TERCERA EDICION
S E V E fí l A L A M P 1 A G
HOMBRES
QUE VUELVEN
A LA IGLESIA
K. P. F. S. A.
M A D R I D - M CMl il!
I N D I C E
Página».
I n t r o d u c c ió n ..................... 9
V. G.· YEBRA.
I N T R O D U C C I O N
(1) Téngase en cuenta que este libro apareció por primera ve*
en Alemania en 1935. (N. del T .)
.sRVKHIN bAMIMW;
D
u rante
cuencia, sin quererlo yo, a las luchas de mis con*
temporáneos en torno a la fe, que podría escri
bir un grueso volumen, y seguramente muy rico en con
clusiones, sobre los motivos tan diversos, y a veces en ex
tremo peregrinos, que han dado ocasión tanto para la fe
como para la incredulidad. Al volver hoy. próximo a cum
plir los sesenta y siete años, la mirada sobre mi evolución
confesional, tengo que reconocer su célula primitiva en el
siguiente acontecimiento: Siendo joven estudiante de Teo*
logia evangélica, pasé mis dos primeros semestres en Leip
zig, durante los cueles frecuenté la casa del canónigo pro
fesor Dr. Cristóbal Ernesto Luthardt, ingenioso y autori
tario jefe del luteranismo ortodoxo de entonces, entrando
y saliendo como un hijo. Como él se dignó honrarme per
mitiéndome colaborar en la redacción de su influyente
«Allgemeine Evangelisch-IiUtherische Kirchenieitung*, pu
de, con este motivo, asistir a las doctas conversaciones que
él sostenía regularmente con su colega el Dr. Franz De
litzsch, el judío más grande de su tiempo y genial tra
ductor del Nuevo Testamento al hebreo (con miras a la
«
40 SEVERIN LAMPING
T
UVE
orientado de una manera notablemente abstracta,
y un vivo interés, ya desde muy niña, por las
materias del conocimiento suprasensible. En la misma
escuela sentía atracción hacia las disciplinas abstractas,
apartándome más o menos de las concretas. Este inte
rés por lo abstracto fué alimentado en mi casa paterna
por la literatura filosófica y recogido transitoriamente por
la enseñanza religiosa protestante, que, en mi ciudad na
tal, alcanzaba, teóricamente, un nivel muy elevado. Pero
ni mi familia era ortodoxa en religión, ni yo sentía una
necesidad imperiosa en este sentido. Me era fácil abis
marme durante horas enteras en la consideración de lo»
atributos de Dios, de los misterios de la Trinidad y de
la doctrina de la gracia; en cambio, la aplicación mora-
lizadora de las verdades dogmáticas y, sobre todo, la pie
dad sentimental de los evangélicos, que acompaña a
aquélla, llegaban incluso a causarme repugnancia. Donde
ésta llegó al extremo fué ¡en un pensionado de Hermanos
Moravos, al que se me confió por seguir una vieja tradi
ción familiar.
Por lo demás, fué también allí donde por vez prime-
52 SEVERIN LAMPING
L
A guerra y el tiempo de la postguerra me habían he»
cho vacilar en mi fe. Serios intentos de volver nue
vamente a ella fracasaron al principio. El capellán
berlinés Fahsel, a quien yo me había dirigido por con
sejo del Dr. Seipel, habló un día casualmente de Kon-
nersreuth y me contó algunas cosas sobre Teresa Neu
mann, que yo me negué rotundamente a creer. Cuantas
noticias se habían publicado acerca de los fenómenos de
Kónnersreuth carecían antes para mí del más mínimo in
terés. Pero ahora parecía ofrecérseme «na posibilidad de
recobrar mi perdida fe. El capellán Fahsel me allanó el
camino, y un viernes me encontré junto a él y con el
párroco Naber en la humilde habitación de la casa Neu
mann.
Teresa yace en el lecho; su rostro está tan blanco como
su bata de dormir y su pañuelo de la cabeza. Sus ojos
están cerrados; un ancho reguero de sangre mana de la
frente y se une sobre ellos. En el pañuelo de la cabeza,
ocho grandes manchas de sangre, de la corona de espinas:
sobre el lado izquierdo del pecho, otra amplia mancha de
sangre, de la herida del corazón: en las manos, los estig
mas. Y he aquí que Teresa se sienta en el lecho, tendidos
los brazos hacia delante, con un extraño movimiento de
los dedos y un gesto en el rostro que ni la más consuma
da actriz podría conseguir jamás: dolor, agitación, tor
mento, júbilo, entusiasmo y otra vez dolor fulguran sin
transición sobre este rostro; las manos acuden a la cabeza
para sacar las espinas, y mana sangre de la frente hasta las
61- SEVERIN LAMHNt;
L
AS
tismo al catolicismo quedan muy atrás, en los años
de mi niñez, casi pudiera decir de mi nacimiento.
Vi la luz del mundo en una importante ciudad de Sui
za, siendo el primer fruto de un matrimonio mixto. Aun
que mi padre, que era protestante, otorgaba a mi católica
madre plena libertad en materia de fe. exigía que sus
hijos fueran bautizados en la Iglesia protestante. Tan pron
to como empecé a hablar, me enseñó mi madre las ora
ciones católicas y me dió, lo mejor que pudo, una educa
ción católica. Por eso fué siempre para mí motivo de ale
gría asistir, en mÍ6 primeros años escolares, con mis con·
discípulas católicas a la catcquesis, lo cual permitía, por
su parte, el sacerdote que entonces había en nuestro dis
trito.
Fué por el año 1910 cuando las niñas con quienes yo
asistía a la catequesis llegaron a la edad en que se hace la
primera confesión, y entonces se produjo en mi evolución
religiosa un cambio repentino y desfavorable. El párroco
que gobernaba la iglesia católica dentro de cuyo distrito
vivíamos nosotros exigió que yo fueTa bautizada de nue
vo condicionalmente, para poder ser admitida a este sa
cramento; pero chocó con fuerte resistencia por parte de
mi padre. Y, en vez de convencerle con calma y precau
ción, aquel eclesiástico hizo con sus imprudentes observa
ciones que mi madre dejara también de ir a la iglesia, y
así, desde aquel día, mi educación fué completamente
protestante.
Hasta una edad avanzada tuve diversas amigas cató·
SEVERIN LAMPING
S
i todos los conversos que han vuelto a la Iglesia ca
tólica describieran su camino hacia Roma, se com
probaría probablemente que no hay dos que hayan
seguido la misma ruta. Los que hemos admitido la pre
tensión de la Iglesia a ser «el pilar y fundamento de la
verdad» no nos extrañamos de que para llegar allí haya
tantos caminos como personas.
£1 hecho de que algunos hombres sostengan tan obs
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L
a
la llamada fiesta de la Reforma. En esta ocasión he
predica en todas las iglesias proclamando al protes
tantismo una gran dicha para nuestro pueblo, que, por
medio de aquél, ha conseguido la libertad de espíritu.
Con frecuencia se emplea entonces al catolicismo para ser
vir de oscuro contraste, pintándolo con tintas más o me
nos negras y haciendo resaltar así con más viveza y cla
ridad la bendición de la Reforma. Esta fiesta de la Refor
ma depertaba siempre en mí profunda compasión hacia
los católicos, moviéndome a rezar por ello« diariamente
durante varias semanas después de la fiesta, para que Dios
se dignase enviarles también su luz y su verdad.
En años posteriores se me ofreció la oportunidad de
visitar un país católico. Era natural que quisiera conocer
allí la realidad práctica del catolicismo. Pero el llegar a
ser yo católica algún día era cosa que por entonces esta
ba para mí absolutamente fuera de los límites de lo po
sible. Me sentía, por el contrario, en posesión de un pun
to de vista más elevado. Mis investigaciones y preguntas
significaban, a mi juicio, una condescendencia con aque
lla religión que aún estaba envuelta en las tinieblas de la
Edad Media.
¿Cuál es la posición de los católico« ante la divinidad
de Cristo? Esto fué lo primero que quise saber, pues ha
cía años que sufría mucho a causa de mi propia insegu·
108 SEVERIN LAMPING
«ni #
A
l escribir sobre mi conversión tengo que evitar el pe
ligro de querer ser profetisa ocho año» despuéí» de
los sucesos; porque rae siento tentada a atribuirme
ideas y sentimientos que, en realidad, vinieron más t*»rde.
Soy católica ahora por mucha* rabones que, .«i bien pueden
haber estado latentes, no influyeron activamente en mí
cuando íne convertí al Catolicismo. Me gustaría pensar que
me uní a la Iglesia porque vi la diferencia existente entre
dos civilizaciones: la del Cristianismo católico, con w*
valores enteramente espirituales, y la civilización material
del Estado mundial que puede surgir algún día de la fusión
de los ideales moscovitas y hollywoodcnscs. Pero no puedo
engañarme a mí misma convenciéndome de haber visto esta
alternativa antes de haber leído el libro de Aldotis Huxlcy :
Brave New World. Entonces comprendí dónde me encon
traba y di gracias a Dios por ello; pero no puedo atribuir
el mérito a mi discernimiento.
Indudablemente, mi posición es diferente de la de mu*
chos conversos, puesto que durante algunos años antes de
144 SEVERIN LAMPINO
E
s muy difícil dar una sola razón de por qué se ha
hecho uno católico, cuando e· más fácil mencionar
mil pequeñoB motivos. La gente se hace católica por
muchas razones. Yo he conocido personas que np han con·
vertido por razones absolutamente opuestas: uno llegó a
creer por haber leído al descreído Gibbon: otro se con·
virtió leyendo la versión protestante de la Biblia; un ter
cero, por la admiración de la arquitectura gótica, y otro,
finalmente, por el entusiasmo que le produjo la música
gregoriana.
Me eduqué en el Protestantismo, en la Irlanda del
Norte, con toda la comodidad y todo el regalo que un
muchacho pudiera desear. De la religión católica oí hablar
durante mi niñez como de algo más bien perverso y to
talmente refutado. La primera vez que se me condujo ante
el Seminario católico local, mi guía me habló de é) como
de un lugar donde unos sacerdotes ciegos hacen a unos po*
bres muchachos tan ciegos como ellos mismos. Referíase
él a la ceguera teológica, pero yo pensé que les quemaban
los ojos con hierros candentes, como Huberto y Arturo,
en Shakespeare, y sentí un terror indecible. La otra cosa
que completó mis nociones sobre el Catolicismo durante
158 SEVERIÍV LAMPIISG
P
ARA
católico, diría yo lo siguiente : El motivo principal
fué, naturalmente, la gracia de Dios. Era voluntad
de Dios que el camino de mi vida me condujera al catoli
cismo. Esta respuesta contiene ya, en sí y por sí, toda la
historia de mi conversión. Sin embargo, quiero señal-ir
brevemente las etapas principales de mi camino hacia el
catolicismo.
Cuando aún asistía al gimnasio y a la Universidad en
el Japón, me inclinaba niés a los problemas filosóficos que
a mis libros de texto. Empecé a conocer el cristianismo
por medio de un predicador protestante, y también por mi
propia traducción de la Biblia. Por lo demás, todos mis
esefuerzos se encaminaron, durante muchos años, a conse
guir fines mundanos, dinero y saber.
Después de haberme dejado caer con mi familia en
Seatle, envié a mis hijos a la Escuela Maryknoll, a fin de
que aprendieran las verdades fundamentales de la religión
cristiana. Unos años más tarde fueron bautizados; pero
yo, personalmente, no tenía preocupaciones religiosas. Más
aún, ni siquiera conocía Ja diferencia entre catolicismo
y protestantismo. Creía que el protestantismo era el ver
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S
ie m p r e
pañeros de equipo ir juntos a comulgar cada maña
na, y acabé por decidirme a oír con ellos la Santa
Misa en los días de juego. Comprendí que no producía en
el público un efecto precisamente edificante que yo. capi
tán del equipo de fútbol, al llegar con mis compañeros a
una ciudad extraña, me fuera al hotel en busca de como
didad, mientras que los míos se dirigían a la iglesia tan
pronto como abandonaban el tren. Así, pues, me propuse,
aunque sólo por no llamar la atención desagradablemen
te, oír misa con mis muchachos los días de juego.
U n a noche, víspera de un gran encuentro de fútbol en
el Este, me encontraba nervioso e intranquilo, pensando
cómo se desarrollaría el juego al día siguiente, y me era
imposible quedar dormido. Al fin. viendo que el sueño no
quería venir, resolví vestirme y bajar al hall del hotel
para sentarme allí y abandonarme por completo a mié
pensamientos. Serían las dos o las tres de la mañana cuan
do llegué al desierto hall y me dejé caer en un sofá. Para
huir de mis pensamientos trabé conversación con los bo
tones que andaban por allí.
A oso de las cinco a las seis, estaba yo paseando de un
lado para otro por el hall cuando me encontré súbitamen
te con dos de mis jugadores, que se dirigían presurosos
a la puerta de salida. Les pregunté a dónde iban tan tem
prano, aunque ya me lo sospechaba. Luego me retiré a
180 SEVERIN LAMPING
P O H P A U L C L A U D E L
( F r a n c ia )
S
IENDO
madre procedía del campo— , me vi obligado a tra
bajar desde la niñez. Después de abandonar el cole
gio a los once años, tuve un puesto de vendedor de pe
riódicos y lotería en el «Café Oriente», en Atocha. Al
comenzar mi vida de trabajador, poseía yo una forma
ción mejor que la mayor parte de los niños proletarios
de mi edad. Mi educación, que debo a los Hermanos de
las Escuelas Cristianas, me había dado una buena instruc
ción elemental. Junto con una buena dirección cristiana,
hubiera sido para mí una bendición: al faltarme ésta, sólo
irvió para aumentar mi daño. El trabajo del día era duro.
Desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche me
veía expuesto a las inclemencias del tiempo y tenía que
vocear periódicos y revistas.
Sensible como era, e*to produjo en mí un grran descon
tento. Comparaba mi vida con la de otros muchachos que
veía pasar ante mí en dirección a ia próxima Facultad de
Medicina, y mi entendimiento se sublevaba y me decía que
esto no era justo. Este sentimiento despertó en mi el deseo
de mayor cultura, de saber más, de poder algún día em
prender una carrera como ellos.
Desde aquel momento me di a la lectura intensiva.
leía todo : periódicos, novelas y cualquiera otra gasta, qnfe
¿02 ¡SEVERIM 1 AMPING
* * *
HOMBRES QUE VUELVEN A LA IGLESIA 225
* ❖ *
Ahora, lo prodigioso.
Guardamos su cuerpo embalsamado en el cementerio
de Dresde, hasta que pudiera ser trasladado al Brasil. El
sepelio, que se verificó de noche, bajo una lluvia torren
cial y con los caminos empantanados, tuvo algo de agobia-
dor. Las preocupaciones por lo material, que se añadie
ron a mi dolor interior, me habían fatigado de tal modo,
que caí en profundo sueño, con el corazón lleno de año
ranza v la cabeza vacía. Dormí sin sueños.
Al día siguiente sucedió una cosa extraña en la misma
habitación del hotel de donde ella había salido el día que
sufrid el accidente. Fué por la mañana. El día estaba cla
ro. Me desperté y comencé a hablar con mi hijo, de vein
ticuatro años de edad. Naturalmente, hablábamos de lo
que llenaba nuestras almas: de la muerte de Ricarda y de
su traslado a Río de Janeiro.
Súbitamente, veo yo formarse en el ángulo superior de
la habitación, iluminado por el sol, un marco de nubes,
del que sobresalía el busto sonriente de Ricarda. Sobre su
hombro descarnaba el brazo del Padre Eterno, en la forma
con que suelen representarlo las Biblias escolares, como
HOMBRES QUE VUELVEN A LA IGLESIA 227
* * *
* * *
* * *
L
OS protestantes hablan con gueto de sus experiencias
personales, y, poco después de mi conversión a la
Iglesia católica, también yo hablaba con frecuencia
sobre lo que me había acontecido, como si esto tuviera
tanto valor. A h o r a me encuentro en otra disposición de
ánimo, que no me permite valorar tanto como antes los
sucesos de mi vida.
Lo que en realidad pudiera contar de mí es únicamente
que hace ocho años me hice católico por la gracia de Dios,
'y que ahora, si bien el fin de la religión no es la tranqui
lidad del alma ni la vida dichosa, vivo mucho más tran
quilo y feliz que antes de mi conversión. Con agradeci
miento hago constar esta situación espiritual en que me
encuentro, como si hubiera recibido el bautismo, no a los
treinta y cinco años, sino de niño pequeño. Dios se apo
dera de nosotros de diversas maneras y nos convierte en
siervos suyos. Sírvese para ello de los sucesos ordinarios
e, incluso, de los desagradables entre una persona y otra,
y hasta las desgracias de nuestra vida, que para otros pue
den carecer de importancia, sirven para sus fines. Dios
me asió con fuerza, y también yo así a Dios cada ve* más
fuertemente. Esto es. en realidad, todo lo que tengo que
manifestar.
Si me vuelvo a mirar mi vida, lo primero que siento es
vergüenza al pensar que he podido coger y convertir en
mi propiedad particular la inagotable riqueza de las ver
dades católicas. Estas verdades subsisten independiente-
252 SEVERIN LAMTING
T
ODA
el catecismo y tal es nuestra más íntima convicción.
Si toda conversión revela el influjo evidente de la
hondad divina, al volverme a considerar mi vida, he de
confesar que así ha sucedido en mi caso de una manera
particular.
Nací el 22 de diciembre de 1877 y asistí a la escuela
primaria de Katase, donde mi familia tenía s” casa sola
riega, a una hora larga de tren desde Tokio. Cuando lle
gué a los trece años, pensé para mis adentros: Mi padre
tiene dinero y me enviará a Tokio para hacer estudios su
periores. Algún día llegaré a ser ministro o general. Por
que me sentía animado de la misma ambición que movía
a la juventud al comenzar el régimen Meiji (1868), cuan
do el mundo pertenecía a los valientes.
Con tales aspiraciones, insistí ante mi padre, rogándole
que me enviara pronto a Tokio. Pero él no quería oír ha
blar de esto. Era yo un fierabrás, que me ufanaba mucho
del prestigio de mi padre entre los habitantes del pueblo,
y abusaba de él para mis fechorías. Mis compañeros de
juego lo pasaban mal conmigo. Más de una lágrima se de
rramó por mi culpa. Jugaba malas pasadas a los vecinos,
hasta que conseguían echarme la mano encima y llevarme
ante mi padre. En vez de ir a la escuela, prefería andar
17
258 SEVEIUN LAMPINO
EN LOS T A L LE R E S DE A R T E S G R Á F IC A S B E N Z A L ,
EL DÍA 1 5 DE OCTUBRE DE 1 9 5 3 ,
LAUS DEO