Вы находитесь на странице: 1из 3

INICIO DE PALABRA

Cuadernos. Un nombre extraño para lo que es, sin otra cosa, una simple llamada a las
palabras, un deseo de que el texto –la escritura, entonces- cobre vida.

Un anhelar que, en una espiral envuelta en medio del vacío, del blanco, sólo diga y sea
la posibilidad de su misma creación. Sin embargo, este acontecimiento –pensar, hablar,
escribir- se basa radicalmente en una ansiedad de las palabras que habitan en dicho
texto, una ansiedad feliz o acuciosa, tanto proyectada en las palabras como recibida de
ellas, deliberadamente manifestada en el uso del lenguaje y que atestigua una relación
con el mundo que yo me cuestiono de la manera más intensa.

Cuadernos. La palabra francesa, Carnets –y este es un libro que, creo, le debe no pocas
cosas al pensamiento francés- nos llevaría hacia una libreta de direcciones. Todo esto
esconde, en verdad, una paradoja que no debería poderse desentrañar sólo en un texto
real, por muy meritorio y útil que este fuese. Se trata de una empresa diferente –la de
pensar, pero además pensar de nuevo- estricta, aunque no fácil: evocar referentes, temas,
un marco o su configuración misma. Estos caminos del pensar – Cuadernos, como he
dado en llamarlos- obedecen a una vocación concreta, concreta y suficiente, para dar
testimonio de lo que le ha sucedido al pensamiento, de lo que le ha sucedido a nuestra
cultura desde hace ya tanto tiempo.

Volver a pensar sobre lo escrito siempre es un acto de hacer memoria, de guardar y


organizar la huella de todo lo que se manifestó en nosotros a través de la presencia
sucesiva o simultánea de personalidades que se atrevieron a pensar o escribir lo que aún
no se había pensado o escrito, aquello que falta.

Hay en estos Cuadernos, por tanto, el descubrimiento de un horizonte (un casual


devenir-testigo del viaje) que señala la realidad del tiempo del pensamiento, del
discurso, de la acción toda vez que evitemos el peritaje tentador, precipitado e ilusorio
del propio pasado. Testificar tal cosa es asistir al desvelamiento de ese algo del que
nunca podemos escapar: que lo escrito y lo pensado no aparecen sino a través de una
palabra siempre reinventada, incluyendo la eternidad del discurso y lo que está en juego,
o incluso, forzándolo, la de sus temas. No hay, pues, un discurso totalizador o triunfal,
sino que ese tiempo primordial y silencioso que intentamos evocar es, sin duda, otra
forma de pensar, pero también de agradecer, de reconocer. Esa es nuestra gratitud hacia
los que hablan y que liberan así, incluso, nuestra modesta palabra. Pero nuestra, al fin y
al cabo, palabra.

Decía Camus, al hablar del insigne Brice Parain, que su originalidad era haber hecho del
lenguaje una cuestión metafísica, la raíz, aún más, de toda metafísica.

Por eso hablar. Porque existe una cuestión cardinal que atañe al valor mismo de las
palabras que pronunciamos. No encontrará nadie aquí disquisiciones sobre la verdad o
la mentira. No es función mía -¿de quién lo es?- disponer si nuestro lenguaje es cierto o
falso. Sólo agradecer, en fin, que haya lenguaje, que haga falta hablar. Todo esto que
prevalece en los límites del lenguaje y lo que le sigue, que es el silencio en sí mismo, es
también un contrapunto, como si se tratara de anclar una investigación ontológica.

Hay aquí un desprendimiento del conocimiento ya constituido, un acto pequeño de


valentía en el intento de saber, hacer y esperar –tratando de no confundir o separar estos
pasos- en el estrecho y contingente espacio de tiempo en el que hay para nosotros
presencia y presente. No son casuales ni caprichosas, debo añadir, la diversidad de
disciplinas, escritos y opiniones aquí presentes, sino que esa diversidad es la cara única,
sin desdobles ni duplicidades, del pensamiento original y libre. Esta no es una lección.
Es la prescripción de las palabras del pensamiento, sin embotar sus requerimientos por
un límite o alterarlos por una restricción. Es el fruto de una investigación lectora que se
extiende a lo largo de muchos años y que permanece, por tanto, estrechamente ligado a
la historia de mi vida, con la historia, por añadidura, del pensamiento y las artes.

El objeto poético, el psicoanálisis, el lenguaje después de la catástrofe de Auschwitz, el


secreto ontológico de Boutang o la escritura de Blanchot, por aludir a cinco calas
fundamentales en este primer volumen de los Cuadernos, reúnen no pocas cosas en
común, siendo la inicial y la más significativa, por ende, el sentido de lo metapoético –
el lenguaje y lo que hay detrás de ese Acto Creador que es él mismo-, dando cuenta de
la relación que quien escribe –habla- mantiene con lo escrito –hablado- en la dinámica
misma de su creación. Las palabras en su concepción del lenguaje, no en la medida en
que se utilizan y trabajan, sino en la medida en que reflexionan dentro del propio texto
sobre el papel que desempeñan en nuestra relación con el mundo, e incluso en nuestra
relación con lo que está más allá de nosotros mismos.

Como en un anhelo unívoco de libertad, permanezco del lado de la literatura y el


pensamiento filosófico que me han acompañado estos años, casi como restos del
naufragio de cada lectura y cada pesquisa. He querido ponerlos en continuidad con lo
que entiendo que debe ser lo mejor de nuestra civilización: aquello que consiste en ir
moderando el caos, en eximirnos de vacías colectividades. El Pensamiento incrementa
la libertad y se construye –a veces por imperativo de la Historia- sobre la Belleza.

Valgan estos esbozos, pues, como intento de afirmar que sólo las palabras existen
realmente, que sólo ellas dan acceso a la existencia, y que por lo tanto, probablemente
por sí solas, confieren la existencia al mundo y a quienes lo habitamos.

No hay, creo, ni puede haber, intención más decorosa.

Вам также может понравиться