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REPENSAR LA

JUSTICIA SOCIAL
contra el mito de la igualdad de oportunidades

frangois dubet

v y y i siglo veintiuno
editores
REPENSAR LA
JUSTICIA SOCIAL
contra el mito de la igualdad de oportunidades

frangois dubet

m siglo veintiuno
editores
Indice

Introducción 11

1. La igu ald ad de p osiciones 17


El Estado social y la redistribución 18
El movimiento obrero y la cuestión social 21
Asegurar las posiciones y los servicios
públicos 22
U n contrato de solidaridad am pliada 24
La igualdad de acceso a la escuela
republicana 26
La prom oción de las m ujeres 28
El “crisol francés” 29

2. C rítica de la igualdad de posiciones 33


Los límites de la redistribución 33
La suma de las pequeñas desigualdades 37
La protección de las posiciones contra
la cohesión 41
Las decepciones escolares 43
Techos de cristal y ámbitos separados 46
Segregación e identidades 49

3 . La igu ald ad de oportun id ad es 53


Una ficción estadística 54
Discriminaciones y minorías 58
La sociedad activa y la responsabilidad
personal 61
1 O R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

Del elitism o republicano a la igualdad de


o p o rtu n id ad es 63
Los sexos, el género y los cupos 66
Políticas públicas y m inorías visibles 68

4 . C rítica de la igu ald ad de op ortu n id ad es 73


Las desigualdades se profundizan 73
Desventajas e identidades de víctimas 77
La responsabilidad com o o rd en m oral 81
M eritocracia y com petencia escolar 83
A bolir las desigualdades 87
La obligación identitaria 90

5 . P rio rid a d a la igu ald ad de p osicion es 95


Las desigualdades hacen m al 96
Las posiciones d e te rm in a n las
o p o rtu n id ad es 99
D e la igu ald ad de las p osiciones a la
au to n o m ía de los individuos 103
D esigualdades y diferencias 106
Q u e re r la igualdad 109

C o n clu sió n 11 5

R e fe re n cia s b ib lio gráficas 119


Introducción

Existen en la actualidad dos grandes concepciones


de la justicia social: la igualdad de posiciones o lugares y la
igualdad de oportunidades. Su am bición es idéntica: las dos
buscan reducir la tensión fundam ental que existe en las socie­
dades dem ocráticas entre la afirm ación de la igualdad de to­
dos los individuos y las inequidades sociales nacidas de las tra­
diciones y de la com petencia de los intereses en pugna. En
ambos casos se trata de reducir algunas inequidades, para vol­
verlas si no justas, al m enos aceptables. Y sin em bargo, esas
dos concepciones difieren p ro fundam ente y se en fren tan ,
más allá de que ese antagonism o sea a m en u d o disim ulado
por la generosidad de los principios que las inspiran y p o r la
im precisión del vocabulario en que se expresan.
La prim era de estas concepciones se centra en los lugares
que organizan la estructura social, es decir, en el conjunto de
posiciones ocupadas por los individuos, sean m ujeres u hom ­
bres, más o m enos educados, blancos o negros, jóvenes o an­
cianos, etc. Esta representación de la justicia social busca re­
ducir las desigualdades de los ingresos, de las condiciones de
vida, del acceso a los servicios, de la seguridad, que se ven aso­
ciadas a las diferentes posiciones sociales que ocupan los
individuos, altam ente dispares en térm inos de sus calificacio­
nes, de su edad, de su talento, etc. La igualdad de las posicio­
nes busca entonces h acer que las distintas posiciones estén,
en la e stru ctu ra social, más próxim as las unas de las otras, a
costa de que entonces la movilidad social de los individuos no
sea ya una prioridad. Para decirlo en pocas palabras, se trata me-
I i» RE PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

nos de p ro m e te r a los hijos de los obreros que te n d rá n las


mismas o p o rtu n id ad es de ser ejecutivos que los propios hijos
de los ejecutivos, que de reducir la brecha de las condiciones
de vida y de trabajo entre obreros y ejecutivos. Se trata m enos
de perm itir a las m ujeres gozar de u n a paridad en los em ­
pleos actualm ente dom inados por los hom bres que de lograr
que los em pleos ocupados por las m ujeres y p o r los hom bres
sean lo más iguales posible.
La segunda concepción de la justicia, m ayoritaria hoy en
día, se centra en la igualdad de oportunidades: consiste en
ofrecer a todos la posibilidad de ocupar las m ejores posiciones
en función de u n principio m eritocrático. Q uiere m enos redu­
cir la inequidad en tre las diferentes posiciones sociales que lu­
char contra las discrim inaciones que perturbarían u n a com pe­
tencia al térm in o de la cual los individuos, iguales en el punto
de partida, ocu p arían posiciones jerarquizadas. En este caso,
las inequidades son justas, ya que todas las posiciones están
abiertas a todos. Con la igualdad de oportunidades, la defini­
ción de las inequidades sociales cam bia sensiblem ente en rela­
ción con un m odelo de posiciones: aquellas son m enos
desigualdades de posición que obstáculos que se o p o n e n al
desarrollo de u n a com petencia equitativa. En este caso, el
ideal es el de u n a sociedad en la cual cada generación debería
ser redistribuida equitativam ente en todas las posiciones socia­
les en función de los proyectos y de los m éritos de cada uno.
En este m odelo, la justicia o rd en a que los hijos de los obreros
tengan el m ism o derech o a convertirse en ejecutivos que los
propios hijos de los ejecutivos, sin p o n e r en cuestión la brecha
que existe e n tre las posiciones de los obreros y de los ejecuti­
vos. Del mismo m odo, el m odelo de las oportunidades implica
la paridad de la presencia de las m ujeres en todos los peldaños
de la sociedad, sin que p o r ello se vea transform ada la escala
de las actividades profesionales y de los ingresos. Esta figura de
la justicia social obliga tam bién a ten er en cuenta eso que se
llama la “diversidad” étnica y cultural, con el fin de que se en­
cuentre rep resen tad a en todos los niveles de la sociedad.
IN T R O D U C C IÓ N 13

Estas dos concepciones de la justicia social son excelentes:


tenem os todas las razones para q u e re r vivir en u n a sociedad
que sea a la vez relativam ente igualitaria y relativam ente me-
ritocrática. Escandalizan la brecha en tre los ingresos de los
más pobres y los de quienes ganan p o r año m uchas decenas
de SMIC [Salario M ínim o Inlerprofesional de C recim iento],
así com o las discrim inaciones que estancan a las m inorías, a
las m ujeres y a diversos grupos segregados que no p u ed en es­
p e ra r cam biar de posición social p o rq u e ya están de algún
m odo asignados a u n lugar. A prim era vista, no hay m ucho
que elegir e n tre el m odelo de las posiciones y el de las opor­
tunidades, porque, com o sabem os bien, siguiendo a Rawls y a
todos los que lo han precedido, u n a sociedad dem ocrática
verdaderam ente ju sta debe com binar la igualdad fundam en­
tal de todos sus m iem bros y las “justas in eq u id ad es” nacidas
de u n a com petencia m eritocrática y equitativa. Esta alquim ia
subyace en el corazón de u n a filosofía dem ocrática y liberal
que le ofrece a cada uno el derecho de vivir su vida com o pre­
fiera en el m arco de u n a ley y de u n contrato com unes.
Sin em bargo, el hecho de que pretendam os a la vez la
igualdad de posiciones y la igualdad de oportunidades no nos
dispensa de elegir un o rd en de prioridades. En m ateria de
políticas sociales y de program as, d ar preferencia a u n a u otra
no es indistinto. Por ejem plo, no es lo mismo apostar al au­
m ento de los bajos salarios y a las m ejoras de las condiciones
de vida en los barrios populares que p ro cu rar que los niños
de esos barrios tengan las mismas op o rtu n id ad es que los
otros de acceder a la elite en función de su m érito. Tom em os
u n ejem plo aú n más claro: no es lo mismo obtener, para las
m inorías etnorraciales, u n a representación igualitaria en el
Parlam ento y en los m edios, que transform ar los em pleos que
ocupan en la construcción y la adm inistración pública para
volverlos más rem unerativos y m enos penosos. Puedo o bien
abolir u n a posición social injusta, o bien p erm itir a los indivi­
duos que escapen de ella pero sin som eterla ajuicio; y aun si
en el largo plazo quiero conseguir las dos cosas, antes tengo
1 i\ R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

(jue elegir qué es lo que haré prim ero. En u n a sociedad rica


pero obligada a fijar prioridades, el argum ento según el cual
todo d eb ería hacerse de acuerdo con los ideales no resiste a
los im perativos de la acción política. Si no querem os co n ten ­
tarnos con palabras, estam os obligados a elegir la vía que pa­
rece más ju sta y más eficaz.
La elección se im pone con más fuerza porque estos dos
m odelos de justicia social no son m eros diagram as teóricos.
En los hechos, son enarbolados p o r m ovim ientos sociales di­
ferentes, que a su vez privilegian a grupos y a intereses dife­
ren tes en tre sí. N o movilizan a los mismos actores ni p o n e n
e n ju e g o los m ism os intereses. No obro de la m ism a m an e ra
si lucho p ara m ejo rar mi posición que si lo hago p ara incre­
m en tar mis o p o rtu n id ad es de salir de ella. En el p rim er caso,
el actor está d efinido p o r su trabajo, su función, su utilidad,
incluso p o r su explotación. En el segundo caso, está definido
p o r su identidad, p o r su naturaleza y por las discrim inaciones
eventuales que sufra en tanto mujer, desem pleado, hijo de in­
m igrantes, etc. Desde luego, esas dos m aneras de definirse y
de movilizarse en el espacio público son legítim as; sin em ­
bargo, no p u e d e n ser confundidas y, allí tam bién, tornam os a
elegir la actitud que debe ser prioritaria. U na sociedad no se
percibe y no actúa de la m ism a m an era según se incline p o r
la igualdad de posiciones o por la igualdad de oportunidades.
En particular, los actores a cargo de la reform a social -lo s par­
tidos de izquierda, en especial- se ven enfrentados a u n a elec­
ción que no p u e d e n eludir etern am en te.
Este ensayo está construido com o u n a especie de trib u n al
de justicia intelectual do n d e el au to r será abogado, fiscal y ju ­
rado. A nalizaré sucesivam ente el m odelo de las posiciones y
el de las o p o rtu n id a d es, a fin de aclarar sus respectivas fuer­
zas y debilidades. Al final de este exam en daré, co n tra los
vientos que soplan hoy, la p referen cia al m odelo de la igual­
d ad de las posiciones; elección que no significa que d e b a ig­
norarse la igualdad de oportunidades, sino que establece u n a
prioridad, si pensam os que la acción m ilitante y pública con-
IN T R O D U C C IÓ N 15

siste en je ra rq u iz a r los objetivos. A fin de dar a esta indaga­


ción un aspecto práctico, revisaré en form a sucesiva tres do ­
m inios en los cuales esos m odelos de justicia se aplican coti­
dianam ente: la educación, el lugar de las m ujeres y el de las
“m inorías visibles”.
1. La igualdad de posiciones

D eclarando que “todos los hom bres nacen libres e


iguales”, la Revolución Francesa ha abierto una contradicción
decisiva en tre la afirm ación de la igualdad fundam ental de
todos y las inequidades sociales reales, las que dividen a los in­
dividuos según los ingresos, las condiciones de vida y la seguri­
dad. El d e rru m b e de la sociedad del Antiguo Régimen incre­
m entó las inequidades sociales ya que, bajo la invocación de la
libertad, nada parecía oponerse a la acción de un capitalismo
desenfrenado, com o lo revelaría en el siglo XIX el desarrollo
de la m iseria obrera y urbana. Resultaba sin em bargo claro
para m uchos que, sin intervención pública y sin un proyecto
social capaz de aten u ar esos m ecanism os desiguales, las socie­
dades dem ocráticas no sobrevivirían a la cuestión social y a las
heridas inferidas p o r el funcionam iento de un capitalismo sin
contenciones. H acía falta entonces que a los derechos socia­
les se añad ieran los derechos políticos para que las prom esas
de igualdad fu eran cum plidas, antes de que u n a nueva revo­
lución, m ucho más radical, am enazara la libertad en nom bre
de u n a igualdad perfecta.
Este com bate fue prom ovido p o r el m ovim iento obrero,
por reform istas sociales y, más am pliam ente, por eso que nos
hem os acostum brado a llam ar la izquierda. El principio de la
igualdad de lugar no sólo ha buscado lim itar las brechas so­
ciales, sino que, para decirlo en palabras de Castel (1995), ha
construido u n a “sociedad salarial” en la que las posiciones
ocupadas p o r los m enos favorecidos son aseguradas y contro­
ladas p o r u n cierto núm ero de derechos sociales. Ese m odelo
l8 REPEN SAR L A J U S T IC IA S O C IA L

no es sólo u n a concepción de la justicia social: contribuye a


producir u n a sociedad definiendo a los grupos, las clases so­
ciales, los m ovim ientos sociales y las instituciones reunidas en
to rno a ese m odelo de justicia.

EL ESTADO SOCIAL Y LA REDISTRIBUCIÓN

A la som bra de las am biciones socialistas y de las utopías co­


munistas se han desarrollado políticas orientadas a reducir las
desigualdades e n tre las diferentes posiciones sociales p o r la
vía de las transferencias sociales. Al reasignar u n a p arte de la
riqueza a la ayuda, m ediante tasas, im puestos y derechos de
sucesión, las políticas de redistribución h a n term in ad o p o r
reequilibrar el rep arto de las fortunas. C uando u n o com para
las econom ías de varios países en tre sí, com o en la figura 1 , se
constata que a mayores tasas fiscales, dism inuyen las grandes
inequidades sociales.
La correlación entre el po d er del Estado Benefactor y la
igualdad social es muy fuerte. Abajo, a la derech a de la figura
1 están los países socialdem ócratas del norte de Europa; luego
vienen los países del capitalismo “re n a n o ”, Alemania, Bélgica,
Francia y los Países Bajos; finalm ente, los países más liberales
como Canadá, Corea, Gran Bretaña y sobre todo Estados Uni­
dos, que com bina fuertes inequidades y un Estado Benefactor
poco activo .1 En este último caso, las políticas de reducción de
gastos sociales, en especial de la seguridad social y de la protec­
ción de desem pleados, han acentuado las inequidades, que son
casi dos veces más elevadas que en Francia. Los ingresos del
10 % de los más ricos son seis veces superiores a los del 10 %

1 Constataciones idénticas han sido establecidas por numerosas


investigaciones comparativas sobre los diferentes tipos de capitalismo.
Véase Amable (2005).
LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 1Q

Figura 1. Estado B enefactor e índice sintético


de la inequidad-pobreza

10,0 0 -
Estados Unidos
ef

8,00 Corea Portugal


'b Italia &
'''0®'^Laponia „
Desigualdad - Pobi eza

Irlanda España
Grecia '>0 o
6,00 Australia ©"PoloniaNueva Zelanda
©— Eslovaquia
Reino Unido ^ C a n ad á
® O— Hungría
4,00 Suiza .Alemania
Bélgica Austria
Francia/00^ Países Bajos
^ Luxemburgo
2,00 Noruega ef
P Suecia
República Checa / c f'
"o
Finlandia

0,00 Dinamarca
---- 1-------------- 1-------------- 1-------------- 1----
0,00 2,00 4,00 6,00 8,00 10,00
Estado Benefactor

Esta tabla, producto de una investigación dirigida conjuntamente con


Marie Duru-Bellat y Antoine Vérétout, se construyó sobre la base del
incremento de la intervención del Estado y de las inequidades
sociales. Nuestro índice sintético de pobreza combina las inequidades
de los ingresos, representadas por la parte de la población
considerada como pobre (en el eje de las ordenadas),1y un índice de
intervención del Estado Benefactor que liga la amplitud de la
redistribución a la de la legislación que protege los salarios (en el de
las abscisas). Estos dos índices están construidos sobre una escala que
va del 0 al 10. Por ejemplo, el índice de pobreza no significa que
Estados Unidos sea diez veces más desigual que Dinamarca, sino que
el primero es el más desigual y el segundo, el menos desigual de los
países analizados.
20 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

más pobre; en Francia, la brecha era del orden de 6 antes de


las tasas fiscales y cayó a 3,5 luego del juego de transferencias
sociales. En el siglo XX, las inequidades sociales fueron red u ­
ciéndose regularm ente con la aparición del impuesto sobre el
ingreso, el aum ento de derechos de sucesión y los diversos gra­
vámenes a las empresas, aunque la tendencia actual sea consi­
derablem ente m enor, incluso un retroceso (Piketty, 2001).
Desde luego, ninguno de estos regím enes sociales ha erradi­
cado totalm ente la pobreza ni h a im pedido que u n a m inoría
am asara considerables fortunas. Pero está claro que han inte­
grado la clase o b rera gracias a todo un conjunto de derechos
sociales relativo a la salud, al desem pleo, a la jubilación y a las
condiciones laborales (recreación, progreso salarial, vacacio­
nes, etc.). No sólo los más pobres han adquirido un nivel de
vida decente, sino que su estatus social ha sido garantizado por
u n a serie de derechos sociales y de prestaciones. Sin em bargo,
esas políticas de reducción de las distancias sociales no han
sido jam ás igualitaristas. Se han m antenido la mayoría de las
inequidades en tre los em pleados que cuentan con u n título y
los obreros poco calificados, en tre los trabajadores intelectua­
les y los trabajadores m anuales, entre las profesiones liberales y
las salariales. Tam bién es verdad que los sindicatos n u n ca se
han movilizado realm ente en favor de u n a drástica reducción
de esas distancias y que las clases medias del Estado, los funcio­
narios en especial, se han beneficiado am pliam ente de estas
conquistas sociales. Sin em bargo, a fin de cuentas, las inequida­
des sociales se han reducido y, para retom ar la vieja fórm ula de
Goblot, los “niveles” han reem plazado a las “barreras”.
En cuanto a los pobres, si bien no han abandonado los últi­
mos escalones de la sociedad, se han beneficiado de proteccio­
nes relativas a la duración del trabajo, al salario m ínim o, a la
salud. H an escapado progresivam ente a la suerte de los “mise­
rables” y de los “condenados de la tie rra ”, aún más cuando el
largo perío d o de crecim iento económ ico posterior a la Se­
gunda G uerra M undial ha desencadenado un círculo virtuoso
de progreso y de redistribución, aum entando el bienestar ge­
LA IG U A L D A D DE P O S IC IO N E S 2 1

neral sin socavar la jerarq u ía social. Cada cual podrá inclinarse


por políticas que fueron buenas para él o para los otros. Pro­
gresivam ente ha ido consolidándose la certeza del progreso
social: a los derechos dem ocráticos les siguen derechos socia­
les que reducen la tensión en tre la igualdad form al y las
desigualdades reales. La fraternidad, inscrita en el frente de
los ayuntam ientos al mismo nivel que la libertad y la igualdad,
es un voto pío que poco a poco ha ido desapareciendo.
En m om entos en que algunos se p reg u n tan si el capita­
lismo es susceptible de ser reform ado, la im portante labor de
los Estados de Bienestar, que han logrado reducir las inequi­
dades sociales y garantizar las posiciones ocupadas p o r los
más frágiles, p erm ite resp o n d er afirm ativam ente. En efecto,
m ientras que el funcionam iento norm al del m ercado puede
a h o n d a r las inequidades hasta grados extrem os, las socieda­
des industriales han tenido la capacidad de enm arcarlas, de
im ponerles reglas y, a fin de cuentas, de ponerlas a su servicio
“encastrándolas” en la sociedad (Polanyi, 1944).

EL MOVIMIENTO OBRERO Y LA CUESTIÓN SOCIAL

El m odelo de justicia centrado en la reducción de las inequi­


dades e n tre las posiciones sociales no debe ser considerado
com o u n a filosofía abstracta y racional que se aplicará a las so­
ciedades en función de elecciones teóricas. De hecho, esta
política procede de u n a larga construcción elaborada p o r ac­
tores heterogéneos, acaso heteróclitos, desde el Manifiesto de
los iguales de G racchus Babeuf hasta las grandes confederacio­
nes sindicales, desde el catolicism o social hasta los em presa­
rios utopistas y filántropos, pasando por los altos funcionarios
y p o r todo el tejido ele m ovim ientos mutualistas. Pero ello no
im pide que esta am bición se haya e n carn ad o especialm ente
en la larga tradición de las luchas obreras de los siglos XIX y
XX, que han term inado p o r hacer triunfar ese m odelo.
22 RE PE N SAR L A J U S T I C I A S O C IA L

A través de huelgas, m anifestaciones y relaciones de fuerza,


los sindicatos o b rero s se h an esforzado p o r vender la fuerza
de trabajo a u n m ejor precio. Instalaron la idea según la cual
la redistribución de la riqueza era m ucho más legítim a que el
hecho de que la fo rtu n a de unos rep o sará sobre la explota­
ción de otros y, en ese caso, el m ejoram iento de la condición
de los trabajadores era u n a m anera de recu p erar aquello que
les había sido “ro b a d o ”. La justicia social no era solam ente
u n a cuestión de m oral y de com pasión hacia los más pobres;
era u n a redistribución legítim a, u n a suerte de nivelación en
u n ju eg o de sum a cero. La fuerza de esta representación
viene de eso que se ha exten d id o progresivam ente al con­
ju n to del m u n d o del trabajo, ya que los derechos sociales
conquistados p o r algunos deben ser aprovechados p o r todos,
incluyendo a quienes no tengan los m edios para luchar p o r
ellos. Aun siendo m inoritarios, hu b o sindicatos que pudieron
negociar acuerdos parciales y después derechos sociales un i­
versales, que beneficiaron a todos los ciudadanos en nom bre
de la igualdad o, sobre todo, en n o m b re de la igualdad en tre
los mismos trabajadores. E videntem ente, esta historia no ha
sido todo lo arm oniosa que uno creería y m uchos grupos so­
ciales han q u ed ad o fuera de esa epopeya.

ASEGURAR LAS POSICIONES Y LOS SERVICIOS PÚBLICOS

Eso no im pide que la igualdad de posiciones haya sido prom o­


vida (y siga siendo am pliam ente apoyada) p o r actores indivi­
duales y colectivos que han convertido la lucha de clases en
com prom isos sociales y en reglas de derecho. Se ha creado un
m ecanism o que transform a los conflictos sociales en participa­
ción política, en reducción de inequidades y en integración
social. Muy a m en u d o , sin em bargo, el cam ino hacia la igual­
dad sólo ha sido indirecto, ya que las grandes luchas obreras
han ap u n tad o m enos a la reducción de la brecha en los ingre­
LA IG U A L D A D DE PO S IC IO N E S 23

sos que al desarrollo de la protección social y a la obtención


de derechos sociales. De hecho, el mes de ju n io de 1936 será
recordado más p o r las conquistas de la sem ana de cuarenta
horas y de las vacaciones pagas que por un aum ento masivo de
los salarios. Del mismo m odo, los años de la Liberación fueron
en prim er lugar los de la generalización progresiva de la segu­
ridad social. U nicam ente los acuerdos de G renelle, en 1968,
son recordados p o r un im portante aum ento de los salarios
obreros, p o r más que sus efectos sobre las desigualdades ha­
yan sido relativam ente débiles ya que la entera jera rq u ía sala­
rial se ha beneficiado con ellos, y aunque la inflación de la dé­
cada de 1970 haya reducido levem ente el aum ento.
Más recientem ente, la ley sobre las treinta y cinco horas de
trabajo tradujo la mism a lógica: apuntaba m enos a reducir di­
rectam ente las desigualdades de los ingresos que a m ultipli­
car las posiciones y los em pleos com partiendo el trabajo. De
hecho, el m ovim iento hacia la igualdad ha consistido sobre
todo en asegurar las posiciones ocupadas p o r los trabajadores
gracias al derech o a huelga, a la atención m édica, al ocio, a la
vivienda, a la jubilación, etc. Esta igualdad se orienta no tanto
a red u cir d irectam en te las distancias de los ingresos com o a
pro teg er los salarios (en especial los más m odestos) de los
riesgos en g endrados por las vicisitudes de la vida. Es el princi­
pio de la sociedad salarial (Castel, 2009).
El hech o de que el m odelo de igualdad de posiciones haya
sido prom ovido principalm ente p o r el m ovim iento obrero y
los partidos de izquierda ha tenido dos consecuencias im por­
tantes. La p rim era proviene de que el trabajo ocupa un lugar
esencial, ya que la m ayoría de los derechos sociales derivan
de él (com o o c u rre en la actu alid ad ).2 Para la m ayoría, esos

2 Este tipo de derechos ha pesado en la construcción estadística


francesa, centrada en la actividad antes que en el modo de vida y los
ingresos, como en Gran Bretaña. Véase Duriez, Ion, Charloty Pin^on-
Charlot (1991).
24 R E PE N SAR L A J U S T IC IA S O C IA L

derechos son los del trabajador, y hu b o que esperar m ucho


tiem po p ara que el RMI [Ingreso M ínim o de Inserción] acor­
d ara derechos a quienes los habían perd id o p o r h a b e r sido
expulsados del m ercado laboral, y m ucho mas aú n p ara que
la cobertura m édica universal fuera otorgada a los indigentes.
De hecho, la igualdad de posiciones es u n derech o derivado
del trabajo.
La segunda consecuencia es más universal y concierne a la
creación de equipos colectivos dirigidos a “desm ercantilizar”,
en palabra de Esping A ndersen (2007), el acceso a ciertos
bienes. Aquí, la igualdad procede m enos de la igualación de
los ingresos que de p o n e r a disposición de todos los bienes re­
servados d u ran te tanto tiem po para unos pocos. Es el caso en
especial de los transportes públicos, de la im plantación de los
servicios públicos, de la educación y de todas las obras públi­
cas gratuitas, p orque su costo se reparte en tre el conjunto de
los contribuyentes. Esos bienes no e n tra n directam ente en la
estadística que m ide las inequidades sociales; sin em bargo,
ellos tam bién contribuyen a la igualación progresiva de las po­
siciones, ya que todos p u ed en beneficiarse de ellos. Por otra
parte, d u ran te m ucho tiem po la R epública h a concebido su
rol social en relación con la inversión en obra pública: cada
com una debía ten e r escuelas, su universidad, su correo, su co­
m isaría, su pileta, su biblioteca, su sala de reunión, etc. Los
servicios públicos y su gratuiclad son percibidos com o u n a de
las condiciones de la igualdad de posiciones. Com o correlato,
cuando u n a de esas obras cierra, los habitantes tienen la sen­
sación de h aber sido abandonados p o r la República.

UN CONTRATO DE SOLIDARIDAD AMPLIADA

La igualdad de posiciones y la redistribución rem iten a u n a


concepción general de la sociedad construida en térm inos de
trabajo, de utilidad colectiva y de funciones -co n c e p c ió n que
LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S •.!!,

se com bina con u n sistema de clases y de conflictos de clases .


En este esquem a, si se da p rioridad a los reclam os p o r la
igualdad social, no es sólo porque los individuos sean lunda
m entalm ente iguales, sino tam bién y sobre todo porque los
trabajadores contribuyen a la producción de la riqueza y del
bienestar colectivo y, por eso, la sociedad les debe algo. Para
retom ar el lenguaje de la solidaridad que caracterizó a Léon
Bourgeois y Léon Duguit, la igualdad y la protección de los
trabajadores son u n a m an era de reem bolso de la d e u d a so­
cial, algo que cada u n o le debe a la colectividad y que la co­
lectividad le debe a cada uno. Desde esta perspectiva, si se les
saca a los ricos para darles a los pobres, es m enos en nom bre
de u n a obligación ética hacia los pobres que en función de
una unidad de la vida social y de las obligaciones de la “solida­
ridad orgánica”, en tiem pos en que los vínculos interpersona­
les del A ntiguo Régim en y del paternalism o p atronal ya no
bastan para equilibrar los dones y sacrificios.
Es esta am pliación del propio contrato de trabajo la que se
halla en el centro de la lucha de la República social y de la iz­
quierda. Por más que esta filosofía pueda p arecem o s disuelta
en la actualidad, su fuerza radica en apelar a u n contrato so­
cial que repose sobre un am plio “velo de la ignorancia” y en
te n d e r hacia sistemas de protección universalistas, ya que
cada uno se e n c u en tra en cerrad o en un sistema de deudas y
de créditos sociales: debo algo a toda la sociedad y toda la so­
ciedad m e debe algo. Desde esta perspectiva, es norm al que
las adquisiciones sociales particulares sean am pliadas a todos
y que la igualdad sea u n a consecuencia del contrato social
más que un objetivo político. Porque estam os ligados a ese
contrato es que estam os invitados a volvernos iguales benefi­
ciándonos de los servicios y protecciones ofrecidos a todos, y
en especial a los trabajadores. Se com prende entonces m ejor
p o r qué el desarrollo del Estado B enefactor ha desem peñado
un papel más im p o rtan te que la búsqueda directa de igual­
dad m erced al conflicto social y a la negociación salarial
(Ewald, 1986).
2í() R E PE N SAR LA J U S T I C I A S O C IA L

En definitiva, la igualdad de posiciones, tal com o se ha


desarrollado e n Francia, h a estado d o m inada p o r la tensión
en tre dos grandes tendencias. La prim era consiste en reducir
las distancias, m ientras que la segunda se dirige más bien a fi­
ja r las posiciones y a asegurarlas, lo que es u n a m an era indi­
recta de p ro d u cir la igualdad. Por u n lado, es necesario red u ­
cir las desigualdades en tre las posiciones sociales; p o r otro, es
necesario que cada u n o esté en su lugar siem pre y cuando ese
lugar sea aceptable y esté asegurado. Desde este p u n to de
vista, este m odelo de justicia social no es igualitarista, y acaso
sea p ro fu n d a m en te conservador.

LA IGUALDAD DE ACCESO A LA ESCUELA REPUBLICANA

La creación de la escuela laica, gratuita y obligatoria hacia fi­


nales del siglo XIX fue un progreso real en m ateria de igual­
dad de posiciones, ya que esta escuela ofrece a todos los niños
la posibilidad de com partir la m ism a cultura, la mism a lengua
y los mismos valores. La igualdad escolar presupuso la convic­
ción de que la escuela debía ofrecer u n bien com ún, algo que
todos los ciudadanos p udieran com partir, a fin de form ar u n a
nación en tiem pos en que la Iglesia ya no ofrecía ese vínculo
sino que, antes bien, era m anifiestam ente hostil a la R epú­
blica. Pero, adem ás de este bien com ún, la escuela rep u b li­
cana necesitaba p rep a ra r a cada u n o p ara u n puesto laboral o
profesional que le e ra asignado en el o rd en social: los niños
de pueblos ru rales y los de la burguesía, las niñas y los niños
no frecu en tarían la m ism a escuela.
Esta concepción de la escuela republicana no ha sido jam ás
cuestionada p o r el m ovim iento obrero, que consideraba que
la educación es u n valor “en sí” y que todos debem os benefi­
ciarnos de ella. De hecho, esta escuela no es igualitaria más
que en la m ed id a en que ella g e n e ra u n id ad y garantiza que
todos los alum nos, incluidos los m enos favorecidos, ad q u ie­
LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 27

ran u n bagaje m ínim o de conocim ientos. Es así com o rease­


gura las posiciones: ofrece a todos la dignidad escolar a la que
cada m iem bro de la sociedad tiene derecho. Esto explica que
lo esencial del esfuerzo público se haya consagrado d u ran te
(anto tiem po a la enseñanza elem ental. Esta concepción de la
igualdad de las posiciones ha producido tam bién u n o de los
rasgos mas característicos de la escuela francesa: su centra­
lismo y su uniform idad. Según ella, en efecto, la igualdad será
tanto m ejor asegurada en la m edida en que, sea del pueblo
que sea, la escuela a la que el alum no ingrese sea idéntica a la
de cualquier ciudad o pueblo vecino, que los program as y la
orientación pedagógica sean los mismos y que los m aestros
sean elegidos de idéntico m odo. En este sentido, la igualdad
es ante todo la u n id ad de la oferta escolar.
A pesar de la nostalgia que a m enudo se asocia al recuerdo
de la escuela republicana francesa, hay que recordar que su
concepción de la igualdad no atendía muy especialm ente a la
igualdad de oportunidades. Buscaba aproxim ar las diferentes
condiciones escolares sin trastocar la estructura social y sus je ­
rarquías. De este m odo, el elitismo republicano reposaba sobre
u n a concepción muy particular de la justicia escolar. Si la na­
ción no debía privarse de los m ejores talentos salidos del pue­
blo, en especial para hacer de ellos funcionarios y otros “húsa­
res” de la República, no procuraba dotarlos a todos con las
mismas oportunidades de b uen éxito. La pru eb a está en que,
ju n to a la escuela comunal, los hijos de las clases favorecidas se
veían reservar los pequeños liceos, los liceos y las hum anidades
clásicas, que constituían la clave de los estudios más largos, más
prestigiosos y más rentables. La igualdad no im pedía que cada
uno debiera quedarse en su posición, una vez que esta posición
estaba asegurada y m ientras que el zócalo de la cultura com ún
se viera progresivam ente am pliado. Esta escuela asocia un rela­
tivo acercam iento de las posiciones sociales a la seguridad de
po d er conservar la posición propia. A la vez igualitarista y con­
servadora, busca producir igualdad sin trastocar el orden so­
cial, en nom bre del “contrato social” republicano.
28 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

LA PROMOCIÓN DE LAS MUJERES

Parece poco discutible que, en dos siglos, las m ujeres han


visto cóm o sus posiciones sociales se acercaban a las de los
hom bres, en térm inos de derechos y de acceso a las d iferen­
tes posiciones sociales. La igualdad de posiciones ha asegu­
rado a las m ujeres u n a cierta prom oción, gracias al acceso
-ta rd ío - a los derechos políticos y sociales. Por lo dem ás, hay
que atrib u ir a esta razón que el trabajo asalariado de las m u­
je re s haya sido percibido d u ran te m ucho tiem po com o la
condición esencial de la igualdad: garantizaba a la vez u n a
cierta au to n o m ía y protecciones sociales que, sin ella, pasa­
rían p o r los d erechos del m arido. Desde esta perspectiva, se
consideraba que las m ujeres debían conseguir la igualdad por
el trabajo. Las m ujeres p o d rían o b te n e r la igualdad a la que
ten ían d erech o a aspirar, en función de su “natu raleza” y de
su posición en la división sexual del trabajo. Era necesario
que las m ujeres fueran iguales en todo pero al m ism o tiem po
que se q u ed aran en su lugar, en especial en su lugar fam iliar
en tanto esposas y m adres.
Sin em bargo, este relato que calca el destino de las m ujeres
sobre el de otros trabajadores (es decir, de hom bres) no es
tan glorioso com o p o d ría parecer: el retraso de las m ujeres
en m ateria de igualdad pone al desnudo la tensión in te rn a en
la igualdad de posiciones entre la lógica de la igualdad y la ló­
gica de la seguridad social. Si, p o r un lado, las m ujeres acce­
d e n a los d erech o s que d e te n ta n los hom bres, p o r el otro se
las invita con fuerza a p e rm an ecer en su lugar y la m ayoría de
las políticas com binan esos dos discursos. Así, d u ran te un pe­
ríodo m uy largo, las políticas de la fam ilia se h a n dirigido a
asegurar el lugar de las m ujeres en la fam ilia y a m antenerlas
allí. Por lo dem ás, la escuela ha orien tad o a las jóvenes hacia
trabajos considerados fem eninos (costura, cuidados a las per­
sonas, etc.) y, más aún, hacia el hogar. Basta con ver cóm o el
Partido C om unista, acérrim o defen so r de la igualdad de las
posiciones, se opuso m ucho tiem po a la anticoncepción, que
LA IG U A L D A D DE PO S IC IO N E S 2Q

podía d ar a las m ujeres el gusto “p eq u eñ o b u rg u és” de la li­


bertad. Hay que reco rd ar que el derecho al voto fue conce­
dido en Francia a las m ujeres recién en el m om ento de la Li­
beración, y que el derech o a la anticoncepción y al aborto
chocó con resistencias considerables.
A m enos que pensem os que todo esto provenía solam ente
de un arcaico reflejo misógino, hay que adm itir que el pro­
greso ofrecido a las m ujeres fue m ucho tiem po concebido
como la garantía de u n a posición estable y asegurada, a riesgo
de que resultara inferior a la de sus m aridos y herm anos. En lo
esencial, por otra parte, el m ovimiento fem inista se desarrolló
en los m árgenes de la izquierda antes que en su corazón: so­
cialistas y com unistas explicaban a las m ujeres que la m ejora
de su situación d e p e n d ía ante todo del triunfo del movi­
m iento obrero y de los progresos de la condición salarial. Du­
rante un p eríodo muy largo, la igualdad de las posiciones no
significó un cuestionam iento a la división sexual del trabajo.
Construida p o r la solidaridad nacional, las asignaciones fami­
liares, los servicios públicos y los sistemas de jubilaciones y
pensiones, está dirigida, aun allí, a reducir las brechas sin por
ello abolirías.

EL “ CRISOL FRANCÉS”

M ientras que la sociología em pírica norteam ericana, en espe­


cial la sociología u rb an a de la escuela de Chicago, se cons­
truyó sobre los problem as de la inm igración y del melting-pot,
m ientras que los partidos políticos en Estados U nidos opo­
nían los W hite Anglo-Saxon Protestants (Wasps) a los recién
llegados, las ciencias sociales francesas y los grandes partidos
se pronu n ciaro n desde un prim er m om ento con respecto a la
cuestión social. Y sin em bargo, d u ran te algunos períodos de
nuestra historia, com o p o r ejem plo en la década de 1930, la
proporción de m igrantes fue casi tan elevada en Francia
30 R E PE N SA R L A J U S T I C I A S O C IA L

com o en Estados U nidos. Si la sociedad francesa no h a ubi­


cado a los m igrantes en el corazón de su m odelo de justicia
social, a las crisis xenófobas no les faltan vínculos con ese es­
tado de las cosas, desde la Gran D epresión hasta el F rente Na­
cional.
Desde el siglo XIX, se ha forjado un relato de integración,
u n m ito an tes que u n a realidad, fu n d ad o sobre el “crisol
fran cés” (N oiriel, 1988): este relato, declinación del m odelo
de la igualdad de posiciones, c o n d u ce a proyectar las cues­
tiones cu ltu rales y nacionales sobre los problem as del tra­
bajo y del rég im en salarial. En este m arco co n cep tu al, los
m igrantes se ven definidos antes p o r su cu ltu ra que p o r su
trabajo. P a rec e ría evidente que el m odelo rep u b lica n o y la
id en tid a d fran cesa acabarán p o r disolver a los recién llega­
dos en u n c o n ju n to nacional que se percibe sim ultánea­
m en te com o p a rticu la r y com o universal, puesto q u e e n ­
c a rn a los d e re c h o s del h o m b re , la razón y la d em o cracia
(S chnapper, 1994). Se fo rm a u n a concepción de la to le ran ­
cia laica en la cual las diferencias culturales son aceptadas
desde el m o m e n to en que se ven acantonadas en la vida p ri­
vada y que re n u n c ia n a expresarse públicam ente a través de
los partid o s y d e los sindicatos.
Según este paradigm a, los m igrantes e n tra n desde u n co­
m ienzo en la eco n o m ía y en los sectores m enos calificados,
que son ab a n d o n ad o s p o r los obreros franceses, quienes se
elevan a las profesiones m ejor rem uneradas. En el trabajo, ad­
quieren los derechos sociales de los otros trabajadores, estabi­
lizan sus posiciones, y m uy a m en u d o , en la m inería, la side­
rurgia y la m etalurgia, se convierten en los actores principales
del sindicalism o. U n a vez asegurado este lugar, acceden a la
ciudadanía y, a través de u n a escuela republicana abierta a to­
dos, te rm in a n (teóricam ente al m enos) p o r asim ilarse a la
cu ltu ra n a c io n a l y p o r volverse tan franceses “com o los de­
m ás”. T am bién en esto, el m odelo social republicano a p u n ta
a la igualación progresiva de las posiciones y construye m ar­
cos políticos y u n im aginario de la integración social. Así, no
LA IG U A LD A D DE PO S IC IO N E S 3 1

p u e d e n existir políticas sociales específicas hacia los m igran­


tes, porque estos son convocados a fundirse en la clase obrera
antes de diluirse en la nación.
P or cierto, hay u n a gran distancia en tre este discurso y la
realidad, d o n d e se com binan xenofobia, segregación y ra­
cismo. Pero esto no significa que sea u n a simple fábula, por­
que ha construido prácticas y englobado a los recién llegados
en u n a concepción de la justicia social centrada en la aper­
tu ra p ara ellos de los derechos del hom bre y la seguridad de
las posiciones. Hoy p o r hoy, este m odelo es defendido feroz­
m ente por quienes ven en él la piedra miliar de la integración
social frente a las am enazas com únitaristas.
El m odelo de la igualdad de las posiciones ha sido m enos
igualitarista y proclive a “com partirlo to d o ” que redistribui­
d o r y asegurador, al dar derechos y protecciones sociales a los
más pobres. En este sentido, es más “socialista” que “com u­
nista”. Se inscribe en u n a concepción general del contrato so­
cial en la cual cada u n o se beneficia con u n a solidaridad “or­
gánica” d o n d e el asedio y la progresiva reducción que sufren
las desigualdades es la consecuencia de u n a representación
integrada de la sociedad en to rno a la acción del Estado. Así,
incluso p o r vías desviadas, las desigualdades han sido reduci­
das a lo largo de u n prolongado período, y un entero con­
ju n to de m ecanism os institucionales y de representaciones
políticas ha contribuido a realizar u n m odelo de justicia cuya
eficacia parece poco refutable. En lo que respecta a la lucha
co n tra las desigualdades sociales, el com prom iso del Estado
de Bienestar y de las tasas de redistribución conserva su efica­
cia cuando se com para en tre ellas a las sociedades. Por otra
parte, el m odelo de la igualdad de las oportunidades se ve
asociado a u n a form a de construcción y de representación de
los actores sociales elaborada en to rn o al trabajo y a la utili­
dad funcional de cada uno. Sin nostalgia alguna, esto merece
ser subrayado en un m om ento en el que ese principio de jus­
ticia sufre fuertes críticas.
2. Crítica de la igualdad
de posiciones

Va de suyo que la puesta en práctica de u n a política


resulta siem pre inferior a sus principios, en especial cuando
desaparece el fuerte crecim iento económ ico que requiere
p ara su despliegue. Pero puede ocu rrir tam bién que sus am ­
biciones mismas descubran vicios escondidos, efectos no que­
ridos: esto o cu rre, precisam ente, cuando la protección de las
posiciones dificulta y dism inuye la reducción de las desigual­
dades en tre esas posiciones. A unque p o r lo com ún la crítica a
este m odelo se ejerce en nom bre de u n a ideología liberal, no
puede, sin em bargo, reducirse a este único punto de vista. En
efecto, pu ed e practicarse tam bién en nom bre de los princi­
pios y de las aspiraciones de la igualdad de las posiciones. Es
el p u n to de vista que desarrollaré aquí.

LOS LÍMITES DE LA REDISTRIBUCIÓN

Las sociedades que desarrollaron un Estado de Bienestar po­


deroso se ven globalm ente m enos afectadas por las desigual­
dades que las otras. Pero este argum ento no basta para justifi­
car el m odelo de la igualdad de las posiciones. No puede
defenderse e te rn a m e n te el Estado de B ienestar y la redistri­
bución p artien d o de la m era constatación de que, en otros
lados, todo es peor; en el seno m ism o de las sociedades fuer­
tem ente protectoras, las desigualdades están lejos de ser des­
preciables, com o lo m uestra el gráfico del capítulo anterior:
34 R E PE N SA R L A J U S T IC IA S O C IA L

países que p resentan tasas de redistribución análogas tienen


desigualdades de am plitud diferente. En este asunto lo que
im porta no es solam ente qué parte de los recursos es tom ada
a la sociedad y qué parte ju eg a el gasto público; es igualm ente
im portante la m anera com o esta parte es tom ada y gastada.
Com o el Estado de B ienestar francés es corporativo o con­
servador, según la tipología de Esping A ndersen (2007), pro­
tege bien a los que están integrados y mal a los que no lo es­
tán. La igualdad se ve lim itada a los incluidos, m ientras que
los más frágiles, los outsiders, e n cu en tran dificultades para en­
tra r en el sistem a y p ara acceder al núcleo d u ro del m un d o
del trabajo, con todos los derechos que ofrece. D urante los
últim os tre in ta años, Francia se caracterizó p o r u n a tasa de
desem pleo elevada, al mismo tiem po que los trabajadores con
em pleos fijos estaban relativam ente bien protegidos. De m a­
n e ra general, los países corporativos asocian desigualdades
relativam ente débiles a tasas de desem pleo elevadas. Todo
o c u rre com o si las sociedades eligieran en tre dos grandes fi­
guras de contrato social. O bien protegen a u n a gran parte de
la población y lim itan las desigualdades excluyendo a los que
no p u ed en e n tra r en el sistema, o bien abren sus puertas a to­
dos, pero al precio de grandes desigualdades. Es el sentido de
la respuesta de Tony Blair a los críticos de la izquierda fran­
cesa: el p rim e r d e b e r de la solidaridad es ofrecer u n em pleo
a todos. ¡Ausencia de desigualdades o ausencia de desem ­
pleados! A un si se elige la igualdad de las posiciones, la fór­
m ula no es m ilagrosa, incluso en los países socialdem ócratas
m ás virtuosos: las desigualdades sufridas p o r las m ujeres y los
inm igrantes son en ellos relativam ente elevadas.
C uando el crecim iento no pud o seguir dando u n em pleo a
todos, el carácter corporativo del Estado de B ienestar se re­
veló a plena luz del día. Por detrás de la igualdad de las posi­
ciones se yergue la coalición de los regím enes especiales y de
los corporativism os, y el hecho de que se presenten com o “de­
rechos ad q u irid o s” y desigualdades legítim as no cam bia nada
a la cuestión. Más allá del g ran contrato de solidaridad hay
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 3 5

una m iríada de derechohabientes que disponen de ventajas


específicas. No son todos “privilegiados”, pero este mosaico
de estatutos particulares parece intocable. E xagerando un
poco, se puede incluso afirm ar que el sistema político francés
sigue siendo representativo de esta m ultitud de intereses: la
derecha no po d ría hacer nada a los médicos, a los notarios, a
los cam pesinos, a los patrones y a los propietarios; m ientras
que la izquierda nunca p odría tocar a los docentes, a los fun­
cionarios, a los asalariados de las em presas públicas que iden-
tifican sus intereses con los de la nación.
Sin afirmar, com o lo hacía Tim othy Sm ith (2006), alu­
diendo al m ovim iento de diciem bre de 1995, que “el Antiguo
Régimen está vivo y m archa por las calles”, hay que reconocer
que la solidaridad es m ucho m enos universal y desinteresada
de lo que se dice. R esultaría fastidioso y desagradable d a r la
lista de los “derechos adquiridos” que sería indispensable des­
m antelar, si no fuera porque esa lista subrayaría que esos de­
rechos adquiridos se despliegan a lo largo de la escala social.
Es cierto que la crítica liberal resulta netam ente más sensible
a los “derechos adquiridos” de los ferroviarios que a los de los
médicos, los terraten ien tes y los beneficiarios de exenciones
fiscales. Pero sigue siendo cierto, no obstante, que mil siste­
mas aseguradores de posiciones han sustituido a los órdenes
estam entarios del A ntiguo Régim en. Este conjunto no ten ­
dría n ad a de chocante si no dejara agujeros, vacíos, para los
que no tienen lugar en él: em pleados precarios, jóvenes sin
protección social, m ujeres solas, extranjeros sin derechos de­
ben caer todos en las redes de seguridad o d e p e n d er de la ca­
ridad. En pro p o rció n , dado que los gastos sociales son casi
del m ism o o rd en en Francia y en los países escandinavos
(31% en Francia y 33% en Suecia), nuestro país tiene entre
dos y tres veces más pobres. En cuanto a los jóvenes, se ven
am pliam ente desfavorecidos, porque les resulta particular­
m ente difícil a d q u irir un lugar: su pobreza aum enta, la p ro ­
longación de los estudios no les ofrece más que u n a protec­
ción pasajera y, p o r añadidura, cargan con el peso de la
36 R E PE N SA R L A J U S T I C I A S O C IA L

deu d a social (B audelot y Establet, 2000; Chauvel, 1998). En


Estados U nidos (pero el juicio valdría tam bién para F rancia),
T h ed a Skocpol (2000) d en u n cia el “p o d e r gris” que orienta
las transferencias sociales hacia las personas de m ayor edad
en lugar de derivarlas hacia los más jóvenes y los más pobres.
De h ech o , la igualdad de las posiciones resulta favorable a
u n a vasta clase m edia, estratificada a su vez, que es la que se
siente am enazada cuando el crecim iento ya no garantiza más
aquella solidaridad de la cual es la prim era beneficiaria. Esta
ventaja se deb e a que estas clases son más num erosas en la
función pública y los em pleos protegidos, y a que aprovechan
más los servicios públicos y las ventajas diferenciales asociadas
a ellos. Son sus hijos los que h acen los estudios m ás largos y
más rentables, al m ism o tiem po que se benefician de la gra-
tuidad del sistem a escolar. Estas clases sum an, a las proteccio­
nes elem entales de salud, las que p ro cu ran las m utuales; son
ellas las que se benefician de los servicios ofrecidos p o r las ofi­
cinas de recursos hum anos de las grandes em presas públicas
o privadas, m ientras que las otras clases tien en d erech o sólo
al servicio m ínim o.
C uando el crecim iento ya no asegura la protección de las
posiciones y el m an ten im ien to de u n a je ra rq u ía social, el
“velo de la ig n o ra n c ia ” se desgarra y la representación de la
estructura social se transform a. En el curso de u n a investiga­
ción sobre los sentim ientos de injusticia en el trabajo (Dubet,
2006), se volvió evidente que la “vieja” concepción de la estra­
tificación social fu n d ad a sobre las clases sociales y las activida­
des profesionales era reem plazada p o r u n a visión más sim ple
y más cruel: englobados en u n g ru p o cen tral que ya es h e te ­
rogéneo, los individuos de la “clase m ed ia” tien en el senti­
m iento de verse am enazados p o r u n a “subclase” de pobres,
de trabajadores precarios y de extranjeros que va avanzando
progresivam ente, m ientras que u n a clase de “su p errico s” se
aleja ella tam bién del núcleo central. U n lazo de desigualdad,
pero orgánico, se ve sustituido p o r clivajes que o p o n en a los
que se sienten integrados en la sociedad y a los que se alejan
C R ÍT IC A DE LA IG U ALD A D DE l ’O í.li lu í

( arla vez más. N ada ilustra m ejor esta evolución que l.i «Ir | •• •
sición social de la ciudad contem poránea en la cual la mu • i
burguesía, los pobres y las clases m edias ocupan tei i ilm u . .
cada vez más netam ente separados: cuando las desigual* la* l<
sociales son concentradas y reagrupadas en el espacio, mi s
electos sociales se ven acrecentados (Donzelot, 200b; I .a
grange, 2003). El hecho de que las desigualdades sociales no
se acrecienten tanto com o se pensaba no im pide que la con
ciencia de las desigualdades sea cada vez más aguda; esto se
explica probablem ente p o r el hecho de que el m odelo de la
igualdad de las posiciones parece cada vez más difícil de ase
gurar, tal com o atestigua el m iedo om nipresente de los ries­
gos de caída social, de ser u n desclasado y de marginalizar.se
(M aurin, 2005, 2009).

LA SUMA DE LAS PEQUEÑAS DESIGUALDADES

El hecho de que la percepción de las desigualdades se exa­


cerbe m ientras que los indicadores objetivos conduzcan a ju i­
cios m ucho más ponderados no se debe solam ente a u n a nos­
talgia p o r aquella supuesta edad de oro que fueron los
“gloriosos tre in ta ”, aquella época en la cual se podía com par-
1ir la riqueza al mismo tiem po que uno se enriquecía. Esto no
proviene solam ente del hecho de que las norm as de consum o
se elevan m ás rápido que los m edios de satisfacerlas, acen­
tuando lo que los sociólogos llam an la “frustración relativa”.
En realidad, ese hecho tiene su origen en un doble fen ó ­
m eno que no captan las estadísticas en bruto de las desigual­
dades, que m iden efectos agregados y desigualdades ya crista­
lizadas: la em ergencia de desigualdades “nuevas” y la
acum ulación de desigualdades “m inúsculas”.
C uando el m odelo de la igualdad de posiciones se fisura,
aparecen en la conciencia desigualdades que no son nuevas,
pero que parecen tales porque se las mide y porque existe un
38 REPEN SAR L A J U S T IC IA S O C IA L

apego cada vez m ayor a la igualdad fundam ental de los indi­


viduos. En los m árgenes de la igualdad de las posiciones -y a
veces esos m árgenes se vuelven m ayoritarios- se constituyen
grupos que se definen com o m inorías más o m enos discrim i­
nadas y cuya lista a priori es más o m enos infinita: regiones
desfavorecidas, generaciones, clases etarias, poblaciones di­
versas, etc. M ientras que el m ovim iento obrero ve cóm o se re­
ducen sus bastiones tradicionales, em erg en nuevos actores
que reclam an m enos la igualdad de las posiciones que la
igualdad de las o p o rtu n id a d es p ara acceder a todas las posi­
ciones. En este sentido, la fó rm u la de V incent de Gauléjac
(1997) sobre el pasaje de la lucha de clases (classes) a la lucha
de plazas (places) e n cu en tra u n a am plia justificación. Para en­
trar en la lucha de clases, hay que co n tar con un lugar (plaza,
place)] y resulta claro que la escasez relativa del em pleo que
caracteriza a F rancia desde hace más de treinta años afecta
p ro fu n d am en te u n m odelo de justicia que ha conocido su
apogeo con los años de crecim iento y de pleno em pleo. La
debilitación relativa del m ovim iento obrero y sindical quita al
m odelo de la igualdad de o p o rtunidades u n o de sus principa­
les apoyos, m ientras que los outsiclers apelan a otras concepcio­
nes de la justicia social. H em os m ostrado que si el núcleo
du ro del asalariado p erm an ecía muy u n id o a la igualdad de
las posiciones, las m ujeres, los jóvenes y los hijos de los inm i­
grantes eran más sensibles, en cambio, al principio del m érito
(Dubet, 2006). En el fondo, para aquellos que no tienen posi­
ción estable y que vienen a h acer com petencia a los asalaria­
dos protegidos, la justicia de las posiciones resulta p ro fu n d a­
m ente conservadora: favorece a quienes ya cuentan con u n a
posición establecida e invita a los oulsiders a m antenerse en el
lugar subordinado que les es acordado.
Este cam bio pesa sobre la posición m ism a de las desigual­
dades. C uando se razona en térm inos de posición social y de
estatus, las desigualdades c o rre sp o n d en esencialm ente a las
diferencias y brechas en tre los ingresos, que afectan las condi­
ciones de vida de los individuos. Es incluso posible subsum ir
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S y )

esta estratificación en u n a representación de la sociedad en


térm inos de clases sociales. Pero esta representación es exti e
Diadamente grosera y muy alejada de la vida de los indivi­
duos. La p ercepción de las desigualdades vividas es m ucho
más intensa de lo que son las m eras desigualdades de ingre­
sos captadas p o r las estadísticas, puesto que, al ubicarse en el
punto de vista de los individuos, parece que estas construccio­
nes estadísticas b o rra n desigualdades decisivas, aun cuando
cada u n a de ellas es, a prim era vista, bastante limitada.
No sólo la m edida de los ingresos ignora generalm ente
los patrim onios (y no es lo mismo pagar un alquiler que ser
propietario), sino que las desigualdades reales son produci­
das p o r la acum ulación de pequeñas desigualdades que aca­
ban p o r crear diferencias m ucho más considerables que las
meras diferencias de ingresos. N ada m uestra m ejor este pro­
ceso que la form ación de las desigualdades escolares. La
parte de esta desigualdad que se debe a desigualdades inicia­
les (por ejem plo, al m edio social de los padres) es a la vez pre­
coz y relativam ente débil cuando se m ide el rendim iento de
alum nos muy jóvenes. Pero, a m edida que se avanza en el cu-
rrículo escolar, estas desigualdades no dejan de profundi­
zarse. Se sabe que la concentración de los alum nos más débi­
les en las mismas clases y en las mismas escuelas acentúa su
debilidad relativa. Se sabe tam bién que los m aestros son m e­
nos optim istas con respecto a estos alum nos y que, com o sus
padres son m enos ambiciosos y m enos inform ados, las
desigualdades se acentúan aún más. Las familias modestas uti­
lizan m enos recursos educativos no escolares susceptibles de
p roducir diferencias en los rendim ientos escolares (visitas al
museo, juegos “educativos”, turism o cultural o cultivado, etc.)
y, al fin del reco rrid o escolar, las pequeñas desigualdades ini­
ciales se h an transform ado en grandes desigualdades escola­
res (Duru-Bellat, 2002).
M ecanism os idénticos obran contra las alum nas: m ejores
com o estudiantes que los varones, pierd en progresivam ente
esta ventaja p o r la sum a de las elecciones y el ju eg o de las
40 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

o rientaciones hacia carreras y oficios m enos rentables -sin


que n in g u n a de las etapas de su reco rrid o escolar haya sido
b ru talm en te discrim inatoria-. Desde los juegos con m uñecas
hasta supuestos “gustos” literarios, pequeñas diferencias se
acum ulan, que a la postre se vuelven grandes desigualdades.
El m ism o fenóm eno se observa en el ám bito de la salud (Le-
clerc, Fassin el al., 2000). Los trabajadores peor pagos tienen
g en eralm en te los em pleos más penosos y no se ju b ilan antes.
Reciben peores cuidados y tienen condiciones de vida, de ali­
m entación, de ocio, de vivienda y de transporte m enos favora­
bles p ara la salud. En definitiva, su expectativa de vida se ve
afectada m uy sensiblem ente p o r la acum ulación de estas pe­
queñas brechas y diferencias.
Ya en el ám bito del em pleo mismo, no todos los grupos son
iguales. Frente al desem pleo, es m ejor ser hom bre que ser m u­
jer, m ejor d escender de inm igrantes españoles o portugueses
que m aghrebinos, m ejor ser cónyuge de u n a pareja m ixta que
de u n a que no lo es (Meurs y Pailhé, 2008; Silberm an y Four-
nier, 1999). Para tener trabajo, es m ejor vivir en la región pari­
sina que en el sur de Francia; pero, p ara vivir bien, lo m ejor es
el sur (Davezies, 2008). ¿Es preferible ten er m enos ingresos en
la Costa Azul, pero vivir allí, donde se vive mejor, que en u n su­
burbio de Seine-Saint-Denis? ¿Es preferible aburrirse en el tra­
bajo d u ran te treinta y cinco horas antes que vivir con estrés y
con un b uen sueldo trabajando cincuenta a la semana?
En definitiva, se le puede re p ro c h a r al m odelo de la igual­
dad de las posiciones que reposa sobre u n a representación es­
table y cristalizada de las desigualdades asociadas al em pleo y,
más aún, al em pleo estable. A parece entonces com o u n m o­
delo conservador incapaz de hacerse cargo de la fluidez de
los recorridos vitales y laborales, y de la m ultiplicidad infinita
de las desigualdades. Este principio de justicia se debilita ne­
cesariam ente cuando se instalan el desem pleo y la p recarie­
dad, pero tam bién cuando la aspiración a la igualdad se hace
m ás fuerte y más individualista, y cuando los actores se defi­
n en tanto p o r su movilidad com o p o r su posición social.
C R ÍT IC A DE LA IG U A LD A D DE P O S IC IO N E S 4 1

1 V PROTECCIÓN DE LAS POSICIONES CONTRA LA COHESIÓN

I .1 igualdad de las posiciones reposa sobre u n a concepción


oig án ica” de la solidaridad, sobre un co ntrato social en el
• nal cada u n o está asegurado en función de su posición.
Desde entonces, es el Estado (antes que la negociación di­
na la de los intereses) el que pro teg e y asegura la integra-
• ion de la sociedad. Progresivam ente, esta rep re sen ta ció n
-li la integración social es ab an d o n ad a en provecho de u n a
• «incepción sensiblem ente diferen te que coloca en p rim e r
lugar a la cohesión social (D ubet, 2009). En este m arco, la
unidad de la vida social ya no descansaría en la coh eren cia
•Ir nn sistem a funcional y en la difusión de valores com unes
II .nism itidos p o r las instituciones de socialización p ara que
• .ida u n o esté co n fo rm e con el rol que debe ocupar. La
• ohesión es c o n sid erad a com o p ro d u cid a p o r los actores
misinos, en función de su dinam ism o, del capital social y de
I i confianza, que resultan de sus interacciones (D onzelot et
.//, 2003).
1)esde entonces, la b u e n a sociedad es m enos la sociedad
•n tlenada bajo el control del Estado y de políticas sociales uni­
versales que la sociedad activa, móvil y movilizada, en la cual
los individuos actúan y se com prom eten con otros para p ro ­
ducir m ecanism os de cohesión y de regulación que la m antie­
nen unida; esos m ecanism os tienen vocación para reem plazar
l.is reglas y los valores im puestos desde arriba por las institu-
«iones, cuyo carácter sagrado no sería, en definitiva, más que
l.i autoridad de la sociedad misma. M ientras que la integra-
i ion y la solidaridad p rocuran enm arcar y lim itar el capita­
lismo, la cohesión se esfuerza p o r dom esticarlo y volverlo vir-
iuoso según el m odelo del “buen com ercio”. Esta concepción
de la vida social viaja, sin duda, con el equipaje del pensa­
miento liberal, pero esto no basta para invalidarla: es total­
m ente legítim o preguntarse si la igualdad de las posiciones
no crea rigores que acaban p o r d estru ir el contrato social al
<nal se adhiere.
42 R E PE N SA R L A J U S T IC IA SO C IA L

C uando la regulación social pasa principalm ente p o r el Es­


tado, se p u e d e im aginar que la confianza en los otros es rela­
tivam ente débil, hasta privatizada, porque se tiene m enos ne­
cesidad de ellos. Es el sentido de la crítica desarrollada p o r
Alban y C ahuc (2007), para quienes Francia es u n a “sociedad
de la desconfianza”. Cautelosa, com o hecha un ovillo sobre sí
misma, la sociedad francesa estaría com puesta p o r u n a m ul­
titud de g ru p o s y de corporaciones que esperan su salvación
del Estado antes que de su propia movilización, de su dina­
m ism o y de su capacidad de vincularse con otros. En este
caso, cada u n o d ep en d ería de la acción pública y vería en los
otros u n rival antes que un par. La confianza general sería dé­
bil; el conservadurism o triunfaría sobre la innovación; el capi­
tal social colectivo, la fuerza de los vínculos, sería m enos útil
que la p ro tecció n del Estado. Por ejem plo, m ientras que el
tran sp o rte escolar de las zonas rurales p o d ría estar organi­
zado p o r los padres mismos con un sostén público y u n sis­
tem a de seguro adecuado, esta a cargo de la colectividad, lo
que hace que los vecinos no tengan verdadera necesidad los
unos de los otros y los niños pasen a veces m ucho tiem po
arriba de los óm nibus. Este análisis no carece de fundam ento
en un m om ento en que las investigaciones internacionales so­
bre la confianza y el capital social m uestran que Francia se ve
sin gularm ente desprovista de ambos, porque en el país hay
m enos necesidad de los otros que del Estado.
Esta crítica confluye con otra, más antigua, referida a los
efectos perversos de los m ecanismos de asistencia. Antes que
verse invitadas a hacerse cargo de sí mismas, las personas ayu
dadas p o r el Estado defenderían la protección de su lugar,
au n q u e este fuera m ediocre, y no ten d rían interés en actual
para salir de su situación. Se crearían tram pas de inactividad
en las cuales sería irracional elegir el em pleo y el movi
m iento, d ado que la diferencia entre los ingresos producid»>*.
p o r el trabajo y los generados p o r la solidaridad sería dema
siado débil, e incluso negativa (para un análisis crítico de esi.i
hipótesis, véase D ubet y V érétout, 2001). La asistencia seiu
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S |

uno de los vectores de reproducción de la pobreza al e.slnn


tu ra r los m odos de vida de los más desprovistos, que tienen
así un lugar subordinado, pero al m enos un lugar. Susan Ma
yer (1997) observa que las ayudas sociales financieras acorda
das a las familias pobres no acrecientan el tiem po que los pa
dres dedican a sus hijos, ni afectan sus resultados escolares, ni
sus conductas “desviadas”. Tam bién en este caso, el hecho de
que esta crítica no sea sim pática no basta para invalidarla: u n a
parte no despreciable de la población vive de las ayudas socia­
les más que de los ingresos de sus trabajos, y esos grupos son
“clientes” y “d eu d o res” antes que actores de la sociedad.
U no p u e d e incluso llevar el razonam iento más lejos mos­
trando que la solidaridad se vuelve contra sí misma. Los g ru ­
pos más integrados ya no q u ieren “p ag ar” p o r aquellos que
no parecen contribuir a la riqueza colectiva: la pobreza de los
unos ya no contribuye más a la riqueza de los otros, p o rq u e
los pobres son desem pleados y excluidos antes que explota­
dos. Por lo dem ás, el sentim iento de estar vinculado a los
oíros p o r u n contrato am enaza diluirse cuando los m ecanis­
mos de transferencia sociales se vuelven totalm ente opacos,
<liando no se sabe más quién paga y quién recibe, cuando,
bajo el pretexto de que los bienes colectivos son gratuitos, se
ai aba p o r c reer que no cuestan nada. El m ecanism o de la so­
lidaridad p u e d e entonces estallar en un egoísm o gen erali­
zado, asociado al sentim iento de que la sociedad debe todo a
t .ida u n o de sus m iem bros (Rosanvallon, 1998; S chnapper,
" 002) .

l AS DECEPCIONES ESCOLARES

I ii la m edida en que la escuela republicana parecía capaz de


•I ii un lugar a cada u no y de reforzar la integración social, en
I i m edida en que parecía capaz de reducir la desigualdad de
11 , posiciones, Francia, como m uchos otros países, se com pro­
44 R E PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

m etió desde m ediados del siglo XX en u n a política de masifi-


cación escolar. Todos los ingredientes del progreso se encon­
traban reunidos en ese proyecto: dado que los obstáculos re­
feridos al costo de los estudios y a la dualización del sistema
escolar habían sido superados, cada alum no p o d ría ir por
m uchos años a la escuela y, más tarde, en c o n trar un lugar en
la sociedad; las desigualdades se verían reducidas y la mayor
calificación de todos acrecentaría sensiblem ente el capital hu ­
m ano.3 Si decim os que este p rogram a decepcionó, decim os
muy poco. Sin duda, la m asificación escolar ha ab ierto am ­
pliam ente las puertas de las escuelas secundarias y de las uni­
versidades; desde este p u n to de vista, la m asificación es un
éxito de la igualdad en térm inos de dem ocratización abso­
luta, ya que los hijos de las clases populares accedían a bienes
escolares de los que hab ían sido desprovistos p o r largo
tiem po (M erle, 2009). Pero la llegada de los inm igrantes ha
transform ado la estru ctu ra je rá rq u ic a y la naturaleza de esos
bienes, y h a e n g e n d ra d o u n a larga serie de decepciones, de
quejas y de críticas.
En co n tra de u n a creen cia q u e hoy parece bien ingenua,
no basta con d ism in u ir los obstáculos económ icos de la es­
colaridad p a ra a te n u a r los efectos de las desigualdades so­
ciales sobre los re n d im ie n to s y las carreras escolares de los
alum nos. La cu ltu ra, las am biciones, las com petencias de las
familias crean tantas desigualdades a n te la escuela com o los
ingresos. El cam bio m ás fu n d a m e n ta l se debe al h e c h o de
que las desigualdades que p arecían decisivas en las o rie n ta ­
ciones precoces se m anifiestan y se d esarro llan hoy a lo
largo de los estudios. M ientras que los títulos y diplom as, an­
tes relativam ente raros, ten ía n valores y utilidades sociales
más bien h o m o g én eo s, a h o ra no cesan de jerarq u izarse con
la m ultiplicación de las o rie n tac io n es y de las opciones: lo

3 Se reencontrará la frescura y el optimismo de este programa en el


plan Longevin-Wallon elaborado en la Liberación.
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 4 5

que vale en un bach illerato es el tipo de bachillerato, la


«•dad del c an d id ato , las m enciones, etc. Al m ultiplicar el
núm ero de bachilleres, se re e n c u e n tra n b ru ta lm e n te las
desigualdades sociales que se creía h a b e r b o rra d o . Esta
m utación es decisiva p o rq u e la escuela se transform a, se
vuelve u n a p a ra to e n carg ad o de seleccionar a los alum nos
de m an era fina y continua; la selección “río a rrib a ” de la es­
cuela fue sustituida p o r o tra “en el curso del r ío ”, a tal
punto que la escuela parece m enos justa, cu an d o objetiva­
m ente distribuye m ás bienes escolares q u e antes. M ultipli­
cando y je ra rq u iz a n d o las posiciones hasta el infinito, la
escuela ha “avalado” las desigualdades sociales y, muy a m e­
nudo, es p ercib id a com o la responsable.
La m asificación escolar reposaba sobre el postulado de u n a
arm onía n atural en tre los diplom as y las posiciones profesio­
nales a las que daban derecho. Esta confianza resultaba tanto
m ejor establecida dado que, d u ran te u n largo período, la es­
casez relativa de los diplom as garantizaba su valor en el m er­
cado de trabajo. Y, com o la prim era ola de masificación en la
década de 1960 ha sido asociada a u n muy fuerte crecim iento
económ ico, se h a podido m ultiplicar los diplom as sin debili­
tar dem asiado su utilidad social. Pero, después de varios años,
esta regla de equivalencia se ha q uebrado. Al mismo tiem po
que los diplom as son cada vez más indispensables, aunque
más no sea p o rq u e su ausencia es u n a señal negativa enviada
a los em pleadores, se necesitan cada vez más para hacer dife­
rencia en el m ercado laboral, lo que crea u n m ecanism o de
“inflación esco lar” (Duru-Bellat, 2006). En m uchos casos, el
vínculo e n tre calificaciones escolares y em pleos se ha disten­
dido tanto que la producción de posiciones escolares ya no
está más arm onizada con la de posiciones sociales, lo que aca­
rrea un sentim iento am argo de desclasado.
Sin em bargo, el m odelo escolar francés sigue profunda­
m ente vinculado al m odelo de las posiciones, según el cual los
diplom as serían el m edio más eficaz y más justo de acceder al
em pleo. Y esta creencia traicionada destruye la confianza en la
46 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

sociedad y en las instituciones (G alland, 2009; Van de Veldr,


2008). Las com paraciones e n tre jóvenes franceses y jóvenes
europeos resultan, en lo que a esto respecta, particularm ente
esclarecedoras. M ientras que Francia tiene la tendencia de
conservar largo tiem po a los jóvenes en los sistemas de ense
ñanza y de form ación para diferir la p ru eb a que representa el
ingreso en el m ercado del em pleo, los jóvenes franceses están
en tre los más pesimistas de Europa. Com o piensan que sólo
u n trayecto académ ico perfecto puede protegerlos del desent
pleo y de la precariedad, no tienen confianza ni en la escuela,
ni en las instituciones, ni en ellos mismos. Por lo demás, Fran
cia es u n país donde todos los intentos de reform a del sistema
escolar, sean buenos o m enos buenos, arrojan a decenas de
miles de estudiantes a m archar p o r las calles. Están persuadi­
dos de que todo cambio del sistema debilitará aún más el
vínculo en tre las posiciones escolares y las posiciones sociales,
y esta convicción exacerba su inquietud. El argum ento según
el cual diplom as y títulos pro teg en contra el desem pleo sólo
tiene validez en térm inos muy generales: es m ucho m enos só­
lido cuando se observan las tendencias en el largo plazo y
cuando se m iran de cerca diplom as y calificaciones. En últim a
instancia, no autoriza el silogismo según el cual, dado que los
que tienen más diplom as tienen u n em pleo, si todos tuvieran
diplom as bien calificados, entonces todos tendrían u n em pleo
que correspondiera a esa calificación.

TECHOS DE CRISTAL Y ÁMBITOS SEPARADOS

La mayor p arte de los lugares reservados hasta entonces para


los hom bres se abrieron a las m ujeres a p artir de fines del si­
glo XIX, y se presentó com o pioneras y heroínas a las “prim e­
ras m u jeres” que fueron m inistras, egresadas de la Politéc­
nica, pilotos, cirujanas, etc. Se pensaba que abrían el cam ino
p ara todas las m ujeres que, así se creía, se p recipitarían por
C R ÍT IC A DE LA IG U A LD A D DE P O SIC IO N E S 4 7

. brecha. Aun si los progresos no son en m odo alguno des-


I>1eciables, en especial porque el núm ero de m ujeres asalaria­
das ha au m en tad o sensiblem ente después de la Liberación,
los lugares de las m ujeres no son iguales a los de los hom bres.
I’nco a poco, progresivam ente, dos m ecanism os de desigual­
dad se fueron revelando.
K1 prim ero es el de los techos de cristal.4 C uando las muje-
ics entran en ám bitos que hasta entonces estaban reservados
.1 los hom bres, acceden con m ucha m enos facilidad a los car­
eos de responsabilidad más prestigiosos y m ejor pagos. Las
m aternidades y las cargas familiares funcionan com o obstácu­
los que acarrean retrasos en las tareas, com prom isos m enos
totales en el trabajo, y, cuando u n a pareja debe sacrificar su
( arrera, es generalm ente la m ujer la que “se inm ola”. Sólo la
Hite de la elite p u ed e escapar a esos m ecanism os gracias a
que tiene personal de servicio. Y ni siquiera en esos casos las
mujeres superan totalm ente su desventaja. Com o esta es anti-
( ipada p o r las parejas y p o r los em pleadores, funciona a m e­
nudo com o u n a discrim inación inicial: se le tiene más con­
lianza a u n hom bre que a u n a m ujer que “corre el riesgo” de
quedar em barazada -y, cuando ella ya no corre más ese
riesgo, es dem asiado tard e -. Todo esto es tan evidente que las
mujeres mismas anticipan esta discrim inación y tienen m enos
am biciones que los hom bres, aun cuando su rendim iento
académ ico sea generalm ente m ejor que el de los varones. Di­
cho de otro m odo, no basta con haber abierto el acceso a los
lugares para crear la igualdad: ni los m odelos culturales favo­
rables a los hom bres, ni la econom ía de la vida fam iliar han
sido p ro fu n d am en te afectados p o r esta aparente dem ocrati­
zación. Al fin de cuentas, aun si las m ujeres trabajan más que
antes, aun si son más autónom as, están peor pagas, caen con
mayor facilidad en el desem pleo y en la precarización que sus
herm anos y com pañeros.

4 Véase Sociología du Im v a il “Le plafond de verre dans tous ses éclats",


n° 2, 2009.
48 R E PE N SA R L A J U S T IC IA S O C IA L

El segundo m ecanism o está em parentado con el desarrollo


separado, que es u n a form a de apartheid social. La llegada de
las m ujeres a los lugares que les han abierto en el m ercado de
trabajo no ha debilitado la definición sexual de los empleos.
Si el trabajo no tiene sexo, tiene u n género: m uchos em pleos
son de “n a tu ra le z a ” m asculina o fem enina. Los enferm eros
son enferm eras, los cajeros son cajeras, los asistentes sociales
son asistentas sociales, m ientras que los obreros de la cons­
trucción, los ingenieros y los diputados son, muy a m enudo,
varones. C u an d o las m ujeres com ienzan a descollar en una
profesión, todo se da com o si los hom bres ya no quisieran sa­
b e r nad a de ella: fem inizada, parece h a b e r p e rd id o su valor.
Es hoy el caso de las profesiones en la enseñanza y m añana
será el de las profesiones calificadas en el ám bito de la salud.
A pesar de los progresos de la igualdad, el m un d o de la pro­
ducción y el m u n d o del po d er siguen siendo el m undo de los
hom bres; m ientras que el m undo de los servicios y de las rela­
ciones sociales, el m undo del care, sigue siendo el de las m uje­
res (véase, p o r ejem plo, Gilligan, 2008, y T ronto, 2009). El
peso de los estereotipos, interiorizado tanto p o r las m ujeres
com o p o r los hom bres, ju eg a sin d u d a u n gran papel en esta
división, p ero tam bién se pued e pensar que las elecciones fe­
m eninas p ro ce d e n de anticipaciones relativas a la m anera de
arm onizar la vida fam iliar y la vida profesional, y eso es más
fácil en la enseñanza que en las obras públicas.
Sufridas com o u n a injusticia o aceptadas com o el o rd en na­
tural de las cosas, las desigualdades que se hace pad ecer a las
m ujeres sacan a la luz las dim ensiones conservadoras del m o­
delo de las posiciones. Los papeles que les están reservados a
las m ujeres en la vida privada se o p o n e n a u n a verd ad era
igualdad de los lugares en el espacio público. Estas desigual­
dades justifican u n deslizam iento hacia un m odelo de justicia
social c e n tra d o en la lucha c o n tra las discrim inaciones y los
obstáculos a la m ovilidad.
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S ,|()

M-'.GKEGACIÓN E IDENTIDADES

1,.i igualdad de los lugares se despliega según m ecanism os de


m legración que suponen que el inm igrante se disuelve com o
lal para acceder a la igualdad y a la solidaridad nacional. Este
m odelo ha sido cuestionado en los últim os tiempos. La larga
serie de revueltas en los suburbios desde la década de 1980 y
r\ lugar que ocupan los jóvenes “descendientes de inm igran­
tes” en los debates políticos m uestran que el “crisol francés”
va no fu n c io n a -o ya no funciona suficientem ente-. El hecho
de que esos jóvenes, tan franceses com o cualesquiera otros,
sean siem pre definidos com o “provenientes de la inm igra-
( ión” basta para dem ostrar el agotam iento del m odelo y que
los inm igrantes han sido sustituidos, com o categoría, p o r las
minorías. Esto se explica principalm ente por dos causas.
La prim era se refiere al debilitam iento del m ecanism o eco­
nóm ico que hacía que los m igrantes se dedicaran a los traba­
jos más penosos, abandonados p o r los franceses; esta p ru eb a
que d ebían superar funcionaba com o un prolegóm eno a su
ascenso en la escala social. No sólo la industria ha dejado de
ofrecer a los hijos de esos trabajadores los lugares que les es­
taban destinados, sino que esos mismos jóvenes piensan que
están lo suficientem ente escolarizados y asim ilados a la cul­
tura francesa com o para no estar ya más predestinados a esos
oficios. Paralelam ente, son víctimas de diversas discrim inacio­
nes que les cierran las posiciones a las que p o d rían aspirar
una vez que ya poseen las calificaciones correspondientes,
(ion diplom a igual o superior en el bachillerato, la tasa de
desem pleo de los jóvenes m aghrebinos es el doble que la de
los jóvenes franceses cuyos padres nacieron en Francia: 28%
contra 14% (Tavan, 2005). Com o lo más frecuente es que se
reúnan en barrios que son guetos, donde se concentran todas
las dificultades sociales y do n d e todos los habitantes son per­
cibidos com o extranjeros, no sólo el racismo se vuelve una ex­
periencia banal, sino que los interesados mismos se sienten
inducidos a definirse en térm inos étnicos y raciales. Viven en
50 REPEN SAR L A J U S T IC IA S O C IA L

barrios de “n e g ro s” y de “árabes”, van a escuelas de “negros” y


de “árabes”, etc. A sum en esas identidades tanto más volunta­
riam ente p o rq u e les son im puestas y recordadas diariam ente.
Los hijos de inm igrantes ya no tienen u n lugar en la sociedad
- n i en la de sus padres, ni en la de otros jóvenes con quienes
com parten, sin em bargo, los valores y las aspiraciones-. El
m odelo de inm igración concebido com o un reco rrid o que
transform a progresivam ente lo extranjero en nacional ha
sido sustituido p o r la form ación de m inorías que no consi­
guen e n tra r en la sociedad y que contribuyen a p ro d u cir el
m odelo de exclusión del cual ellas mismas son las víctim as.5
Nolens volens, Francia se acerca a Estados Unidos, país que m u­
chos consideran que constituye u n contram odelo, y adem ás
u n o im posible de instalar en u n país con tradición republi­
cana. Este rep u d io a ver las cosas de frente no facilita la adop­
ción de políticas eficaces en este asunto.
La segunda m utación se debe a la form ación de sociedades
nacionales pluriculturales. M uchos grupos e individuos veni­
dos de lejos desean vivir y trabajar en Francia, desean ser ciu­
dadanos activos sin p o r ello ren u n c iar a su cultura y a su iden­
tidad. En Francia, com o en el resto del m undo, se form an
diásporas fu ertem e n te unidas a sus países de origen. En todas
partes se d esarro llan m inorías religiosas, en todas partes se
crean negocios y em presas étnicas que participan plenam ente
de las econom ías nacionales y de la globalización de los inter­
cambios (Tarrius, 2002). Frente a estas tendencias, surgen po­
pulismos y republicanism os, que d efienden la hegem onía de
las culturas nacionales; pero poco fren an la form ación de mi­
norías culturales (o religiosas) que d en u n cian las mil discri­
m inaciones sufridas y reclam an u n d erech o al reconoci­
m iento, dado que n in g ú n ciudadano puede ser privado de su
cultura y de su identidad.

5 Esto no significa que el modelo de integración no continúe, pero, por


decir poco, ya no concierne a la totalidad de los inmigrantes.
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE PO S IC IO N E S 5 1

La form ación de m inorías tan im puestas com o elegidas de­


bilita sensiblem ente el m odelo de la igualdad de los lugares:
a partir de ahora, los lugares tienen culturas y colores. En este
caso, el com bate p o r la justicia social se desliza de la lucha
por la igualdad de los lugares a la lucha p o r la igualdad de
acceso a todos los lugares. Lo que está e n ju e g o centralm ente
en estos com bates es la activación de m edidas de discrim ina­
ción positiva, m ientras que las m inorías sufren ante todo una
“discrim inación negativa”, cuya concentración en algunas zo­
nas urbanas y el control por “portación de rostro” son algunas
de las m anifestaciones m enos fáciles de negar (Castel, 2007).
Aquí, las críticas dirigidas contra la igualdad de los lugares
co nciernen m enos a sus principios y valores que a sus prácti­
cas y a sus consecuencias. Después de h a b e r reducido las
desigualdades, su eficacia y su legitim idad en la actualidad pa­
recen declinar. Esta crítica no proviene únicam ente de las fi­
las de la d e re c h a liberal ni de las de los más desahogados eco­
nóm icam ente: la igualdad de los lugares es más favorable
para los que ocupan posiciones seguras que para los que ha­
cen cam pam ento a las puertas de la sociedad. Por lo dem ás,
parece que crea clientelism os y estructuras rígidas que a m e­
nudo son con trap ro d u cen tes y que debilitan la confianza y el
dinam ism o de la vida económ ica y social, d o n d e cada uno
busca d e fe n d e r su estatus. La m asificación escolar ha decep­
cionado, m ientras que las m ujeres y las m inorías visibles no
e n c u en tra n su lugar en un m odelo de justicia indiferente a
las discrim inaciones y a m en u d o más conservador de lo que
parece. No sólo la igualdad de los lugares no ha cum plido to­
das sus prom esas, sino que, p e o r aún, ha engendrado nuevas
injusticias. De este m odo, la hegem onía progresiva de otro
m odelo de justicia, el de la igualdad de las oportunidades, no
es sólo un avatar de la ola ultraliberal que barre el planeta en
los últim os trein ta años.
3. La igualdad de oportunidades

Desde su origen, la igualdad de oportunidades parti-


i ipa del proyecto dem ocrático m oderno. Incluso, quizás esté
más presente que la igualdad de las posiciones, porq u e ha
•ido im pulsada p o r las burguesías y las elites deseosas de des-
li uir los obstáculos que el sistema estam entario del Antiguo
Régimen op o n ía a sus aspiraciones; p o r lo dem ás, la Ilustra-
t ion identifica la igualdad con la igualdad política y la liber-
lad com ún de expresión antes que con la igualdad social. La
Revolución Francesa abolió los antiguos estam entos con el fin
de que cada u n o p u d iera acceder a todos los em pleos según
m i m érito, con in d ep en d en cia de su nacim iento. Al p ro h ib ir

la existencia de corporaciones, las leyes d ’Allarde y Le Chape-


lier votadas en 1791 defienden la libertad de circular en el es­
pacio social en función de los talentos y de las necesidades de
( ada uno, y de los requisitos del com ercio. Estas leyes, así
<orno la abolición del feudalism o en la noche del 4 de agosto,
destruyen los fundam entos del Antiguo Régim en; anuncian
el reino de la igualdad de oportunidades. No cuestionan las
desigualdades sociales, pero ofrecen a cada u n o la posibilidad
«le aspirar a todas las posiciones sociales - p o r desiguales que
estas sean (Savidan, 2007)-.
Aun cuando la historiografía m arxista ha opuesto este prin-
( ipió “burgués” a las aspiraciones igualitaristas de los sans-cu-
lottesy a la política del año II, parece más razonable conside­
rar que la igualdad de op o rtu n id ad es es, ju n to con la
igualdad de las posiciones, la segunda m anera de resolver la
( ontradicción crucial de las sociedades dem ocráticas liberales
54 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

que d eb en c o m b in ar la igualdad fu n d am en tal de todos los


ciudadanos con las desigualdades sociales producidas p o r el
fun cio n am ien to de la econom ía y la libertad de cada uno
(G auchet, 2002). Por cierto, la izquierda h a preferido históri­
cam ente la igualdad de las posiciones a la igualdad de o p o rtu ­
nidades, pero n u n c a h a renunciado totalm ente a esta últim a.
Así lo atestiguan su antigua y prolongada defensa de la meri-
tocracia rep u b lican a en la escuela y el hech o de que ven en
este m odelo u n a m anifestación del com bate co n tra los privi­
legios. En la actualidad, la igualdad de o p o rtu n id a d es es rei­
vindicada tanto p o r la derecha com o p o r la izquierda; está en
el corazón de la m ayoría de las teorías de la justicia, em pe­
zando p o r la de Rawls ([1971], 1987). Sin em bargo, la sustitu­
ción progresiva de la igualdad de las posiciones p o r la igual­
dad de las o p o rtu n id a d es no surge solam ente de la historia
de las ideas sociales y políticas: induce u n a p ro fu n d a transfor­
m ación de las representaciones de la vida social, de sus acto­
res y de sus m ecanism os.

UNA FICCIÓN ESTADÍSTICA

La igualdad de o p o rtu n id ad es reposa sobre u n a ficción y so­


bre u n m odelo estadístico que supone que, en cada g en era­
ción, los individuos se distribuyen p ro p o rcio n alm en te en to­
dos los niveles de la estru ctu ra social sean cuales fu eren sus
orígenes y sus condiciones iniciales. No se afecta la je ra rq u ía
de las posiciones y de los estatus, pero los individuos que ocu­
pan esas posiciones deben provenir de todas las capas sociales
según el m odelo de u n a movilidad perfecta. Así, en u n a socie­
dad que estuviera com puesta p o r u n 30% de obreros, p o r un
10% de m iem bros de m inorías visibles y u n 50% de m ujeres,
la igualdad de o p o rtu n id ad es su p o n d ría que los dirigentes
políticos, los estudiantes de las m ejores universidades y los
obreros de la construcción constituirían grupos com puestos
LA IG U A L D A D DE O P O R TU N ID A D E S 1, 1,

por 30% de hijos de obreros, 10% de hijos de las m inorías vi


sibles y 50% de m ujeres. Las desigualdades de los ingresos y
de las condiciones de vida que separan a cada u n o de estos
grupos dejarían de ser injustas p o rq u e todos y cada u n o de
sus m iem bros ten d rían la o p o rtu n id ad de escapar de ellas. Y
como se supone o bien que los individuos son todos iguales, o
bien que sus talentos o sus m éritos iniciales han sido reparti­
dos al azar p o r la providencia, entonces, en consecuencia, de­
ben term in a r repartiéndose proporcionalm ente en todos los
niveles de la sociedad.
Esta ficción es tan exigente com o la de la igualdad de las
posiciones: sin duda, todavía más exigente, porq u e supone
que la h eren cia y las diferencias de educación están abolidas
para que el m érito de los individuos produzca, p o r sí solo,
desigualdades justas.6 Por cierto, nadie cree por com pleto en
u n a ficción de estas características, com o tam poco nadie de­
sea u n a estricta igualdad de las posiciones; pero todo parece
indicar que el m odelo funciona. Extrae su fuerza de la crítica
social que denuncia, con el apoyo de estadísticas, la parte
muy escasa que representan las m ujeres, los hijos de obreros,
los hijos de m igrantes, los discapacitados, en las diversas esfe­
ras de la vida social. M ientras que u n a crítica conducida en
nom bre de las posiciones d en u n cia las brechas en los salarios
que separan los ingresos de los dirigentes de los ingresos de
los asalariados más modestos, la crítica ejercida en nom bre de
la igualdad de o portunidades d en u n cia la endogam ia social
de los grupos dirigentes en los cuales las m ujeres y las m ino­
rías visibles no se en cuentran suficientem ente representadas.
Esta ficción se reen cu en tra en todas partes - e n la vida po ­
lítica, en la escuela, en el m undo del trabajo-. En todos esos

G Andrew Carnegie, que no era por cierto anticapitalista, se proponía


dejar a sus hijos sólo el dinero necesario para una vida modesta y
restituir su fortuna a la colectividad a través de fundaciones (véase
FrazierWall, 1989).
56 R E PE N SAR LA J U S T I C I A S O C IA L

ám bitos, num erosas leyes y m edidas han sido adoptadas para


te n d e r a la igualdad de op o rtu n id ad es. Este com bate no es
nuevo, pero se ha visto sensiblem ente acelerado d u ran te es­
tos últim os años en n o m b re de lo que se llam a la “diversi­
d a d ”. Al privilegiar el acceso de los alum nos desfavorecidos y
provenientes de las m inorías en las m ejores universidades,
m últiples dispositivos escolares se esfuerzan por acrecentar la
igualdad de las o p o rtu n id ad es. La ley de paridad exige u n a
representación más equitativa de las m ujeres en el m undo po­
lítico. Después de que se ha revelado la banalidad del racismo
en el trabajo -discrim in ació n em boscada o escondida, insul­
tos y brom as du d o sas-, la m ayor p arte de las organizaciones
sindicales y patronales h a n firm ado u n acuerdo: reconocen
“la igualdad en m ateria de reclutam iento, de asignaciones, de
rem uneración, de form ación profesional y de prom oción en
la carrera, sin distinciones p o r el apellido, la apariencia física
o el lugar de residencia” (Bataille, 1997; la asociación SOS-Ra-
cisme publica reg u larm en te inform es que llevan a las mismas
conclusiones). El tratad o de A m sterdam de 1997 hace de la
lucha contra las discrim inaciones el principio esencial de la
justicia social. Diversas autoridades, en tre las que se c u en ta
la Alta A utoridad de L ucha contra las Discrim inaciones y por
la Igualdad (HALDE, p o r su sigla en fran cés), se h an en car­
gado de luchar c o n tra todas estas desigualdades. Hay que se­
ñalar que todas estas m edidas y todos estos dispositivos a p u n ­
tan a dism inuir las discrim inaciones en el acceso a las
posiciones, pero que no cuestionan el orden de esas posicio­
nes: no im pugnan ni las jerarq u ías escolares, ni las jerarq u ías
salariales, ni el precio de la vivienda, ni las jerarq u ías de auto­
ridad de la vida política y profesional.
U n debate o p o n e hoy a las asociaciones, los dem ógrafos,
los políticos electos y los sociólogos p ara saber si los censos y
las m últiples h e rra m ie n ta s estadísticas d eberían in tro d u cir
otros criterios de m ed id a (color de la piel, origen étnico, re­
ligión, etc.) en vez de lim itarse a los que indican los ingresos
y las actividades profesionales, construidos d u ran te el largo
LA IG U A L D A D DE ( ) I ' <I HTUN11)A I H \ /

período en el cual la igualdad de las posiciones r ía la Inun i


dom inante de la justicia. La am plitud de estos definir1. mu<
tra hasta qué p u n to la ficción estadística de la igualdad di
o p o rtu n id ad es está en el corazón de un m odelo de juslu m
que se im pone a todo un conjunto de individuos y de ¡u iipu*.
cuyo pu n to com ún es el de estim arse víctimas de una dim 11
m inación. Esta injusticia se m ide sobre la base de dii’e renle.s
atributos referidos al sexo, a las características étnicas, a las
singularidades físicas, a la sexualidad, a la cultura y aun a mu
chas otras particularidades. N athan Glazer (1987) definió,
con el auxilio de un m odelo estadístico ex trem adam ente so
fisticado, principios políticos que perm iten m edir lo más fina­
m ente posible las o p o rtu n id ad es de un individuo, con el fin
de establecer y distinguir qué correspondería a los obstáculos
“objetivos” plantados contra la igualdad de op o rtu n id ad es y
qué se d eb ería al individuo m ismo, más o m enos capaz y de­
seoso de p ro b ar su suerte. En u n a palabra, de lo que se trata
es de m edir científicam ente el m érito reconociendo qué co­
rresponde al determ inism o social y qué corresponde a la res­
ponsabilidad individual.
La oleada de declaraciones, de m edidas, de leyes, de dispo­
sitivos dedicados a la igualdad de o p o rtu n id ad es significa al
m enos tres cosas. Sanciona los límites y las debilidades del
m odelo de la igualdad de las posiciones: los que hablan en
n om bre de las o p o rtu n id a d es (aquellos en cuyo n om bre ha­
bla este m odelo) son los que fu ero n dejados-para-más-ade-
lante p o r el m odelo de la igualdad de las posiciones. Después,
este m odelo induce u n a muy p rofunda transform ación de las
representaciones de la sociedad, porque hace surgir actores
sociales que hasta entonces e ra n invisibles y silenciosos. En
este sentido, afecta los procesos de representación política y
diseña otro “co n trato social”. Por últim o, hay que observar
que el m odelo de las oportunidades se im pone cuando las po­
siciones se vuelven más escasas: cuando la vida social em pieza
a parecerse al ju eg o de la silla, se discute m enos sobre el nú­
m ero de las sillas que sobre las m aneras de ocuparlas y sobre
58 R E PE N SA R L A J U S T IC IA S O C IA L

la equidad del árbitro. Se pasa de la m etáfora organicista, que


estru c tu rab a la igualdad de las posiciones, a la m etáfora de­
portiva que rem ite a los starting-blocks olím picos, d o n d e cada
u n o espera p ara saltar y se confía a la justicia del árbitro: hace
falta que cada u n o tenga la m ism a o p o rtu n id a d de ganar y
que el ju eg o produzca desigualdades a p artir de desem peños
incontestablem ente justos.

DISCRIMINACIONES Y MINORÍAS

La igualdad de las posiciones está asociada a u n a representa­


ción de la sociedad en térm inos de estratificación socioprofe-
sional y de clases sociales: las posiciones se definen con inde­
pendencia de quienes las ocupen. Por el contrario, la igualdad
de las o portunidades conduce a definir grupos sociales en tér­
m inos de discrim inaciones y de desventajas, es decir, en fun­
ción de sus chances objetivas de acceder a todas las posiciones.
M utación del lenguaje: los obreros se vuelven clases desfavore­
cidas o, com o se dice de m anera más chic, “grupos carencia-
do s”; se ven m enos definidos p o r lo penoso de su trabajo (o
p o r la explotación que sufren) que p o r sus débiles o p o rtu n i­
dades y el co njunto de obstáculos que se o p o n en a su movili­
dad social ascendente. A partir de ahora, los barrios populares
son designados com o barrios desfavorecidos o “difíciles”, e in­
cluso “sensibles”. En gran m edida, se observa u n a “desobreri-
zación” de las categorías populares, en provecho de nociones
más vagas en las cuales factores económ icos, culturales y socia­
les privan a los individuos, en especial a los niños, de sus opor­
tunidades de ascender socialm ente.
El m odelo de las oportunidades ha am pliado esta represen­
tación a todos los grupos que, en razón de su identidad, se
h an vuelto víctim as de discrim inaciones que hacen decrecer,
y au n desaparecer, sus o p o rtu n id a d es de acceder a las m ejo­
res posiciones. La estratificación lineal de los ingresos estalla
LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S r,<)

en una m ultitud de grupos definidos por las segregaciones (li­


las que son objeto, sea cual sea su lugar en la sociedad. ( Jim ­
ias o ejecutivas, las m ujeres son discrim inadas: así lo dem ues
tra su subrepresentación en el seno de los grupos dirigentes y
los obstáculos específicos a los que muy a m enudo se han
visto confrontadas. O breros o ejecutivos, los m aghrebinos y
los negros son discrim inados: así lo indican su escasez relativa
en el seno de los grupos dirigentes y la alta tasa de desem pleo
que, fuera de estos grupos, los golpea. Como estas m inorías
visibles no son hom ogéneas, cada u n a choca contra obstácu­
los específicos, y los grupos de víctimas son cada vez más nu ­
m erosos, m ás estrecham ente definidos y más específicos. A
fin de cuentas, la sociedad se concibe com o u n m osaico de
grupos definidos por sus o portunidades más que p o r sus po­
siciones. Más exactam ente, la definición de las posiciones está
construida en térm inos de oportunidades.
Esta representación de las injusticias sociales im plica u n a
lucha contra las discrim inaciones. Esta puede ser orientada
de dos m aneras com plem entarias. La prim era ap u n ta a ga­
rantizar la igualdad de acceso a los bienes y a los servicios de
los cuales los más discrim inados están, de hecho, excluidos.
En este caso, hay que abrir las puertas de las instituciones,
asegurar la equidad de los procedim ientos de selección y
e q u ip ar los territorios de m odo que cada u n o pu ed a cuidar
su salud, instruirse, desplazarse, cultivarse de la mism a m a­
n e ra que todos sus conciudadanos. De hecho, esta política
pro lo n g a el m odelo republicano tal com o fue concebido en
Francia desde el siglo XIX y se acom oda bastante bien a la
igualdad de las posiciones, que se ve justificada de u n a nueva
form a. La segunda orientación, que d u ran te m ucho tiem po
fue percibida com o en contradicción con la p reced en te, re­
posa sobre un principio de com pensación (Fassin, 2002). En
este caso, hay que ten e r en cuenta las discrim inaciones espe­
cíficas y p ro p o n e r políticas bien dirigidas a fin de establecer
las condiciones de una com petencia equitativa. Entonces, re­
sulta im p o rtan te m edir las discrim inaciones, sea p o r estadís­
(')<) R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

tica, sea p o r algún m étodo de testing, para así co n stru ir políii


cas de discrim inación positiva que an u len las discrim inacio
nes “n atu rales” (Sabagh, 1998). Por ejem plo, p u ed en estable
cerse cupos que favorezcan a tal o cual g rupo para acrecentai
su presencia en determ inadas esferas sociales; o bien pueden
crearse dispositivos de apoyo, com o lo hace en Francia la ca
rre ra de Ciencias Políticas con los alum nos que vienen de los
suburbios, p ara a u m e n tar así sus o p o rtunidades de culm inar
con éxito sus estudios. Las clases y los grupos socioprofesiona-
les interesados en la igualdad de las posiciones se ven sustitui­
dos p o r m inorías construidas p o r la lucha co n tra las discrim i­
naciones.
Pero todas estas m inorías no pueden ser definidas por sus ca­
rencias y p o r sus minusvalías. Com o la discrim inación se
asienta sobre estereotipos negativos, es im portante combatirlos
y derribarlos. De la misma m anera que los obreros reclam an la
igualdad en n o m b re de su explotación, del valor y de la digni­
dad de su trabajo, las m inorías deben hacer reconocer com o
valores positivos las características sociales y culturales en nom ­
bre de las cuales son discriminadas. M ientras que el m odelo de
las posiciones apela a la tolerancia o a la indiferencia, el m o­
delo de las o p o rtunidades asocia el repudio de las discrim ina­
ciones a u n a exigencia de reconocim iento. Los inm igrantes y
las m ujeres son víctimas de u n a doble injusticia: no sólo son
discrim inados en sus carreras profesionales o en sus vidas coti­
dianas, sino que su identidad no es reconocida positivamente,
en u n pie de igualdad con las otras. Es p o r esta razón que la
igualdad de las oportunidades está siem pre asociada a un com­
bate cultural que denuncia las injusticias sufridas en la historia,
y que las luchas p o r la m em oria se ubican en prim era fila como
piezas políticas clave de la mayor im portancia.
Las diversas filosofías “com unitaristas” no son consecuen­
cias necesarias de la igualdad de oportunidades, pero resulta
p a te n te que este m odelo de justicia les abre u n espacio más
am plio que el m odelo de las posiciones, a m edida que la re­
p resentación de la sociedad se desliza desde las clases hacia
LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 6 l

las m inorías. El problem a del reconocim iento de las identida­


des culturales se plantea con tanta mayor agudeza cuanto que
las m inorías asocian discrim inaciones e identidades cultura­
les, y que se debe d eterm in ar qué lugar d ar a estas últim as
una vez que se adm ite que existen -a u n q u e más no sea, que
existen p o rq u e son discrim inadas (Taylor, 1997; Kymlicka,
2001; Walter, 1997)-.

LA SOCIEDAD ACTIVA Y LA RESPONSABILIDAD PERSONAL

La igualdad de las posiciones ha sido asociada a la im agen de


u n a sociedad “funcional” (com binando las doctrinas de Dur-
kheim y las de M arx) en la cual las posiciones form an un sis­
tem a, a u n q u e sea u n sistema de explotación. De ello se sigue
la búsqueda, p o r obra de políticas públicas universales, de
u n a integración de la sociedad en to rn o a un contrato social
global y relativam ente opaco. La igualdad de las o p o rtu n id a­
des transform a esta im agen en todas y cada u n a de sus partes.
Dado que las op o rtu n id ad es co n ciern en a los individuos, es­
tos d e b e n ser activos y movilizarse para m erecerlas. Lo que
está en ju e g o en la sociedad dejan de ser las instituciones y
pasan a ser los individuos, a los que se pide que quieran triun­
far y aprovechar sus oportunidades. Las posiciones son así
m enos un estatus asegurado que oportunidades y obstáculos,
recursos y desventajas, redes y capitales. Desde entonces, la
sociedad ya no es considerada com o un o rd en más o m enos
ju sto e integrado: se vuelve u n a actividad cuyo dinam ism o y
cohesión resultan de la acción de los actores mismos (Dubet,
2009). En el largo plazo, la sociedad de las oportunidades es
activa y eficaz, porq u e ubica a los individuos en u n a com pe­
tencia continua, porque moviliza el trabajo y el talento de to­
dos, p o rq u e es u n a dinám ica más que un orden.
La igualdad ele las o p o rtu n id ad es hace pasar de políticas
sociales universales a políticas dirigidas, centradas sobre pú ­
62 R E PE N SA R L A J U S T IC IA S O C IA L

blicos, riesgos y o p o rtu n id ad es específicas. Los auxilios pres­


tados se “tru e c a n ” a cam bio de responsabilidades y de com ­
prom isos. U no m erece apoyos y o p o rtu n id ad es cuando
acepta movilizarse, actuar, ten e r proyectos, cuando se pliega a
las exigencias del empowerment. En el m odelo de las o p o rtu n i­
dades, nadie debe ser u n a víctim a pasiva; la ayuda social es
m enos un d erech o de a u to r sobre u n a deuda social que u n a
acción con un blanco específico que pone a su beneficiario
en u n a situación de responsabilidad. El RMI [Ingreso Mí­
nim o de Inserción], con su obligación de “inserción”, era u n
p rim er esbozo de ese m odelo; las políticas de “flexiseguridad”
lo llevan un poco más lejos, y el RSA [Ingreso de Solidaridad
Activa] lo perfecciona, p o rq u e, en esta nueva fu en te de in­
greso, la solidaridad se da a cam bio de la actividad. El en e­
m igo es la asistencia, o bien, el asistencialismo. En países más
liberales que Francia, especialm ente en Estados U nidos y el
R eino U nido, se esbozaron políticas de adjudicación inicial
que consisten en en tre g ar u n a prestación a los m enos favore­
cidos p ara que ellos la usen con plena responsabilidad para
aprovechar sus oportu n id ad es. El “nuevo igualitarism o” dise­
ñado p o r G iddens se inscribe p lenam ente en este m odelo: se
ayuda a los q u e q u iere n ayudarse a sí mismos, se prefiere
ayudar a los individuos a que evolucionen antes que asegurar
las posiciones (Faucher-K ine, Le Galés, 2007; G iddens y Dia­
m ond, 2005).
En el m odelo de las o p o rtu n id ad es, el contrato social glo­
bal cede su lugar a los contratos individuales. Inspirados por
la adjudicación inicial de T hom as Paine, econom istas y soció­
logos p ro p o n e n d a r a cada jo v en n o rteam ericano u n a sum a
de 80 000 dólares que com pense el hecho de que las genera­
ciones p reced en tes p u d ie ro n sacar provecho del Estado de
Bienestar; con esta sum a, p o d rá lanzarse en la vida asegurán­
dose, pagando sus estudios, viajando - o incluso bebiendo, si
así lo desea-. D espués, pasará lo que tenga que pasar: “Nues­
tro plan busca la justicia a rraig án d o la en el valor capitalista
más im portante: la p ropiedad privada. Abre la vía a u n a socie­
LA IG U A L D A D DE O P O R TU N ID A D E S ()ft

dad más dem ocrática y más lib re” (Ackerm an y Alstolt, cit. en
D am on, 2009: 43). Los vouchers que algunos Estados nortea
m ericanos en treg an a las familias para que elijan los estudios
de sus hijos o la sum a adjudicada a todos los jóvenes de mas
de 18 años en D inam arca participan del mismo m odelo. En el
p u n to de p artida, se equilibran las desigualdades; después,
dado que las desigualdades producidas por el uso de estos re­
cursos d e p e n d en sólo de los individuos y de su libre arbitrio,
ya las desigualdades son perfectam ente justas. El contrato so­
cial se limita a la desigualdad inicial -los auxilios del punto de
partida p u ed en incluso ser más exactos al ser ajustados sobre
la base de los recursos fam iliares-, pero, en todo lo que sigue,
ya no existen más que contratos individuales cuya sum a se
considera arm oniosa.
Los más radicales ven aquí u n a tentativa por desm antelar el
Estado de B ienestar (Murray, 2006). Pero erraríam os si viéra­
mos en estas políticas sólo u n a m áquina de guerra neoliberal.
Sería, antes que nada, subestim ar las debilidades y las injusti­
cias de los Estados de Bienestar construidos sobre la igualdad
de las posiciones. Sería, después, considerar despreciable la
aspiración a la au to n o m ía en las sociedades d o n d e la volun­
tad de no verse asignado a u n estatus y el deseo de ser amos
de nuestras vidas son valores cardinales.

DEL ELITISMO REPUBLICANO


A LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Es probable que los responsables de las políticas educativas,


sin distinción en esto en tre m inisterios y sindicatos, hayan
creído d u ra n te largo tiem po que se podía abrir a todos las
puertas del tradicional liceo francés, pero m an ten ien d o el
viejo m odelo en el cual cada uno tenía un lugar am pliam ente
pred eterm in ad o . Esto es, al m enos, lo que indican la larga re­
sistencia de u n m odelo pedagógico selectivo y la nostalgia en­
(>4 R E P E N S A R LA J U S T IC IA S O C IA L

dém ica del elitismo republicano. Pero, en los hechos, incluso


antes de que esto se im ponga en los espíritus, la escuela enli <•
de lleno en el m odelo de la igualdad de oportunidades.
La escuela dem ocrática de masas considera que todos los
alum nos d eb en hacer uso de la op o rtu n id ad de que disponen
en la escuela y después en el liceo: se ha convertido entonces
en u n a m áquina encargada de distribuir a los alum nos en fun
ción de sus resultados y de su m érito. Su papel ya no es el de
integrar la sociedad, orientando a cada u n o hacia el lugar que
le está destinado, sino el de distribuir a alum nos teóricam ente
iguales al térm ino de u n a com petencia honorable. La escuela
debe realizar la ficción estadística de la igualdad de oportuni
dades volviendo a barajar las cartas en cada nueva generación.
Pero, p ara hacerlo, sería necesario que llegara a anular los
efectos de las desigualdades sociales en los rendim ientos de
los alum nos. Desde la década de 1960, toda la sociología de la
educación y toda la crítica escolar se alinean sobre esta norm a
de justicia m idiendo la brecha que existe entre ese m odelo y la
realidad, m ostrando que la distribución de los rendim ientos
escolares y la form ación de las elites siguen estando pesada­
m ente determ inados p o r el m edio social de los alum nos. Pero,
más allá de este fracaso, es evidente que la escuela de la igual­
dad de las oportunidades, la escuela puram ente m eritocrática,
se volvió el p atró n de los juicios y de las prácticas escolares. El
recorrido que los alum nos hacen a m edida que avanzan en los
cursos es considerado com o el de com petidores antes que
com o el de aliados: deben distinguirse de la masa en función
de su solo m érito, al térm ino de u n a sucesión de pruebas que,
concebidas com o justas, deben producir, entonces, desigual­
dades que tam bién sean justas. “Q ue gane el m ejor” podría ser
el lem a de esta carrera escolar.
La escuela de la igualdad de las o p o rtu n id a d es h a e n g en ­
d rad o dos g ran d es políticas. La p rim e ra reposa sobre la ho ­
m o g en eid ad de la oferta escolar. D urante unos cu aren ta
años, se han abierto miles de escuelas, centenares de liceos y
de nuevas universidades, que se p ro lo n g an en sedes deseen-
LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 6 5

Mil 1/.acias. La igualdad de las oportunidades supone que la se-


l> 11 ion se haga lo más tarde posible, que los troncos com unes
l< form ación se prolo n g u en y que cada alum no en cu en tre,
• <ira de su lugar de residencia, un establecim iento capaz de
11 ogcrlo en condiciones idénticas a las de todos los otros. Así,
- I m odelo m eritocrático republicano reservado a la escuela
I>1 imaria se am plió y transform ó en igualdad de oportunida-
•les, y nosotros sabem os que los estudiantes secundarios, los
universitarios y los docentes están muy apegados a este nuevo
modelo, p orque la igualdad de la oferta parece ser la condi-
1 ion de base de la justicia. Todas las reform as que parecen
unenazar este ideal -costo de los estudios, selección precoz,
peso del control continuo en el b ach illerato - son violenta­
m ente rechazadas.
Com o es evidente que la igualdad de la oferta escolar no
.muía totalm ente las desigualdades vinculadas al nacim iento,
se activan políticas específicas para los alum nos considerados
como más desfavorecidos en el plano social y cultural. Para
establecer la igualdad de las o portunidades, hay que ofrecer
más a los que tienen m enos, para que la je ra rq u ía de los re­
sultados escolares sea, finalm ente, irrecusable. Desde este
punto de vista, la creación de las “zonas de educación priori-
larias” (ZEP) en 1981, y después la de los establecim ientos
llam ados “am bición éx ito ” es u n a m utación decisiva, al m e­
nos en el orden de los principios. A unque Francia haya reh u ­
sado siem pre ad o p ta r u n a política de cupos, un gran n ú ­
m ero de dispositivos específicos ha sido activado para
favorecer el éxito (por ejem plo, en el acceso a las institucio­
nes universitarias de excelencia) de los m ejores alum nos pro­
venientes de las clases sociales y de los barrios desfavoreci­
dos, a m en u d o habitados p o r m inorías visibles. D ondequiera
que las desventajas relativas parecían dem asiado im p o rtan ­
tes, el M inisterio de E ducación N acional, los departam entos
y las com unas han puesto en funcionam iento dispositivos de
apoyo escolar, presentados com o m edidas de justicia y de se­
g u n d a op o rtu n id ad .
<><> r epen sa r la j u s t ic ia so cia l

La escuela no sólo debe realizar la ficción de la igualdad d.


o p o rtu n id a d es, sino que tam bién se considera que, al t un»
p lir con las expectativas de este m odelo, debe resolvía im
cierto n ú m ero de problem as sociales. Después de las revi a I
tas en los suburbios del otoño de 2005, se ha repetido mui la ■
p o r izquierda y p o r derecha, que la igualdad de las oporhim
dades escolares e ra la m an era más eficaz de in teg rar a los |<»
venes y de m itigar su rabia. Se agrega que este m odelo di
igualdad es susceptible de transform ar a las elites, de acrecen
tar la confianza y el dinam ism o de la sociedad, de reforzai l.i
ec o n o m ía y la c o h e sió n social. No es sólo ju sto , es bueno \
útil; p o r todas estas razones, está hoy en el corazón de las po
líticas escolares -y esta centralidad se im pone a todos los acto
res, estén a favor o e n co n tra de las refo rm as- En m ateria es
colar, todo (o casi to d o ) es justificado y criticado en nom bre
de la igualdad de o p o rtu n id a d e s y del m érito individual.

LOS SEXOS, EL GÉNERO Y LOS CUPOS

E n lo q u e respecta a la condición de las m ujeres, el pasaje de


la igualdad de las p o sicio n es a la igualdad de las o p o rtu n id a­
des h a sido progresivo. Los obstáculos form ales que im pedían
el acceso a u n g ra n n ú m e ro de capacitaciones y de profesio­
nes h a n sido p ro g resiv am en te elim inados a partir de fines del
siglo XIX, y las m u je re s e n tra ro n en ám bitos que hasta en to n ­
ces les e stab an v e d a d o s: la enseñanza, la m edicina, la aboga­
cía, la alta fu n ció n p ú b lic a , las Fuerzas Arm adas, etc. A unque
las m u je res hayan tra b a ja d o siem pre en la agricultura, la in­
d u stria y los e m p leo s dom ésticos, su despegue de la vida fami­
liar h a sido favorecido p o r el desarrollo del Estado de Bienes­
tar. N o sólo este les h a ofrecido num erosos em pleos en la
e n se ñ a n z a , la salud y e l trabajo social, sino q u e h a abierto
g u a rd e ría s, ja rd in e s d e infantes y servicios (adem ás de conce­
d e r auxilios fin a n c ie ro s ), lo que les perm itió trabajar y pagar
LA IG U A L D A D DE O PO U T U N ID VDI <■ ,

11, ( ingas y los im puestos que contribuyen al íínaiu iamn ni"


-I. ese m ism o Estado de Bienestar (Esping A ndersen,
\l mismo tiem po, las m ujeres han sido las grandes hencln m
i i .is de la m asificación escolar (B audelot y Establel, I')1)'.')

I'rio la a p e rtu ra de la form ación y del m ercado de lraba|n .1


l is m ujeres no ha reducido totalm ente las desigualdades en
l i e los sexos. Sin que sean explícitam ente discrim inadas, lo

.011 objetivam ente p o r el ju eg o de las pequeñas decisiones y


orientaciones cuya acum ulación produce efectos decisivos
((lousin, 2007; Marry, 2004).
Bajo el im pulso de los m ovim ientos feministas y de los estu-
i iios estadísticos, se adoptaron m edidas antidiscrim inatorias
dirigidas a establecer, de m anera voluntarista, la igualdad de
oportunidades. La más espectacular es el establecim iento de
cupos que im ponen u n a tasa m ínim a de m ujeres en la vida
política (L epinard, 2005; Moussuz-Lavau, 1998). Progresiva­
m ente, se instaló la idea según la cual la presencia de las m u­
jeres debe estar en paridad en u n gran núm ero de ám bitos.
En las instancias dirigentes y en diversos consejos representa­
tivos, se “b u scan ” a m enudo m ujeres para d ar u n a im agen de
ap ertura, con u n a mezcla de convicciones y de conform ism o
políticam ente correcto.
El m odelo de la igualdad de las o p o rtu n id ad es aplicado a
las m ujeres ha desplazado el clivaje en tre los sexos hacia una
rep re sen ta ció n de la vida social en térm inos de género. No
sólo las personas tienen un sexo, sino que las actividades, las
culturas y las relaciones em piezan a ten e r un género; y la dis­
tribución y la estructura de este género se ponen inm ediata­
m ente e n ju e g o desde que individuos de sexo diferente circu­
lan p o r la sociedad sin verse n u n c a asignados a u n lugar.
E ntonces, la lucha p o r la igualdad de las o p o rtu n id ad es se
vuelve u n com bate cultural relativo al o rd en del género. Se­
ría sin d u d a excesivo afirm ar que el pasaje del sexo al género
h a sido provocado por el deslizam iento de la igualdad de las
posiciones a la igualdad de las o portunidades, pero resulta
forzoso constatar que los dos fenóm enos están vinculados.
68 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

Los países que han elegido la igualdad de o p o rtu n id a d e s .I.


m anera m ucho más radical que Francia (C anadá, Estad. ■
U nidos y los países escandinavos, p o r ejem plo) son tam ba i.
los países en los cuales la problem ática del gén ero está m i
presente - e n los sem inarios universitarios, pero tam bién y •.<-
bre todo en la legislación que prom ueve la paridad y reprimí
el acoso-. Se p u ed e decir, incluso, que la crítica feminlsl.i
desarrollada en n om bre de la igualdad de o portunidades m
ha am pliado hacia u n a crítica antropológica que sacude <I
o rd en del género. Y esta crítica se despliega en todas partes
en la vida dom éstica, en las relaciones am orosas, en el li.i
bajo, en el arte, en la política, etc.

POLÍTICAS PÚBLICAS Y MINORÍAS VISIBLES

C uando se pasa de la igualdad de las posiciones a la igualdad


de las oportunidades, los inm igrantes se vuelven “m inorías vi
sibles” a las que se percibe y se trata com o tales. C uando los
hijos de los inm igrantes son estigm atizados en razón de sus
orígenes y del color de su piel, cuando sus calificaciones y sus
diplom as no les perm iten acceder igualitariam ente a todas las
posiciones, se im p o n e la lucha co n tra el racismo y las discri­
m inaciones. D eben adoptarse m edidas de justicia específicas
con el fin de establecer la eq u id ad previa a la igualdad de
oportunidades.
El im aginario republicano, la m em oria del crisol francés y
la fobia del com unitarism o hacen que nuestra sociedad re­
sista a u n a rep resen tació n en térm inos de m inorías. Sin em ­
bargo, en los hechos, las prácticas van m ucho más rápido que
las representaciones. Desde hace ya m ucho tiem po, bajo la
co b ertu ra de políticas universalistas destinadas a los barrios
“difíciles”, existen m edidas específicas que ap u n tan a los jóve­
nes de esos barrios, em pezando p o r las ZEP, que son defini­
das, entre otros criterios, p o r el núm ero de niños extranjeros
LA IG U A L D A D DE O P O R TU N ID A D E S (')()

11 provenientes de la inm igración. Los dispositivos de insei


• mu, las m edidas de ayuda al em pleo, las zonas francas y
indas las políticas sucesivas de la ciudad apuntan, sin clecii lo
I muís, a las m inorías visibles, y esto ya desde hace varias (leca
das (Doytcheva, 2007). R esum iendo, se hace discrim inación
positiva sin decirlo. ¿Cómo po d ría ser de otro m odo, desde
pile las m inorías visibles son víctimas de u n a discrim inación
negativa frente al trabajo, la vivienda y la policía?
Mientras que las revueltas urbanas de las décadas de 1980 y
1990 fueron percibidas principalm ente en térm inos sociales
(desocupación y pobreza) y se pensaba que Francia no sería
nunca u n a sociedad racializada com o Estados Unidos, las vio­
lencias del oto ñ o de 2005 fueron com prendidas com o la re­
vuelta de las m inorías visibles. Desde hace varios años, y siem­
pre al precio de algunas disputas teológicas sobre el “m odelo
i epublicano” (pensem os en las disputas sobre el velo islámico
y sobre las estadísticas étnicas), las m edidas destinadas a pro­
mover la “diversidad” se han m ultiplicado (Simón, 2008). La
ley del 27 de mayo de 2008 reconoce la discrim inación indi­
recta e invierte la carga de la p ru eb a al obligar al discrim ina-
d o r a d em ostrar que no es culpable. Cartas de intención y
discursos, tam bién allí con u n a mezcla de convicciones m ora­
les, de interés bien e n te n d id o y de conform ism o, afirm an la
necesidad de te n e r en cuenta la “diversidad” en la com posi­
ción de los consejos, de las instancias políticas y de los gobier­
nos. Los currículum vítae anónim os vuelven con regularidad
a estar a la o rd en del día, y la capacidad de reflejar la “diver­
sidad” se h a vuelto u n a exigencia cívica, un com prom iso de
m o d ern id ad y, a veces, u n a especie de argum ento para au­
m en tar las ventas.
Se dem ostrará fácilm ente que hay u n a gran distancia entre
estas declaraciones, estas leyes, estos dispositivos y los hechos.
Lo que no im pide que los m arcos de la representación de la
vida social hayan sido totalm ente perturbados en un país que
d u ran te largo tiem po había recubierto esas desigualdades
con un espeso “velo de ignorancia”. Este cambio es tan consi­
70 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

derable que las representaciones mismas de los actores cm »»»


transform adas y se constituyen m ovim ientos específicos <|tn
asocian la den u n cia de discrim inaciones y sufrim ientos (p.» <
dos y presentes) a la afirm ación de u n a id en tid ad culi ni il
que exige ser reconocida. Así com o la tom a de conciencia »!•
las injusticias infligidas a las m ujeres se desliza hacia una <11
tica cultural de los géneros, la lucha co n tra las injusticias in!•
ridas a las m inorías visibles com bina u n a voluntad de intcgi .1
ción con el deseo de reconocim iento de las identidad»
culturales. Allí tam bién esta m utación no p o d ría ser atribuid.»
totalm ente al reino de la igualdad de o p o rtu n id ad es, pcm
esta claro que este m odelo de justicia le confiere u n a fuer/,»
singular. En efecto, obliga a d e n u n c ia r los obstáculos que
se in te rp o n en a u n a com petencia equitativa; y, com o esos ob.s
táculos particip an o contribuyen a la id en tid ad de las vícti
mas, llam an a u n a política de reconocim iento p ara que el es
tigm a se convierta en orgullo.
De la m ism a m anera que la igualdad de las posiciones esta
vinculada a u n a representación de la sociedad, a la definición
de grupos legítim os y a un m odelo de representación poli
tica, la igualdad de o p o rtu n id ad es está asociada a otros gru­
pos y a otros tipos de representación. Confiere a la cultura y a
las diversas identidades u n a dinám ica y un lugar nuevos (Rc-
naut, 2007). Sería ingenuo c reer que F rancia se ha despla­
zado total y m asivam ente de la igualdad de las posiciones a la
igualdad de las oportunidades. De hecho, los dos m odelos co­
existen m ovilizando actores políticos diferentes según las fluc­
tuaciones de la vida política. Pero, en tanto m inistro del Inte­
rio r y luego p residente de la R epública, Nicolás Sarkozy ha
dado u n im pulso sensible al m odelo de las op o rtu n id ad es sin
que por ello p u e d a identificarse ese m odelo sólo con el p en ­
sam iento liberal, ya que la izquierda no tiene argum entos que
o p o n erle y a veces, incluso, dobla la apuesta en la cuestión.
¿Cómo es posible oponerse a la igualdad de oportunidades?
Es fácil im ag in ar que u n a vez pasada la calm a chicha ideoló­
gica provocada p o r la crisis económ ica del oto ñ o de 2008
LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 7 1

li.iy que defen d er los em pleos-, la igualdad de las oportuni-


•I ules co n tin u ará carcom iendo a la igualdad de las posicio-
in n . Y esto se verá agudizado p orque los beneficiarios de la
iciialdad de las posiciones no p u e d e n ignorar más las debili-
•I ules y las lagunas de la justicia que defienden.
4. Crítica de la igualdad
de oportunidades

Com o ocurre con la crítica de la igualdad de posicio­


nes, la de la igualdad de oportunidades no debe atacar los
principios que la fundan: es imposible oponerse al derecho
de los individuos de aspirar a todas las condiciones y a todas
las o p o rtunidades. Del mismo m odo que con la igualdad de
posiciones, la crítica apuntará más a los límites y a los efectos
reales de la igualdad de oportunidades. Sin em bargo, nuestro
apoyo es aquí m enos sólido, porque, en Francia, el m odelo
de la igualdad de oportunidades no tiene ni la antigüedad ni
el p redom inio que ejerce el de la igualdad de posiciones so­
bre las tradiciones políticas y las instituciones. H ace falta, en­
tonces, fundarse sobre hechos más tenues y sobre indicios
más dispares, m irar más a m enudo del otro lado del Atlán­
tico, con el fin de anticipar las consecuencias de los m ecanis­
mos que se instalan en Francia, probablem ente de m anera
irreversible, en nom bre de la igualdad de oportunidades.

LAS DESIGUALDADES SE PROFUNDIZAN

Desde hace unos treinta años, las desigualdades sociales se


pro fu n d izan en todas partes, y sobre todo en los países que
han optado p o r la igualdad de o p o rtunidades antes que por
la igualdad de las posiciones. La evolución es espectacular en
Estados U nidos, d o n d e los ricos son cada vez más ricos y los
pobres cada vez más num erosos. La crítica de la igualdad de
74 RE PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

posiciones d esarro llad a p o r los conservadores e n tre la era


Reagan y el fin de los años de G. W. Bush fue más sensible a
los “privilegios” de los asistidos que a los de las ricas “vícti­
m as” de las exacciones fiscales. M ientras que la igualdad de
o p o rtu n id a d e s su p o n d ría que la gravitación de la h eren cia
se viera sensiblem ente red u c id a (p ara que así cada g en era­
ción vuelva a p o n e r los co n tad o res a cero), el declinar de la
redistribución, fu n d ad o sobre el argum ento que dice que el
m érito de los vencedores deb e ser recom pensado sin nada
que lo trabe, h a term in ad o p o r a c en tu a r el peso del naci­
m ien to y de la disparidad de las fortunas. Esta lógica lleva a
la “aristocratización” de las elites; algunos de los grandes res­
ponsables de la eco n o m ía nacional incluso se h a n in q u ie­
tado, tem iendo que el espíritu del capitalism o pierda así algo
de su vitalidad.
Com o la retórica de las o p o rtu n id a d es está en el ^corazón
de este m ovim iento político, no es totalm ente ilegítimo im pu­
tarle efectos antiigualitarios, de la m ism a m anera que se pue­
d e n d e n u n c ia r los corporativism os escondidos p o r detrás de
la igualdad de posiciones. C om o la igualdad de o p o rtu n id a ­
des conduce a redistribuir m enos y a asegurar m enos las posi­
ciones, se la asocia g e n e ra lm e n te con la decadencia del Es­
tado de Bienestar, reducido a las m eras redes de seguridad
co n tra la m iseria total. A hora bien, este debilitam iento acre­
cienta las desigualdades y la pobreza. Com o lo hem os visto en
el gráfico del capítulo 1, las desigualdades se acrecientan
cada vez que el Estado de B ienestar retrocede.
Es verdad que la igualdad de op o rtu n id ad es no im plica po­
n e r un coto a las desigualdades excesivas, porque lo que se es­
p e ra de ella es que garantice equitativam ente el acceso a to­
das las posiciones disponibles. En el m ejor de los casos, si a
veces define un piso para los ingresos y para las condiciones,
no lim ita los ingresos más elevados: nada, en efecto, debe e n ­
to rp e c er la recom pensa del m érito y del éxito. De esta m a­
nera, los ingresos altos han explotado en u n gran n ú m ero de
países sin suscitar escándalo, hasta el m om ento en que el
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O PO R T U N ID A D E S 7 5

m odo de captar esos ingresos, a veces predatorio, puso en


riesgo la econom ía misma. En los hechos, la igualdad de
op o rtu n id ad es reposa sobre u n a concepción estrecha del
principio rawlsiano de la diferencia. Este principio exige que
las desigualdades engendradas p o r la com petencia m eritocrá-
tica no sean desfavorables para los más desprotegidos.
Cuando el salario básico se separa dem asiado de los ingresos
más elevados, la riqueza de los ricos no sirve a los más desfa­
vorecidos, que se ven bloqueados en las redes de seguridad.
M ientras que los “derechos adquiridos” del m odelo de las po­
siciones son ajustados en relación con la riqueza global, las re­
des de seguridad, en cam bio, no im piden la profundización
de las desigualdades. Desde la década de 1960 a la década de
2000, el núm ero de niños pobres pasó de 15% a 20% en Gran
Bretaña, y de 10% a 20% en Estados U nidos (y de 30% a 50%
entre los n e g ro s). En térm inos relativos, la tasa creció m enos
entre los negros que en tre los bancos, lo que ju eg a a favor de
la igualdad de o p o rtu n id ad es, pero es un pobre consuelo
para los negros cuya situación se ha degradado en térm inos
absolutos (D am on, 2009).
Esta indiferencia hacia los pobres no resulta totalm ente
so rp re n d e n te cuando se exam ina de cerca la retórica de la
igualdad de o p o rtu n id ad es, cuya Ficción estadística tiene el
ojo puesto sobre las elites. Es siem pre en las esferas más eleva­
das de la sociedad do n d e se m ide la efectividad de la igualdad
de o p o rtunidades: se cuenta el n úm ero de m ujeres, de ex
desem pleados y de negros en los gobiernos, los parlam entos,
los consejos de adm inistración de las em presas o en la televi­
sión. A hora bien, si la relativa ausencia de las m ujeres, de los
ex desem pleados o de los negros en la elite es p ro fu n d a­
m ente injusta, se p o d ría pensar tam bién que su sobrerrepre-
sentación estadística en los em pleos más precarios, más peno­
sos y m enos pagos es igualm ente escandalosa -y sin duda lo es
m ucho más, porq u e concierne a m uchas más p erso n as- Este
tropism o elitista es u n a especie de lapsus que revela que, en
los hechos, la igualdad de op o rtu n id ad es es más sensible al
76 R E PE N SA R L A J U S T IC IA S O C IA L

éxito y al cursus lionorum glorioso de algunos antes que al fra­


caso del m ayor n ú m ero (Benn M ichaels, 2009). Se cuenta la
historia del self-made man que em pezó su carrera levantando
u n a hebilla en la vereda, pero se olvida el curso vital de millo­
nes de inm igrantes que, después de u n a vida de trabajos pesa­
dos, siguieron pobres u oprim idos.
Aun si no p u ed e concluirse que la igualdad de op o rtu n id a­
des es u n a astucia ideológica de las elites para enm ascarar las
condiciones de su reproducción, es innegable que la diferen­
cia de salarios e n tre las m ujeres y los hom bres en los cargos
ejecutivos m ás altos parece a m en u d o más escandalosa que la
asignación de las m ujeres a los em pleos m enos calificados y
m enos estables. Pero tam bién el n ú m ero de personas afecta­
das varía según se m ire hacia arriba o hacia abajo de la socie­
dad. Si es de desear que los hijos de los pobres form en el 15%
de los efectivos de las universidades de elite, p o rq u e com po­
n en el 15% de la sociedad, no es seguro que esto cam bie m u­
cho en la sociedad francesa: los pobres se cuentan por millo­
nes, m ientras que los alum nos de las universidades de elite
solam ente p o r centenares. Si es b u en o que el 50% de los di­
putados sean m ujeres, no es cierto que esto consuele en m u­
cho a aquellas que se ven relegadas a los trabajos m ás penosos
en diversos servicios o en los superm ercados. En este ám bito,
porque se trata de representación, los cupos de m ujeres en la
vida política son perfectam ente legítim os, con la condición
de que no se crea que afectan d irectam en te la estructura so­
cial. Si bien es b u e n o que los m iem bros de las m inorías visi­
bles estén presentes en las elites dirigentes, tam bién en este
caso, p o r razones de representación política, es verosímil que
esto no m ejorará la condición de aquellos que se ven masiva­
m ente condenados a los trabajos agotadores y mal pagos de la
construcción y las obras públicas. Por lo dem ás, nad a dice
que los dirigentes provenientes de los grupos discrim inados
serán más com petentes, más abiertos y más generosos que
aquellos a quienes reem plazan: seguros de su m érito indivi­
dual, p o d ría n ser, incluso, muy poco indulgentes hacia aque-
C R ÍT IC A DF. LA IG U A L D A D DK O PO KTI INI 11 \ I H

líos a los que p odrían considerar m enos volunta) ¡osir. v un


nos industriosos que ellos mismos.

DESVENTAJAS E IDENTIDADES DE VÍCTIMAS

Con la igualdad de oportunidades, se pasa de la pareja expío


ta c ió n /tra b a jo a la pareja discrim in ació n /id en tid ad . Este
cam bio im plica dos especies de obligaciones: la de dem ostrar
que se es víctima de desventajas o de discrim inaciones, y la de
reivindicar u n a identidad propia contra los prejuicios y las
identidades asignadas. Esta lógica a priori norm al puede te­
ner, sin em bargo, efectos negativos.
C oncebir las desigualdades en térm inos de discrim inacio­
nes conduce a jerarquizar las víctimas que tienen interés de
“exhibir” sus sufrimientos y las injusticias que sufren, con el fin
de obtener la ventaja diferencial que les perm itirá beneficiarse
con ayudas específicas. El m undo de las víctimas, p o r otra
parte, no es necesariam ente fraternal: cada uno, individuo o
grupo, debe presentarse como si fuera más víctima que los de­
más. No es raro que el resentim iento se vuelva un resorte esen­
cial de esta com petencia, porque yo puedo no perdonarles a
otros que hayan conseguido parecer más víctimas que yo y que
sean p o r eso más reconocidos y m ejor asistidos (C haum ont,
1997). Este escenario no es inverosímil. Por ejemplo, las dispu­
tas p o r la m em oria abren una contabilidad y u n a com petencia
m acabras en la cual las víctimas acaban a veces p o r pelearse
con otras víctimas. Por m inoritaria que sea, la evolución de un
D ieudonné no es anecdótica: el antiguo militante contra el de­
rechista y xenófobo Frente Nacional, hijo de una pareja
franco-cam erunesa, se convirtió en un antisem ita lleno de
odio bajo el pretexto de que la m em oria de la Shoah enmasca­
raría los sufrim ientos de las víctimas de la esclavitud.
A un sin in cu rrir en tales excesos, la com petencia entre las
víctimas tiende a acalorarse. Víctimas del racismo, los negros
78 RE PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

de las Antillas (y p o r lo tanto, franceses) y los negros p ro ce­


dentes de Africa (y p o r lo tanto, inm igrantes o antiguos inm i­
grantes) no llegan a unificar sus luchas: ¿la esclavitud sufrida
p o r los ancestros de los prim eros es peo r que el colonialism o
sufrido p o r los padres de los segundos? ¿Las m uchachas que
viven en los suburbios oprim idas por los m uchachos de su ba­
rrio son más o m enos víctimas que sus herm anos designados
com o la causa de todos los males? Como la igualdad de op o r­
tunidades abre u n a com petencia general, pone desde u n co­
m ienzo a las víctim as en situación de com petencia. ¿Las m u­
jere s de las clases populares son más o m enos víctimas que los
hom bres de las m inorías visibles? Esas m inorías, ¿son todas
víctimas en el m ism o grado? Los hom osexuales de m edios
acom odados, ¿sufren lo mismo, desde el punto de vista social,
que los heterosexuales pobres? Y, dado que se es víctim a “en
ta n to ” p e rte n ec ie n te a tal o cual condición, el m u n d o de los
d erechohabientes no cesa de fraccionarse (com o las corpora­
ciones y las coaliciones de ventajas adquiridas en el m odelo
de las posiciones).
Este m ecanism o victimario induce una obligación de asigna­
ción. A pesar de que la igualdad de oportunidades es, en prin­
cipio, profundam ente individualista y que apela a la autonom ía
y a la libertad de cada uno, el hecho de definirse como víctima
lleva a identificarse con u n colectivo. A unque la perspectiva
constructivista d o m in an te hoy en las ciencias sociales no se
cansa de explicar que las culturas y las identidades no tienen
nada de natural y son producciones culturales y sociales, la ló­
gica de asignación resulta todavía más imperativa; sin em bargo,
cada individuo p o d ría elegir en un repertorio de identidades
aquella que decide movilizar. Se le puede reprochar al m odelo
de las posiciones que niegue las identidades, pero, a la inversa,
el m odelo de las o p o rtunidades las exalta hasta hacer de ellas
casi u n a obligación. Por poco que se adm ita que las construc­
ciones culturales e identitarias son performativas, alcanza para
que el postulado individualista que preside al m odelo de las
oportunidades se encuentre muy am enazado. No basta con de­
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R TU N ID A D E S '/()

cir que soy u n a víctima de mi identidad (porque esa identidad


se encuentra estigmatizada): estoy obligado a som eterm e a ella,
incluso a reivindicarla, aunque más no fuera para com batir de
ese m odo la discriminación. La discusión de los demógrafos so
bre el censo étnico está dom inada por este problem a: para lu­
char contra las discriminaciones, hay que asignar a cada indivi­
duo identidades que se chocan con el principio mismo de
autodefinición; pero no hacerlo es renunciar a com batir las dis­
crim inaciones. Y todo esto no tiene en cuenta la form ación de
identidades culturalm ente mestizadas, ambiguas y ambivalen­
tes que no dejan, felizmente, de crecer en nuestras sociedades
m ulticulturales y plurinacionales.
En la m edida en que nadie puede sentirse satisfecho p o r
ser definido com o u n a víctima, la victimización se ve siem pre
asociada a u n a reivindicación de la dignidad. Hay que dar
vuelta el estigm a y reem plazar las fronteras sociales p o r fron­
teras culturales. Es en este sentido que el reconocim iento par­
ticipa de la nebulosa ideológica y política de la igualdad de
oportunidades. A priori, nada parece más natural y más justo
que la exigencia de reconocim iento, esencial para la form a­
ción de un sujeto (H o n n eth , 2000). Pero el reconocim iento
no es u n a teoría de la justicia, porque antes de reconocer u n a
identidad hay que saber si esta identidad m erece ser recono­
cida (Dubet, 2008). Principalm ente, hay que preguntarse si la
cultura que exige un reconocim iento es com patible con las
m em orias de las otras víctimas y con los principios fundam en­
tales de la dem ocracia, de la libertad y de la dignidad de las
personas. Es tam bién u n a reivindicación que apenas si puede
resistir a las relaciones de fuerza en tre las com unidades. Por
ejem plo, en Q uebec reconocen los derechos de las m inorías,
pero a condición de que aprendan el francés, am enazado por
el inglés en C anadá. No existe entonces a rm o n ía preestable­
cida en tre la lucha co n tra las discrim inaciones y el principio
de reconocim iento.
M ientras que las desigualdades de posición se m iden fácil­
m ente, aun si hay que declinarlas en diferentes casos (ingre­
8o R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

sos, actividad, edad, salud, sexo, etc.), la m edida de las discri­


m inaciones p lantea problem as. En efecto, existen discrim ina­
ciones objetivas que no rem iten a n in g u n a voluntad explícita
de discrim inar. Por ejem plo, cuando no se tom a para un tra­
bajo a ninguno de los m iem bros de u n a m inoría visible deter­
m inada, p orque no tienen las calificaciones requeridas; o
bien cuando se recluta a las personas que están más próxim as
a uno (en el plano social y cultural) porq u e es más cóm odo y
más económ ico en térm inos de los “costos de transacción”
(Eymard-Duvernay, M archal et al., 1997). P or cierto, existen
discrim inaciones voluntarias fundadas sobre estereotipos se­
xuales y etnorraciales y, en estos casos, se cierra la p u erta del
em pleo, de la vivienda, de los espacios y de los derechos a
g rupos así com o a los individuos. A quí, la discrim inación es
más co n d en ab le desde el pu n to de vista de la igualdad de
o p o rtu n id ad es, pero su carácter voluntario y m oralm ente
inaceptable no es fácil de establecer fuera de los tribunales y
del testing. Con el fin de separar las desigualdades voluntarias
de las involuntarias, la justicia social corre el riesgo de vol­
verse a la vez u n a causa para m agistrados que m idan las in ten ­
ciones de los actores, y u n asunto de casuística estadística.
Desde 2005, la HALDE (Alta A utoridad de Lucha co n tra las
D iscrim inaciones y p o r la Igualdad) no presenta más que u n
n ú m ero muy lim itado de casos docum entados, hasta tal
p u n to es difícil de a p o rta r p ru eb as de la discrim inación. El
hecho de que se infiera discrim inación de determ inadas prác­
ticas no significa que sea posible p robarlo caso por caso: el in­
dividuo discrim inado posee otras características adem ás de
aquellas p o r las que se lo discrim ina, y el discrim inante puede
discrim inar sin intención directa de hacerlo (Calves, 2008;
Sabbagh, 2003; Sim ón, 2000; Weil, 2009).
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 8 1

LA RESPONSABILIDAD COMO ORDEN MORAL

Se le puede reprochar a la igualdad de las posiciones que bus­


que prom over u n orden m oral conservador, donde cada uno
debe quedarse en su lugar y está invitado a defender el h o n o r
de su rango. A priori, el m odelo de las oportunidades es m u­
cho más liberal, porq u e es posible movilizarse para cam biar
de posición en u n a sociedad abierta y activa donde nada está
definitivam ente adquirido. Sin em bargo, el desplazam iento
operado aquí no es m enos m oralizante que el de las posicio­
nes; sólo cambia la naturaleza de los imperativos morales. Los
gobiernos más liberales, los que han sustituido radicalm ente
las posiciones p o r las oportunidades -T hatcher, Reagan, Bush
padre y Bush hijo, Sarkozy (en cam paña electo ral)-, no han
sido p articularm ente liberales en lo que se refiere al control
social interiorizado por los individuos y al control social a se­
cas: todos ellos defen d iero n , adem ás de la libertad econó­
mica, un Estado fuerte y un cierto orden m oral (Gamble,
1988). En el m un d o ideal de las posibilidades, “q u erer es po­
d e r ”, y, u n a vez que se dio la señal de largada para la carrera,
“¡ay de los vencidos!”: estos últim os verdaderam ente no hicie­
ro n uso de sus o portunidades, se dejaron estar y son tanto
más responsables de sus fracasos porque se les ofrecieron to­
das las chances. Para triunfar, hay que ser virtuoso, hay que le­
vantarse tem prano y trabajar, y tam bién hay que dom inarse a
u n o mismo.
Este control surge m enos de u n a n o rm a m oral que de un
interés bien enten d id o ; hay que ser virtuoso con el fin de
triu n far en la com petencia, pero, com o la virtud es un re­
curso eficaz en función de sus resultados, uno puede librarse
de ella cuando ya triunfó. C uanto más igualitariam ente están
repartidas las o portunidades, más se convierte cada uno en
u n m icro em p ren d ed o r a cargo de sí mismo, y el confor­
mismo se vuelve m enos un im perativo m oral que un recurso
dirigido a la acción. Se ree n c u e n tra este dispositivo de con­
trol en el “nuevo managevient", que abre espacios de libertad a
r Ha R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

los em pleados a cam bio de u n a plena responsabilidad de sus


actos. Lo que vale para los ejecutivos tam bién vale p ara los
m ás pobres: el prin cip io de la asignación de base universal
deja en m anos de los individuos lo que les o c u rrirá en el fu­
turo. Se sustituyó “el h o n o r de los trabajadores” p o r la obliga­
ción de ju g a r y de ganar; se cambió u n a m oral fu n d ad a sobre
“la dignidad de los trabajadores” por u n a m oral de deportis­
tas de alto nivel (véanse, respectivam ente, L am ont, 2002, y
E hrenberg, 1991).
No sólo las fro n teras sociales se vuelven fronteras cultura­
les, sino que, con u n a nitidez todavía mayor, se vuelven fron­
teras m orales. La pareja form ada p o r los explotadores y los
explotados se ve progresivam ente sustituida p o r la pareja de
los vencedores y de los vencidos. Pero, p ara que los prim eros
m erezcan su éxito y gocen plen am en te de él, es necesario
que los segundos m erezcan su fracaso y sufran el peso de este.
C uanto más se p ro m ete la igualdad de o portunidades, más se
“culpabiliza a las víctim as”, responsables de su propia desgra­
cia (Ryan, 1976). Se acusa a los pobres y otros fracasados de
ser responsables de su suerte. C uando este fracaso no pu ed e
ser im putado ni a las discrim inaciones ni a la naturaleza - e n ­
ferm edades y discapacidades físicas-, debe ser atribuido a los
individuos mismos. Esta gram ática m oral conduce a las vícti­
mas a buscar con obstinación discrim inaciones y desigualda­
des “n atu rales”, co n tra las cuales no se p u ed e luchar, p ara así
p o d e r justificar sus desgracias. Es por esta razón que la igual­
dad de o p o rtu n id a d es escolares a m en u d o va acom pañada
del énfasis en el rol de la inteligencia in n ata susceptible de
explicar las desigualdades inexplicables (D ubet, Duru-Bellat,
2007). Expulsada p o r u n a m etafísica de la responsabilidad ín­
tim am ente vinculada con la igualdad de oportunidades, la na­
turaleza “se venga” re to rn an d o p o r el cam ino de las desigual­
dades genéticas.
Al sugerir que la capacidad de hacer uso de sus op o rtu n id a­
des está asociada a los m éritos de los individuos, se vuelve po­
sible elegir a los que deb en ser ayudados (Duru-Bellat, 2009).
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O PO R TU N ID A D E S 8 ;j

El contrato social se individualiza; por interm edio de las fun­


daciones y de las ONG, cada uno tiene el derecho de elegir
sus buenas causas y sus víctimas. M ientras que la solidaridad
asociada a las posiciones es ciega, porque se refiere a los dife­
rentes estatus antes que a las personas, el m odelo de las op o r­
tunidades personaliza la solidaridad. “Solidario si yo quiero” y
con quien yo quiero, afirm an los sociólogos más liberales
(Laurent, 1991). Después de todo, este program a (o más bien
esta pesadilla) no es imposible de realizar, porque la técnica
estadística de las com pañías de seguros, p o r ejem plo, se
acerca a u n a individualización de las discapacidades y de los
riesgos. ¿Cuáles son las características de los individuos que
m erecen ser ayudados y cuáles las de los que no m erecen
serlo? Se pu ed e im aginar que un algoritm o estadístico p er­
m ite resp o n d er a esta cuestión y desgarra definitivam ente el
velo de ignorancia del contrato social (Romer, 1998). Paradó­
jicam ente, m ientras que la igualdad de oportunidades quiere
prom over la autonom ía, reen cu en tra los rasgos más reaccio­
narios de la asistencia social, los de aquel m om ento en el que
los benefactores tenían el derecho de elegir “sus p o b res” y
“sus causas”.

MERITOCRACIA Y COMPETENCIA ESCOLAR

En Francia la escuela es, sin duda, el ám bito en el cual la


igualdad de o p o rtunidades se ha visto activada de la m anera
más sistemática. El balance de la m asificación es claro: si to­
dos los alum nos se han beneficiado p o r ello, p o r otra parte
las brechas en tre los m ejores y los m enos buenos no se red u ­
je ro n de m anera significativa. Y com o estas brechas están de­
term inadas, en gran m edida, por los orígenes sociales de los
alum nos, no hacen más que proyectarse y acentuarse en el
m undo escolar. La aplastante mayoría de la elite escolar siem­
pre ha provenido de la elite social, m ientras que los vencidos
84 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

de la com petencia escolar h a n salido de las categorías más


desfavorecidas.
Pero el fracaso de la igualdad de oportunidades no se debe
solam ente a desigualdades sociales situadas río arriba de la es­
cuela y a las desigualdades todavía persistentes de la oferta es­
colar. Proviene de u n a paradoja in te rn a del m odelo m ismo.
Más se cree en la igualdad de oportunidades, más se confía a
la escuela la a b ru m a d o ra m isión de realizarla en cada nueva
generación. Pero más se adhiere a esta utopía, más se piensa
que las jera rq u ía s escolares son justas y se deben sólo al m é­
rito individual. En este caso, p u ed e p arecer justo que diplo­
mas y títulos tengan un fuerte p o d er sobre el acceso a las po ­
siciones sociales y profesionales, p orque son, a priori, el
in stru m e n to más apto p ara n eutralizar las consecuencias de
las desigualdades sociales iniciales.
Todo el problem a se debe a que la creencia en este m odelo
de justicia lleva a las familias a pensar que no hay otras o p o r­
tunidades fuera de las que da u n a b u e n a escuela. Esta convic­
ción tiene com o efecto acen tu ar la com petencia escolar en tre
las familias a las que les interesa a h o n d a r la brecha con el fin
de asegurar las m ejores o p o rtu n id ad es a sus hijos. D icho de
otro m odo, cuanto u n o más cree, o más obligado está a creer,
en este m odelo de justicia, más se profundizan las desigualda­
des escolares: los vencedores potenciales tienen interés en
acentuarlas y para ello eligen juiciosam ente los establecim ien­
tos, redes y apoyos escolares más eficaces (porque son los más
selectivos). Esta creencia tiene efectos bien reales: el peso y la
influencia de las instituciones escolares acrecientan las venta­
jas financieras y sociales de los más diplom ados, y cuanto más
grandes son esas ventajas, más socialm ente desiguales resul­
tan. Al fin de cuentas,' el sistem a escolar rep ro d u c e las
desigualdades sociales, en oposición al principio sobre el que
reposa (D ubet, Duru-Vellat y V érétout, en prensa). En el
n o m b re de la igualdad de op o rtu n id ad es, ¿cómo h acer p a ra
que cada uno no busque optim izar las suyas, concentrar todos
sus recursos en ellas, distanciándose aún más de los m enos fa­
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 8 5

vorecidos? Francia ilustra m eridianam ente este m ecanism o:


todo ocu rre com o si la igualdad de op o rtu n id ad es acrecen­
tara la gravitación de títulos y diplomas. Desde entonces, esta
gravitación se ha vuelto el más sólido vector de la rep ro d u c­
ción de las desigualdades.
Se exhibe la igualdad de oportunidades com o un factor de
cohesión y de unid ad , cuando, por el contrario, puede te­
m erse que acentúe la com petencia escolar y abra la guerra de
todos contra todos. Así se desarrolla, en la enseñanza pública
com o en la privada, un “m ercado escolar”. La m etáfora del
m ercado vale en un doble sentido. En prim er lugar, todas las
carreras, todos los títulos y todos los establecim ientos com pi­
ten en tre sí; cuanto más selectivos son, y por lo tanto más ren­
tables a priori, más éxito tienen. M ientras que los movim ien­
tos estudiantiles protestan contra la selección en nom bre de
la igualdad de posiciones, los estudiantes, incluso los más m o­
vilizados, eligen las carreras más selectivas y las que más pro­
fesionalizan a sus egresados. Com o consecuencia, el sistema
que se establece está dirigido por la dem anda de títulos cultu­
rales antes que p o r la oferta cultural de educación. Los alum ­
nos, las familias y los estudiantes eligen las disciplinas en fun­
ción de su rentabilidad escolar, y se sabe que las orientaciones
científicas de los liceos se llenan de alum nos que, sin que for­
zosam ente am en las ciencias, quieren constituirse un capital.
En el largo plazo, es la función cultural de los sistemas educa­
tivos la que está en peligro.
Desde el punto de vista de los individuos, la igualdad de las
o p o rtu n id ad es escolares es un principio de u n a gran cruel­
dad que deriva de dos procesos fundam entales (Dubet,
2004). El prim ero es in tern o a la naturaleza de la com peten­
cia m eritocrática que debe articularse en torno a u n a norm a
de excelencia a la cual cada individuo debe p o d e r aspirar.
Desde entonces, la “vía regia”, la de los m ejores, se im pone
com o la norm a indiscutible y los otros se jerarquizan por sus
fracasos, p o r la distancia que los separa de la excelencia a
priori ofrecida a todos los que la m erecen. Es así com o se
86 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

“o rie n ta ” en Francia, según u n proceso de destilación fraccio­


n a d a siem pre negativo. Esto explica p o r qué los alum nos
franceses m anifiestan u n nivel de confianza en sí mismos par­
ticu larm en te débil: u n o nu n ca es lo suficientem ente bu en o
com o para e m p re n d er el cam ino real o la form ación situada
ju sto debajo de este.
A esto se agrega u n proceso psicológico p articularm ente
cruel para los alum nos “vencidos”, que fatalm ente deben per­
cibirse com o responsables de sus fracasos y de sus lagunas, en
u n a palabra, de su “n u lid a d ”. C uanto m as lo invade todo el
m arco del m odelo de la igualdad de o p o rtu n id ad es, m enos
p u e d e n consolarse los alum nos atribuyendo sus fracasos a
otros factores que no sean ellos mismos. Com o esta atribu­
ción del fracaso a sí mismo es penosa, hasta intolerable, algu­
nos alum nos ya no participan en el ju eg o , a otros les va mal,
y otros todavía se vuelven contra la escuela y, p o r m edio de la
violencia, in te n ta n rec u p e rar su d ignidad perdida. Para que
los vencedores no deban su éxito mas que a sí mismos, es ne­
cesario que los vencidos sólo se peleen consigo mismos.
La igualdad de posiciones es rígida y conservadora porque
en cierra a los individuos en su posición y los ubica con sus se­
m ejantes. La igualdad de o p o rtu n id ad es es m aleable y cruel
porq u e obliga a los individuos, a m en u d o a los más frágiles, a
desarraigarse de su lugar y de sus seres más cercanos. H annah
A rendt pone en evidencia este fenóm eno al evocar la desegre­
gación voluntaria iniciada en el sur de Estados U nidos a fines
de la década de 1950:

El p u n to de p a rtid a de mis reflexiones fue u n a im a­


gen publicada p o r los diarios que m ostraba a u n a ne­
gra en tran d o a u n a escuela recientem ente integrada:
u n a troupe de niños blancos la perseguía, un amigo
blanco de su padre la protegía, y en la cara se le no­
taba que la situación nueva no era precisam ente en ­
c a n tad o ra p ara ella. Mi p rim era p reg u n ta fue: ¿qué
h aría yo, si fu era u n a m adre negra? Si yo fu era u n a
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S 8 7

m adre negra del Sur, sentiría que la Corte Suprem a,


sin quererlo, pero inevitablem ente, ha colocado a mi
hija en u n a posición más hum illante que aquella en
la que se en co n trab a antes. Sobre todo, si yo fuera
negra, sentiría que la tentativa misma de com enzar la
desegregación escolar no sólo ha desplazado el fardo
de la responsabilidad de las espaldas de los adultos a
las de los niños. Estaría adem ás convencida de que
todo está dirigido a evitar el verdadero problem a. El
verdadero pro b lem a es la igualdad ante la ley.
(Arendt, 2005)

¿Es más cruel e n c errar a los individuos en posiciones injustas


que obligarlos a a b a n d o n ar la seguridad de esas posiciones
p ara ad q u irir las mismas o p o rtu n id ad es que los otros? En el
caso de estos descendientes de esclavos evocado por H an n ah
A rendt, la respuesta deja poco espacio para la duda: la igual­
dad tiene un precio. ¿Pero la respuesta es siem pre tan evi­
d en te en otros casos?

ABOLIR LAS DESIGUALDADES

La igualdad de o p o rtu n id ad es ha abierto a las m ujeres posi­


ciones que antes les estaban cerradas. Sin em bargo, no sólo la
igualdad de los sexos no ha b o rrad o la b a rre ra de género,
sino que la ha revelado. Exam inem os la situación fem enina
en la escuela p ara co m p ren d er esta resistencia a la igualdad
de o p o rtunidades. Según la fórm ula de C atherine M arry
(2003), la situación de las alum nas m ujeres es en gran m e­
dida paradójica: en prom edio, ob tien en m ejores resultados
escolares que los varones, pero no hacen ren d ir esa ventaja
eligiendo las carreras más eficaces y más prestigiosas. Por
ejem plo, p refieren estudios literarios m ientras que los varo­
nes optan p o r orientaciones más científicas. Los títulos que
88 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

o b tien en son m enos rentables en el m ercado de trabajo. Di­


cho de otro m odo, no transform an sus cualidades escolares
en igualdad profesional. Dos tipos de explicación p erm iten
arrojar luz sobre esta paradoja.
La prim era atribuye las desigualdades de orientación al
peso de los clichés y de los estereotipos, que orientan a m uje­
res y varones hacia disciplinas y carreras m arcadam ente dife­
renciadas. Desde los juegos sexuados en el jardín de infantes
hasta la elección de orientaciones propuesta a los alum nos,
u n a m ultitud de im ágenes y de interacciones familiares y esco­
lares guía insidiosam ente a cada sexo a su destino de género.
Este tipo de análisis se apoya sobre hechos sólidos y sobre un
buen sentido sociológico aún más sólido: la dom inación mas­
culina inscrita en toda nuestra cultura pesa más que las volun­
tades políticas. H ay que subrayar, sin em bargo, los lím ites de
esta explicación. El prim ero entre ellos reposa sobre un postu­
lado de alienación generalizada, según el cual niñas y niños
interiorizan estereotipos que son tam bién form as de dom ina­
ción. Pero no se ve siem pre con claridad qué ganan con
ello los varones, y la alienación de las m ujeres consistiría en
perp etu ar u n a dom inación que ellas mismas denuncian. La se­
gunda dificultad proviene de que, com o la mayor parte de los
maestros son maestras, la desigualdad sexual transitaría por las
m ujeres mismas, que ju g arían así en contra de sus intereses de
género.
Llevado a su extrem o, este análisis exige abolir las d iferen­
cias p a ra crear las condiciones necesarias a la igualdad de
o p o rtu n id a d es. A prio ri, este pro g ram a parece más fácil de
realizar, ya que el g é n e ro es una construcción social en sum a
e n te ra m e n te arb itraria. Para “desh acer el g é n e ro ” (Butler,
2006), se p o d ría e n to n ces separar los sexos en la escuela
(está de m oda en algunos países), p ara que las niñas no se
vean encerradas en estereotipos. Por ejem plo, estudiando Fí­
sica y hacien d o d e p o rte s en ausencia de varones, las niñas
p o d ría n liberarse de expectativas que in terio rizan tan to en
ciencias com o en dep o rtes. O tra solución consistiría en exi­
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O PO R T U N ID A D E S 8 9

gir a la escuela que borre las identificaciones de género pro­


p o n ien d o sistem áticam ente los mismos ju eg o s infantiles, las
mismas disciplinas y las mismas orientaciones a niñas y niños.
Se trataría de u n a política extrem adam ente voluntarista que
dem an d aría a la escuela p o n er en tre paréntesis a la sociedad
tal com o es. En todos los casos, para llegar verdaderam ente a
la igualdad de oportunidades, es necesaria u n a m edida radi­
cal para abolir las diferencias que están en el origen de las
desigualdades.
Un segundo tipo de explicación postula que las m uchachas
no están totalm ente alienadas y que, dadas su identidad y su
situación, construyen proyectos más bien racionales (Duru-
Bellat, 2005). Si las jóvenes eligen orientaciones y profesiones
llam adas fem eninas, es porque serán m ejor recibidas allí y
p o rq u e piensan que así au m en tarán sus op o rtu n id ad es de
conseguir em pleo, ya que el m ercado de trabajo es lo que es.
Las m ujeres tam bién tienen en cuenta u n a variable que no es
m enor: el proyecto de vida familiar. Si aún persiste u n a dife­
rencia cultural mayor entre varones y mujeres, es que estas úl­
timas incluyen el nacim iento y la educación de los hijos en su
proyecto de vida. C uando las jóvenes alim entan proyectos es­
colares y profesionales, saben (más o m enos claram ente) que
serán a la vez trabajadoras y m adres, y se puede suponer que
los varones piensan en esto m ucho m enos que ellas. Así, m u­
chas profesiones especializadas (las de la enseñanza, por
ejem plo) pueden ser elegidas porque crean m enos tensiones
en tre m arido y mujer, m enos desfases de calendario en tre la
vida fam iliar y la vida profesional. Se puede ver en esto una
m odalidad de la dom inación m asculina, lo que no significa
que estas opciones profesionales sean irracionales, y las anti­
cipaciones y los planes de vida pesan quizás más que los cli­
chés sexuales transm itidos por la escuela.
Si se otorga algún crédito a estos últim os argum entos, invi­
tan a desplazar la respuesta a la paradoja. Más que “forzar” a
las jóvenes a liberarse de identidades que las aplastan, se
p u ed e p en sar que es la igualdad creciente de las posiciones
QO R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

que ellas se destinan a ocu p ar la que cum plirá con las condi­
ciones de la igualdad de oportunidades. Las m ujeres jóvenes
elegirán orientaciones y profesiones m enos “fem eninas”
cu an d o todas las posiciones tengan en cu en ta sus proyectos
profesionales articulados a la vida familiar. Lo inverso vale
tam bién para los hom bres. Para alcanzar la igualdad de o p o r­
tunidades, es m ejor a ctu ar sobre la estru ctu ra de las posicio­
nes en el trabajo y en la fam ilia antes que o brar sobre la cul­
tu ra y la id entidad de los actores. De hecho, este argum ento
es un reto rn o , p o r el costado, de la igualdad de posiciones
p ara realizar la igualdad de las o portunidades. Y com o la es­
colaridad m ixta no h a b o rra d o casi las desigualdades e n tre
los sexos, m erece ser exam inada seriam ente.

LA OBLIGACIÓN IDENTITARIA

En la m edida en que las m inorías visibles son víctimas del ra­


cismo, parece norm al com pensar esta discrim inación con m e­
didas voluntaristas que se asientan sobre cupos. Es fácil, a este
respecto, m ostrar que la ceguera republicana ante las diferen­
cias es u n a hipocresía social. Pero la realización de la igual­
dad de o p o rtu n id a d es p o r m edio de políticas voluntaristas
puede, paradójicam ente, p rofundizar las desigualdades y de­
g rad ar la calidad de la vida social. A unque Julius W ilson, so­
ciólogo negro norteam erican o , haya defendido largo tiem po
la discrim inación positiva, hoy hace de ella un balance mayo-
ritariam en te crítico (W ilson, 1987). D urante las décadas de
1950 y 1960, los guetos negros norteam ericanos estaban abso­
lutam en te segregados, pero eran bastante heterogéneos
desde el p u n to de vista de su com posición social. H abía po­
bres, obreros, m arginales, pero tam bién clases medias, docen­
tes, algunos m édicos, abogados y com erciantes. Gracias a los
cupos y otras m edidas de discrim inación positiva desarrolla­
das p o r el presid en te Jo h n so n y sus sucesores hasta el co­
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R T U N ID A D E S Q 1

m ienzo de la década de 1980, la burguesía negra huyó del


gueto hacia suburbs de clase m edia.
Esta m utación h a degradado pro fu n d am en te la situación
del gueto, en cerrad o en la pobreza, la m arginalidad y la des­
viación. La sum a de los éxitos individuales no se ha transfor­
m ado en prom oción colectiva. Por el contrario, al lado de
u n a p e q u eñ a burguesía negra se ha form ado una under class
fu ertem e n te discrim inada, ya que las clases m edias no quie­
ren pagar p o r gente a la que consideran sin ningún m érito.
Además, explica Wilson, esta política ha sido injusta para con
los blancos pobres, que no se benefician de m edidas dirigidas
exclusivam ente a los negros; d u ran te este tiem po, a estos se
les incitaba a identificarse con su “raza”. En definitiva, el
saldo de esta política habría sido am pliam ente negativo.
Según toda evidencia, esta evolución no concierne sólo a
Estados U nidos. N ada preserva de ella a Francia, en u n m o­
m ento en el que no deja de afirm arse que la salvación de los
barrios “difíciles” pasa p o r la prom oción de los m ejores, a los
cuales se ofrecerían todas las posibilidades de “irse de allí”.
Sin duda, es justo ab rir los cursos de ingreso en las universida­
des de excelencia a u n 5% de los alum nos de los secundarios
de barrios difíciles; los problem as vienen de que aquellos que
“se v an ” a b an d o n an u n barrio que pierde así a sus m iem bros
más activos. T am bién en este caso, la sum a de las salvaciones
individuales no trae necesariam ente consigo la salvación co­
lectiva, y la igualdad de o p o rtunidades puede incluso degra­
d ar la distribución equitativa de las posiciones. Si hubiera que
elegir sólo un argum ento sobre la diferencia en tre el m odelo
de las posiciones y el de las oportunidades, sería este: la justi­
cia que se hace a los individuos no es necesariam ente u n p ro ­
vecho para toda la sociedad.
M ientras que la igualdad de posibilidades apela a la au to ­
n o m ía de los individuos libres de circular, su realización
práctica conduce a reem plazar las asignaciones asociadas a
lugares p o r asignaciones igualm ente rígidas asociadas a g ru ­
pos discrim inados. En esto no es seguro que sea tan liberal
Q2 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

com o p reten d e. P or o tra parte, las políticas de la igualdad de


op o rtu n id ad es, individuales en principio, ignoran los proce­
sos de m ovilidad colectiva que d u ra n te m ucho tiem po han
favorecido la integración de los inm igrantes: algunos grupos
han utilizado recursos com unitarios para g en erar actividades
económ icas gracias a las cuales construyeron para sí itinera­
rios de prom oción. No es seguro que los inm igrantes p o rtu ­
gueses o chinos q u e h an m o n tad o “em presas étn icas” en la
alb añ ilería y en el com ercio hayan triu n fa d o m enos que las
com unidades que lo apuestan todo a las políticas escolares y
los cupos. La capacidad de p o d e r o c u p a r posiciones, y hasta
de crearlas, ha sido quizás más eficaz y m ás ju sta que la
igualdad de o p o rtu n id a d e s. Y la R epública no se ha visto
am enazada p o r ello. P or o tra parte, los países m ás com pro­
m etidos con las políticas de cupos las a b a n d o n a n , y no sólo
p a ra d e fe n d e r las desigualdades existentes. Hoy los cupos
son rechazados p o r el 90% de los n o rte a m e ric a n o s y p o r el
80% de los negros: este rechazo es an tes u n a cuestión de
c o n tra to social que de prejuicios, p o rq u e sólo el 20% de los
opositores a los cupos m anifiesta o p in io n es racistas (Snider-
m an y C arm ín, 1997).
Com o la igualdad de posiciones, la igualdad de o p o rtu n i­
dades no es perfecta. Reem plaza identidades y coaliciones de
intereses p o r otras que son igualm ente rígidas; en últim a ins­
tancia, acepta m ás desigualdades que el m odelo de las posi­
ciones, a u n q u e no sean exactam ente las mismas. De m anera
m ás fu n d am e n ta l, se apoya sobre u n o de los principios de
justicia más frágiles y más discutibles: el m érito. ¿En nom bre
de qué el m érito revelado p o r la escuela sería m ejor que el
m érito que resulta distinguido p o r otras pruebas? (Duru-Be-
llat, 2009) ¿Cómo separar, en el m érito, lo que se debe a las
o p o rtu n id ad es, al trabajo, a las virtudes de los individuos y a
las circunstancias? La única m an era de escapar de esta apo-
ría sería m ultiplicar las pruebas que p e rm ite n m edirlo. Pero,
en este caso, la vida social acabaría p o r asem ejarse a un cam­
peo n ato deportivo in in terru m p id o , a u n a sum a de contratos
C R ÍT IC A DE LA IG U A L D A D DE O P O R TU N ID A D E S 9 3

individuales que ocuparían el lugar del contrato social y del


sentim iento de “fo rm ar u n a sociedad”. A la som bra de la
igualdad de o portunidades, siem pre hay un fondo de darwi-
nism o social.
5. Prioridad a la igualdad
de posiciones

La crítica a la igualdad de posiciones conduce, acaso


a pesar de uno mismo, a adoptar una sensibilidad liberal y a
d en u n ciar este m odelo de protección com o profundam ente
injusto y conservador. Inversam ente, la crítica a la igualdad de
oportunidades lleva a que nos sintam os u n poco “vieja iz­
q u ierd a ”, renu entes a la lucha de todos contra todos. E nton­
ces parecería natural no elegir y adoptar un punto de vista sa­
bio y m esurado que com bine los dos principios, o bien u n a
postura radical que condene sin contem placiones u n a socie­
dad decididam ente irreform able. Ahora bien, estos dos m ode­
los de justicia igualm ente deseables (y criticables) producen
efectos concretam ente opuestos y corresponden a representa­
ciones de la vida social tam bién opuestas entre sí. Y aunque no
se trata de sacrificar totalm ente u n principio a otro, se debe
acordar prioridad al que parezca m ejor y más justo. En defini­
tiva, siem pre resulta necesario elegir.
Personalm ente, m e inclino por el principio de la igualdad
de posiciones, porque es el más favorable para los más débiles
y p o rq u e hace más justicia al m odelo de las o portunidades
que ese mismo m odelo. Desde el m om ento en que el funcio­
nam iento “n atu ral” de la econom ía parece am enazar las bases
de la sociedad, es u rg en te acordar la prioridad a la igualdad
de posiciones, más allá de renovar profundam ente su puesta
en acción.
96 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

LAS DESIGUALDADES HACEN MAL

En su concepción más dura, el m odelo de la igualdad de


o p o rtu n id ad es no dice nad a de las desigualdades sociales
inaceptables; desde el m om ento en que nacen de una com pe­
tencia igualitaria, son consideradas com o justas, p o r más
abarcadoras que sean. A lo sumo, la igualdad de o p o rtunida­
des proviene de la necesidad de instaurar u n a red de seguri­
dad que perm ita d e p u ra r la com petencia de algunas discrimi­
naciones inhum anas. A hora bien, la igualdad es bu en a en sí
misma. Las desigualdades hacen mal: hacen mal a los indivi­
duos que son víctimas y hacen m al a la sociedad.
En un libro notable, W ilkinson (2002) p one en evidencia
el hech o de que las desigualdades sociales no son buenas
p a ra la salud de los individuos. No sólo los más pobres son
m enos saludables que los ricos, lo que no es u n a sorpresa,
sino que la salud del conjunto de la población es tanto p e o r
cuanto mayores son las desigualdades. Dicho de otro m odo, si
todos los otros factores p e rm an ecen constantes, son las
desigualdades en tanto tales las que hacen mal. H acen m al
p o rq u e desequilibran la oferta de atención de salud a favor
de los más ricos, pero tam bién, y sobre todo, porque todos, ri­
cos o pobres, pagan el costo físico de las desigualdades. Las
relaciones sociales son tensas, a m en u d o agresivas; los indivi­
duos apenas si tienen confianza en sí mismos y en los otros, ya
que siem pre se tiene m ucho que p e rd e r o m ucho que ganar;
la gente se angustia y desarrolla enferm edades vinculadas a
ese estrés. U na investigación sobre el destino social de alum ­
nos que han dejado la escuela m uestra que, u n a vez adultos,
llevan siem pre las m arcas de ese fracaso: renuncian a conti­
n u a r su form ación, se llevan mal con los dem ás y viven “acom ­
plejados” (Pallas, 2000). En u n estudio reciente, P utnam
(2007) m uestra que las desigualdades pervierten el capital so­
cial de los individuos red u cien d o su confianza al círculo de
sus sem ejantes y acen tu an d o la desconfianza entre las com u­
nidades. Las desigualdades in cre m e n tan la hostilidad en tre
PR IO R ID A D A LA IG U A L D A D DE PO SICIO N E S 9 7

los grupos y los individuos. Se perm anece entre iguales, sólo


se ayuda a los más próxim os; libres de elegir u obligados a vi­
vir ju n to s, los individuos se protegen poniendo la mayor dis­
tancia posible e n tre ellos y los otros, siem pre más o m enos
percibidos com o extraños peligrosos.
Incluso en las sociedades ricas, las desigualdades degradan
la vida colectiva. Los más ricos se agrupan en gated covimunities
o barrios cerrados, los pobres se agrupan en cuasi guetos. El
espacio público se divide entre zonas ricas y protegidas y zo­
nas pobres y peligrosas. Esta evolución no es m onopolio de las
grandes ciudades norteam ericanas; se perfila en Francia con
la form ación de u n a ciudad a m ucha velocidad. Si bien las
desigualdades sociales no explican por sí mismas la delincuen­
cia y la crim inalidad, es cierto que contribuyen a su desarro­
llo: los ricos se vuelven presas codiciadas, m ientras que los
más m arginales p u e d e n devenir predadores. El análisis de
M erton, que describe la delincuencia com o u n a respuesta a
las tensiones provocadas cuando se u nen un ideal de éxito co­
m ún para todos y las desigualdades sociales, no ha quedado
obsoleto. En las sociedades dem ocráticas, las desigualdades
increm entan las frustraciones de los que no pueden alcanzar
los m odos de vida y de consum o de las clases medias. Los más
ricos son tan ricos que ya no se sienten ligados a las socieda­
des en las que viven, m ientras que los más pobres se sienten
rechazados por esa mism a sociedad que “culpabiliza a las víc­
tim as” y las acusa de ser responsables de su miseria. En defini­
tiva, no queda sino la policía para colocarse en el lugar de los
m ecanism os de control social que se han vuelto ineficaces.
Por todas estas razones, las desigualdades no son buenas
p ara la dem ocracia. U na gran parte de la población ya no
vota ni confia en instituciones ni en elites que parecen inca­
paces de red u cir las desigualdades. A veces, las clases popula­
res ad h ieren a las ideologías más autoritarias y más xenófo­
bas, p o rq u e estas alientan la prom esa de u n a reconciliación
nacional finalm ente igualitaria, que llegará cuando la socie­
dad se haya liberado de todas sus “diferencias”. En u n in-
g8 R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

form e sobre los efectos de la educación, B audelot y Leclerc


(2005) m uestran que el alto nivel de instrucción escolar in­
crem enta el civismo de los individuos, su liberalism o cultural
y su confianza en la dem ocracia; pero m uestran tam bién que,
incluso en los países d o n d e la educación de masas ya es un
h ech o , los m enos instruidos no m anifiestan esas disposicio­
nes positivas porque de p o r sí las desigualdades escolares y so­
ciales los alejan de los valores dem ocráticos. No es señal de
antinorteam ericanism o prim ario constatar que el país más
rico del m un d o es tam bién especialm ente desigual y que las
desigualdades le hacen daño: el nivel de salud global no es de
los m ejores, a pesar de u n a m edicina muy eficaz y de gastos
en salud excepcionalm ente altos. Por otra parte, la participa­
ción electoral es débil y la tasa de crim inalidad alta. Sin m ani­
festar el m en o r ápice de nostalgia p o r el régim en soviético,
p u e d e observarse que la explosión de las desigualdades en
Rusia ha provocado u n a regresión de la esperanza de vida,
adem ás de increm entar la tasa de suicidios y el crim en organi­
zado, y que, por otra parte, el nuevo régim en no es particular­
m en te favorable a las opiniones dem ocráticas. Incluso, las
desigualdades no son buenas p ara la n aturaleza y el m edio
am biente, en la m edida en que acen tú an el consum o conspi­
cuo de los más ricos y los procesos de im itación de los más po­
bres; descom ponen el sentim iento de solidaridad que supone
u n a m oderación del consum o, ya que este sirve ante todo
p ara a p aren tar y m arcar la distancia social.
Se pu ed e p o r lo tanto afirm ar que la igualdad - e n todo
caso, la igualdad relativa en tre las posiciones sociales- es un
bien en sí mismo. Esta constatación es u n argum ento fuerte a
favor de la igualdad de posiciones, cuyo objetivo es reducir la
b rech a de los ingresos y de las condiciones de vida. Es necesa­
rio defen d er las políticas de redistribución, que siguen siendo
el m edio más seguro de ten d e r hacia desigualdades m odera­
das y aceptables. Esto supone ponerse de acuerdo sobre las
definiciones de los grupos más ricos, pero tam bién de las cla­
ses medias. Com o los m uy ricos son poco num erosos y las cía-
PR IO R ID A D A LA IG U A LD A D DE PO SICIO N E S QQ

ses medias son políticam ente intocables, se elim ina cualquier


capacidad de redistribución si se piensa que las clases m edias
se extienden hasta donde em pieza el 5% que corresponde a
los ingresos más elevados.7 A hora bien, en Francia (país más
bien igualitario e n tre los países com parables), con ingresos
que duplican los del prom edio se pertenece al grupo del 10%
más rico: 2364 euros para u n a persona sola, 4469 para una
pareja y 6080 para una pareja con dos hijos. Los partidos o los
m ovim ientos sociales que verdaderam ente quieran reducir
las desigualdades no deben tem erles a los impuestos; es nece­
sario dejar de decirles a las franjas superiores de las clases m e­
dias que son “m edias”, y gravar más fuertem ente sus ingresos.
¡Y no hablem os de los patrim onios! Si se piensa que la igual­
dad es un bien en sí, es preciso ten e r el coraje de inferir las
consecuencias políticas que derivan de ese principio.

LAS POSICIONES DETERMINAN LAS OPORTUNIDADES

El m ejor argum ento a favor de la igualdad de posiciones es


que, cuanto más se reducen las desigualdades en tre las posi­
ciones, más se eleva la igualdad de oportunidades: en efecto,
la m ovilidad social se vuelve m ucho más fácil. Este “teo rem a”
se com prende sin tropiezos: es más sencillo desplazarse en la
escala social cuando las distancias entre las diferentes posicio­
nes son relativam ente estrechas. De hecho, la m ovilidad so­
cial, que es u n o de los indicadores objetivos de la igualdad de
oportu n id ad es, es más fuerte en las sociedades más igualita­
rias. En ese caso, el “ascensor social” no sube ni baja m ucho,
pero m ucha más gente puede usarlo. La movilidad social, tra-

7 De hecho, la definición de las clases medias es de naturaleza política


antes que sociológica, y una definición muy vasta termina por
desligarlas de todo deber de solidaridad (véase Chauvel, 2006).
lO O R E PE N SA R LA J U S T IC IA S O C IA L

ducción estadística de la igualdad de o p o rtu n id ad es,8 es u n


efecto positivo e indirecto de la igualdad de posiciones. Existe
m ayor movilidad social en los países escandinavos y en F ran­
cia que en Estados U nidos, aun cuando las creencias colecti­
vas no reflejan esta situación: los norteam ericanos piensan
que viven en u n a sociedad abierta, m ientras que los franceses
creen que su sociedad está bloqueada (Mistral y Salzm ann,
2007).
La figura 2 m uestra que, en las sociedades m enos igualita­
rias, las desigualdades se rep ro d u cen más, ya que la parte de
los ingresos de los hijos d e te rm in a d a p o r el ingreso de los
padres es más im p o rta n te. Si bien existen variaciones e n tre
las distintas sociedades, se p u ed e decir que, en general, la
desigualdad favorece la rep ro d u c c ió n social y, p o r lo tanto,
que es desfavorable a la igualdad de o portunidades. En la ca­
rre ra m eritocrática, el nacim iento da ventaja a algunos indi­
viduos y perjudica a otros.
D esigualdades débiles h acen que las prom ociones sean
m enos difíciles y las caídas m enos penosas. Se p u e d e tam ­
bién p en sar que, con m enos que g anar y m enos que perder,
los individuos consagran m enos esfuerzos y m enos en erg ía a
aseg u rar su rep ro d u c c ió n social. Es p o r lo tan to artificial, a
veces ro tu n d a m e n te falso, o p o n e r la igualdad y la eq u id ad ,
ya q u e las sociedades m ás igualitarias son tam bién las más
equitativas, en la m edida en que en ellas la igualdad de o p o r­
tu n id ad es es más elevada. En esta com paración in te rn ac io ­
nal, Francia no q u e d a en u n a situación m uy favorable: las
desigualdades son relativam ente débiles, pero la re p ro d u c ­
ción social es p a rtic u la rm e n te más fu erte que en otros paí­
ses. Se p u ed e im p u tar esta característica al peso de la es-

8 Hay que ser prudentes con el uso de esta fórmula, ya que la movilidad
social puede surgir de factores diferentes a la igualdad de
oportunidades, en especial de la movilidad estructural provocada por
el desarrollo económico, que modifica el peso relativo de las distintas
categorías sociales.
PR IO R ID A D A LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S lO l

Figura 2. Desigualdades y reproducción social

Impacto de los ingresos del padre sobre los hijos

Lectura: 20%, 40% o más de los ingresos de los hijos se explican por
los de su padre. El índice de Gini mide las distancias de los ingresos
entre la fracción más rica y la más pobre de la sociedad.

cuela, que acen tú a con fuerza las desigualdades fam iliares y


escolares, m ientras que la tasa de redistribución social ate­
n ú a las desigualdades e n tre las posiciones. Australia y Ca­
nadá están en u n a situación inversa: las desigualdades son re­
lativam ente fuertes, m ientras que la reproducción social es
débil. En este sentido, estos dos países viven conform e al
m ito del Nuevo M undo, rico en op o rtu n id ad es para quien
q u iera aprovecharlas. Pero, de m anera global, e incluso
102 RE PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

cuando se es muy favorable a la igualdad de oportunidades,


hay u n motivo de in terés p ara d e fe n d e r com o p rioridad la
igualdad de posiciones, p o rq u e es ella la que, en su origen,
d e te rm in a el espacio de las o p o rtu n id a d es realm ente abier­
tas a los individuos.
F inalm ente, el a rg u m en to según el cual las desigualdades
sociales serían favorables al dinam ism o económ ico resulta
m uy poco adm isible. Si se m ide este últim o bajo la luz de la
tasa de desem pleo, Estados U nidos y G ran Bretaña, que cuen­
tan relativam ente con pocos desem pleados (al m enos antes
de la crisis de 2008), son incuestionablem ente países dinám i­
cos; pero este no es el caso de Italia, tan desigual com o ellos.
Inversam ente, los países escandinavos son a la vez igualitarios,
socialm ente poco reproductivos y económ icam ente dinám i­
cos. La igualdad de posiciones y la “sociedad de las o p o rtu n i­
d a d e s” no resultan en tonces incom patibles, a condición de
que se p o ngan en acción políticas sociales inteligentes que
aseguren los trayectos más que las “adquisiciones sociales”. Es
necesario tam bién descreer de quienes justifican su hiperri-
queza p o r la excepcional utilidad colectiva de su talento: Zi-
ned in e Zidane y Bill Gates, ¿tendrían m enos talento y creati­
vidad si fueran un poco m enos ricos?
El argum ento según el cual la igualdad de posiciones sería
co n trap ro d u cen te y am enazaría el dinam ism o económ ico no
resiste las observaciones m ás elem entales. Los países del
n o rte de E uropa, a los que es necesario añ ad ir Australia y
Nueva Zelanda, no son m enos dinám icos y creativos que
Gran B retaña y Estados U nidos. Y sin em bargo, las desigual­
dades son m ucho más débiles y las tasas sociales m ucho más
pesadas que en los países más radicalm ente liberales. Después
de todo, Estados U nidos y C anadá, con la m ism a econom ía,
p resen tan desigualdades muy distintas: son más débiles en
C anadá, la educación y la salud son m ejores, la crim inalidad
es más baja. La igualdad no p eiju d ica el dinam ism o eco n ó ­
mico, más bien hay que desearla.
P R IO R ID A D A LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 1 0 ‘J

DE LA IGUALDAD DE LAS POSICIONES


A LA AUTONOMÍA DE LOS INDIVIDUOS

Se le rep ro ch a a m en u d o a la igualdad de posiciones lim itar


la au to n o m ía de los individuos, fre n a r su dinam ism o y su
creatividad, porque ten d rían más que p e rd e r que g an ar y
porque, ante todo, velarían por asegurar su posición. Esta crí­
tica no carece de fundam entos; la fuerza de la igualdad de
o p o rtu n id ad es radica en prom over la libertad de los indivi­
duos y en estim ular su energía. D urante m ucho tiem po,
hem os creído que la vieja E uropa rígida se oponía a u n a N or­
team érica abierta a todas las posibilidades. Desde el p unto de
vista de la tradición liberal, que da prioridad a la autonom ía
de los individuos, la igualdad de o portunidades goza de u n a
ventaja filosófica que se vuelve m ucho más incuestionable
porque la igualdad de posiciones desconfía del egoísm o indi­
vidualista. Pero esta no es sinónim o de igualitarismo: u n o de
sus peores enem igos sigue siendo el extrem ism o más o m e­
nos juvenil que u n e el igualitarism o radical al rechazo de
toda form a de rep a rto (gracias al m ito siem pre renovado
de las “200 fam ilias” que pu ed en pagar p o r todos). Es necesa­
rio entonces rechazar la fábula del igualitarism o. Por otra
parte, un sondeo de la INSEE [Instituto N acional de Estadís­
tica y de Estudios Económ icos] m uestra que los franceses
aceptan las desigualdades “razonables” desde el m om ento en
que estas dejan u n lugar al m érito y que preservan el senti­
m iento de vivir en la misma sociedad (Piketty, 2003).
La autonom ía individual supone que se posee algo, y con la
suficiente seguridad com o para form ular proyectos y sentirse
libre. Así, la protección de los em pleos y de las posiciones, la
“p ropiedad social” (que la “sociedad salarial” descrita por Ro-
b ert Castel h a garantizado tan bien d u ran te el siglo XX), es
u n a condición necesaria para aquella autonom ía (Castel y
H aroche, 2001). C uando no todos los individuos pueden ser
propietarios y rentistas, cuando su fuerza de trabajo queda so­
m etida a las aleatoriedades del m ercado, es necesario que
10 4 R E PE N SA R LA JU S T IC IA S O C IA L

ellos se beneficien con apoyos seguros: calificaciones recono­


cidas, derechos sociales, leyes laborales, seguros colectivos,
etc. Si no fuera así, estarían condenados a no ser más que su­
jeto s heroicos que construyen y com baten solos, o proletarios
obligados a cam biar su libertad por su supervivencia. Se ha
olvidado que toda u n a tradición socialista ha reivindicado el
d erech o de los obreros a ser individuos capaces de elegir y de
anticipar su propio destino (Abensour, 2000). Sólo los revolu­
cionarios profesionales han despreciado el “individualism o
p eq u e ñ o b u rg u é s” al que, según ellos, los explotados estaban
tan trivialm ente apegados.
La igualdad de posiciones es u n factor de au to n o m ía p o r­
q u e p erm ite elegir (parcialm ente) los m odos de vida. Soy,
p o r otra parte, más libre de decidir si los térm inos de la elec­
ción son relativam ente iguales entre sí. El destino (fam iliar o
social) que m e conduce a devenir ob rero no es catastrófico si
tengo la suerte de vivir en u n a sociedad en la que la distancia
e n tre el estatus de los obreros y el de los ejecutivos no es de­
m asiado grande. Tengo, en ese caso, u n á g aran tía de digni­
d a d y u n a posibilidad de expresar mis “capacidades”. En un
espacio de desigualdades relativam ente poco acentuadas, yo
ad q u iriría más a u to n o m ía que en u n a sociedad d o n d e la
igualdad de o p o rtu n id a d es ensancha vertiginosam ente las
distancias. La igualdad de posiciones puede, entonces, parti­
cip ar de u n a filosofía liberal que valoriza la autonom ía.
¿Q uién, p o r o tra parte, p o d ría creer que las sociedades más
igualitarias am enazan la libertad de los individuos? Los países
escandinavos, A lem ania y Francia no lim itan más las liberta­
des que países filosóficam ente más liberales.
La igualdad de posiciones debe ser p rio ritaria p o rq u e en ­
g e n d ra u n a sociedad m enos cruel que la igualdad de o p o rtu ­
nidades. El m odelo de las o p o rtu n id ad es se im pone cuando
las posiciones deseables son escasas y cuando cada uno tiene
el derech o , el d e b e r y la obligación de p elear p ara in te n ta r
ocuparlas. C uando el n ú m ero de posiciones es estanco o de­
clina, un juego de sum a cero (hasta de sum a negativa) tiende
PR IO R ID A D A LA IG U A LD A D DE P O SIC IO N E S IO 5

a instaurarse; los m ejor ubicados arriesgarían incluso p er­


derlo todo si reinara una auténtica igualdad de o p o rtu n id a ­
des. En ese caso, basta con observar sus estrategias para adver­
tir que, a pesar de los llam ados urgentes en pro de la
igualdad de oportunidades, se las arreglan para protegerse de
la com petencia de los outsiders. Acum ulan los patrim onios,
m ultiplican sus redes sociales y su capital social, escolarizan a
sus hijos en el extranjero, etc. En definitiva, se com portan
com o u n a clase hereditaria, u n a aristocracia.
Es sin d u d a p o r esta razón que las clases dirigentes am an
tanto la igualdad de oportunidades: saben que siem pre p o ­
drán arreglárselas con los principios que ellas enuncian. Evi­
dentem ente, la igualdad de posiciones am enaza tam bién a los
que más tienen red uciendo la distancia que los separa de los
otros y som etiéndolos a cargas impositivas más pesadas. Pero,
de hecho, la am enaza es para ellos m ucho m enos cruel, ya
que la je ra rq u ía m ism a se ve m enos directam ente cuestio­
nada: un ejecutivo al que pagan m enos sigue siendo un ejecu­
tivo y es dable supo ner que sufrirá m enos pagando im puestos
que viendo a sus hijos ceder las posiciones que él les había
destinado a unos niños pobres, p o r más que tengan mayores
m éritos.
Este razonam iento u n poco cínico a favor de la igualdad de
posiciones vale tam bién para las clases desfavorecidas. Sin
d u d a es injusto que los hijos de los obreros sean a su vez obre­
ros. Pero es aún más injusto que sean obreros porque fueron
derrotados al com petir, porque son “nulos”, com o prom ueve
el m odelo de la igualdad de o p o rtunidades escolares, que
quiere convencer a los vencidos de que m erecen su destino.
Aquí, la igualdad de posiciones sería más respetuosa y más
justa: conduciría ante todo a m ejorar los ingresos y las condi­
ciones de trabajo de los obreros y a perm itirles a los que quie­
ran (y puedan) cam biar de posición, sin que esto se convierta
en u n im perativo, lo cual term in a siendo poco realista en la
mayoría de los casos. En otras palabras, la igualdad de op o rtu ­
nidades, a pesar de su retórica m eritocrática, prom ueve y jus-
106 R E PE N SAR LA J U S T I C I A S O C IA L

tífica (después de todo) las desigualdades existentes, m ientras


que el m odelo de las posiciones, au n q u e sospechoso de con­
servadurism o, p erm ite al m enos reducirlas.
Los m oralistas franceses del siglo XVII nos recu erd an que
las desigualdades suscitan a m enudo sentim ientos poco h o n o ­
rables. Las desigualdades entre las posiciones producen celos.
Entonces se acusa al sistema social (o a los dioses, la providen­
cia, la m ala suerte) de ser la causa de su desdicha. Pero la
igualdad de o p o rtu n id ad es, que reposa sobre un im perativo
de com petencia y de m ovilidad, desarrolla la envidia antes
que los celos: es necesario q u e re r más de lo que se tiene. La
envidia se distingue de los celos porque reposa sobre el deseo
de ten e r lo que poseen los otros, sim plem ente porque lo po ­
seen. Es u n sen tim ien to más inextinguible que los celos. Y,
com o en u n a situación de igualdad de o p o rtu n id ad es uno
sólo p u ed e enojarse consigo m ism o cuando fracasa, única­
m ente q u ed a el resen tim ien to p ara salvar la dignidad y el
am o r propio. Com o no es posible acusar al sistema o a los
dioses, sólo q u e d a acusar a los otros proyectando sobre ellos
la culpabilidad de no h a b e r sido m ejor que ellos. Desde este
p u n to de vista, la c ru e ld ad de la igualdad de o p o rtu n id ad es
es u n terren o favorable p ara la violencia y p ara los sentim ien­
tos m enos agradables.

DESIGUALDADES Y DIFERENCIAS

La igualdad de o p o rtu n id ad es desenm ascara las discrim ina­


ciones y las injusticias escondidas detrás del orden de las posi­
ciones. T am bién es irrefutable, desde el punto de vista de las
“m inorías”, que asegurar los lugares excluye y encierra en u n a
posición subordinada. C uando se adopta el principio de la di­
versidad, la lógica de las posiciones y la de las oportunidades
parecen p ro fu n d a m en te antagónicas, porq u e es difícil m ini­
m izar el sexismo, el racism o y los m il prejuicios que la igual-
P R IO R ID A D A LA IG U A LD A D DE P O SIC IO N E S IO 7

dad fundam ental de los individuos vuelve intolerables. Tam­


bién puede sospecharse que la defensa de las posiciones m an­
tiene los privilegios de los insiders, es decir, de los hom bres
blancos calificados. La lucha contra las discrim inaciones es en­
tonces una pieza esencial y hay que com batir para que la equi­
dad procesal del tratam iento de los individuos por parte de las
instituciones públicas y de m ercado quede asegurada en la jus­
ticia, el em pleo, la vivienda, la educación, la salud, etc.
Sin em bargo, incluso desde este punto de vista, el principio
de igualdad de posiciones no debe ser olvidado: perm ite salir
de u n a aporía inscrita en la igualdad de oportunidades, a la
cual va u n ida la exigencia de reconocim iento. Por más que to­
dos queram os ser iguales y diferentes (Touraine, 1997), nos
enfrentam os con u n a suerte de ley sociológica según la cual
casi todas las diferencias devienen desigualdades. En efecto,
más allá del círculo de las elites internacionales de los nego­
cios, del arte y de la ciencia, donde las diferencias culturales
son u n a carta a favor, es muy raro que esas diferencias no sean
tam bién pretextos para la form ación de desigualdades socia­
les: desde que las desigualdades obligan a jerarquizar a los in­
dividuos, sus “diferencias” fundan y legitim an las desigualda­
des. Las m áquinas para p roducir desigualdades inscriben las
diferencias en la estructura social, tam bién en los países que
postulan más firm em ente los ideales pluriculturales de la “coa­
lición arco iris”. Esta constante trágica hace que se planteen
dos tipos de soluciones.
O bien se postula que, com o todas las diferencias son
desigualdades, es necesario abolirías o relegarlas a las esferas
inferiores de la vida privada. En ese caso, las instituciones se
declaran ciegas a las diferencias y sólo las toleran en un espa­
cio dom éstico y folclórico. Es el m odelo francés de la laici­
dad, que hoy se resquebraja p o r todas partes y del que resulta
fácil dem o strar que justifica la dom inación de la diferencia
d o m in an te (la de los hom bres blancos, calificados, franceses
“de c ep a” y de cultura cristiana). O bien se reconocen las di­
ferencias para fu n d ar políticas com pensatorias contra las dis-
IO S R E PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

crim inaciones, pero entonces se corre el riesgo de deificar las


diferencias: se vuelven útiles para los actores m ucho más allá
de las m eras necesidades existenciales de la identificación
cultural a la que cada u n o aspira. En este caso, el postulado
de la igualdad de o p o rtu n id a d es a cen tú a las diferencias y se
vuelve en contra de la au to n o m ía de los individuos que quie­
ren exhibir sus diferencias y en cerrarse en ellas.
La única m anera de salir de esta alternativa consiste en se­
p a ra r radicalm ente los derech o s sociales y los derechos cul­
turales. Com o lo sugiere Nancy Frazer (2005), es necesario
distinguir el reconocim iento de la redistribución. Si el reco­
no cim ien to am plía la p articipación d em ocrática y si sienta
las bases p ara la form ación de u n yo social arm onioso, no
dice nada, en cam bio, de las posiciones. El reconocim iento
es en tonces u n a cuestión ótica, un p ro b lem a dem ocrático
vinculado con los derech o s fundam entales;9 pero no es auto­
máticamente un p ro b le m a de justicia social. Cada u n o pu ed e
elegir su religión, siem pre que no cuestione la religión (o la
falta de religión) de los otros. Pero si a las religiones y, más
am pliam ente, a las culturas, se asocian derechos sociales p ar­
ticulares, au n q u e sean antidiscrim inatorios y com pensato­
rios, la libertad religiosa se ve cuestionada com o libertad p er­
sonal, ya que si ren u n c io a mi id en tid ad atribuida, pierdo los
derech o s que le están asociados. P or el co ntrario, la lucha
p o r la igualdad de posiciones tiene com o efecto debilitar la
pareja form ada p o r las diferencias y las desigualdades. Para­
dójicam ente, inscribe el reconocim iento en u n pensam iento
liberal que hace de la identificación cultural u n a de las liber­
tades fu n d am en tales del individuo. Soy tanto más libre de
reivindicarm e (o no reivindicarm e) com o p e rte n ec ie n te a
u n a m inoría si esta no m e da acceso a derechos sociales par­
ticulares. En todo caso, la igualdad de posiciones vuelve esta

9 Es por esta razón que la “diversidad” debe estar presente en las


instancias representativas, como los parlamentos.
P R IO R ID A D A LA IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S ÍOQ

libertad posible, ya que elijo mi id en tid ad p o r ella mism a y


no por su utilidad.
En m ateria de diferencias, la justicia de las posiciones pre­
senta entonces la ventaja de an u lar la un ió n en tre reconoci­
m iento y derechos sociales. Evita, teóricam ente en Lodo caso,
que las diferencias culturales se vuelvan cuadros de asigna­
ción rígidos. C uanto más iguales son las posiciones, más se
pu ed en elegir las diferencias, ya que su traducción socioeco­
nóm ica es m enos im portante. Si uno quiere luchar contra las
discrim inaciones y separar las “esferas de ju sticia” (Walzer,
1997), la igualdad de posiciones se revela fundam ental. Los
derechos sociales son desconectados de los derechos cívicos,
lo que va de suyo; deberían tam bién ser distintos de los d ere­
chos culturales, lo que es m enos claro cuando la igualdad de
oportunidades ocupa todo el espacio de la justicia y establece
u n lazo entre discrim inación y reconocim iento.

QUERER LA IGUALDAD

C uanto más iguales en tre sí son las posiciones sociales, mayo­


res son las o p o rtu n id a d es de ascender socialm ente. Es por
esta razón que la igualdad de posiciones debe ser algo priori­
tario; pero esta superioridad no es u n a razón para olvidar las
fuertes críticas que se le pueden realizar. Tam bién la defensa
del m odelo debe pasar por profundas transform aciones de
nuestras políticas, p ara que la igualdad de posiciones no en­
m ascare un conservadurism o social y cultural inconfesable.
La reducción de las desigualdades en los ingresos debe ser
u n a prioridad. Es u rg en te ponerla en m archa, sin esperar a
que el crecim iento recuperado haga de ella u na operación in­
dolora. Es p erfectam ente concebible bajar el techo de los in­
gresos más altos, no sólo para redistribuir los ingresos sino
p o r razones sociales y morales. ¿Cómo clam ar por la igualdad
de o p o rtunidades y la confianza m utua cuando las elites eco-
1 1 () R E P E N S A R LA J U S T IC IA S O C IA L

nóm icas acaparan salarios y bonos fuera de lo com ún? ¿Cómo


p e d ir a las clases m edias superiores que reduzcan su tren d<
vida, cuando los ricos son tan ricos? Se puede pensar tam bién
que, si los responsables políticos ad o p taran un m odo de vid.*
m ás sobrio, p o d rían m ás fácilm ente exigir los sacrificios que
ellos mismos apenas si se im ponen invocando la grandeza de
sus funciones y su propia vanidad.
Pero se sabe bien que la redistribución no se hace esencial
m en te sobre “las espaldas de un p u ñ ad o de ricos”; se hace en
el in te rio r m ism o de la e stru c tu ra social. C uando u n a parte
significativa de las riquezas se redistribuye, es im p o rtan te sa­
b e r q u ién paga y qu ién recibe. ¿Q uién paga el seguro social
y q u ién se hace tra tar p o r el servicio de salud? ¿Q uién paga
la educación y quien se beneficia de ella a través de sus hijos?
C om o la igualdad teórica de oferta escolar es ciega a las de­
sigualdades sociales, u n a m an era de salir de esos bucles de
d ecep ció n consiste en co n stru ir políticas más equitativas te­
n ie n d o la capacidad y el coraje de observar más de cerca los
m ecanism os de las transferencias.
Luego del ZEP (zonas de educación prioritarias), n u m ero ­
sos dispositivos h a n facilitado el acceso de los buenos alum ­
nos provenientes de entornos desfavorecidos a las m ejores ex­
pectativas de form ación, m ultiplicando las opciones de apoyo
escolar, las ayudas financieras y a veces la reserva de lugares.
Si bien no se p u e d e re p ro c h a r nada a esas m edidas, sino su
eficacia lim itada, es necesario constatar que no cuestionan la
desigualdad de la oferta escolar “n o rm a l”. En efecto, no sólo
los m ejores alum nos son los m ejores p o r razones fam iliares y
sociales, sino que se benefician de u n a oferta escolar de m e­
jo r calidad a pesar de las pocas m edidas de discrim inación
positiva. Y la igualdad de o p o rtu n id ad es m eritocrática acen­
túa esa desigualdad. Desde este punto de vista, es ju sto que la
escuela dé más a los que tienen más m érito. Les ofrece form a­
ciones más largas, más caras y más útiles en térm inos de em ­
pleos y de ingresos. No sólo es ju sto reco m p en sar el m érito,
sino que adem ás es bu en o hacerlo, p o rq u e los más m eritorios
PR IO R ID A D A LA IG U A LD A D DE PO SICIO N E S 111

desarrollarán com petencias que serán útiles para todos al tra­


bajar com o m édicos, ingenieros, investigadores, etc.
El único problem a es que los más m eritorios son tam bién
los más favorecidos socialm ente y de este m odo la colectivi­
dad da más a los que ya tienen más. Si uno se pregunta quién
paga y quién gana en este asunto, es totalm ente posible que
p o r el juego de las tasas y los impuestos, los m enos favoreci­
dos, cuyos hijos realizan estudios cortos y poco rentables, pa­
guen p o r los otros. En cuanto a la utilidad social colectiva de
las elites escolares, no es fácil distinguirla de la utilidad pri­
vada. ¿Pero es necesario pagar los estudios de los alum nos de
la Politécnica si luego se vuelven traclers, o los de los estudian­
tes de m edicina para que después pasen a engrosar las filas de
los especialistas que viven en la Costa Azul, en tanto que fal­
tan m édicos clínicos en el campo? Estas preguntas son com ­
plejas, pero vale la pena m irar p o r detrás del velo del m érito
escolar y de la gratuidad (supuesta) de los estudios.10
Por más que esto huela un poco liberal, debe constatarse
que las “ventajas adquiridas” son pagadas por quienes no las
tienen y que resulta muy egoísta defen d er un derecho parti­
cular a la jubilación con cincuenta años bajo el pretexto de
que todo el m undo d ebería gozar de él. En tiem pos en que
los regím enes de jubilación son cuestionados, la igualdad de
posiciones exige que sean ajustados sobre los riesgos profesio­
nales cubiertos y sobre la esperanza de vida de los grupos pro­
fesionales. Com o universitario, estoy m ejor cubierto que u n
ob rero de la construcción o que un chofer de transporte. No
sólo estoy m ejor pago, sino que, estadísticam ente, mi ju b ila­
ción será más prolongada y más confortable. El reparto de
riesgos de m anera más igualitaria consiste tam bién en com ­

ió Paradójicamente, no es rarcf que los países liberales, en los cuales los


estudios superiores más prestigiosos son pagos y caros, establezcan
sistemas de becas gracias a los cuales los menos favorecidos acceden a
formaciones que nuestro país, que prefiere la gratuidad, no les
ofrece.
1 12 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

p artir el riesgo de desem pleo, del que se sabe que es extrem a­


dam ente desfavorable p ara los jóvenes, las m ujeres, las m ino­
rías y los trabajadores poco calificados. Y ya que riesgo hay,
¿por qué abandonar, p o r desconfianza hacia u n p reten d id o
social-liberalismo, los intentos de políticas de “flexiseguridad”
en favor de u n a posición vitalicia que se sabe p erfectam ente
que vale sólo p ara u n a m inoría?
Más allá de los ingresos y de los riesgos, las desigualdades
son tam bién las de la calidad de vida y de los bienes colecti­
vos. Los em botellam ientos, los transportes públicos inciertos
e incóm odos, la distancia de los espacios públicos urbanos y
de ocio, la geografía de la inseguridad son algunas en tre tan­
tas desigualdades q u e casi no se tom an en cuenta, pero que
a rru in a n la vida de m uchos. U n índice de “felicidad b ru ta ”
perm itiría captar y com pensar las desigualdades que no des­
cansan sólo sobre los ingresos.
M ucho más que la segregación en el em pleo, las m ujeres
son penalizadas p o r la división del trabajo dom éstico y p o r las
coacciones que esto les im pone. H an soportado tanto, prácti­
cam ente solas, los pesos de la crianza y de la educación de los
hijos, que no aspiran a las mismas carreras que los hom bres; y
estos no les confían responsabilidades y cargos en los cuales
se sospecha que ellas se com prom eterán m enos. La igualdad
dom éstica es la condición previa de la igualdad de o p o rtu n i­
dades e n tre hom bres y m ujeres (Méda, 2001). Más que suge­
rir a las m ujeres te n e r los mismos proyectos, las mismas am ­
biciones y los m ism os m odelos que los hom bres; más que
im p o n er cupos que no c o n cern irían más que el acceso a las
elites; más vale desarrollar políticas y m odelos educativos que
conduzcan a las parejas a com partir el trabajo dom éstico.
C uando los em pleos reservados a las m ujeres sean de facto
pagados com o los de los hom bres, se p u ed e im aginar que es­
tos últim os les escaparán m enos y que las m ujeres no los p er­
cibirán más com o u n a form a de segregación.
Del m ism o m odo, más que d e p lo rar la “etn ización” de la
sociedad p ro m e tie n d o u n a igualdad de o p o rtu n id ad es a
P R IO R ID A D A L A IG U A L D A D DE P O SIC IO N E S 11 3

quienes las m erecen, más valdría evitar la concentración de


las m inorías etnorraciales en ciertas actividades y en ciertos
barrios. ¿Cómo p ro p o n er seriam ente u n a discrim inación po­
sitiva cuando se acom oda tan bien u n a discrim inación nega­
tiva aplastante? ¿Cómo prom over algunas cuando la m ayoría
está sospechada de estar com puesta por crim inales en p o ten ­
cia, com o los políticos de derecha insinúan en cada elección?
Seguram ente, todos los “dispositivos” son buenos com o para
adoptarlos, pero ¿qué peso tienen cuando no se quiere red u ­
cir las desigualdades entre las actividades profesionales y en ­
tre los barrios? En u n a sociedad más igualitaria, la elección
de vivir ju n to s y de form ar u n a com unidad no nacería de la
coerción, sino que sería u n a elección de vida positiva, u n a
m anera de m an te n er su cultura y sus raíces, u n a m an era de
constituir u n capital social colectivo. Cuanto más iguales sea­
mos en principio y en los hechos, más podem os elegir ser di­
ferentes, sin que esta diferencia sea u n encierro para unos y
un peligro p ara otros. En todo caso, u n a política de estas ca­
racterísticas sería m ejor que aquella que organiza a la vez la
selección de algunas elites y la guetificación de las otras (el re­
verso de la m ism a m edalla).
Desde que nos consideram os com o fundam entalm ente li­
bres c iguales, la igualdad de posiciones no tiene ninguna su­
perioridad norm ativa o filosófica sobre la igualdad de op o rtu ­
nidades. En el horizonte de un m undo perfectam ente ju sto ,
no h ab ría incluso ninguna razón p ara distinguir en tre estos
dos m odelos de justicia. Pero en el m undo tal com o es, la
p rioridad dada a la igualdad de posiciones se debe a que ella
provoca m enos “efectos perversos” que su com petidora y, por
sobre todo, a que es la condición previa para u n a igualdad de
o p o rtu n id a d es m ejor lograda. La igualdad de posiciones
acrecienta más la igualdad de oportunidades que m uchas po­
líticas que se dirigen directam ente a ese objetivo. Es necesario
d e fe n d e r u n “igualitarism o sustentable” (Savidan, 2007), con
la m ayor igualdad posible m ientras resulte funcional y haga
u n lugar al m érito y a las oportunidades, que siguen siendo
1 14 RE PE N SAR LA J U S T IC IA S O C IA L

u n a verdadera exigencia. La igualdad de posiciones puede


ser defendida tam bién en nom bre de la libertad personal si se
concibe el liberalism o com o el desarrollo de la autonom ía in­
dividual. La redistribución no es u n a política vana o conde­
nada, desde que el Estado de Bienestar se afirm a m ejor gra­
cias a ella y elige acercar en tre sí el espacio de las posiciones
sociales antes que p ro te g e r a aquellos que ya están ubicados
en una. En pocas palabras, se trata de u n proyecto reformista.
La igualdad de posiciones m e parece así un proyecto más
sólido y más generoso que la igualdad de posibilidades. Es
más sólido porq u e induce a un contrato social más abierto, a
condición de m irar con m ayor atención las políticas de ingre­
sos, de protecciones y de transferencias sociales. El m odelo de
igualdad de o p o rtunidades parece decir siem pre, al final, que
u n o no les debe n a d a a los dem ás y que es libre de toda
deuda. Pero se olvida dem asiado que las oportunidades indi­
viduales se benefician de las inversiones colectivas. El b uen
éxito de algunos no h abría sido posible sin el capital colectivo
de las infraestructuras, de los equipos, de la cultura y de las
instituciones que les h a n perm itido fructificar sus talentos. La
justicia de las posiciones es más generosa porque no perm ite
olvidar lo que debem os a los otros; rec u e rd a que la p ro d u c­
ción de los vencedores no exige el sacrificio de los vencidos.
Conclusión

Aun si adm itim os que la igualdad de o portunidades


es tan deseable com o la igualdad de las posiciones y que no
existe razón alguna para jera rq u iz ar los m odelos de justicia
social, hay que definir prioridades que com prom etan a la ac­
ción política y a las representaciones que nos hacem os de la
vida social. Esto es tanto más indispensable cuanto que hoy, y
de m anera insensible, el m odelo de igualdad de o p o rtu n id a­
des se im pone sin que se m ida qué es lo que esto implica. Es
sin d uda n atu ral que un gobierno liberal de derecha prefiera
el m érito, la responsabilidad individual y la libertad de em ­
presa. Un m odelo que se apoya sobre el im aginario de u n a
com petencia equitativa, del que se supone, p o r añadidura,
que es favorable al dinam ism o económ ico, tiene todas las
oportunidades de triunfar sobre un m odelo que es percibido
com o u n a sedim entación de ventajas adquiridas y de “rigide­
ces”.
Pero la justicia de las oportunidades no es en m odo alguno
un avalar de la ideología neoliberal, asimilable a u n engaño y
a una astucia. ¿Hay que recordar que el m undo de la escuela
no deja de afirm ar este principio, m ientras que el m odelo del
m ercado le pro d u ce horror? ¿Hay que recordar que el m o­
delo de las o portunidades denuncia discrim inaciones inacep­
tables que calla el m odelo de las posiciones? Y sobre todo,
¿hay que reco rd ar que cada uno tiene derecho a que se le re­
conozcan su m érito y sus esfuerzos, que tiene el derecho a es­
p erar que su vida no sea un destino escrito de antem ano? Si
he d efendido la igualdad de posiciones, no es p a ra negar
1 16 R E PE N SA R LA J U S T I C I A S O C IA L

toda legitim idad al m érito y a la justicia de las oportunidades.


P or el contrario, mi elección tiene dos motivos.
El prim ero se debe al hecho de que la igualdad de posicio­
nes, al invitar a afianzar la estructura social, es bu en a para los
individuos y p ara su autonom ía; acrecienta la confianza y la
cohesión social en la m edida en que los actores no se com ­
p ro m e te n en u n a com petencia continua, que consiste en
triu n fa r socialm ente, pero tam bién en e x p o n e r su estatus
com o víctim a p a ra beneficiarse de d erechos específicos. La
igualdad de las posiciones, au n q u e siem pre relativa, crea un
sistem a de derechos y de obligaciones que conducen a subra­
yar lo que tenem os en com ún y, en ese sentido, refuerza la so­
lidaridad. No a p u n ta a la solidaridad p erfecta de las utopías
(o más bien de las pesadillas) com unistas, pero busca la cali­
d ad de la vida social y, p o r ese cam ino, la de la au to n o m ía
personal: soy tanto más libre de actuar cuanto m enos m e veo
am enazado p o r desigualdades sociales dem asiado grandes.
En esto, nad a quita al liberalism o político, au n q u e conduzca
a d o m in a r y a lim itar el libre ju eg o del liberalism o eco n ó ­
mico. En u n a palabra, la m ayor igualdad posible es b u en a en
sí p o rq u e refuerza la autonom ía de los individuos.
El segundo motivo que m e hace d e fe n d e r la igualdad de
posiciones se debe a que constituye sin d u d a la m ejor m anera
de realizar la igualdad de op o rtu n id ad es. Si las o p o rtu n id a ­
des son definidas com o la posibilidad de elevarse en la estruc­
tura social en función del m érito y del valor, parece evidente
que esta fluidez sea tanto m ayor cuanto m enos distanciadas
e n tre sí se e n c u en tre n las posiciones; los que suben no tienen
tantos obstáculos que fra n q u e a r y aquellos que descienden
no se arriesgan a p erd erlo todo. En co n tra de un m ito tenaz,
existe m ayor m ovilidad social en Francia que en Estados U ni­
dos, d o n d e las distancias e n tre las distintas posiciones son
más grandes. En efecto, al m enos desde los principios que la
rigen, la igualdad de o p o rtu n id ad es no dice nad a acerca de
las desigualdades sociales que separan e n tre sí a las distintas
posiciones; y el foso es a veces tan p ro fu n d o que los indivi-
CONCLUSION I iy

dúos p ueden no franquearlo jam ás, con la excepción d e algu


nos héroes cuyas hazañas se po n en en un m arco d o t a d o
com o una suerte de propaganda. A pesar del “principio d e di
feren cia” que invita a obrar de m odo que la igualdad d e las
oportunidades no degrade la condición de los m enos lavoie
cidos (Rawls, 1987), hay que constatar que, en todas las parles
d o n d e reina, las desigualdades se profundizan.
Se habrá com prendido ya, sin duda, que este pequeño en
sayo no es u n ejercicio de filosofía social totalm ente gratuito.
De algún m odo, me lo ha dictado la situación política fran­
cesa. M ientras que la d erecha pone por las nubes la igualdad
de oportunidades, la izquierda está rigidizada: en térm inos fi­
losóficos y políticos, no tiene nada que oponerle. O bien do­
bla la apuesta sobre ese terreno, o bien defiende el Estado de
Bienestar tal com o funciona, con sus defectos y sus conserva­
durism os, para com placer a sus clientelas tradicionales, que
son tam bién las más protegidas. Presa de un ataque de pá­
nico, re e n c u e n tra los viejos reflejos del radicalism o verbal
a u n q u e sin tom ar en serio sus propias indignaciones. Y la iz­
q u ierd a de la izquierda ya no es creíble cuando llam a a u n a
ru p tu ra decisiva que no tiene intención alguna de llevar a tér­
m ino. En últim a instancia, todos defienden sus derechos ad­
quiridos y se proclam an tanto más radicales cuanto que no
quieren cam biar nada. D urante este tiem po, la versión liberal
de la igualdad de oportunidades se im pone en las prácticas y
en los hechos, aun cuando a nuestro país le cueste aceptar
este cambio.
La igualdad de las posiciones po d ría constituir uno de los
elem entos de la reconstrucción ideológica de la izquierda, a
condición de que esta tenga un poco de coraje: el coraje de
provocar el descontento de un sector de su electorado (que
p o r otra parte está huyendo de ella a toda velocidad) y de ser
algo más que el partido de las clases calificadas y económ ica­
m en te desahogadas. La izquierda debería ten er tam bién la
capacidad de rom per con las fábulas que se cuenta a sí misma
sobre el Estado de Bienestar y los servicios públicos, de los
1 1 8 RE PE N SAR LA J U S T I C I A S O C IA L

cuales este se ha vuelto guardián puntilloso a falta de u n a vo­


lu n tad de transform ación. En la actualidad, la palabra “re­
fo rm a ” ha pasado al vocabulario de la derecha, y el rechazo al
cam bio es el estan d arte de la izquierda. El firm e deseo de
igualdad perm itiría salir de este callejón sin salida y hacer el
verdadero trabajo del político: transform ar principios en p ro ­
gram as y te n e r u n a o ferta p ara aquellos que h an dejado de
reconocerse en las representaciones políticas de la vida social.
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frangois dubet
repensar la justicia social
Hay quienes piensan que el mejor modo de trabajar por la
justicia social es procurar la igualdad de posiciones, esto es,
redistribuir la riqueza y asegurar a todos un piso aceptable de
condiciones de vida y de acceso a la educación, los servicios
y la seguridad. Y hay quienes piensan que lo importante es
garantizar la igualdad de oportunidades, de manera que
cada uno coseche logros de acuerdo con sus méritos, en
el marco de una competencia equitativa. O se apuesta a un
sistema solidario, en el que es central el papel del Estado,
o se apuesta al libre juego de la iniciativa privada.

Nadie podría estar en contra de estos modelos, ya que una


sociedad democrática debería combinar la igualdad fundamental
de todos sus miembros y las “justas inequidades" que surgen del
esfuerzo y el talento personales. Sin embargo, los responsables
de la acción política deben dar prioridad a uno u otro. De
entrada, Frangois Dubet alerta contra la trampa de la igualdad de
oportunidades, que es hoy el discurso hegemónico. Aun cuando
responda al deseo de movilidad de las personas, profundiza las
desigualdades y puede conducir a la lucha de todos contra todos.
En teoría, el hijo de un obrero tiene las mismas posibilidades de
acceder a un puesto jerárquico que el hijo de un ejecutivo y, si
fracasa en el intento, se atribuirá ese resultado a razones puramente
individuales; en los hechos, entre las condiciones de vida de uno
y otro la distancia es tan honda que se vuelve infranqueable.

Decidido a instalar un debate serio, Dubet defiende el “modelo


de las posiciones", porque atenúa las brechas entre los
diferentes estratos sociales. Analizando el ámbito de la escuela,
la situación de la mujer y las minorías, este brillante ensayista
plantea la necesidad de una reconstrucción intelectual de la
izquierda, que debe atreverse a traducir principios en programas
y a interpelar a quienes se sienten ajenos a la cosa pública.

ISBN: 978-987-629-163-7

yin siglo veintiuno


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