El pemó n que sucumbió al hambre y las fiebres en el presidio político de la
dictadura de Nicolá s Maduro había empezado a morir el día en que sus tierras fueron invadidas, sus ríos envenenados y su libertad arrebatada.
Milagros Socorro
La autopsia evidenció que a Salvador Romá n lo mataron el hambre y la tuberculosis
que campean en las cá rceles donde el régimen de Nicolá s Maduro arroja a los presos políticos. Pero su muerte y la de su pueblo había sido jurada mucho antes de que un tribunal, en un juicio teatral, lo sentenciara por terrorismo, sustracció n de armas de fuego o municiones en resguardo y, en fin, esos cargos que el chavismo reparte entre la disidencia. Salvador Fernando Franco Pérez y otros doce indígenas secuestrados el mismo día habían empezado a morir cuando Chá vez llegó al poder y se hizo redactar una Constitució n como quien contrata los servicios de un sastre. Y no porque el capítulo dedicado a los pueblos indígenas tuviera, como casi todo el resto, la funció n expresa de acabar con las libertades, concecederle todo el poder al caudillo y justificar con mil leguleyismos los abusos. Al contrario. Los expertos coincidieron en su momento en que la Constitució n de Chá vez, germen de tiranía en casi todo, era favorable a las minorías indígenas. Lo que no se observó fue que las islas de bondad en aquel libro perverso poco lograrían si todo lo demá s estaba diseñ ado para darle al golpista del 92 manga ancha para disponer de los recursos de la repú blica y volver añ icos las instituciones. Aquel capítulo 8 de la Constitució n de 1999, que establecía el derecho de los pueblos originarios al uso y gestió n de sus territorios, inspiró la promulgació n, en 2001 de la ley del Há bitat y Tierras para la demarcació n de los territorios indígenas, que resultaría, en 2005, en la LOPCI (Ley Orgá nica de Pueblos y Comunidades Indígenas) supuestamente para reconocer y garantizar los derechos ancestrales y originarios de las poblaciones indígenas en Venezuela. La LOPCI preveía una institució n que rigiera las políticas para las poblaciones nativas, pero en vez de crear el instituto prefigurado en la ley, el régimen, en 2007, se sacó de la manga un Ministerio de los Pueblos Indígenas. Otro ministerio. En este caso, una burocracia que se encargaría de la demarcació n de tierras indígenas, en cuyo nombre, por cierto, se cometieron terribles desmanes, que el país no tardaría en resentir en la forma de descenso en la producció n de alimentos. La verdad es que el Ministerio de los Indígenas nació como un gran monstruo, el brazo del chavismo para ideologizar a las poblaciones originarias y mantenerlas en la situació n de dependencia a la que se redujo a toda la ciudadanía. Y esto lo hizo el régimen con la complicidad de conspicuas figuras que llevaban décadas de figuracion como líderes de estos pueblos. Grupos en riesgo En 2019, el Informe anual de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, abarcó a los 50 grupos indígenas, que constituyen el 2,5 por ciento de la població n de Venezuela, en la categoría de “Grupos en situació n de riesgo”. Y a continuació n enumeró los horrores -no puede llamarse de otra manera- a que la dictadura chavista-madurista ha condenado a estos grupos. El texto establecía: la vulneració n al derecho a la alimentació n y a la salud; el cierre de las fronteras como flagelo para los pueblos cuyos territorios tradicionales se extienden a ambos lados de la línea, como los wayuu y los pemones, entre otros; las violaciones de los derechos colectivos de los pueblos indígenas a sus tierras, territorios y recursos tradicionales; la extracció n de minerales, especialmente en los estados Amazonas y Bolívar, incluyendo la regió n del Arco Minero del Orinoco, que ha dado lugar a violaciones de diversos derechos colectivos, entre otros los de mantener costumbres, modos de vida tradicionales y una relació n espiritual con su tierra. «La minería también provoca graves dañ os ambientales y en la salud, como el aumento del paludismo y la contaminació n de las vías fluviales. Tiene un efecto diferenciado en las mujeres y niñ as indígenas, que corren mayor riesgo de ser objeto de trata de personas», decía el Informe de 2019, que documentaba asesinatos y represió n cruel perpetrados por soldados contra comunidades pemonas, como la del 22 de febrero en Kumaracapay; la existencia de «una posible fosa comú n», así como la huida masiva de pemones a Brasil, «quienes han sufrido violaciones de sus derechos individuales y colectivos, que atañ en a sus costumbres, su territorio y la libre determinació n». Envenenados, abaleados, prostituidos En Informe del añ o siguiente, 2020, se enumeraban las atrocidades ocurridas en En la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional "Arco Minero del Orinoco" (AMO), creada por decreto en febrero de 2016, para explotar sin control, recursos como oro, diamante, coltá n, hierro y bauxita. «La informació n de que dispone el ACNUDH», rezaba el Informe de 2020, «indica que gran parte de la actividad minera, tanto dentro como fuera del AMO, está controlada por grupos delictivos organizados o elementos armados. Son estos los que deciden quién entra o sale de las zonas mineras, imponen reglas, aplican castigos físicos crueles a quienes infringen dichas reglas y sacan beneficios econó micos de todas las actividades en las zonas mineras, incluso recurriendo a prá cticas de extorsió n a cambio de protecció n. La informació n disponible muestra que la mayoría de las minas son controladas por grupos criminales organizados, llamados "sindicatos" a nivel local […] Estos grupos reproducen el modelo del "pranato" que existe en algunas cá rceles de la Repú blica Bolivariana de Venezuela y que consiste en una estructura criminal sometida a un "jefe o pran" que impone brutalmente sus ó rdenes a los reclusos y controla actividades ilícitas dentro y fuera de la prisió n». Este molinillo de muerte y sevicia se volcó contra los indigines y, muy especialmente contra los pemones, cuyas mujeres y niñ os fueron forzados a la explotació n sexual y la trata en las zonas mineras. «La prostitució n se organiza ya sea en pueblos cercanos o dentro de las zonas mineras en las llamadas "currutelas", que son barracones construidos con tablones de madera cuyos propietarios abonan una tarifa a los grupos criminales para poder organizar su actividad». ¡Se está mueriendo de hambre! Cuando Salvador Roman y los otros 12 pemones fueron detenidos por la dictadura, en diciembre de 2019, por “haber participado en el asalto a dos instalaciones militares en el estado Bolívar”, el mundo en que ellos habían nacido había sido sometido a un intensivo dañ o ambiental y desforestació n, sus ríos habían sido envenenados con mercurio, sus paisajes eran pasto de grupos armados, su fauna había sido dispersada, el conuco que era su forma de agricultura había sido destrozada a culatazos, sus artesanías echadas al fuego, el cachirí arrebatado, sus jó venes entregados al comercio má s brutal. El 30 de septiembre de 2020, cuando los pemones llevaban ya meses en el Internado Judicial de El Rodeo II, los integrantes de la ONG Foro Penal denunciaron que los 13 hombres de la etnia pemó n no recibían alimentació n. Y que ademá s los tenían aislados. El 28 de noviembre, los familiares divulgaron un comunicado donde le exigían al régimen de Nicolá s Maduro que los dejara en libertad, que les permitieran recibir atenció n médica, medicinas, comida. El Tribunal Cuarto de Primera Instancia en Funciones de Control del Á rea Metropolitana de Caracas (AMC) ordenó que Salvador Franco debía ser llevado a un centro asistencial para una evaluació n médica. El 22 de diciembre, el abogado y defensor de DDHH, Olnar Ortiz, puso en twitter un video donde la hermana de Salvador Franco denunciaba el grave estado de salud de este. El dictador les negó todo. El 3 de enero de 2021, Salvador Romá n terminó de morir. En el Internado Judicial Rodeo II, en Guatire, estado Miranda. Tenía 44 añ os.