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INTRODUCCION A LA “MODERNIDAD Y PORTMODERNIDAD”, DE JOSEP PICO:

I
En los ’80 estamos asistiendo a un nuevo debate teórico en torno a la condición post-
moderna o, a la crítica de la modernidad.
El ámbito de este debate se enmarca en una conciencia generalizada del agotamiento
de la razón, por su incapacidad para abrir nuevas vías de progreso humano como por su
debilidad teórica para otear lo que se avecina. En política asistimos al final del Estado de
Bienestar y la vuelta a posiciones conservadoras de economía monetarista, en ciencia
presenciamos el “boom” de las tecnologías –la cibernética, la robótica-, en arte se ha llegado a
la imposibilidad de establecer normas estéticas válidas y se difunde el eclecticismo.
El nivel especulativo e interdisciplinar de la discusión ha tenido como ejes de
pensamiento el postestructuralismo francés, la teoría crítica alemana y la literatura artística
americana. Si los lenguajes en las ciencias sociales, después de la II Guerra Mundial, se han
multiplicado y escapan cada vez más a in denominador común, las posibilidades formales en
el arte se han vuelto infinitas y es difícil su teorización. Cada estudioso toma su camino y se
inicia en el de los otros tratando de sentar las bases de su propio descubrimiento. La
postmodernidad se convierte así en un discurso de lecturas que no acaba nunca de conseguir
un consenso unitario. Expresa así el sentir generalizado de que los modelos preestablecidos
del análisis cultural son defectuosos.

II
La modernidad se había presentado como el proceso emancipador de la sociedad, tanto
desde la vertiente burguesa, que se alimentó de los postulados de la revolución francesa, las
doctrinas sociales del liberalismo inglés y del idealismo alemán; como desde su contraria, la
crítica marxista, que nace con la economía política de Marx y se extiende por todo el
neomarxismo hasta la teoría crítica alemana.
Para la razón ilustrada burguesa, la modernidad es la salida del hombre de su madurez,
que reclama la libertad individual y el derecho a la igualdad ante la ley contra la opresión
estamental. Su tarea es la de construir un mundo inteligible. El Estado sólo tendrá un papel de
árbitro conciliador entre el interés particular y el universal.
El fracaso de esta razón burguesa, o del Estado burgués, se pone de manifiesto a lo
largo de los siglos XIX y XX, y da pie a la economía política de Marx. La reivindicación
hegeliana del Estado moderno, como manifestación más alta de la razón, es para Marx una
formulación ideológica, no real. La razón ilustrada burguesa en su plasmación real estaba
plagada de contradicciones y era portadora por igual de progreso y destrucción.
Un poco más tarde, Weber es el primero en albergar la duda desconfiada hacia ambas
emancipaciones, pero continúa interpretando el proceso histórico de modernización como un
proceso progresivo de “racionalización”. Muestra que la racionalización de la sociedad no
conlleva ninguna perspectiva utópica, sino que conduce a un aprisionamiento progresivo del
hombre moderno en un sistema deshumanizado.
Cuando el legado de la Ilustración se extendió se puso al descubierto el triunfo de la
razón instrumental; esta forma de razón afecta e invade toda la vida social y cultural,
abarcando las estructuras económicas, jurídicas, administrativo-burocráticas y artísticas.
Weber no consideró el socialismo como una alternativa viable a la sociedad capitalista de su
tiempo, ni como una fórmula capaz de resolver el reto de la razón.
Horkheimer y Adorno emprenden así un esfuerzo analítico conceptual contra ambas
tendencias en un intento de superación de la visión paradigmática dicotómica idealismo-
materialismo. El trabajo artístico es el único medio donde se revela la irracionalidad y el
carácter falso de la realidad existente, y su síntesis estética “prefigura” un orden de
reconciliación.
A finales del siglo XIX y principios del XX el optimismo típico de las filosofías
iluministas de la historia comienza a ceder bajo el peso de las corrientes antirracionalistas, que
tienen a Nietzsche como el principal protagonista, y que subrayan la “decadencia”, el
“vitalismo” y el “nihilismo”, lo que supone un rechazo histórico del patrimonio de la
modernidad.

III
Estas contradicciones de la razón ilustrada, o crisis de la modernidad como discurso
unificador y globalizante tienen su fiel reflejo en la obra literaria y artística de tres de sus
representantes más significativos: Baudelaire, Simmel y Benjamín. Estos tres autores estaban
muy interesados en las nuevas formas de percepción y experiencia de la existencia histórica y
social puestas en marcha por la conmoción del capitalismo. Su centro de atención fue la
experiencia discontinua del espacio, el tiempo y la causalidad.
La Sociología de este período realiza una tarea de yuxtaposición entre lo nuevo y su
opuesto, en las obras de Tonnies, de Durkheim y de Weber; estas nociones nuevas fueron un
reto a la noción de “progreso unilineal”.
En el caso de Simmel el punto de partida de su análisis de la realidad no fue la
totalidad social, sino “los fragmentos fortuitos de la realidad”; para él la clave del análisis
contemporáneo de la modernidad no tomó la dirección de una investigación general, sino más
bien sobre los “hilos invisibles” de la realidad social, fijándose en diversas “imágenes
momentáneas”. En su “Filosofía del dinero” (1900) tenemos una de las mayores fuentes de su
teoría de la modernidad.
Benjamín tuvo la habilidad de descifrar los significados del espacio social, cuyo
análisis de la modernidad se enfocó sobre el intento de reconstruir la prehistoria de la
modernidad en su “Passagenwerk” (obra póstuma de Benjamín), esta obra es el intento de
reconstruir un objeto histórico captado en el espejo de una ciudad como París.
El espíritu y la disciplina de la modernidad estética asumieron contornos precisos en la
obra de Baudelaire. La vida aparece como un fascinante show, un sistema de brillantes
apariencias; el héroe se encarna en la figura del “dandy”.
Simmel en la “Filosofía del dinero” trata de encontrar los elementos fugaces,
transitorios y contingentes de la modernidad tal como los identificó Baudelaire; si la
modernidad supone ver la sociedad y las relaciones sociales como temporalmente transitorias
y espacialmente fugaces, entonces esto implica que las estructuras tradicionales permanentes
están ahora ausentes de las experiencias humanas. El objeto específico que estudia Simmel,
“el dinero” es el medio o ejemplo para la presentación de las relaciones que existen entre la
apariencia más superficial y fortuita de los fenómenos. En ese sentido su consideración de la
modernidad se basa en las “formas sociales”. Se muestra así convencido de que es posible
relacionar los detalles y superficialidades de la vida con sus movimientos más esenciales y
profundos. La esencia de la modernidad es psicologismo, experiencia e interpretación del
mundo en función de las reacciones de nuestra vida interior. Se refugia así en el
individualismo, la vida se reduce a la experiencia individual interior. La falta de un objetivo
definido que centre nuestra vida nos impulsa a la búsqueda de la satisfacción momentánea en
nuevos estímulos, sensaciones y actividades externas. Así pues, la teoría de la modernidad de
Simmel se centra sobre la transformación de la experiencia moderna del tiempo, como
transitoria, del espacio, como fugaz y de la causalidad como fortuita o arbitraria. El “dinero”
es el “símbolo” de la modernidad, la cosa más efímera del mundo; su poder reduce todas las
cosas e individuos a fragmentos, le conduce a una teoría de la alienación cultural que culmina
en la tragedia de la cultura.
Benjamín: la yuxtaposición de la modernidad con la antigüedad es uno de los puntos
centrales de su análisis; la arquitectura será el fenómeno más importante de la “mitología”
latente y la topografía de París la imagen más evidente del laberinto en que vivimos. “París,
capital del siglo XIX” se presenta como la reconstrucción global de un siglo. La búsqueda de
lo encubierto desvela la naturaleza discontinua de la experiencia moderna, el mundo que
afrontamos ha perdido su totalidad y el fragmento individual recobra todo su significado
como representante de esa totalidad. Benjamín, como en el caso de Simmel, manifiesta que el
fragmento más pequeño de la realidad observada refleja el resto del mundo. Característica
vital de la modernidad –la dialéctica de lo nuevo y siempre lo mismo- es examinada en el
contexto de la moda y de la vida de la mercancía. Al igual de Simmel, Benjamín vio en el
análisis de la moda “el eterno retorno de lo nuevo”, reproduce lo-siempre-lo-mismo como lo-
siempre-nuevo. Para Benjamín fue París el modelo de metrópolis como laberinto. La
modernidad para Benjamín fue el mundo de la fantasía y la ilusión generados por la
dominación del intercambio, producción y circulación de mercancías.

IV
En el campo de las artes plásticas y la novela muchos escritores y artistas rompieron
con la estética mimética y encontraron en su creatividad e imaginación personal las fuentes
internas de su inspiración y el objeto central de su trabajo. Modernidad tuvo aquí algunas
características comunes; los artistas, escritores y compositores modernos pusieron el acento
en la “autorreflexión estética”; en el arte, la estructura narrativa o temporal se debilita dando
paso a una estética basada en la “simultaneidad o sincronicidad”.
En el campo de la novela, en lugar de narrar el tiempo secuencial, los novelistas
modernos exploran la simultaneidad de la experiencia en un momento del tiempo psicológico,
donde se concentra el pasado, el presente y el futuro (como en los casos de Proust o Joyce).
No sólo el expresionismo, sino el simbolismo, el cubismo y todos los movimientos
que surgieron en ese momento pusieron de manifiesto la multiplicidad paradójica del mundo,
la ambigüedad y la incertidumbre; un objeto no tiene una forma absoluta, sino muchas, el
mundo-objeto es inseparable de su percepción cambiante y pluridimensional, contribuye a la
desublimación de las jerarquías y deslegitimación de los discursos globalizantes, a los que ha
contribuido la crítica de Nietzsche, Sorel y Pareto.
La pintura ya no idealiza el mundo y huye de la fotografía; los cubistas integrarán en
sus telas cifras, trozos de papel, cristal o hierro. En la novela de Joyce, Proust o Faulkner no
hay momento privilegiado, todos los hechos valen lo mismo y son dignos de ser descritos; hay
una renuncia a la organización jerárquica de los hechos.
El modernismo se abre también con un nuevo lenguaje urbano que encarna
Haussmann en la reconstrucción del París de Napoleón III. El café será el símbolo de la vida
parisina y la calle se convierte en el símbolo de la vitalidad urbana, de la vida moderna. La
calle se experimentaba como un espacio en el que todas las energías materiales y espirituales
de la vida moderna se podían encontrar, mezclarse o colisionar.
En literatura, desaparece el narrador único, se rompe la continuidad del relato, se
mezcla lo imaginativo y lo real que dan una sensación de simultaneidad (Virginia Woolf).
Destruidas las reglas sobre las que el arte se había fundamentado, se trata de mirar el
mundo con ojos nuevos y poner en tela de juicio todo lo que había significado hasta ese
momento; el movimiento más representativo de toda esta corriente es el “dadaísmo”. Ellos no
“crean” obras, sino que fabrican objetos, lo que interesa en esta “fabricación” es el significado
polémico del procedimiento.
Los catastróficos efectos de la I Guerra Mundial aplastaron la fe de todos en un futuro
racional y pacífico; el arte había perdido su credibilidad y el público fue sorprendido con
objetos absurdos.
Un aspecto central de este vanguardismo fue su protesta hacia el arte concebido como
producto lujoso y superfluo: el antiarte siempre supuso una actitud negativa hacia la sociedad
burguesa, la insatisfacción con los valores del mercado y la permanente lucha contra el
conformismo.

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