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SOBRE EL AMANTAZGO Y LOS AMORES PROHIBIDOS

Lic. Oscar De Cristóforis

Una idea muy trillada sobre el amantazgo es denostarlo porque lleva implícito el
engaño y el daño que puede causar a un tercero. Son pocos los autores que a lo largo del
tiempo lo han defendido y, además, justificado, subrayando el papel trascendental que
puede asumir en determinadas circunstancias vitales, así también como el papel
protagónico en lo que ha sido llamado el “amor-pasión”. Porque tal vez de eso se trata, de
un tipo de amor que no está constreñido por normas sociales y religiosas, sino todo lo
contrario, librado a la libertad del deseo, trasgresor, creativo, impulsivo, arrollador...

Dos acepciones para amante de la R.A.E.: dos personas que se aman (dice H y M
pero hoy debemos incluir lo homosexual lo trans, en fin, lo queer), y la otra definición que
es la que constituye el amantazgo: dos personas que se aman en forma ilícita. Lo ilícito
sería la trampa (que se le hace a un tercero), el amor-pirata. Y precisamente porque está
teñido por lo prohibido, es que se hace atractivo para el deseo, de ahí su fuerza, su fuego
pasional. En la mayoría de los casos se corre el riesgo de que alguien (el/la tercero/a) salga
herido. Pero acaso ¿en el amor no se corre siempre el riesgo de que se acabe, que nos dejen
o dejemos de amar? Y cuando esto no es recíproco alguien sufrirá por ese desamor, ese
amor en fuga. Por lo tanto, en las “cosas del querer” siempre merodea el fantasma del dolor
(“amar-te duele”).

No siempre la trasgresión es infidelidad, es decir engaño a un tercero. También


puede suceder que se trate de una relación no permitida socialmente porque los restringe la
sociedad, los principios éticos o humanos, las culturas, las religiones, los lazos
consanguíneos, etcétera, pero que ambos no tengan simultáneamente ninguna otro vínculo
amoroso. Es el caso, por ejemplo, de personas que ostenten un status o jerarquía social de
algún tipo y que no sea bien visto que se vinculen con otras donde el protocolo, las reglas,
así lo establecen, o individuos de distintas religiones cuyas familias desaprueban
rígidamente la unión, o por marcadas diferencia de edad, el paciente que se enamora de su
médico, las relaciones homosexuales con mucha frecuencia aún, la inter-racialidad, el matiz
incestuoso, etc.

¿Se trataría sólo de deseo sexual y de ganas de romper con las reglas preestablecidas
como un acto de rebeldía, y no de amor verdadero? ¿Quién podría contestarlo y afirmarlo
taxativamente? Habrá que verlo caso por caso, porque en las cuestiones del amor todos los
papeles se queman (¿será por las mismas llamas con que se lo simboliza?).

Los triángulos amorosos existen desde tiempos inmemoriales. Más, diría que son
precisamente de los que se habla, que se los recuerda y trae a colación permanentemente.
Es decir que eso algún sentido tendrá. Creo que balizan la manera en que el amor puede

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desarrollar toda su intensidad, su fuerza vital. Son los amores que han dejado temas para la
reflexión, para extraer enseñanzas…

Amor y trasgresión

La transgresión es un gesto que concierne al límite, transgresión y límite se implican


mutuamente. Pero transgredir, por ejemplo para Bataille, no consiste en oponerse al límite o
en negarlo, sino, más bien, en lo contrario, en afirmarlo. La transgresión, es un gesto de
profanación en un mundo que ya no reconoce ningún sentido positivo a lo sagrado.

“La actuación transgresora puede ser entendida como pasaje al acto, constituyéndose en
la pretensión de eludir las demandas, regulaciones y las coacciones que el Otro de la
cultura impone al sujeto”.

Nos encontramos con un goce en el cual se pierde el sujeto de la palabra. El goce,


ubicado en el más allá del Principio del Placer, representa un exceso, una exacerbación de
la satisfacción pulsional: se trata del ámbito de la pulsión de muerte, que mediante la
repetición instaura la búsqueda del objeto perdido, el intento "alocado" por reencontrarlo.
La compulsión a drogarse, a cometer ilícitos, por parte de adolescentes, supone instituir un
recurso para obturar la falta y eludir la angustia de castración. Estas actuaciones emergen
allí donde no se puede apelar a la palabra ante un afecto desbordante (pánico, terror, etc.),
que torna imposible el procesamiento psíquico. El sujeto queda a merced del goce del Otro;
el lenguaje se rebela impotente para poner límite a dicho goce.

Las actuaciones transgresoras llevan la marca de la desmentida (escisión del Yo);


desestimando también los peligros y riesgos, ya que la propia vida se pone en juego.

La palabra es el instrumento que posee el sujeto para producir la separación respecto


del Otro primordial, o poner límite a su goce. Si la represión primaria opera
adecuadamente, el Nombre del Padre hará límite al deseo de la madre. En las denominadas
patologías del acto, entre ellas, las actuaciones transgresoras, el déficit en la tramitación
psíquica, reconducen al sujeto a ser objeto del goce del Otro ( Hugo H. Loureiro)”

Pero no siempre los “amores clandestinos” son trasgresiones del tipo mencionado
anteriormente. Algunas veces funcionan como “un antes y después” en la vida de las
personas, como un giro importante que modifica una vida rutinaria, monótona, vacía…
Algunas historias tienen buen desarrollo y mejor final, y otras son catastróficas, como la
ocurrida al filósofo Abelardo, que perdió los testículos por enamorarse de Eloísa, su
alumna adolescente.

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Triángulos amorosos que se remontan a los tiempos del Olimpo. Zeus sembró la
tierra de hijos legítimos, dioses o semidioses, que hacían tronar el reinado que compartía
con Hera, su esposa-madre-reina del hogar.

En el antiguo Egipto, Ramsés II, ya a los15 años tuvo esposa y doce concubinas.
Hasta llegó a casarse con una hermana y con tres de sus hijas. Lo que nos muestra el
carácter epocal y cultural de lo que será tildado como trasgresión y/o prohibido.

Con el correr del tiempo y fuera de la mitología y los tiempos antiquísimos, la


institución del amantazgo continuó a prueba de progresismos confesionales y leyes de
divorcio.

Me gustan algunas citas encontradas en el blog de Daniel Belfiore (hoy censurado


¿por qué será?), que se refieren a estos amores poco aceptados, que permanecieron muchas
veces ocultos, pero que suelen tener una atracción especial por la relevancia de sus
protagonistas.

Wolfang Göethe es considerado el padre de la poesía alemana y uno de los más


grandes genios de la humanidad, tenía 78 años cuando se enamoró de Ulrica de
Lewet¬Zow, quien apenas había cumplido 16. ¬-Por esa época, Göethe escribió en una
carta: «Confieso voluntariamente que desde hace mucho tiempo no gozaba semejante salud
de cuerpo y alma».

En El libro de arena, Borges narra una historia con visos autobiográficos sobre el
amor que vivió con una jovencita muy culta, que se truncó accidentalmente y que se
convirtió en un recuerdo imborrable y melancólico. El cuento —justamente, y en obvio
homenaje a Göethe— se titula: Ulrica. En todo caso, Borges no se contentó con fantasías
literarias y a los 75 años, con María Kodama de 25, las convirtió en reales.

Dostoievsky tenía 40 años y muchas deudas cuando se casó con su taquígrafa Ana
Grigorievna, de 20. Está debidamente probado, que este matrimonio fue la condición
necesaria y suficiente para que el maestro ruso produjera una de las más grandes obras
literarias de todos los tiempos. En especial, porque la jovencita Ana era mucho más sensata
que él para la sobrevivencia en general y para las negociaciones con los editores en
particular.

Fue tildado como una aberración que Edgar A. Poe se casara con su prima Virginia
Eliza Clemm. Pero el revuelo no se debía sólo a la condición incestuosa de la relación (con
esto ya había bastante, sin embargo): Poe tenía 27 años, y Virginia 13. El vínculo sanguíneo
y la pre adolescencia de ella representaban una combinación intolerable. No obstante, la
admirable y generosa suegra-tía consintió de buen grado la unión, que se caracterizó por el
más profundo y tierno amor que pueda profesarse en un matrimonio. Desgraciadamente
duró apenas once años porque, inesperadamente, Virginia falleció de tuberculosis. Poe no

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se repuso nunca de esta pérdida y se volvió alcohólico. Su obra refleja la tragedia en varios
cuentos y poemas bellísimos, hoy clásicos de clásicos.

A Petrarca le bastó ver una sola vez a la dulce Laura de 12 años para inspirar todos
sus sonetos. Y quizás no fue casual que Dante estaba a punto de descender a los infiernos
(para escribir La Divina Comedia) cuando se enamoró de Beatriz, quien todavía no había
soplado más de 9 rosadas velitas.

Pedro Abelardo era un prestigioso intelectual del siglo XII, y era rico. Tenía unos 35
años cuando aceptó transmitir en forma particular sus conocimientos a la talentosa Eloísa, a
la sazón, menor de edad. Ella se despidió amorosamente de sus padres y emprendió un
largo viaje para hospedarse en la casa de su tío, quien la cuidaría mientras estudiaba con el
filósofo. Pero, la alumna y el profesor, se enamoraron. Como también era previsible, el tío
se enteró. De inmediato, le prohibió a Eloísa seguir con las clases y empezó a preparar las
valijas para regresarla con sus padres. Desesperados, los amantes se encontraron
clandestinamente. El tío se enteró otra vez. Reunió a unos compinches, esperaron que
Abelardo quedara solo, de madrugada se dirigieron a la casa, lo sorprendieron durmiendo,
lo aferraron entre cuatro y lo castraron. Los gritos de Abelardo se oyeron en toda la
comarca francesa. Eloísa se ordenó monja. Abelardo se internó como laico en un
monasterio; no volvió a crear un sólo libro de lógica y, antes de abandonar para siempre la
poesía, escribió su última obra, autobiográfica: Historia calamitatum.

Jean Paul Belmondo, acababa de casarse a los 69 años, y asistió a la ceremonia


religiosa apoyado en un bastón y en el brazo de su novia de 41 (para asfixiar a los
maldicientes: hacía trece años que convivían en total armonía). Ives Montand tenía 66 años
bien cumplidos cuando enamoró a Carole Amiel de 29. Frank Sinatra ya era un cincuentón
(a quién le importaba, si su voz estaba intacta) y Mia Farrow tenía 20 añitos y apariencia de
niña. Humphry Bogart se casó a los 44 años con Laureen Bacall de 19, y —según los
testigos íntimos— fueron felices. Jerry Lee Lewis, la estrella del rock and roll de la década
de los cincuenta, había superado los 30 años de edad cuando se casó con su prima Marion
de 13 (fue un escándalo: provocó ríos de tinta amarilla, documentales y el famoso
largometraje Bolas de fuego protagonizado por Denis Quaid). Gardel tenía 34 años cuando
se comprometió con la boquiabierta y enamorada Isabelita del Valle que tenía 14 (cuentan
que se llevaban muy bien). ¿Hoy hablaríamos de pedofilia?

Son llamados también “amores prohibidos”, esas relaciones de pareja que se inician
previa existencia de condiciones particulares: diferencias de religión, económicas,
culturales, sociales, étnicas y hasta de edad, y por eso se mantienen en el secreto, la
clandestinidad y reciben, por lo general peyorativamente, el nombre de amantazgo.

Pero en realidad estos amores “prohibidos” no se resignan ni se terminan por el


castigo social que existe, todo lo contrario, tratan de seguir adelante y crecer contra todo lo
que se le cruce en el camino. Lo que sienten sus protagonistas es una mirada social que los
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discrimina y los acusa como culpables. Por eso estos amores deben tener una doble pelea:
primero contra el desgaste común de cualquier relación y segundo contra todo el círculo
que los rodea que califica a esa relación como un tema tabú.

Se calcula que cada año miles de sacerdotes católicos en todo el mundo abandonan su
oficio a fin de formar o tener abiertamente pareja.

Afortunadamente, ninguna de las historias contemporáneas ha tenido un final tan


trágico como la que narra la película Camila (1984), de la fallecida directora argentina
María Luisa Bemberg y con Susú Pecoraro e Imanol Arias en los papeles protagónicos.

El filme cuenta la historia de amor de Camila O'Gorman, una joven de acaudalada


familia que en 1847 se escapó junto al sacerdote jesuita Ladislao Gutiérrez. Los amantes,
perseguidos y arrestados por otro sacerdote, fueron detenidos y fusilados el 18 de agosto de
ese año. Camila tenía 20 años y estaba en avanzado estado de gestación: su muerte
acrecentó la impopularidad del dictador argentino Juan Manuel de Rosas.

En la literatura y en el cine abundan relatos de amores prohibidos entre miembros


del clero y laicos. El crimen del padre Amaro, novela escrita por el escritor portugués José
María Eça de Queiroz, causó gran controversia cuando se publicó a fines del siglo XIX. El
libro narra la historia ficticia de un joven sacerdote que cae en los tentadores brazos de la
bella Amelia, De la novela pocos se acuerdan pero muchos han visto la película mexicana
basada en ella, que fue protagonizada por Gael García Bernal y Ana Claudia Talancón. El
filme de 2002 también originó pedidos de prohibición por parte de miembros de la Iglesia
Católica en México.

La habilitación de sexo con personas -técnica y socialmente prohibidas- puede


convertirse en una experiencia inigualable, acaso la mejor o la más contundente, la más
espectacular de nuestra historia y la que más recordaremos por siempre jamás.

Ya OVIDIO en el siglo uno A.C. se refería a estos temas: “…Aquella es casta que
no lo es por miedo, y la que no peca por falta de ocasión, es como si pecara. Si tu vigilancia
preserva el cuerpo, su mente se goza en el adulterio, y nadie alcanza a vigilar a la que
rechaza los guardianes. Aunque asegures bien los cerrojos, no aprisionarás el pensamiento,
y después de despedir a todos, el adúltero se quedará dentro de casa. El que puede faltar sin
miedo, falta menos, y sus apetitos languidecen por la misma libertad que goza. Óyeme, cesa
de irritar el vicio con la persecución; lo vencerás más fácilmente con una obsequiosa
complacencia”

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