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Panorama del arte haitiano

hilippe Thoby-Marcelin, autor (en colaboración con su

hermano Pierre) de Canapé Verde, La bestia de Mus­

P seau, El lápiz de Dios, y otras novelas traducidas al

castellano y al inglés, acaba de editar un Panorama del arte

haitiano, donde traza la historia del extraordinario floreci­

miento pictórico que se observa en su país. Sabemos que

hay, en Haití, un equipo de pintores, cuya obra es conocida

en los Estados Unidos y en Europa y a la que se han consa­

grado numerosas monografías. ¿pintores primitivos? Así se

ha convenido en llamarlos, aunque mejor sería calificarlos

de populares y espontáneos. Porque algunos demuestran

una habilidad en el manejo del color, en la gracia de las en­

tonaciones, en la riqueza de sus materias, que no estamos

acostumbrados a encontrar en las telas de los «primitivos»

modernos. La verdad -nos advierte Thoby-Marcelin- «es

que todos saben muy bien lo que hacen. Por lo demás, sea

en notoriedad o en dinero, todos aspiran a · ser recompen­

sados por su esfuerzo. ¿No era Rodman quien apuntaba

ya, en 1 9 4 7 , que esos pintores comenzaban a considerar la

pintura como una profesión más lucrativa que la agricultu­

ra o el oficio de tendero?».

Ya se hacía pintura y escultura durante el siglo xrx haitia­

no. Pero se trataba de un arte académico -alegorías, esta­

tuas de próceres, asuntos históricos- en que solo se trataba

de remedar algún modelo europeo. Hubiérase dicho que

los p i n t o r e s h a i t i a n o s no buscaban u n a expresión pro­

pia cuando, en 1 9 4 3 , un profesor norteamericano, DeWitt

Peters -a quien la república de Haití ha colmado de hono­

res, desde entonces- llegó casualmente a Port-au-Prínce. ·

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Conquistado por el trópico, por su vegetación magnífica y

sus atardeceres suntuosos, el visitante no tardó en advertir

que en el pueblo haitiano había un extraordinario potencial

de intuición plástica. «Haití solo necesita una chispa -es­

cribía en aquellos días. Dadme solamente una oportunidad

-una escuela de pintura y de escultura, una sala de expo­

siciones, un hogar donde los artistas en ciernes puedan en­

contrarse y hallar un estímulo--y veréis cómo surgen artis­

tas del trasmundo de las colinas, cómo crecen los árboles

sobre un terreno pedregoso». Pronto quedó creado el Cen­

tro de Arte de Port-au-Prince, semillero de artistas surgidos

de la masa popular, que hoy han visto sus obras expuestas

en Nueva York, Berlín, París, La Habana, S á o Paulo, y mu­

chas otras ciudades -entre ellos un Héctor Hyppolite, que,

antes de posesionarse de la paleta, había desempeñado el

solemne oficio de houngan o sacerdote del vodú.

Thoby-Marcelín-destaca el importantísimo papel desem­

peñado por el crítico cubano José Gómez Sicre en la difu­


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sión de aquel arte peculiar, dotado de un acento propio, que '·

constituye por su riqueza, una manifestación única en el .,

panorama de la plástica americana. Por lo demás, el pú­

blico haitiano concurre a las exposiciones de sus pintores

en multitud compacta. Hay aficionados que no vacilan en

pagar quinientos dólares por un lienzo -lo cual, en mone­

da haitiana, resulta una suma considerable. Y en cuanto al

hombre de la calle . . . escuchemos esta anécdota narrada

por el propio De\Vitt Peters: «Hace algún tiempo, habíamos

enviado un cuadro al taller del enmarcador, pidiéndole que

lo devolviera cuanto antes. Pocos días después, al escuchar

un clamor en la calle, nos asomamos a las ventanas del

Centro de Arte, viendo cómo dos hombres llevaban en alto

una pintura que no había sido envuelta. Una multitud, ju­

bilosa de admiración, los seguía . . . ¿Dónde veríamos algo

semejante en el mundo de hoy? ¿Dónde, si no en la Italia

del Renacimiento, hubiérase visto una multitud aclamando

un cuadro paseado por las calles» . . .

El Nacional, Caracas, 8 de febrero de 1 9 5 7 .

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