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John Rawls o la búsqueda de una sociedad justa

Una rápida semblanza


Pablo Salvat Bologna
Prof.Dr.Fil. /U.Católica de Lovaina
Centro de Etica/UAH.
El lunes 25 de noviembre pasado aparentaba ser un lunes más, como tantos. Sin
embargo, la velocidad del email nos ponía al tanto de una sorpresa poco grata : el
día anterior había dejado de existir, en la ciudad de Lexington (Massachussets), el
filósofo americano J.Rawls, a la edad de 82 años. Confieso que no dejó de
impactarme. Quizá porque a los grandes pensadores que uno no ha tenido la
oportunidad de conocer – es decir, casi todos-, uno se los imagina, por la fuerza y
alcance de su pensar, como seres de una condición cuasi inmortal. De inmediato,
intenté indagar si algún medio d e prensa nacional traía en sus páginas, en algun
rincón, la información de este hecho. Vano esfuerzo. Demasiado pedir. Puedo
suponer que a estas alturas muchos lectores se estarán preguntando, bueno pero
quién es este señor J. Rawls que amerita ocuparse de él ?. Puede decirse que los
trabajos de J. Rawls - doctor en princeton y profesor en Cornell y despues en
Harvard-, representan un punto d e inflexión o ruptura fundamental en el desarrollo
de la filosofía política y ética del siglo XX. Su obra capital, Teoría de la Justicia
-madurada en el curso de unos quince o veinte años-, aparece en 1971, en medio
de un clima ideológico , político y filosófico poco propicio por decir lo menos a una
asunción reflexiva , crítica y legitima de una pregunta abandonada por largo
tiempo : la pregunta por las condiciones y criterios que nos permiten referirnos –de
manera racional y razonable-, a una sociedad como justa y bien ordenada. Un
texto largo y nada fácil de leer que poco a poco terminó por revolucionar el
pensamiento político contemporáneo. Lo sabemos: el predominio público de un
enfoque tecnócrata, cientificista o de un escepticismo de los valores representa
una barrera permanente para el abordaje de este tipo de interrogantes. Esa es la
primera novedad y fuerza del planteo rawlsiano que motivan su lectura : volver a
instalar en el ámbito filosófico y público de manera legitima el ocuparse de
temáticas -como la de una sociedad justa-, preteridas como meramente “poeticas”
o utopizantes ( con el perdón claro de poetas y utópicos). El segundo motivo para
seguir sus trabajos es más bien empírico y muy actual: el aumento de la brecha en
las desigualdades a escala planetaria y local, en los países pobres como en los
más ricos. Un tercer motivo aun, nos encontramos aquí con una pensamiento que
no se suma al coro legitimador de injusticias y desigualdades basados en el azar
genético o en el azar histórico: ninguna persona “merece” per se –por su lugar de
nacimiento o por sus dotaciones genéticas-, ser miserable o pobre. Las
desigualdes por decirlo así tienen que poder justificarse, si lo pueden, ante el
tribunal de una razón pública. Por ello, aunque las herencias y fuentes del pensar
rawlsiano no siempre sean las del pensamiento cristiano – Rawls es un liberal -, el
hecho que se ocupe d e manera pública y razonada de estos temas álgidos
también para nosotros lo hace una fuente imprescindible de considerar. Ahora
bien, su reflexión sobre qué sea o represente una sociedad justa no se da en el
aire. Se enmarca en la tradición liberal –contractualista en la linea de un Locke,
Rousseau y kant, que ve a la sociedad como el producto de una
convención/acuerdo entre los miembros de ella, es decir, como resultante de un
contrato social. Por otra parte, considera y se apoya en las intuiciones normativas
que están a la base de las instituciones políticas liberales de su país.

Se le designa también como un neocontractualista en tanto y cuanto su esfuerzo


se orienta a repensar las bases o fundamentos del contrato social articulando de
manera nueva los fueros de la libertad y la igualdad. La novedad de su empeño
es que intenta una legitimación alternativa al utilitarismo y al escepticismo en
relación al Estado democrático y la sociedad liberal moderna. Al utilitarismo no
opone ni el retorno a un tipo de vida comunitaria auténtica, ni tampoco una salida
revolucionaria como aquellas inspiradas en las tesis de Marx o en algún tipo
fundamentalismo. Acepta lo que interpreta como conquistas de la sociedad
moderna ( libertad, autonomía, pluralismo, tolerancia, grados de capitalismo), pero
cuestiona las deficiencias y lagunas de una visión utilitarista de la sociedad.
Porqué el cuestionamiento al utilitarismo? Porque, aceptando que en la vida
cotidiana los individuos tienden a maximizar el fruto de sus acciones y decisiones
en función del cálculo de intereses , lo bueno o lo justo, termina siendo identificado
con la utilidad o bienestar del mayor numero, en función de los deseos o
necesidades individuales. Si se adopta el principio de utilidad en la justificación de
las conductas, en el límite, podría llegarse incluso al sacrificio de ciertos grupos de
individuos si ello permite maximizar el bien global o lo que se entienda por tal en
un momento dado. Lo que es justo termina siendo homologado con aquello que es
eficaz para el logro de ese bienestar o utilidad general; una eficacia y eficiencia
que no admiten calificación moral 1. Su éxito es un éxito técnico, neutral,
instrumental en relación a las vidas y las personas.

Rawls, al contrario, quiere partir de ciertos principios de justicia con un valor a


priori 2, como basamento de un nuevo contrato social moderno. Se trata de
establecer un conjunto de principios que sirvan para enjuiciar el orden social y sus
instituciones mas relevantes ( Constitución, orden político, orden económico).
Pero cuidado. Cuando se habla de teoría de la justicia en Rawls no se está
diciendo que con ella pretenda responder al conjunto de problemas de justicia o
desigualdades que puede haber en tal o cual sociedad. No es una teoría
omnicomprensiva. Cuando Rawls nos habla de la justicia y de sus rasgos
fundamentales en función de una sociedad bien ordenada, se está refiriendo
siempre a la justicia en el ámbito de lo público, esto es, a la justicia política, sin
pretensiones de señalar territorios desde una metafísica o una ética determinada3.

Pues bien, de las limitaciones del utilitarismo para fundamentar y sostener una
convivencia social y política que articule libertad e igualdad, así como de la
necesidad de refundar la noción de contrato social heredada, su trabajo quiere
hacer cargo del siguente problema: “cómo es posible que exista una sociedad
justa y libre en condiciones de un profundo conflicto doctrinal sin perspectivas de
resolución”? . ¿Cómo conciliar entonces pluralidad, autonomía y cooperación
social?.

No podemos en este espacio desenvolver con detalle los senderos de su


respuesta. Pero al menos queremos dejar señalado un par de cuestiones. Lo
primero, es que para resolver esta pregunta Rawls hará una distinción entre dos
ámbitos: el ámbito del bien y el de la justicia. Distinción no significa eliminación o
fusión. Como buen continuador de la tradición liberal, afirmará la prioridad de lo
justo por sobre el bien. Por eso nos dice que “este es un problema de justicia
política; no un problema acerca del más alto bien”. Desde este punto de vista
nuestro autor se interesa por exponer los elementos teóricos que conforman una
sociedad como justa. Para ello no se ocupa de una sociedad precisa, sino de la
“estructura fundamental de la sociedad”, que permite su existencia como sociedad
bien ordenada.

Un segundo elemento a destacar : su redefinición del contrato social la realiza


mediante la posición de
ciertos principios de justicia que, para validarse, tienen que ponerse mas allá de la
empiria o un contexto
cultural determinado 4. Estos principios tendrían un valor a-priori y establecen la
idea de la justicia como
equidad (imparcialidad) en cuanto base de una sociedad bien ordenada. La tesis
de Rawls es que la sociedad
se fundamenta en un acuerdo original entre personas libres y racionales
interesadas en promover sus propios
intereses pero de tal modo que, dada una situación de igualdad inicial – la
controvertida “posición original”-,
elegirían los siguentes principios de justicia – como ordenadores de la estructura
básica de la sociedad- : a.
primer principio : toda persona tiene igual derecho a un esquema plenamente
adecuado de libertades básicas
iguales, que sea compatible con un esquema similar de libertades para todos; en
este esquema, las libertades
políticas iguales, solo ellas, tienen garantido un valor equitativo; b. segundo
principio : las desigualdades
sociales y económicas deben satisfacer dos condiciones: (i) primero, deben estar
ligadas a empleos y
funciones abiertas a todos, bajo condiciones de igualdad de oportunidades; (ii) y
segundo, deben beneficiar a
los miembros menos favorecidos de la sociedad; c. Tercer principio: principio
lexicográfico: estos dos
principios tienen que organizarse siguendo un orden lexicográfico donde la libertad
solo puede ser restringida
en favor de sí misma. La libertad posee un valor absoluto frente al bienestar
material: ningún incremento de
1 Acá conocimos esa situación con el tema del “costo social” de la implementación
de la vulgata neoliberal desde mediados de los años
setenta. Por supuesto, un costo social que no contempló la opinión de los propios
afectados.
2 Es decir, válidos en tanto puestos de manera independiente de la experiencia
(siempre situada y contingente)
3 Por cierto, esta es una pretensión que ha sido debatida. Hay quienes se
interrogan sobre si es factible colocar la dimensión de la justicia
con ese grado de importancia y centralidad sin implicar alguna ética política o una
metafísica especial. Que s e puede hacer lo prueba el hecho de que Rawls lo hace
– y muy seriamente-, lo que habría que ver es si su posición se debilita o no con
esta pretensión y en qué sentido. Como una manera de responder a los
cuestionamientos que se le hicieron al respecto, veinte años después publica su
trabajo Liberalismo Politico (93), donde quiere reafirmar el tránsito desde un
“liberalismo comprensivo” a uno expresamente político.
4 Este ha sido otro asunto controversial en su Teoría de la justicia: su elevado
grado de abstracción y su pretensión de valor
transcontextual de las culturas políticas. Para muchos su horizonte d e validez no
iría más allá de los países anglosajones y sus
instituciones. Como un intento de responder a estas cuestiones véase su texto
(1999) El Derecho de gentes y una revisión de la idea de
razón pública.
éste puede justificar su sacrificio. El primer principio (a) tiene prioridad sobre el
segundo. En el segundo principio, la justa igualdad de oportunidades tiene
prioridad sobre el principio de diferencia (ii). Lo anterior porque no es moralmente
correcto liquidar las garantías del primer principio (a) para favorecer al segundo
principio (b). Asi como sería también incorrecto limitar la parte (i) del segundo
principio (justa igualdad de oportunidades), para fomentar o privilegiar los
intereses de los menos favorecidos (ii). l Pero, se preguntaran los lectores a estas
alturas, qué base tienen esos principios y su jerarquización? No podemos entrar
en detalles. Sólo apuntar que Rawls pretende mostrar en su teoría que la
intuicione morales básicas con las cuales habitualmente juzgamos acerca de lo
justo e injusto pueden ser reconstruidas de una cierta manera. A su versión del
“constructivismo” lo denomina “kantiano” porque incorpora una concepción
kantiana de la persona vista como agente racional y autónomo, como una persona
moral. Volviendo a nuestra realidad actual, podemos decir que la pobreza es el
resultado de una distribución desigual de la riqueza mundial que genera
desintegración social e inestabilidad; la ruptura de esta situación ,como muestra
Rawls, no pasa simplemente por dejar la distribución de la riqueza en manos de la
libre concurrencia, sino por la transformación de las estructuras básicas de la
sociedad, donde el aspecto más relevante es la propia Constitución política y la
consagración en ella de derechos fundamentales. Si bien la inequidad es
consecuencia de una distribución desigual de la riqueza en la cual la cuota que a
cada cual le toca del producto social resulta de las libres decisiones de los
individuos, su base última se encuentra en contingencias naturales o sociales ,
como el hecho de haber nacido en el seno de una familia rica o pobre o haber sido
bien o mal dotado por la naturaleza, situaciones que son arbitrarias desde el punto
de vista moral. Esto es, no tiene sentido al parecer atribuir mérito a álguien por
haber nacido bien dotado o reprocharle a otro haber nacido en un medio culto. El
azar social y natural representan hechos, no constituyen base de mérito o de no
mérito, no son ni justos o injustos. Lo justo o injusto -según Rawls-, “ es el modo
cómo las instituciones sociales utilizan las diferencias naturales y permiten que
opere el azar y la suerte”. Por ello puede decirse - y habría que mirar entonces
hacia nuestra propia sociedad y su forma de organización-, que la estructura
básica del sistema social afecta las posibilidades vitales de las personas según la
posición que inicialmente ocupan en la sociedad, por ejemplo, las diferentes
clases de rentas a la que acceden hombre y mujeres, o el tipo de educación a la
que puede acceder en sus distintos niveles, álguien proveniente de los sectores
acomodados del país o aquel que proviene de los sectores más pobres. Por ello
la visión rawlsiana representa una fuerte crítica a cualquier sistema basado en el
status social o el privilegio.
La garantía de los derechos cívicos y políticos debe ir de la mano de los derechos
sociales , económicos y culturales, de forma tal que la única razón que pueda
justificar el que los bienes sean distribuidos de manera desigual, es que esa
desigualdad vaya en beneficio de las personas que están en peor situación .
Rawls reconoce que la pobreza no sólo es el efecto perverso del mercado, sino
también una resultante de la negación del carácter universal, integral e indivisible
de los derechos humanos. Creemos que estos rasgos sumariamente expuestos
justifican con creces la atención de sus trabajos por parte nuestra, mía y de usted
lector . . Si entre nosotros, además, los que se dicen adalides de las libertades o
del liberalismo tuvieran una óptica siquiera similar a la rawlsiana, de seguro, por
decirlo con un dicho popular , “otro gallo nos cantaría”. Pero, no sólo ellos pueden
aprender de un filósofo de esta envergadura, también muchos de los cristianos ,
sensibilizados por los problema de pobreza e injusticia que atraviesan a la
sociedad chilena, sólo que aquí, nuevamente, este autor nos llamaría a no
confundir el ejercicio de la caridad – necesario pero insuficiente-, con la aspiración
u obtención de una sociedad justa.

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