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24-01-2020

2020, ¿dónde están los horizontes?

Cinco apuntes sobre el paradójico tiempo político


latinoamericano
Emiliano Teran Mantovani
Rebelión

Después del declive del período progresista, 2020 revela la evolución de un convulso y
amenazante nuevo tiempo político para América Latina. Pero este tiempo particular es lo
menos cercano a un tiempo lineal y predecible. Es en cambio, un tiempo extraño, amorfo,
fragmentado, volátil. Y también paradójico, porque al mismo tiempo, de esta extraordinaria
crisis que vivimos brotan nuevas subjetividades, solidaridades, pulsiones de vida y
emancipación, nuevas formas de hacer política. Proponemos cinco apuntes preliminares que,
sin pretensión de completud o prescripción, buscan sumar al crucial debate latinoamericano.

El lustro que se va cerrando en este 2020 revela la evolución de un convulso y amenazante


nuevo tiempo político para América Latina, después del declive del período progresista.
Tiempo en el que se ven agudizarse las contradicciones sociales, económicas, políticas,
geopolíticas, territoriales y ambientales. ¿Quién no fue estremecido, de una u otra forma, por
el 2019? No estamos sólo ante una ‘tormenta’; se nos están moviendo las placas tectónicas.
Todo, a escala global, se mueve bajo nuestros pies. Y seguirá pasando. Los inicios del 2020,
con cosas como los incendios en Australia o las confrontaciones bélicas en Irán, dan
muestras de cómo nos la estamos jugando entre puntos de inflexión y eventos límite.

Pero este tiempo particular es lo menos cercano a un tiempo lineal y predecible. Es en


cambio, un tiempo extraño, amorfo, fragmentado, volátil. Y también paradójico, porque al
mismo tiempo, de esta extraordinaria crisis brotan nuevas subjetividades, nuevas
solidaridades, nuevas pulsiones de vida y emancipación, nuevas formas de hacer política. El
que ha sido entendido como un tiempo ‘distópico’, es en realidad uno profundamente
paradojal.

Aún retumba la pregunta: ¿qué hemos aprendido de la experiencia progresista reciente? Son
reflexiones necesarias, vitales. Pero el frenético cambio de época actual nos desborda y en la
marcha nos exige también tratar de comprender qué es lo que está ocurriendo ahora; hacia
qué escenarios nos estamos insertando; cuáles son las amenazas a las que nos enfrentamos,
y con qué potencialidades y posibilidades contamos.

Proponemos algunas reflexiones, que en realidad son parciales, preliminares, experimentales


y en cierta forma fragmentadas sobre los actuales tiempos en América Latina. Buscan sumar
al debate, sin ninguna pretensión de completud o prescripción. Son cinco apuntes que
apenas buscan cartografiarnos, y que se unen a una cadena de voces, pensares y sentires
que navegan este bravo río nuestroamericano.

1. Nuevo tiempo político: inestabilidad y neoliberalismo de tercera generación

Algunos en los últimos meses/años han anunciado lo que sería el surgimiento de un “nuevo
ciclo” o “ nueva ola ” progresista (en buena medida motivado por la llegada de AMLO en
México y Fernández en Argentina, junto a otras figuras político-partidistas emergentes en
otros países); otros en cambio, plantearon la llegada de una ola arrasadora de las derechas,
que propinaría una prolongada derrota a los progresismos y restauraría el viejo orden previo
a este período. Sin embargo, el nuevo tiempo latinoamericano no parece estacionarse en una
matriz ideológica dominante, en una discursividad y simbología hegemónica, o en una
correlación de fuerzas consolidada. Lo que parece determinar este tiempo es la alta
inestabilidad e hibridación.

Esto de ninguna manera supone decir que nos encontramos ante un nuevo ‘fin de la historia’,
un vacío político o una especie de tiempo ‘post-ideológico’, pero sí nos permite pensar en al
menos tres aspectos:
a) que la política se ha vuelto mucho más contingente, y que esto está relacionado con
diversos factores materiales y simbólicos que están en profunda crisis. El creciente
descontento social, la crisis hegemónica y el descrédito de la política en general; los límites
histórico-estructurales de las economías dependientes de la región; la profunda crisis de la
economía global; la inestabilidad ambiental y climática. Estos y otros factores, precarizan la
perdurabilidad política;

b) que, en este sentido, los factores que producen conflictividad se maximizan, potenciando
la actual situación; y

c) que el agotamiento, descrédito y la insostenibilidad de los proyectos políticos que han sido
dominantes están haciendo prevalecer un pragmatismo, sin mayores distinciones, que
desdibuja aún más la diferenciación binaria izquierda/derecha y progresismo/neoliberalismo.
Esto le da prevalencia a una política cortoplacista, del acontecimiento, de lo instrumental. A
esto se le puede atribuir que hoy, hablemos de tiempos de ‘confusión’.

El tiempo híbrido e inestable que vivimos es por tanto un tiempo de enorme incertidumbre,
atomizante, accidentado, de efectos dominó. Pero no por ello se evaporan los formatos
políticos dominantes. Mutan, se fusionan, se camuflan. El progresismo no desaparece, más
bien re-aparece, con la forma propia del tiempo que vivimos. Mientras Alberto Fernández
afirmaba en 2019 que inauguraba la rama del “ liberalismo progresista peronista ”, el Foro
de Sao Paulo se descafeína y más que hablar de la revolución, en ese año revindica en su
lema cosas como la “Prosperidad” (término más propio de liberales y neoliberales).

Pero similar cosa ocurre con el neoliberalismo. Varias voces han propuesto, a raíz de las
protestas contra políticas neoliberales que se han suscitado en varias partes del mundo
durante 2019, que estaríamos ante el fin del neoliberalismo . Sin embargo, el hecho que este
esté siendo tan contestado –en realidad lo es prácticamente desde que se comenzó a
imponer– no implica necesariamente su fin, sino que también revela el terreno que ha
ganado previamente, y lo que podría ser su potencial radicalización.

Esto último podría estar configurando un neoliberalismo de tercera generación: si desde los
años 80 y 90 (primera generación), se logra imponer la receta ortodoxa del llamado
‘Consenso de Washington’, el cual genera grandes estallidos sociales y caídas de gobiernos;
si desde la década de 2000, se abre el camino a lo que hemos llamado un ‘neoliberalismo
mutante’ (segunda generación), que en cambio presenta un modo heterodoxo, híbrido, más
versátil y flexible de ejecutar sus políticas, combinando, por ejemplo, corporativización,
desregulación o financiarización, con formas de intervención estatal, algunos mecanismos de
distribución social de excedentes y formas de inclusión cultural; en la actualidad, ante la
clara agudización de las tensiones y contradicciones sociales, políticas y geopolíticas de la
época, y el alto nivel de contestación que genera este formato capitalista contemporáneo, se
configura un cierto agotamiento de los mecanismos de poder de imposición/hegemonía
neoliberal, lo que nos coloca ante la potencial conformación de un neoliberalismo
extremo que, sin renunciar a sus lógicas privatizantes, mercantilizantes, desregularizadoras
y corporativizantes, recurra a mucho mayores niveles e intensidades de violencia organizada
y sistemática. En este sentido, queda la interrogante de si la restauración y el
mantenimiento de la tasa de ganancia capitalista, la apropiación de recursos estratégicos y el
control de mercados neoliberal, se posibilitaría a costa de la instalación de un régimen de
guerra permanente.

2. Regímenes de gubernamentalidad y descontento social: ¿polarización entre el


estado de excepción y la revuelta?

El agotamiento de algunos mecanismos tradicionales de intermediación (estados de bienestar


y políticas de asistencia social masiva, sistema de partidos e instituciones electorales, marcos
jurídicos de derechos civiles), sea por el socavamiento de su legitimidad o por representar un
obstáculo ante la necesidad que tiene el capital de un ajuste radical, ha abierto canales
importantes a expresiones más extremas para dirimir los asuntos políticos: explosiones
sociales, para-política y crimen organizado, migraciones masivas, militarización de la
sociedad, estados de guerra y suspensión fáctica de derechos.
Además de pulsiones de libertad y rebeldía, las revueltas y movilizaciones sociales masivas
del año 2019 en América Latina son también el síntoma de estas y las varias contradicciones
descritas en este artículo, llevadas a un punto de ebullición. Están a flor de piel, a la vuelta
de la esquina, pueden surgir en cualquier lugar y en cualquier momento, incluso en los
menos pensados (como ocurrió en Chile y Colombia). Son coyunturales, ciertamente, pero
llegados a este punto, son también constitutivas de este particular tiempo político.

La contracara de ello se evidencia con el desarrollo de un escenario de “situación


extraordinaria” o de “emergencia”, que sirve de pilar a la normalización y permanencia de
regímenes de excepción en la región . Desde hace varios años, tanto en gobiernos
conservadores como en progresistas (desde el Gobierno de Bolsonaro en Brasil, pasando por
el de Lenin Moreno en Ecuador, hasta el de Nicolás Maduro en Venezuela), han comenzado a
proliferar normativas de emergencia y nuevas doctrinas de seguridad nacional, donde
prevalecen los criterios de eficiencia política en detrimento del estado formal de derechos
sociales consagrados; aumento dramático de la militarización de la vida, así como narrativas
beligerantes aludiendo al combate al ‘enemigo público’ (o cualquier otra categoría que tipifica
‘amenazas’, como la de ‘terrorista’). Las protestas de 2019 sacaron a relucir de formas más
explícitas la centralidad del estado de excepción en este período político, algo que hay que
entender en su más amplio sentido: no sólo como un decreto gubernamental particular para
una coyuntura determinada, sino un modo de gobernabilidad permanente estructurado
fundamentalmente por lógicas de guerra –y valga recordar la ya famosa frase de Sebastián
Piñera en octubre de 2019 ante las protestas en Chile, “estamos en guerra contra un
enemigo poderoso”. ¿Puede ser el estado de excepción permanente una marca del
neoliberalismo de tercera generación?

Todo estos factores, y sobre todo en la medida en la que se agudicen estas contradicciones,
podría configurar una polarización entre el estado de excepción y la revuelta popular. Esto no
debe ser entendido como un nuevo binarismo; más bien representa los puntos de fuga
extremos (desbordamiento y beligerancia) propios de estos escenarios. Tampoco nos debe
remitir a pensar esto como procesos homogéneos. El estado de excepción hoy en América
Latina se está desarrollando como un complejo ensamblaje de políticas, articulaciones,
territorializaciones, discursos diferenciados y estados afectivos, que varía dependiendo del
país y la coyuntura. Del mismo modo, la revuelta hoy se compone de actores bastante
heterogéneos, con motivaciones, emocionalidades y métodos muy diferentes que no
podemos sólo interpretarlos romántica y abstractamente como la ‘revolución de los pueblos’.

La cuestión es que, sea un plan o una tendencia, el estado de excepción no es una


modalidad irresistible, sino que también depende de su propia viabilidad en el tiempo y de la
correlación de fuerzas del momento. Y en esto es crucial el rol que han jugado la revuelta y
las movilizaciones, en la medida en la que, en primera instancia rechazan directamente en
las calles la opresión y el sistema de cosas imperante, y en segunda instancia, ejercen fuerza
para revertir la suspensión de la democracia, abriendo camino más bien para posibilitar a
esta, para expandirla y potenciarla.

3. La condición insurrecta del nuevo tiempo: hartazgo, desobediencia y nuevas


subjetividades

En medio de las diferentes formas, motivaciones e intensidades de las masivas


movilizaciones latinoamericanas de 2019, podemos hallar algunos elementos compartidos a
escala regional, que además son respuesta al avance de los procesos de neoliberalización y
conservadurismo (propio tanto de gobiernos de derecha como de izquierda) en este nuevo
tiempo político.

Un factor compartido en las protestas es una sensación de profundo hartazgo. Hartazgo de


las políticas empobrecedoras neoliberales, de una corrupción absolutamente generalizada, de
la imposibilidad de construir futuro para los jóvenes, de gobiernos y élites difíciles de
reemplazar, de las enormes dificultades para ver materializado un cambio social. Pero es un
hartazgo que debe ser entendido no sólo como uno de carácter coyuntural, sino también de
más largo alcance. Es difícil poder determinar el peso diferenciado de otros factores más
históricos, y mucho más en la vasta diversidad de los sujetos y grupos que se movilizan; sin
embargo, es importante valorar aspectos como el efecto de desencanto producto del largo
desgaste de la izquierda (proceso que podríamos ubicar a partir de 1989, con la caída del
muro de Berlín), lo que incluye a la fallida experiencia del período progresista
latinoamericano reciente; o la sensación de colapso y pérdida de horizonte ante la crisis
ambiental/climática global (que afecta principalmente a las generaciones recientes). Estos y
otros aspectos más, componen este particular espíritu de hartazgo del tiempo político actual,
un hartazgo que, por tanto, lo entendemos como cualitativamente diferente a aquellos del
pasado.

De estas movilizaciones también se desprenden, emergen y/o evidencian nuevos códigos de


lo político y nuevas subjetividades, que en muchos casos no están adscritos ni
necesariamente se articulan con las narrativas y organizaciones tradicionales de las
izquierdas, pero que igualmente revelan una particular e interesante politicidad de
insubordinación, viralidad, contagio social y disposición al cambio (además de otras formas
de organizarse, mirar y sentir la política). Estas nuevas subjetividades están presentes en
mayor medida entre los grupos de jóvenes (algunos muy jóvenes); desbordan las
convocatorias de los grupos de izquierda tradicional (como por ejemplo ocurriera en
Colombia o Ecuador con los sindicatos) y se movilizan con dinámicas de ‘auto-convocados’
(recurriendo en buena medida a las redes sociales); y actúan con frecuencia bajo un fuerte
espíritu de desobediencia, pudiendo registrarse una pérdida de miedo a la represión (lo que
resalta por ejemplo en el caso de Colombia, con su brutal historial represivo; o en el caso de
Chile, en donde a medida que el Gobierno arreciaba la violencia de los cuerpos de seguridad,
las movilizaciones de vigorizaban más).

Todo este hartazgo generalizado puede ser muy significativo si, más que un sentir
coyuntural, es la expresión del espíritu de la época. Lo es porque con la persistencia de su
fuerza va agotando, socavando y haciendo caducar los modos de gobernabilidad política
dominantes, las formas en las que se ejerce el poder (planteando el potencial escenario de
cambio en el estado de cosas); lo es porque parece negado a subordinarse a lo mismo. No
obstante, su fuerza positiva es muy heterogénea, en muchos sentidos contingente, y
presenta enormes desafíos para conformar un proyecto amplio, articulado y sostenido de lo
común. Está atravesada por la fragmentación propia de esta época. Y sobre todo, posee un
poderoso componente nihilista, que si bien es desafiante puede también ser atomizante. Esta
condición es también una expresión el paradójico tiempo político latinoamericano.

En todo caso, esta enorme diversidad del descontento también ha conseguido elementos
aglutinadores en narrativas, prácticas y códigos de movimientos sociales, principalmente
desde los diferentes movimientos feministas, que han logrado no sólo posicionar en los
debates y políticas la defensa de derechos de las mujeres en la sociedad, y transversalizar la
crítica al patriarcado en numerosos temas políticos centrales, sino también lograr, en varios
países, masividad en la convocatoria y movilizaciones, convirtiéndose en referente y a la vez
en horizonte de muchas de estas perspectivas de cambio que están en juego. Del mismo
modo, los diferentes ecologismos latinoamericanos y las luchas de los pueblos indígenas y
campesinos también han logrado permear en los imaginarios y narrativas de las demandas
sociales, imprimiendo además valores y dimensiones socio-ecológicas clave para pensar la
política, y visibilizando las luchas en los territorios y por los bienes comunes, que en variados
casos se convierten en banderas y emblemas de las movilizaciones sociales en un país.

La gran pregunta que ha surgido, es si luego del declive del período progresista estamos
ante un nuevo ciclo de luchas sociales en América Latina. Así lo parece, y de hecho, también
parece estar conectado, en ciertas dimensiones constitutivas, con movilizaciones y revueltas
ocurridas en otras partes del mundo como Hong Kong, Francia, Irak, Líbano, Catalunya,
entre otras. Si pudiésemos hablar de un levantamiento de carácter mundial, el punto de
inicio de este ciclo corto de movilizaciones podríamos ubicarlo en 2011, cuando brotaron
protestas en el Sur Global, como las llamadas ‘Primaveras Árabes’, y en el Norte Global,
como la de los Indignados, Occupy Wall Street entre otros. Lo que se comparte en el
conjunto de estas luchas es la resistencia al efecto neoliberalizador provocado después de la
Crisis Económica Mundial 2008-2009; la ampliación y fortalecimiento de una diversidad de
luchas identitarias y de mecanismos de organización y acción más descentralizados (una
especie de movimiento post-altermundialista), y la disposición a una comunicación viralizada
y reticular que propone otra relación espacio-tiempo en las movilizaciones sociales.

4. El malestar en la globalización tardía: ¿hacia dónde puede converger el


descontento social?
El descontento masivo es prácticamente condición propia del régimen neoliberal y la
globalización. Es amplio, cada vez más amplio. Pero este descontento no necesariamente
garantiza, como lo pensara Marx en el siglo XIX, la inevitable revolución social y el derribo
del capitalismo. Así como ocurriera en Italia, el período de enorme crisis económica en
Alemania, después de la Gran Depresión de inicios de la década de los 30 del siglo XX, sería
capitalizado por el nazismo, con las devastadoras consecuencias que ya conocemos. Así que,
una ola de descontento puede también catapultar procesos reaccionarios.

El gran hartazgo social y la profunda crisis económica global desencadenada desde


2008/2009, allana el camino para una abierta disputa por la capitalización y canalización de
todo este descontento. A pesar de que los poderes, grupos y rostros tradicionales también se
mantienen en competencia, destacamos de manera general y panorámica otros actores que
tienen y tendrán trascendencia en esta disputa regional:

a) Iglesias evangélicas y fundamentalismos religiosos  : con un notable trabajo de expansión,


difusión y captación, las iglesias evangélicas y pentecostales han registrado un extraordinario
crecimiento en América Latina (en unos países más que en otros), fundamentalmente entre
las clases populares. Bolsonaro se catapulta a la presidencia de Brasil, a partir del apoyo de
estas iglesias; la vanguardia del golpe consumado después de la renuncia de Evo Morales en
Bolivia en noviembre de 2019, anuncia el regreso de la biblia al Palacio Quemado; y Nicolás
Maduro en Venezuela declara en diciembre de ese año, sin pudor, su alianza con el sector
evangélico y propone la creación de “ un poderoso Movimiento Cristiano Evangélico por
Venezuela ”. La iglesia evangélica refresca al capitalismo individualista con una nueva
teología de la prosperidad, mientras promueve una teocratización de la política, es decir, una
penetración de lógicas religiosas en las prácticas de poder y organización. El tiempo de auge
de diversos fundamentalismos parece evidenciar cómo podrían llenarse los vacíos que ha
dejado el debilitamiento de la política secular, y su creciente incapacidad para construir
horizontes emancipadores y prometedores.

b) El crimen organizado : ha evolucionado notablemente en los últimos lustros, mejorando y


versatilizando notablemente su disposición de armamento, tecnologías, entrenamiento y
financiamiento en comparación con las fuerzas de seguridad de los gobiernos; al mismo
tiempo, se ha expandido geográficamente, ha transnacionalizado su accionar, ha
incrementado sus volúmenes de ingreso y se ha diversificado económicamente, y ha
penetrado considerablemente instituciones estatales (en grados diversos dependiendo del
país). En este marco, el crimen organizado ha ampliado notablemente su capacidad para
ofrecer ingresos a la población en las economías ilícitas, ha conformado en algunos territorios
sistemas de protección y asistencia social (lo que se ha dado a llamar ‘ Estados sustitutos ’) y
proporciona acceso a los símbolos de status social (dinero, armas, autos, mujeres), sobre
todo en la población más joven. Su expansión sobre los tejidos sociales se ha producido
tanto en lugares donde el Estado ha dejado más en el abandono a la población, como en los
territorios donde ha logrado penetrar más al Estado y a la política en general (principalmente
en países de Centroamérica, Brasil, Colombia, México, Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia).
Esto último revela no sólo la relevante dimensión política del crimen organizado, sino
también su potencial para producir nuevas formas de estatalidad.

c) ‘Nuevas derechas’ y extremas derechas  : del seno de la política latinoamericana ha


surgido con fuerza un nuevo perfil de extrema derecha, que tiene en Jair Bolsonaro su
principal figura. Bolsonaro, que pasó de ser un outsider a ganar rápidamente popularidad y
convertirse en Presidente de Brasil, se ha caracterizado por una postura nacionalista
conservadora, partidario de un Estado religioso (antisecularista), defensor de las armas y el
militarismo, ultra-liberal, anti-comunista y anti-izquierda, anti-feminista y de la diversidad
sexual, racista y con posiciones alineadas a los Estados Unidos. El descontento social, los
errores de la izquierda, el discurso populista, el uso del miedo y el apoyo de sectores
poderosos tanto económicos como religiosos, han posibilitado este vertiginoso y significativo
ascenso. En numerosos países de la región, emergen figuras de similar perfil, como el
empresario boliviano Luis Fernando Camacho, quien se asumió a la cabeza del movimiento
para derrocar a Evo Morales en noviembre de 2019 y que es en la actualidad candidato
presidencial para 2020; el ex-candidato presidencial chileno, José Antonio Kast y su
movimiento Acción Republicana, quien obtuvo 8% de votos en las elecciones de 2017; u
otros grupos y dirigentes que buscan crecer, aunque siguen siendo minoritarios. Cabe
destacar también que una parte de las derechas latinoamericanas (que no son sólo sectores
partidistas, sino también económicos, comunicacionales, académicos, etc.) se ha vuelto, en
general, más flexible y adaptable a los nuevos escenarios políticos y el electorado;
planteando nuevas figuras políticas (algunas de ellas jóvenes), otorgando algunas
concesiones sociales, culturales y hasta ambientales (sea en el discurso o en políticas
puntuales) y relaciones geopolíticas más abiertas. Estas ‘nuevas derechas’, que también se
presentan como la alternativa para salir de la ‘amenaza’ del progresismo, buscan traducir y
captar, de maneras más moderadas, el descontento social.

d) Las izquierdas : después de la debacle del período progresista, las izquierdas buscan
renovación y refrescamiento. Ciertamente, experiencias como la de Colombia Humana, el
liderazgo de Gustavo Petro y diversas coaliciones locales y regionales, han logrado sumar
voluntades y electores para la toma del poder del Estado en ese país; podríamos también
mencionar los esfuerzos del movimiento Nuevo Perú bajo el liderazgo de Verónica Mendoza,
o la oficina colectiva ‘Gabinetona’ encabezada por la diputada Áurea Carolina (Cámara
Municipal de Belo Horizonte, Brasil), como otras expresiones de ese intento de
refrescamiento. Coaliciones como estas y otras similares pueden ser potenciadas, en la
medida en la que logren capitalizar el descontento social, traducir las nuevas expectativas o
bien que se logren presentar como la ‘salida’ a lo establecido (como pasó con Alberto
Fernández, quien logró concentrar parte de los votos del descontento con Macri). Sin
embargo, hemos mencionado que profundos cambios también están ocurriendo en las
perspectivas sociales y culturales en la región y que las izquierdas están enfrentado un
importante proceso de agotamiento que tiene que ser discutido y asumido. El
entrampamiento permanente en el reformismo (cuando estas fuerzas llegan a gobernar),
que en plazos más largos tiende siempre a socavar y mermar los procesos de cambio
impulsados previamente por el descontento popular y la emergencia de nuevos movimientos
políticos, ha dejado a lo largo del tiempo profundas decepciones y sensaciones de hartazgo
en parte de sus seguidores. Por otro lado, las izquierdas dominantes han sido muy
determinadas por un talante desarrollista, verticalista, personalista, autoritario, patriarcal,
dogmático y anti-ecológico que se encuentra muy arraigado y que se ha expresado tanto en
sus prácticas de organización interna, como en sus relaciones políticas y sus gestiones de
gobierno. Estos patrones generan profundos distanciamientos con corrientes político-
culturales que promueven miradas y accionares alternativas en, e incluso fuera, de las
izquierdas. Como si fuese poco, estas izquierdas dominantes tendieron a criminalizar esta
otredad en el seno de estos sectores críticos, ridiculizándola o señalándola como promotores
del imperialismo estadounidense, por el hecho de tratar de poner sobre la mesa temas
fundamentales que debían ser enfrentados. ¿Qué es la izquierda hoy? ¿Son AMLO y
Fernández los referentes de la izquierda hoy en América Latina? ¿Sigue siendo el Gobierno
de Maduro un punto de honor para las izquierdas? ¿Están estas logrando comunicar y
posicionar un proyecto político emancipador en el grueso de la población? Estas son
preguntas ineludibles. Sectores de la sociedad e incluso movimientos sociales ya no ven
sentido, pertinencia y pertenencia en el binarismo izquierda/derecha. Otros perciben que la
izquierda es sólo una variante del mismo formato de poder dominante. Esto no debe ser
interpretado necesariamente como un ‘neutralismo’, ‘centrismo’ o una forma de apoliticidad.
En cambio, muestran otros entramados de pensamiento político, otras coordenadas, otras
epistemes de la transformación que no deberían ser desmeritadas. Efectivamente, las
izquierdas son diversas y también existen disputas entre sus sectores; pueden transformarse
y crearse corrientes novedosas, aunque siguen siendo marcadas por los sectores
tradicionalmente dominantes (generalmente concentrados en los partidos políticos). Sin
embargo, es necesario resaltar que estas se encuentran ante una encrucijada histórica, no
sólo ante la posibilidad de condensar el descontento social, sino también de materializar una
transformación favorable a los pueblos y la naturaleza. Sin poder resolver mínimamente este
dilema, podrían también ser absorbidas en el descrédito y hartazgo generalizado que
atraviesa a la política tradicional.

e) Movimientos sociales, organizaciones populares de base y plataformas de articulación  :


como ya hemos mencionado, diversos movimientos han logrado incidir políticamente en
procesos reivindicativos, de ejercicio de derechos, de defensa de territorios y comunidades, y
de posicionamiento de temáticas particulares en los debates públicos. Entre estos están la
defensa de los derechos de igualdad de género y diversidad sexual, derechos de la
naturaleza, negativa a grandes proyectos extractivistas como los mineros e hidroeléctricos,
derechos de los pueblos indígenas y consultas populares, entre otros. La insistente
movilización, que varía dependiendo de los países, ha logrado instalar y fortalecer conceptos,
demandas sociales y políticas que, además de tener un profundo impacto cultural, conforma
condiciones y correlaciones de fuerza para pedir más democracia. Más que transformar el
descontento en la toma del poder del Estado, estos sectores de la sociedad promueven
formas de apropiación de los procesos políticos a escala local y regional, y la consolidación
de pilares políticos desde abajo, para la conformación de una base de disputa desde donde
afrontar este complejo tiempo latinoamericano. Sin embargo, es también importante resaltar
que estos sectores son también atravesados por las paradojas y tensiones propias de este
tiempo político. Por ejemplo, la creciente violencia generada desde las estructuras de poder
estatal y territorial, así como las condiciones de precariedad socio-económica, merman sus
capacidades y potencialidades transformadoras; por otro lado, se generan grandes
dificultades para poder trascender, incidir y articular más allá de una política local, sin tener
que ser absorbidos por la política tradicional de partidos. Dilemas como estos son
significativos al momento de pensar cuáles han sido y/o podrían ser los alcances de la
transformación a partir de la política ‘desde abajo’.

5. Estamos al interior del ‘futuro’: repensarnos lo común en tiempos paradójicos

América Latina está hoy, de nuevo, en el punto de mira mundial, pues ha sido la región
dónde han brotado la mayor cantidad de estas movilizaciones recientes a nivel planetario.
Estas expresiones populares han representado un gran refrescamiento del clima político
regional, aunque parecen insertas en el escenario de lo que podría ser un largo período muy
contradictorio y conflictivo.

Las paradojas de estos tiempos que corren, probablemente se desarrollen entre aperturas y
clausuras de oportunidades, procesos, posibilidades. Cada ámbito, espacio, escala en disputa
es y será vital: derechos laborales, mega-proyectos extractivos detenidos, expansión de
economías locales comunitarias, bosques conservados, transiciones hacia energías
renovables, tierras recuperadas, políticas climáticas globales, revisión y moratorias del pago
de la deuda externa, organización popular para las luchas, y un muy largo etcétera.

Sin embargo, cuando pensamos no sólo en la imperiosa necesidad de un cambio civilizatorio,


de trascender el sistema histórico capitalista, sino también en los dramáticos escenarios que
podrían cambiar drásticamente las condiciones de vida en el planeta Tierra, se hace
necesario reconocer que nos encontramos ante una extraordinaria paradoja temporal
reflejada en el central dilema transición/ruptura (transformaciones paulatinas/cambio
radical), dilema que parece llegar a un punto de tensión máxima. Por un lado, la
transformación de una serie de patrones, infraestructuras, cosmovisiones, sistemas,
estructuras de poder, instituciones y tecnologías dominantes requieren de tiempos
relativamente prolongados para materializarse; por el otro, la posibilidad de que se desate
tanto un colapso sistémico como un planeta socio-ecológicamente hostil, exige un muy
rápido viraje en relación a las tendencias actuales. Las izquierdas y la amplia diversidad de
movimientos sociales, organizaciones populares y pueblos movilizados trazan diferentes
rutas para la transformación (locales, a través del Estado, orientado a lo simbólico,
territorializando, etc); sin embargo, todas se debaten, implícita o explícitamente, entre estas
diferentes temporalidades. Las opciones y caminos a tomar serán cruciales en el desenlace
de los acontecimientos próximos.

Esta época de confusión y desasosiego, nos deja con muchas más preguntas que respuestas,
y con una carga muy grande de incertidumbre. Los horizontes se difuminan, su visualización
parece bloqueada. ¿Qué es el futuro? ¿Cómo nos imaginamos el curso de la extraordinaria
crisis actual? ¿Cómo nos imaginaríamos el colapso del sistema global? ¿Qué pasa si
pensamos que ese colapso, antes que una ola gigante arrasando una ciudad (al estilo
hollywoodense), antes que la idea religiosa y literaria del “fin del mundo” o el “fin de los
tiempos”, es un largo período de crisis en la historia reciente de la humanidad en el que
cambian drásticamente las estructuras sociales y las condiciones de vida; pero en el que
sigue la vida bajo otras condiciones?

Creemos que estamos ya al interior de esta crisis. Estamos al interior del ‘futuro’, del cambio
climático, de los límites del planeta, de la extraordinaria crisis de los patrones energéticos y
los metabolismos sociales. Se trata de un proceso continuo, que sigue en desarrollo, aunque
lográramos en 10 años disminuir drásticamente las emisiones de gases de efecto
invernadero. Es necesario, vital, asumir esta interioridad nuestra en el ‘futuro’, aprender a
lidiar con ello, y repensarnos desde ahí. Algo que de ninguna manera implica que
transitaremos pasivamente una senda que ya está trazada. Más bien conviene recordar que
la muy alta carga de incertidumbre que determina al sistema global, supone también que
hay un camino abierto para la creación, para la producción de lo nuevo.

Las inesperadas e inspiradoras movilizaciones en Chile, al igual que las de Colombia, por
mencionar dos buenos ejemplos, muestran, por un lado, que las predicciones lineales y
deterministas se quedan cortas; el factor sorpresa desborda incluso a los propios actores que
están impulsando esos procesos. Por otro lado, reflejan cómo en la propia insubordinación
social, cómo desde el propio seno del conflicto, se producen también nuevos marcos de
relacionamiento y solidaridad, nuevas subjetividades, cargadas con potentes pulsiones de
vida e irreverencia. Incluso en los escenarios más adversos, se evidencia la sustancia y
emergen los factores constitutivos de lo común.

El nuevo tiempo político latinoamericano, en el que la fragmentación se vuelve normalidad,


en el que se revelan con mucha claridad los límites de los proyectos dominantes de las
izquierdas, en el que los grandes referentes se encuentran en crisis, y se avizoran enormes
obstáculos, parece señalarnos la vital importancia de re-centrar la política en torno a lo
común. Esto es, colocar en el centro, en el punto de partida, una política en consonancia con
la reproducción de la vida humana y no humana en el planeta Tierra, con la expansión de
redes de solidaridades y resiliencia; de celebración de la otredad, de la diversidad; de la
simbiosis y el mutualismo; de la defensa de una cosmovisión complementaria, holística,
inmanente y reproductiva; pero también de desafío colectivo al estadocentrismo y a los
inviables proyectos políticos dominantes.

No parece que el tiempo turbulento que nos toca transitar pueda ser sorteado con éxito sin
privilegiar una política del cuidado. Cuidar del otro (humano y no-humano), de esa otredad,
en defensa de la vida.

Antes que en el ‘fin de los tiempos’, estamos ante una particular historia que apenas
empieza.

*Emiliano Teran Mantovani es sociólogo y miembro del Observatorio de Ecología Política de


Venezuela

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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