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Después del declive del período progresista, 2020 revela la evolución de un convulso y
amenazante nuevo tiempo político para América Latina. Pero este tiempo particular es lo
menos cercano a un tiempo lineal y predecible. Es en cambio, un tiempo extraño, amorfo,
fragmentado, volátil. Y también paradójico, porque al mismo tiempo, de esta extraordinaria
crisis que vivimos brotan nuevas subjetividades, solidaridades, pulsiones de vida y
emancipación, nuevas formas de hacer política. Proponemos cinco apuntes preliminares que,
sin pretensión de completud o prescripción, buscan sumar al crucial debate latinoamericano.
Aún retumba la pregunta: ¿qué hemos aprendido de la experiencia progresista reciente? Son
reflexiones necesarias, vitales. Pero el frenético cambio de época actual nos desborda y en la
marcha nos exige también tratar de comprender qué es lo que está ocurriendo ahora; hacia
qué escenarios nos estamos insertando; cuáles son las amenazas a las que nos enfrentamos,
y con qué potencialidades y posibilidades contamos.
Algunos en los últimos meses/años han anunciado lo que sería el surgimiento de un “nuevo
ciclo” o “ nueva ola ” progresista (en buena medida motivado por la llegada de AMLO en
México y Fernández en Argentina, junto a otras figuras político-partidistas emergentes en
otros países); otros en cambio, plantearon la llegada de una ola arrasadora de las derechas,
que propinaría una prolongada derrota a los progresismos y restauraría el viejo orden previo
a este período. Sin embargo, el nuevo tiempo latinoamericano no parece estacionarse en una
matriz ideológica dominante, en una discursividad y simbología hegemónica, o en una
correlación de fuerzas consolidada. Lo que parece determinar este tiempo es la alta
inestabilidad e hibridación.
Esto de ninguna manera supone decir que nos encontramos ante un nuevo ‘fin de la historia’,
un vacío político o una especie de tiempo ‘post-ideológico’, pero sí nos permite pensar en al
menos tres aspectos:
a) que la política se ha vuelto mucho más contingente, y que esto está relacionado con
diversos factores materiales y simbólicos que están en profunda crisis. El creciente
descontento social, la crisis hegemónica y el descrédito de la política en general; los límites
histórico-estructurales de las economías dependientes de la región; la profunda crisis de la
economía global; la inestabilidad ambiental y climática. Estos y otros factores, precarizan la
perdurabilidad política;
b) que, en este sentido, los factores que producen conflictividad se maximizan, potenciando
la actual situación; y
c) que el agotamiento, descrédito y la insostenibilidad de los proyectos políticos que han sido
dominantes están haciendo prevalecer un pragmatismo, sin mayores distinciones, que
desdibuja aún más la diferenciación binaria izquierda/derecha y progresismo/neoliberalismo.
Esto le da prevalencia a una política cortoplacista, del acontecimiento, de lo instrumental. A
esto se le puede atribuir que hoy, hablemos de tiempos de ‘confusión’.
El tiempo híbrido e inestable que vivimos es por tanto un tiempo de enorme incertidumbre,
atomizante, accidentado, de efectos dominó. Pero no por ello se evaporan los formatos
políticos dominantes. Mutan, se fusionan, se camuflan. El progresismo no desaparece, más
bien re-aparece, con la forma propia del tiempo que vivimos. Mientras Alberto Fernández
afirmaba en 2019 que inauguraba la rama del “ liberalismo progresista peronista ”, el Foro
de Sao Paulo se descafeína y más que hablar de la revolución, en ese año revindica en su
lema cosas como la “Prosperidad” (término más propio de liberales y neoliberales).
Pero similar cosa ocurre con el neoliberalismo. Varias voces han propuesto, a raíz de las
protestas contra políticas neoliberales que se han suscitado en varias partes del mundo
durante 2019, que estaríamos ante el fin del neoliberalismo . Sin embargo, el hecho que este
esté siendo tan contestado –en realidad lo es prácticamente desde que se comenzó a
imponer– no implica necesariamente su fin, sino que también revela el terreno que ha
ganado previamente, y lo que podría ser su potencial radicalización.
Esto último podría estar configurando un neoliberalismo de tercera generación: si desde los
años 80 y 90 (primera generación), se logra imponer la receta ortodoxa del llamado
‘Consenso de Washington’, el cual genera grandes estallidos sociales y caídas de gobiernos;
si desde la década de 2000, se abre el camino a lo que hemos llamado un ‘neoliberalismo
mutante’ (segunda generación), que en cambio presenta un modo heterodoxo, híbrido, más
versátil y flexible de ejecutar sus políticas, combinando, por ejemplo, corporativización,
desregulación o financiarización, con formas de intervención estatal, algunos mecanismos de
distribución social de excedentes y formas de inclusión cultural; en la actualidad, ante la
clara agudización de las tensiones y contradicciones sociales, políticas y geopolíticas de la
época, y el alto nivel de contestación que genera este formato capitalista contemporáneo, se
configura un cierto agotamiento de los mecanismos de poder de imposición/hegemonía
neoliberal, lo que nos coloca ante la potencial conformación de un neoliberalismo
extremo que, sin renunciar a sus lógicas privatizantes, mercantilizantes, desregularizadoras
y corporativizantes, recurra a mucho mayores niveles e intensidades de violencia organizada
y sistemática. En este sentido, queda la interrogante de si la restauración y el
mantenimiento de la tasa de ganancia capitalista, la apropiación de recursos estratégicos y el
control de mercados neoliberal, se posibilitaría a costa de la instalación de un régimen de
guerra permanente.
Todo estos factores, y sobre todo en la medida en la que se agudicen estas contradicciones,
podría configurar una polarización entre el estado de excepción y la revuelta popular. Esto no
debe ser entendido como un nuevo binarismo; más bien representa los puntos de fuga
extremos (desbordamiento y beligerancia) propios de estos escenarios. Tampoco nos debe
remitir a pensar esto como procesos homogéneos. El estado de excepción hoy en América
Latina se está desarrollando como un complejo ensamblaje de políticas, articulaciones,
territorializaciones, discursos diferenciados y estados afectivos, que varía dependiendo del
país y la coyuntura. Del mismo modo, la revuelta hoy se compone de actores bastante
heterogéneos, con motivaciones, emocionalidades y métodos muy diferentes que no
podemos sólo interpretarlos romántica y abstractamente como la ‘revolución de los pueblos’.
Todo este hartazgo generalizado puede ser muy significativo si, más que un sentir
coyuntural, es la expresión del espíritu de la época. Lo es porque con la persistencia de su
fuerza va agotando, socavando y haciendo caducar los modos de gobernabilidad política
dominantes, las formas en las que se ejerce el poder (planteando el potencial escenario de
cambio en el estado de cosas); lo es porque parece negado a subordinarse a lo mismo. No
obstante, su fuerza positiva es muy heterogénea, en muchos sentidos contingente, y
presenta enormes desafíos para conformar un proyecto amplio, articulado y sostenido de lo
común. Está atravesada por la fragmentación propia de esta época. Y sobre todo, posee un
poderoso componente nihilista, que si bien es desafiante puede también ser atomizante. Esta
condición es también una expresión el paradójico tiempo político latinoamericano.
En todo caso, esta enorme diversidad del descontento también ha conseguido elementos
aglutinadores en narrativas, prácticas y códigos de movimientos sociales, principalmente
desde los diferentes movimientos feministas, que han logrado no sólo posicionar en los
debates y políticas la defensa de derechos de las mujeres en la sociedad, y transversalizar la
crítica al patriarcado en numerosos temas políticos centrales, sino también lograr, en varios
países, masividad en la convocatoria y movilizaciones, convirtiéndose en referente y a la vez
en horizonte de muchas de estas perspectivas de cambio que están en juego. Del mismo
modo, los diferentes ecologismos latinoamericanos y las luchas de los pueblos indígenas y
campesinos también han logrado permear en los imaginarios y narrativas de las demandas
sociales, imprimiendo además valores y dimensiones socio-ecológicas clave para pensar la
política, y visibilizando las luchas en los territorios y por los bienes comunes, que en variados
casos se convierten en banderas y emblemas de las movilizaciones sociales en un país.
La gran pregunta que ha surgido, es si luego del declive del período progresista estamos
ante un nuevo ciclo de luchas sociales en América Latina. Así lo parece, y de hecho, también
parece estar conectado, en ciertas dimensiones constitutivas, con movilizaciones y revueltas
ocurridas en otras partes del mundo como Hong Kong, Francia, Irak, Líbano, Catalunya,
entre otras. Si pudiésemos hablar de un levantamiento de carácter mundial, el punto de
inicio de este ciclo corto de movilizaciones podríamos ubicarlo en 2011, cuando brotaron
protestas en el Sur Global, como las llamadas ‘Primaveras Árabes’, y en el Norte Global,
como la de los Indignados, Occupy Wall Street entre otros. Lo que se comparte en el
conjunto de estas luchas es la resistencia al efecto neoliberalizador provocado después de la
Crisis Económica Mundial 2008-2009; la ampliación y fortalecimiento de una diversidad de
luchas identitarias y de mecanismos de organización y acción más descentralizados (una
especie de movimiento post-altermundialista), y la disposición a una comunicación viralizada
y reticular que propone otra relación espacio-tiempo en las movilizaciones sociales.
d) Las izquierdas : después de la debacle del período progresista, las izquierdas buscan
renovación y refrescamiento. Ciertamente, experiencias como la de Colombia Humana, el
liderazgo de Gustavo Petro y diversas coaliciones locales y regionales, han logrado sumar
voluntades y electores para la toma del poder del Estado en ese país; podríamos también
mencionar los esfuerzos del movimiento Nuevo Perú bajo el liderazgo de Verónica Mendoza,
o la oficina colectiva ‘Gabinetona’ encabezada por la diputada Áurea Carolina (Cámara
Municipal de Belo Horizonte, Brasil), como otras expresiones de ese intento de
refrescamiento. Coaliciones como estas y otras similares pueden ser potenciadas, en la
medida en la que logren capitalizar el descontento social, traducir las nuevas expectativas o
bien que se logren presentar como la ‘salida’ a lo establecido (como pasó con Alberto
Fernández, quien logró concentrar parte de los votos del descontento con Macri). Sin
embargo, hemos mencionado que profundos cambios también están ocurriendo en las
perspectivas sociales y culturales en la región y que las izquierdas están enfrentado un
importante proceso de agotamiento que tiene que ser discutido y asumido. El
entrampamiento permanente en el reformismo (cuando estas fuerzas llegan a gobernar),
que en plazos más largos tiende siempre a socavar y mermar los procesos de cambio
impulsados previamente por el descontento popular y la emergencia de nuevos movimientos
políticos, ha dejado a lo largo del tiempo profundas decepciones y sensaciones de hartazgo
en parte de sus seguidores. Por otro lado, las izquierdas dominantes han sido muy
determinadas por un talante desarrollista, verticalista, personalista, autoritario, patriarcal,
dogmático y anti-ecológico que se encuentra muy arraigado y que se ha expresado tanto en
sus prácticas de organización interna, como en sus relaciones políticas y sus gestiones de
gobierno. Estos patrones generan profundos distanciamientos con corrientes político-
culturales que promueven miradas y accionares alternativas en, e incluso fuera, de las
izquierdas. Como si fuese poco, estas izquierdas dominantes tendieron a criminalizar esta
otredad en el seno de estos sectores críticos, ridiculizándola o señalándola como promotores
del imperialismo estadounidense, por el hecho de tratar de poner sobre la mesa temas
fundamentales que debían ser enfrentados. ¿Qué es la izquierda hoy? ¿Son AMLO y
Fernández los referentes de la izquierda hoy en América Latina? ¿Sigue siendo el Gobierno
de Maduro un punto de honor para las izquierdas? ¿Están estas logrando comunicar y
posicionar un proyecto político emancipador en el grueso de la población? Estas son
preguntas ineludibles. Sectores de la sociedad e incluso movimientos sociales ya no ven
sentido, pertinencia y pertenencia en el binarismo izquierda/derecha. Otros perciben que la
izquierda es sólo una variante del mismo formato de poder dominante. Esto no debe ser
interpretado necesariamente como un ‘neutralismo’, ‘centrismo’ o una forma de apoliticidad.
En cambio, muestran otros entramados de pensamiento político, otras coordenadas, otras
epistemes de la transformación que no deberían ser desmeritadas. Efectivamente, las
izquierdas son diversas y también existen disputas entre sus sectores; pueden transformarse
y crearse corrientes novedosas, aunque siguen siendo marcadas por los sectores
tradicionalmente dominantes (generalmente concentrados en los partidos políticos). Sin
embargo, es necesario resaltar que estas se encuentran ante una encrucijada histórica, no
sólo ante la posibilidad de condensar el descontento social, sino también de materializar una
transformación favorable a los pueblos y la naturaleza. Sin poder resolver mínimamente este
dilema, podrían también ser absorbidas en el descrédito y hartazgo generalizado que
atraviesa a la política tradicional.
América Latina está hoy, de nuevo, en el punto de mira mundial, pues ha sido la región
dónde han brotado la mayor cantidad de estas movilizaciones recientes a nivel planetario.
Estas expresiones populares han representado un gran refrescamiento del clima político
regional, aunque parecen insertas en el escenario de lo que podría ser un largo período muy
contradictorio y conflictivo.
Las paradojas de estos tiempos que corren, probablemente se desarrollen entre aperturas y
clausuras de oportunidades, procesos, posibilidades. Cada ámbito, espacio, escala en disputa
es y será vital: derechos laborales, mega-proyectos extractivos detenidos, expansión de
economías locales comunitarias, bosques conservados, transiciones hacia energías
renovables, tierras recuperadas, políticas climáticas globales, revisión y moratorias del pago
de la deuda externa, organización popular para las luchas, y un muy largo etcétera.
Esta época de confusión y desasosiego, nos deja con muchas más preguntas que respuestas,
y con una carga muy grande de incertidumbre. Los horizontes se difuminan, su visualización
parece bloqueada. ¿Qué es el futuro? ¿Cómo nos imaginamos el curso de la extraordinaria
crisis actual? ¿Cómo nos imaginaríamos el colapso del sistema global? ¿Qué pasa si
pensamos que ese colapso, antes que una ola gigante arrasando una ciudad (al estilo
hollywoodense), antes que la idea religiosa y literaria del “fin del mundo” o el “fin de los
tiempos”, es un largo período de crisis en la historia reciente de la humanidad en el que
cambian drásticamente las estructuras sociales y las condiciones de vida; pero en el que
sigue la vida bajo otras condiciones?
Creemos que estamos ya al interior de esta crisis. Estamos al interior del ‘futuro’, del cambio
climático, de los límites del planeta, de la extraordinaria crisis de los patrones energéticos y
los metabolismos sociales. Se trata de un proceso continuo, que sigue en desarrollo, aunque
lográramos en 10 años disminuir drásticamente las emisiones de gases de efecto
invernadero. Es necesario, vital, asumir esta interioridad nuestra en el ‘futuro’, aprender a
lidiar con ello, y repensarnos desde ahí. Algo que de ninguna manera implica que
transitaremos pasivamente una senda que ya está trazada. Más bien conviene recordar que
la muy alta carga de incertidumbre que determina al sistema global, supone también que
hay un camino abierto para la creación, para la producción de lo nuevo.
Las inesperadas e inspiradoras movilizaciones en Chile, al igual que las de Colombia, por
mencionar dos buenos ejemplos, muestran, por un lado, que las predicciones lineales y
deterministas se quedan cortas; el factor sorpresa desborda incluso a los propios actores que
están impulsando esos procesos. Por otro lado, reflejan cómo en la propia insubordinación
social, cómo desde el propio seno del conflicto, se producen también nuevos marcos de
relacionamiento y solidaridad, nuevas subjetividades, cargadas con potentes pulsiones de
vida e irreverencia. Incluso en los escenarios más adversos, se evidencia la sustancia y
emergen los factores constitutivos de lo común.
No parece que el tiempo turbulento que nos toca transitar pueda ser sorteado con éxito sin
privilegiar una política del cuidado. Cuidar del otro (humano y no-humano), de esa otredad,
en defensa de la vida.
Antes que en el ‘fin de los tiempos’, estamos ante una particular historia que apenas
empieza.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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