Вы находитесь на странице: 1из 2

EL PECADO QUE MORA EN LOS CREYENTES

(Mateo 12:43-45)

Hay tres preguntas que siempre me las hice, desde que me convertí al Señor
Jesucristo, y éstas no son por pura curiosidad o que se plantean en forma
antojadiza. Estas preguntas resultan de leer con atención la Santa Biblia y
observar la conducta de los nuevos creyentes en Cristo, como en mi caso
particular. Estas son: ¿Existe el pecado en aquel que está en Cristo? ¿Permanece
el pecado en los que creen en Él? ¿Queda algún rezago de pecado en aquellos
que son nacidos de nuevo, por la fe en Cristo, o están totalmente limpios?.

Resolver estas preguntas, pienso que es de vital importancia para el nuevo


creyente, porque de la correcta interpretación que se de a la obra salvífica de Dios
y de los intentos de Satanás por destruirla, dependerá mucho su felicidad presente
y futura.

Además, siento que este es un tema que nadie prefiere preguntar o tratar, debido
a lo complejo que es. Más aún si en la Biblia encontramos testimonios de que el
pecado ha seguido morando en los siervos de Dios. Desde los inicios de la iglesia
primitiva ya se advierte a los creyentes en Cristo que tienen que luchar contra las
asechanzas del diablo, y lo más peligroso, contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales
de maldad en las regiones celestes, y que deben protegerse con la armadura de
Dios para ser fortalecidos en el Señor y en el poder de su fuerza (Ef. 6:10-12).

A nadie le es oculto que esta lucha se manifiesta en las tentaciones, tal el caso de
los discípulos del Señor, aún en los mismos apóstoles, en los casos de
inmoralidad e infidelidad en las nuevas comunidades de fe, (Por ejemplo: Pedro y
su negación; la petición de la madre de Santiago y de Juan, la traición de Judas
Iscariote; los pleitos de Pedro y Pablo; el engaño de Ananías y Safira; los
problemas en las comunidades de Corinto, Efeso, Pérgamo, Tiatira; Sardis,
Laodicea; etc.). El mismo apóstol Pablo siente en carne propia los efectos del
pecado que quiere gobernar su vida (Ro. 7:7-25; 2 Co. 12:1-13). De ahí que es
bueno tener en cuenta lo que nos dice Pablo con respecto al contraste que hay en
toda naturaleza: carne y espíritu, ley y gracia, fe y obras, nuevo y viejo hombre, luz
y tinieblas, Dios y mundo, justicia y pecado, espíritu y letra, primer y último hombre
(Ro. 7, Gá. 5 y Ef. 4:17–5:20).

Todo esto nos revela que hay un proceso de santificación en todo creyente en el
que va operando la gracia santificante de Dios. Uno mismo puede dar testimonio
de cómo este proceso ha sido real en nuestras vidas. Al comienzo de nuestra
salvación se presentan innumerables pruebas y tentaciones del maligno, en unas
hemos cedido y en otras hemos resistido gracias al auxilio del Espíritu Santo. El
pecado siempre está asechando en nuestra vida. Los espíritus malignos quieren
volver a morar en nosotros (Mt. 12:43-45). Conozco muchas personas que
después de haber conocido al Señor y entregar sus vidas a Él, han caído en el
pecado y sus vidas han sido peor que antes. Algunos pudieron salir de esa
situación con la ayuda del Espíritu y otros se perdieron en el mundo.

Sin embargo, a pesar de todas esas vicisitudes, gracias a Dios no estamos solos
en este mundo, ya que Él envió a su Hijo para nuestra salvación y al Espíritu
Santo para nuestra protección. Felizmente hay una gran diferencia entre aquel que
no sabe nada del plan de salvación de Dios y aquel si lo conoce. El no creyente es
esclavo del pecado y no puede liberarse por sí mismo; el creyente a partir de su fe
en Cristo afronta todo tipo de prueba y tentación, resiste en carne propia los
efectos del aguijón del demonio, sabiendo que Cristo mora en sus vida, para luego
salir vencedor en la batalla. Pero, si por alguna circunstancia caemos en pecado
por causa de nuestra debilidad en la fe, tenemos a Cristo como abogado que
puede perdonarnos si nos arrepentimos de corazón. Él nos dice: "Bástate mi
gracia" (2 Co. 12:9a). Es bueno tener en cuenta lo que el apóstol Pablo nos
comparte en sus cartas: "Porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por
tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose
sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las
debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co. 12:9b-10).

Permanecer en la fe en Cristo y vivir en el mundo es una cuestión de voluntad y de


firmeza para afrontar las pruebas y tentaciones de Satanás que nos asecha como
lobo feroz. En el creyente, la carne se sigue manifestando y se declara una lucha
brutal para apartarnos el amor de Cristo, pero he ahí la capacidad de resistencia,
con ayuno y oración, para no ceder ante cualquier tentación. La gracia santificante
de Dios nos va puliendo y perfeccionando hasta llegar a la estatura de Cristo. Por
último, ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por
causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de
matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es
en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 8:35-39).

Ante esta cruda realidad de la salvación temporal no nos queda más que
aferrarnos en las manos de nuestro Salvador y pedir, en oración, fortaleza para
seguir peleando la buena batalla sabiendo que Él es único que nos dará la corona
de vida y la salvación eterna. Tengamos mucho cuidado de los ataques del
enemigo y sigamos firmes y adelante huestes de la fe, sin temor alguno que Jesús
nos ve. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

Вам также может понравиться