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Días atrás me sorprendí al constatar que en Chile aún hay colegios que
conciben los talleres de danza como una actividad exclusivamente para
mujeres. La sorpresa no se debió a que ignorase que muchas personas
tienen esa visión de la danza, sino más bien a que caí en la cuenta de que
hacía mucho que no me encontraba en un espacio que se rigiese por esa
idea, y porque nunca me había tocado escuchar que una institución
educativa proyectara un taller de danza para potenciar el lado femenino
de sus alumnas.
Sobre esta última frase debo aclarar que estoy extrayendo palabras de una
conversación, fuera del contexto en que fueron dichas, pero si elegí
hacerlo es por lo que ellas encierran y representan, porque nos recuerdan
que en nuestra sociedad aún persiste la visión de que el cuerpo juega un
rol que va directamente relacionado con el sexo de las personas. Esta
noción tan arraigada socialmente, en el medio de la danza se ha
experimentado y perpetuado por siglos, dejando en claro que las mujeres
deben moverse y ser de una manera y los hombres de otra, todo en
perfecta coherencia con los patrones culturales imperantes.
Este recorrido que aquí solo me permito enunciar, fue abriendo puertas a
distintas reivindicaciones en el plano corporal, sin embargo, persiste una
nebulosa respecto a cómo deben abordarse las construcciones de género
en un arte tan categorizado como el nuestro.