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“Nuestra salvación no puede dejar de ser social”

Camilo Torres

Ariel Lede y Rafael Farace

Siempre las fechas importantes son una excusa para debatir sobre el pasado y, más
que nada, sobre su obstinada insistencia en hacerse presente. A 43 años de su
muerte en combate, la vida del padre Camilo Torres y el lugar que se ha ganado en
la historia nos movilizan a compartir algunas ideas.

Los agitados años `60 fueron preludio e inicio de agudos enfrentamientos entre un
pueblo decidido a luchar por un mundo para todos y las mezquinas clases de “los
saciados” que siempre se preocupan sólo por sumar ladrillos a la torre que los eleva por
sobre nosotros. En el marco de dictaduras cruentas a lo largo y ancho del globo muchos
decidieron que si desde arriba caían balas y bombas, abajo no bastaba con refugiarse
sino que había que disparar balas de libertad. Fue una decisión difícil y triste: todos
sabían que podían caer, pero lo importante era que eso sirviera para que todos nos
levantemos de una vez por todas y marchar el pueblo unido hacia un destino de
felicidad. Cuba daba su mejor ejemplo.
Camilo, el más famoso cura colombiano, llegó a esta misma decisión luego de que la
situación le demostrase que era la única que le quedaba. Se ordenó sacerdote en 1954,
se graduó de sociólogo en 1960. Estaba convencido de que el mejor cristiano no era el
que más rezaba, sino el que más amaba al pueblo. Ese amor no podía ser menos que
acompañar su suerte y forjar junto a él su destino. Y esto lo fue realizando de a poco,
primero desde sus conocimientos decidió acompañar la fundación de la Facultad de
Sociología en 1960 y luego del Movimiento Universitario de Promoción Comunal
(MUNIPROC) con quien desarrolló trabajos de investigación y de acción social en
barrios populares y obreros de Bogotá. Se incorporará posteriormente al Instituto
Colombiano para la Reforma Agraria (INCORA) y la Escuela Superior de
Administración Pública (ESAP). Estos primeros pasos ya le traerán complicaciones con
el Arzobispado que lo distanciará de muchas responsabilidades académicas. En 1965,
encabezando una marcha silenciosa hasta el Cementerio Central en homenaje a un
estudiante caído por la represión, exhorta a los presentes a organizarse para luchar «con
armas iguales» contra las fuerzas del orden. Ese año, planteó una plataforma para un
movimiento de unidad popular, gestando así a la fuerza política “Frente Unido del
pueblo”. A partir de entonces su fama se generaliza y llena plazas realizando actos
políticos contra el Frente Nacional que controló el gobierno entre 1958-1974.
Presionado por el alto clero, en 1965 renuncia a sus compromisos clericales orgánicos
(pero no al sacerdocio). Por entonces hizo contacto con el Ejército de Liberación
Nacional, conformado en 1964, con el que acordó la continuación de la labor política en
las ciudades, y su posterior ingreso a la organización cuando se considerase necesario.
Esto sucedió al año siguiente, el mismo en el que la muerte lo atrape.

El pecado (del) capital


Camilo se convierte así en un pionero de los intentos por conciliar la vida cristiana con
la política revolucionaria1. Su ejemplo no pasará desapercibido a los ojos de los obispos
1
Con “política revolucionaria” no hacemos referencia exclusiva a la “lucha armada”, sino a un decidido
compromiso político en comenzar hoy la transformación de raíz de las estructuras sociales que limitan el
desarrollo espiritual del hombre. Evidentemente, como dijera Fidel, aquella opción hoy es inconducente
en la mayor parte de nuestro continente.
reunidos años más tarde en Medellín, del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo (MSTM) y de otras tantas organizaciones cristianas por la liberación. Su
experiencia influirá en todo el continente, en medio de un proceso mundial en que gran
parte de la iglesia viraba hacia una creciente preocupación por los problemas sociales y
políticos de su tiempo, y en algunos casos a un firme compromiso con la situación de
los sectores populares. En un intento de controlar esta efervescencia fue que se
realizaron las reformas del Concilio Vaticano II, que a la vez que sacó cosas tan
anacrónicas como dar misas en latín, alentó un acercamiento mayor a los pobres. Pero
esto se le fue yendo cada vez más lejos de las manos a la jerarquía eclesiástica.
En ese encuentro cotidiano con la realidad del pueblo es que surge la inquietud por
comprenderla y la urgencia por transformarla. ¿Por qué la pobreza y la desigualdad
crecen más que el bienestar de la población? ¿Qué rol juega el cristiano en esta
sociedad? Entre tanteos y dudas, lo que apareció bien claro era que ante la injusticia uno
no puede quedarse quieto. Luego se llegó a comprender que no se trataba de
casualidades, que el sistema actual genera “estructuras institucionalizadas de pecado”
que limitan el desarrollo integral de las personas: entonces, ¿no son éstas contrarias al
Evangelio?, ¿qué cristianos podemos ser en una sociedad como ésta? Camilo nos
contesta parafraseando al Che: “el deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el
deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.
El cristianismo comenzaba a rechazar esa actitud paternalista de la caridad que da a los
pobres sin cuestionar la pobreza, que se relame en su bondad sin saber a dónde conduce.
En cambio, asume la “opción por los pobres” haciendo propia su situación y
compartiendo la lucha por la liberación. Ahora no se trataba de subsanar problemas
aislados, sino de solucionarlos definitivamente para todos. Ernesto Cardenal afirmaba
con Camilo, que “la revolución es la caridad eficaz. No la caridad personal que se hace,
que es ineficaz y sino la colectiva, de su gran nación”.
Aquella generación asumió este compromiso como una política revolucionaria y
creemos que han acertado en este camino. Unieron su pensamiento y su acción con el
único fin de transformar de cuajo esta sociedad que limita la felicidad del pueblo. Y esta
convicción de que la transformación no se limita al plano económico, es decir, a la justa
distribución de la riqueza, también la compartió el Che: “Persiguiendo la quimera de
realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el
capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material
individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida (…) Para
construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al
hombre nuevo”. Esto no parece estar muy lejos de lo anterior: ¿acaso ‘el desarrollo
integral del hombre’ que promueve este cristianismo de liberación no es lo mismo que
‘la construcción del hombre nuevo’? Claro que en el planteo del ‘hombre nuevo’ está
ausente la creencia en Dios y en la salvación, pero los elementos de humanismo están
presentes en ambas propuestas. En ambos casos se considera el amor, el compromiso, el
sacrificio, la solidaridad y la justicia como valores centrales. Eduardo Galeano dice
sobre Camilo: "Sabemos que el hambre es mortal" decía el cura Camilo Torres. Y si lo
sabemos, decía, ¿tiene sentido perder el tiempo discutiendo si es inmortal el alma?
Camilo creía en el cristianismo como práctica del amor al prójimo y quería que ese
amor fuera eficaz. Tenía la obsesión del amor eficaz...” Y bastante conocido es este
pasaje del Che: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario
verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esta cualidad. (…) Nuestros revolucionarios de
vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y
hacerlo único, indivisible’’.
“La cabeza piensa donde los pies pisan” Frei Betto.
A esta altura ya sabemos que la historia gusta de repetirse y que muchos otros tomaron
este ejemplo de lucha. Óscar Romero, Ernesto Cardenal, Dom Helder Cámara, Frei
Tito, Frei Betto, y en nuestro país Carlos Mugica, Enrique Angelelli, Jaime de Nevares,
José Tedeschi, Nerio Rougier (quien también vio la necesidad de tomar las armas y
llegó a ser parte del secretariado de la Regional Córdoba del PRT-ERP), Carlos Cajade
(un gran ejemplo cercano en el tiempo y cuya obra sigue en pie). Éstos, por cierto, son
sólo algunos de los sacerdotes y quedan millones de cristianos sin nombrar. ¿Y qué
queda hoy de ese compromiso político de los cristianos con el cambio radical de la
sociedad? ¿Qué pasó con ese viraje iniciado allá por los años 60? Sin duda que el
compromiso permanece, pero en experiencias aisladas que, por lo general, viven en
tensión con la jerarquía (es claro que personajes como, por ejemplo, Héctor Aguer,
Bergoglio o Benedicto XVI muy lejos están siquiera de parecerse a los obispos reunidos
en Medellín, a Juan XXIII y Paulo VI).
Jesús fue cuestionado por despreciar la autoridad del César, por echar a los ricos, a los
mercaderes del templo y por abrazar a los marginados. Sus apóstoles predicaron la vida
comunitaria en la que se trabajaba para todos y las cosas eran por igual de todos. Una
carta del apóstol Santiago dice: “Ustedes los ricos, lloran y gimen por las desgracias
que les van a sobrevivir. Porque sus riquezas se han echado a perder y sus vestidos
están roídos por la polilla. Su oro y su plata se han derrumbado, y esa herrumbre dará
testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un fuego. Ustedes han
amontonado riquezas ahora que es el tiempo final. Sepan que el salario que han
retenido a los que trabajaron en sus campos está clamando, y el clamor de las
cosechadoras ha llegado a los oídos del Señor del Universo. Ustedes han llevado en
este mundo una vida de lujo y de placer, y se han cebado a sí mismos para el día de la
matanza. Han condenado y han matado al justo, sin que él les opusiera resistencia...”
(5, 1-6).
Este fue el Evangelio que estos cristianos recuperaron y que nos insta a tomar una
actitud distinta en el presente.
Muchas experiencias dan cuenta hoy de misas acartonadas, petrificadas, de homilías que
se resisten a anclarse en la realidad cotidiana de las personas, y de un vino que tiene
mucho de sangre y poco de vino. Camilo sigue diciendo que “En el mundo actual [en el
suyo y en el nuestro] es imposible ser cristiano, sin enterarse del problema de la
miseria material”. El mensaje cristiano corre el riesgo de perder auditorio y
multiplicadores si no se conecta con las situaciones concretas de las personas (cierta
izquierda dogmática, dicho sea de paso, se encuentra en el mismo apuro). Estas palabras
del Che también siguen presentes: “Todos los días hay que luchar por que ese amor a
la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de
ejemplo, de movilización’’.

La figura de Camilo, a 43 años de su caída en combate, se vuelve a lanzar sobre el


presente para participar de esta discusión sobre el rol de los cristianos. “El día que
los cristianos se atrevan a tomar un compromiso revolucionario integral, la
revolución latinoamericana será invencible” Che Guevara.

*Todas las citas del Che son de El socialismo y el hombre en Cuba, menos la frase final.

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