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Cuadernos. Un nombre extraño para lo que es, sin otra cosa, una simple llamada a las
palabras, un deseo de que el texto –la escritura, entonces- cobre vida.
Un anhelar que, en una espiral envuelta en medio del vacío, del blanco, sólo diga y sea
la posibilidad de su misma creación. Sin embargo, este acontecimiento –pensar, hablar,
escribir- se basa radicalmente en una ansiedad de las palabras que habitan en dicho
texto, una ansiedad feliz o acuciosa, tanto proyectada en las palabras como recibida de
ellas, deliberadamente manifestada en el uso del lenguaje y que atestigua una relación
con el mundo que yo me cuestiono de la manera más intensa.
Cuadernos. La palabra francesa, Carnets –y este es un libro que, creo, le debe no pocas
cosas al pensamiento francés- nos llevaría hacia una libreta de direcciones. Todo esto
esconde, en verdad, una paradoja que no debería poderse desentrañar sólo en un texto
real, por muy meritorio y útil que este fuese. Se trata de una empresa diferente –la de
pensar, pero además pensar de nuevo- estricta, aunque no fácil: evocar referentes, temas,
un marco o su configuración misma. Estos caminos del pensar – Cuadernos, como he
dado en llamarlos- obedecen a una vocación concreta, concreta y suficiente, para dar
testimonio de lo que le ha sucedido al pensamiento, de lo que le ha sucedido a nuestra
cultura desde hace ya tanto tiempo.
Decía Camus, al hablar del insigne Brice Parain, que su originalidad era haber hecho del
lenguaje una cuestión metafísica, la raíz, aún más, de toda metafísica.
Por eso hablar. Porque existe una cuestión cardinal que atañe al valor mismo de las
palabras que pronunciamos. No encontrará nadie aquí disquisiciones sobre la verdad o
la mentira. No es función mía -¿de quién lo es?- disponer si nuestro lenguaje es cierto o
falso. Sólo agradecer, en fin, que haya lenguaje, que haga falta hablar. Todo esto que
prevalece en los límites del lenguaje y lo que le sigue, que es el silencio en sí mismo, es
también un contrapunto, como si se tratara de anclar una investigación ontológica.
Valgan estos esbozos, pues, como intento de afirmar que sólo las palabras existen
realmente, que sólo ellas dan acceso a la existencia, y que por lo tanto, probablemente
por sí solas, confieren la existencia al mundo y a quienes lo habitamos.