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El rol de la mujer en la sociedad colonial

Hispanoamericana
Resumen
Este artículo reflexiona acerca del rol de la mujer en la sociedad colonial
Hispanoamericana y su devenir en la sociedad moderna capitalista. Desde el
análisis del rol de la mujer en la sociedad colonial, en éste artículo no se pretende
hacer un escrito omnisciente sobre la cotidianidad de la mujer, tan sólo, por
nuestra parte, intentaremos hacer un análisis sucinto desde, el momento en el que
arriba a Costas caribeñas la mujer española; sobre el matrimonio y el influjo social
que tuvo la familia en la sociedad colonial y el rol que desempeñaba la mujer;
examinaremos de manera muy lateral la posición legal femenina y las costumbres
de la mujer en la sociedad colonial. Frente a la realidad actual, contrapondremos el
supuesto de sojuzgamiento de la mujer en la sociedad colonial, con el supuesto de
libertad moderna que gozan las mujeres. Ya no está en apogeo el dominio
machista en la sociedad moderna, no obstante, las mujeres, en nuestros días,
tienen una forma de opresión invisible a sus ojos

Palabras clave: Mujer, sociedad, colonial, Hispanoamérica.


En estos días, donde la competencia entre géneros se pone de manifiesto, vemos
como cada vez más adquiere, el rol de la mujer, un papel preponderante en
nuestras sociedades.
Las mujeres hoy en día, son, y quieren ser, ese timonel que se ponga al frente de
muchos estamentos en la sociedad. Unas aspiran a dominar las riendas de la
familia; otras aspiran a oficiar de gerentes en las grandes multinacionales; unas
son presidentes, gobernadoras, concejalas, senadores, alcaldesas, etc.; otras,
para su infortunio, son las invocadas como el adalid de la candidatura presidencial
de Capriles1. En suma, en un mundo, bajo la determinación individualista del
modelo neoliberal, los seres humanos adquieren una consciencia social enraizada
en la competencia y la mujer no es ajena a esta realidad.

De acuerdo a la vieja premisa que en muchos pensadores ha estado arraigada y


que refiere a la configuración de los patrones de conducta, las costumbres y la
ideología, en razón del contexto social y el momento histórico concreto, podemos
argüir que la competencia entre el hombre y la mujer responde a éste tránsito
histórico concreto.

Es por lo anterior, y a sabiendas de que lo que estuvo al orden del día, en épocas
pasadas fue la sumisión femenina, formularemos unas preguntas que nos
conduzcan a un intento investigativo, para lograr dilucidar algunas incógnitas que
hoy se gestan en el intento de escudriñar el rol de la mujer.
Por lo tanto, las aporías que intentaremos responder son las siguientes, a saber:
¿Qué tipo de rol desempañó la mujer en la sociedad colonial Hispanoamérica? Y
¿Qué forma de dominio tuvo en la familia y en la sociedad colonial? De tal suerte,
en consecuencia, de las respuestas de las siguientes cuestiones intentaremos
reflexionar en éste documento.

En tal lógica, haremos el siguiente recorrido discursivo en nuestro trabajo. En un


primer momento nos aproximaremos al tránsito de mujeres españolas a nuestras
tierras para valorar, tímidamente, el influjo cultural y el desempeño social de la
mujer en la sociedad colonial; en un segundo momento nos adentraremos al
estudio del matrimonio y el rol que desempeñó la mujer allí, en la familia; en un
tercer momento, pretendemos hacer una exégesis de la posición legal de la mujer;
cuarto, haremos un análisis de las costumbres femeninas y por último
intentaremos hacer alguna síntesis a modo de conclusión.

El arribo de la mujer española a las tierras de los criollos.

Lo que se estima es que el primer grupo de mujeres que llegaron a las islas del
Caribe eran colonizadoras y esposas. Se estima que las mujeres constituyeron del
5 al 17% de la población inmigrante. Es decir, la preeminencia de arribo a estas
tierras estuvo en los hombres. Según Lavrin, para el siglo XVI el asentamiento de
la mujer se caracterizó así: “Las mayorías de ellas procedían de Andalucía, siendo
México y Perú sus puntos de destino” Dado que la corona española no otorgaba ni
permitía legislativamente el abandono de las mujeres en España, se supone que
los viajeros tenían que emigrar junto con sus esposas, sin embargo, en la mayoría
de los casos, los esposos, conseguían el consentimiento de las mujeres para
poder viajar solos, tal como lo mandaba la ley.

Las mujeres que emigraron aspiraban a un ascenso de orden social, no obstante,


no todas las que arribaron pudieron acomodarse a las nuevas demandas de vida.
Según Lavrin: “Un sexto de las mujeres que migraron de entre 1560 y 1579
estaban registradas como sirvientas”. Aunque se sugiere que la mayoría de ellas
trabajan como prostitutas de manera encubierta.

En suma, la mayoría de mujeres llegaron y emigraron de España, pretendieron


tener una mejor vida, un mejor reconocimiento en la sociedad, un mejor estatus o
para, como suelen estilar hoy día, subir de estrato. Hay que decir que algunas
lograron su cometido, pero muchas no corrieron la misma suerte y vivieron,
incluso, de la caridad de los mecenas españoles.
Pese a sus vidas accidentadas, lo que se puede abonar como el primer rol de las
mujeres peninsulares en tierras Caribeñas fue el ser conducente de la cultura
Hispánica, los valores sociales y religiosos.

El matrimonio, rol femenino en la familia.

Siempre la familia ha sido uno de los pilares fundamentales de la sociedad. En la


sociedad Hispanoamericana no hubo excepción a la regla. De tal suerte, el
matrimonio se erigió como el primer núcleo determinante de la sociedad y de la
acomodación económica de las castas y elites. :” El matrimonio aseguro la
colonización y la estabilidad que la corona española había tratado de establecer y
mantener en el nuevo orden colonial, después de los años turbulentos que
siguieron la conquista” (Lavrin, 1990, p. 111) En otras palabras, el matrimonio
legitimó el encuentro entre la cultura indígena y la peninsular, y ayudo a justificar la
conquista. Por su parte, la iglesia, veía como indubitable el sacramento del
matrimonio, lo cual obligó a los ciudadanos a seguir ese precepto de manera
irrestricta, tanto a los indígenas como a los españoles.

En algunos estudios realizados se patenta la idea de que las mujeres mestizas


tenían preferencias hacia los hombres Hispanos y de las mujeres indias hacia los
hombres negros libres, conocidos como los Pardos.

A pesar de que el matrimonio era la forma de significar la idea de los valores


morales de la sociedad en su conjunto, no siempre fue la constante en el origen de
la reproducción natural. Es decir, hubo muchísimas relaciones extramatrimoniales.
En consecuencia, para contrarrestar ese fenómeno, dice (Lavrin, 1990, p.112): “En
1776, Carlos III promulgó una pragmática real que regulaba las prácticas
matrimoniales de la clase social alta. La ley estipulaba que los hijos menores de
25 años, en el caso de los hombres, y de 23, en el de las mujeres, para poder
contraer matrimonio tenían que pedir y obtener el consentimiento de sus padres”.
En otras palabras, hubo un intento por regularizar la mezcla entre diferentes razas
y etnias y cuidar la estirpe entre las grandes elites sociales. Es decir, el Estado
tenía, por medio de decretos, ejemplo la pragmática, determinar los designios de
la vida de los individuos, en razón de preservar el dominio hegemónico de las
clases sociales. El control más terrible del Estado sobre los individuos, se les
implementó a los militares, ellos no podían eludir la pragmática como en algunos
casos lo hizo las castas nobles. Los militares para poder contraer nupcias
necesitaban den permiso de sus superiores y de la corona.

En síntesis, el matrimonio fue la base para mantener vivo el tejido social entre las
elites y las grandes castas económicas y sociales.
El papel de la mujer en este proceso de mantener las castas en su orden es obvio.
Una familia con varias hijas podía aspirar a contraer nupcias con altos jerarcas de
la burocracia del Estado, con los hombres pertenecientes a la nobleza,
terratenientes y hombres ricos que posibilitaban a cada familia escalar en el orden
social.

Posición legal y ocupación de las mujeres.

Partiendo de la premisa del sexo débil, las mujeres heredaron el sistema legal
hecho en función de proteger sus debilidades o protegerlas del abuso de los
hombres rudos. Sin embargo, esa legislación siempre le otorgó al hombre
supremacía sobre la mujer.

La mujer siempre fue, podría decirse objeto del control. Cuando eran niñas,
estaban al control de sus padres, y, adultas, pasaban al control del marido. Sin
embargo, no están en sujeción total a los hombres. Por lo menos, cuando la
esposa enviudaba, los hijos pasaban a estar bajo la tutela de la mujer. También,
bajo el visto bueno del marido la mujer se podía imbuir en el mercado. Es decir,
podía ir de compras, vender mercancías y predios, incluso podían involucrarse en
sociedades comerciales.

Las mujeres podían mantener el control sobre los bienes adquiridos antes del
matrimonio – bienes parafernales- y luego disponer de ellos. De tal suerte, los
bienes pasaban a los hijos indiscriminadamente, es decir, los hijos recibían bienes
tanto de la madre como del padre. De este modo, la mujer tenía personalidad
jurídica y legal, la cual no se fundía con el matrimonio. Incluso, en caso de morir su
esposo, ella tenía derecho a la mitad de los bienes adquiridos en el matrimonio, la
otra mitad iba para los hijos.

Otro mecanismo de la protección de los bienes de las mujeres eran los conocidos
como dotes y arras. La dote, proporcionó una seguridad económica a la mujer al
morir el marido. Las dotes eran administradas por el marido, pero él tenía que
hacer el compromiso de devolver su valor original. Según: (Lavrin, 1990, p.115)
“Las dotes fueron más populares en el siglo XVII y a principios del siglo XVIII que
afines del periodo colonial. Como institución, la dote no parece haber sufrido
mucho el impacto de las guerras de independencia y declinó paulatinamente en el
siglo XIX.”

Otra institución que sirvió como protección a las mujeres fue la encomienda. Por lo
que al principio estas estaban en función de los hombres, pero al entrar la
encomienda al marido, le permitió a la mujer ser heredera de la encomienda,
incluso ser administradora.
En lo desfavorable, la mujer no podía, mediante la ley, pedir el divorcio a su libre
arbitrio. La iglesia católica sólo le permitía a la mujer el divorcio en el caso
extremo, tales como adulterios acostumbrados por parte del marido y de forma
pública, abusos físicos demostrados y abandono del hogar.

La maternidad fue la forma de ser más arraigada a la mujer. Se estima que las
mujeres se casaban aproximadamente a los 20 años y tenían un promedio de 9
hijos por familia. Sin embargo, los grupos indígenas y las mujeres esclavas
tuvieron un número de fertilidad mucho menor debido a razones económicas.

A pesar de que la maternidad fue una labor crucial para las mujeres de la época,
eso no significó la absorción total de las capacidades de la mujer y sus
desempeños en la sociedad, sobre todo para la clase obrera. Las tareas y
actividades que desempeñaban las mujeres dependían del orden social. Las
mujeres criollas o mestizas se ocupaban de administrar pequeñas tiendas. Dentro
de las tareas más significativas para las mujeres están, según (Lavrin, 1990
p.116): “Prestar dinero en cantidades, tejer, hacer cerámicas, coser, preparar
bebidas tales como pulque y chicha, preparar comidas para la venta en las calles
o mercados y la venta de diversos productos en los mercados legales, fueron
actividades desempeñadas por mujeres, principalmente de las clases bajas”. Es
decir, en síntesis, las mujeres desempeñaron una actividad económica en la
sociedad colonial sin importar el prejuicio del sexo débil y los numerosos hijos que
estaban bajo su cuidado.

Costumbres sociales y el comportamiento femenino

En la sociedad colonial el modelo de conducta fue muy severo contra la mujer. Las
normas educativas y las máximas de la religión, daban por sentado la idea de que
la mujer era un ser frágil en sentido físico y moral. Según las normas morales de la
sociedad, la mujer era menos racional, más violenta y más propicia para caer en la
tentación. Las mujeres tenían una carga moral más fuerte que la de los hombres.

La preservación del honor de las familias consistía, en cuidar de la virginidad y la


pureza de las mujeres para poder contraer nupcias de forma digna y honorable. La
fidelidad era una virtud propia de las mujeres, debían guardarles absoluta lealtad a
los maridos aún a sabiendas de un posible caso de adulterio por parte de sus
esposos.

La comunicación entre hombres y mujeres era restringida después del paso de la


infancia a la adolescencia. Lo que significó un desconocimiento de las
manifestaciones sexuales en cada género. Por natural se tornaba la pasión
masculina, mientras tanto la de la mujer era sometida al escrutinio y el prejuicio
público de acuerdo a su casta social.
Frente al compromiso matrimonial, ante las jerarquías del Estado y eclesiales, la
promesa de compartir la vida involucraba a los dos sexos, con la misma carga
moral. Sin embargo, el matrimonio por dar estatus social, en algunas ocasiones,
hacía que algunas mujeres cayeran en la promesa de amor eterno que hacían los
hombres para conseguir la prueba de amor de sus pretendidas.

En suma, hubo muchos casos donde las mujeres perdían su virginidad tras la
promesa de amor eterno. Siempre, en cuestiones sexuales, las mujeres estaban
bajo la mirada sospechosa y despectiva de la sociedad. Toda la carga moral se
anidaba en su reputación, la cual también significaba el honor de macho de los
hombres ante la sociedad.

También, la mujer, anduvo en la sociedad colonial arrojada al dominio del hombre,


de las jerarquías sociales y de la mirada inquisidora de la iglesia. A pesar de tener
algunas ventajas y ejercer algunos oficios, de manera aparentemente autónoma,
no obstante, su labor estuvo siempre supeditada al otro, el hombre y la sociedad.
En la vida política no tuvo participación alguna, y su capacidad económica estuvo
a la sombre de su marido. Hoy, las circunstancias han cambiado de manera
cosmética, hoy las mujeres cambiaron de amo. En la sociedad colonial estaban de
niñas a la tutela de sus padres, de adulta, de la de su esposo. Hoy son esclavas,
de niñas, de la moda, los bailes, la música y la televisión -al igual que los niños- y
en su etapa adulta son esclavas del mercado, de la competencia y de la vanidad.
Podríamos decir, por último, que las mujeres han sido sojuzgadas históricamente,
cambiaron las formas de sujeción por otras. Pero, al final de la jornada, podríamos
decir que se cambió algo para terminar cambiando nada. En suma, ha existido una
explotación contra la mujer – conjugada con la explotación del hombre por el
capital- que ha mutado sus formas de acuerdo a los momentos históricos que sean
objeto de análisis.

Referencias bibliográficas.
Lavrin, Asunción. (1990). la mujer en la sociedad colonial hispanoamericana. En
L. Bethell. Historia de América Latina: América latina colonial: población sociedad
y cultura. (pp. 109-136)Cambridge university: critica

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