentación de
participar en la feria de estos hombres. Querámoslo o no, pertenecemos a una misma familia
todos los que de veras consideramos al Perú no como un festín sino como una tarea. Pero tarea
quiere decir algo que debemos meditar, estudiar y resolver sin fórmulas previas ni recetas
fijas" (Apertura, 509).

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