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Al grito de ¡Yeam! ¡Yeam! (iniciales de y en a marre, que en francés simboliza:
estamos hartos), estalló la rebelión más extraordinaria de la historia humana . . . Era
en 1975.
1975: ¡ Estamos hartos!
Los "acontecimientos de 1975"
comenzaron con un leve incidente. Seis
obreros textiles despedidos. La fábrica en
que trabajaban se había fusionado con
otras, y la reorganización suponía una
reducción de personal. Se hicieron test a
todos los trabajadores, y los seis que
tenían el coeficiente intelectual más bajo
se encontraron en la calle. Así
comenzaron los seis meses que influirían
en la historia francesa de igual modo que
julio de 1789.
Una hora después de los despidos, la
noticia ya pasa de fábrica en fábrica. A la
noche, todo Roubaix-Tourcoing está en
huelga. Al día siguiente, todo el Norte. El
7 de mayo aparecen inscripciones en las
paredes de Francia: "¡Basta de despidos
por los test!". El 9 se multiplican los paros
y el 10 la huelga es general.
Huelga salvaje, sin consignas de las
centrales sindicales. El 12, un movimiento
infinitamente más amplio la sobrepasaba.
Terminaría por derribar a la sociedad
moderna.
Hoy - 20 años después - sociólogos y
políticos todavía se preguntan porque se
derrumbó esa sociedad. Hemos
reconstruido la cronología de esos
acontecimientos inverosímiles. La forma
en que se sucedieron acabarían por
trastornar nuestra manera de vivir.
El 11 de mayo la huelga general
continuaba con una consigna muy simple:
"¡Basta de test!". Nada de negociaciones.
Ningún dirigente del patronato ni de los
sindicatos parece ser capaz, ese día, de
comprender, combatir o canalizar el
movimiento.
El 12, la facultades están cerradas, y un
panfleto firmado "Sorbonne-Vincennes-
Nanterre", titulado "Los test sirven a la
patronal", es distribuido en las puertas de
las fabricas. Explica que los test, al
seleccionar a los trabajadores, permite
aumentar la "obtención de plusvalía".
Pero desde mayo de 1968 los dirigentes
de secciones sindicales desconfían de los
estudiantes. Los panfletos son destruidos
y sus difusores expulsados. Sin embargo,
esta establecido que este documento fue
leído y comentado en Renault y en el
Crédito Lyonnais.
El 13, un incidente irrisorio enciende la
pólvora. Liceos y colegios están cerrados
por ausencia de profesores, pero la
asociación de padres de los alumnos del
colegio técnico de la calle Clignancourt
difunden un libelo: "Sin tomar partido en
el conflicto actual, nos declaramos
hostiles a los test. El porvenir de nuestros
hijos puede estar comprometido si
responden mal a preguntas cuya
importancia no vemos". . .
Y el documento agrega: "¿Acaso nuestro
país sufre de delirio tecnocrático?".
Citada por la radio, la frase tiene éxito.
Ese día el personal técnico superior se
unía a la huelga. Protestaban contra las
periódicas "pruebas obligatorias de
capacitación", que cuestionaban
constantemente su puesto, y se
proclamaban "técnicos, y no tecnócratas".
Comenzaba la caza al tecnócrata.
El 15, los comerciantes cerraban sus
negocios. Contra los impuestos, sin duda,
pero sobre todo contra las multas que les
imponía el fisco. Uno de sus dirigentes
habla por televisión:

"Hasta ahora vivíamos dedicando el
tiempo a nuestros comercios. Hoy,
debemos pasar horas de trabajo
improductivo calculando nuestros
impuestos. Hay que ser egresado de la
Escuela Politécni-ca para tener un
almacén." Los negocios están ce-rrados,
pero Francia no protesta. Le Journal de
Genéve escribe: "parece que una
complicidad vincula a los comerciantes
con los clientes. Por primera vez, una
nación entera se une contra un enemigo
no muy bien determinado. ¿Quienes son
esos tecnócratas que Francia odia, y que
les reprocha?".
Los sicosociólogos defienden los test
Los errores del poder aclararían el
problema. Ningún gobierno se había
encontrado nunca en semejante situación.
Como siempre ocurre en semejantes
casos, acumuló errores. La frase "Júpiter
enloquece a quienes quiere perder" se
vuelve a escuchar cada vez que la historia
accede a un cambio. Al principio, el
gobierno no toma el asunto en serio. Ese
rechazo a la tecnocracia se parecía
extraordinariamente a las fórmulas de la
oposición de mayo de 1968, al "Esta
prohibido prohibir" que aparecía en los
muros de la Sorbona, a los "Subte-trabajo-
a dormir" escritos en aquellos carteles. En
los medios dirigentes se decía que se
trataba de una manifestación hippie.
Algunos evocaban la asociación "¡No
ideas!", también antitecnocrática que, en
Estados Unidos, había tenido una breve
existencia cuando la administración
Hoover. Unas pocas explica-ciones
acabarían con el problema y reagruparían
a los "ciudadanos conscientes" contra los
"simples holgazanes que teorizan su
pereza".
Y la televisión otorgo la palabra a los
sicosociólogos para que defendieran los
test, origen del conflicto.
Era el error que no había que cometer.
Esos personajes hablaron de "ergonomía",
del "acercamiento fiel de la sicología
ligado a los problemas industriales", de
las "estructuras estratificadas y lineales
de las empresas", de las " baterías de
aptitud mental primaria de Thurstone".
Empleaban un lenguaje incomprensible
para la masa del publico. El lenguaje de
técnicos.
La reacción fue inmediata. A la mañana
siguiente un panfleto circulaba por París:
"¡Nos ametrallan con palabras!". Y se
fundó la primera asociación "Antitest".
Desde miembros de "Lo importante
es la rosa" hasta "Amigos de Kafka"
Las asociaciones se multiplicaron en un
país donde toda vida parecía estar
detenida. El 31 de mayo ya había más de
cien. Asociaciones heteróclitas. "Los no-
concernidos" agrupaban jóvenes bajo una
única consigna: "¡Déjenos vivir
tranquilos!". Los miembros de "Lo
importante es la rosa" pregonaban el
abandono de las ciudades, el retorno al
campo. "Los Amigos de Kafka", en su
mayoría funcionarios, denunciaban las
aberraciones de la burocracia y
demostraban que esta complicaba
inútilmente -para nada- , por placer, la
vida de la gente sencilla. "Los
agrupamientos por el retorno a la vida
natural" publicaban estadísticas: el
número de enfermos mentales se había
multiplicado por cinco desde el gran salto
hacia el progreso. Cientos de miles de
campesinos se unían a "Los olvidados del
consumo", cuyos panfletos señalaban
"que el bienestar de algunos estaba
pagado por la miseria creciente de
otros.". Todos los descontentos se
expresaban, se cristalizaban denunciando
"la dictadura absurda de los tecnócratas
que no aportan nada".
Por fin encontraron una consigna: "Los no-
concernidos" realizaron una
manifestación en Bordeaux. El orador
terminó su discurso diciendo: "En pocas
palabras: ¡Estamos hartos de toda la
técnica!". La fórmula entusiasmó al
publico. Tres días después -nunca se supo
como, pero parece que esos objetos
fueron fabricados en todas partes por
artesanos-, miles de insignias aparecían
en los ojales franceses.
Tenían cuatro letras: "¡Y.E.A.M.!"
(Estamos hartos), signas de la extraña
consigna.
El Sunday Times escribía: "¿Los franceses
se volvieron locos?" En la sala Pleyel,
donde el ministro del Plan daba una
conferencia, y en la Grange-Aux-Belles
donde el secretario general de la C.G.T.
se hallaba en reunión, los oradores fueron
interrumpidos por los gritos de "¡Yeam,
Yeam!". Pero, ¿de que estaban hartos? Lo
explicaba un cartel del 5 de junio:
"Queremos salir del infantilismo técnico.
Nos negamos a la alienación por el objeto.
Hay que distinguir la posesión de bienes
necesarios de la carrera por los tesoros
ficticios. Queremos salvar nuestra
conciencia de ser."
Un periodista había escrito esto -mas o
menos- en 1969, para los intelectuales.
Seis años después, esa frase
entusiasmaba a un pueblo entero que la
resumía con el único grito de "¡Yeam!".
Y seguían los panfletos. "¿Que nos
importa atravesar el Atlántico en seis
horas en lugar de ocho, si ya no tenemos
tiempo para pensar?", decían. O "¿Son
ustedes más felices teniendo un
submarino atómico?", o "¿Cuantos
millones se gastan para preparar una
guerra que no estallará nunca?". Todo se
denunciaba: aberraciones de tecnocracia
que arruinaba el campo suprimiendo las
lineas departamentales, delirio
burocrático complicando la vida cotidiana.
Ninguna solución parcial era propuesta,
como si la nación francesa hubiese
comprendido repentinamente que lo que
había que cambiar eran las bases mismas
de su vida. Mas que una huelga, era el
paro total de un país.
Todos los franceses partían hacia el
campo
Había que encontrar una salida. El
presidente de la república decide hacer
un referendum, con una sola pregunta:
"¿Aprueba usted el proyecto de ley
Nro.19.929?".
Se trataba de un "plan de cuatro años".
Preveía importantes inversiones para la
investigación científica y la modernización
del equipo nacional.
El presidente habla por televisión.
Habla del "Indispensable dominio de las
técnicas modernas, sin las cuales una
nación se vuelve subdesarrollada y
esclava", de los "mañanas esplendorosos
que coronaran nuestro esfuerzo", y
termina precisando que "la respuesta de
los buenos franceses liquidara un
idealismo confuso".
La reacción del publico fue simple: al día
siguiente del discurso televisado las rutas
estaban atestadas de coches, los trenes
colmados y los aviones repletos. Los
franceses partían hacia el campo.
Y se inicio entonces un dialogo de sordos.
Ministros, grandes empresarios, líderes
políticos y sindicales de todos los
partidos, extrañamente de acuerdo
pregonaban el "Si".
Les respondieron los manifiestos,
proclamando la abstención.
Un primer sondeo reveló un 60% de
futuros abstencionistas. Ocho días
después era el 80%. El referendum no se
efectúo. . .
El mundo entero miraba a Francia. ¿Que
ocurría? El presidente de la república
estaba en su lugar, y el gobierno,
dimitente, aseguraba los asuntos
corrientes. Es decir que no hacía nada.
"Amenaza la catástrofe económica",
escribía el Times; "la inflación, la
detención de las producciones
exportadoras van a determinar una crisis
que devolverá el poder a la gente
sensata. Esa crisis terminará tan
bruscamente como nació . . . "
Pero no pasó nada. Los franceses
trabajaban menos, es cierto, o no
trabajaban, pero consumían poco, iban
tirando. Y parecían estar muy bien. Los
enviados especiales de la prensa
internacional mandaban a sus periódicos
artículos estupefactos: "Hacen lo
necesario para vivir", escribía uno de
ellos, "pero no más. Circulan algunos
trenes, los negocios están abiertos, hay
de todo, pero la gente compra poco. Y
sobre todo, ¡sonríe! Caminé por las calles
de Saint-Etienne, ciudad oscura y triste
por definición. La gente parecía feliz,
hablaba alegremente entre si y se
abordaba sin cono-cerse. Todos los
carteles que recomiendan via-jes a países
lejanos están llenos de inscripciones:
"¿Conoce usted Dordogne o Ardeche?" Un
an-ciano con quien me encontré en una
calle de Lyon me dijo: "Nos instalamos en
la felicidad..."
La extensión del movimiento al extranjero
puede fecharse al partir del fracaso del
referendum. Comenzó en Alemania
Federal, donde el "Yeam" tuvo mucho
éxito. Luego fue Italia e Inglaterra. En
todas partes, la gente dejaba de trabajar
más allá de sus necesidades inmediatas,
tomaba su tiempo para soñar, para vivir.
Conferencias internacionales agrupaban a
los dirigentes y publicaban decisiones. Al
público no le importaban en lo más
mínimo. Estalló un incidente fronterizo
entre Checoeslovaquia y Alemania
Federal. Bonn decidió la movilización
general. Praga también: el 8% de los
reservistas llegaron a los cuarteles. En
toda Europa se difundió un panfleto:
"Hemos impedido la guerra porque hemos
comprendido la felicidad."
Poco a poco, en el transcurso del verano,
se instauró la nueva manera de vivir. En
todas partes el publico se dedicaba a sus
negocios, pero siempre velaba por "no
hacer demasiado porque sabemos a
donde nos llevaría eso". Reducida la
producción y el consumo, la gente se
instalaba en un nuevo bienestar,el del
individuo. Vivían, leían, eran felices.
Y esto dura desde hace treinta y cinco
años . . .
¿Que faltas cometieron los tecnócratas?
Tal vez la de haber intentado esclavizar al
hombre a sus técnicas en lugar de poner
las técnicas al servicio del hombre. En el
momento en que escribimos, se puede
dividir la población de Europa occidental
en dos: del 6 al 8 % de la gente continua
trabajando ferozmente, el resto vive.
Entrevistado por un periodista alemán,
uno de "los que trabajan" dijo:
-Hago tantos esfuerzos ahora porque
dentro de algunos años podré finalmente
descansar, vivir.
Y su hijo lo interrumpió:
-¿Por que no comenzar en seguida?
La estupefacción de los reporteros
norteame-ricanos era total. El enviado del
New York Times escribe: "Asistí a una
asamblea general de accionistas del
Crédito Lyonnais. Los problemas
planteados eran graves, urgentes. Se
discutía. Uno de los accionistas salió, y
luego volvió:
"-Señores, dijo, hay claro de luna . . ."
La sala quedo vacía . . .
Tome el subte. Sin pagar, porque aquí es
costumbre . . . Pero lo más difícil de creer
es que esto no tiene consecuencias. Los
dirigentes de la R.A.T.P. suprimieron los
guardas, ya que desde hace años sabían
perfectamente que el déficit de su
compañía no se agravaría demasiado si la
gente viajase gratis. Esta confesión no
influyo a favor de los tecnócratas. . .
Intentaron reagruparse para ´volver a
ocuparse del país´. Asistí a una de sus
reuniones. Gente muy diversa,
principalmente inspectores del fisco,
suboficiales de carera, empleados
estatales mezclados con científicos y altos
funcionarios. Trataban de probarse a si
mismos que eran indispensables. Y
esperaban también persuadir al publico.
La asamblea se retransmitía por
televisión. ¿Lo creerán ustedes? Los cines
compraron la cinta y la proyectaron con
inmenso éxito. . . Como film cómico. . .
Los franceses, que suprimieron la palabra
´urgente´ de su vocabulario, que ya no
responden el teléfono, que sueñan,
¿descubrieron una nueva manera de
vivir? El problema esta planteado al
mundo . . . "
Revista Nuevo Planeta - Febrero 1971