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Domingo Gaudete: Domingo de Gozo, Alegría

En la liturgia preconciliar se denominaba a este día como el domingo "Gaudete". Esta característica sigue
vigente. La homilía de hoy debería ser una vibrante invitación a la alegría porque el Señor vino, viene,
vendrá. Ello es lo que da base no sentimental sino real -de fe- a las palabras de san Pablo: "Estad siempre
alegres". La condición cristiana es un camino de alegría. Porque es el camino de Dios con nosotros.

Alegría y Trabajo. Quizá sea éste el mensaje de este domingo de Adviento, ya en la proximidad de la
celebración de la Navidad. Con una base bien firme, una base de fe: el Señor vino, el Señor viene, el
Señor vendrá. Ello provoca dos reacciones que podrían parecer distintas pero que tienen una idéntica
fuente: una reacción de alegría y una reacción de trabajo. Alegría ya que, más allá de todo lo que de
negativo hay en nuestra vida, es más fuerte, más sólido, lo que hay de positivo. Porque el Señor está
entre nosotros ("en medio de vosotros hay uno que no conocéis": a menudo también nosotros no le
reconocemos, pero está en nuestra vida, y ello debe ser fuente poderosa de confianza, de esperanza, de
alegría.

Y también reacción de trabajo. De nuevo escuchamos hoy la invitación: "allanad el camino del Señor". Si
nos abrimos a la alegría por la venida constante de Dios, ello implica un asociarse a favorecer esta venida.
Es decir, a trabajar por su venida, a liquidar los obstáculos que la impiden, a desbrozar el camino, a
impulsar su presencia de amor, de justicia, de libertad y bondad en cada uno de nosotros y en todas las
situaciones que vivimos. El Adviento, y quizás más cuando más se acerca la Navidad, es una vibrante
llamada a abrir con toda confianza, pero también con todo esfuerzo -sin quedarnos en la superficie, sino
con un intento de ir a fondo- este camino del Señor.

"Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno". También esta exhortación del apóstol Pablo en la 2a.
lectura de hoy podría servir para proponer una útil reflexión en este domingo de Adviento. Porque incluye
aquello que constituye el mensaje moral cristiano para esta etapa de camino que es la vida en la fe y en la
esperanza del cristiano: no vivir fuera del mundo, sino en un mundo en el que se ha hecho presente -muy
activamente- el Señor, pero que no es el fin sino camino que construye la futura plenitud. La pregunta,
ahora, es: ¿cómo vivir en el mundo haciendo camino hacia el Reino? La respuesta de Pablo está preñada
de sentido: "examinadlo todo, quedándoos con lo bueno". Es decir, no hay exclusiones previas, no hay
normas que resuelvan a priori los problemas; es preciso vivir en el mundo, pero sabiendo juzgar, sabiendo
criticar, para descubrir "lo bueno". Y el criterio es el del Evangelio: será bueno todo aquello que conduzca
hacia el Reino, es decir, hacia más amor, más justicia, más fraternidad...

Allanar el camino del Señor es sacar de nosotros todo aquello que no responda a este progreso hacia el
Reino, es favorecer -abrirse- a todo aquello que nos conduzca hacia el Reino.

Quizá se podría proponer, quince días antes de Navidad, un examen que cada uno pueda hacer en la
realidad de su vida: ¿sabemos rechazar lo que es obstáculo al camino, sabemos adherirnos
entusiásticamente a lo que favorece este camino de Dios en nuestra vida? Un examen que sería una útil
preparación para la Navidad, para la celebración de la venida -ayer, hoy, mañana- del Señor a la concreta
vida de cada uno y de todos.

Anuncio de libertad. Aún otro aspecto que podría hoy comentarse es el de anuncio de libertad que
presentan las lecturas de este domingo. Sin duda siempre, también en nuestra sociedad, el hombre
anhela una auténtica libertad, no sólo jurídica sino real, personal, que posibilite una realización humana
sin estar encarcelado por los condicionamientos económicos, sociales, culturales. A menudo olvidamos
los predicadores que el Evangelio es un anuncio de libertad (quizá por un excesivo temor a ser mal
interpretados, debido al abuso frecuente de la palabra libertad).

Lo escuchamos hoy en la primera lectura, con unas palabras que Jesucristo hizo suyas para definir su
misión: "proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad". Esta es la Buena Noticia que
nosotros debemos proclamar y realizar. ¿Cómo lo hacemos? La venida del Señor es liberadora y por ello
es fuente de alegría. Los cristianos no podemos dejarnos arrebatar la bandera de la libertad. No temamos
las acusaciones que puedan hacérsenos (Jesucristo fue crucificado porque -decían- "revoluciona al
pueblo"). "No apaguéis el Espíritu" dice Pablo. Y el Espíritu es de libertad. Por eso, porque tenemos este
Espíritu de libertad debemos estar siempre dispuestos para la Acción de Gracias. Porque es un don que
nos abre a la vida.

En este tercer domingo de Adviento aparece la figura de Juan con un nuevo perfil. Ya no vemos al áspero
predicador de una urgente conversión, ni al ministro de un bautismo de penitencia, sino al testigo. Un
testigo es el que da fe ante los demás de lo que personalmente conoce. "Ser testigo de Jesús es crear
misterio en torno a la propia persona. Es hacer que la vida resulte absurda si Dios no existiera" (Card.
·Suhard).

Los mártires se llaman "testigos" y el martirio se llama "testimonio": Los cristianos, y especialmente los de
vida consagrada a la práctica de los consejos evangélicos, son también testigos de Jesucristo ante el
mundo, porque su vida es un misterio para los no-iniciados. ¿Qué sentido tendría su vida sin relación a
Cristo? Dar testimonio de Jesús puede ser sinónimo de erguirse en solitario contra la corriente del tiempo,
con riesgo de incomprensión y del ridículo. En una sociedad secular no es fácil creer en Dios
impunemente.

La vida de Juan resultaba misteriosa y por eso provocaba curiosidad e inquietud. A la delegación venida
de Jerusalén para preguntarle oficialmente quién es, responde Juan negando ser él Elías o el profeta que
ellos esperan. Él no es más que una voz que lo anuncia, un testigo. Ese profeta esperado está ya
presente y vive desconocido en medio de ellos en la persona de Jesús de Nazaret. Sólo falta descubrirle y
creer en él. Dada la fuerte tensión de espera, la pregunta de los enviados a Juan está llena de sentido:
¿eres tú? Y la respuesta de Juan también: yo no lo soy, pero lo tenéis ya presente entre vosotros.
Lo que sucedía entonces "al otro lado del Jordán" sucede hoy a "este lado", porque Betania es la patria de
todos los que no reconocen a Dios teniéndole a su lado. Nuestra situación y la de entonces no son tan
diferentes. Entonces, lo mismo que ahora, había muchas mentes llenas de dudas y esperanzas.

Cualquiera que se presentara, o se presente, con un mensaje de liberación provoca automáticamente la


admiración y la pregunta: ¿eres tú el que nos ha de salvar? Explícitamente se guardan bien de pedir un
mesías divino. Esos profetas pueden llamarse Marx, violencia, seguridad, comodidad, droga, sexo...

A todos se dirige el testimonio de Juan: eso no es lo que os ha de salvar. En medio de vosotros está el
verdadero libertador a quien vosotros, sin embargo, no conocéis o no queréis conocer. La iglesia tiene la
misión de ser testigo y señalar dónde está.

Él está en el que sufre, en el marginado, en el inocente... lo mismo que estuvo en la forma de jardinero
ante la Magdalena, de caminante con los de Emaús, de desconocido a la orilla del lago haciendo desde
lejos señales a los afanados discípulos.

Debemos abrir los ojos y el corazón para descubrir su presencia. Estar abiertos a lo nuevo, a lo
inesperado, porque Dios viene cuando menos se piensa, ahora lo mismo que entonces. Él es siempre el
gran Otro, el inesperado a pesar de todas las esperas y esperanzas. Su presencia como su reino, es ante
todo espiritual, invisible, interior. Esa es la condición de Dios para nosotros mientras peregrinamos hacia
la plenitud de la luz.

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