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LOS SENTIDOS ESPIRITUALES

Aquí encontramos, sin embargo, la primera modificación básica que Wesley

debe introducir en el método empírico de Locke para poder aplicarlo al

conocimiento religioso. Esta modificación se debe al hecho de que los sentidos

empíricos no son capaces de registrar datos espirituales. Los sentidos físicos

simplemente son incapaces de discernir «las cosas profundas de Dios». Pero esto

no fuerza a Wesley a abandonar el método empírico. Tal como «Richard Brantley

lo señala en su estudio del uso que hizo Wesley de Locke: «La fe, como acceso a

lo invisible, no obstante, es descrita con relación al método basado en los

sentidos»"". Existe una larga “tradición en las Escrituras y en la historia cristiana

que habla de los sentidos espirituales. Así como tenemos cinco sentidos físicos

por los cuales obtenemos conocimiento de nuestro mundo físico, así también

tenemos un «sensor espiritual» cuyo propósito es discernir la realidad espiritual."

Wesley asume que estos sentidos están “latentes dentro de todo ser humano,

aunque en la mayoría de las personas se han atrofiado, por haber caído en el

desuso y la negligencia que proviene de la indiferencia y el pecado. Como

resultado, y para cualquier propósito práctico, están muertos, muertos a la realidad

del mundo espiritual. Por eso deben ser reavivados («vivificados») si van a

funcionar como fueron concebidos para funcionar: capacitarnos para concebir la

realidad de Dios.

Esta idea de tener los sentidos sintonizados con lo trascendente, que

pueden ver, oír, gustar, tocar, e incluso oler las realidades espirituales que no son
aparentes a los sentidos físicos, es una analogía familiar tanto para el Antiguo

como en el Nuevo Testamento:

«Gustad y ved que bueno es Jehová» (Sal. 34:8);


«Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley» (Sal. 119:18);
«Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen
pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y
oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los
sane. Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos
porque oyen» (Mt 13:15-16).
«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos,
tocante del Verbo de vida» (1 Jn 1:1)

Otros ejemplos se pueden encontrar en Salmo 19:8; Marcos 8:18; Lucas

10:24; Hechos 26:18; Efesios 1:18. Entre los Padres de la Iglesia, a la noción de

los sentidos espirituales se les da un desarrollo completo a partir casi desde

Clemente de Alejandría y Orígenes:

«La fe es el oído del alma»". Y dos de los Padres de Oriente predilectos de

Wesley - Macario y Efraín el Sirio- los emplean como tema constante, tal como lo

ilustra un ejemplo de las Homilías de Macario:

«Porque todo aquél que está en Cristo, nueva criatura es». Porque nuestro
Señor Jesucristo vino por esta misma razón, para que pudiera cambiar, y
renovar, y crear nuevamente esta alma que había sido pervertida por
pasiones viles, moldeándola con Su propio Espíritu divino. Él vino a forjar
una mente nueva, un alma nueva, y nuevos ojos, oídos nuevos, una lengua
espiritual nueva; sí, para hacer a todos los que creen en él, hombres
nuevos, para que pueda derramar dentro de ellos el nuevo vino, que es su
Espíritu.

Esta idea también fue popular entre los anglicanos. William Beveridge, en

su Private Thoughts upon Religion [Pensamientos personales sobre la religión],

publicado en 1709, escribió: «Debemos tener una vista espiritual antes de poder

ver las cosas espirituales» El hombre natural está desposeído de esa capacidad:
«Por eso creo que la primera obra que Dios realiza en el alma para llegar a

convertirla, es poner una luz espiritual en ella». El uso de este tema—de una

distintiva manera espiritual de percepción— persiste hasta nuestros días, por

ejemplo, en Rudolf Bultmann: «Para cualquier otro ojo que el ojo de la fe, la acción

de Dios está oculta Solamente el suceso 'natural' es generalmente visible y

verificable. En él se cumple la acción escondida de Dios»””. El poeta E. E.

Cummings agrega su versión de los sentidos espirituales:

yo te agradezco a Ti Dios por este tan maravilloso día: por los inquietos
espíritus verdes de los árboles y por el verdadero sueño azul del cielo; y por
todo lo que es natural, que es infinito, que es si... (ahora el oído de mis
oídos se despierta y ahora los ojos de mis ojos son abiertos).

Apoyándose en esta antigua tradición, pero aplicando a ella el modelo de la

epistemología de Locke, Wesley argumenta:

Puesto que nuestras ideas no son innatas, sino que todo debe venir
originalmente de nuestros sentidos, es ciertamente necesario que poseas
sentidos capaces de discernir los objetos de este tipo, ... sentidos
espirituales... Es necesario que tengas el oído que oye y el ojo que ve, ...
que tengas un nuevo tipo de sentidos abiertos en tu alma —que no
dependan de órganos de carne y sangre— para que sean «la evidencia de
lo que no se ve», tal como tus sentidos corporales lo son de las cosas
visibles, para que sean avenidas hacia el mundo invisible... Y hasta que no
tengas estos sentidos internos, hasta que los ojos de tu entendimiento no
sean abiertos, no podrás comprender las cosas divinas... viendo que tu
razón no tiene base donde pararse, ni materiales con los cuales trabajar.

Los sentidos espirituales son necesarios para registrar las impresiones

hechas sobre ellos por una fuente trascendente, que entonces son transmitidos a

la razón para que reflexione sobre ellos. Wesley propone la analogía de las

percepciones imperfectas que tiene una criatura en el vientre materno:


La criatura que todavía no ha nacido en verdad subsiste por el aire, como
todo lo que tiene vida; pero no lo siente, ni cualquier otra cosa, a menos que
sea de una manera débil e imperfecta. Si acaso, escucha muy poco, puesto
que los órganos del oído están todavía cerrados. No ve nada, porque sus
ojos están completamente cerrados, y está rodeada de completa
oscuridad... La razón por la que esta criatura que todavía no ha nacido es
completamente extraña al mundo visible no es porque se encuentre lejana
de él —de hecho, está muy cercana; la rodea completamente-- sino en
parte, porque no tiene esos sentidos... a través de los cuales es posible
establecer relaciones con el mundo material; y en parte, porque hay un
espeso velo que está de por medio, a través del cual no puede discernir
nada. Pero tan pronto como la criatura nace al mundo entonces existe de
una manera bastante distinta. Ahora siente el aire que le rodea... Sus ojos
ahora están abiertos para percibir la luz... y descubre... una infinita variedad
de cosas con las que antes estaba completamente sin relación. Sus oídos
están abiertos, y los sonidos penetran con infinita diversidad, ... [y] adquiere
más y más conocimiento de las cosas sensibles, de todas las cosas que
están debajo del sol.

Esta analogía de la criatura recién nacida sirve para ilustrar la intervención

que debe ocurrir para que tengamos la capacidad de discernir la realidad

espiritual.

Así sucede también con quien es nacido de Dios. Antes de que ese gran
cambio se produzca, y aunque subsiste por él —en quien todo lo que tiene
vida «vive y se mueve y tiene su ser»— todavía no es sensible a Dios... No
tiene conciencia interna de su presencia. No percibe ese soplo divino de
vida, sin el que no podría subsistir ni un momento… Dios lo está llamando
continuamente desde lo alto, pero no lo escucha; sus oídos están
cerrados… Es cierto que tal vez puede tener un débil asomo de la vida, un
pequeño principio de movimiento espiritual; pero todavía no tiene los
sentidos espirituales capaces de discernir los objetos espirituales… Por lo
tanto, tiene un escaso conocimiento del mundo invisible… No que esté
lejos. No; está en medio de él: lo rodea completamente… Está encima, y
debajo, y a cada lado.

La condición normal de la humanidad, por lo tanto, es de insensibilidad a la

realidad espiritual, de sentidos espirituales entorpecidos e ignorancia de lo divino.

Esta es la razón por la que debe haber una intervención recreadora del Espíritu

divino si el velo de la ignorancia va a ser removido y los sentidos espirituales una


vez más sean despertados. La regeneración es un acto divino creativo que llama a

los muertos a la vida, y el nuevo nacimiento abre un mundo nuevo de sensibilidad

a la realidad espiritual.

El momento en que el Espíritu del Todopoderoso toca el corazón de quien


hasta ese omento estaba sin Dios en el mundo, rompe la dureza de su
corazón y crea nuevas todas las cosas. El sol de justicia aparece y brilla
sobre su alma, mostrándole la luz de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo. Ahora está en un mundo nuevo. Todas las cosas alrededor de él
se están haciendo nuevas.

Los sentidos espirituales son despertados y registran las impresiones

hechas en ellos. Ahora es la experiencia lo que media el acceso y la participación

en la realidad divina porque:

Los ojos de su entendimiento ahora están abiertos, y ve al invisible…


Claramente percibe tanto el amor perdonador de Dios, como todas sus muy
grandes y preciosas promesas. Dios, que ordenó a la luz brillar en la
oscuridad, ha resplandecido, y resplandece en su corazón para iluminarlo
con el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Toda
oscuridad ahora se ha disipado, ahora habita en la luz del favor de Dios.
Sus oídos están ahora abiertos y la voz de Dios ya no clama en vano.
Ahora oye y obedece el llamado celestial: ahora conoce la voz de su pastor.
Con todos sus sentidos espirituales despiertos… ahora conoce lo que es la
paz de Dios; lo que es el gozo en el Espíritu Santo; lo que es el amor de
Dios que ha sido derramado en los corazones de quienes creen a través de
Cristo Jesús.

Esta cita apunta a la segunda modificación básica que es necesaria para

Wesley en el método empírico de Locke para que haga justicia a la naturaleza del

conocimiento religioso, una modificación requerida debido a la naturaleza del

contenido recibido en el conocimiento religioso. La experiencia religiosa genuina

es inevitablemente transformadora. El conocimiento religioso o hace una

diferencia en la orientación total personal o no es conocimiento genuino”. Mientras

que para Locke la mente permanece sin ser afectada por la experiencia que recibe
de los experimentos realizados —y de hecho debe permanecer así si va a

mantener su objetividad— para Wesley la paradigmática experiencia religiosa es

la impresión hecha en la mente y corazón por el amor de Dios. Esta impresión no

puede ser recibida con una objetividad fría y desconectada, sino que

fundamentalmente involucra al receptor, que es capturado y transformado por esta

divina revelación.

El relato de Wesley sobre Aldersgate provee una ilustración clásica.

Comienza con lo que se podría considerar un informe de laboratorio empírico

(«Faltando un cuarto para las nueve, mientras describía el cambio que Dios opera

en el corazón por medio de la fe en Cristo»), pero luego registra las impresiones

hechas en sus sentidos espirituales y se convierte en un tributo de acción de

gracias: «Sentí arder extrañamente mi corazón. Sentí que confiaba en Cristo, y

solamente en Cristo para la salvación; y me fue dada la certeza de que había

borrado mis pecados, incluso los míos, y que me había salvado de la ley del

pecado y la muerte», Aunque describe las impresiones registradas en él desde el

punto de vista del sujeto que conoce, es claro que para Wesley el personaje

principal en Aldersgate es Cristo por medio del Espíritu. A través de los sentidos

espirituales, Wesley es alcanzado por su propia incorporación en la acción divina.

Esa actividad primaria entonces Se refleja de manera secundaria en los

sentimientos; pero estas sensaciones no son autogeneradas, Son resultado del

impacto del Espíritu divino en el corazón humano. La perspectiva típica del siglo

diecinueve, donde el sujeto es el agente de la experiencia, se invierte en Wesley.

En la experiencia espiritual, la experiencia es la que nos produce. El

conocimiento transforma al conocedor. Como Martin Buber lo escribiría dos siglos


más tarde, uno «no sale del momento del supremo encuentro siendo el mismo

que cuando entró en él». No solamente cambia el estatus ante Dios cuando uno

es justificado por la gracia, sino también la propia naturaleza comienza a ser

regenerada como la recipiente del amor afirmante y transformador de Dios.

Esta es la epistemología que la teología de Wesley requería, una que lo

capacitara para evitar el objetivismo al estilo relojero del racionalismo del Deísmo,

tanto como el subjetivismo del Romanticismo del siglo diecinueve que le seguiría.

Al igual que los sentidos físicos reciben las impresiones que se convierten en

datos factibles, así también los sentidos espirituales están conscientes de que la

impresión hecha en ellos son la expresión de la gracia divina. «Es el sentimiento

del alma, por el que un creyente percibe... la presencia de aquel en quien “vive, se

mueve y tiene su ser”. Siente el “amor de Dios derramado en su corazón». El amor

dado, y la percepción de ese amor, se pueden identificar como revelación y fe,

pero constituyen un solo evento transformador. Esta combinación contiene los

elementos de la experiencia que Wesley considera como el núcleo esencial de la

vida cristiana.

Wesley cuestiona la autenticidad del conocimiento religioso cuando no hay

transformación del conocedor. Por lo tanto, sospecha de la «creencia ortodoxa» si

se conoce la información correcta pero no se es afectado por ella. Además, el

genuino conocimiento religioso es un «don de Dios», que significa que:

Nadie es capaz de producirlo en si mismo. Es una labor de la omnipotencia.


Se requiere tanto poder para avivar el alma muerta como para levantar un
cuerpo que yace en la tumba. Es una nueva creación; y nadie puede crear
un alma de nuevo sino aquel que primero creo los cielos y la tierra.
Por lo tanto, no existe un genuino conocimiento recreador de Dios separado

de la propia participación activa de Dios en ese conocimiento.

Wesley llama a este tipo de conocimiento “conocimiento experimental”, un

termino empleado por Francis Rouse, cuya obra The Heavenly University [La

universidad celestial] Wesley volvió a publicar en su edición de la Christian Library

[Biblioteca cristiana]. Así pues, el conocimiento experimental nace de la

participación de la realidad de Dios que se adquiere per testimoniun Spiritus, y que

confirma cierta verdad que antes solamente se había conocido históricamente, o

por el raciocinio. Este conocimiento participativo se registra sobre los sentidos

espirituales.

Después de que hemos probado esas cosas celestiales… surge un


conocimiento nuevo pero verdadero, avivado y experimental… que ni el arte
ni la elocuencia, o expresión del hombre nos puede enseñar… Ninguna otra
cosa nos lo puede demostrar sino haberlo probado por nosotros mismos. El
sabor del pino de las Indias Occidentales (llamado por los nativos ananas
[piña]) no se puede expresar en palabras, incluso por quien lo ha probado,
de tal manera que pueda transmitir el verdadero carácter de ese sabor a
alguien que nunca lo ha probado.

Rouse pide prestada una analogía de un Padre del Oriente, San Basilio el

Grande:

Igual que la naturaleza de la miel no se puede enseñar con palabras a


quienes no han tenido experiencia de ella, porque se conoce por el gusto;
tampoco la dulzora de la palabra (o sabiduría) celestial se puede entregar
claramente a través de los preceptos. Porque sin que examinemos las
doctrinas de la verdad por medio de nuestra experiencia, y así poder
testificar experimentalmente sobre ellas, jamás seremos capaces de
descubrir lo que es la bondad divina o verdaderamente saborearla.

Así es que Wesley encuentra en la tradición cristiana claros paralelos para

su propia versión del empirismo -el conocimiento de Dios a través de la


experiencia- en donde el Espíritu Santo nos lleva a participar en la realidad de

Dios.

Por lo tanto, la justificación y regeneración, a parte de todo lo demás, son

un evento epistemológico que inauguran una nueva manera de conocer. Lo que

esto involucra no es un conocimiento intelectual, abstracto y desvinculado de la

vida, tampoco es una sabiduría secreta y esotérica, que está disponible solamente

los iniciados. Es una invitación abierta a participar de la divina recreación de la

imagen de Dios en la humanidad, es decir, esa sensibilidad que nos capacita para

discernir, reflejar y representar la voluntad y propósito divino en el mundo.

Detrás del entendimiento de Wesley sobre la renovación de la imagen de

Dios, a través de la regeneración, está la noción de divinización (theosis) de los

Padres del Oriente, que le fue transmitida directamente a través de su tradición

anglicana y directamente por su lectura de los Padres. Como ya lo hemos visto, en

esta tradición una metáfora útil para la imagen de Dios es la de un espejo, porque

evita la tendencia Occidental a hacer subjetiva la imagen al identificarla con alguna

capacidad dentro del ser humano tal como la razón o la conciencia. En cambio, un

espejo siempre refleja algo que está mas allá de si mismo. Si con el nuevo

nacimiento la imagen está siendo restaurada, entonces las cualidades esenciales

de la imagen no deben encontrarse dentro de la humanidad, sino en aquello que la

humanidad esta llamada a reflejar. Este reflejo se hace posible por la participación

de la naturaleza divina, y el pasaje bíblico que lo describe (2 P 1:3-4) es uno de los

favoritos de los Padres de Oriente y es citado frecuentemente por Wesley. Este

fue el pasaje que Wesley leyó el 24 de mayo de 1738 al comenzar su día: “ como

todas las cosas pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su
divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y

excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas

promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina”.

La divinización o deificación no se debe entender como convertirse en dios,

sino en llegar a ser más completamente humano, es decir, convertirse en lo que

Dios creó a la humanidad para ser, la imagen que refleja a Dios como esa criatura

cuyos sentidos espirituales han sido habilitados para participar, para ser

compañero y para compartir en (koinonia) la vida divina. Sin embargo, como dice

Macario, el hecho de que a Dios le plació hacer a la criatura participante de la

naturaleza divina, en ningún sentido borra la diferencia entre Dios y el alma

humana. Por el contrario, esta diferencia es reforzada, preservada y acentuada

por el alma que está siendo una criatura participante en la energía divina. Una

relación requiere de dos. Si esta fuera una fusión mística – una absorción del alma

humana en lo divino- ya no había dos y, por lo tanto, tampoco una imagen o reflejo

de lo divino en lo humano. Los sirios, Macario y Efraín, fueron incluso más

cuidadosos que los Padres Griegos para evitar la tendencia filosófica griega de

fundir lo humano en lo divino. Por lo tanto, como Macario lo dice, incluso en las

relaciones más cercanas las distinciones deben permanecer claras:

Él es el Señor; ella [el alma] es una sierva. Él es el Creador; ella la criatura.


Él es el artesano; ella es la obra. No hay nada común en las dos
naturalezas. Pero por su inmenso, inefable e incomprensible amor y tierna
compasión, le ha placido habitar en esta obra de sus manos, su preciosa y
elegida obra para que podamos ser algo así como los primeros frutos de
sus criaturas.

Por lo tanto, la imagen es independiente de su fuente, porque su tarea es

reflejar esa fuente en el mundo. Su la regeneración es el nuevo nacimiento


realizado por el Espíritu, que anima y reaviva los sentidos espirituales y hacen

operativa la imagen de Dios, entonces la santificación es el crecimiento,

maduración y perfeccionamiento de la imagen. Y este proceso es el que ahora

vamos a tratar.

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