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EL SUEÑO DE LA ALDEA

Hermann Broch: el ángel obra capital, esa epopeya un tanto ás-


acosado y su doble oficio pera y extensa titulada La muerte de
Virgilio, la guerra apenas había llega-
M ARTIN L ÜDKE do a su fin, la mitad de Europa se ha-
Traducción de José Aníbal Campos llaba en ruinas y parecía que a Broch,
tras largos años de incansable labor
Él es, sin duda, el más clásico entre en medio de las condiciones más difí-
los clásicos de la modernidad: Her- ciles y hasta denigrantes, iba a cum-
mann Broch, muy citado y apenas leí- plírsele un modesto y legítimo deseo:
do. De todas las grandes figuras en la poder vivir sin preocupaciones finan-
historia literaria de este siglo, como cieras del fruto de su trabajo, de los
Kafka, Proust, Joyce o Musil, incluido ingresos de sus libros.
Thomas Mann, él ha quedado hasta El éxito se programó por anticipa-
nuestros días como el menos conocido. do. El 8 de julio de 1963 aparecía en
Durante toda su vida llegó siempre a primera plana del New York Times
escena con un pequeño pero decisivo Book Review, en grandes titulares, una
retraso. El destino, podría decirse, pe- entusiasta crítica, “A poet’s last hours
ro en parte él mismo tuvo la culpa. Pues on Earth”. Una presentación de esa
nada perjudica más a un autor que índole garantizaba —y garantiza aún
tener la reputación —ya sea entre la en nuestros días— el éxito de un libro
crítica o entre el público lector— de en los Estados Unidos. No solamente
ser inteligente. Apenas esto se divulga, porque el New York Times sea muy
sus libros son tildados de “difíciles” y leído, sino más bien porque arrastra
relegados impunemente a un rincón. tras de sí a los otros diarios desde Sea-
Hace mucho que la lectura ha degene- ttle hasta Nueva Orleans.
rado en una distracción para el tiem- Pero aquí, como siempre, Broch fue
po libre, y alguien como Broch, que se una vez más víctima de la mala suerte.
toma la literatura en serio, es propia- El comentario de Marguerite Young lle-
mente culpable. No obstante tuvo tam- gó al periódico; el New York Times,
bién mala suerte. en cambio, no llegó a la calle. El pe-
Cuando en 1945 la editorial Pan- riódico no fue distribuido a causa de
theon de Kurt Wolff sacaba a la luz una huelga, y sólo un puñado de per-
en Nueva York una edición simultá- sonas pudo leer el artículo. ¿El desti-
nea en alemán e inglés de su llamada no?
× HERMANN BROCH 3
Algo similar en esencia le sucedió estuvo rozando la fama muy de cerca
con su trilogía Los sonámbulos. Cuan- sin poder llegar nunca a ella, y quizá
do el tercer y último tomo, Huguenau le hubiese sido otorgado el Premio No-
o la objetividad, estuvo finalmente con- bel de no haber muerto tan prematu-
cluido tras una larga y penosa faena ramente, con sólo 64 años, el 30 de
de reelaboración, tocaba ya a las puer- mayo de 1951 durante el exilio en los
tas el Tercer Reich. Broch decía: “No Estados Unidos. A causa, oficialmen-
soy un pesimista, pero me estoy acos- te, de un paro cardiaco, pero como
tumbrando a la idea de que Los so- resultado, para ser exactos, de un per-
námbulos no podrá alcanzar el éxito manente exceso de trabajo que duró
literario.” Finalmente, así sucedió. Y en definitiva toda su vida. Broch se
así ha permanecido hasta hoy. Su edi- propuso siempre muchas cosas, mu-
tor, y más que nada, su amigo Daniel cho trabajo que se echó a cuestas, y
Brody, expresaba con rudeza: “Todas también mucho que se dejó endosar;
esas brillantes críticas aún no han he- y por si fuera poco, hizo siempre su
cho caer en la red ni a un solo com- entrada —¿tal vez por eso?— con ese
prador.” pequeño pero decisivo retraso. Alguien
Aun en la actualidad, cuando varios galardonado posteriormente con el No-
de sus contemporáneos, hoy mucho bel, Elias Canetti, quien lo conociera
más afamados, lo colocan a la altura en Viena a principios de la década
de los más célebres, Broch continúa del treinta (y quien tal vez le deba
siendo una suerte de misterio. Toda- bastante), habla de él en su autobio-
vía en marzo de 1950 su hijo le escri- grafía. Habla de su nobleza, de su vas-
bía desde Viena, su ciudad natal: “Tú ta cultura y de su encanto personal,
aquí sigues siendo una celebridad des- de su inagotable altruismo y la otra
conocida a la manera del bien amado cara de éste, su increíble desamparo.
Dios: se sabe que reina ahí en lo alto, Escribe Canetti: “Cada encuentro era
tras las nubes, pero con exactitud nada para él un riesgo, pues luego ya no
se sabe.” Actualmente el asunto cobra podía sustraerse a él. Para zafarse,
un cariz muy diferente: el prejuicio precisaba de gente que lo esperara en
de que es difícil y también algo abu- alguna otra parte.” Por eso siempre
rrido ha llegado a filtrarse hasta en la andaba con prisa, continuamente aco-
enseñanza general. sado. “Se aseguraba el camino que lo
La cuestión es que Broch siempre llevaría de uno a otro; se preparaba
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EL SUEÑO DE LA ALDEA

para recorrerlo con prisa (…) El apu- ninguno de los tres poseemos una
ro en que siempre se le veía cuando biografía propiamente dicho; hemos
casualmente uno tropezaba con él en vivido y escrito, eso es todo.” En esto
la calle era su única salvaguardia. Sus tiene razón, aunque en realidad él sí
primeras palabras eran: ‘Tengo pri- vivió una vida dramática, tanto por su
sa’, y aunque lo decía en lugar del origen como por su capacidad, sus in-
saludo, siempre lo hacía de un modo tereses y, no en última instancia, impe-
amable. Movía los brazos, sus recor- lido por las circunstancias históricas.
tadas alas, como queriendo elevarse Hermann Broch nació el 1 de no-
en un vuelo, los sacudía un par de ve- viembre de 1886 como hijo de un en-
ces para luego dejarlos caer desalenta- cumbrado judío moravo, surgido desde
do (…). En algunas ocasiones lo seguía las condiciones de vida más pobres.
con la vista hasta que se perdía en El padre había adquirido algunas fábri-
alguna calle: su esclavina se levanta- cas, hilanderías; en fin, un pequeño
ba al viento cual dos alas. Todo esto imperio en la industria textil austriaca.
parecía ser algo muy rápido sin que en Un clan no por próspero menos difí-
realidad lo fuese.” cil. En 1949, en mirada retrospectiva,
Es probable que la economía de es- Broch escribía a su hijo: “Provienes
ta forma de desplazamiento sea difí- de una familia gravemente neurótica.
cilmente reconocible a primera vista. Un abuelo maníaco-depresivo, inconte-
Canetti, con fino olfato, percibe lo afec- nible y apático, con algunos destellos
tado de esta conducta, si bien por mo- de genialidad; la abuela, una neuróti-
tivos comprensibles declara inocente ca obsesiva de primer orden y, por si
la necesidad existente en su trasfondo. fuera poco, de escasa inteligencia, con
Es decir, que lo que obligaba a manías de poder, terca y vanidosa.
Broch a ese andar siempre de prisa Podría describir en detalle la situación
era algo más que una simple disposi- psicológica de la familia y no dejaría
ción psíquica. Tratábase de un intento de ser interesante; asimismo, de los
por encarar tensiones y antagonismos, Schnabel-Broch, en cada una de sus
por vivir con contradicciones pero sin épocas, podría escribirse toda una se-
ocultarlo. Era el intento por permane- rie de novelas Rougon-Macquart, una
cer a la altura de los tiempos. En una estampa infernal de mezquindad bon-
ocasión él mismo expresaba: “Hay al- dadosa y amorosa vileza.”
go que sí comparto con Kafka y Musil: De bondad o amor sólo se percibe
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muy poco de vez en cuando. A fines éxito y reconocimiento como director
de los años veinte, cuando ya Broch de la hilandería de Teesdorf; ascen-
había salido victorioso de sus tan fre- dería de la noche a la mañana a la
cuentes “escaramuzas de retirada” y condición de “dignatario industrial”,
las fábricas habían sido vendidas, su convirtiéndose “en eso que llaman un
hermano intentó escamotearle la heren- capitán de industria”, pero quedando,
cia paterna. Más bien predominaban al parecer, “prisionero para toda la vi-
la mezquindad y la vileza. La familia da”. Durante el día trabajaba en la
fue surtida con la herencia y para él no fábrica y por las tardes y las noches
quedó nada. No obstante, Hermann (entretanto ya se había casado) conti-
se sintió liberado: se había convertido nuaba enfrascado en sus estudios sobre
en escritor. En Los sonámbulos, libro temas lógico-matemáticos primero y filo-
que vio la luz por esa fecha, se mues- sóficos después. Cuando le fue posible,
tran, si bien de un modo nada auto- asistió a conferencias en la Universi-
biográfico, claros vestigios de su vida. dad de Viena o recibió clases de latín,
Por otra parte, jamás consiguió desa- y continuó siendo un autodidacta de
sirse totalmente de la familia. Durante por vida, hecho este que trató de com-
toda su vida se consideró víctima de la pensar con una avidez de trabajo in-
“crianza en una rancia familia judía”. saciable.
A Kind gehört gestraft (expresión En una carta a Kurt Wolff fechada
que en español, en traducción un tan- en 1942, justificaba sus penurias de
to libre, equivaldría a decir: “Los niños tiempo alegando que se trataba de una
son hijos del castigo”) era la máxima “agotadora y tenaz lucha contra el pro-
favorita del padre, la cual determinó pio diletantismo”, una “servidumbre”
toda una educación encaminada hacia que, “al margen del quehacer en la
lo pragmático: Realgymnasium (insti- universidad, lo ataba a la máquina de
tuto de bachillerato con predominio de escribir durante casi catorce horas dia-
una enseñanza orientada principalmen- rias”. No era exageración; solamente
te a las ciencias naturales, sin nada de la amplia correspondencia, que él lle-
latín, de griego ni de arte (profesión vaba muy concienzudamente, excede,
que nada daba, luego la formación co- sobre todo en los años de exilio, cual-
mo ingeniero textil y por último la in- quier volumen de trabajo normal.
corporación a la empresa familiar). Puede decirse con todas sus letras
De este modo llegaría a trabajar con que Broch se inmoló escribiendo. (Su
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correspondencia con Volkmar von
Zühlsdorff es una muestra de la serie-
dad con que asumió el “deber metafí-
sico” al que se veía sujeto.) Jamás
prescindió de su “doble oficio” ni de
las “terribles fatigas” vinculadas a él.
De este modo, consiguió eludir deci-
siones e ignorar alternativas. Una de-
bilidad personal, es cierto, pero que
al mismo tiempo constituye el funda-
mento de su fuerza, de su importan-
cia. Su “ambición por unificar todo”
se manifiesta allí de alguna manera.
En una tardía carta a Waldo Frank,
con fecha 12 de enero de 1950, seña-
laba este dilema: “El escribir novelas
me resulta tan fácil que se me dificulta.
Los conocimientos que me interesan
yacen en un nivel demasiado profun-
do como para ser expresados en for-
ma de novela, y si bien aparecen en lidad. Y ahí radica todo, en el sentido
mis obras —no hay ser humano capaz de la responsabilidad que se posea.”
de librarse del todo de sus proble- Con esto ya ni siquiera admite a Joyce;
mas, y éstos lo persiguen a uno en to- cuando más a Kafka, y eso porque a
das sus manifestaciones—, lo que les este último “Le preocupa un bledo lo
hago con incluirlos no es más que una técnico-estético y en su lugar echa ma-
injusticia.” Y continúa diciendo: “Cuan- no de lo ético justamente por su raíz
do me dedico a la filosofía política o a irracional”.
la teoría del conocimiento, cumplo en- Su manera de pensar —y obrar—,
tonces con las responsabilidades que radical y consecuente, llega a ser im-
me son impuestas tanto ante mí mis- presionante. No existe otro poeta de
mo como ante mi trabajo o ante el mun- este siglo que consiguiera discernir el
do; en cambio, al escribir novelas dilema con mayor claridad, ninguno
percibo una total falta de responsabi- lo describió con mayor rigor.
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En relación al exceso de trabajo en Las insuficiencias de la filosofía lo
Huguenau o la objetividad, le escribía llevaron a la literatura; las insuficien-
a Daisy Brody, esposa de su editor: cias de la literatura lo hicieron retornar
“No hay duda de que el ejercicio de siempre a las ciencias, a la filosofía.
la poesía tiene sus inconvenientes. Y Broch, por momentos, trasmuta los
no se trata solamente del constante acentos; pero si lo vemos en conjun-
temor que siento a que los escollos to, se observa en él un intento por ha-
externos menoscaben su calidad (eso llar un equilibrio a esta polaridad. La
sería infundado), sino que un temor de tensión se convierte así en el motor
esa naturaleza se sustenta en motivos de su quehacer. Consumió diez años
muchos más profundos: hacer poesía bien contados, diez años de intensísi-
es pretender conquistar el conocimien- ma labor en su Teoría de la locura de
to a través de la forma, y un nuevo masas, de la cual sólo dejó fragmen-
conocimiento sólo podría nutrirse de tos (una empresa comparable a la de
formas nuevas (…). La poesía que no Canetti en Masa y poder, y a los estu-
implique un nuevo conocimiento ha- dios sobre “Autoridad y familia” del
brá perdido su propio sentido, y por Instituto de Investigaciones Sociales),
tanto, vería necesariamente disminuir y al mismo tiempo escribió “La muerte
su calidad, lo cual la convertiría en al- de Virgilio”, ese relato breve, fabulo-
go que, tanto por razones externas co- so, que devendría más tarde la monu-
mo internas, jamás debió haber sido mental epopeya del mismo nombre.
escrito. La nueva forma, por el contra- Continuó trabajando en Los inocen-
rio, significa un mayor distanciamien- tes, ese ciclo de relatos relegado hasta
to del público, algo no comerciable, hoy a un segundo plano. En realidad,
pero además, ha de ser el viraje hacia el escribir novelas le resultaba muy fá-
un camino que ya ha sido vallado por cil; escribir podía cuando quería, sólo
Joyce.” que a la hora de narrar nunca quiso
Así es. Broch se movió desde un olvidar los escrúpulos que lo inducían
inicio en los marcos de este dilema, y a formularse una pregunta tan senci-
lo hizo desprovisto de todo compro- lla como legítima: “es todavía hoy la
miso. Esto lo diferencia de esos artis- poesía lícita como expresión de la vi-
tas del entretenimiento en nuestros da”, en presencia de un mundo que se
días, lo cual a su vez le reporta muy ha desquiciado y vuelto además “com-
pocas simpatías. plejo en tal extremo”, que está obligado
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EL SUEÑO DE LA ALDEA

a desintegrar definitivamente la “for- Centradas en la historia de estos


ma tradicional de novela”. Si la novela personajes, las tres novelas describen
pretendía “subsistir como género ar- —al principio de modo apenas per-
tístico” habría que llegar “a una trans- ceptible— la “desintegración de los
formación autodesintegradora”. Este valores”, el gran tema de Hermann
comentario suyo referido a Los inocen- Broch, uno de los que lo ocupó du-
tes (1949), una suerte de profesión de rante toda su vida, lo mismo en sus
fe poética, describe asimismo la pro- relatos que en sus novelas, en los en-
gresión de Los sonámbulos (1932). sayos y los dramas, en su quehacer
Tres periodos: Pasenow o el roman- teórico y literario. En Los sonámbu-
ticismo, 1888; Esch o la anarquía, 1903; los, este motivo se va imponiendo cada
y Huguenau o la objetividad, 1918. vez con mayor fuerza, también desde
Tres figuras que, de tres maneras di- el punto de vista formal. Lo que se
ferentes, se las entienden —o han de inicia con Pasenow a modo de relato
entendérselas— con los conflictos de su convencional, concluye con Huguenau
época, con la desintegración de for- en una “transformación autodesinte-
mas de vida tradicionales. Lo que co- gradora”: una reflexión en torno a la
mienza con Pasenow, la historia del desintegración de valores.
prusiano aristócrata, en un estilo toda- Esta idea fundamental determinó
vía a lo Fontane, entrañable y casi ce- sin excepción toda la obra de Broch.
remonioso, transita luego por el vago En ella caben lo mismo su teoría de la
presentimiento de una nueva época y locura de masas como su gran ensayo
las esperanzas que Esch, el simple em- sobre “Hoffmannsthal y su época”, sus
pleado, cifra en América cuando lo análisis del kitsch y sus investigacio-
obligan las circunstancias, hasta desem- nes acerca del mito. El hallazgo teóri-
bocar en Huguenau, donde todo eso va co devenido génesis práctica de la
a cederle paso a una valoración desa- labor narrativa, que a su vez ha ido a
pasionada. Este último se escabulle con establecerse en los límites de los con-
habilidad y maña, sin el más mínimo ceptos. La desintegración de formas
escrúpulo moral, en medio de los de- de vida inveteradas provoca reacciones
sórdenes de una época: el último año irracionales. Es ahí donde se refleja
de la primera guerra mundial. Cuan- la desintegración de todos los valores
do el hambre aprieta, primero están los conservados. Los personajes de Broch
dientes que los parientes. han de vérselas con el miedo, la sole-
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dad y la indiferencia. Teoría y poesía tal del kitsch, Viena devino también
se compenetran; de otro modo sería metrópoli del vacío de valores de una
imposible comprender la “estructura época.”
irracional” que, a juicio suyo, “sirve Muy cierto. Sólo que nosotros he-
de base al oficio de poeta”. mos seguido avanzando por esta senda
Como racionalista consecuente que como si tal cosa, y entretanto el kitsch
era, Broch pretendió despojar de sus ha llegado a ocupar a escala universal
marcos psicológico-individuales la má- el sitio del arte. Los diagnósticos de
xima de Freud: “Allí donde estuvo el Broch exhiben hoy día su condición
Ello, ha de devenir el Yo”, e inter- profética.
pretarla como tarea social. Se enfras- El mundillo de la literatura, inclui-
có en la tentativa casi paradójica de dos el público y la crítica, recompensa
fundamentar éticamente la autonomía para siempre la inteligente renuncia.
de lo estético. Desde una postura crí- Quien asume la doble carga del “do-
tica, surgen de esa tesis magníficos ble oficio” es propiamente culpable. Al
juicios, sobre todo acerca de la Viena menos para el escritor, el trabajo de
de entre siglos: “Si alguna vez la mi- las ideas y el empeño no implica nin-
seria quedó encubierta por la riqueza, guna recompensa, y después de todo
fue entonces.” Con esta agudeza se es más cómodo prescindir de ese vo-
inicia el ensayo “Hoffmannsthal y su luminoso y pesado lastre que son la
época”: teoría y la reflexión. Quien trabaja du-
“Fue en Viena donde se puso de ro de día, por la noche tiene derecho
manifiesto lo que al cabo significa el al asueto, sin duda. Pero eso de que
encubrir la miseria con riqueza; allí, el arte, como creía Broch, tiene algo en
durante su espectral periodo de pos- común con el conocimiento, es ya ha-
trero esplendor, se hizo más evidente rina de otro costal. ¡Sea! Broch, al cabo
que ningún otro momento o lugar: un de ciento dieciséis años de su natalicio
mínimo de valores éticos debía que- y cincuenta y uno de su muerte, segui-
dar encubierto por un máximo de va- rá siendo un clásico, célebre e ignora-
lores estéticos, que, por cierto, no eran do. Él, personalmente, nunca creyó que
tales ni podían serlo, ya que un valor las palabras obrasen milagros.
estético no surgido desde una base
ética constituye precisamente lo con-
trario, es decir, kitsch. Y como capi-
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EL SUEÑO DE LA ALDEA

Magali Tercero: vida cotidiana, siento que no te expo-


el arte cura nes, pero debes preguntarle a las per-
sonas adecuadas: eso sí requiere de
Ó SCAR A LARCÓN olfato.
En colaboración con Jorge Durán Imagínate que llegue con el Chapo
Guzmán a preguntarle sobre su vida
—Cuando llegaron los bárbaros. Vida cotidiana.
cotidiana y narcotráfico es sobre un te- —En tu trabajo como escritora, ¿có-
ma que desafortunadamente está de mo fue que llegaste a la crónica?
moda y que, sin duda, tiene una im- —La crónica no se estudia, es algo a
plicación social no sólo para la gente lo que te lleva tu propia escritura, tien-
de Culiacán sino de todo el país, ¿có- des a ella. Empecé haciendo crónica
mo surge el libro? en 1990, gracias a la revista Milenio,
—La pregunta principal que les hi- de Fernando Fernández —que no tenía
ce a los casi cien entrevistados fue, nada que ver con el diario actual—.
¿cómo se ha transformado tu vida coti- Fue una casualidad pues el reportero
diana a partir de la llamada guerra que les iba a hacer un reportaje, que
contra el narcotráfico? No es un libro se llamaría “Una noche de putas”, les
de entrevistas, es un libro de crónicas de falló. Entonces me hablaron y acepté:
los cinco viajes que realicé a Los Mo- la idea era ir al Bar Bas, que está en la
chis, Badiraguato, Culiacán, Navolato, calle Londres de la colonia Juárez, en
Topolobampo y Mazatlán. Son crónicas la ahora muy tristemente célebre Zona
de viajes en donde una periodista an- Rosa en el D.F.
da preguntando: “¿Qué pasó con tu Estuvimos en el bar la primera par-
vida?” te de la noche y terminamos en la ca-
—Además una periodista sin miedo. sa del dueño de la revista. Después
—Yo no soy una periodista que ha- de pasar la noche completa con tres
ga libros o reportajes de denuncia abier- chicas, me di cuenta de que el resul-
ta o que cubra las fuentes políticas. tado de la escritura era una crónica.
Me he especializado más en las cró- —En Cuando llegaron los bárba-
nicas con temas sociales, ese género ros… se menciona que “cuando algo
anfibio —a mitad de camino entre el toca el lenguaje, ya tocó todo”. ¿Qué
periodismo y la literatura, pero que no tan cierto es?
es literatura—. Cuando preguntas sobre —Precisamente eso lo dice uno de
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que la cuenta va a ser pagada pero que
no pueden salir. Resulta que esta le-
yenda urbana, que hasta hace un tiem-
po todos pensábamos que no era verdad
—lo mismo la he escuchado en Mo-
relia, Veracruz, San Luis Potosí, Si-
naloa, Tijuana o el D.F.—, sí ocurrió:
el periodista Javier Valdez Cárdenas,
del periódico Ríodoce, afirma que ocu-
rrió en Culiacán. Sin embargo, se ha
convertido en una leyenda, pues lo mis-
mo puedes escucharla en Ciudad Juá-
rez. La sociedad necesita armar cierta
mitología para resistir esta abundan-
cia de balazos.
—Podemos descubrir que se nos re-
vela cierto realismo mágico en lo que
la gente te contó o en lo que viste,
como la tumba del Panteón Jardines
del Humaya, en la que hay osos de
MAGALI TERCERO
peluche y hasta un carrusel, y donde
mis entrevistados, el escritor sinaloen- el espacio es tan grande que puede
se Geney Beltrán Félix, que vive en el vivir una familia entera.
D.F. —Tienes razón. Esa tumba es de
—Tu libro rescata gran parte de la una niña. El padre le mandó a hacer
oralidad y, por ende, se rescata la in- casi una juguetería de lujo, como si
vención de los mitos. estuvieras en las mejores tiendas de
—Ahora se le llama leyenda urbana, Londres, como si fuera una casa con
y en todo el país conocemos muchas. aire acondicionado: con un tiovivo, ca-
Por ejemplo, está la leyenda urbana ballitos, vestiditos, moños, juguetes de
en la que llega el Chapo Guzmán a un niña, muñecas.
restaurante, lo cierra, recoge los celu- —O el narcotraficante que pide ser
lares, coloca a sus guardias por todo enterrado con su camioneta.
el lugar y les dice a los comensales —Ésa no es leyenda urbana. Eso
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EL SUEÑO DE LA ALDEA

me lo contó un señor de 37 años que, un ambiente de tensión en la tienda.


por razones de trabajo, ha tenido mu- Acostumbrada a contestar como se con-
cho contacto con los campesinos. Me testa en el D. F., le dije —un poco iró-
habló del delincuente que quiso ser nica—: “pásaalee”, y la cajera se puso
enterrado con su camioneta, no por- más tensa. La mujer se apenó y dijo
que quisiera llevársela al otro mundo, “perdón”. Cuando se fue, me dijeron
ni porque no se la quisiera dar a su que nunca piden perdón. Supongo que
parentela, sino porque para él era su vio que yo era fuereña. Digamos que es
identidad: su Hummer también era él. una cultura rural trasladada a la urbe:
—Algo más que podemos notar en son los campesinos serranos y sus ma-
el libro es que las personas no se re- neras son rudas.
fieren a los narcotraficantes como “los —Hace un momento te decía que
narcos”, sino que les dicen “ellos”. eres una periodista sin miedo, pero en
—Prefieren no usar esas palabras. el libro mencionas que sí lo tuviste, in-
Pronunciar las palabras “narcotrafican- cluso dices que, al estar comiendo, te
tes”, “delincuentes” o “narquitos”, les quedaste tan sorprendida que le pu-
produce miedo. Prefieren evitarlo, ba- siste azúcar al menudo.
jan la voz y te dicen “por ahí andaban —Llegué nerviosa a Badiraguato
esos”, te dicen cualquier cosa excep- —que, se supone, es la cuna del nar-
to esas palabras. cotráfico—. Estuve tres días, pero yo
Cuando vives en Sinaloa, me dije- tuve una experiencia totalmente bucó-
ron allá, la muerte te está siguiendo lica. La persona que me llevó —que
los pasos, te matan por un pestañeo. transporta a muchos de los periodis-
Mencionarlas es motivo de violencia. tas— iba mucho más tensa que yo y
—Ahora que dices que te pueden me fui contagiando al grado de que me
matar por cualquier cosa, describes sorprendí echándole azúcar al menu-
que al llegar a Sinaloa chocaste con do blanco en lugar de ponérsela al ca-
una chica en un OXXO. ¿Qué fue lo fé: fue un signo de que estaba nerviosa.
que ocurrió? Y hubo nervios a posteriori al recor-
—Fui a comprar pilas para la gra- dar alguna situación, pero nunca me
badora y, en el mostrador, la mujer sucedió nada.
puso su bolsa Louis Vuitton de tal for- —Chalino Sánchez fue de los pri-
ma que me empujó: fue un choque de meros “levantados” del narcotráfico
hombros y bolsas. Lo que percibí fue y, gracias a su caso, se comenzó a
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hacer denuncia de personas desapa- municipales lograron recoger todas las
recidas. armas y convertirlas en objetos útiles
—Fue uno de los primeros “levanta- para la sociedad. Aquí no estamos to-
dos”, como les decimos ahora, porque mando medidas de ese tipo. Por eso
en realidad debemos decirles asesina- es difícil pensar para cuándo. Esto va
dos. Él inició el narcocorrido. Nació cada vez peor y peor, desafortunada-
en la sierra de Badiraguato. Conocí a mente.
una cocinera que trabaja en casa de —Recuerdo que caminábamos en
gente muy acomodada y me contó que San Andrés Cholula, después de pre-
fueron amigos de la infancia, que el sentar tu libro, cuando nos habló por
papá de ella tenía sembradíos y que teléfono Rodrigo Durana para decir-
contrataba de peón a Chalino Sánchez. nos que había visto en las noticias que
Su fama vino a raíz de los corridos el avión del secretario de Goberna-
que hizo mientras estuvo encarcelado. ción, Francisco Blake Mora, se había
—Sabemos que en otros países han caído. ¿Qué tanto ha cambiado Mé-
ocurrido casos similares de violencia, xico, en un año, con el regreso del
como en Colombia. Sin querer hacer priismo?
un vaticinio ni decir que tienes una —Esa pregunta cae perfecta por-
bola mágica para predecir el futuro, que el día de hoy me encontré con la
¿en qué tiempo crees que esta espiral noticia de que entraron alrededor de
de violencia pueda descender? cincuenta criminales a la Sierra Tara-
—Es una pregunta muy difícil de humara y arrasaron con un pueblo.
contestar, porque lo primero que me Eso pasó ayer. No hay cambios, lo que
viene a la cabeza es esto: en México vemos son anuncios de cambios de es-
no estamos tomando medidas tan ade- trategia, de crítica al anterior presi-
cuadas como las que se tomaron en dente. Aparentemente habrá cambios
Colombia. En México hay un error de pero no hay control de nada.
concepto, comenzando por la guerra —En ese sentido, ¿se justifica la
misma, la cual no se planeó. Es un presencia de la violencia en la litera-
error de concepto porque no hay es- tura?
trategia para el lavado de dinero, que —Yo creo que sí. Si corresponde a
es lo que verdaderamente —según yo— un deseo auténtico de un autor, a una
habría que combatir. necesidad auténtica de hablar sobre
En Colombia, algunos presidentes ella, creo que sí. Porque nos refleja,
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nos muestra. En la literatura tiene que
estar toda la gama de emociones.
Como occidentales podemos men-
cionar diez emociones, pero en la ópe-
ra china se pueden contabilizar hasta
cincuenta emociones diferentes. ¡Qué
sutileza! Tengo que averiguar cuáles
son esas emociones porque en la ópe-
ra china se han manejado siempre.
Se tiene que retratar lo que existe.
No sé si deba hacerse como parte de
la coyuntura. Creo que hay gente que
se metió a escribir sobre la violencia
porque se dio cuenta de que era ven-
dible, aunque no por la literatura. Tam-
bién existen personas que lo han hecho
de manera honesta. No podemos ge-
neralizar.
Por ejemplo, Lolita Bosch, catalana-
mexicana que dirige el sitio Nuestra un ser querido en un accidente, por
aparente rendición, hace una historia la violencia de la naturaleza. Su espo-
novelada del narcotráfico en México sa muere en un accidente en el mar,
con datos que, los que hemos leído so- en Mazunte, Oaxaca. Ésa es otra for-
bre el tema, ya conocemos porque ella ma de violencia, es un libro magnífico.
no hizo un reportaje sino una investi- Te cura duelos por el poder del arte;
gación histórica. En su caso, es evi- eso descubrí en mí misma.
dente el interés por combatirlo y por —Entonces el arte sigue salvando.
trabajar en favor de la sociedad. Cla- —Sí, lo acabo de experimentar en
ro que es necesario hablar de ello. carne propia. Sin darme cuenta, tra-
Acabo de leer Say her name (Di su bajé con un duelo de mil años atrás;
nombre), del estadunidense de origen de repente te das cuenta de que ya
guatemalteco Francisco Goldman, en tienes una actitud distinta ante el asun-
donde se habla de otro tipo de violen- to. Fue liberador. Se lo recomendé a
cia: la que sufres cuando se te muere una fotógrafa que está trabajando el
15
tema porque perdió a su padre y a sus segunda o tercera edición. Es la prisa
últimas dos tías en muy breve tiempo. y la presión de los editores y la nece-
Me contó que se quedó el fin de sema- sidad de ganar dinero publicando li-
na leyendo y llorando. El arte cura. bros, algo más sustancioso que el free
—Y de la gente que se ha sentado lance periodístico.
a escribir por encargo de las editoria- —Algunos escritores se han reuni-
les, ¿podríamos decir que existe el mar- do en torno a estos temas, como en el
keting editorial de la violencia? libro La Generación del Bang. El li-
—Aunque no me gustaría generali- bro arranca con una cita de Daniel
zar, me parece que sí. Incluso autores Sada sobre el miedo a la verdad de
y periodistas que toda su vida han es- los mexicanos.
crito sobre el narcotráfico se han dejado —Son escritores menores de 40 años.
envolver por la prisa del marketing. El título te dice mucho, aunque hay
(Ya te he dicho que nunca fue mi fuen- gente muy seria. La viuda de Daniel
te, ni la política. Ahora la fuente polí- Sada me acaba de decir que él se ne-
tica es la del narco, ya no es la nota gó a escribir sobre la literatura del nar-
roja. ¡Es increíble!) cotráfico y que, al final, la realidad se
Están publicando libros al vapor: le impuso y terminó escribiendo sobre
uno cada seis meses o cada año, y su el tema, pero que él le tenía alergia.
calidad se ve reducida porque no pue- Él quería hablar de la complejidad en
des fabricar un libro bien escrito cada términos mucho más amplios. Esa an-
seis meses. Ni aunque seas el mejor tología que mencionas incluye a perio-
reportero del mundo. Esos mismos au- distas que escriben sobre la violencia.
tores, aunque sean honestos, caen en —Precisamente, hablando de El len-
esa prisa mediática y, como muchos guaje del juego, la novela póstuma de
de ellos trabajan en periódicos, hacen Daniel Sada, pareciera ser que el tema
compilaciones apresuradas de textos central es el narco. Desde mi perspec-
ya publicados. tiva, no lo es. Yo creo que es una
Sigo leyendo todo lo que se refiere novela que habla sobre los daños co-
al tema y estoy encontrando todavía laterales del narco, como la desintegra-
muchos datos mal puestos. A pesar ción familiar, la insensibilidad de la
de que hay gente a la que le he dicho sociedad ante la violencia. ¿Crees que
que esos datos estaban mal, vuelven a esa haya sido la intención de Daniel
poner datos no comprobados en la al escribir esta novela?
16
EL SUEÑO DE LA ALDEA

—Creo que, como escritor de cepa —Exacto. Otro caso es el de Ale-


que era, se le imponían los temas. Al jandro Páez Varela —él ha escrito dos
escritor de este tipo los temas se le novelas y no le gusta que lo etiqueten
imponen desde dentro, se le convier- como “narcoautor”—, quien puso un
ten en obsesiones. Se dice que hay subtítulo para dar a entender que está
autores de un solo libro, aunque ha- hablando del amor en estos tiempos
yan publicado veinte; es porque se violentos.
trata de una sola obsesión que los ha A muchos escritores no les están gus-
guiado. En el caso de Daniel, creo que tando los autores que bordan sobre el
era lo suficientemente honesto y por narco, pero eso no quiere decir que
eso los temas se le impusieron desde los escritores etiquetados sean malos:
dentro. por ejemplo, el lenguaje de Élmer Men-
Recuerdo que cuando Daniel esta- doza es maravilloso.
ba escribiendo la novela me preguntó —Mónica Muñoz Cid, artista plásti-
algunos datos, detalles sobre situacio- ca poblana, tomó las primeras frases
nes concretas que él quería tocar: ya que aparecen en tu libro, Cuando lle-
estaba en la investigación. garon los bárbaros…, para crear una
—Desde hace mucho tiempo Daniel pieza: Hemos metido al narco en nues-
trabajaba en la reinvención del len- tras camas, extendemos la mano para
guaje. que nos dé dinero. ¿Qué piensas de los
—Ésa es una gran diferencia de los puentes que tu literatura puede ten-
escritores de cepa. Como Yuri Herre- der con otras artes?
ra, quien evita dar nombres a todos —Me parece excelente porque am-
estos fenómenos porque quiere darle plía la comprensión no sólo de la artis-
una amplitud mayor, una universali- ta o la mía, sino de todas las personas
dad al tema. Habla de los músicos que vean la pieza: expande la com-
que van a tocar a las fiestas pero no te prensión porque hay más ecos de uno
menciona directamente los asuntos. y otro lado. La frase es del periodisa
—Y que al igual que en El lengua- Javier Valdez Cárdenas, uno de los más
je del juego, en donde el tema central serios y de los pocos que no ha caído
es la desintegración familiar, en el ca- en el coqueteo con la fama —es muy
so de Trabajos del reino, la novela de fácil caer en ello, pues la vanidad es
Yuri Herrera, el tema central puede tan humana.
ser el amor y no el narco. —¿La cotidianidad de la que se
17
arte. No me siento influida pero ha si-
do una parte natural, que corresponde a
una tendencia emocional de toda la vida.
En este momento me encuentro con
el arte contemporáneo o arte concep-
tual, o como se le quiera llamar —por-
que también las etiquetas tienen la
trampa de que no siempre definen lo
que quieren definir: nos sirven para
organizarnos mentalmente—, y se in-
siste tanto en el periodismo narrativo,
cuando la verdad es que éste ha exis-
tido siempre: primero hubo crónica y
luego hubo historia. Tucídides fue un
gran cronista, primero, y luego un gran
historiador.
En mi crónica sobre temas sociales
hay mucha influencia del cine de los
noventa: Robert Altman narraba frag-
habla en el libro hace que estés más mentariamente, aunque él no era el
cerca de expresiones en la plástica, co- primero que lo hacía. Recuerdo una
mo las de Marta Palau o Teresa Mar- película de los años cincuenta con So-
golles, que de la literatura que habla fía Loren y Marcello Mastroianni, que
del narco? era en sí una narración fragmentaria
—Es interesante tu pregunta porque en donde se contaban tres o cuatro
es la primera vez que mis dos ver- historias en diferentes planos. Eso me
tientes como cronista —sobre temas impresionó mucho —vi el filme a los
sociales y urbanos, y sobre arte (mis 16 años en la televisión—: recuerdo ha-
dos columnas lo reflejan)— se unen con ber querido escribir de esa manera en
toda naturalidad, porque el arte con- un periodiquito escolar que hacía yo
temporáneo está muy preocupado por en un mimeógrafo. El cine es una gran
lo cotidiano. No hay pena ni vergüen- influencia sobre muchos autores de
za por tratar los temas que no son tra- todas las edades.
dicionalmente los grandes temas del Muy probablemente el arte contem-
18
EL SUEÑO DE LA ALDEA

poráneo esté haciendo lo suyo. Aun- te quedan grabadas para siempre: las
que hay muchos problemas porque se que haces entre los ocho y los 20
dividió en dos bandos, casi como Fe- años. Muchas cosas de tu escritura se
lipe Calderón quiso dividir al pueblo definen en esa etapa. Tengo esa teoría
mexicano: el bando de los buenos y el pero nunca la he comprobado. Estás
bando de los malos. Así se dividió en tan fresco y tan ávido. Recuerdo ha-
arte tradicional y en arte conceptual. ber leído muy niña los primero capí-
Y existe la misma guerra, sólo que no tulos de La divina comedia —y eso
hay armas de por medio; pero la vio- porque me dio hepatitis y tuve que
lencia con la que unos hablan de los quedarme en casa—. Noto que hay
otros es la misma, sobre todo el odio influencia: imágenes que viven conmi-
que se manifiesta desde la trinchera go. Las menciono cada vez que se
del arte tradicional —y digo “trinche- puede: siempre está el Virgilio que
ra” con toda la mala intención— con- me guía a lo largo de mis crónicas. En
tra lo que los artistas jóvenes están Cien freeways... siempre hay un Vir-
haciendo es tremenda, igual que la gilio que me lleva a la cárcel de muje-
incomprensión, la ausencia de deseo res, que me lleva con las prostitutas
de abrirse y recibir algo de los recién del Bar Bas en el D.F.; siempre hay
llegados al mundo del arte. alguien, como un taxista que me plati-
En el capítulo segundo de mi libro ca la vida de un niño al que maltrata
quise desaparecer del mapa como au- su madre o un rockero que me descu-
tora. Juego con la estructura: hay gen- bre el trasfondo del tianguis del Chopo.
te que ha leído el libro como si fuera —Pero se trata de un nivel extrali-
una serie de viñetas o notas, lo cual terario, pues no es algo que tú inven-
es absurdo, pues sólo en el segundo tes sino que simplemente ocurre.
capítulo recurrí a la cita directa sin —Así es. Lo uso menos porque ya
prolegómenos. Quise desaparecer pa- se volvió un lugar común dentro de mi
ra dar voz plena a la gente que fue escritura. La primera vez que me ocu-
afectada en su vida cotidiana. Lo que rrió, sí escribí “mi Virgilio” porque re-
está bien dicho no se vuelve a decir sultaba novedoso para mí. Claro que,
con tus propias palabras, por muy buen veinte años después, decir que tengo
autor que te creas: se edita y organi- a mi Virgilio estaría cayendo en un lu-
za. Pero es sólo mi opinión. gar común no sólo mío sino de toda la
Por otra parte, hay lecturas que se literatura.
19
—Recientemente participaste en una briela Mistral sea la única mujer lati-
mesa sobre mujeres periodistas y cro- noamericana que ha ganado el premio
nistas en el Palacio de Bellas Artes, Nobel de Literatura?
¿no te molesta que la perspectiva de —Yo te daría una respuesta senci-
género siga dividiendo el trabajo pro- lla: es parte de la realidad. Así como
fesional? ¿Por qué no llamarles sim- tú, que al escribir el primer libro de
plemente cronistas? entrevistas te topaste sólo con hom-
—Sí, me molesta, y tuve la intención bres, no existía la noción de cuotas.
de comentarlo. Elsa Cross, en los años Por ejemplo, decidir que el Senado
sesenta, rechazaba participar en cual- tenga una cantidad de senadoras mu-
quier evento o conferencia a la que jeres. Eso ha sucedido en Mauritania,
fuera invitada y que dijera “Ciclo de en donde tuvieron la apertura, y el
Mujeres” o “Conferencia de Mujeres”. 45% de senadoras son mujeres. Es un
Y tenía razón. ¿Por qué seguimos di- país excepcionalmente abierto. Aunque
vidiendo al mundo en hombres y mu- la realidad es que todavía hay más es-
jeres? Me recuerda mi escuela primaria critores que escritoras, y aún hay gen-
de monjas. te que considera importante que haya
Me gusta mucho tu pregunta por- ciclos sobre mujeres —porque también
que esta situación estuve a punto de es una forma de llamar la atención
mencionarla en la conferencia, pero del público sobre un tema que nunca
después vi que la narradora Raquel termina de ser pensado.
Castro —la organizadora del ciclo— La respuesta es que sigue siendo
se entregaba tanto a su trabajo y esta- un reflejo de la situación actual. Si las
ba siendo tan honesta, que me pare- mujeres en los ochenta pensábamos
ció mal decirlo delante del público. que la situación para los noventa o los
Por otra parte, no soy tan extrema; dos mil iba a mejorar, de lo que te
las feministas del siglo pasado tenían das cuenta al encender la televisión
que ser radicales. Ahora hay otros lo- es que las mujeres somos más objetos
gros que no tienes que gritar. Obser- que nunca. Ponte a ver los videos de
va a algunas chicas de 25 años: ahora MTV, ¿qué imagen te dan de la mujer
ellas son las machas misóginas. No pue- en la música en general? Creo que nun-
do generalizar pero lo he visto. Esto es- ca como ahora se habían realizado tan-
tá cambiando para bien y para mal. tas cirugías plásticas, ni tantas mujeres
—¿A qué crees que se deba que Ga- se habían muerto en el quirófano. Por
20
EL SUEÑO DE LA ALDEA

ejemplo, con liposucciones. Parece que


hubiera un fracaso rotundo del femi-
nismo. Al observar mujeres de 23 años,
como mis alumnas o mis sobrinas, no
percibo que estén mucho mejor en sus
relaciones amorosas que las mujeres
de mi generación. Existen blogs de mu-
jeres muy jóvenes donde claman por
lo mismo que pedíamos hace 25 años.
Es triste.
Escribí un texto a los 18 años di-
ciendo que la rebeldía masculina ante
la llamada liberación femenina iba a
ser todavía más fuerte cuando las mu-
jeres encontraran su lugar, y dije que
habría más misoginia y tristemente lo
comprobé: observo de cerca las rela-
ciones amorosas de chicas de 23 años
y muchas son maltratadas, pero lo más
impresionante es que lo permiten —no
te digo que todas. Pensé que ya no lo
iban a permitir, que vendrían con otro
MAGALI TERCERO
chip.
—Siendo mujer, ¿qué tan difícil es y arriesgan la vida, como mujeres son
escribir en una ciudad como la Ciu- más vulnerables.
dad de México? Maya Goded —cuyas fotos apare-
—Nunca he sentido esa dificultad, cen en mi libro Cien freeways: DF y
ni cuando empecé ni ahora. Tal vez alrededores— tuvo problemas en un
periodistas a las que admiro mucho y hotel de Ciudad Juárez, le robaron su
que denuncian —porque mi trabajo equipo, la amenazaron y sólo estaban
como cronista no es denunciar abier- ella y otra persona en el hotel. Se tuvo
tamente o buscar personas como el que cambiar. Estuvo cerca de la vio-
Chapo, porque de antemano sé que lencia.
me van a mentir como los políticos— Hoy leí una entrevista con un fotó-
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grafo mexicano que está en Siria: seña- grandes escritores. Por ejemplo, Ma-
la que se siente mucho más inseguro ruja Torres es una gran cronista de
haciendo trabajo sobre la guerra —por- guerra.
que te puede caer una bomba y en En España no se le llamaba cróni-
cualquier lugar te puedes morir— que ca, pero el periódico siempre estuvo
en México con el narco, en donde si lleno de grandes cronistas, y creo que
eres un blanco lo sabes y tomas tus mi generación aprendió a escribir ahí.
precauciones. Se me hizo muy intere- Ahora, con el movimiento generado a
sante su comentario. partir del Nobel García Márquez y su
—Eduardo Huchín Sosa dice que Fundación de Nuevo Periodismo Ibe-
los narradores buscan críticos, los poe- roamericano, comienza a llamarse cró-
tas gruppies, los ensayistas lectores, nica y periodismo narrativo al texto
¿qué buscan los periodistas? informativo escrito como si se tratara
—Un periodista honesto siempre va de una narración. Vicente Leñero ha-
a hacer una denuncia de lo que con- blaba en México de “escribir reportajes
sidera anómalo. El periodismo señala como cuentos” en los años sesenta. En
la anomalía, en este caso es la violen- “Sábado” de Uno más Uno, en donde
cia —aunque desde el punto de vista hice mis primeras colaboraciones con
literario la violencia no es la anoma- Huberto Batis, había muchos jóvenes
lía—, pero un periodista honesto, o autores sensibles a la buena escritura.
cronista, siempre tendrá en mente lo Me preguntas por la diferencia entre
que no debe ser y buscará interlocu- el cronista y el periodista. El cronista
tores. se acerca más a la buena escritura en
En este momento hay un movimien- la medida en la que está interesado
to generado por Gabriel García Már- en la literatura, en que tiene lecturas
quez —y a mí me gustaría más que un y en que toda la vida le ha importado
periodista lo hiciera—, que es buscar el buen uso del lenguaje y el buen
la buena escritura. Yo aprendí a escri- manejo de la historia. Y esto no es pre-
bir leyendo el periódico El País de los tencioso, es una verdad: quien bien
ochenta, así como a todos los exponen- piensa bien escribe. En la crónica te
tes del Nuevo Periodismo y la Novela debe de importar el uso del lenguaje,
Real (Tom Wolfe, Truman Capote, la cadencia; en este momento hay mu-
Norman Mailer). Son periodistas que cho periodismo pretencioso y mal escri-
no se dicen cronistas pero que son to. Con la etiqueta “crónica” se está
22
EL SUEÑO DE LA ALDEA

metiendo en la bolsa a gente que no tivo muy extenso, aunque ahora sea
escribe bien. un espacio más comercial. Está ubi-
—¿Las becas hacen escritores? cado cerca de la estación Buenavista,
—No fabrican escritores pero sí dan cerca de San Cosme, y encuentras no
un espacio para escribir. El que de sólo música sino performance, pintu-
verdad quiere escribir lo hace con beca ra, galerías improvisadas, conciertos,
o sin beca. En el 2000 me pidieron un producciones de disqueras, botas “Doc-
reportaje sobre becarios, y gente que tor Martínez” en lugar de las famosas
trabaja mucho como Magali Lara hizo “Dr. Martens”.
maravillas con su beca de tres años. Si le preguntas a un vendedor cuál
Pero hubo gente muy conocida y muy es el libro más vendido, casi te mien-
famosa —que ya murió—, la cual era ta la madre. Yo lo hice y me respon-
vista derrochando la beca por todos dió: “Oye, no estás en Sanborn’s.”
lados e incluso produjo muy poco. Entonces le dije: “Bueno, ¿qué es lo
Se han puesto muchos candados. Sé que te pide la gente?” Me dijo que los
de gente a la que se le ha retirado el anarcopunks piden muchos libros es-
apoyo porque no presentó un informe pecíficos, y que también están los mís-
suficiente el primer o segundo año. Lo ticos y los New Age como públicos
he visto —porque alguna vez me invi- particulares.
taron como jurado de los proyectos Llegar al Chopo fue una curiosidad
para realizarse durante estancias de del cronista. Por alguna razón que no
tres meses en otros países—: hubo un recuerdo, me subí a un camión en In-
caso en que la persona no pudo con- surgentes y encontré a dos alemanes
cursar porque entregó el informe de punks no mayores a los 25 años con
una beca anterior dos meses tarde. unos adornos increíbles en el cabello,
Ese autor, de quien tres jurados ha- el atuendo y el cuerpo. Comencé a ob-
bíamos dicho que presentó muy bue- servarlos y decidí seguirlos porque que-
na propuesta, se quedó sin su estancia. ría seguir viéndolos. Me di cuenta de
—De tu libro Cien freeways…, ¿cuál que se iban a bajar cerca del Tianguis
es la crónica que más te gusta? Cultural del Chopo.
—Me gusta muchísimo la del cum- En cinco minutos se me desapare-
pleaños número 25 del Tianguis Cul- cieron porque había mucha gente pe-
tural del Chopo, que es un lugar en ro al final, y luego de seis meses de
donde encuentras un mundo alterna- visitas sabatinas, encontré una cróni-
23
una crónica. Finalmente se publicó
en la segunda edición de A ustedes les
consta, antología de la crónica en Mé-
xico. La antología de Carlos Monsiváis.
—¿Quiénes son tus cronistas favo-
ritos?
—Me gusta muchísimo Guillermo
Prieto, Manuel Gutiérrez Nájera. Me
gusta mucho, aunque nadie lo lee, Jo-
sé María Marroquí, que era un hom-
bre gordo —fue cónsul en España—,
obsesionado por conocer todas las his-
torias de las casas del centro de la
ciudad, y caminaba por todos lados.
Iba jadeando, aflojándose la corbata
por el calor y tocando los timbres de
las casas. Dejó tres tomos farragosos
pero muy interesantes sobre la Ciu-
dad de México. Yo viví en esa calle
entre los seis y los ocho años. Ya adul-
ca. Vi un performance: un artista de ta me di cuenta de que viví en una
fin de semana —los demás días es calle con el nombre de un cronista
mecánico— que utilizó un corazón de exhaustivo.
cerdo y un público de más de cua- Creo que ahí nació la cronista: el
renta personas exclamando: “ahh”, Barrio Chino estaba al lado, íbamos a
“ohh”, “uhh”. Los espectadores esta- los restaurantes chinos, me asomaba
ban asombrados porque él narraba desde el quinto piso y veía unas cuca-
una historia de amor con ese corazón rachas inmensas —perdón por aso-
y jugaba con un maniquí hecho con ciarlas con la comida china.
alambres y lo vestía de novia. Después Normalmente un cronista tiene mu-
citaba versos de Leopoldo María Pa- cho amor por la literatura. Tengo dos
nero, poeta español que vivió, o vive, vertientes de escritura y ambas tienen
en un psiquiátrico. Todo era muy que ver con la crónica: la vertiente de
Chopo. Ahí me di cuenta de que tenía cronista de los temas sociales y urba-
24
EL SUEÑO DE LA ALDEA

nos, y la vertiente de cronista del ar- blia, pero parece que la intención fue
te, que tal vez suene a algo muy viejo, provocar que se hablara del error.
pero eso es lo que considero que hago El poder es sumamente retorcido.
yo aunque no siempre lo logre. Siem- Lo sabemos todos.
pre me ha interesado el arte.
—Cronista del arte, más que un tér-
mino viejo, me parece que refresca el
mundo del arte. Escribiste un libro
con Teresa del Conde.
—Ella hizo un capítulo de cincuen-
ta cuartillas y yo hice otro. Mi capítulo
se llama “Frida cyborg”, porque en- Nacer de nuevo en una
contré en Kahlo una parte cibernética segunda lengua*
y una teoría de lo que está ocurrien-
do actualmente. Como en la película C OSTICA B RADATAN
Crash, donde el erotismo se presenta Traducción de Armando Pinto
por medio de accidentes de autos. A
eso se le llama “la Nueva Carne”: por En su reflexión sobre la religión cató-
ejemplo, te ponen la córnea de otro lica, “Carta a un religioso”, escrita el
señor o implantan metales. año previo a su muerte en 1943, Simo-
—Si pudieras hacer una recomen- ne Weil señala en cierto punto que “el
dación a Peña Nieto, Felipe Calderón cambio de religión es para cualquier
y a Elba Esther, ¿qué libro les reco- hombre tan peligroso como el cambio
mendarías? de lengua para un escritor. Puede te-
—A Maquiavelo, porque se nota que ner éxito, pero también puede tener
no lo leyeron. Tengo un amigo escri- consecuencias desastrosas”. El filóso-
tor que considera que el error de Pe- fo rumano, Émile Cioran, quien fue uno
ña Nieto en el que no pudo nombrar de estos escritores, habló del cambio de
a los autores de los libros en la Feria lengua como una catástrofe en la bio-
de Guadalajara fue marketing del PRI, grafía de un autor. Y con razón.
porque necesitaba que se hablara del * Aparecido originalmente en The Stone,
candidato. Y eso no me suena descabe- The Opinion Pages de The New York Times,
llado, porque pudo haber contestado el 4 de marzo de 2013. Se publica con la au-
que había leído la Constitución o la Bi- torización del autor.

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Cuando se convierte uno en escri- abandonar su lengua nativa y adoptar
tor no lo hace en abstracto, sino en otra es desmontarse a sí mismo, pieza
relación con cierta lengua. Escribir es a pieza, y montarse después en una
echar raíces en esa lengua; conforme forma diferente.
mejor escritor se es, más profundas Para empezar, al cambiar de len-
son esas raíces. El virtuosismo litera- gua, el escritor desciende al punto cero
rio revela casi siempre una sensación de la existencia. Incluso hay un momen-
de inmersión profunda, confortable, en to, si bien breve, en el que cesa de
un suelo familiar. Si por alguna razón existir. Ha dejado la vieja lengua y la
el escritor tiene que cambiar de lengua, nueva no acaba de aceptarlo; está en
la experiencia es como una amenaza de el limbo, entre dos mundos, colgando
muerte. No sólo tiene que comenzar sobre el abismo. El cambio de lengua
desde el principio, tiene que desha- sucede generalmente cuando el escri-
cer todo lo que ha hecho durante casi tor se auto-exilia o es exiliado. Pero el
toda su existencia. Cambiar de lengua exilio físico se duplica entonces por uno
no es cosa de pusilánimes, tampoco de ontológico: un exilio en los márgenes
impacientes. del ser. Es como si, por un momento,
Dolorosa como es en un nivel estric- el ser del escritor, al pasar por un va-
tamente humano, la experiencia también cío —la estrecha fisura entre las len-
puede ser filosóficamente fascinante. guas, donde no hay palabras a las cuales
Rara vez tiene uno la oportunidad de agarrarse y nada puede ser nombra-
observar una rehechura más dramáti- do— desapareciese. La comparación
ca de uno mismo. Para el escritor, la con la conversión religiosa de Weil es
lengua, lejos de ser un simple medio de adecuada pues, justo como en el caso
expresión, es una forma de existencia del converso, el escritor que cambia de
subjetiva y un medio de experimentar lengua sufre una experiencia de muer-
el mundo. Necesita la lengua no sólo te y renacimiento. De un modo signi-
para describir cosas, sino para verlas. ficativo, esa persona muere y vuelve
El mundo se revela en cierta forma a luego como otra. “Cuando cambié mi
un escritor japonés, y de otra muy di- lengua, aniquilé mi pasado. Cambié
ferente a un escritor que escribe en mi vida entera”, dice Cioran.
finlandés. La lengua del escritor no es Cuando empieza a escribir en una
sólo algo que él usa, sino una parte nueva lengua, el mundo nace de nue-
constitutiva de lo que él es. Por ello, vo para el escritor. Pero el renacimien-
26
to más espectacular es el suyo. Se
trata de un proyecto de reconstrucción
total del ser, en el que ninguna piedra
dejará de ser removida y nada pare-
cerá lo mismo otra vez. Su lengua na-
tiva, lo que fue él antes, le parecerá
cada vez menos familiar. Pero eso no
lo molesta para nada; de hecho espe-
ra el momento en que la pueda usar
como cualquier lengua extranjera. No
mucho después de adoptar el francés,
Samuel Beckett, un irlandés, se que-
jaba de su inglés nativo: “Lengua ho-
rrible, la conozco demasiado bien.” La
promesa ontológica de una renovación
completa es excitante.
Cuando renace de esa manera es co-
mo si todas las posibilidades se abrie-
ran; tiene la oportunidad de moldearse
a sí mismo en la forma que elija. Es su búsqueda de un nuevo ser. Finalmen-
propio demiurgo: de ser nada, por de- te no se convirtió en Mallarmé, sino
cirlo así, puede ser todo. Cuando, en en Samuel Beckett —el autor francés
1954, le preguntaron a Beckett por qué de Molloy, Malone muere y Esperando
había decidido cambiar de lengua, con- a Godot—, quien es con toda probabi-
testó: por la necesidad de estar “mal lidad igualmente bueno. Y si no hubie-
armado”. Su respuesta es sumamente ra suficiente alienación en su adopción
astuta, pues si uno la escucha con aten- de una nueva lengua, se aliena él mis-
ción, su tono jactancioso es impactan- mo otra vez traduciendo al inglés su
te. Pues en francés la necesidad de obra en francés. En otra parte, Beckett
estar “mal armado” (d’être mal armé) sostiene que prefiere el francés porque
no suena distinta a la necesidad de le permite “escribir sin estilo.” Por su-
ser (otro) Mallarmé (d’être Mallarmé). puesto, escribir “sin estilo” es la cosa
Nada menor a un estatus de Mallarmé más difícil de lograr; realmente es nece-
sería suficiente para Beckett en su sario estar bien armado para hacerlo.
27
sarios el entrenamiento riguroso, la au-
todisciplina y la práctica constante; des-
pués de todo, el arte es lo opuesto a
lo natural. Pero no importa cómo se
considere, hay una marcada percep-
ción de continuidad y crecimiento orgá-
nico en la trayectoria de este escritor.
Sin embargo, convertirse en escri-
tor en una lengua que no es la suya
por nacimiento va contra la naturaleza;
no hay algo orgánico en ese proceso,
únicamente artificio. No hay “instin-
tos” lingüísticos que lo guíen por esa
senda y el ángel guardián de la len-
gua rara vez susurrará a su oído; en
verdad irá bajo su propio riesgo. Dice
Cioran: “Cuando escribía en rumano
las palabra no eran independientes de
mí. Tan pronto como comencé a escri-
bir en francés, elegí conscientemente
cada palabra. Las tenía frente a mí,
fuera de mí, cada una en su lugar. Y
yo las elegía: te tomo a ti, luego a ti.”
Muchos de los que cambian para
ÉMILE CIORAN
escribir en una segunda lengua desa-
Hay algo de “natural” en el hecho rrollan una aguda conciencia lingüís-
de que uno se convierta en escritor en tica. En una entrevista que concedió
su lengua nativa. Habiendo alcanzado en 1979, unos siete años después de
la autoconciencia en esa lengua, ha- que dejara su nativa Rusia para vivir
biéndola asimilado junto con la leche en Estados Unidos, Joseph Brodsky
materna, por decirlo así, se encuentra habló de su continua “aventura amo-
uno en una posición privilegiada: sólo rosa con la lengua inglesa”. La lengua
necesita llevar a la perfección lo que es una presencia tan abrumadora para
ha recibido. Evidentemente, son nece- esta gente que llega a articular sus
28
EL SUEÑO DE LA ALDEA

nuevas biografías. “El inglés es la úni- libros impresos están prohibidos, esa
ca cosa interesante que queda en mi gente ha dedicado su vida a preservar
vida”, dijo Brodsky. La necesidad de los “grandes libros” de la humanidad;
encontrar le mot juste comienza como cada persona le confía un libro a su
inquietud, se convierte en obsesión y memoria y pasa su vida recitándolo.
termina como modo de vida. Estos es- Esas personas son textos vivientes, len-
critores sobresalen en el arte de hacer gua encarnada. Aparte de las obras
de la necesidad virtud: la necesidad de maestras que los habitan, ellas no sig-
entender cómo funciona el nuevo len- nifican gran cosa. Sus cuerpos impor-
guaje los convierte en lingüistas maniá- tan tan poco como el papel en el que
ticos; la preocupación por la corrección se imprimen los libros. En cierta for-
los hace gramáticos compulsivos. ma, un escritor que ha cambiado de
Cuando se trasladó a Francia a la lengua no es muy diferente de esa gen-
edad de 26 años, el dominio del francés te. A largo plazo, debido a su preocu-
de Cioran era apenas decente, y sin pación por la precisión lingüística y la
embargo acabó siendo uno de los ma- perfección estilística, una especie de
yores estilistas de esa lengua. De modo colonización tiene lugar: la lengua im-
similar, Joseph Conrad aprendió in- pregna todos los detalles de la vida de
glés relativamente tarde en su vida, lo ese escritor, la remodela y le da forma,
cual no le impidió convertirse en uno proclama su dominio sobre ella, la
de sus más sofisticados representantes. ocupa. El ser del escritor está ahora
Vladimir Nabokov es sin duda otro de bajo la ocupación de un poder inva-
tales representantes, aunque él comen- sor: su propia escritura en una nueva
zó a aprender inglés a temprana edad. lengua.
El mismo patrón una y otra vez: todo En cierto sentido, entonces, podría
a partir de nada, de una vacilante ig- decirse que al final él no cambia real-
norancia a un modo de expresión de mente de lengua; la lengua lo cambia
primer orden. a él. A un nivel más profundo, más
Hacia el final de Farenheit 451, la personal, escribir literatura en otra len-
novela de Ray Bradbury, el lector se gua tiene una marcada dimensión per-
topa con algo cuyo significado excede formativa: al hacerla algo sucede en
los confines del relato. Es la escena en él, la lengua actúa sobre él. El libro
la que Montague conoce a la “gente que está escribiendo termina escribién-
libro”. En un mundo en el que los dolo a él. La consecuencia es una es-
29
pecie de “fantasmización”. Pues cam- biado de lengua es en realidad un es-
biar de lengua, para un escritor, es su- critor fantasma: el único digno de ese
frir un proceso de desmaterialización: nombre.
antes de que se dé cuenta, es lengua Después de haber hecho todo eso,
más que cualquier otra cosa. Un día, después de haber pasado por el dolor
de repente, una intuición empieza a de cambiar de lengua y sufrir la ini-
asaltarlo, a saber, que ya no está he- ciación a la muerte y el renacimiento,
cho de carne, sino de versos y rimas, algunas veces recibe —como recom-
de estrategias retóricas y modelos na- pensa, por decirlo así— acceso a una
rrativos. Justo como la “gente libro”, visión metafísica de una extraña y sal-
él no significa gran cosa aparte de los vaje belleza: la noción de que el mun-
textos que lo habitan. Más que una do pudiera no ser más que una narra-
mujer o un hombre de carne y hueso, ción en proceso y que quienes la
es una encarnación de la lengua mis- habitamos no somos más que perso-
ma, un proyecto literario, como el libro najes, personajes en busca de un au-
que escribe. El escritor que ha cam- tor, es todo.

30
Patria

G ERARDO D ENIZ

Mil olvidos y dos recuerdos me bastan para armarla.


El olvido se perdona, pues cumplía entonces yo dos años:
hablo del churro de mi desayuno tempranero.
Los recuerdos tienen menos de veinte años.
Unos son los campos junto a Soria,
secos, entristecidos al filo de noviembre,
que recorrí con mi amigo al atardecer,
mientras dentro de mi cráneo resonaban,
inexplicablemente,
los largos arpegiados del coral de César Franck.
Y al fin, un mes después,
cuando, en el jirón restante
de la calle del Caballero de Gracia,
entré a la tienda aquella para que cuidasen de mis fotografías,
y tras el mostrador surgió una muchacha seria
y me miró—
y por unos segundos sentí deshacerse, disolverse,
mi peculiar y genuino sobretodo helveticomexica
y fui un viejo lascivo judío o morisco
31
requiriendo de amores en silencio
a una doncella cristiana de hermosura casi inimaginable. Y amargo
como Pafnucio:
—¿Por qué das tal poder a una creatura?

Escribo esto a mediodía (hora de otoño), a midi, ses fauves, ses


famines,
y mi graznido de pigargo al arrojarme al espacio postrero, mi
Weltinnenraum,
paseando, inexplicablemente nervioso, por los pasillos huecos del
aeropuerto de Barajas,
viendo desfilar anuncios y avisos de aerolíneas nunca vistas
que van —pero de veras— a todos mis mundillos,
a Kuwait, a Helsinki, a Ánkara y Angkor, a Sidney, vía Djakarta.
Era también el mediodía (hora de Greenwich)
y cuando por fin me arrellané en mi asiento en el avión
sonaba, quedo, música de Debussy
para despedirme de mi Eurasia (un mes atrás, cuando llegué,
la música de fondo era, muy propiamente, de Granados).
Ahora, a luchar con el sol, para llegar a México a las 11 p.m.,
portador de unos turrones de avellana
y de un fardo invisible de recuerdos que añadir a un montón ya
desmesurado.

Soy un borbotón de magma superfluo, brotada en la superficie terrestre.


Los bomberos, llamados con urgencia, aseguraron
que jamás habría peligro, que sencillamente fuera siendo cubierto el
adefesio
con placas de amianto. Mamá tomó fiel nota
32
y, pasado el puerperio, diseñó diversas placas de amianto
y encargó que manufacturasen doscientas,
mientras mi padre se encogía de hombros y predecía
que todo aquello no serviría para nada.
Tenía razón, pues, todavía hoy,
las placas recortadas en amianto, a imagen y semejanza de mamá
no embonan ni a golpes, las junturas se niegan
y el magma inagotable rezuma y escurre sin reposo;
para colmo, se caen más y más placas
y se quiebran, las tiran o las roban.
De ahí la singularidad inútil de mi existencia, si es que fuera tal.

Retrocedamos. Reptando —vaga anímula—,


me llevaron a conocer el mar a Santander.
Tan grande fue mi emoción, que eché a andar.
Por ese mar, supe pronto, se va a América, donde no tenemos nada
que hacer.
(Algo análogo repetí en 1962,
cuando, como un Balboa cualquiera,
tomé posesión del Océano Pacífico en mi propio nombre
—y es sabido que por él se llega hasta Borneo.)
Pero, de momento, mi destino manifiesto fue el lago Léman,
en cuyas aguas me metí y cuyas seiches conocí en —relativamente—
felices años.

Cuando regresé un rato a la península, en el 92,


la Confederación Helvética envió a saludarme
un automóvil con placa y escudo y todo
de la República y Cantón de Ginebra
33
que vi pasar, discreto y eficaz por una carretera navarra.
Pero días atrás ya había respirado todo el aire de Francia en
Roncesvalles
y a su zaga, para mí, el de Europa entera,
el aire de mi Helvecia y de Croacia,
de mi Escandia, mi Munster, mi puszta, mi Circasia y mi Carelia.
Poco después volvía a Francia labortana,
durante un par de horas, la mitad de las cuales en Ciboure,
donde no se vio a nadie pero los ojos se me anegaron al cruzar
hacia una casa simple, del XVII, con una modesta indicación:
“Dans cette maison est né Maurice Ravel”.

Pronto cruzamos al revés la frontera, hacia el Baztán,


donde vi a las brujas y brujos en las cuevas de Zugarramurdi y cruzó
la carretera un enorme gato negro,
descendiente rectilíneo de los que en otros tiempos
ennoblecían los aquelarres con su belleza impar.
Qué quieren que haga yo, si uno de mis zarcillos
se enrosca —ya hacía mucho entonces—
en aquella Vasconia que conocí tan poco,
pues no vi ni las cadenas arrebatadas al miramamolín,
que cuelgan en la catedral de Pamplona,
donde no pude entrar porque la estaban reparando.

Mediterráneo. —Donde, según el anarquista Elysée Reclus,


el alma se despereza en uno de los climas más tonificantes del globo
(apud. J. Verne).
(Ah, no se me olvide, mide un titipuchal de miriámetros cuadrados.)
Acaso me asomaría a él teniendo menos de un año; qué importa,
34
pero en el año de semimilenario colombino, lo conocí en Cambrils
mientras unos barquichuelos volvían de pescar sardinas,
pese a no haber alcanzado el Egeo ni, por ende, el Euxino argonáutico
donde el Cáucaso se refleja, ácido y gramaticalmente enrevesado.
Luego, desde Barcelona, el Mediterráneo nocturno que contemplé
fue sólo un poco de agua sombría y chapoteante.

Mi único viaje a París


fue —¡casi nada!— cuando estaba a punto
de cumplir cuatro años.
Todo era inmenso (o acaso era yo chico):
el fuego del soldado desconocido y el arco del triunfo,
las escaleras interminables de Montmartre,
y desde el primer piso de la Eiffel
un barco diminuto por el Sena.
Cuatro años más tarde me pasearon tristemente por la Cannebière
desierta,
“Meurent les boches”, garabateado con gis en un muro. Y las sirenas.
En el puerto un submarino prehistórico, larguísimo, no lejos del barco
donde partiríamos mañana.
—Amandes ou sorbet? —preguntaba un camarero irreprochable
(almendras rellenas de polvo o bolanieve como las que nos lanzábamos
los escolares en Ginebra).

La travesía mediterránea se dio mal,


me mareé, pero al atardecer
del otro día se oyó gritar —¡África, África!
y se vio acercarse una hermosa orilla argelina verde y cálida.

35
De Orán a Casablanca hubo dos tandas sucesivas,
curiosa la primera, mirando andenes con mujeres moras
como fantasmas de mediodía
(pero al recomponerse la blanca envoltura
una de ellas dejó ver, un solo instante,
una larga falda verde lechuga alegre),
y el tren se fue atiborrando de facinerosos.
Me dormí entre los brazos de mi madre
y soñé con la línea de mi lago,
el huerto, los conejos, mi gata Feliciana y acaso el tango “Celos”
en los cafés al aire libre.
Al despertar mi padre nochempié me informó —con orgullo, supongo,
por tener un vástago tierno y geográfico—
que habíamos pasado por Fez de madrugada.
Fez, donde no muchos años antes
llevaron de vacaciones a Ravel, ya fulminado,
y el director del instituto de estudios islámicos,
ceremonioso y perifrástico le sugirió, cortés,
componer alguna obra de ambiente árabe,
y le fue respondido dificultosamente —ataxia, apraxia, agrafia,
alalia…—
“Si escribiese algo árabe, sería más árabe que todo esto”.
Lo dijo Ravel cubierto de gatos —“saben cuánto los quiero”—,
en tanto que a mí me habrían de llamar, en dos o tres editoriales,
aprovechando un título del odioso Drieu,
L’homme couvert de femmes
porque dieciséis secretarias cada mañana
pasaban a verme y por mi bendición,
36
mermando mi forzada labor en pro de la marxismo-leninismo-
castrolatría,
en tanto que otras muchas, en general más feas, apretaban el paso al
cruzarse conmigo.
Y es fácil entender tan opuestas reacciones
ante un señor nada mal y algo desconcertante
que pasa, anima sdegnosa, saludando apenas,
escucha pero nunca aconseja,
constelado de prestigios tan indiscutibles como insondables,
que cuando le preguntan evoca con aplomo la costa soleada de su
natal Turquía
—si bien otros dicen saber de buena fuente que es español aunque no
se le note,
así como también consta que timonea una pequeña familia común y
corriente.
¿Qué hacer ante él sino platicar un rato y, si no, persignarse y escapar
velozmente?
En su oficinita sobresale de la pared un pilar de cemento
que luce en rojo un montón de paralelas: son las estaturas
de algunas visitantes diarias y el científico lo explica en detalle a quien
soporta oírlo.
Sentada al pie de esta escala, una asidua le espetó estas memorables
palabras:
—Te envuelve un misterio que jamás podrás imaginarte.
—Ah, caray. Yo nada más me creí un visitador de caleidoscopios
competente,
avezado en los ritos y piruetas concomitantes.

37
En el aeropuerto de México
la luz verde me salvó de tener que abrir mi saco de viaje,
atiborrado de turrones y libros vascos
que hoy por hoy ya me han robado.
Recibido por cuatro de familia,
advertí un pelotón de mujeres, toda la lira,
acompañado por un quinteto de ancianos
que, con salterio y todo, empezó a tocar valses nacionales viejos.
Las reconocí a todas y del grupo se alzó un murmullo de frases
evocadoras:
(en primera fila una niña bonita sólo se agitaba,
con un chupón outsized entre los labios.)
Tienes mucho que dar pero no lo sabes ofrecer; Eres un apasionado
y eso no tiene objeto; Eres el colmo de los colmos del amor, sin ser
nada empalagoso; Sí, Joan, mucho, mucho… mucho, mucho; Eres
un cabrón tierno; ¿Así lo hacen de bien en esas tierras adonde vives?
El acento de esta última pregunta
me sorprendió y busqué con la vista a su autora. Inquirí:
—Y tú, ¿en qué vuelo has venido? Anteanoche nos despedimos para
siempre en Madrid.
—A lo mejor tengo una capa del supermán. Pero no te alarmes, que
esta misma noche tengo que volver.
Cierta nativa audaz se adelantó:
—¿Sabes cómo se llama este vals viejo?
—Sí. “Algo se pesca” (recordé Cambrils), y cuando oigo ese título me
acuerdo de ti.
—Desagradecido.
Saludé al grupo con una elegante inclinación de cabeza y una sonrisa
38
casi imperceptible.
Media hora más tarde comía yo en familia los tacos variados de la
medianoche al sur de la ciudad.
Contaba yo y contaba, y sin dejar de bromear sentí que todo aquello
se transformaba en Acapulco treinta años atrás, o mejor sólo veinte.
Nel mezzo
—porque acababa de escuchar el mejor elogio
en labios de la que me llevó a ver un Acapulco imposiblemente azul.

¿Hasta dónde se va por este mar, decíamos?


Hasta Borneo —y es un caer de ángeles la hora.
Entonces dos ángeles vieron que las hijas de los hombres eran bellas
y las amaron: lo hondo del beso en cruz está en el centro,
Il pleut —c’est merveilleux. Je t’aime.
Nous resterons à la maison:
Rien ne nous plaît plus que nous-mêmes
Par ce temps d’arrière-saison [Carco]
(Saltaban chapulines testarudos contra el vidrio.)

Escribí por ahí que mi infancia no fue feliz, pero sí interesante.


Ahora entiendo que así fue toda mi vida.

39
El Clan de los Estetas

A LEJANDRO B ADILLO

El torso se revela esculpido por la penumbra. Las vetas de sangre fresca


desmienten el mármol de la piel. Me conforta el trazo desnudo del cuerpo,
la sombra que proyecta y que aviva el silencio del cuarto. Mi gesto perma-
nece firme y acompaña la respiración del foco. Me levanto de la silla. Miro
mi caligrafía apretada en varias hojas; los restos de la batalla, la memoria
brillante del cuchillo. El calor es una bestia que reposa. Pienso, quizás in-
vento, que el torso es una forma vacía, sin peso, que me interroga. Lo re-
cuerdo entrando por la puerta, recuerdo su traje negro, su mano tocando el
filo de su sombrero y el movimiento que terminó cuando se sentó en la ori-
lla de la cama, la misma orilla que ahora miro sin saber si me quedaré aquí
para siempre o si pronto me buscarán. Soy el último que queda, pero aún
puedo tener la inútil victoria de anticipar el final y hundir esta historia en el
anonimato.

Llegué a esta ciudad hace algunos meses. La promesa de un sueldo atrac-


tivo, la vivaz actividad en la redacción de un diario y, tal vez, la ambición
de escribir alguna crónica que tuviera trascendencia nacional, me hicieron
empacar las maletas, subir a un camión y emprender un viaje de cinco ho-
ras sin más referencias que una carta de recomendación y las ganas de ale-
jarme de una vida que me había deparado pocas satisfacciones y magras
sorpresas. Me hospedé en un hotel barato y comencé a familiarizarme con
la ciudad que resumía la imagen pintoresca de la provincia. Al otro día me
presenté muy temprano en las oficinas del diario y platiqué con el director,

40
EL CLAN DE LOS ESTETAS

que me aceptó sin demasia-


do entusiasmo, casi con fas-
tidio, como si escenificara un
acto tedioso y mecánico. Esa
misma tarde pude rentar un
pequeño departamento y mi-
rar desde la ventana la vida
lenta de la ciudad: hombres
con sombreros, algunos autos,
el polvo amontonado por la
mano del viento.
No hubo muchas sorpre-
sas los siguientes días. Pronto
me acostumbré a la redacción:
el ventilador que iba y venía, el
ruido de un pequeño televi-
sor, una polilla que ahogaba su
figura en la ardiente bocana-
da de un foco. A veces me
quedaba más tarde esperando
una nota. El editor del pe-
riódico se llamaba Javier y,
por lo que podía deducir, llevaba muchos años en el puesto. Tenía poco
contacto con él, sólo las breves indicaciones que esbozaba desde su escrito-
rio lleno de papeles y periódicos atrasados. Al final de la jornada nos des-
pedíamos y lo veía abordar su auto, siempre vestido con un traje color negro
que se antojaba demasiado formal en una redacción de provincia.
No pasaron muchas semanas para que me diera cuenta de que la tran-
quilidad de todos los días era un espejismo. Pronto se comenzó a hablar de
una tregua rota, de un peligro que crecía y que acechaba. A las palabras
siguieron los hechos: un cadáver en la carretera, caminos bloqueados, autos
convertidos en inmóviles antorchas. El diario seguía los acontecimientos.
Nota a nota se perfilaban dos ejércitos enemigos, casi anónimos, cuya fero-
cidad iba en aumento. Cambiaron las miradas en las calles, las voces en las
41
ALEJANDRO BADILLO

esquinas tenían la frágil consistencia de las sombras. Las tiendas cerraban


apenas llegado el crepúsculo y los cruceros eran ocupados por ratones y
perros reducidos a esqueletos. La vida seguía con la certeza del aislamien-
to, de estar rodeados por murallas que nos volvían invisibles. Adentro trans-
curría un tiempo más antiguo, uno en el que no había más ley que la fuerza.
Un fin de semana escuché disparos a pocas cuadras de mi calle. El inter-
cambio de fuego terminó y llegaron las ambulancias, los lamentos, alguna
palabra ahogada por el dolor que pronto se convertiría en un grito de odio.
Llamé por teléfono a mis padres, les mentí diciéndoles que la violencia se
concentraba en poblados lejanos. En las noches miraba el zócalo desierto y
pensaba si estaba dispuesto a quemar mis naves, unir mi destino al de aque-
lla ciudad, al de aquellos habitantes que apenas conocía. ¿Qué era lo que
me impulsaba a seguir ahí? Tal vez el secreto deseo de la muerte que crecía
cuando veía las fotografías de las víctimas que llegaban a la redacción y que
pronto dejamos de publicar para no ser víctimas de alguna represalia. Ya
no me importó convertirme en cronista, ganar notoriedad, salir del anoni-
mato y acariciar la fama literaria conseguida por otros redactores. Ahora sólo
quería guardar un íntimo registro de los hechos, primero en mi mente y des-
pués en una pequeña libreta que llevaba a todos lados para tomar apuntes.
La mayor parte de mi tiempo libre la pasaba leyendo, anotando ideas
sueltas que después borraba por ingenuas. Alguna vez busqué olvidar mi
soledad con los servicios de una prostituta, pero apenas me satisfizo su cuer-
po tibio y oscuro; la ceniza apagada de sus ojos.
La violencia continuó. El gobierno había prometido aumentar el núme-
ro de soldados que patrullaban la región. Muchos sabían que eran sólo pala-
bras, que estábamos solos, que debíamos purgar una desconocida condena.
Algunos, los más ingenuos, pensaban que había esperanza. La pequeña ciu-
dad estaba en carne viva con sus cuerpos derramados, sus madres doloro-
sas, los casquillos en el asfalto, dispersos y calientes. A pesar del peligro,
una noche decidí salir del departamento para ir por un trago. Encontré un
bar a pocas calles. Un indolente anuncio indicaba la entrada. La sucia luz
de neón uniformaba nubes de insectos nocturnos. Entré tratando de disimu-
lar mi nerviosismo. Siluetas se enredaban y parecían devorarse. En una es-
quina un grupo musical lanzaba sus lamentos. El acordeón y la guitarra
42
EL CLAN DE LOS ESTETAS

acompañaban las agrias voces de los bebedores. El brillo de las botellas me


encandiló. Pedí una cerveza. Pasados unos minutos descubrí, en un extre-
mo del bar, a Javier. Vestía su perenne traje negro distorsionado por la luz
muerta de un foco, parecía una sombra que embozaba su figura. Bebía
whisky. Su vaso ahogaba el resplandor de sus dedos. Dudé en acercarme
pero hubo un momento en que se cruzaron nuestras miradas y fue inevita-
ble el encuentro. Tomé mi cerveza, me acerqué y lo saludé tímidamente. La
música menguó un poco, también el fuego de los parroquianos. Me saludó
con una incomodidad que no pudo disimular, sin embargo me invitó a sen-
tarme. Pasaron unos instantes que fueron ocupados por las fugaces piernas
de una mujer, por una risa que se extendía como un laberinto de humo. Me
preguntó si acostumbraba visitar aquel lugar. Le contesté que era la primera
vez, que había decidido salir para despejar mi mente. Pronto ganamos con-
fianza y pedimos más tragos. La plática habitual sobre el periodismo devi-
no en nuestras preferencias literarias: Javier estaba al tanto de las últimas
polémicas y tomaba partido con apasionamiento. Manejaba con facilidad
una gran cantidad de información y vinculaba con solvencia estilos e influen-
cias. Un dato inexacto o el nombre incompleto de un autor parecían un ejer-
cicio de humildad para no apabullarme. Desapareció el gesto apretado de
su cara y sus ademanes se volvieron más fluidos. Nos rodeaba la densa ti-
niebla de los bebedores. El bullicio, el tiento del alcohol, su lenta mano que
desordena todo, empezaban a enturbiar mis pensamientos. Continuaron los
tragos. Miraba el rostro de Javier como se miran las cosas bajo el agua. Se-
guimos hablando, la música se consumió y el lugar comenzó a despoblarse.
Salimos muy tarde. Un poco de frío achispaba los sentidos. El viento
movía las puntas de los árboles. Me ofreció llevarme en su auto. Estábamos
por abordar cuando alguien salió de una esquina y nos apuntó con una pis-
tola. Sólo recuerdo el movimiento fugaz de Javier, su mano que iba al cue-
llo del agresor para ahogarlo lentamente. El hombre tuvo tiempo de hacer
un par de disparos que rompieron la madrugada. Las personas se ocultaron
pensando en un nuevo ajuste de cuentas. El cuerpo se desplomó y las pier-
nas dejaron de moverse. La memoria es inexacta por el alcohol, pero aún
puedo ver a Javier esculcando el cuerpo derribado y pensé —ahora com-
prendo la verdad de esa premonición— que intentaba demorar su muerte.
43
ALEJANDRO BADILLO

Después lo dejó y subimos al


auto antes de que llegara la
policía.
Al siguiente día fui al dia-
rio con resaca, pensando si lo
que había vivido, si la imagen
del hombre lívido, abandonado
en la banqueta, era una de aque-
llas figuras entrevistas en mis
pesadillas. Javier esperó a que
saliera el último empleado del
periódico, me llamó a su ofici-
na y me dijo que uno de los
dos moriría pronto, que lo ha-
bía visto en los ojos del hom-
bre mientras agonizaba. Hubo
un espacio de silencio apenas
roto por una pertinaz llovizna.
Entonces, ante mi gesto de in-
credulidad, con voz baja que se
volvía más fuerte conforme ga-
naba altura la noche, me contó una historia cuyos orígenes se pierden en lo
profundo del tiempo. Ahora, mientras la ciudad arde, mientras la sangre se
acumula en una ofrenda para nadie, puedo revelar la crónica cuyos detalles
inverosímiles la mantuvieron en el anonimato, lejos de historiadores. Con
algunas diferencias y distorsiones ocasionadas por el tiempo, la reconstruyo
no para justificarme sino para evidenciar que no me ha abandonado la
razón, que no estoy loco:

Desde el inicio de los tiempos el hombre ha querido comprender su lugar


en el mundo y su destino. Las profecías, desde el amanecer de la huma-
nidad, han estado vinculadas a un elemento simbólico, una imagen que
sirve como detonante para encontrar el conocimiento. Se sabe que en el ter-
cer siglo de nuestra era el emperador Juliano, conocido como “el Apóstata”,
44
EL CLAN DE LOS ESTETAS

consultaba su futuro en las densas entrañas de las bestias. El cristianismo


enseñó resignación, someter la voluntad a los designios de Dios, pero la re-
beldía del ser humano, el afán por anticiparse a los hechos, continuó en
secreto. Bajo la sombra de la nueva religión se desarrollaron grupos que
consultaban el futuro en el interior de las bestias salvajes. En el decurso de
los siglos abandonaron esta práctica para explorar los cuerpos humanos.
Los primeros documentos de esta herejía, encontrados en vasijas de barro
cerca de Tiro en la antigua Fenicia, delineaban diversas especulaciones que
pueden resumirse en una sola idea: así como Dios ha hecho al hombre a su
imagen, ha dejado en nosotros esquivas señales de nuestro futuro. El cuer-
po humano es un espejo que replica, en diminuto, el universo. Todas las
teorías, todas las catástrofes, todas las posibilidades están contenidas en
nuestra carne y huesos. Sólo hay que interpretar los designios, leer la san-
gre y los órganos internos como si fueran un pergamino, un palimpsesto.
La tradición continuó en secreto, bajo la sombra de reyes y obispos.
Oscuros anatomistas medievales exploraron en la clandestinidad los meca-
nismos del ser humano. Se creía, equivocadamente, que buscaban prolon-
gar la juventud, encontrar la inmortalidad modificando la alquimia de tejidos,
órganos y fluidos. El movimiento continuó con miembros más jóvenes que
eran iniciados con ritos de los cuales no queda memoria. Se ignora si el co-
nocimiento adquirido fue registrado por puño y letra de uno o varios auto-
res; algunos aseguran que existe un alucinado volumen acumulando polvo en
una biblioteca perdida. En el siglo XVII varios hombres fueron enjuiciados
en Loudun, en el sur de Francia, ciudad famosa por los casos de falsa bru-
jería recopilados de forma prolija por Michelet y, más recientemente, por el
historiador jesuita Certeau; pero en los registros sólo se consigna la profa-
nación de cadáveres con fines supuestamente satánicos y no hay más
detalles.
Con el tiempo el saqueo de los cementerios decayó impulsado por el
avance de la medicina y la regulación de los cadáveres para las investiga-
ciones y las clases de anatomía. En este punto hubo una escisión en la secta:
algunos siguieron desentrañando cuerpos descompuestos y otros —ahora ma-
yoría—, siguiendo las sentencias de un líder anónimo, especularon con el
futuro y con sus designios que se revelan en el mismo instante de la muerte.
45
ALEJANDRO BADILLO

Según ellos, Dios ha grabado nuestro destino no en nuestra sangre o, como


creen los quirománticos, en las líneas de las manos; sino en la primera respi-
ración, el primer aliento. De esta forma, nuestro último suspiro lleva consigo
lo que vivimos, pero también lo que pudimos haber hecho y esa posibilidad
se desdobla en un número infinito de escenarios que abarcan el entero mun-
do de los hombres. Al inverso de un juego de muñecas rusas, en el que una
figura grande contiene a una más pequeña, la muerte de un hombre contie-
ne la de los otros hombres y éstas, a su vez, se expanden para abarcar futu-
ras muertes cuyos detalles ayudan a bosquejar el futuro de la humanidad.
El estudio, es cierto, se antoja demasiado abstracto, una tarea casi imposi-
ble para un explorador solitario, sin embargo los paganos encontraron un
soporte material en la forma y disposición de la muerte: así como el artista
elige determinada palabra, el agreste color verde o el delirante rojo en una
acuarela, “el Clan de los Estetas”, como a partir de entonces los llamaron,
piensan —no con poca vanidad— que ellos pueden interpretar la muerte
como una obra artística y que en ella se concentran el orden y la cifra del
universo.

El estupor me dominó una vez que Javier terminó la historia. El hombre tie-
ne como fin supremo la preservación de la vida. ¿Cómo abolir esa ley? ¿Có-
mo la belleza, vinculada en el pasado con la virtud, puede asumir un papel
destructivo? ¿Cómo profetizar con ella? Nunca pude responder estas pre-
guntas. Sólo diré que un instinto atávico se apoderó de mi mente y me re-
veló una parte oculta para la mayoría de las personas. Javier me invitó a sus
devaneos en busca de víctimas ideales. Los muertos por enfermedad no ser-
vían pues su voluntad estaba predispuesta al final: no puede haber arte en
un lugar estéril, vacío. Merodeábamos afuera de los bares, de las fábricas
y de las tiendas de la periferia. Recuerdo el incontrolable temblor de mis
manos cuando maté por primera vez. Sin embargo, después del impacto ini-
cial, pude percibir la belleza de alguien que deja la vida. El pulso detenido,
como las hojas quietas en el verano, concentraba una sabiduría desconoci-
da para mí y que me acercaba a los esquivos designios del mundo.
La guerra se volcaba en la ciudad. El asfalto caliente recibía más eje-
cutados. Las razones se habían perdido: la sobrevivencia era un juego ciego,
46
EL CLAN DE LOS ESTETAS

una ruleta rusa. Nuestros muer-


tos se confundían con los cuer-
pos que no eran reclamados.
Pasábamos desapercibidos por-
que la policía no investigaba
más, sólo llevaba la cuenta de
los caídos; nombres en una lista
que, imagino, se volverá inabar-
cable. Los entierros eran rápi-
dos, casi clandestinos. Caminar
a la esquina era echar a andar
el mecanismo del azar que po-
dría acabar con la víctima dis-
gregada para el solaz festín de
las moscas.
Los apuntes de mi libreta
cambiaron: ahora anticipaban
visiones del futuro en los ojos
de los asesinados. Un lamento,
el quejido ante el dolor que se
abre paso, eran símbolos valio-
sos que se expandían en múltiples significados y que consumían mis refle-
xiones nocturnas. Algunas veces, quizás buscando un poco de lucidez en
ese laberinto de fuego en el que me perdía, imaginé que el Clan de los Es-
tetas era una invención de Javier para reclutarme, seguirlo en una cruzada
absurda que terminaría por destruirnos. La actividad en el diario disminu-
yó. El director sólo iba un día a la semana. Un fotógrafo desapareció y tres
reporteros presentaron su renuncia. Ahora las imágenes las proporcionaba
la policía o los militares. Todas eran guardadas en los cajones de los escrito-
rios: no podíamos arriesgarnos. Sin embargo, revisaba con disimulo las fo-
tografías mientras formaba las planas en la redacción aunque sabía que
aquellos muertos eran manuscritos herméticos, inaccesibles. Yo necesitaba
escucharlos hablar mientras morían, mientras invocaban un antiguo amor,
un recuerdo que, sólo en ese instante, salía a la superficie. Recuperar los
47
ALEJANDRO BADILLO

designios escondidos en la muerte, encontrar una composición en el color,


el momento en que surge la sangre y deja su impronta en el suelo, era febril
tarea de todos los días. Las mujeres eran particularmente hermosas porque
hablaban con sus ojos cerrados, con la palidez de sus rostros y su piel con-
vertida en un campo de nieve. Los cuerpos restituían un paraíso perdido,
una edad primigenia en la que no había culpas ni pecados. Hubo ocasiones
en que llevábamos los cadáveres al río y los contemplábamos hundirse len-
tamente mientras aspirábamos el aire nocturno e imaginábamos el agua en-
trando por las bocas, llenando los pulmones, órganos que se colapsaban
como un vaso que rebosa y se derrama. Pronto adquirimos conocimiento y
aprendimos que la violencia utilizada debía ser más sutil, casi impercep-
tible, para que las señales fueran menos obvias, sólo visibles para el ojo
entrenado. Así que empezamos a asfixiar a las víctimas lentamente, bus-
cando en el aliento que se extinguía alguna palabra, algún número secreto
que nos acercara a la profecía final. Todo está en mi cuaderno, en foto-
grafías que aún conservo y que varias veces, cuando la culpa me asediaba,
intenté destruir con fuego.

La luz de las lámparas entra por la ventana y aviva las clavículas del torso.
Los pies descalzos, en débil equilibro sobre la silla, ya muestran un color
violáceo. La sangre se acumula y sigue cayendo lentamente, como la cera
derretida que desborda una vela. A pesar de mi probable derrota creo que
la memoria de los muertos perdura, que de alguna forma desea su asesina-
to al formar parte, inconscientemente, de una obra que se construye de mo-
do fragmentario pero que aspira a lo inmenso. Cada muerte, cada derrota,
es un grano en un reloj de arena. Algún día, no sé cuándo, quizás en el
límite del tiempo, se podrán observar, como un cuadro visto a la distancia,
los frutos conseguidos por el Clan de los Estetas.

Transcurrió un largo mes. Las balas no menguaron. Nuestras víctimas se


repetían como las figuras entrevistas en un sueño. La empresa se volvía
fatigosa. Sentíamos que caminábamos en círculos. Entonces llegó la intui-
ción, casi simultánea en los dos, de que las muertes de los hombres no son
iguales. El conocimiento adquirido, la contemplación asombrada de los aba-
48
EL CLAN DE LOS ESTETAS

tidos, nos habían transformado y, por lo tanto, hacía que el final de nues-
tras vidas adquiriera más significado. El camino que habíamos recorrido nos
había convertido, involuntariamente, en las últimas fichas del juego. Uno de
los dos tendría la respuesta o, al menos, una pista muy importante para lle-
gar a ella. Ahora cobraba sentido la profecía vista en los ojos del hombre
afuera de aquel bar y la forma en que Javier demoraba su muerte buscan-
do una pista más, una disposición en la luz o en el entorno que pudiera in-
terpretar. Tendríamos que apresurarnos pues encontramos en nuestras casas
un citatorio de la policía. Habíamos llamado la atención. Las miradas en la
redacción del diario confirmaron algo que ya sabíamos: el azar decidiría.
Javier llegó puntual un sábado por la noche con su traje negro y un
sombrero que no conocía y que atribuí a una antigua cábala. Habíamos
acordado jugar a las cartas. Pude observar la pistola que llevaba colgada del
cinturón y que serviría para poner el punto final. Fui por una consumida
botella de whisky, saqué la baraja y repartí el juego. Las blancas cartas re-
fulgían bajo la luz de las lámparas. Empezamos vacilantes, con la vista cla-
vada en las vetas de madera de la mesa. El nervio se evidenciaba cada segundo
pero no por el temor al balazo definitivo sino por lo que estaba en juego.
La partida se demoraba. Seguimos bebiendo. Conforme el alcohol per-
turbaba mis pensamientos, supe que yo era el elegido; el destino que pen-
saba en la gloria literaria y que presentí en aquellas cinco horas de viaje era,
en realidad, el deseo por entender el futuro acomodando las piezas, bus-
cando el orden y la belleza en el momento más íntimo del ser humano. Todo
eso era sólo para mí, para nadie más. Javier era el detonante, el guía que
debía asumir su papel secundario y abandonar el último trecho. Quizá lo pre-
sentía y por eso rectificaba, una y otra vez, el nudo de su corbata. El juego
terminó empatado: era claro que el azar, demasiado caótico, no serviría. Le
dije que iba a la cocina por otra botella mientras él reunía las cartas en un
mazo. Tenía un revólver en el fondo de un cajón pero decidí arriesgarme
con un cuchillo más fácil de ocultar. Me acerqué por la espalda pero erré
el golpe y sólo lo herí en la mejilla. Un hilo de sangre manchó la mesa.
Forcejeamos. Hubo un disparo que quebró el cristal y el bullicio de la no-
che aumentó con sus autos incendiados, como si nuestra lucha fuera un aci-
cate, un complemento. La pistola cayó al piso y mientras Javier trataba de
49
ALEJANDRO BADILLO

recuperarla le clavé el acero en el pecho. Emitió un alarido. Repetí la acción


con más fuerza y me quedé en silencio, atento a alguna señal. Esperé si el
sentimiento que me embargaba podía ser trasladado a algo fijo, una certeza
que me dijera que había llegado al final del camino. Miré absurdamente el
rostro de Javier: aún vivía y me contemplaba con los ojos muy abiertos. To-
davía luchaba. El hilo de su respiración se perdía en el silencio del cuarto.
Al fin murió. Lo llevé a un rincón y traté de encontrar la última clave. Tomé
apuntes, interrogué cifras, busqué absurdas simetrías en los charcos de san-
gre, en las venas del cuello que se debilitaban. Nada encontré. Después,
desesperado, mutilé el cuerpo buscando nuevas combinaciones. Incluso
invoqué el sagrado nombre de Dios y me quedé sentando en la cama, mi-
rando el techo, sin que nada llegara a mi cabeza. Durante varios minutos
esperé, inútilmente.

Miro una vez más el torso desnudo: la sangre brilla en el piso, como vino
recién derramado. El placer de la muerte me ha dejado un poco de som-
nolencia, una punzada hedonista que de nada sirve y que se disipa cuando
escucho una patrulla en la calle. Voy a la mesa. Se escuchan disparos cer-
canos. A estas alturas toda persona, por el sólo hecho de existir, es un ene-
migo. La ciudad se devora a sí misma, se canibaliza con su propio fuego.
El cielo nocturno me contagia su fiebre. Coloco la cabeza de Javier a un
lado y miro el juego que hace con el resto del conjunto. Quiero creer que
esas formas opacas, iluminadas a medias por amarillas franjas de luz, son
parte de un bodegón contaminado por la penumbra. Tocan la puerta, miro
una vez más la composición sobre la mesa y que aún no puedo descifrar.
No sé si alguien continuará y encuentre el significado que busqué yo y los
que me antecedieron. Quizá sea mi muerte, su instante que se expandirá en
mí, el triunfo definitivo de la belleza. Alargo la mano hasta el pálido reflejo
del cuchillo y espero.

50
Dos poemas 1

C LAYTON E SHLEMAN
Versión de Hugo García Manríquez

ACECHAMOS RESPLANDORES2

De perfil sobre la calcita de ocre lechoso


5 cabezas de ciervo astadas
sus cuellos sumergidos en
un río imaginado,
en procesión hacia las profundidades de Lascaux

Cuerpos sin esbozo en la roca parda


como un río oscurecido

El primero, de cabeza inclinada, parece alcanzar una orilla

1
Del libro Mecha de enebros. La imaginación del paleolítico superior & la construcción
del inframundo, del poeta Clayton Eshleman, de inminente aparición.
2
SPARKS WE TRAIL // Profiled on whitish-ochre calcite: / 5 antlered stag heads, / necks va-
nishing into / an imaginary river, / file toward Lascaux’s depths // Bodies unsketched on
brown rock / as if river obscured // The first, head tilted, appears to be stepping up onto a
bank //

51
El segundo, con su frente erguida, debe estar caminando sobre el
lecho del río

El tercero y el cuarto, con las narices elevadas, deben estar flotando


en el agua

El quinto parece vacilar, hundiéndose

Vienen a la mente “Los persimones” de Mu-Ch’i:*


El vacío en la plenitud como la mancha de lo real

Ocupamos el cuerpo de los ciervos, el agua en que se encuentran,


vacía como nuestras cabezas

Sus cabezas de piedra


más ligeras que nuestra
pesadez de flagelo letal

Este emerger a la apariencia, este florecer, esta luna llena en que


acechamos resplandores ensayados al desaparecer, ciervos del cruce
The second, head held high, must be walking the river bottom // The third and fourth, noses
lifted, must be swimming // The fifth seems to be faltering, sinking into // Mu-ch’i’s
“Persimmons” come to mind: / the emptiness in fullness as the stain of the real // We fill in
the bodies of the stags, the water they are in, / so empty are our heads // Their heads of
stone / lighter than we / weighted with mortal blight // This coming into appearance, this bloo-
ming, this full moon and the / tried sparks we trail as we disappear, stages of the crossing
to be /
* Hay una reproducción de los “Pérsimos” de Mu-ch’i en el frontispicio de Zen and
Japanese Culture, de Daisetz Suzuki (Pantheon, Nueva York, 1959).

52
que ha de ser colmado, súbito y total, vaciándose manifiesto vaciándose
oscilando de proa a popa en temblor

Súbitamente mediodía, más súbitamente el crepúsculo

O esa otra luz que Jacques Marsal proyectó sobre las cabezas astadas
—yo luchaba por ver lo que había debajo: roca nublada, oscura, roca
sin agua, agua sin agua.
Su parte inferior: sin trazo

En ese inferior
un inferior más profundo aún
Lenguaje-cal cimbrando un lenguaje-ciervo

VENTANAS CURVAS3

Si ha de haber claridad,
que sea opaca, que la palabra sea
convexa, profunda
filled in, suddenly total, emptying manifesting emptying reverber- / ating fore and aft vibra-
tions // Suddenly noon—more suddenly, twilight // Or that other light Jacques Marsal spread
across the antlered heads / —I strained to see what was below: dark, cloudy rock, waterless /
rock, waterless water. Their below: unsketched // They are in the below / but there’s a deep-
er below // The limestongue off which stagstalk is struck
3
WINDING WINDOWS // If there must be clarity, / let it be opaque, let the word be / convex-
cavatious, deep /

53
con distancia, mosaico prístino
y denso. Incapaz de penetrar con la mirada,
mi turbación es circundada,
aislada, vigorosa a la deriva.
El deseo de imaginar el interior de la opacidad
crea ventanas curvas,
túneles tallados cuyo vértice continua.
La palabra, como un ser biológico,
alarga sus sensores, para ser
incluida en el continuum.

Aquí, qué palabra, sitio del


no-espacio elegido por la mente, un ningún lugar
encarnado por cualquier lugar, silla de cualquiera, colosal
oreja, gruta de retornos, lugar de la psique en que vislumbro,
muerto, hablar la vida del ser.

Penetrar con la mirada es apenas


asomarse, no hay claridad intocada.
Un animal dibujado sobre el muro

with distance, a clear / and dense mosaic, desiring / undermining. Unable to see through, /
my perturbation is enclosed, / isolate, powerfully adrift. / The desire to imagine inside opa-
city / creates winding windows, / engraved tunnels that keep turning. / The word, like a biolo-
gical being, / extends its feelers, to be / looped in continuum. // Here, what a word, site of /
a no-space the mind elects, a nowhere / fleshed with everywhere, a chair for anyone, colos-
sal / ear, grotto of homecoming, / place in psyche where I look out, / dead, talking the life
of being. // To see through is only to see / into, there is no unmodified clarity. / An animal
drawn on a wall /

54
coloca una ventana en el interior de ese muro,
una ventana imagen, como si el muro encendido
y el animal se fundiera—
como si el grabador hubiera conducido
al animal a través de la tierra y la piedra,
trayéndolo hacia él, y
el animal lograra casi
emerger, pero fuera detenido al
empujar dentro
del contorno de la superficie, línea completa.
¿Un muro viviente? No,
ya ido cada uno más de 50%,
grabador y animal
Idos en una cerca
de imágenes, un plano,
la presencia espectral del animal y hombre
acoplados al manganeso

La prosa continua hasta el final, como arando


un campo rectangular.
La poesía gira ahí donde

puts a window into that wall / an image window, as if the wall lit / here, and the animal /
there, had fused— / as if the engraver has inducted / animal through earth and stone, / drawing
it to him, and / the animal had almost made it, / almost emerged, but was stopped as / it pu-
shed into / surface contour, completed line. / A living wall? No, / each having gone 50% of
the way, / animal and engraver / vanish into an image / enclosure, a temenos, / the ghost pre-
sence of animal and man / mated in manganese. // Prose goes to the end, as if plowing / a
rectangular field. / Poetry turns where /

55
el donde anhela, y el sí
irrumpe. ¿Acaso no imita también,
con su aserrado margen derecho,
la mente en su oscuro serpenteo
avanzando por el blanco,
incapaz de ensayar la estabilidad?

El contorno de la imagen
vibra volviendo a una plataforma originaria:
la separación que la persona
imagina ser su alimento.
Rostro de piedra, el alimento más frío,
contorno cercando la herida del matador.
Memoria de la separación incapaz de ser herida, empuja.
Cuando un contorno es tallado,
hiriendo la piedra
deviene satisfacción central
Hurgar la piedra
como si fuera carne de la separación
es imaginar que lo implacable
ha vivido.

the where yearns, the yea / breaks. Does it not also mimic, / with jagged right margin, / mind
in the dark of its meander, / moving through the blank, / unable to test stability? // The out-
line of image / vibrates back to a primal grounding: / separation from that which a person /
imagines to be his food. / Rock face, coldest food, / outline of a matador stab enclosure. /
The unwoundable memory of separation drives. / Once an outline is gouged, / wounding the
rock / becomes a central satisfaction. / To finger rock / as if it were the flesh of separation /
is to imagine the unyielding / as having lived. /

56
Este YO es ventana de sí mismo,
hasta el fondo, fundamento y marco.

Comienzo y fin deberían ser


pilares de un dolmen mental.
¿Por qué inclinarse entonces,
como al interior de nuestros templos,
contra la inquebrantable O?
El comienzo permanece a la derecha,
el fin a la izquierda.
Yo jamás abandono la ventana.

This I is window to itself, / backgrounded, ground into its frame. // Beginning and end
should be / the pillars of a mental dolmen. / Then why do they lean, / as if inside our tem-
ples, / against unbreakable O? / The beginning stays to the right, / the end to the left. / I never
leave the window.

57
Ícaro en escorzo

A LEJANDRO F ERRERO

Tres veces probó a echarle los brazos


al cuello; tres veces la imagen, en vano
asida, se escapó de entre sus manos
como una aura leve o como alado sueño.
Virgilio, Eneida

Personajes
IRENE, madre de Ícaro
ÍCARO
ESTEBAN, amigo de Ícaro
SAVERIO, guardaespaldas de Paolo Gamberrini
CLARA, madre de Ettore y Paolo Gamberrini
ETTORE GAMBERRINI
POLICÍA A
POLICÍA B

Casa de Irene.

5p.m. Puerta al fondo —que permanecerá en todas las escenas, excepto en


“Un parque público”—. La luz penetra por la ventana —que no vemos— y
baña el cuerpo de Irene. Ella se ha quedado dormida en un sillón, deslizán-
dose al piso una frazada que cubría sus piernas. Se abre la puerta y entra

× ALEJANDRO FERRERO 59
ALEJANDRO FERRERO

Ícaro —vestido de blanco—, mira a su madre, se acerca sigilosamente a ella,


recoge la frazada. Irene despierta.
ÍCARO: ¿Estás bien?
Irene lo mira extrañada.
ÍCARO: ¿No te molesta la luz?
IRENE: No.
Ícaro coloca la frazada sobre el regazo de Irene.
ÍCARO: Vine a despedirme.
IRENE: Pensé que te quedarías más tiempo.
ÍCARO: Debo irme.
IRENE: ¿Quieres que te prepare algo de comer?
ÍCARO: Ya he comido.
IRENE: Algo que te lleves para el camino…
ÍCARO: Llevaré fruta, pan, dulces.
IRENE: ¿Y agua?
ÍCARO: También agua.
IRENE: ¿No olvidas nada?
ÍCARO: No. (Pausa.) Llevaré el retrato donde dices que me veo muy guapo.
IRENE: Eres guapo.
ÍCARO: Lo dices porque me quieres.
IRENE: Digo la verdad.
ÍCARO: No. Me ves guapo.
IRENE: ¿Y cómo he de verte?
ÍCARO: Como soy.
IRENE: ¿Y cómo eres?
ÍCARO: Mamá…
IRENE: Eres el mejor hijo.
Ícaro se acuclilla junto a ella.
ÍCARO: No te sientas triste por mi ausencia.
IRENE: Te echaré de menos, lo sabes.
ÍCARO: Pero no me recuerdes con pena.
IRENE: Quiero que me asegures que estarás bien.
ÍCARO: Estaré bien. ¿Y tú?
IRENE: ¿Qué puede pasarme?

60
ÍCARO EN ESCORZO

ÍCARO: Debes hacer un esfuerzo…


IRENE: Lo haré. Te lo prometo.
ÍCARO: Entonces me iré tranquilo.
IRENE: Ve tranquilo.
ÍCARO: Debo irme.
IRENE: ¿Ahora?
ÍCARO: El tren sale a las seis. Tengo el tiempo justo para llegar a la estación.
IRENE: Sí, no debo retenerte.
Ícaro se incorpora. Irene trata de levantarse pero él la detiene con un
ademán.
IRENE: ¿Escribirás?
ÍCARO: Sabes que no podré hacerlo.
IRENE: Es verdad. (Pausa.) Quiero acompañarte a la puerta.
ÍCARO: Quédate así.
IRENE: ¿Seguro que no olvidas nada?
ÍCARO: Seguro.
IRENE: ¡Café! Sabía que olvidabas algo.
ÍCARO: Llevo mi termo.
IRENE: ¿Tu pañuelo?
ÍCARO: Lo llevo.
IRENE: Tu bufanda.
ÍCARO: No me hará falta.
IRENE: Tu reloj…
ÍCARO: Tampoco me hará falta.
IRENE: Las…
Ícaro le pone un dedo en los labios.
IRENE: ¡Estás frío!
Ícaro se inclina y la besa en la frente.
IRENE: ¡Muy frío!
ÍCARO: Adiós, mamá.
IRENE: No digas adiós.
ÍCARO: El tren no espera.
IRENE: Sí, sí… el tren.
ÍCARO: Adiós.

61
ALEJANDRO FERRERO

IRENE: Llévate este anillo.


Lo saca de su dedo y lo tiende a Ícaro, éste se lo pone.
IRENE: ¡Qué frío!
ÍCARO: El tren…
IRENE: El tren.
Ícaro se dirige a la puerta, la abre, se vuelve a mirar a su madre, sale.
Irene cierra los ojos. El viento entra por la puerta abierta. Irene se
sobresalta y abre los ojos.
IRENE: ¿Ícaro? (Silencio.) Ícaro, hijo, ¿estás ahí?
Irene descubre en el piso el anillo que dio a su hijo, se arrodilla ante
el objeto y lo recoge.
IRENE: Ícaro, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estaba el anillo en el piso? ¿Ha
pasado algo malo?
Se incorpora, llega hasta la puerta y mira al exterior. Fuera, todo es
oscuridad, silencio.
IRENE: ¿Ícaro?
Oscuro

Un parque público

7 a.m. Una leve brisa arrastra las hojas caídas. En una banca están senta-
dos Ícaro y Esteban. Permanecen, incómodos, en silencio.
ESTEBAN: Éramos amigos.
ÍCARO: Somos amigos.
ESTEBAN: Entonces, ¿por qué me evitas?
ÍCARO: Evito a todo el mundo.
ESTEBAN: Pero, dijiste que yo soy tu amigo.
ÍCARO: Mi único amigo.
ESTEBAN: ¿Y qué ha pasado?
ÍCARO: Nada. Quiero estar solo.
ESTEBAN: ¿Por qué? (Silencio.) ¿Ya no confías en mí?
ÍCARO: No quiero hablar.
ESTEBAN: ¿Por qué?

62
ÍCARO EN ESCORZO

ÍCARO: ¡Por qué! ¡Por qué!


ESTEBAN: Sí. ¿Por qué?
ÍCARO: Porque no quiero que me desprecies.
ESTEBAN: ¿Y cómo ocurriría eso?
ÍCARO: Quizá no te guste lo que diga.
ESTEBAN: Hemos sido amigos desde…
ÍCARO (interrumpiendo) : Desde que teníamos ocho años.
ESTEBAN: Desde los siete.
ÍCARO: Siete… Es verdad.
ESTEBAN: Y hemos confiado el uno en el otro. Ciegamente. Siempre ha sido
así. ¿Qué podría pasar para que esto cambiara?
ÍCARO: A pesar de la confianza, a pesar de la cercanía y del cariño guarda-
mos para nosotros ciertos secretos.
ESTEBAN: Yo no tengo secretos para ti.
ÍCARO: Tendrás alguno.
ESTEBAN: Te lo cuento todo.
ÍCARO: Algo pequeño guardarás únicamente para ti. Algo que tal vez consi-
deres insignificante o vergonzoso.
ESTEBAN: No lo hay.
Silencio.
ÍCARO: Pues no quiero hablar. Me voy.
Ícaro se incorpora, Esteban lo sigue y coge con fuerza del brazo al otro.
ESTEBAN: No te dejaré ir. (Esteban afloja la presión de su mano.)
ÍCARO: No quiero.
ESTEBAN: Por favor, siéntate y habla.
Se sientan. Esteban espera. Ícaro no sabe cómo empezar.
ÍCARO: Y si yo te dijera que escondo algo terrible y vergonzoso, algo que me
cuesta trabajo decirte…
ESTEBAN: ¿Qué puede ser si somos tan jóvenes?
ÍCARO: Ya no soy tan joven. Al menos no tan joven como tú.
ESTEBAN (ríe) : ¿Bromeas?
ÍCARO: De ninguna manera. Tú sigues siendo joven, casi un adolescente, pe-
ro yo… (Se interrumpe.) ¡No puedo!
ESTEBAN: ¿Qué pasa?

63
ALEJANDRO FERRERO

ÍCARO: Ya no preguntes.
Silencio.
ESTEBAN: ¿Me dirás?
ÍCARO: ¡No! (Pausa.) No quiero corromper tu alma.
ESTEBAN: Te escucho.
ÍCARO: Estoy enamorado.
ESTEBAN (ríe) : ¿Es lo que no podías confesar?
ÍCARO: No te rías… por favor. No estoy enamorado. Estoy… cómo decirlo…
enajenado, enviciado, envilecido…
ESTEBAN: ¿Qué quieres decir?
ÍCARO: Eso que dije.
ESTEBAN: ¿Ofelia?
ÍCARO (sonríe) : No me he acordado de ella.
ESTEBAN: Entonces, ¿quién?
ÍCARO: Estoy seguro de que después de oirme te alejarás para siempre de mí.
ESTEBAN: No seas melodramático.
ÍCARO: En fin… (Pausa.) ¿Te acuerdas del licenciado Gamberrini?
ESTEBAN: ¿Paolo Gamberrini? ¿El benefactor? ¿El noble italiano?
ÍCARO: No se llama así. Su nombre es Pablo. Su madre, que se siente italia-
na, le cambió nombre y apellido. También a su hermano, el tal Ettore,
que en realidad se llama Héctor. Hasta al chofer le cambió el nombre:
Saverio… (Ríe.) ¿Puedes creerlo?
ESTEBAN: ¿Eso qué tiene que ver contigo?
ÍCARO: Escucha… Escucha bien porque no repetiré nada. (Pausa.) Paolo Gam-
berrini, el maldito abogado, me anduvo rondando por mucho tiempo…
Quizá tú no te diste cuenta… Acechándome en el colegio…
ESTEBAN: ¿Para qué?
ÍCARO: Fuera de mi casa, en la calle, como si fuese mi sombra. Fingía que el
azar nos juntaba en la cafetería, en el cine… Abordándome…
ESTEBAN: ¿Con qué fin?
ÍCARO: No me interrumpas. Colmándome de atenciones, como si fuese yo una
mujer… Avergonzándome delante de todos. Yo lo evadía, me mostraba
cortante y grosero pero él no desistía. Y continuó su persecución, supli-
cándome, haciéndome regalos que yo no aceptaba… No sabía cómo
64
ÍCARO EN ESCORZO

actuar, cómo detener ese acoso… Su chofer, o su guardaespaldas, por-


que es lo mismo, se mantenía siempre a cierta distancia, alerta, cuidan-
do a su amo por si yo reaccionaba de forma violenta. Lo vi muchas
veces, listo para caerme encima si yo daba el primer golpe… El otro
me amenazaba, diciéndome que yo sería de él por las buenas o por las
malas. Inmediatamente después de esto fingía estar arrepentido y llo-
rando me pedía perdón, que actuaba así acuciado por mi desdén…
Llegué a ofenderlo públicamente, a escupirlo, a apartarlo bruscamente
de mí. Y él insistía, mostrándose indigno, miserable, patético… Me daba
tanto asco, tanto… Pero una noche… una noche… ¡Maldito sea! Una
noche, sin testigos, su chofer me golpeó. Yo me defendí como pude,
pero tú sabes que soy muy malo para las peleas, y Saverio me sometió
y me llevó ante el otro… Me drogaron… y… y el infeliz me tomó por
la fuerza… dos, tres veces, no sé cuantas, durante toda la noche…
ESTEBAN: ¡Desgraciado!
ÍCARO: Al día siguiente, por la noche, regresé por más. Sin amenazas, sin pre-
siones… ¿Lo entiendes? Yo no lo entiendo.
ESTEBAN: Yo tampoco.
ÍCARO: Sé que no debería buscarlo, que no está bien. Y me doy asco. Du-
rante el día me digo que no volveré a verlo pero al anochecer corro a
su encuentro y me envilezco cada vez más. Él ya no me insiste, al con-
trario, me dice riendo: ¿es que no te sacias? Y yo, sin saber qué contes-
tar, me arrojo a sus brazos. El chofer, del otro lado de la puerta,
escucha mis gemidos mientras el otro me posee y, cuando al amanecer
me retiro, Saverio se ríe de mí, en mi cara, y no me importa… (Silen-
cio.) Me he asomado al abismo, así lo creo, y no me da miedo, o mejor
dicho, sí me da miedo, pero la atracción al precipicio es más fuerte, y
me lanzo todos los días dentro de esa oscuridad que me da escalofrío;
la busco como si fuese una droga, mi alimento, mi religión, y que es
al mismo tiempo mi consuelo, mi placer. Él me dice que empieza a har-
tarse de mí y yo, asustado, le cubro la boca con la mía y me doy cuen-
ta de que cada día que pasa soy más dependiente de él y que él no me
quiere. Me aparta bruscamente de su lado, como si lo asfixiara, y aho-
ra yo suplico y lloro e insisto en que me quiera…
65
ALEJANDRO FERRERO

Esteban llora inconsolable al tiempo que le pone una mano en el hom-


bro a Ícaro. Ícaro retira la mano con violencia.
ÍCARO: ¡No quiero tu lástima!
ESTEBAN: No es eso.
ÍCARO: ¿Y qué es?
ESTEBAN: Me duele.
ÍCARO: A mí también. Pero mi dolor es verdadero. Ascendí al cielo en es-
pera de una revelación y no encontré sino el vacío. El sol, ese gran foco
incandescente que está suspendido en el firmamento, me hiela la san-
gre. Y, en la noche, cuando el sol se ha ocultado de nosotros, yo me pre-
cipito hacia el mar, que no es más que una gran cloaca, y me duele el
corazón y lloro de pena y de gozo… Por eso te digo que mi dolor es
verdadero. El tuyo es falso. No has vivido.
ESTEBAN: Tenemos 17 años, no lo olvides.
ÍCARO: Yo soy un viejo.
ESTEBAN: No digas eso.
ÍCARO: ¿Qué decir, entonces?
ESTEBAN: ¿Cómo borrar todo esto que te pasa?
ÍCARO: Ingenuo.
ESTEBAN: Dime al menos cómo aliviarlo.
ÍCARO: Regresa el tiempo… Cuando éramos niños y no nos importaba nada.
ESTEBAN: Ojalá pudiera hacerlo.
ÍCARO: Trata. ¿No ves mi desesperación?
ESTEBAN: La veo.
ÍCARO: Eres un espectador, un espectador sensible, no más. Cuando te en-
contré en esta banca, mirando inocente, sorprendido a tu alrededor,
sintiendo tal vez, pero sin comprender, supe…
ESTEBAN: Quiero comprender.
ÍCARO: Cuando hayas crecido comprenderás.
ESTEBAN: Ayúdame a comprender.
ÍCARO: ¿Me pides ayuda a mí?
ESTEBAN: Sí, a ti.
ÍCARO: Estás a salvo. O quizá no. ¿Quién lo sabe?
ESTEBAN: Ayúdame.

66
ÍCARO EN ESCORZO

ÍCARO: Te repites.
ESTEBAN: No puedo con esta angustia.
ÍCARO: Quisiste saber.
Silencio. Ícaro se levanta.
ESTEBAN: No quiero perderte. (Se incorpora.) ¿Te veré nuevamente?
ÍCARO: Sí.
ESTEBAN: ¿Pronto?
ÍCARO: No sé.
ESTEBAN: Me encontrarás sentado aquí. O en el colegio.
ÍCARO: Al colegio no volveré.
ESTEBAN: ¿Puedo abrazarte?
ÍCARO: Por supuesto.
Se abrazan.
ÍCARO: Es suficiente.
Se separan. Ícaro se aleja y desaparece. Esteban mira alejarse al otro.
Oscuro.

Casa de Irene.

2 p.m. Irene, sentada en el sillón. Esteban, a su lado, acomodado en un


banquito.
IRENE: Tú sabes qué pasa con él.
ESTEBAN: No.
IRENE: Eres su mejor amigo, ¿no es cierto?
ESTEBAN: Sí, pero…
IRENE: Algo me ocultas.
ESTEBAN: No lo he visto desde hace un mes, quizá más.
IRENE: Pero si eran inseparables.
ESTEBAN: Ya no. Y no sé qué pasó. Yo he puesto todo de mi parte, pero…
IRENE: Apenas lo veo. Llega corriendo por las mañanas, se baña y se va de
prisa al colegio. Ni toca el desayuno.
ESTEBAN: Tal vez se quede a dormir en la casa de Ofelia. Allá también lo
quieren.
67
ALEJANDRO FERRERO

IRENE: Me lo diría, estoy segura, pero no me habla. A la hora de la comida,


cuando tenemos oportunidad de platicar, no dice nada. A cada pre-
gunta o comentario que le hago me contesta con un vago ademán o con
un gesto que parece una sonrisa. No sé qué ha ocurrido. Dime, Este-
ban, y no me mientas. ¿Tiene algún problema serio?
ESTEBAN: No que yo sepa.
IRENE: Ustedes los jóvenes son cómplices de sus aventuras o desventuras,
algo debes saber. ¿Por qué no me lo dices? Te prometo guardar el
secreto.
ESTEBAN: No sé nada. Yo vine para preguntarle a usted. Antes Ícaro y yo nos
buscábamos a la salida del colegio pero ya no es así.
IRENE: Si tuviera problemas y tú lo supieras, me lo dirías, ¿no? Mírame.
ESTEBAN: Por supuesto.
IRENE: Hace dos semanas, al regresar del mercado, escuché ruido en su cuar-
to. Me causó extrañeza porque pensé que Ícaro estaría en el colegio. Al
abrir la puerta lo encontré echado en su cama, llorando. Alarmada le
pregunté qué le sucedía. Él me dijo que nada y continuó llorando de
una manera que partía el corazón. Me senté a su lado e insistí en saber
qué lo tenía así. Y, refugiándose en mí, repitió que nada. Le dije: ¿y
por nada lloras? Y él: no lloro.
No sabía qué hacer. Le pedí que confiara en mí. Me miró con rece-
lo, se incorporó y secándose las lágrimas con las manos dijo: ¡déjame
en paz!, y salió de la casa. Desde entonces no habla conmigo, y cuan-
do trato de acercarme a él me dice que no lo toque, que ya no es un
niño y que mi cercanía lo enferma. Sé que no lo dice sinceramente
pero sus palabras y su actitud me lastiman…
ESTEBAN: No sé qué decir.
IRENE: Búscalo e indaga qué le ocurre. Contigo se confiará. Él te quiere.
ESTEBAN: Yo también lo quiero.
IRENE: ¿Me tendrás al tanto?
ESTEBAN: Lo prometo.
IRENE: Gracias.
Irene coge las manos de Esteban y las acerca a su rostro. Él adivina la
intención de ella y trata de evitarlo pero la mirada agradecida de Irene
68
ÍCARO EN ESCORZO

lo disuade. Ella besa las manos.


IRENE: Gracias.
Oscuro.

Exterior de la casa de Paolo Gamberrini.

10 p.m. Ante la puerta vemos a Saverio, que fuma mientras vigila. Viste un
traje azul marino, camisa blanca, corbata azul celeste y calzado negro bien
lustrado. Por la derecha entran los Policías A y B, trajeados con mal gusto,
se detienen ante Saverio.
POLICÍA A: Identifíquese.
Saverio permanece impasible.
POLICÍA B (abofeteándolo): ¿No oíste?
Saverio, sin perder la compostura, saca su cartera y el Policía B se la
arrebata, esculca, mira los documentos y se embolsa el dinero que en-
cuentra.
POLICÍA B (a su compañero) : Regístralo.
El Policía A obedece palpando los bolsillos de la ropa de Saverio, al
sentir un bulto en la bolsa interior del saco hace una señal al otro, éste
le apunta con su arma al guardaespaldas mientras trata de introducir
la mano en el saco. Saverio intenta detenerlo pero el Policía B le apun-
ta a la cabeza. Saverio desiste. El Policía B extrae una muñequita de
tela, la examina y la tiende al Policía A, éste la olfatea como si fuera
un perro, niega con la cabeza y el otro arroja la muñequita al piso.
Saverio trata de recogerla pero el armado, sin palabras, se lo impide.
POLICÍA B: ¿Qué haces aquí?
SAVERIO (seguro) : Vigilo.
POLICÍA A: ¿Y qué es lo que vigilas?
SAVERIO: La calle.
POLICÍA B: Fíjate bien en lo que contestas.
POLICÍA A (abofeteándolo) : ¿Qué es lo que vigilas? ¡Contesta, hijo de puta!
SAVERIO: La casa del licenciado Paolo Gamberrini.
El Policía B mira la fachada de la casa, coge del brazo al Policía A, lo
69
ALEJANDRO FERRERO

aleja de Saverio y le dice a su compañero algo que no escuchamos. Re-


gresan con Saverio.
POLICÍA B (guardando su arma) : Debe disculparnos.
POLICÍA A: Sí, sí, nos confundimos.
POLICÍA B: El exceso de celo en nuestro deber nos llevó a cometer este la-
mentable error.
POLICÍA A: Lamentable error.
El Policía B saca el dinero que había cogido, lo introduce en la cartera
y la devuelve a Saverio mientras el Policía A le arregla las ropas.
POLICÍA B: Siga vigilando, señor.
POLICÍA A: Señor.
POLICÍA B: Buenas noches.
POLICÍA A: Buenas noches.
Los Policías A y B hacen una leve inclinación y salen apresuradamente
por la izquierda. Saverio los ve alejarse, luego se arrodilla ante la mu-
ñequita, la recoge, la limpia con delicadeza, la lleva a su pecho y la
oprime contra sí. Y de rodillas, apretando la muñequita, llora.
Oscuro.

Casa de Clara.

4 p.m. Sala. Llaman a la puerta. Entra Clara.


CLARA: ¡Ya voy! ¡Ya voy!
Llaman nuevamente. Clara abre la puerta, aparece del otro lado Ettore.
CLARA: Entra.
Ettore entra y cierra la puerta.
CLARA: Siéntate.
Se sientan ambos.
ETTORE: ¿Qué es tan urgente?
CLARA: ¿No me preguntas cómo estoy?
ETTORE: ¿Cómo estás?
CLARA: Eso no importa. Te mandé llamar por un asunto delicado. Muy delicado.
ETTORE: ¿De qué se trata?

70
ÍCARO EN ESCORZO

CLARA: No seas impaciente. (Coge un cigarro de una cajetilla que está sobre
una mesita, lo enciende, arroja el humo sobre la cara de Ettore, da otra
chupada.) Tu hermano, tan generoso como es, ya lo sabes, tomó bajo
su protección a un joven estudiante de clase baja para impulsarlo en sus
estudios, guiándolo por el buen camino, relacionándolo con gente impor-
tante… (Fuma.) Yo conocí a ese muchacho porque Paolo lo trajo aquí
dos o tres veces. Le dije a tu hermano que tuviera cuidado con él porque
detecté en ese muchacho a un oportunista, quizás un ladrón, yo qué sé,
pero una madre no se equivoca. Pero…
ETTORE: ¿Por qué no vas al grano?
CLARA: Allá voy. (Fuma.) Ese muchacho desapareció, o al menos eso dicen,
y achacan esa supuesta desaparición a tu hermano. Todo es falso. A mí
me consta.
ETTORE: ¿Y cómo es que te consta?
CLARA: ¡Vaya pregunta! ¡Llena de insidia, de veneno! Tu hermano, lo sabes,
es incapaz de cometer algo de esa naturaleza.
ETTORE: Mamá, por favor… Los dos conocemos a Paolo y sabemos que es
un criminal.
CLARA: ¡Cómo te atreves a decir tal cosa!
ETTORE: No soy tonto ni ciego. Si Paolo no ha pisado la cárcel es debido a
sus amigos influyentes, pero todo el mundo conoce sus fechorías. Y en
este asunto que me cuentas, seguro estoy que Paolo ordenó su muerte.
CLARA: ¡Tus enemigos serán los de tu casa! Ya lo dice el refrán. (Fuma.) No
sé por qué te hice venir. Sabía que reaccionarías así. Odias a tu hermano.
ETTORE: No lo odio.
CLARA: ¡Claro que lo odias! ¡Envidias su apostura, su suerte, su riqueza, su
popularidad…!
ETTORE: ¿Y para qué me hiciste venir?
CLARA: ¡Para qué…! ¿Eres tan desnaturalizado? Para que apoyes a tu her-
mano. Llámalo y dile que estás con él para todo lo que necesite, que lo
apoyas moralmente… aunque sólo seas capaz de eso. (Fuma.) Debe
estar deshecho mi pobre hijo.
ETTORE: No lo haré.
CLARA: ¿Por qué no?

71
ALEJANDRO FERRERO

ETTORE: Porque no me importa lo que le pase.


CLARA: ¡Es tu sangre!
ETTORE: Tal vez sea hora de que pague por todo el daño que ha causado.
CLARA: ¿Cuál daño? Él es un hombre bueno. Casi podría decir que es un san-
to. No lo digo para no parecer sacrílega. Se saca la comida de la boca
para dársela al hambriento.
ETTORE: ¿Literalmente?
CLARA: Sí. Aunque no sé qué quieres decir.
ETTORE: ¡Qué asco!
Clara apaga el cigarro y enciende otro.
CLARA: ¿Nos negarás tu ayuda?
ETTORE: Es lo que dije.
CLARA: ¿No te conmueve mi aflicción?
ETTORE: Paolo es una basura. Tú también lo eres. Y no quiero seguir conta-
minándome al relacionarme con ustedes. Se acabó. Únicamente deseo
que me dejen en paz. Eso es todo.
CLARA: ¡Caín! (Aparte.) Arcangelo Gabriele, ¿cómo se dice Caín en italiano?
ETTORE: ¿Ya terminaste?
CLARA: Ettore, recapacita.
ETTORE: Ahora me llamo Héctor.
CLARA: ¿Renuncias a mis sacrificios?
ETTORE: Pretensiones.
CLARA: Te lo pido como una madre angustiada. No renuncies a tus orígenes.
ETTORE: No desperdicies palabras.
CLARA: ¿Quieres que te lo pida de rodillas?
ETTORE (sonríe) : No eres capaz.
Clara se arrodilla.
ETTORE: ¡Vaya! ¡Vaya!
CLARA: ¿No te conmueve mi humillación? Mira bien, descontando el cigarro,
es como una estampa religiosa, como una pintura…
ETTORE: ¿Italiana?
CLARA: No te burles.
ETTORE: Habernos puesto como apellido Gamberrini… No tienes límites.
CLARA: Mi amor hacia ustedes no tiene límites, es cierto.

72
ÍCARO EN ESCORZO

ETTORE: ¡Púdranse ambos!


CLARA: Ettore, escucha…
Ettore sale dando un portazo.
CLARA: ¡Ettore! ¡Hijo de puta! (Se lleva una mano a la boca.) Yo no soy una
puta. (Se queda pensativa un momento.) No. No lo soy. (Apaga el ci-
garro.)
Oscuro.

Casa de Irene.

10:30 p.m. Oscuridad. Se abre la puerta y ahí vemos las siluetas de Irene y
Esteban. Entra ella y enciende una lámpara. Entra él y cierra la puerta.
Irene, agotada, se deja caer en el sillón. Esteban se queda de pie.
IRENE: Siéntate, muchacho.
ESTEBAN: Así estoy bien.
IRENE: Anda, debes estar tan cansado como yo.
Esteban alcanza el banquito y se sienta junto a ella.
IRENE: ¿Quieres un café?
ESTEBAN: No. Gracias. ¿Mañana dónde iremos?
IRENE: ¿Me acompañarás nuevamente?
ESTEBAN: Hasta que encontremos a Ícaro. Vivo o muerto.
Irene grita como si hubiese sido herida. Las palabras de Esteban le
suenan premonitorias. Y ese grito, entre animal y humano, rechaza esas
palabras que continúan taladrando sus oídos. Esteban se incorpora
asustado y se queda de pie, paralizado.
IRENE: ¡No digas eso! ¡No lo digas! ¡Te lo prohíbo!
ESTEBAN: Perdón.
IRENE: Siéntate.
Esteban, temeroso, se sienta.
IRENE: Perdóname… Es que… No quiero pensar que…
Silencio.
ESTEBAN: Tal vez sería mejor que…
IRENE: No. No te vayas aún… (Silencio.) ¿Por qué nos enseñan a ser humil-

73
ALEJANDRO FERRERO

des? Deberían inculcarnos el valor, la soberbia, la rabia… Nos hace


falta rebeldía. Nos enseñan a decir: sí, señor; no, señor; buenos días,
señora… Y aceptamos todo. No ponemos en duda las disposiciones de
los otros. Obedecemos. Hoy nos han tratado mal y yo, en espera de
noticias de mi hijo, no me he rebelado ante ese trato injusto. He sen-
tido el impulso de abrir puertas sin permiso, de golpear en las mesas
de esos funcionarios que fingen sordera, indiferentes al dolor de los otros.
¿Soy, acaso, invisible? No, por Dios que no lo soy. Sólo soy una madre
abatida y esperanzada. No quiero ser como María, que llora a los pies
de su hijo porque las estrellas han dispuesto para él un destino aciago.
Quiero vivo a mi hijo, lo quiero a mi lado aunque desconfíe de mí, que
lo vea llorar y me diga que no llora, que me mienta, que me evite y
que me considere un estorbo… No importa. Lo quiero ver de nuevo, dor-
mido o comiendo, leyendo, riéndose, ignorándome. Lo quiero vivo, no
muerto. Pero si me lo han matado quiero ver su cuerpo, tocarlo… Sa-
ber quién me lo ha quitado. Y no perdonaré. Le pediré a Dios que me
convierta en fiera para destrozar a ese maldito con mis manos, despe-
dazarlo con mis dientes y hacerlo aullar de dolor… Matarlo o matarlos…
Perseguirlos hasta el infierno, si es que el infierno existe, y si no hay
tal, crearlo con mis propias manos para castigarlos… Dejar a un lado mi
falta de iniciativa, dejar mi humildad, mi generosidad, mi pequeñez…
Dejar correr mi llanto…
Esteban le coge una mano. Ambos lloran.
ESTEBAN: Cálmese. Lo encontraremos.
IRENE: Lo quiero vivo… Lo quiero vivo…
ESTEBAN: Lo queremos vivo. (Silencio.) Ahora debo irme porque me esperan
en casa. Procure usted descansar. Mañana nos espera un largo día.
IRENE: Sí, Esteban, ahora me iré a la cama. Cuídate.
ESTEBAN: Hasta mañana.
Esteban se incorpora, llega a la puerta, abre, sale y cierra tras de sí.
Irene recarga la cabeza en el respaldo del sillón y cierra los ojos.
Oscuro.

74
ÍCARO EN ESCORZO

Exterior de la casa de Paolo Gamberrini.

11:30 p.m. La calle solitaria.


Entra Ícaro por la izquierda. Viene visiblemente ebrio. Desde el inicio
de la escena escuchamos música con el volumen muy alto, por lo tanto
no oímos nada de lo que el personaje diga, ni cuando llame a la puerta
ni sus sollozos, ni sus gritos. Ícaro llega hasta la puerta y llama e insis-
tirá durante toda la escena, primero lo hará discretamente y finalizará
golpeando con la mano abierta. Viene a humillarse, a suplicar que el li-
cenciado Gamberrini lo reciba y vuelva a amarlo, a someterlo, aceptan-
do total obediencia y pasividad, a rogar por una caricia que lo haga
sentirse deseado, a mendigar unas palabras dulces, amorosas. Quiere
estar otra vez en esa cama cuyo olor no olvida ni quiere olvidar. Quiere de-
cirle que su vida no tiene ningún sentido si no es para pertenecerle nue-
vamente a él: su seductor. Antes prefiere morir que sentirse rechazado,
suplantado. Al final se derrumba impotente ante la puerta y llora sin
consuelo, sin esperanza. Y, vencido por el alcohol, el cansancio y el aban-
dono, grita aún el nombre de Paolo Gamberrini. De pronto entra por
la derecha Saverio, mira incrédulo a Ícaro. Ícaro no repara en el otro.
Y Saverio, cogiendo a Ícaro de los cabellos, lo arrastra fuera de la esce-
na. Ícaro no se defiende, únicamente grita dos o tres veces más ¡Paolo!
Y desaparecen ambos. Cesa repentinamente la música y enseguida es-
cuchamos un disparo, luego sobreviene el silencio.
OSCURO

75
Tres poemas

C ARLOS V ICENTE C ASTRO

NO HAY MÁS REMEDIO

Qué se le va a hacer. Anda Vitrubio por coordenadas de la nada,


anonadado
entre cinco paredes turcas. En el filo de la escalera
su frente ha encontrado la razón de ser
de todo filo. En fila, hila sus pareceres
en un cielo de símbolos con poco para aportar,
apenas dos o tres caicos duros como cerebros ideológicos
sobre un césped
raído. Pero veamos, la memoria no siempre se le da,
tiene que esforzarse por calcular en su agenda
lo incalculable, por ejemplo cuántos pasos se ahorra
con un taxi a la casa de su amiga aunque haya perdido
el domicilio. Seamos progresistas, me dice con altivez
de granadero. No, no quiero darle a beber de esta pocilga,
esta cruda guerra de hormigas en la conciencia de un cerdo
que abre la garganta para escupir sangre. Míranos aquí, Vitrubio
los boletos del viaje cercenados, como casinos
solitarios, en una esquina de triste entrecejo.
76
SALEN POR DONDE MENOS SE LES ESPERA

Como un misterio de almejas que se te escapa


una torcedura del tobillo,
gangrenas tu estupor, estúpido autodidacta,
Vitrubio, aguamiel, miel con agua
lo que dices arrebatado por un derecho poco claro a encajar
las uñas donde la picardía te lo permite y unos cuantos dólares
a las autoridades sanitarias.
Mira que cuesta trabajo creer, pero sobre nada creerte a ti, crearte
de los remolidos remolinos de respiraciones yóguicas
que hace la musa, ahora que ha abandonado a las otras
en el gimnasio de pilates como pilas mortuorias, zopilotes
engarzados a un olor que los atrae por su gravedad.
Eso te acarrea enemistarte con tus congéneres,
la que lleva la égida para celebrar el imaginario colectivo.
Fantasmas, sólo eso, sábanas
como espantapájaros que todavía te conmueven
firmes ante un viento desnatado, sin cara
ni arrepentimiento. Y no hay por qué, allí estaban colgadas
de los lazos por pericos que apretaban la mandíbula. ¿Estás
cuerdo, Vitrubio?
Holgazán, en la mira te tienen.

TODO Y NADA

Habría que decidirlo más que decirlo,


decir, decir, obsesionado estás con ese decir,
77
Diletante. No quiero aparentar que caes
y desdecirme. Pero caes. Bien, a veces,
y no es por dártelas de trovador, de esos de manteles verdes
en presentaciones de autodidactas.
Hemos avanzado cual si se necesitara para hacerlo
nada más. Nada más que nada. Ni crees en el sentido,
y eso es decir mucho, un decir. Por si fuera poco,
por si la nada fuera poco, Diletante. Sísifo está azorado
con tus gestos de buena voluntad en el canal de la TV
que siempre evita, y que hoy de pronto se le puso enfrente
como una bailarina exótica, expósita.
No amedrentas, no sirves un excelente café
y no gustas de semillas de café doradas y cubiertas
de chocolate. Es decir, es un decir, vales
sorbete. ¿Madre? Eso ni se menciona. Y no sorbas, no es momento.
No es
una invitación a tu baile de máscaras en un yate de lujo
como el de un Presidente habituado
al shopping en heladeras. Y esto, todo, la nada,
para decir poca cosa.

78
La ficción en una época de calamidades

G LENWAY W ESCOTT
Traducción de Armando Pinto

Este libro* consiste en retratos informales de dos o tres colegas escritores


cercanos y queridos, y de ciertos viejos respetables, junto con afectuosos co-
mentarios sobre su producción de cuentos y novelas.
Mientras estaba feliz trabajando, me sentí, en relación marginal con el
trabajo, tentado a definir y manifestar mi fe en el arte narrativo con ideas
particulares sobre el que, independientemente de mi particular competen-
cia o incompetencia, ha estado en mi mente durante muchos años. Para di-
cho propósito permitidme que me refiera, como hacen los predicadores y los
escritores religiosos, a un texto, pero a un texto secular pre-cristiano: el co-
mienzo del undécimo libro de la Odisea. ¿Recordáis lo que cuenta?
Odiseo, de vuelta a Ítaca desde Troya, se extravía; su amante, Circe,
le aconseja que consulte al fantasma de Tiresias. Como sabéis, este anciano
adivino había sido maldecido y afectado de hermafroditismo cuando vio a un
par de serpientes apareándose (tal vez los dioses o semidioses Cadmo y Ar-
monía en su fase de serpientes). Tiempo después se suscitó una discusión
entre el dios y la diosa supremos, Zeus y Hera, sobre qué sexo, masculino o
femenino, disfrutaba más profundamente de las relaciones sexuales; le pi-
dieron a Tiresias que aclarara el punto y éste dijo que la mujer. Hera lo cas-
tigó dejándolo ciego; pero Zeus decreto que viviera siete vidas y conservara
siempre su sabiduría. Esta sabiduría le hacía falta desesperadamente a Uli-
ses para planear el curso de regreso y el de sus marineros a la tierra natal.

* Images of truth.

79
GLENWAY WESCOTT

Se dirigió entonces a Cimeria,


un lugar entre el océano y el submun-
do; una costa miserable y sombría
habitada sólo por algunos piratas en
cuevas. Ahí, en la playa, Odiseo cavó
un hoyo de más o menos medio metro
por lado y medio de profundidad; y
humedeció la arena a su alrededor
con leche y miel y vino y agua; dijo
unas plegarias y sacrificó una pareja
de ovejas, de modo que el hoyo se lle-
nara con su sangre; y con este se-
ñuelo convocó a una gran cantidad
de fantasmas, entre ellos al orgulloso
adivino-siete-vidas tebano, del cual re-
cibiría la información necesaria para
su regreso al hogar, después de lo cual
pasó la noche hablando con otros es-
calofriantes fantasmas.
GLENWAY WESCOTT
Durante años, las pocas doce-
nas de líneas en las que eso es narrado por Homero me encantó, inspiró y
ejercitó mi mente. Lo releí ayer, en traducción, no en griego. Pues soy, en
esencia, un autodidacta; la Universidad de Chicago en la cual pasé un año
escolar y medio estaba influida en esa época por la teoría electiva de la edu-
cación. Poseo sólo cuatro traducciones: la de Pope, la de Ezra Pound —la
cual es una paráfrasis del latín de un humanista llamado Divus—, la de
Lawrence de Arabia y la versión recientemente premiada de Robert
Fitzgerald.
Personalmente, siempre he asociado ese pasaje con una canción popu-
lar cuyo tema es la pérdida del camino y el deseo de volver a casa. Recuer-
do que la primera vez que la escuché fue de niño, en un pequeño pueblo
de Wisconsin, mucho antes de haber leído nada de literatura antigua. Un
muchacho, el primer amigo por el que sentí mucho afecto y el primero que
80
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

sintió mucho afecto por mí, la cantó. Fue en la tarde. Habíamos hecho un
día de campo con sándwiches y manzanas, y una botella de cerveza, en la
cima de una colina junto a un pequeño lago en las afueras de la ciudad, y
nos quedamos para ver el atardecer. Como a mí no me gustaba la cerveza,
mi amigo se empinó toda la botella y se puso ligeramente ebrio. Sucedió que
yo nunca había visto a nadie de buen humor bajo la influencia del alcohol.
(Toda mi familia era abstemia, excepto mi abuelo en la última etapa de su
vida, pues sufría de un dolor estomacal provocado por la Guerra Civil y, por
órdenes del doctor, tomaba un poco de marsala o quizás madeira en una
cuchara. La familia estaba rodeada de inmigrantes alemanes de proceden-
cia campesina; pero todos ellos bebían de una forma desagradable, azota-
ban sus caballos y amedrentaban a sus hijos.)
Mi amigo se adelantó, bajando a zancadas la colina de regreso al pue-
blo y a lo largo de la acera estrecha y desigual que conducía a la mansión
de sus padres y la pequeña casa de mis abuelos. A medio camino entre la
tarde y el anochecer, en los patios y las calles los niños aún seguían en los
columpios y los amantes estaban ya en sus hamacas. Un perrito desconocido
se unió a nosotros meneando el rabo. Aparentemente nada de esto importa-
ba a mi amigo, absorto egoístamente en su misteriosa condición alcohólica.
No me ponía atención pero yo seguía pegado a él. Tenía doce años de edad;
él catorce o quince, y su voz había cambiado no mucho antes. Cantaba tan
alto como era capaz, en los tonos de su semimasculinidad aún inmanejables
o desacostumbrados, el estribillo de la Odisea, embriaguez y fatiga, incerti-
dumbre y añoranza, que sin duda había oído cantar a hombres y muchachos
más grandes cuando estaban atontados por la bebida.
En los años que han transcurrido desde entonces he visto una gran
cantidad de borracheras; de un modo u otro, eso ha sido importante para
mí. En circunstancias alegres de todas clases, me ha gustado que quienes
estuvieran a mi alrededor se intoxicasen casi al punto del vómito, casi a pun-
to de la violenta melancolía y el pésimo humor. Dos amigos míos han sido
auténticos alcohólicos, juerguistas e hipocondriacos, angustiados e incapaces
de parar. Por mi parte, nunca me ha importado beber o no; sin embargo,
hace una década, por razones de salud, tuve que dejar de hacerlo. En una
81
GLENWAY WESCOTT

noveleta, El halcón peregrino, hice un pequeño retrato de un alcohólico; y


recientemente, en un pequeño tratado sobre la historia y el problema de la
bebida, fui citado como una autoridad, de lo cual estoy orgulloso.
Menciono todo esto para hacer una observación que, creo, es de la ma-
yor importancia en cuanto a la moralidad en general, y que, además, es un
asunto de principios y preferencias en literatura y otras artes: la moderación
es buena en sí misma. Pensad en cuántos de los factores decisivos en nues-
tras vidas no son ni buenos ni malos, por ejemplo, el amor, el intelecto, la
laboriosidad, el patriotismo, el deporte. El principio de contención y limita-
ción funciona en los dos sentidos, funciona de hecho en todos sentidos. Una
familia pequeña es más digna de elogio que cualquier vehemente y despre-
ocupada proliferación. Una intoxicación placentera de vez en cuando es pre-
ferible a la sobriedad absoluta. En materia de sobrepoblación, y en los casos
de alcoholismo compulsivo, juego ruinoso, la deprimente adicción excesiva
a las drogas o la producción masiva de lectura pornográfica, la objeción no
es a los niños, la bebida, las apuestas, la química o el erotismo; es a su exor-
bitancia, su exageración. Pues uno se puede destruir con la misma facilidad
con medicinas que con veneno (aunque tal vez no tan rápido); hartarse no
sólo con copas sino con pan, leche y crema; arruinarse lo mismo con filan-
tropía que con carreras de caballos; agotarse en la cama matrimonial exac-
tamente como en el burdel o en un baño turco.
Creo que la misma regla aplica en la literatura y en las artes, especial-
mente en cuanto a lo largo, ancho y a los elementos incluidos en la obra se
refiere, y al grado de originalidad de la estructura y el estilo. La originali-
dad, es decir, la individualidad —la unicidad que distingue un rostro de
cualquier otro rostro, la historia de una vida de cualquier otra (lo mismo que
cualquier ocaso y hoja y pájaro e insecto son casi, pero no completamente,
idénticos)— es de mayor importancia que cualquier innovación extrema, o
el efecto revolucionario de un hombre, o el escándalo por el escándalo mis-
mo en el arte. Con frecuencia ocurre, por cierto, que el trabajo de los segui-
dores de los famosos innovadores proporciona más placer y significa más
para el público y para la posteridad que la obra revolucionaria que señaló
el camino.
82
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

Lo esencial en literatura (más demostrable tal vez que en música o en


pintura) es el disfrute y la comunicación; no el simple arrebato de habilidad
y ego del hombre creativo, no la simple estupefacción o sumisión del público
lector. En los casos de escritura extrema y difícil lo que el público a menudo
hace es expresar su admiración mientras finge leer. Placer y comprensión
desde el punto de vista del lector dependen en buena medida de los ele-
mentos más durables del lenguaje y de la lógica gramatical y de la sintaxis.
Siempre se le tienen que hacer concesiones a su fatiga, perplejidad o su error.
Así como la simple estatura física determina el largo de la cama y la confor-
mación del trasero el diseño de una silla, la psicología del lector influye en
la literatura en la forma de un obstinado rechazo a lo desmesurado, a lo muy
elaborado, a lo confuso. Hay límites en la innovación; personalidades fuer-
temente creativas constantemente los rompen, pero con el tiempo se rees-
tablecen a sí mismos con una impresionante similitud.
Mi conclusión es que la brillantez del ego, el voluntarioso e impetuoso
despliegue de intelecto, los poderes de elaboración, de exaltación poética
—ese excitante frenesí artístico parecido a la embriaguez— juegan un im-
portante papel en la literatura; pero la mayor parte del tiempo, con la regu-
laridad de un reloj, todo eso cede el paso a la prosaica sencillez, a la
brevedad y la claridad, a los temas tradicionales y los símbolos e imágenes
inmemoriales.
En Grecia (en Delfos, si recuerdo bien), hay un famoso y elocuente
bajorrelieve conocido como La tregua de dos grandes dioses. Hace un tiem-
po, Eva Palmer Sikelianos, la dama norteamericana, esposa de un poeta grie-
go, que gastó su fortuna montando representaciones de Sófocles y Eurípides
en la Grecia moderna, me mostró una fotografía del bajorrelieve. Una vez
al año, Apolo, el dios de la razón, la luz, la música, la medicina y la pro-
fecía, viajaba al norte para vacacionar entre los hiperbóreos, sus remotos
adoradores, y durante su ausencia prestaba o subarrendaba su templo a
Dionisos, el dios de la irracionalidad y la locura, el éxtasis y la embriaguez.
En el bajorrelieve, sus antitéticas y complementarias manos se tocan en el
momento en que uno entra al templo y el otro se aleja. A mi modo de ver,
éstos son los dos factores más benéficos y cruciales de la literatura y las
83
GLENWAY WESCOTT

artes (como de la moral y la vida en general): la razón y lo irracional dán-


dose la mano; y la limitación de la estancia del dios ebrio e irracional sólo
a las vacaciones, una vez al año.
Una noche, cuando ya no era un pequeño muchacho en Wisconsin si-
no un expatriado en el sur de Francia y un entusiasta del pensamiento reli-
gioso y las leyendas griegas, escuché una canción norteamericana de ebrios
más reciente. Estaba asomado en un balcón del Hotel Welcome sobre el
muelle de piedra blanca y el bello puerto de Villefranche (de míticos orí-
genes griegos), con el brazo vagamente delineado de Cap Ferrat a su alrede-
dor. Un viejo barco de guerra norteamericana estaba anclado, borroso y
adormecido, parpadeando sobre el agua. El bar en los bajos del hotel aca-
baba de cerrar, y cuatro de nuestros marinos estaban discutiendo algo con
voces melancólicas y monótonas bajo mi balcón. Uno de ellos se animó de
pronto y se alejó y comenzó a caminar de puntitas, con gracia y altivez, en
el filo del muelle, como si éste fuera una cuerda floja; y, balanceándose ahí,
cantó la canción más reciente, odiseaca también: “Muéstrame el camino pa-
ra volver a casa.” Borracho como estaba, supuse que el gusto de cantar lo
ponía todavía más ebrio. Cayó al mar. Sus amigos lo sacaron y él trató de
pelear con uno de ellos; pero los otros dos impusieron la paz. Luego, cada
uno hechó sus brazos sobre los hombros de los otros y comenzaron a can-
tar, y subieron por la calle hacia Niza, cantando.
Esta triada de cosas me obsesiona: la cuestión de Odiseo en la costa
Cimerea, la borrachera del amigo en mi niñez cantando una popular can-
ción de borracho, la inmersión del marino en el puerto de Villefranche
cantando otra. Ése es el tema principal de la naturaleza humana: el camino
a casa, adondequiera que haya sido la caminata, y cualquiera que sea el
sentimiento de nostalgia o su magnitud. En nuestra época, la historia ha
adoptado una actitud más solemne de la que nunca antes había adoptado,
en canciones y relatos, en el drama épico o trágico.
En el primer cuarto de este siglo fuimos tan felices en nuestros hoga-
res, en varias afortunadas democracias, y nos hicimos igualmente felices en
casas en el extranjero, en los benditos lugares de expatriación (los conda-
dos de Inglaterra, los pueblos de las colinas de Italia, el sur de Francia),
84
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

que dimos la felicidad como


un hecho, lo cual se demostró
falso a su debido tiempo. En
cualquier momento y lugar don-
de estuviéramos corporalmente,
teníamos a nuestro alrededor
un ambiente favorable, y ha-
cia adelante había perspecti-
vas hasta cierto punto abiertas
y luminosas; nos sentíamos afor-
tunados; un bienestar general
habitaba nuestros corazones,
la base y sede de nuestro ta-
lento. En nuestras mentes, por
lo menos, la paz parecía per-
manente.
La Primera Guerra, que
fue terriblemente destructiva en
realidad —sacrificó a una gene-
ración, estremeció lo cimientos
del mundo, desató la violen-
cia, debilitó gobiernos importantes, provocó revoluciones—, no cambió las
cosas en el espíritu y en la orientación filosófica y creativa como uno podría
pensar. Si releyéramos la literatura de los años veinte y recordáramos algu-
nas de las vidas más típicas de ese momento, nos impresionaría su optimismo,
sobre todo su pensamiento progresista. Incluso con respecto a la política,
antes de que la Liga de las Naciones mostrara su debilidad, antes de que el
Partido Nacional Socialista llegara al poder en Alemania, teníamos esperan-
zas, muchas esperanzas, ¡grandes esperanzas!
Entonces como ahora, en la guerra fría y la guerra caliente por igual,
la gente tonta y la gente susceptible a amilanarse se pregunta una a otra:
¿para qué estamos peleando? Como regla, peleamos para recuperar lo que
teníamos antes de que la lucha comenzara; peleamos por otra oportunidad
85
GLENWAY WESCOTT

para remediar las fallas e inequidades del modo general de vida que por
distracción o ignorancia no remediamos cuando teníamos el tiempo y los re-
cursos. Ciertamente, no la utopía, tal vez no pasos gigantes, sino una expec-
tativa de mejoramiento, una oportunidad de progreso. En muchos aspectos,
la vida en este mundo es irremediable, lo sabemos. Pero incluso las trage-
dias naturales absolutamente terrenales (entre las cuales la muerte es sin
duda la más grande) son más fáciles de soportar si vienen a nosotros en cir-
cunstancias de cierta estabilidad, en un contexto familiar y doméstico, con
la idea de que todo finalmente mejorará para nuestros descendientes y otros
amados jóvenes, si no es que para nosotros mismos; con cierto sentimiento
de inmortalidad, gracias a una continua y renovada tradición y la permanen-
cia de las estructuras del arte y la literatura, aunque no de la vieja religión.
No he olvidado mi tema; no es sobre las armas y el hombre, es sobre
la pluma fuente y la máquina de escribir, y los hombres, mujeres y niños,
puesto que el arte literario, y en especial el arte narrativo, en ellos se intere-
sa. Pero en estos tiempos modernos es difícil, si no imposible, considerar
cualquier aspecto de nuestra existencia, o de la realidad en general, separa-
damente de cualquier otro aspecto; tal vez ni siquiera es deseable hacerlo.
Es evidente que todo de hecho está conectado e implicado. Aprendemos a
pensar casi enteramente en contrastes y yuxtaposiciones, en las famosas an-
tinomias: bueno y malo, mar y tierra, noche y día, arte e incultura. Pro-
bablemente es el modo correcto de pensar. Si nuestros padres y abuelos a
principios de siglo hubieran mantenido la paz en sus mentes, lo mismo que
la guerra, podríamos haber mantenido el balance a nuestro favor. Sea como
sea: esos contrastes y antítesis son básicos en el arte. Lo que llamamos es-
píritu creativo en realidad no crea nada. Evoca, recuerda y relaciona. Es la
simple inclinación de nuestra disposición y buena voluntad el acercarnos al
mal para entenderlo. Es un destello de nuestra pequeña luz individual, lo
que mejor sabemos, en la oscuridad general.
Algunas personas (por la razón que sea) tienen una aguda sensación
especial de que la humanidad está en la oscuridad, en la inocencia o en la
ignorancia; de que algo se ha perdido, ya sea el significado de las pasadas
experiencias o la dificultad o el deseo del corazón de confrontarnos la si-
86
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

guiente ocasión, rumbo al futuro. Esas personas son las más dispuestas a
convertirse en artistas literarios, y bajo esa condición investigar la situación
en algún aspecto para aclarar las cosas un poco.
Es legendario que en la Guerra de Crimea, cuando la fuerza expedi-
cionaria aliada estaba a punto de invadir el lejano sur de Rusia, encontró
que carecía de mapas, un oficial desesperado, intentando descubrir su po-
sición geográfica y resolver sus problemas tácticos y logísticos, recurrió a la
ouija.
Ahora, ciertamente todos nuestros aliados, y al menos una de las pode-
rosas naciones que nos confrontan, con diversos sentimientos mezclados de
hostilidad, miedo y envidia, tienen suficientes mapas, incluidos algunos ma-
ravillosos hechos por cámaras electrónicas en vehículos espaciales no tripu-
lados zumbando en círculos en la estratósfera y enviando las imágenes a los
cuarteles. Pero nuestras clases gobernantes y jefes de Estado parecen no
tener mucho sentido de la dirección todavía, ya sea literal o figuradamente;
lo mejor que pueden hacer es buscar el camino a tientas en la terrible oscu-
ridad tal vez en curso de colisión. Naturalmente, el escritor se siente inclina-
do a sugerir que, en lugar de tablas de ouija, se lea más libros, comenzando
con la Ilíada y la Odisea.
Obviamente, en tiempos de guerra, donde y cuando sea, el mundo en-
tero es una Ilíada; cruel, compulsivo y convulsivo. Es todavía más notable
que en este tiempo de Paz (lo llamamos paz) el mundo entero sea una Odi-
sea, lo cual constituye una analogía clara e instructiva no demasiado inve-
rosímil. Pensad en cuántos hombres debe haber en todo momento errando
aquí y acullá por el mar, no sólo marineros, sino desgraciados marineros de
agua dulce también, como científicos, ingenieros, periodistas, agentes secre-
tos, mareados todo el tiempo, en barcos a menudo tan rudimentarios como
el de Odiseo; no sólo en el Mediterráneo sino en todo el inmenso océano
alrededor de la Tierra, el cual parece no tener ya un centro; no sólo en las
profundidades saladas sino también en el cielo, más allá de la barrera del
sonido, más allá de la atmósfera. Hemos extendido nuestro mundo un poco
pero sin ningún cambio básico o absoluto, no es diferente al de Odiseo. Los
elementos aún se entremezclan, la oscuridad y la luz del día, el fuego y el
87
GLENWAY WESCOTT

hielo, la vida y la muerte; y nuestras más recientes excursiones han sido


tanto por agua como por aire.
Por cada Ícaro hay aún cientos de miles de Odiseos; por cada uno que
se vuelve ingrávido, cien mil sienten nostalgia en los rudimentarios botes,
en las playas casi tan oscuras como las del país Cimerio, con apenas idea
de dónde están, sin la menor noción de cómo ir adonde tienen esperanza de
llegar. ¿Las siete vidas de Tiresias se han agotado? ¿Qué tal un poco de san-
gre para él? ¿Se ha saciado su sed, su sabiduría se ha convertido en simple
idealismo, optimismo, miedo, propaganda, en nuestro sinsentido, en el sen-
tido moderno?
Ciertamente, la infelicidad y el valor de la humanidad hoy, los temas
disponibles para nosotros, para cualquier tipo de literatura, mundana, heroi-
ca, apasionada, visionaria, son tan grandes, tal vez más grandes que los per-
mitidos a los antiguos griegos o cualquiera de los otros pueblos de la historia
amantes de la literatura. Pero, con nuestra presente realidad, no hay la me-
nor probabilidad de producir algo equivalente, épico o universal.
Incluso aquellos de nosotros que de hecho permanecen confortable y
sedentariamente en casa, hombres mayores, discapacitados, mujeres de ge-
nio, en granjas o en pequeños pueblos idílicos, o en retiro en lugares como
Florida y California, se mantienen cercanos, por medio de los medios masi-
vos de comunicación, con los marineros y aviadores, y con la oscuridad ge-
neral y la desorientación y la arena empapada de sangre; y sin ninguna
respuesta de Tiresias. La inspiración literaria también se dispersa en el lu-
gar, el corazón se hace pedazos, la mente se divide.
En la imaginación, todos (todos los que tienen imaginación) son hasta
cierto punto expedicionarios, en cierto sentido refugiados, y de algún modo
revolucionarios. Algunos de nosotros somos genios maravillosos, muchos de
nosotros tenemos considerables habilidades útiles, pero no para el obsesivo,
vasto, desafiante tema: el torbellino en el que estamos inmersos dando vuel-
tas. Ni Odiseo ni algún otro hombre de su entorno escribió la Odisea ; eso
se hizo siglos después. Cosa que consideramos una buena excusa para no
ponernos a escribir las nimiedades de las que ciertamente somos capaces.
Recuerdo un intercambio de cartas sobre esto con Thornton Wilder en
88
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

la primavera de 1948. Yo le había escrito en uno de mis melancólicos arre-


batos, aunque sin nada en realidad de qué quejarme: tenía salud, mi ange-
lical guardia familiar estaba junto a mí; el trabajo que tenía entre manos era
del máximo interés para mí (sólo que un poco fuera del alcance de mi ta-
lento).
Por varias razones, yo anhelaba viajar al extranjero nuevamente, por
un año o dos, y me faltaba valor para hacerlo. En esa época de mi vida,
creo, cada nueva e importante experiencia escribible era capaz de hacerme
abortar mi obra en progreso, o mejor dicho, en proceso. Pues de hecho na-
da estaba progresando muy bien para mí. Ciertamente, en Occidente y en
Europa Central (entonces como ahora) había temas temibles: la recurrencia
del perpetuo y característico ánimo de la humanidad en el que gran parte de
la civilización del pasado fue forjada y fundida, con el martillo y el yunque,
el metal al rojo vivo en agua fría, ya no tenía espacio en la península de Eu-
rasia; el intelecto de Francia estaba infectado de filosofía alemana, de exis-
tencialismo, etc.; y otros sintomáticos temas dolorosos para mi razón.
Sucedió que, justo después de mandarle mi carta, Wilder dio un dis-
curso durante la ceremonia anual de la American Academy and National
Institute of Arts and Letters. Lo intituló “Un tiempo de calamidades”, y en
buena parte parecía dirigido a mí. No declaró en su discurso que todos los
periodos de la historia humana han sido igualmente, y constantemente, de
calamidades. No rechazó la posibilidad de varias futuras utopías basadas en
ese o aquel sueño revolucionario. Admitió, ciertamente, que en nuestra épo-
ca mujeres ancianas que hasta ahora habían vivido vidas seguras habían sido
vistas arrastrándose en tiraderos de basura en las afuera de la ciudad en
busca de algo que comer, mientras otras naciones, en particular esta nación,
ostentosamente tiraba o desechaba o destruía montones de alimentos, hacién-
donos nosotros mismos blancos de futuras venganzas. Se refirió a las peo-
res y cada vez más mortíferas guerras científicas.
Y señaló sombríamente que los periodos de paz, de seguridad y de
benevolencia del pasado, no habían sido más que interludios: “breves, cir-
cunscritos, parroquiales, aislados y excepcionales”. No permitamos nunca,
nunca, considerarlos como norma. Cada época tiene su propia norma.
89
GLENWAY WESCOTT

Después de leer a Homero,


Goethe remarcó que “la Ilíada nos
enseña que nuestra tarea aquí en
la tierra es representar el Infierno
diariamente; con esa sombría de-
claración concordó Mathew Arnold.
Esa plácida tarde en el Instituto,
Wilder citó a esas tres autorida-
des de la condición humana; y a
Kierkegaard también.
Finalmente, declaró que no
es una obligación del hombre crea-
dor proporcionar respuestas finales
a las grandes preguntas trágicas o
“equilibrar los libros del bien y
del mal”. En la medida en que es
llamado a recorrer el infierno en
su vida, todo lo que tiene que ha-
cer es describir esa vida, pintar un
THORNTON WILDER
retrato de él experimentándola, y
expresar sus diversas respuestas emocionales. Para la mayoría de los es-
critores importantes, concluye, “los tiempos de tranquilidad y los tiempos
de ansiedad lucen muy parecidos”.
Al salir de mi arrebato de tristeza, fui estremecido hasta la médula por
este discurso. Wilder es un hombre inspirador, amonestador, aleccionador,
un hombre ejemplar, aunque no un santurrón. (El ejemplo que nos da no
siempre es bueno.)
Después supe que él no pensó en amonestarme, a mí en particular, esa
tarde. Mi triste carta había llegado a New Haven, pero él estaba en otro
lado; de modo que no llegó a él sino hasta después de la ceremonia; y
entonces la contestó, con una nota desafiante y de reproche. De alguna
forma, él no había disfrutado completamente el discurso de Blashfield pero
había valido la pena darlo, escribió; me insinuó que “bajo cielos ame-
90
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

nazadores los escritores deben ponerse doblemente vivos, como marsopas”.


Además, él había estado dando clases en algún lugar esa primavera, y
los universitarios más jóvenes tenían una viveza de marsopas, intrépidos e
inspiradores. Evidentemente, era la gente entre 45 y 55 años, notó, la que
tenía miedo a los disturbios y al peligro histórico. Eso parecía distraerla del
dolor de tener que decirle adiós a su juventud. Como bien sabía él, yo tenía
47 años en ese momento.
De hecho, el fin de mi juventud, el comienzo de mi mediana edad, no
fue realmente de temor para mí. Pero el error de Wilder sobre mí en este
aspecto me alertó sobre uno mío. No era la congoja o el aparente delirio y
aciago estado del mundo en su conjunto, la situación cimeria, el extravío de
Odiseo, la ausencia o silencio de Tiresias, lo que me impactaba; era el sim-
ple hecho de que mi trabajo no marchaba bien en ese momento.
Yo soy uno de esos benditos condenados escritores cuyo sentimiento
de una inmerecida buena fortuna, percepciones o ilusiones de una sobre-
abundancia de temas y entusiasmos de toda clase, de algún modo lo apa-
bullan y desconciertan y, en cuanto al alcance y efectividad de mi talento,
lo empequeñecen. Había estado batallando con una clase de novela que no
era adecuada para mí y no se ajustaba a los temas, remembranzas y visiones
con las que tenía que trabajar.
Cómo hubiera deseado que los primeros maestros e inspiradores de mi
juventud, y los amables reseñistas de mi mis primeros trabajos publicados,
en lugar de incitarme constantemente a la máxima inspiración en forma de
una larga novela realista me hubieran empujado hacia donde la ficción mis-
ma comienza, la anécdota, el episodio y la fábula, la alegoría y el cuento de
hadas, y continuara con la reminiscencia y el relato aleccionador y el cuen-
to, permitiendo que la forma de la novela se desarrollara integralmente,
como un ensamblaje de materiales que requiriera a cada momento de un
manejo particular para un propósito expresivo particular, no la imposición
de un modelo arbitrario, no el adorno de un estilo vano; como un mecanis-
mo de la imaginación del escritor dirigido a la imaginación del lector, con
saludables y componentes previamente ejercitados. Pero, de hecho, los pro-
fesores de escritura creativa y, ciertamente, los críticos, tienen sus propios
91
GLENWAY WESCOTT

problemas; seguramente es una locura esperar que sepan cosas que les lleva
a los escritores toda una vida descubrir.
Una de las cosas mágicas y fantásticas del arte, tal vez en especial del
arte literario, es que hay una especie de salud y de mala salud en él, de co-
rrecto y erróneo, de perdición y salvación. Cuando algo va mal, cuando el
talento se acaba o se seca o se marchita o se vuelve doloroso, como regla es
un asunto de algo que no se entiende o de una forma que no se domina. Y,
como regla, la forma de salvarlo, la forma de que se salve a sí mismo —y la
forma de que salve a sus pobres practicantes de su calambre, su inhibición,
su impotencia, su vergüenza—, es por medio de una reorientación estética,
a menudo de un regreso a conceptos más simples, a estructuras de la lite-
ratura del pasado.
Casi cualquier tema que llega con enorme fuerza a la mente del es-
critor, o que se instala en su corazón, funcionará si su forma es correcta. En
esta era, ecléctica, vanamente filosófica, a la mitad de un siglo semienlo-
quecido por desórdenes más ominosos y onerosos que aquellos que azotan
a los escritores en particular, ha habido un enorme oscurecimiento y distor-
sión de la teoría literaria, en especial con respecto a la ficción. El modernis-
mo de los poetas parece simple comparado con el correspondiente concepto
del arte narrativo; pero los poetas han enredado las cosas con su influencia,
pues muchos de ellos han hecho una profesión, o vocación, de la reseña de
libros y han impuesto su ley sobre el resto de nosotros.
Yo mismo comencé como poeta, lo cual no es un antecedente favora-
le para una vida dedicada a la escritura de ficción. El arte de la poesía es
de palabra por palabra, de palabras enlazadas como encaje, ensambladas
como marquetería. Mientras que una historia contada como debe ser, espe-
cialmente una historia larga o una novela, debe proyectar un hechizo más
fácil, más suelto y de un alcance mayor, inclusive con alguna imperfección;
de modo que el lector pueda tomarla a su manera, como experiencia más
que como arte y, si le place, recontársela él mismo en sus propias palabras,
revivir algo de ella. El escritor de novelas no quiere que el lector de novela
haga muchas pausas al leerla para admirar una frase determinada, un pá-
rrafo o una página. El chiste es mantener su mente en movimiento, crédulo
92
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

y emocionalmente sensible hasta que el conjunto, más grande que la suma


de sus partes, se le haya hecho claro. La prosa del escritor entrenado en el
verso es demasiado llamativa, demasiado gráfica, demasiado densa, demasia-
do eufónica, con los efectos de la música del lenguaje.
Nosotros tenemos que trabajar duro para hacer más fácil la lectura,
pero no demasiado fácil si queremos no dormir al lector. Aprendemos y
reaprendemos; en todo arte hay que desarrollar buenas técnicas, incluso en
oposición al carácter del medio. Hay importantes formas de ficción en las
cuales un estilo lento y difícil no es una desventaja. Con oficio, el efecto
demasiado artístico puede ser evitado o disimulado. Si tenemos la suficiente
energía, las suficientes agallas, finalmente, de un modo cuidadoso, quebra-
mos nuestra timidez y encontramos una solución simple.
Durante semanas no leía otra cosa que poesía, aunque nunca lamenté
haber dejado de escribirla. Después de haber vencido una dificultad en la
mediana edad, el placer de ejercer el talento que uno tiene es suficiente con-
suelo del ilusorio genio de nuestra juventud. Pero a veces siento una especie
de nostalgia mental, vuelvo mi mirada al punto de vista poético; repaso mis
pobres, vacilantes, divagantes pasos desde la forma en que por primera vez
emprendí la literatura hasta la forma en que parece ser hoy para mí; y me
descubro tentado por las grandes, arbitrarias y sobreartísticas nociones del
oficio y la estructura narrativa. Hablando de un modo general, creo que la
inspiración de los poetas no ha sido benéfica para el arte de la ficción, pues
ella inclina naturalmente a las singularidades y novedades de la construc-
ción y el estilo (a lo que llamo sillones triangulares y lechos de procrusto,
pantalones de tres piernas y guantes de tres dedos).
Ahora permitidme recordarles una vez más mi antiguo texto, mi amado
pasaje de la literatura épica griega, prototipo del arte narrativo en general
—“Ulises desnudo revestido de ficción eterna”, para recordar la glamorosa
frase en el prólogo del Homero de Chapman. La escena de Odiseo en la
costa Cimeria es una buena alegoría o imagen de las bien probadas formas
antiguas de ficción, los tres tipos perennes de la novela a los que podríamos
tener que volver o al menos pensar en ellos.
En primer lugar, la narrativa de instrucción y revelación; por ejemplo,
93
GLENWAY WESCOTT

para nombrar sólo algunos volúmenes contemporáneos, A passage to India,


de Forster; Christmas Holliday, de Maugham; The fox in the attic, de Richard
Hughes, y (citando indulgentemente mi propio trabajo) Apartment in Atenas.
En segundo, narrativa de sentimiento y reminiscencia; por ejemplo,
My Antonia, de Willa Cather, y mi crónica familiar, The grandmothers.
En tercer lugar, narrativa de recreación y ensueño, que encanta y ejer-
cita la imaginación del lector de este o aquel modo, libremente y con faci-
lidad; por ejemplo “The Deluge at Norderney” o “The monkey.”
(Hay también formas mezcladas o compuestas, y una o dos categorías
especializadas, como la novela histórica, que bordea la veracidad erudita, y
la novela filosófica, que incorpora disquisiciones y prosa argumentativa en
cierta cantidad.)
La mayor, o la más importante de las funciones de la ficción, es la pri-
mera mencionada, las preguntas a Tiresias. De hecho, los escritores de fic-
ción interrogamos a todos y hacemos lo que podemos con las respuestas.
Despertamos nuestros propios recuerdos, experiencias apenas dignas de re-
cordarse, tiempo que ha ido consumiendo nuestras vidas; pero no es porque
amemos el pasado, sino porque tememos el futuro. No es para amarnos a
nosotros mismos, sino para salvarnos, y a otros también, si somos buenos
en eso. Levantamos a los muertos y hacemos que hablen; pero para aque-
llos de nosotros que son verdaderos novelistas no es un medio que exprese
nuestra particular opinión. Les hacemos preguntas a los muertos y pasamos
la información. No expresamos nuestras experiencias simplemente por me-
dio de ellos. No son muñecos, ellos tienen sus propias voces; y el meollo de
cada asunto, tal como lo vemos, parece venirnos a nosotros de su conoci-
miento, como si fuera independiente de nuestro conocimiento, anterior a
nuestra experiencia.
En la costa Cimeria, junto al hoyo o zanja llena de la sangre de las ove-
jas sacrificadas, Odiseo se sienta y espera sabiendo que los espíritus de los
muertos siempre están sedientos y vendrán al fin. Lo cual hacen, como una
manada de bestias sombrías, apretujándose unas a otras en el abrevadero.
Entre ellos ve el espíritu de su propia madre, Anticlea, y ruega por un sorbo
de sangre, pero con su espada desenvainada sobre el charco caliente. Él se
94
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

lo niega sin compasión, se lo


niega a todos, hasta que por fin
Tiresias, el espíritu sabio, apa-
rece, da el primer trago y le di-
ce cómo volver a Ítaca. Ésta es
la prefiguración de la literatura
de revelación y guía.
Luego permite que se acer-
quen otros espíritus —“finos,
ligeros, multitudes de fantasmas
visionarios”, como los describe
Pope— a beber su sorbo de san-
gre, comenzando por su madre.
Ella le dice lo que él, por sen-
timiento, quiere oír: que su es-
posa, Penélope, lo añora tan
fielmente que sufre de insomnio;
que su pequeño hijo, Telémaco,
ha crecido y se ha convertido
en un hombre del que se tiene
buena opinión y se le invita a to-
das partes; que su anciano padre, o padrastro, Laertes, vuelto nuevamente
a la infancia, se rehúsa a dormir en su cama, sale tercamente, incluso en las
noches frías de otoño, a echarse en las hojas; y que la causa de su propia
muerte ha sido la nostalgia. ¿Nostalgia de qué? De Odiseo, su amado hijo,
su interrogador. Conmovido, Odiseo trata de darle un abrazo y un beso.
Pero, como ella es un fantasma, sus brazos no abrazan nada; después de lo
cual ella le explica algo sobre la muerte: es la separación de los nervios, de
modo tal que los huesos y el alma se dispersan, se disocian. Esto ejemplifi-
ca bellamente en miniatura nuestra ficción de remembranza y re-despertar,
la emoción recordada.
Odiseo permaneció ahí durante horas esa noche, en las arenas encan-
tadas, para ver a otras extraordinarias figuras cómo llegaban a su abreva-
95
GLENWAY WESCOTT

dero de sangre, una avalancha de fantasmas femeninos para comenzar, a la


que él ordena en una sola fila para escuchar sus llantos y confidencias: Tiro,
a quien el dios del océano le hizo el amor en un pequeño refugio de olas y
como consecuencia de ello engendró dos hijos; y Leda, el amor del cisne;
y Ariadna, la “apasionada,” para usar el adjetivo que Shakespeare utiliza
para ella; la horrida Erifila, quien, mediante un pago o soborno, convenció
a su marido de que marchara al servicio militar; y otra docena de fantasmas
—excitantes creaciones del genio creador colectivo griego, más grande que
cualquier otro pueblo en la historia— a la que la sombría diosa Perséfone
dispersa en ese momento.
También llega Heracles, sediento, con varios espíritus arremolinados
inferiores a él pero capaces de encolerizarlo con el estrépito de sus alas; él
se mantiene resplandeciente empuñando su arco y su flecha. También llega
Tántalo, personificación del deseo insaciable, y Sísifo, personificación de la
futilidad y el existencialismo; y Edipo, “presuntuoso desgraciado”. Llegan
varias víctimas recientes de la Guerra de Troya; Agamenón, compañero de
armas de Odiseo, quien, sollozando, narra cómo su esposa lo asesinó y ni
siquiera respetó su cadáver, pues lo dejó sin bajarle los párpados y sin atar
su mandíbula. Odiseo le recuerda el hecho de que en su familia, los Atridas,
ninguno de los hombres tuvo mucha suerte con las mujeres; ¿no fue Helena,
en primer lugar, la que causó la Guerra de Troya? Luego llega Ájax, aún en
su atavío de batalla y su cólera, junto a un montón de “espantosas formas”
de aquellos que cayeron por su porra, “lanzándolos a los prados del Infier-
no”, para citar otro de las mágicos pasajes de Pope.
De camino a casa, Odiseo les narró estas apariciones al rey y a la reina
de los feacios y a su corte, para divertirlos y pasar el tiempo en el largo ban-
quete; es decir, para ganarse la comida con sus historias. En todo esto, la
Odisea es el prototipo de la narración y la escritura de historias recreacio-
nal. A menudo es una nueva narración de historias ya contadas una y otra
vez, las cuales podrían parecernos, a nosotros modernos lectores, sin signi-
ficado ni moral.
Pienso que hay una verdad más precisa y poderosa en los cuentos que
en la filosofía. En la narración verídica de algo que ha sucedido nuestra
96
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

mente descubre, casi sin pensarlo, una especie de conocimiento del mundo
que yace más profundamente y es menos susceptible a la perversión y al
cambio que todas las reglas inamovibles de la ética. La emoción de una his-
toria tiene un efecto más pacificador y fortificante en nuestro indómito co-
razón que cualquier sermón o enseñanza. Y a pesar de nuestra moderna
sofisticación, el orgullo de nuestra economía, política o ciencia, el desenfreno
de nuestro corazón es aún una de las cosas más importantes y problemáticas
del mundo. En ocasiones es nuestra recaída y a veces, si lo entendemos co-
rrectamente, nuestra salvación. Puede ser bueno o puede ser malo; puede
ser energía o sólo una fiebre pasajera.
Como he dicho, una buena parte de la ficción es un diagnóstico; y de
tanto en tanto, cuando alguna clase o profesión o familia humana ha estado
espiritualmente enferma, las novelas le han prescrito algo para curar o ali-
viar la enfermedad. En los grandes trabajos sanadores de este tipo puede no
haber mucha belleza, amabilidad o diversión como quisiéramos. El nove-
lista se sienta como Odiseo con su espada desenvainada y mantiene los sen-
timientos ordinarios de la humanidad un poco de lado; refrenando en su
propia persona, tanto como en su trabajo, una parte de lo que hace la vida
placentera e interesante.
Leer cuentos o novelas es un buen pasatiempo. Tal vez la mayoría de
las lecturas del público hoy no es más que eso. Personalmente, cuando quie-
ro recreación literaria, alivio de lo inmediato, liberación de la tensión, en-
sueño de segunda mano, prefiero mil veces Las mil y una noches o a Hans
Christian Andersen o Isak Dinesen, a cualquier clase de romance o fantasía
sobre la vida moderna. De las ordinarias, prevalentes, descuidadamente es-
critas prosaicas novelas uno necesita una nueva cada pocos días, como si fue-
ra un nuevo mazo de cartas sin marcas para jugar solitario. Naturalmente,
el orgulloso y muy trabajador escritor no quiere que con su obra se juegue
un rato, como un mazo de cartas, y luego se deseche. Pero eso pasa; los
pasatiempos pasan año tras año o mes tras mes. Incluso aquellas partes de
la Odisea destinadas a divertir los banquetes; esos catálogos de armamentos,
enumeración de príncipes y compendios de leyendas que eran un acertijo y
encanto para el público en general de los viejos tiempos, ahora suenan
97
GLENWAY WESCOTT

anticuados. Tenemos que consultar cosas en el Bulfinch o en el Lemprière,


mientras que las preguntas a Tiresias y el patético informe de la madre de
Odiseo significan más para nosotros conforme los siglos pasan.
Para durar, una novela tiene que ser funcional. Seguramente debe en-
tretener, debe convencer y emocionarnos de alguna manera; pero debe
también ayudar. Debe ser adaptable a, servir a las vidas de las personas
cuando ellas las viven día con día. Hablando por mí, una vez más, encuen-
tro el mundo actual tan fascinante, tan alarmante que difícilmente me pre-
ocupo por leer ficción a menos que me dé algún tema digno de pensar en
él después de la lectura; a menos que alivie y endulce la experiencia en la
que estoy involucrado; a menos que en mi trabajo y mi recreación pueda,
gracias a ella, sentir en mí algún incremento de la claridad. “El único fin de
la escritura es permitir a los lectores disfrutar mejor la vida, o soportarla
mejor”, como dijo el Dr. Johnson.
No es necesario que sea un tema noble. En mi opinión, una de las me-
jores obras de ficción jamás escrita, una de las que probablemente más per-
duren, es Adolphe, de Benjamin Constant, una dura, pequeña historia de
amor, un caso de adulterio y saciedad y vanidad. Pensad en cuándo fue es-
crita: Benjamin Constant la leía en voz alta a la reina de Holanda cuando
llegaron noticias de la batalla de Waterloo al palacio, lo que hizo interrum-
pir la lectura.
Pero independientemente de cualquier cosa que tengan en reserva para
nosotros los gobernantes y los jefes de Estado y ministros de Estado y los
secretarios de partido y los dictadores y los agitadores y los generales y al-
mirantes y los científicos, físicos e ingenieros electrónicos y bioquímicos y
genetistas y lavadores de cerebros, nosotros siempre tendremos, presumible-
mente, cierta vida privada, relaciones domésticas y sociales y una psicología
privada y solitaria que manejar. Si vos estáis sumamente afligido por vues-
tras penas, cualesquiera que éstas sean, y distraído por los accidentes de
vuestras experiencias previas, medio realizadas, malentendidas o semiolvi-
dadas; si vais por la vida poniendo mala cara, frustrado, escocido por la
ansiedad, perturbado por la conciencia, enamorándote y desenamorándote
incontrolablemente, por ejemplo —como podría ser, en el clima más malo
98
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

de este mundo, un tropezón, un resbalón en una acera fangosa a un canalón


del desagüe—, lo más probable es que metas la pata en cualquier cosa que
tengas que hacer.
Casi ciento cincuenta años han pasado desde que Benjamin Constant
escribió Adolphe. Es todavía importante, interesante e ilustrativa. Hasta este
día, un hombre sensato que conozco, amable y propenso a preocuparse,
cuando una relación amorosa empieza en el círculo de sus amigos, les obse-
quia a los amantes un ejemplar del libro, como podría uno suministrarle
quinina a alguien que parte hacia los trópicos. Ésta es la clase de cosas para
las que la ficción es buena.
El último libro leído por Maupassant antes de enloquecer, es decir,
cuando se estaba volviendo loco, fue La muerte de Ivan Illich de Tolstoi. (Al-
guien en París le informo de esto a Tatiana Tolstoi y ella lo registró en su
diario.) Éste es otro de los propósitos o funciones de la narrativa: ser una es-
pecie de extremaunción; de sedación espiritual, de cierta visión de una vida
potencialmente mejor.
Sus técnicas y sus diversos efectos hechizantes en la mente de los lec-
tores se remontan a los más remotos tiempos iletrados, antes de que el con-
cepto de amor romántico nos atrapara, anterior incluso a la aparición de la
idea de salud mental y salvación cristiana.
Hace muchos años visité Marrakech durante la primavera, la principal
ciudad del sur de Marruecos, y recuerdo a sus novelistas, si podemos lla-
marlos así: cuentacuentos sentados en el suelo, en el mercado, narrándoles
episodios seriales a su público, el cual en su mayor parte era incapaz de
leer, y tal vez siga sin ser capaz de hacerlo. Eran hechiceros y encantadores
de serpientes también, cuyo público desdeñosamente se detenía a su alrede-
dor o caminaba por ahí, viendo qué se hacía para ellos. En su mayor parte,
los amantes de historias se sentaban con las piernas cruzadas, como el na-
rrador hacía; con los demás que no habían hallado lugar presionaban al-
rededor, para no perderse nada: un círculo de hombres de diversos aspectos
y variada disposición, y respuestas diferentes a la historia contada; algunos
gruñendo o poniendo mala cara con el ceño fruncido, algunos sin aliento en
infantil suspenso. Iban y venían, de acuerdo con sus demás intereses y pre-
99
GLENWAY WESCOTT

siones del día, o de acuerdo con el interés intrínseco del asunto y el efecto
más o menos mágico del cuento en sus diferentes etapas; pero noté a tres o
cuatro que permanecían encantados por una hora o más de un tirón con-
forme la tarde avanzaba.
Había dos de esos narradores mientras estuve ahí. El que me gustaba
más hablaba muy alto y nunca reía de sus propios chistes o se daba aires
de virtud o vanidad, pero amenazaba mucho, haciendo brillar sus ojos y lue-
go cerrándolos apretadamente, permaneciendo sentado en silencio durante
un rato para considerar el paso siguiente de la trama. Me hizo pensar en un
Homero ciego y me recordó el hecho de que, para un narrador, una espe-
cie de ceguera para todo, excepto para su historia es algo bueno.
No obstante la sobriedad del cuentacuentos marroquí, parte de lo que
contaba era evidentemente divertido. El círculo de hombros se sacudía con
la risa, y uno que otro de los oyentes de piel oscura hacían el gesto típica-
mente africano de abrazarse a sí mismos; pero sin un sonido, para no per-
derse ni una frase. Sus rostros, divertidos, pronto se calmaban y fijaban sus
ojos en el narrador para ayudar a sus oídos. Cuando sus expresiones se in-
tensificaban y endurecían, reflejaban, creo, algo patético o algo sensual en la
trama. Nunca se miraban unos a otros. Tal vez, de momento a momento,
eran totalmente inconscientes de la colectividad a su alrededor; cada uno
de ellos absorto por el arte de contar una historia, o entre ellos y el hilador
de historias, como si el placer de escuchar fuera una especie de amor.
¡Cómo hubiera querido saber de qué trataba la historia! El rostro esfor-
zado, exaltado, del narrador, y el círculo de los otros rostros, crédulos e in-
quietos pero complacidos, picaban y confundían mi imaginación. Cuando
era niño en Wisconsin, mi tío y tía de Chicago me dieron un libro de cuen-
tos de Las mil y una noches, ilustrado a color. Tal vez el tema de esas tardes
en Marrakech provenga en cierta medida de esa obra maestra del Cercano
Oriente, como fue heredada y alterada por sucesivos narradores y gradual-
mente exportados a Occidente cuando pasaron los siglos. Pero la inspira-
ción y las técnicas de los dos moros o bereberes con las piernas cruzadas
en el mercado contando y recontando las historias, con improvisaciones y
cambios y reinterpretaciones para adecuarse a cada sucesiva ocasión y lugar
100
LA FICCIÓN EN UNA ÉPOCA DE CALAMIDADES

lejano, datan de un tiempo mucho más atrás de Scherezada y su señor, de


la Antigüedad clásica y en realidad de la prehistoria.
Casi todo mundo sobre la tierra debe tener en mente, aunque sea con
vaguedad, los cuentos de ese amado libro; pero yo recuerdo las ilustracio-
nes mejor que el texto: inmensas escenas de piedra ardiente con cavernas
en ellas, extraños jardines y ciudades amuralladas como prisiones coronan-
do el horizonte a lo lejos, y Aladino, y Simbad, y uno de los genios de ojos
brillantes, requemado, y desnudo excepto por un taparrabos blanco que el
viento hacía ondear como plumas de la cola de un pájaro vasto y libre. Creo
que debió ser la primera representación del cuerpo humano sin ropas (casi
sin ropas) que vi. Ciertamente fue el primer arte pictórico que excitó mi pue-
ril imaginación; el trabajo de Maxwell Parrish, un pintor famoso por aquellos
días, que pintaba un poco al estilo de Salvador Dalí.
Me pregunto si alguien que supiera árabe —¿o bereber?— se sentó
alguna vez aquí en el mercado de Marrakech y apuntó los cuentos. Nuestra
enérgica pero culturalmente algo perezosa, irresponsable civilización, des-
deña cosas de mayor importancia que ésta: grandes oportunidades perdi-
das, buenos trabajos puestos a un lado, buenas historias no contadas o con-
tadas tal vez pero no escritas, en un oído y salidas por el otro. La feliz pro-
lijidad a los pies de la torre del campanario, de nombre Koutubia, me dejó
levemente descorazonado, reflexionando que la mitad de la vida de uno se
gasta en uno, la mitad del mundo se desperdicia. Una parte de mi indulgen-
cia por estas características, repetitivas, melancólicas naciones se debe a mi
falta de comprensión de lo que las voces del mercado de Marrakech contaron.
A menudo pienso que si no hubiera sido mordido por la ambición de
producir cuentos y novelas y otros trabajos de lo que es llamado literatura
“original” —si no hubiera hecho solemnes promesas a tres o cuatro hom-
bres y mujeres a quienes amaba y con quienes estoy en deuda— hubiera
pasado mi vida traduciendo y traduciendo. Una vida dichosa.
Las voces del mercado de Marrakech siguieron y siguieron hasta que
el paisaje de las colinas del Atlas fue bañado con el volátil color del ocaso
en la lejanía, luego borrado por el anochecer, y el señor de la oración lla-
mado por la torre del campanario.
101
Apariciones

A BRAHAM N AHÓN

para Alejandro Santiago (1964-2013),


in memoriam

En sus esculturas
las sombras se vuelven signos
o luz sedimentada,
terrosas imágenes que palpitan
hermanadas a sus innumerables
ausencias.

2501 siluetas brotan de la oscuridad.


Emigran de las formas petrificadas
y de la coagulación de los deseos.
Sus pasos resuenan en nuestra conciencia.
No tienen huesos:
tienen alba.

102
b

Portan algo de luna y noche,


de lluvia y fuego.
Sus atlantes son como gigantes
árboles detenidos
donde descansa la soberbia,
el pájaro y el viento.

Cultiva el placer de jugar


con la arquitectura que enfrenta
lo corrosivo del vacío.
Hay apariciones
que avivan la emoción de su infancia
bajo un golpe de suerte: ¿piedra, papel o carrizo?

Acompañado de sus personajes


aparece intermitentemente
en los confines del sueño.
Cada que se aleja
deja pintarrajeado un rincón
de nuestra soledad.

103
Evo Morales

R ICARDO L ISIAS
Traducción de Blanca Luz Pulido

1. La primera vez que tomé un café con Evo Morales, él todavía no era pre-
sidente de Bolivia y yo estaba muy lejos de conquistar el título de campeón
mundial de ajedrez. Me acuerdo perfectamente del momento en que suce-
dió: mi mamá había regresado de Australia, adonde había ido a visitar a mi
hermano. Su vuelo llegaría a Brasil después de hacer una conexión en Bue-
nos Aires. Me di cuenta, poco antes de la hora en que estaba anunciado el
aterrizaje, de que el vuelo venía retrasado casi dos horas. Decidí tomar un
café para pasar el tiempo. En la barra, cuando estaba a punto de pedir una
segunda taza, observé a un tipo curioso que estaba junto a mí.
Era un gordito muy simpático, vestido con un poncho, que estaba ha-
ciendo bromas a la mesera. Incómoda, la chica se le escapó en cuanto pudo.
La única alternativa del platicador fue entonces volverse hacia mí y pregun-
tarme hacia dónde me dirigía. Le expliqué que estaba esperando a mi mamá
y de inmediato le regresé la pregunta: ¿y usted, es de Perú?
Me di cuenta de que él entendía portugués bien. No, me respondió, soy
boliviano. Como si se diera cuenta de mi curiosidad (recuerdo muy bien eso,
incluso hoy), me dijo que tenía la intención de competir por la presidencia de
su país y que había ido a Brasil a reunirse con los líderes de algunos movi-
mientos sociales. Evo parecía especialmente impresionado con los trabaja-
dores sin tierra.* Me acuerdo de cómo sonrió al recordar el asentamiento
que había visitado.
* El autor se refiere a un movimiento popular brasileño, MST, Movimiento de los Tra-
bajadores sin Tierra. (N. de la T.)
104
EVO MORALES

Le pregunté otras dos o tres cosas más y lue-


go nos despedimos. Evo ya tenía que abordar su
avión. Le conté a mi mamá lo que había pasado
y me aseguró que a ella también le había tocado
conocer a varios locos cuando viajaba en avión.
La gente se confunde mucho en los aeropuertos.
Dos años después, lo recuerdo bien, me sor-
prendí al ver la imagen de Evo Morales en la tele-
visión. Mi amigo se había convertido en el primer
presidente indígena en la historia de Bolivia.

2. Me crucé con Evo Morales por segunda vez en


la sala de tránsito del aeropuerto Charles de Gaulle,
en París. Yo iba a Moscú, donde tomaría un vue-
lo nacional con destino a la pequeña ciudad de
Khanty-Mansiyski, para competir por la Copa Mun-
dial de Ajedrez. Mi ilustre amigo regresaba de una
reunión que había tenido también en Francia.
Evo me reconoció. Desde adentro de la cafe-
tería me saludó, lo recuerdo bien. Cuando entré,
después de felicitarlo por haber ganado la elec-
ción, le dije en broma que él poseía uno de los
requisitos fundamentales para ser un buen juga-
dor de ajedrez: buena memoria. Evo, riendo, res-
pondió que ni siquiera sabía cómo mover las piezas.
Yo prometí enseñarle la próxima vez que nos en-
contráramos. Mi amigo se entusiasmó y dijo que,
desde que había tomado posesión, quería apoyar
el deporte en Bolivia.
De repente noté lo contento que estaba yo
en su compañía y me sentí un poco triste. Cuando
sea usted presidente de Bolivia, nada más viajará en su avión privado. Evo
se rió y me dijo que Bolivia no puede darse esos lujos. Esos privilegios son
sólo para países como Brasil, añadió.
105
RICARDO LISIAS

Luego quiso saber más sobre mi profesión. Le conté que, desde muy
niño, empecé a jugar ajedrez porque, según una psicóloga, un deporte me
ayudaría a resolver mi problema de timidez. Yo era muy solitario, no logra-
ba hacer amistades en la escuela y prefería pasar el tiempo jugando, ence-
rrado en mi recámara. Si saliera, me vería obligado a hacer contacto con
otras personas.
Al principio mis papás, lo recuerdo bien, intentaron el futbol y después
el basquetbol, por mi estatura. Pero fue mi abuelo, un inmigrante libanés
que se hizo rico vendiendo telas y abriendo varios talleres de textiles, quien
me enseñó a mover las piezas y muy pronto se dio cuenta de mi enorme ta-
lento. Después empecé a tomar clases de ajedrez y a los nueve años parti-
cipé en mi primera competencia.
Evo mostró un gran interés en cuanto le contaba y, cuando nos despe-
dimos, me deseó buena suerte y me dijo que en la siguiente ocasión en que
nos viéramos le gustaría aprender a jugar ajedrez. Creo que hablaba en
serio.

3. El vuelo a Moscú fue tranquilo. Consulté en la computadora algunas es-


trategias de apertura que pensaba usar en el juego contra mi primer adver-
sario, un joven rumano que llamaba la atención y era una gran promesa,
pero que todos sabían que, en ese momento, tendría dificultades para ven-
cerme. A mí me caía muy bien, quizá porque me recordaba mis primeros
tiempos como Maestro Internacional.
Después dormí el resto del viaje. Desperté con la capital rusa a mi
izquierda. El desembarque fue rápido y, me acuerdo, encontré pronto en la
sala de espera al entrenador Mark Dvoretsky, con quien me quedaría los
tres días que faltaban para tomar el avión a Khanty-Mansiyski.
Aun sabiendo que no lo encontraría, cada cinco metros volteaba a ver
a un lado y a otro por si andaba por ahí Evo Morales. Dos veces creí recono-
cerlo, pero inmediatamente después me daba cuenta de que me había equi-
vocado. Los latinoamericanos andan por todas partes, ya lo había visto en
dos ocasiones, hasta en el helado estacionamiento del aeropuerto Domode-
dovo de Moscú.
Dvoretsky notó que yo no tenía ganas de platicar y, en su torpe inglés,
106
EVO MORALES

que lo hace aún más chistoso, sólo preguntó si había yo engordado. Su pre-
gunta me sorprendió, y se disculpó diciendo que le parecía que mis cache-
tes estaban más grandes.
Estando ya en su departamento, antes de acostarme, noté que en ver-
dad mis cachetes habían crecido un poco. Sin embargo, no le di mucha im-
portancia al asunto. Al día siguiente, Dvoretsky me dijo que su hinchazón
debía de ser la causa de mi notable progreso en el ajedrez desde nuestra
última sesión de entrenamiento. Según él, mi capacidad de análisis había
aumentado todavía más. No me sería difícil conquistar la Copa Mundial.
Cuando anocheció, a pesar del frío, insistí en que saliéramos a tomar un
café a alguna parte.

4. Evo Morales no estaba en el café al que Dvoretsky me llevó. Abatido, me


decidí a canalizar toda mi energía en la Copa Mundial. Eran siete vueltas,
con dos partidos cada una.
Yo era, de hecho, uno de los favoritos. Tuve la certeza de que ganaría
cuando quedé dos a cero con el simpatiquísimo Vassily Ivanchuck, la leyen-
da ucraniana del ajedrez. Los que entienden de deportes, saben que la con-
fianza es fundamental. Los ganadores, además, están muy familiarizados
con una sensación especial: en algún momento de la competencia, uno sabe
que va a ganar. En cambio, con la derrota, sucede algo muy distinto. Todas las
veces en que perdí, me di cuenta de ello sólo en el momento de la derrota.
Después de Ivanchuck, dejé atrás sin muchos problemas a un Topalov
fuera de forma, y en la final me enfrenté al armenio Levon Aronian. La prime-
ra partida estuvo muy tensa. Logré esquivar un final prematuro y empatamos.
En la segunda, jugando con las blancas, no tuve problemas para afianzar mi
posición y, lentamente, vencí.
Por la noche, en el hotel, pude confirmar de nuevo que, si bien el aje-
drez mejoró mi problema de sociabilidad, la soledad no me abandonó. Te-
lefoneé a mi familia, que me felicitó sinceramente. Mi hermana había visto
el resultado en internet y mi mamá, que siempre se esfuerza en ayudarme,
volvió a llorar. Después mandé tres o cuatro emails para los amigos de Bra-
sil, que me apoyan siempre, me comuniqué con Dvoretsky y, finalmente,
me quedé solo.
107
RICARDO LISIAS

Cuando uno se acostumbra, la soledad deja


de ser triste. Es algo parecido a sentir frío: sólo
es necesario controlar la situación. Los que tie-
nen experiencia saben que lo ideal —tanto en el
caso del frío como en el de la soledad— es me-
terse debajo de las cobijas hasta dormirse o, por
el contrario, levantarse y moverse. Quien tenga ten-
dencia a la depresión, sin embargo, nunca debe
usar el primer recurso. Ése no es mi caso. Yo pue-
do simplemente coger un libro, acostarme y, al
poco rato, caer dormido. Pero decidí aventurar-
me en el frío de Khanti-Mansiyski para buscar una
cafetería.

5. Khanti-Mansiyski parece una de esas ciudades


como de casitas de muñecas. Todo es muy deli-
cado, bien arreglado y cuidado. Se nota que la
población se enorgullece de sus calles y se esfuer-
za por conservarlas. Hasta ahora, la ciudad no ha
padecido la decadencia que cayó sobre una gran
parte del territorio ruso con el término de la Unión
Soviética. Como no tiene ninguna atracción impor-
tante, ni puertos ni reservas minerales importantes,
ni mucho menos una localización geográfica estra-
tégica, lo más probable es que Khanti-Mansiyski
se mantenga así por mucho tiempo.
El encargado del hotel se sorprendió cuan-
do le dije que quería salir: hace un frío terrible
afuera, y lo podemos atender aquí mismo, ya sea
en el restaurante o en su habitación. Insistí y me
explicó cómo llegar al único café de la ciudad.
No estaba muy lejos pero, de hecho, no era como para disfrutar el
camino. En el invierno ruso, además de las temperaturas glaciales, hay un
ruido extraño por las noches. Llegué al café casi corriendo.
108
EVO MORALES

El café no estaba precisamente vacío, pero no puedo decir que había


muchas personas ahí. En un rincón, dos viejos jugaban ajedrez; tres hom-
bres debían de estar tramando alguna fechoría (hay varios traficantes de armas
en Siberia) y una improbable pareja de jóvenes se besaba en la barra. Evo
Morales no estaba ahí.
Pedí una sopa, que me sirvieron con una cantidad enorme de pan.
Cuando iba a la mitad, vi que la televisión anunciaba mi victoria en la Copa
Mundial. Sé un poco de ruso y me alegré cuando el locutor elogió la pa-
ciencia con que gané la última partida contra Aronian. Pero nadie en el café
se dio cuenta de que yo era el campeón. Sólo el hombre que atendía detrás
de la barra estaba viendo la televisión. Después, el rostro de Vladimir Putin
sustituyó al mío en la pantalla. La soledad también hace que nuestras vic-
torias sean melancólicas. A veces, ni siquiera parece que yo sea el mejor ju-
gador de ajedrez del mundo.

6. Entre la Copa Mundial y el Torneo de Candidatos tenía casi tres meses


para prepararme. Dvoretsky me invitó a quedarme en Moscú. Es el mejor
entrenador del mundo (todos lo saben), pero decidí regresar a Brasil. En el
aeropuerto de París, lo recuerdo bien, tomé varias tazas de café en todos
los lugares donde era posible hacerlo, pero no me crucé con Evo Morales.
En el vuelo a Brasil, me topé con una muchacha que me persigue des-
de la época de mis torneos estudiantiles. Ella, por supuesto, me saludó emo-
cionada por mi triunfo en la Copa Mundial. Cuando llegamos al aeropuerto,
sugerí que compartiéramos un taxi. Incluso llegué a considerar la posibili-
dad de pedirle que pasáramos la noche juntos. Pero cambié de opinión.
Me quedé dos semanas en São Paulo y, un poco abruptamente, decidí
terminar mi preparación en Buenos Aires. Tres días después, lo recuerdo
bien, atravesé dos veces todo el aeropuerto de Ezeiza. No encontré a Evo
Morales. Llegué a pensar que estaba yo en lo cierto respecto a lo del avión
presidencial. De seguro que él ya no circularía por el área de los pasajeros
ordinarios.
Decepcionado, regresé a Brasil algunos días después. Me di cuenta de
que había perdido casi un mes yendo de aquí para allá. Era el favorito en
el Torneo de Candidatos; pero aun así, vencer no era sencillo: mis adver-
109
RICARDO LISIAS

sarios, algunos de los jugadores más poderosos del mundo, suelen tener un
desempeño mucho mayor cuando lo que está en juego es el derecho a desa-
fiar al campeón mundial. Aunque yo era el número uno del ranking, me fal-
taba obtener el título principal. Vladimir Kramnik seguía siendo el rey.
Pasé los dos meses siguientes sin salir de Brasil. Y después, de nuevo,
decidí no llevar a ningún asistente. Me dirigí muy confiado a México, donde
sería la sede del torneo, y mi seguridad de obtener el triunfo aumentó cuan-
do vi a Evo Morales saludándome en la sala de espera del aeropuerto, des-
pués de mi desembarque.

7. Mi gran amigo Evo Morales y yo conversamos casi dos horas. Después de


saludarme, de muy buen humor, me dijo que mis cachetes habían crecido.
Me eché a reír. Para no contrariarlo, mejor no le respondí, porque Evo es
el tipo más cachetón que hay en el mundo.
Hablamos un poco sobre mi victoria en la Copa Mundial. Me encantó
cuando me dijo que ya sabía la noticia. Me di cuenta de que uno de sus
asesores también parecía muy interesado en nuestra plática. Es que él sabe
jugar, me explicó Evo. Le conté cómo se desarrollaron los encuentros, le re-
velé mi estrategia y mi gran confianza en conseguir la victoria en el siguiente
Torneo de Candidatos.
Evo asintió con la cabeza. ¡Tengo un amigo que va a ser campeón
mundial! Me di cuenta de lo bien que me sentía estando con él. Si yo lograra
en realidad competir por el título mundial, me encantaría que usted pudiera
asistir por lo menos a alguna de las partidas del torneo por la corona. Está
bien, pero ¿no se pondrá celoso Lula?
Le respondí sin amargura que Brasil nunca había apoyado el ajedrez.
Con excepción del futbol, nunca se desarrollaron las condiciones para prac-
ticar ningún deporte. Evo dejó de sonreír y me preguntó cómo era posible,
entonces, que yo me hubiera convertido en uno de los mejores jugadores
del mundo.
Le expliqué que, a partir de cierto nivel, el talento individual es lo que
cuenta en el ajedrez. ¿Pero, cómo se llega a ese nivel? Sin avergonzarme,
lo recuerdo bien, le respondí que mi familia es rica. Mi abuelo ganó mucho
dinero con varios talleres de textiles. En São Paulo hay muchos bolivianos
110
EVO MORALES

que trabajan como esclavos en ese tipo de esta-


blecimientos. Entonces Evo miró con dureza a su
asesor. Sus cachetes se pusieron muy rojos. Pero
mi familia ya no posee ese tipo de negocios. Ac-
tualmente vivimos de inversiones y de la compra-
venta de inmuebles. Al despedirse, Evo me volvió
a desear mucha suerte y dijo que le encantaría
que yo pudiera algún día ayudar a crear una pla-
taforma para el desarrollo del ajedrez en Bolivia.

8. Resulté ganador en el Torneo de Candidatos


sin grandes dificultades. Contra lo que esperaba,
Alexei Shirov fue el rival más complicado. En un
momento del partido, sentí incluso que iba a per-
der. No lo he analizado con cuidado (y ni siquie-
ra he visto en la computadora, hasta hoy, el juego),
pero creo que cuando entramos en la recta final
él tenía la partida ganada. Después, con unos cin-
co segundos para hacer tres jugadas, Shirov co-
metió un error y perdió dos peones de golpe.
Me di cuenta de que, después del torneo, mis
cachetes habían crecido un poco. Ha de ser in-
fluencia del buen Evo.
Cuando regresé a Brasil, me dieron la noti-
cia de que una gran empresa europea de teleco-
municaciones estaba interesada en patrocinar mi
entrenamiento para la pelea por el mundial. Mi
única obligación sería pasar el último mes de en-
trenamiento en España. Acepté de inmediato y arre-
glé que Dvoretsky estuviera conmigo tanto en la preparación como durante
el torneo. Él aceptó, feliz, la invitación.
En Brasil, di dos o tres entrevistas y después me concentré en mi pre-
paración. Kramnik nunca fue un adversario fácil para mí. Como él tenía la
ventaja del empate, el entrenamiento tendría que ser aún más intenso. Pero
111
RICARDO LISIAS

yo no quería hacer a un lado mi compromiso con Bolivia. Por eso mandé


un email a la dirección que encontré en el sitio web oficial de la presiden-
cia. Como no recibí respuesta, decidí enviar un telegrama a Evo al palacio
de gobierno en La Paz. Pasaron dos meses y no recibí respuesta. Entonces
decidí hacer un viaje de una semana a Europa, para descansar.
Amigo Evo gané torneo candidatos estaré en la final cachetes siguen
creciendo no tengo tiempo pero me interesa montar estructura ajedrez Bo-
livia juntos descubriremos campeones venga amigo a ver disputa título Ale-
mania julio tomaremos café mi amigo

9. Dvoretsky aprobó mi viaje. Una semana de descanso, paseando primero


por Madrid y, después, por París. Insistí en que interrumpiéramos el entre-
namiento por diez días, y no solamente siete y, aunque no muy de acuerdo,
aceptó. Llegué al aeropuerto de Barajas, en Madrid, a las ocho de la maña-
na. Todos los cafés estaban llenísimos. De todas maneras, busqué a Evo
Morales en cada uno de ellos. Al mediodía decidí comer algo y darle un
tiempo a mi amigo para que su vuelo llegara. Mientras él bajaba del avión,
revisé mis emails. A las dos de la tarde volví a buscarlo, pero no estaba en
ninguno de los cafés del aeropuerto. Recorrí los restaurantes, todas las tien-
das y hasta los baños. Lo peor es el peso que se empieza a sentir en el
pecho. Después conseguí un vuelo a las siete a Barcelona, pues oí decir que
Evo se había ido para allá. A las once de la noche, sin embargo, y miren
que tengo una memoria excelente, empecé a pensar que tal vez nos había-
mos desencontrado. Evo Morales es mi amigo, le expliqué al muchacho que
estaba en la puerta de abordaje, pero él me dijo que sólo podría entrar con
el boleto en la mano. Y en el horario preciso. Me acuerdo de eso también.
Volví a las ventanillas, pero Evo no apareció. Eso significaba que yo vería
precisamente a mi mejor amigo sólo en París. Pero mi boleto a París era vía
Madrid. Y yo, lo recuerdo bien, había ido a Barcelona a tomar un café con
el Evo. Pero él tuvo un contratiempo y quedó de verme en París. Y lo
recuerdo muy bien: hay muchos vuelos entre Barcelona y París. Durante
esa noche, me acuerdo, descubrí varios. Conseguí un boleto para las cua-
tro de la mañana, lo que me dejó un poco ansioso. Pero Evo es un amigo
de verdad: yo estaba seguro de que me esperaría en París. Por si las dudas,
112
EVO MORALES

lo seguí buscando un rato más en el mismo aeropuerto de Barcelona. En la


lista de despegues, vi que, antes de mi vuelo, salía otro para Londres. Y,
después del mío, vi que el siguiente partiría a Roma. Pero ni en Londres ni
en Roma, lo recuerdo bien: ¡voy a ver a mi mejor amigo en París!

10. Evo, tal vez no recibiste el telegrama que mandé la semana pasada, si
mal no recuerdo. Le di a mi mamá instrucciones muy precisas. Pero ella
debe de haberse equivocado. Estoy casi seguro. Ahora voy a escribir una
carta más larga. Mi mamá prometió mandarla por DHL. Así llegará más
rápido. Además, es más seguro. Creo que nos desencontramos en París.
Amigo mío, tienes que comprenderme. Tuve un problema en Barcelona y
todos insistieron en mandarme a Roma. No acepté, creo recordar, pero por
toda esa confusión se atrasó mi abordaje. Tal vez, amigo mío, te preocupas-
te. Traté de avisarte, pero en el aeropuerto de Barcelona el servicio de infor-
maciones no es de los mejores. Sabes, amigo mío, cómo disfruto de nuestros
cafés. Tiene que suceder algo muy grave para que yo deje pasar la oportu-
nidad de platicar contigo. Como deportista, siempre participé en concursos,
asistí a eventos y conocí a muchas personas. No puedo decir que he estado
solo. Pero los verdaderos amigos, tú lo sabes, no se encuentran en cualquier
lugar. No he olvidado mi compromiso con el ajedrez boliviano. Pronto deja-
ré este lugar y entonces volveremos a vernos. Te vas a alegrar de volver a
ver mis cachetes en su sitio. Habían crecido mucho. Mi mamá me internó
para que me operaran. No es nada grave, no te preocupes. No tienes que
venir a verme, a menos que lo consideres verdaderamente necesario. Por
supuesto, no me opondría a ello. Pero muy pronto me darán de alta, si mal
no recuerdo, poco después de la operación. Entones, Evo, podremos tomar
un café juntos y ver lo del ajedrez en Bolivia. No me he olvidado de eso. Si
tuvieras mucha prisa en ese asunto, tal vez una visita sería útil. Antes de mi
operación, podemos empezar a pensar en eso. Pero no hay prisa. No quiero
causarte molestias. Y además, hay otra cosa. Sé bien que puedo ser direc-
to contigo: el café aquí es horrible. No es como en el aeropuerto, como te
puedes imaginar. Pero la sola plática contigo, amigo mío, sería algo increí-
ble, si mal no recuerdo.

113
RICARDO LISIAS

11. Mi querido Evo, sé que hace poco le


escribí, y me imagino también que no
debes de tener mucho tiempo para res-
ponder cartas. Es lo normal, siendo el
presidente de una república. Decidí man-
darte otra carta para que no te quedaras
preocupado, porque creo que no fui muy
claro en la primera. No quise decir que
me incomodaría recibir visitas. Todo lo
contrario. Lo que quería decir, amigo mío,
era que no debes preocuparte si llegas a
algún aeropuerto y no me encuentras.
Me quedaré aquí hasta que operen mis
cachetes. Se hincharon demasiado y mi
familia decidió intervenir. Si por mí fue-
ra, no haría nada. Aquí entre nos, creo
que están exagerando. Pero después de
nuestro desencuentro en Moscú, no qui-
se contrariarlos. Además, estoy muy des-
cansado aquí. A decir verdad, es un
lugar muy tranquilo, a pesar de que otros
pacientes, que también están esperando
ser operados, se ponen algo desagrada-
bles a veces, si mal no recuerdo. Pero
no es nada: amigo mío, no te preocupes.
Si quisieras venir, sería magnífico. Re-
cuerdo muy bien la primera vez que pla-
ticamos. No sé si te quedó claro lo mucho
que me gustó La Paz. Lo que pasa es que me quedé impresionado por tu
sencillez. ¡Un presidente de la república viajando en un vuelo turístico!
Nunca olvidaré cuando dijiste: usted va a tener que regresar. El centro his-
tórico de Potosí es inolvidable. Estábamos casi llegando a São Paulo. Pro-
metí que sí, y dije que, en cuanto pudiese, regresaría a Bolivia a visitar
todos los sitios que me acababa de describir. Por favor, discúlpame. No he
114
EVO MORALES

podido hacerlo hasta ahora. Tengo la intención de cumplir mi promesa ape-


nas pueda salir de aquí. Mi mamá, incluso, me trajo hoy un saco muy pare-
cido a los que usas. Voy a guardarlo para cuando regrese a La Paz. Extraño
mucho nuestras pláticas y también nuestros cafés. Aquí entre nos (te lo digo
en confianza) el café que hacen acá es pésimo.

12. Amigo Evo, todo sigue igual. Mi operación todavía no tiene fecha, y ayer
mi mamá me dijo que tal vez sea necesario esperar un poco más. Está bien.
Aunque no me gusta mucho este lugar. En realidad, estoy un poco aburri-
do. Tengo una habitación para mí solo y puedo andar por donde se me anto-
je. Hasta en el jardín. Pero no me dejan salir a la calle. No tengo ganas de
platicar con los otros pacientes. Siempre que digo que tengo problemas con
los cachetes, inmediatamente me miran a la cara y aseguran que sí, que
crecieron demasiado. Como si no lo supiera. Hay algunos que no pueden
hablar. Tal vez estén esperando para ser operados de la garganta o de la
lengua. Estoy seguro de que dos o tres pacientes están aquí por razones
psiquiátricas. Me da un poco de tristeza. Pero no es eso lo que me hace sen-
tir como un peso dentro del pecho. Hay veces en que no tengo ganas de
pararme de la cama por culpa de eso, me parece recordar. El otro día, por
primera vez, sentí como que me faltaba el aire. Tal vez sea el aislamiento.
Como sabes, nunca he sido un solitario. Toda la vida estuve en torneos, en
competencias de diversos tipos, viajando de aquí para allá. Tengo tanta fa-
cilidad para convivir con las personas que, a veces, llego a hacer amistades
en los aeropuertos. Aquí, mi mamá y mis hermanos me vienen a visitar con
frecuencia. Pero no se quedan mucho tiempo. Y la mayor parte de las ve-
ces me miran de un modo raro. Mi hermano me sigue diciendo maestro.
¿Cómo va todo, maestro? Pero siento que ha cambiado conmigo. Bueno, pe-
ro no quiero preocuparte, amigo mío. Aunque tardará un poco, no pueden
dejarme aquí para siempre. Apenas me operen los cachetes, me iré directo
a La Paz. Enviaré un email con el horario de mi llegada y el número de
vuelo.

13.Mi querido Evo, me siento un poco más animado hoy. Decidí levantarme
de la cama. Mi mamá me dijo que ya pronto debo ver al médico. Tal vez lo
115
RICARDO LISIAS

haga el fin de semana. O la próxima, creo recordar. Ya no he paseado tanto


afuera. En invierno el jardín no está tan bonito. Y no nos dejan salir a la
calle. Debe de ser por ellos, los que están aquí por motivos psiquiátricos.
Yo vine a que me operaran los cachetes. Nunca imaginé que una sencilla
operación de cirugía plástica requiriera tanto descanso. He estado en cama
todo el tiempo. Es lo que más hago. Ya no se trata nada más de un asunto
de relajación. A veces despierto sintiendo un peso muy grande en el pecho.
Eso me pasaba al principio. Ahora, cuando se vuelve muy intenso, me cues-
ta trabajo respirar. Por eso prefiero quedarme acostado. Si lleno poco a
poco los pulmones, lentamente logro mantener un ritmo razonable en mi
respiración. Sólo consigo hacerlo si me concentro bastante. Pero eso nunca
fue un problema para mí. No me molesta en absoluto quedarme acostado
todo el día, porque no nos dejan salir a la calle y el jardín, ahora que es
invierno, no está tan bonito. Pero me di cuenta de que esto ha entristecido
mucho a mi mamá. Hablando de ella, quiero dejar bien claro que entiendo
perfectamente que no hayas podido contestarme. No estoy resentido. Plati-
car en un aeropuerto, si no mal recuerdo, es mucho mejor, pero aquí no
nos dejan salir a la calle, mientras espero que me hagan la cirugía plástica
para arreglarme los cachetes y que recuperen su tamaño normal. No estoy
resentido. Es más, amigo mío, tú que tienes los cachetes más grandes del
mundo, escúchame: si alguien dijera que necesita internarse para reducir-
los un poco, bueno, aquí el café es muy malo, pero en cambio, podríamos
platicar mucho.

São Paulo, 4 de diciembre de 2009


Querido Evo Morales:
¿Te enojaste porque te llamé cachetón? Te pido disculpas. Siempre
creí que entre amigos como nosotros debe haber sinceridad. Por eso, Evo,
si te ofendiste, discúlpame. Nunca negué que Dios me dio también dos ca-
chetes bastante notables. Pero tú, Evo, eres el tipo más cachetudo de todo
el mundo. Si quieres operarte, amigo mío, escucha: aquí, en invierno, no
nos dejan salir a la calle, y ahora estamos en invierno, y el jardín se parece
a la calle, mi Evo. ¿Te ofendes porque te llamo así? Así: Evo, el cachetón.
Evo Morales, los cachetes más grandes del mundo. Evo Morales. Evo Mo-
116
EVO MORALES

rales. Evo Morales. Cachetón. Cachetón. Cachetón. Así es, Evo, y si vienes,
opératelos. Pero no le deseo esto ni siquiera a mi peor enemigo, mucho
menos a ti, como bien lo sabes, amigo mío. Pero no estará nada mal, Evo,
si decides operarte un día. Mi mamá me dijo que puede apartar la fecha
pronto. Y como te estaba diciendo, cachetón, aquí vas a tener mucha com-
pañía. Solo, solito, no te vas a sentir. Claro, sé que hay muchos cachetones
en el mundo. Yo mismo soy uno de ellos. ¿Acaso lo he negado alguna vez?
Pero no como tú, Evo. Un cachetón nunca se queda solo, eso lo aprendí
aquí. Lo que es solo, solito, de soledad, nadie se queja de eso aquí. Yo
nunca estuve muy solo, lo sabes, si no mal recuerdo, mi Evo. Evo, nunca
fui muy solitario, pero aquí, aquí, estoy seguro, ningún cachetón se queda
solo nunca. Y mucho menos tú, el rey del cachete, el cachetudo, cacheta-
zo, el tipo más cachetón que nunca pisó un aeropuerto, y tomó ahí café, el
Evo. Solo, solito, aquí nadie se siente, te lo garantizo, Evo, te lo aseguro,
eso sí que te lo garantizo, y mucho menos con esos cachetes que tienes, si
puedo hablarte así, Evo, y decirte que eres el tipo más cachetón del mundo.

117
Tres poemas

L UIS V ICENTE DE A GUINAGA

TOP SECRET

Quién eres tú. Cuál cantas. Qué te sirvo.


Dónde andas, desde cuándo y en qué lengua.
Si la muerte va o viene, si el futuro
es todo menos esto y la memoria
es cadáver o polvo, sombra o nada,
es top secret aún, conocimiento
reservado. No esperes que lo sepa.
No esperes. No sepas. La realidad
es todo el mundo hablando al mismo tiempo.

THE LAST WALTZ

Pelear por todo y contra todo.


Por el amanecer y en contra suya.
Por el agua y los números.
Contra los números y el agua.
118
Contra el dos imposible
que se acumula en unos y más unos.
Contra el punto y la i.
Contra el tronco y las ramas.
Contra las ramas y el follaje.
Contra el follaje y las raíces.
Pelear, principalmente, sin motivos,
a favor con un pie
y en contra con el otro,
como se baila un vals de despedida.

COSA DE NADA

De qué. De nada estamos hechos.


De trapos. De materias corroídas.
De colores inciertos,
de sílabas aisladas
y olores no identificables.
De zapatos gastados y uñas rotas.
Todos. Por tierra o cielo. Del nombre al apellido.
Pulgares. Intestinos. Billeteras.
De cuáles. De porqués. De quiénes.
De café sin azúcar. De migajas.
De puertas que se abren y migajas.
De puertas que se cierran y migajas.

119
La poética de shock

J OSÉ M ANUEL V ELÁZQUEZ H URTADO

Ni la sátira ni la parodia como géneros literarios; ni la ironía o la referen-


cialidad (en cualquiera de sus modalidades) son recursos inventados por las
estéticas posmodernas. Estos recursos forman parte de una techné creada y
consolidada en las poéticas del pasado a las que acuden artistas y críticos
contemporáneos para la formación de sus propias poéticas. Es más bien esta
vuelta hacia el pasado una actitud característica de lo que se ha dado en lla-
mar posmodernismo como estilo de una época que descree de los paradig-
mas de la modernidad. No resultaría difícil pensar que este criterio operara
como posibilidad interpretativa en la poética de Francisco Cervantes. Una
revisión de los poemas de Francisco Cervantes, del uso contemporáneo de
viejas estrategias de connotación que dotan a su lenguaje poético de muy
distintas intenciones a las que se pretendía en su empleo tradicional, revela
su cercanía con las poéticas posmodernas; si bien los recursos formales de sus
poemas son cercanos a los de poéticas del pasado, no sucede así con las in-
tenciones de esos recursos ni de los poemas.
Los textos de Francisco Cervantes se apropian de preocupaciones y
soluciones estéticas que trascienden la geografía cultural hispanoamericana.
No es necesario recordar que pese a la consideración (diplomática) de Brasil
y Portugal como parte de esta Ameuropa que sueña Cervantes, fuera de los
terrenos del arte el intercambio cultural con estos países ha sido mínimo. Su
modernismo no es nuestro modernismo; su literatura también nos es desco-
nocida; la lengua, siendo próxima, no se comparte con el resto del subcon-
tinente americano (a diferencia de los países europeos, por ejemplo, donde

× FRANCISCO CERVANTES 121


JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ HURTADO

la población plurilingüe es más numerosa en proporción que en muchos


países de América). Es natural el extrañamiento que causa esta incorpora-
ción de Cervantes; es una imagen efectiva de shock que apunta precisamen-
te a cuestionar esta carencia: el accidente en la conformación de la utopía que
conjeturaba el Nuevo Mundo. No sorprende que dos culturas cercanas en
sus condiciones materiales e históricas tengan un intercambio, puesto que tal
reciprocidad es la base —al menos teórica— del desarrollo cultural, econó-
mico y social de las civilizaciones involucradas; lo insólito es que no haya tal
diálogo, que se tenga que denunciar esta falla (de la modernidad) en la opera-
ción retórica de cohabitar ambas lenguas en un mismo discurso indiferencia-
do. De ahí que la preferencia de Francisco Cervantes por un pasado refiera
al momento justo de formación —y divergencia— de ambas tradiciones li-
terarias. En busca de un modelo estético que mejor exprese su demanda poé-
tica, forzosamente debe recurrir a un antecedente histórico de permutabilidad
y plurilingüismo entre culturas más o menos afines (con un pasado cultural
común, por ejemplo) como centro referencial para su propio trabajo. Y si so-
lamente dirigiera su búsqueda hacia el Medievo el problema estético que
supondría no sería tan grande, pero Cervantes da un salto temporal en la
selección de su enciclopedia de referencias desde el siglo XII hasta el XX.
Sincroniza dos estéticas separadas por siglos de historia para situarlas en el
mismo plano textual —el suyo— inscrito en un presente que, así, se alarga
desde la Edad Media hasta hoy. Pero como un periodo tan largo no puede
fijarse en la obra, forzosamente debe presentarse sólo como fragmentos que
lo signifiquen, como una suerte de metonimia de la idea total.
Otro efecto de shock es que lo deseado se manifiesta como una repeti-
ción de lo que es siempre igual. La incursión en el presente de estéticas “pa-
sadas” provoca una renovación de las mismas por el simple hecho de poner-
las de nuevo sobre la mesa y les otorga una apariencia de perennidad como
si nunca se hubieran ido; como si fueran nuevas. La profusa referenciación
en la poética de Cervantes, que se explicó en estas páginas siguiendo una
tipología propuesta por Linda Hutcheon, se puede interpretar bajo la óptica
que propone Umberto Eco en “Innovación en el serial”. Porque, en efecto,
los poemas de Cervantes son un caso en el cual

122
LA POÉTICA DE SHOCK

(1) algo es ofrecido como original y diferente (de acuerdo con los requerimientos
de la estética moderna); (2) estamos conscientes de que este algo está repitiendo
algo más que sabemos de antemano; y (3) sin embargo, mejor, simplemente por
el hecho mismo nos gusta (y lo compramos).1

De las formas de repetición que expone Eco para explicar esta estrate-
gia de la posmodernidad se puede decir que Cervantes ejecuta en gran par-
te de su obra un diálogo intertextual con el trabajo de autores inconfundibles
en sus estilos —incluso nombrados por el propio Cervantes— y aun con obras
y poéticas igualmente distinguibles. La construcción en abismo de Regimien-
to de nieblas es una estructura bien identificada con Ficciones, de Borges;
los poemas amorosos del mismo volumen son una saga del poeta y la mora
que aparecen primero en Cantado para nadie, y aun, el remake de los poe-
mas de amor cortés y las cantigas de amor y de amigo medievales; algo muy
parecido a un retake es su poema dedicado a Inés de Castro, como si éste
pretendiera sumarse a las numerosas canciones y romances compuestas a
su leyenda. Tal vez la serie sea la única forma de repetición que no se ma-
nifiesta de manera explícita, pero cabe preguntar si acaso la costumbre de
Cervantes de cerrar los poemarios con un homenaje a la cultura portugue-
sa no sea una forma de seriación.
Un fenómeno paralelo a esta seriación es que la percepción del tiempo
se modifica: de ser un continuo devenir, se ve obligado a volver sobre sus
propios avances reiterando el pasado hasta que a fuerza de repetición pier-
de su significado y se constituye en un presente perpetuo. La percepción del
presente se amplifica como espacio —y no tiempo— de iteraciones de lo ya
acontecido que volverá a suceder. Bajo esta circunstancia, se dificulta la
ilación coherente y diacrónica del discurso y sucede la fragmentación en
referentes aislados, en discontinuidades que provocan en el sujeto una refor-
zada y obsesiva experiencia del presente como único asidero del significa-
do. Esta circunstancia de pérdida de la percepción temporal sugiere un
modelo de interpretación de las estéticas de la posmodernidad que Fredric
Jameson asemeja con un estado esquizofrénico.2

1
Umberto Eco, De los espejos y otros ensayos, Lumen, España, 1988, pp. 40-41.
2
Jameson atribuye este estado a un ethos peculiar de las sociedades posmodernas. Dice:
123
JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ HURTADO

No resulta raro que los fenómenos de seriación de la poética de Cer-


vantes resalten con tanta fuerza en la crítica, y que sea reconocido a partir
de sus visitas al pasado, si en tal repetición se halla un satisfactor (señalado
también por Eco en el ensayo referido) tanto para el autor como para el re-
ceptor de la obra. Pero esta experiencia esquizofrénica también se manifies-
ta en un shock de alto impacto cuando se observa, por ejemplo, que las
canções de amor de Cervantes son apenas ese “significante material” vacío
de significado; la experiencia amorosa —aun la identificación de ese conjun-
to de significantes que forman el poema como un vehículo para tal emo-
ción— está ausente en las palabras que se pueden observar una y otra vez,
en todos sus ángulos, como la más acabada pieza de artillería que nunca se
dispara desde su vitrina de museo.
El shock que suscita la poética de Francisco Cervantes fue referido por
la crítica como una rareza dentro de la tradición poética mexicana. Para Mi-
guel Ángel Zapata era el “decir distinto y ajeno” de Cervantes con respec-
to a sus contemporáneos, más cercanos, según Zapata, al coloquialismo, a
la poesía conversacional y a la influencia del modernism norteamericano.
La marca generacional está expuesta en esta lectura de Zapata. Cervantes,
en ese contexto de tradición poética, es casi diametralmente opuesto. Casi,
puesto que los trabajos que los poetas de su generación están haciendo son
ejercicios análogos al cervantino, sólo que en otros sistemas de referencias.
No continúan el proyecto del modernism, sino que toman de él una serie de
recursos estéticos que adaptan irónicamente a la poesía mexicana, por ejem-
plo. No hay un make it new! tanto como un —valga la ironía— make it like!

“la ruptura de la temporalidad libera súbitamente a este presente del tiempo de todas las
actividades e intencionalidades que podrían centrarlo y convertirlo en un espacio de praxis;
al aislarse así, ese presente envuelve de pronto al sujeto con una viveza indescriptible, con una
abrumadora materialidad de la percepción que pone eficazmente el poder del significante
material —o, mejor, literal— aislado. Este presente del mundo o significado material se sitúa
ante el sujeto con una intensidad realzada, portando una misteriosa carga de afecto que aquí
se describe en los términos negativos de la ansiedad y la pérdida de la realidad, pero que del
mismo modo cabría imaginar en los términos positivos de la intensidad intoxicante o aluci-
nógena de la euforia”. Frederic Jameson, Teoría de la posmodernidad, Trotta, España,
2001, pp. 48-49.

124
LA POÉTICA DE SHOCK

Lo que falta ver en la afirma-


ción de Zapata es lo que Cervantes
hace irrebatible con su elección ra-
dical de un pasado distante en tiempo
y espacio, y es que la conformación
de poéticas originales en el marco de
la poesía mexicana está en crisis. En
Cervantes es evidente, hay un cam-
bio incluso lingüístico que demuestra
una duda de la propia lengua (“Aca-
so el castellano, / No es seguro”, di-
ce en Cantado para nadie), pero en
otros poetas esta misma búsqueda
fuera del canon aparece con menos
violencia, ¿o acaso ningún poeta con
el oído suficientemente afinado es sor-
do a la música extraña de Eduardo
Lizalde? ¿No son nostálgicos de las
vanguardias históricas (que poco tie-
MIGUEL ÁNGEL ZAPATA
nen que ver con la conformación del
canon poético mexicano) algunos libros del grupo de La espiga amotinada,
el mismo Blanco de Octavio Paz? Hace falta una revisión crítica de los poe-
marios publicados en la década de los años ochenta en México para una
afirmación tajante, sin embargo se puede aventurar que en muy pocos de
ellos es posible leer esta “tradición de la poesía mexicana” sin miradas iró-
nicas hacia pasados distintos y ajenos.
Desde este criterio, Cervantes no es raro; es quizá uno de los más ra-
dicales poetas de una estética que se va generalizando entre los escritores
mexicanos desde la década de los años setenta, y es quien logra una “sóli-
da acometida, aparentemente brutal” (Benjamin dixit ) y efectiva en el lec-
tor que a partir de ello distingue sin problemas un panorama de crisis. La
incursión radical de un sistema de referencias tan alejado del presente poé-
tico no es más que esa imagen dialéctica que acontece como resultado del
shock propuesto sin ningún miramiento en los poemas de Cervantes. Esta
125
JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ HURTADO

poética del “decir distinto y ajeno” es la praxis de una condición que Walter
Benjamín señala como necesaria para la conformación de dicha imagen dia-
léctica: “Para que un fragmento del pasado sea alcanzado por la actualidad,
no puede haber ninguna continuidad entre ellos.”3
Para Jorge Bustamante García, la obra de Francisco Cervantes es rara
porque el autor es raro. Este comentario condensa en mucho los juicios de
extrañeza que pesan sobre el autor queretano (el mismo Bustamante sucum-
be a la tentación de armarlo caballero) y que simplifican el problema de
fondo en el momento de la crítica objetiva de la obra. No obstante, sirva la
observación para interpretar esta poética desde la dimensión humana y on-
tológica que la suscita. En efecto, como apunta Bustamante, Cervantes se
puede considerar como un “poeta extraviado en un mundo raro”, o bien un
autor “de todas partes y ninguna, un auténtico exiliado que pertenece a va-
rios territorios”, con la salvedad de que ese mundo raro que señala el crítico
no es el que Cervantes alude en sus poemas medievalizantes. Que el poeta
acuda a dicho pasado se interpreta así como una consecuencia de la condi-
ción histórica real y material que contextualiza su obra; esa circunstancia en
que “los productores de la cultura sólo pueden dirigirse ya al pasado: la imi-
tación de estilos muertos, el discurso a través de las máscaras y las voces al-
macenadas en el museo imaginario de una cultura que hoy es global.”4
El exilio de Cervantes señalado por Bustamante también es una conse-
cuencia de un dilema estético y ontológico puesto que “el problema de la
expresión se vincula estrechamente con una concepción del sujeto como un
recipiente monádico, que siente las cosas en su interior y las expresa pro-
yectándolas hacia el exterior. (...) cuando constituimos nuestra subjetividad
individual como un terreno autosuficiente y cerrado, nos cerramos a todo lo
demás y se nos condena a la ciega soledad de la mónada, enterrada en vida
y sentenciada a una prisión sin escape posible”.5
Y Cervantes pone nombre a esa contradicción. Toda su obra es un
cantado para nadie; en efecto, un exilio pero no de la poesía mexicana o la

3
Walter Benjamin, Libro de los pasajes, Akal, España, 2005, p. 472.
4
Fredric Jameson, Op. cit., p. 39.
5
Ibidem, p. 36.

126
LA POÉTICA DE SHOCK

poesía en español, sino —más importante— de una concepción moderna del


poeta como sujeto autónomo obligado a la producción original. En el mo-
mento de la escritura de la obra de Francisco Cervantes opera un estado de
realidad que propone una alternativa a esta paradoja: “La posmodernidad
representa el presunto final de este dilema, al que sustituye por uno nuevo.
El fin del ego burgués, o mónada, conlleva sin duda el final de las psicopa-
tologías de este ego (lo que vengo llamando el ocaso del afecto). Pero signi-
fica el fin de mucho más: por ejemplo, del estilo como algo único y personal,
el fin de la pincelada individual y distintiva (simbolizado por la incipiente
primacía de la reproducción mecánica).”6
En cuanto al criterio de rareza consignado en la antología Tigre la sed,
de Gomes, Zapata y Mendiola, la lectura está más cerca de que se le con-
sidere una condición de la posmodernidad. En efecto, habla de que esta
nostalgia de Cervantes por el pasado perdido “se transforma en escepticis-
mo ilimitado”. La poética de Cervantes consigna en su discurso un fuerte
rechazo por su realidad empírica, al tiempo que trata con especial deferen-
cia todo tema que refiera al pasado. Su añoranza es, en efecto, la contracara
de su descontento con el mundo. Es claro que ya no hay una confrontación
directa contra el modelo estético del pasado para proclamar un proyecto de
la estética futura en Cervantes. Por tal se interpreta como una poética que
no se preocupa por la innovación, tal como sucedía con las estéticas mod-
ernas (y el caso más claro se verifica en aquellas “vanguardias históricas”).
El carácter de la poética de Cervantes es nostálgico, tal como dice el comen-
tario anónimo de Tigre la sed. Su añoranza lo lleva a tiempos remotos de
formación de la tradición literaria y del idioma, lo mismo que a poéticas más
recientes. Esta nostalgia no es gratuita, y propicia, como se ve, un shock
entre lo que sus poemas convocan y la realidad empírica en los cuales se
produce esta obra. En apariencia, un cosante galaicoportugués no dice nada
del México de la segunda mitad del siglo XX; muy cierto, literalmente los
discursos son muy distantes, y aquél no refiere directamente a éste. Lo que
sí se infiere de tal manifestación es un desacuerdo de la realidad directa co-
mo referente para el poema. A menos de veinte años de haberse propugna-

6
Idem.

127
JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ HURTADO

do el auge del país, el “milagro


mexicano” se adivinaba imposi-
ble. El contexto histórico y social
del autor es el de la crisis del
modelo moderno de desarrollo
de un país, la descomposición
económica, el descreimiento de
las estructuras de poder, la de-
cadencia del proyecto de Estado
representado por el partido ofi-
cial. Las últimas tres décadas del
siglo XX resultan altamente in-
fluyentes en la conformación de
un marco de pensamiento con-
temporáneo y no pueden desli-
garse del pesimismo que acusa
la obra de Francisco Cervantes.
Ante la descomposición de la
realidad moderna, el pasado es
un refugio apacible porque no
presenta ningún cambio que lue-
go resulte decepcionante. Más todavía, el pasado puede volver a contarse,
pues está lleno de omisiones; y así quedó demostrado en los discursos ofi-
ciales que negaron la crisis y la represión violenta de otras ideologías que
denunciaron la hegemonía y la alineación del Estado. Y es poco desarrolla-
do el referente directo de estas pugnas en la obra de Cervantes, pero no es
nulo, y con tal aparición queda patente una preocupación del autor por su
contexto material.
Como alivio a esa crisis de la modernidad, Cervantes elige la nostalgia
por el pasado, pero nótese que en ningún momento es el olvido o la omisión
del presente, sino un discurso que se erige como su crítica. El sueño es un
tema de la poética de Cervantes, no obstante este concepto no se entiende
ahí como un anhelo o como un deseo de un futuro, sino lo contrario: es la
nostalgia por el pasado irrecuperable, quimera fabricada por la memoria,
128
LA POÉTICA DE SHOCK

la ficción y el descontento de un mundo que ya no se parece (y que es nece-


sario aclarar que nunca fue ni será como en el sueño) a algo conocido. Contra
un estado de la realidad empírica se esgrime otra realidad que es la litera-
ria, pero ésta también se ve criticada en su actual estado. Baste un título
como ejemplo: “Flor putrefacta” es uno de los poemas metaliterarios de Fran-
cisco Cervantes que expone este escepticismo por los paradigmas estéticos
de la modernidad. En clara metáfora, la flor y la creación poética son pro-
ducto de una concepción del mundo que ya no se sustenta, por tanto tam-
poco ese símbolo, y es por ello que debe ser cuestionado por el adjetivo. No
siendo el único, otros discursos de este tipo menos alegóricos son “Polides”,
“Otra vez la originalidad” y “Escrita”, planteando todos ellos la misma in-
certidumbre por la poesía que de pronto se ve despojada de un marco de re-
ferencia y que tiene que replantearse en una nueva visión de mundo.
La solución de Cervantes, y que observa Tigre la sed, fue plantear esa
crisis de la realidad moderna con una estética que rivaliza en tiempo y espa-
cio con el mundo real y que lo invade como (auto)referente poético. El es-
cepticismo ilimitado del comentario de Tigre la sed es también un efecto del
shock que se propone aquí. En efecto, la vuelta al pasado que realizan los
poetas como Cervantes no puede ser ingenua y pasa necesariamente por la
ironía, aunque esta misma incursión tampoco es inofensiva para la concep-
ción del mundo presente y revela una visión pesimista para con la realidad
empírica.7
El shock en la poética de Francisco Cervantes es resultado de una vi-
sión del mundo en crisis con los paradigmas del modelo moderno. La prác-
tica estética de este poeta, al igual que la de otros de sus contemporáneos,

7
Apunta Fredric Jameson: “Esta aproximación al presente mediante el lenguaje artísti-
co del simulacro, o del pastiche del pasado estereotípico, dota a la realidad actual y al ca-
rácter abierto de la historia presente del hechizo y la distancia de un brillante espejismo.
Pero este hipnótico nuevo modo estético surgió a su vez como síntoma preciso del declive
de nuestra historicidad, de nuestra posibilidad vital de experimentar la historia de modo ac-
tivo. No se puede decir, por tanto, que produzca esta extraña ocultación del presente por su
propio poder formal; más bien, habría que decir que sólo demuestra las enormes proporcio-
nes de una situación en la que cada vez somos más incapaces de forjar representaciones de
nuestra propia existencia actual.” (Fredric Jameson, p. 42)

129
JOSÉ MANUEL VELÁZQUEZ HURTADO

denuncia esa crisis ironizando, cuestionando estructuras de poder incorpo-


radas por la modernidad al discurso estético, optando por una lectura sin-
crónica de la historia de la literatura, ficcionalizando donde no hay dicha
historia, refiriendo el mundo en categorías espaciales más que temporales;
manifestándose en formas y discursos de la indeterminación y la inmanencia,
eso que Ihab Hassan denomina los ejes epistemológicos de la posmoderni-
dad. En esta poética del shock.
Todo presente está determinado por aquellas imágenes que le son sincrónicas:
todo ahora es el ahora de una determinada cognoscibilidad. En él, la verdad es-
tá cargada de tiempo hasta estallar. (Un estallar que no es otra cosa que la muer-
te de la intención, y por tanto coincide con el nacimiento del auténtico tiempo
histórico: el tiempo de la verdad.) No es que lo pasado arroje luz sobre lo presen-
te, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que
ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación. En otras pala-
bras: imagen es la dialéctica en reposo. Pues mientras que la relación del presen-
te con el pasado es puramente temporal, la de lo que ha sido con el ahora es
dialéctica: de naturaleza figurativa, no temporal. Sólo las imágenes dialécticas
son imágenes auténticamente históricas, esto es, no arcaicas. La imagen leída,
o sea, la imagen en el ahora de la cognoscibilidad, lleva en el más alto grado la
marca del momento crítico y peligroso que subyace a toda lectura.8

8
Walter Benjamin, Op. cit., p. 465.

130
Tres poemas

D ANIEL F ALB
Versiones de Daniel Bencomo

1. habríamos rebasado, justo apenas, la fase transitoria. del cristal


al cristal líquido, un centelleo. un caldo fundido, a saber las topologías
y las tierras, donde yacíamos en arco.
2. y como están configuradas. cada centuria de compañeros, que
sólo serían de piel y labios.
3. la ordenanza de las jaulas pequeñas sería para efectuar en
proyección perspectiva. nos dejamos ir superfluos.
4. aquello que denominamos los ojos y se extiende descontrolado
y circular, por todos los miembros.
5. y aquello que aquí funge como huesos o también cual mineral,
el inteligente carrito del supermercado. a su vez y muy rápido,
colapsó nuestro cesto de compras hacia sí.

1. den phasenübergang hätten wir gerade verpasst. vom kristall zum flüssig-
kristall, ein blinzeln. eine schmelze, nämlich die topologien und ländereien,
in denen wir gebogen liegen. / 2. und wie sie geplant sind. jene hundertschaften von
partnern, die nur aus lippen und haut bestünden. / 3. die anordnung der kleinen
käfige wäre in perspektivischer darstellung aus- zuführen. überflüssiges ließen wir
weg. / 4. dasjenige, das wir die augen nannten und das sich auf allen gliedmaßen
unkontrolliert und kreisförmig vermehrte. / 5. und dasjenige, das hier als die knochen
oder doch als gesteil fungierte, den intelligenten einkaufswagen. unser Warenkorb
sackte entsprechend schnell in sich zusammen. /

131
6. al mismo tiempo queríamos seguridad para la bestia, yacíamos
informes y enrojecidos, en el negocio de camas.
7. de los tejidos, justo de la líquida urdimbre y de los kleenex, ya
se formaba un nuevo objeto. una calidad multidimensional,
superada por sí misma, mientras nosotros despertamos y
fuimos al refri.
8. todo eso cobraba, como nuestra amistad, escasos elementos
espaciales, especial- mente mi voz pertenecía a ello.

preguntas de fabricación hechas a los compradores del dispositivo


médico: la bolsa citada
con metáforas climáticas y otoñales. fue cuando el colapso del mercado
norteamericano
y al pensarse en el comercio de cereales. cuando tu hemodiálisis
debió calcinarse y fue pronto enviada a la basura. sentirse infeccioso
—estar mal construido—

6. gleichwohl wollten wir sicherheit bekommen für das tier, lagen formlos und gerötet
im bettenstudio. / 7. aus den tissues, eben dem flüssigen gewebe und den kleenex
formierte sich so bereits ein neues objekt. eine qualität, die sich mehrdimensional
erhob, indem wir aufstanden und zum kühlschrank gingen. / 8. das alles nahm wie
unsere freundschaft nur wenige raumelemente ein, zu- mal meine stimme selbst
dazu gehörte.

fragen der verarbeitung, gestellt an die einkäufer dieser apparatemedizin: mit herbstlichen /
und wettermetaphern zitierte shopper. als der nordamerikanische markt / einbrach und man
an den handel mit getreide dachte. als dein dialysegerät / verzehrt werden musste und
sofort weg war. sich keimig fühlen —schlecht gebaut sein— /

132
el final de la desintoxicación. extra me había procurado un
permiso
para entrar en el puerto, armar ahí una fiesta para una amiga.
no fue posible deshechar los filtros. pensé en el contenido
estomacal
de históricos cadáveres animales, presas terrenales, tonos de tez. en
la disolución que
nosotros —ambos inmigrados— siempre ocuparíamos. entonces
ocurrió la transacción, era
notorio, al sentirse lastimado. lo vimos sí, lo que era embarcado a lo
lejos, todavía gastamos
bromas a causa de las aguas sucias de la bahía, aplaudimos
sigilosos en el muelle.

el montón de curiosos se contemplaba a sí mismo


en espera, lo adelantamos.

das ende der entgiftung. ich hatte mir extra eine genehmigung zum betreten / des hafens
besorgt, da ein essen organisiert, für eine freundin. / ließen sich die filter überhaupt entsor-
gen. ich dachte an den mageninhalt / historischer tierkadaver, erdige beute, teints. an die
auflösung, die wir – beide / eingewanderte – immer wieder brauchen würden. noch fand
umsatz statt, man merkte das, / wenn man sich verletzte. wir sahen ja, was drüben verschifft
wurde, machten noch witze / von wegen des verunreinigten wassers im hafen, klatschten
sacht an den kai.

die menge der schaulustigen beobachtete sich wartend selbst, zu der wir vorliefen. //

133
quizá el riesgo se dejaba concentrar en una sola región.
la lluvia permanente lo cubría.

mi subsiguiente doctora familiar recién había nacido. yo


con-trolaba mi lápiz de labios.

vagar por la zona de absorción de impactos. era de


mañana. nuestros oficiales a cargo ya existían en algún
lugar.

fluido el cruce entre los primeros auxilios y la segunda


naturaleza. sólo las ambulancias lo malogran.

quizá deba tomarse en cuenta el tic tac in- interrumpido


para que la detonación no acaezca, una opereta.

lo que a mí me ocurría era, con la furia de un choque,


una póliza. el futuro de nuestros muebles.

exit primeros auxilios. el viento gira como algo íntegro.


las máquinas aterrizaban puntualmente en los límites de
la ciudad.

vielleicht ließe sich das risiko auf eine region konzentrieren. darauf der landregen. // meine
übernächste hausärztin wurde gerade geboren. ich kon-trollierte meinen lippenstift. // in der
knautschzone umherschweifen. das war morgen. unsere sachbearbeiter existierten bereits ir-
gendwo. // fließend der übergang zwischen erster hilfe und zweiter natur. nur krankenwa-
gen verunglücken. // vielleicht muss das ticken ununterbrochen wahrgenommen werden,
damit die detonation ausbleibt, ein singspiel. // was mir zustieß, war, mit der wucht eines auf-
pralls, eine police. die zukunft unserer möbel.// exit erste hilfe. der wind dreht nur als ganz-
er. die maschinen landeten regelmäßig über dem stadtgebiet.

134
Pollos de perro

G ABRIEL R ODRÍGUEZ L ICEAGA

De un tiempo para acá a doña Trinidad le aterra la máquina con que rosti-
zan a los pollos. Es un miedo que ella no puede explicarse, originado sabrá
Dios por qué pesadilla o tropiezo de su agotada mente. Las aves muertas
girando ante el soplo de las llamas del infierno, la presencia del armatoste
como un hocico inhumano y giratorio, el fantasmagórico calor que emana
tanto animal sacrificado.
Y ella que juraba que ya se había quedado sin imaginación. Se siente
apenada y estremecida a la par.
Son las nueve de la noche, el rosticero lleva ya un rato apagado. Su
esposo está de pie al lado de la caja registradora, hace cuentas mentales.
Ella barre y piensa en dónde colocaría las trampas para ratas. La cortina de
acero está abajo. El letrero luminoso que da a la calle está apagado. Pronto
subirán ambos a la habitación donde les espera su catre iluminado por un
foco de luz pajiza. Luego se recostarán hasta conseguir el sueño. Casi no se
hablan. Se comunican a quejidos, a miradas de pistola, a carraspeos y tos.
La otra noche ella rompió el silencio:
—Ya me da pena estar viva.
Eso fue lo que dijo. Él no supo qué responderle. Hubiera querido
abrazarla o medirle la temperatura, decirle que no están tan viejos, que está
exagerando. En cambio, sacó la caja de galletas que esconde debajo de la ca-
ma y puso ahí las ganancias del día. Igual que todas las noches. Cierra la

135
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA

caja y la imagina un féretro en


miniatura. Tanto él como ella sa-
ben que el dinero ahí contenido
es para cuando uno de los dos
tome la delantera. “Para nues-
tras pijamas de madera”, como
les dice ella.
“Un ataúd de cedro ela-
borado y barnizado, con acolcha-
do interior y ventanita, manilla
de metal y abrazadera”, piensa
él. Su esposa se duerme al ins-
tante. Es envidiable la facilidad
con que se entrega a la dejadez.
Prescinde del mundo nada más
pegando los ojos. Él observa el
subir y bajar de su pecho, pare-
ce un globo que se desinfló sin
reventar, una tripa.
De la boca de ella salen
flotando varias letras zeta. Una
tras otra y escalonadas, crecen hasta tocar el techo. Las acompaña un sil-
bido. Él ya se acostumbró a ellas. La primera vez que las vio incluso pensó
que se estaba volviendo loco. Las sacude con un manazo, alejándolas como
si fueran moscos intrusos.
Un repiqueteo interrumpe el desfile de letras zeta. ¡Están golpeando
una moneda contra la cortina de acero! Apenas ubica el sonido cierra los
ojos, haciéndose el desentendido. “Que baje ella”, piensa. Doña Trinidad
se levanta de golpe. Un instinto de alerta la hace ponerse de pie, encender
la luz, buscar un suéter en la bola de ropa sucia y bajar las escaleras. A él
le asombra el repentino arranque de agilidad de su mujer. Palpa el hueco
que dejó a su lado. Observa las cuatro esquinas de su techo, repletas de ara-
ñas y sus frágiles construcciones de red.

136
POLLOS DE PERRO

II

—Viejo, viejo —dice Trinidad mientras le zangolotea un hombro, con sua-


vidad—; levántate un segundo.
—¿Qué traes, tú?
—Era la vecina. La de los caldos.
—No son horas...
—Mira, viejo, le dejaron esta carta.
—Tengo la vista cansada, léemela, qué dice.
—Lo secuestraron… se robaron al niño que barre.
—¡Ese ojete! —responde él por instinto.
—No digas maldiciones. Lo secuestraron y dicen que si no pagan cinco
mil pesos lo van a matar.
—¿Quiénes lo secuestraron?
—No, pues eso no se sabe.
—A ver, pues…
Él le arrebata la carta, la lee en silencio.
—Qué letra más fea. Seguro se trata de un juego. Además cinco mil
pesos no son nada. De lejos se ve que es pura guasa.
—Le dije que te iba a convencer de cooperar con algo. Está de puer-
ta en puerta juntando el dinero.
—Qué cooperar ni qué una chingada.
—Está desesperada.
—Que no. Cada quien se las arregla como puede.
—Nada nos cuesta, viejo. Ándale.
—Sí nos cuesta. Y era obvio que ese gañancito andaba en malos pa-
sos— le da la espalda y jala la manta hacia sí.

III

Al día siguiente Trinidad encuentra la caja registradora cerrada con llave.


Cada que es necesario entregarle su cambio a un cliente debe de ser bajo
supervisión. Ella sabe que su esposo le tiene poca estima al niño secuestra-
do. Güerito mal portado que barre afuera de los negocios para reunir un

137
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA

dinero con qué ayudar a su abuela. Nadie sabe si tiene un retraso mental o
sólo se hace. Destierra el polvo de la cuadra. A veces, justo a la hora de ma-
yor clientela, el niño entra a la pollería y grita con todas sus fuerzas: “¡Aguas,
esos pollos son de perro!”
El marido sabe que aquello es sólo una travesura. Los clientes rara vez
se asquean o reaccionan. Habría que estar muy pendejo para confundir la
carne de pollo con la de perro. Ni siquiera tiene nada que ver una cosa con
otra. “Si en cambio dijera que la salsa es agua del caño…”
—Dame dinero para comprar trampas para las ratas —le dice su espo-
sa en voz baja, interrumpiendo sus pensamientos—. Urgen.
—El domingo las compramos juntos —le responde él tajantemente. Y
le indica que regrese a su sitio detrás del mostrador.
Ella obedece. Ora en voz bajísima. Sólo sus labios se mueven casi sin
querer. Intenta no pensar en el niño. Trata de evitar observar a los pollos
girando. ¡Esa boca del lobo! Ya algunos clientes se han quejado de que los
pollos no están saliendo tan suaves. Se debe al miedo que Trinidad ha desa-
rrollado por el rosticero. ¡Esas fauces! Ya no los moja en sus propios jugos,
no los escucha ni huele ni voltea.

IV

Ella le dice:
—Te lo suplico. También parte de ese dinero es mío.
Pero por respuesta él sólo hace una mueca arisca y se cruza de brazos.
—Es sólo un niño.
—Ya deja de estar chingando, mujer. Vístete, ándale.
Trinidad cierra los ojos, apretando ambos párpados como si fueran pu-
ños. Se coloca su camisón. Se acuclilla para rezarle al clavo en la pared
donde antes estaba un Sagrado Corazón.
—Ya vente a la cama. Le haces mucho al cuento.
Ella acata la orden. Boca arriba, en su flanco de dama, rezará hasta
quedarse dormida. “Tú eres el perro”, alcanza a pensar.
No tardan en comenzar a brotar las zetas de su boca. Una tras otra,
cuesta arriba. Él las observa con malhumorado encanto. Las letras flotan
138
POLLOS DE PERRO

pacientes y formadas por esta-


turas, en interminable proce-
sión. Él escucha los sonidos de
su propio cuerpo, reconoce los
latidos de su corazón repercu-
tiendo en ambos lados de la
sien, en el centro de su pecho,
en la cúpula de su cráneo. Es-
tá inquieto. Sabe que está a pun-
to de estrellarse una moneda
contra la cortina de acero. To-
do el día sintió que en cualquier
momento aparecería el niño des-
prestigiando sus pollos a gritos.
Pero el niño fue secuestrado.
Evoca su infancia, pocas cosas
permanecen más de un instan-
te. Es como un talco arrojado
al aire. Le sorprende que la vi-
da lo haya ido encerrando ca-
da vez en espacios más hoscos
y diminutos. Cierran la pollería y tanto el barrio como la ciudad y el país
dejan de existir de golpe. Luego suben a la habitación y la pollería también
cesa de existir. Luego su mujer duerme y sólo le quedan sus delirios y las
arañas allá arriba y el dinero reunido en una caja de galletas abajo.
“Mejor que sea de Roble el ataúd.”

—¿Qué pasó con el billete falso con que nos pagaron hace unos meses? —le
pregunta doña Trinidad a su marido.
—¿Otra vez con eso?
—Estaba aquí, doblado en el espejo. Pero ya no lo encuentro.
—Me deshice de él.
139
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA

—¿Cómo?
—Pagando el gas. Los del camión no se dieron cuenta.
—Ah —responde ella y baja la mirada.
No hay clientela esa tarde, día flojo. Él abandona el local, se queda
parado a la mitad de la calle. La banqueta luce más sucia que de costum-
bre. Es por culpa de tanta construcción alrededor. ¡No, no es culpa de las
obras! Mira a la gente que pasa, observa el piso lleno de cucarachas muer-
tas y colillas de cigarro, chicles aplanados o basuras de inexplicable origen.
La gente que pasa. El mundo girando a su propia velocidad alrededor de
un sol inclemente. Ya quiere que se haga de noche, ya quiere que todo se
esfume excepto su pequeña habitación arriba del negocio y su esposa dur-
miendo. Una lágrima le parte el cachete en dos. Todo lo que le queda en
esta vida es su Trinidad. Y ahorrar para la muerte.
Al regresar toma un billete de doscientos pesos. Se lo entrega a su
esposa.
—Y que se den de santos…
Ella no sonríe. Toma la cifra y apresurada cruza la calle rumbo a los
caldos de enfrente.
A las nueve de la noche bajan la cortina, apagan el letrero luminoso,
suben las escaleras y se colocan sus atuendos de dormir. En esa ocasión él
no guarda billetes en la caja de galletas. Ella duerme sin inconvenientes.
Manan las letras zeta. El entiende que ya sus huesos y músculos no le darán
la posibilidad de matar a las arañas que habitan las esquinas de su techo.

VI

Quiebra la noche el sonido reiterativo de una moneda contra la cortina de


acero. Él se arrebuja en la cama, está sudando frío. Despierta a su esposa.
“Tocan”, le dice al oído. Ella se incorpora, alcanza a santiguarse antes de
bajar por las escaleras.
Regresa al poco rato. Pálida como una luz cansada de ser luz. Se sien-
ta a su lado, enjuta y reponiéndose de un temblor general que inicia en su
barbilla y se extiende por sus manos heladas. A doña Trinidad le cuesta tra-
bajo hablar, siente como si todo lo que ha aprendido en la vida se le olvi-
140
POLLOS DE PERRO

dara a barridos de escoba. Piensa en los pollos girando en la máquina. Do-


rándose lentos y con violencia. No son pollos. Tampoco son perros. ¡Son
otra cosa! Son corazones inmensos, podridos, ensartados. Ancianos fetos de
demonio, crujientes y ambarinos. La piel se le pone de gallina.
—Lo encontraron muerto —susurra; casi deletreando—… lo ahorcaron
con un alambre de púas. Muerto —repite y cada letra en esa palabra surge
torcida de entre sus labios.
—¡Puta madre! —responde él, honestamente sobresaltado.
Ella tarda en recuperarse. Pasan un buen tramo de la noche en silen-
cio, observándose a los ojos. Buscando ahí dentro sabrá Dios qué cosa
extinta.
—No se reunieron los cinco mil —dice ella antes de meterse abajo de
las sábanas—. La de los caldos anda devolviendo el dinero que juntó. A la
mensa no se le ocurrió anotar cuánto le dio cada quién.
Ella, temblorosa, le entrega a su marido un raquítico taco de billetes.
Él lo desenrolla. Sonríe con naturalidad macabra. Son setecientos pesos.
“Para el barniz de nuestras pijamas de madera.”

141
De corporis resurrectione

J OHN B URNSIDE
Versión de Juan Antonio Montiel

a George Soule

Vuelve la nieve

y algunas veces también los muertos


que en su día lavamos y enterramos:

las dulces madres artríticas, a las que apenas notábamos


cuando pulían cucharas de madrugada, cuando
pulían espejos;

los padres que en la cocina difuminaban la silicosis;


los muertos graduales
pasan entre los árboles, sin rumbo, como rachas de viento,

DE CORPORIS RESURRECTIONE // for George Soule // The snowdrops are here; // and some-
times the dead we have washed / and buried: // the sweet mouthed, arthritic mothers we
rarely noticed / polishing spoons in the small hours / polishing mirrors; // the men in our
kitchens blurring with silicosis; / the gradual dead / drifting between the trees like gusts of
wind //
142
y toman forma visible,
color aproximado:
acónito, verde agua, vermellón, azul Prusia;

los muertos que en su día nombramos y enterramos,


rompen como olas
sobre las hojas y la arena,
sobre los troncos y los hierros oxidados.

Los copos de nieve son bocetos en blanco, flores no muy


convincentes,
que serían verdes
en un mundo sin sombras,

pero sólo los muertos son verdes


en los últimos días del invierno

sólo los muertos, que en su momento numeramos y abandonamos,


florecerán de nuevo en el musgo de las cunetas y en las columnas de
hiedra,

sustituyéndose a sí mismos, en la calma del mundo visible,


and finding a visible form / an approximate colour: / aconite; meltwater; cinnabar; Prussian
blue; // the dead we have named and buried / breaking like waves / on sandstone and leaf / on
tree-bark and rusted iron.// The snowdrops are an exercise in white:/ not quite convincing /
flowers that would have been green / in a world without shadows; // but only the dead are green /
in the last days of winter; // only the dead we have numbered and set aside / will blossom
again in ditch-moss and columns of ivy // replacing themselves in the lull of the visible world /
143
por huellas, voces, ampollas, tatuajes en forma de rosa.

Como quien se aparta y se va por un tiempo


a una pieza distinta

—nieve tras la ventana, durante muchos días,


y el calor de tus dedos

disolviéndose en el vidrio
como el recuerdo de una piel—,

de qué modo, si no,


dejarías tus tareas por un rato

para descubrir, en la oscuridad


de las tres de la tarde,

cómo clama la tierra por cada muerto


mientras nos da manzanas, topos fugaces, minúsculos pájaros

with fingerprints; voices, blood blisters; rose tattoos.


Like turning aside and living a season or two / in another room: // snow at the window for
days / and the heat in your fingers //leaching away through the glass / like remembered skin.
// Or how you would turn for a moment / from what you were doing // to notice the dark / at
three in the afternoon // and how the earth calls out for every death, / contriving apples,
mole-runs, tiny birds //

144
que aguardan vivos en el dorado membrillo de flor,
prestos a aparecer

en cuanto el canto comience y el negro


reverdezca.

Pensaba que vendría al amanecer:


oscuros pasos cruzando el patio, o una sombra
indiferente en un rincón del muro;

trazas de rocío, o de nieve, en el armario


de abajo, o una ocurrencia de mirra
disuelta en bruma en la bruma del espejo del baño;

y, aún hoy, cuando todo conduce


a la duda, imagino ese retorno,
distinto al del dios del que me hablaban
en la catequesis: más atmósfera que carne,
parecido a una frecuencia, a una

alive inside the gold japonica / and waiting for the moment to arrive // when song begins;
the black / transformed to green.
I thought he would come at dawn: / dark feet crossing the yard or a lukewarm / shadow in
the angle of the wall, // dew trails and traces of frost in a downstairs / cupboard, or an after-
thought of myrrh / fading to mist in the mist of the bathroom mirror; // and, even now, when
everything is cause /for doubt, I still imagine a return, / though never quite the god they talked
about // in Sunday school: more atmosphere than flesh, / this almost taking form as frequency, /

145
estática, al ruido rosa de la radio:

la voz de todas las cosas: la música


que me prometía el sueño
de la niñez, cuando la primera nevada alcanzaba

el bordillo de la espera y su constancia


—la del sosiego por venir, la de la grácil revelación—
pendía entre lo recibido y lo buscado.

No estábamos preparados para esto:


el fulgor de unos ojos
y el camino costero emborronado de arena
por el viento de la tarde,

como no lo estamos jamás


para el alma; cuando de pronto acontece: la faz del búho
bordada en la oscuridad, el incendio repentino,

like static, or the fuzz of radio // that might have been the voice in everything: / a music I
was promised in the sleep / of childhood, when the first snow reached the edge // of waiting
and the constancy of this / —the still to come, the gracile revelation— / hovered between the
looked-for and the given.
We weren’t prepared for this: / a shimmer of eyes / and the shore road blurring with sand /
in the evening wind; // just as we’re never prepared / for the soul, when it happens: / the owl
face stitched to the dark; the sudden burn; //

146
la escalera que se llena, ciertas noches despejadas,
de una especie de aliento contenido o de voces
a punto de hablar.

El gusto frío de las cerezas,


pasada la medianoche;

un amago de luz en el hueco de la escalera,


la paz del sótano,
paciente y oscuro como las sombras que arrastramos con nosotros:
recortes de nuestra vida.

Fuera, en el porche, las campanas del viento cantan ensimismadas,


pero el cielo es una habitación distinta
de esta casa de ensueño:

los sicomoros que enmarcan el patio como si fuera un detalle de


Brueghel, la luz
que la nieve proyecta sobre las cortezas oscuras,
la insólita conversación o uno
de esos juegos
or how a stairwell fills, some cloudless night, / with something like a held breath, or a voice /
about to speak. // Only an hour after midnight / the cold tastes of cherries: // a slow thread
of light in the stairwell / the still of the basement / patient and dark as the phantoms we carry
away / from an edited life. // Out on the porch the wind chimes sing for themselves / but the
sky is another room /in this dream of a house: // the sycamores framing the yard like a detail
from Brueghel, / the line between wintering bark and the limelight of snow / the shift in a
long conversation / or one of those games //

147
en los que el tiempo desemboca en la nada,
sólo eso

recordaremos:
una música que se filtra hasta los huesos,
una frecuencia de búhos, estática.

where the nothing that happens in time / is the one thing we have // for keeps: / the seep of
music through the bone; / a wavelength of owls, where everything is static.
148
Sí se culpe a todos

F ERNANDO DE L EÓN

Nota preliminar de Oser Serón

Debo aceptar que como bibliófilo el destino me puso en la ruta de verdade-


ras joyas inéditas que más tarde pude dar a conocer: como un segundo frag-
mento de la novela trunca de Juan Rulfo, El hijo del desaliento, de la cual
él sólo publicó el fragmento “Un pedazo de noche”.
Al respecto, te aclararé que no conocí a Juan Rulfo. No sólo eso, sino
que no conocí a nadie que lo hubiera logrado. Pero lo vi una vez en Zapo-
tlán el Grande. Para ser precisos: la noche del 26 de agosto de 1940. Él, co-
mo yo, era también parte del público de una conferencia que ofrecería el
historiador de Sayula, apellidado Figueroa Torres. Un grupo de escritores ha-
bía organizado un Ateneo, al parecer por iniciativa del propio Alfonso Reyes.
Rulfo me atinó una vez con su mirada torcida, como la colilla de su ciga-
rro que contra toda ley universal de gravitación se negaba a caer y tuve la
impresión de que me lanzaba esa mueca que en él se podría llamar sonrisa.
Sujetaba con pereza una carpeta ajada y parecía lamentar no tener una silla
libre alrededor donde dejarla. La conferencia comenzó y el historiador anun-
ció mediante un título pomposo y puntalmente hiriente que hablaría de la
traición y los traidores en Zapotlán el Grande. Fue, en efecto, un recorrido
por la documentada infamia de cada habitante de aquella población y de ca-
da uno de sus ancestros. No dejó títere con cabeza y la pena ajena se volvió
en mí una náusea más física de lo que hubiera creído pues, quizá debido a
las tostadas de cueritos que me había comido una hora antes, me asaltó

149
FERNANDO DE LEÓN

un retortijón que me llevó a paso veloz a buscar el baño de la biblioteca


donde se efectuaba aquella denigración pública.
Entre sombras encontré el interruptor del baño de hombres sólo para
descubrir con horror que la única taza estaba tan en el olvido que había sido
invadida por una telaraña enorme con su respectiva araña capulina al cen-
tro. Incómodo y urgido resolví meterme al baño de mujeres, casi limpio y
sin arañas, esperando que ninguna entrara —ninguna mujer— en ese momen-
to, pues me vería con mayor horror que el que yo sentí por la capulina.
Haciendo del cuerpo estaba cuando una situación nueva se presentó: se fue
la luz. Una tiniebla total inundó la Provincia de Ávalos y tentaleando, no sin
miedo y asco, logré salir del baño de mujeres.
Había pasado un par de minutos desde el apagón y mis ojos ya se acos-
tumbraban a la oscuridad cuando choqué con una luciérnaga. No: era el ci-
garro de Rulfo. Era Rulfo el que salía de la sala como un fantasma sólido
que casi me tumba. Acto seguido, el coordinador de la lectura encendió un
fósforo y por esa pobre luz pude ver que todos los presentes habían aprove-
chado el apagón para irse de la molesta conferencia sin tener que despedir-
se. Rulfo entre ellos. En el piso, justo donde choqué con él, había quedado
su carpeta. La levanté del suelo con la esperanza de regresársela apenas nos
volviéramos a encontrar, pero eso ya no sucedió.
La carpeta contenía un capítulo recién escrito de una novela de Rulfo
que se llamaría El hijo del desaliento. El capítulo se titulaba “Sí se culpe a
todos” y, seguramente, lo llevaba consigo pues pensaba mostrárselo a don
Alfonso Reyes cuando terminara la conferencia.
Ahora es sabido que casi veinte años después, en 1959, publicó en las
páginas de la Revista Mexicana de Literatura otro capítulo de esa novela
inconclusa: “Un pedazo de noche”, pero gracias a mí y a aquel encontro-
nazo, el texto inédito de Rulfo “Sí se culpe a todos” se difundió en las pági-
nas del suplemento Diorama de la Cultura, del Excélsior en 1962, y aquí lo
reedito para morbo de otros bibliófilos.

150
SÍ SE CULPE A TODOS

SÍ SE CULPE A TODOS *

JUAN RULFO

Gente que no conozco, gente que ya no existe. Yo sólo sepulto a gente que
no conozco. Siento que ése es mi trabajo: no conocerla. Hace poco trajeron
a mi madre muerta. Hacía tiempo que no la veía pero no la había olvidado.
La reconocí por su cabello que todavía parecía estar vivo, que se movía con
el viento y se encogía con la lluvia. Cuando la vi le dije a mi ayudante que
a ella yo no la iba a enterrar y supo clarito que ella algo me llamaba, pues
yo no sepulto gente conocida.
Un día decidí que ya no volvería a hacerlo. El día en que sepulté a mi
hijo. Fue tan fácil meterlo en su cajita. Estaba ligerito. El agujero que cavé
no fue grande ni profundo; no era necesario. Pero cuando arrojé sobre él la
última palada de tierra me dije “Ya no. Ya nunca”. Y lo he cumplido: todos
los días sepulto a alguien y me pagan por eso. La gente que no conozco y que
ya viene muerta es la mejor gente del mundo: por enterrarla alguien más me
da para comer, sin hablarme me distraen y los difuntos tampoco se aburren
cuando les hablo.
Una vez que llegué de malas al cementerio, al otro, al de la ciudad en
la que antes trabajaba: fue la vez en la que Pilar rompió su promesa de ya
no ser mujer de la calle. Claro, yo la conocí por las calles de esa ciudad, y no
llevábamos ni tres veces de vernos cuando ella me dijo que le siguiéramos
juntos; con lo que yo ganara de sepulturero estaba bien, que nos alcanzaría
para vivir, pero dos meses después de que nació nuestro bebé llegó la noche
cuando se rindió y se fue de nuevo a las calles a buscar clientes y volvió con
dinero diciéndome que lo único que me pedía era que la dejara dormir de
día y que no le reprochara nada. Por la mañana, en el cementerio, no se
me quitó el coraje hasta que saqué a un fulano de su cajón y lo agarré a
patadas: el muerto me aceptó el berrinche y cuando lo bajé de nuevo a su
fosa yo ya me sentía más tranquilo. Hablar con un vivo, incluso uno que se
dijera mi amigo, nunca fue tan consolador como aquello. La gente muerta
es la única que se deja querer.
* “Sí se culpe a todos”, Diorama de la Cultura, Excélsior, 2 de septiembre de 1962, p 14.

151
FERNANDO DE LEÓN

Pilar no. Me dejó cada


noche con nuestro bebé al que
le pusimos mi nombre: Clau-
dio Marcos, y el chiquito llora-
ba cada rato como sabiendo
que su madre andaba de re-
greso por la mala vida. Yo le
cambiaba el pañal y le daba
tortillas sopeadas en caldo de
frijol, pero ni cuando estaba
limpio y sin hambre paraba de
llorar. Como no podíamos dor-
mir ninguno de los dos, nos
fuimos a la cantina: a lo me-
jor viéndome consolarme con
una botella de charanda se
consolaba él también. A veces
funcionó y se quedó dormido
en un equipal, a veces su llan-
to se mezcló con las canciones
de José Alfredo que sonaban
en la sinfonola. Parecían llorar la misma pena.
Una noche me pasé de copas. Apenas podía con mis huesos. Estaba
casi sólo en la cantina. Los que quedaban estaban más borrachos que yo.
Nadie me dijo: “cuidado con la criatura.” Nadie me aconsejó: “vete despa-
cio, por las piedras”. Nadie me avisó que yo ya ni podía ni caminar bien y
apenas abracé a Claudio Marcos, di dos pasos y tropecé; me fui de lado con-
tra la pared. Mi chiquito se dio contra el muro en la cabeza y no volvió a llo-
rar nunca más. Cuando me paré y lo levanté vi la mancha de sangre en el
muro y aún borracho comprendí que había matado a Claudio Marcos. En su
nombre me había matado a mí mismo. Ojalá alguien me hubiera visto. Ojalá
alguien me hubiera ayudado o, por lo menos, ojalá alguien me hubiera dado
de golpes hasta matarme ahí mismo. Pero no había nadie en su juicio. Si al-
guno abrió un ojo cuando nos caímos pensó que soñaba una pesadilla. Yo hu-
152
SÍ SE CULPE A TODOS

biera querido soñarla solamente, despertar y escuchar el chillido del bebé


pidiendo comida, pidiendo a su madre, pidiendo vivir hasta zafarse de nues-
tras miserias. Pero no. Ésa pesadilla es mi vida. No se despierta de algo así.
Un día le dije a Pilar que con esa vida suya que llevaba sólo podría te-
nerla quieta el día que la sepultara, pero ni eso iba a poder ser, porque lue-
go de enterrar a Claudio Marcos le dejé una nota como esas que dejan los
suicidas, pero que decía “Sí se culpe a todos: a mí y a ti y al mundo podri-
do, por la muerte de nuestro bebé” y me largué de regreso al pueblo del
que un mal día salí.
Lo sé: lo mío es enterrar gente muerta. Eso de morir se lo dejo a los
demás. Yo los sepultaré con gusto, siempre y cuando no los haya conocido.

153
1989

D IMITRIS A NGELÍS
Versión de Virginia López Recio y Pedro Mateo

El extenso poema que, junto al poeta Pedro Mateo, traduci-


mos a continuación constituye la primera parte de Confir-
mando la noche (2011), último poemario del escritor griego
Dimitris Angelís. “1989”, título que lo encabeza, se refiere al
poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990) y la conmoción que su-
frió al enterarse de la caída del Muro de Berlín. “Tenía con-
tinuamente encendida la televisión, seguía con obsesión las
noticias, no podía creerlo”, comentó su secretaria a Dimitris
Angelís al advertir éste, mientras analizaba su obra, la caída
corporal y psíquica de Ritsos aquel año.
Por otra parte, encontramos en el poema muchas refe-
rencias indirectas a la vida de Ritsos: Kapsalona y Ai Yanni
eran los sanatorios donde estaba hospitalizado para su trata-
miento de tuberculosis y donde conoció las ideas marxistas; y
los versos “los perros con desgana a la puerta de los viejos ma-
taderos de Guicio” están sacados de su libro La monstruosa
obra de arte. Todo esto se combina con frases de la Biblia (y
allí habían llegado a buscarlo con linternas, antorchas y ar-
mas; su morada conviértase en desierto) y también —con inten-
ción de recrear el ambiente de aquella época— con escenas
de cine (la famosa de la escalera de Odesa del Acorazado Po-
temkin de S. Eisenstein, el teléfono del psiquiátrico de la pe-
lícula Stalker de A. Tarkovski, las casas que se quedan con la
luna como “decorados de cine”, etc.), e historias de la caída
del Muro (como la de Rostropóvich, quien al enterarse de la noti-

154
cia cogió el primer vuelo para ir a Berlín y tocar su chelo fren-
te al Muro).
Con esta materia surgió el esqueleto del poema, cuyo títu-
lo primero fue “Ritsos frente al televisor” y su tema: cómo un
poeta-ideólogo ve el mundo y sus símbolos (el martillo oxidado
por la hoz y el martillo, la multicopista para las convocatorias
ilegales, los estandartes, etc.); cómo aquello a lo que había ser-
vido durante toda una vida —incluso también “en campamen-
tos flotantes”, en alusión al exilio— se desmoronaba.
Aunque está claro que lo que cae es un sistema totalitario
e inhumano (Siberia, el psiquiátrico, el partido en todas partes),
pese a que el poeta era conocedor de lo que regía tras el lla-
mado “telón de acero” (“lo sabía pero no hacía nada, yo lo
sabía”), el objeto del poema no es humillar al anciano poeta,
sino mostrar su frustración y soledad, discriminar al mundo en-
tero que festeja al ideólogo solitario que llora y, ante todo, se-
ñalar que el hecho de la fe —independientemente si aquello en
lo que creemos resulta una alucinación, una mentira o, aún peor,
una mentira homicida— es lo que salva la integridad del hom-
bre, profundiza su memoria y confiere esencia a su existencia.
Por eso, el poeta confiesa al final de su poema que “la
única revolución que existe es el Otro”. Promete regresar, aun-
que mientras tanto se pierde dentro de un televisor: la realidad
icónica reemplaza la vida, el mundo utópico de la ideología es
sustituido por el mundo improcedente y de falsas ilusiones del
consumismo. En el nuevo medievo, cuyo comienzo marca el
final de la fe (1989) —y no solo de la política, sino de cada tipo
de fe—, no hay ya riesgos morales, por eso “la manta de cua-
dros en el suelo” resulta “una tabla de ajedrez vacía”. Posi-
blemente tampoco antes existieran tales riesgos, pero sí el deba-
te y el conflicto en torno a ello. Ahora tenemos que esperar
la nueva “primavera del cuerpo”, frase de Marcus Minucius
Felix que deja abierta al final del poema la perspectiva de la
esperanza, ya que el poeta entra en el mundo de la televisión
prometiendo que va a regresar. Hasta entonces…
[Virginia López Recio]

155
Aquel invierno, en la misma Roma y sus alrededores ocu-
rrieron muchas cosas sobrenaturales: un niño de seis meses,
nacido de padres libres, gritó “¡Victoria!” en el mercado
de verduras; un buey se había subido a la tercera planta de
un edificio en la zona del mercado y, entonces, espantado por
el alboroto de los vecinos, se lanzó al vacío; en Lanuvio un
cuervo revoloteó en el templo de Juno y se posó sobre su
lecho; y en Piceno había caído una lluvia de piedras…
Tito Livio, XXI, 62

el televisor siempre encendido


como altar fúnebre instalado en la habitación hace años —un fuego
que no calienta, sólo alumbra
tenuemente
hasta los dos sillones y más allá la mesa sin recoger aún con las
migajas,
y un montón de sobras (pues faltamos años) —más atrás se extiende

densa e insidiosa oscuridad


de chirridos llena y un eco permanente de gritos ahogados allí donde
dejó su huella la memoria
al hablar de salas en sanatorios públicos, Kapsalona y Ai Yanni,
graneros de ensueño, fábricas con los pulmones de alquitrán, deportaciones
a paisajes helados,
al hablar de la multitud que espantada bajó las escaleras manifestando
su amor y no las volvió a subir,
del ansia nuestra para adorar a dioses venidos abajo, idénticos a nues-
tras tristes existencias
—anuncios

helada quedó la pantalla, helado el piso


156
como si alguien hubiera dejado la puerta de la morgue abierta
y esa rendija se convirtió en un muro que cae
y trescientos mil hombres se escapan sin demora de la historia
llevando velas encendidas como si volvieran del oficio de Resurrección
vestidos de baratillo, con jerseys apolillados, arrastrando maletas preparadas
aprisa, la jaula con el canario muerto —piensan
en avenidas de Siberia con solitarias gasolineras al alba, frío y abedules
ensangrentados,
en el sonido del teléfono retumbando en las paredes de cemento
del psiquiátrico, nadie lo cogió y se quedaron con la duda de si los
estaba buscando Stavroguin —piensan
en ciclistas del partido pasando bajo las ventanas del partido con los
rojísimos geranios del partido
en decapitadas iglesias con sus campaneros inconsolables
en proclamas por la radio, soviets invictos, para afeitar a Stalin
y en el viento perennemente arrastrando periódicos del 36 en un
camino de tierra —“como entonces”

dijo el anciano despertando del letargo (que allí habían ido a buscarlo
con linternas, antorchas y armas)
recogió del suelo la manta, se la echó sobre las piernas, tenía frío
“igual que entonces”, un cuerpo desembarcado pudriéndose
en campamentos flotantes, columnas inacabables y fajinas junto a las
alambradas
—todos ellos estarán ahora decididamente muertos en una probable
San Petersburgo, hasta hace dos horas Leningrado, si lo hubieran
sabido
si Pedro, Juan, Elías lo hubieran sabido entonces
157
no pasaríamos hoy lista a los enterradores, tampoco contaríamos profetas
remunerados
se enciende y apaga la memoria, sube y baja vaguadas, se defiende
y en la fotografía estás tú sonriendo con toda la familia del zar,
detrás y al fondo
los pavorreales
(quédese su mansión deshabitada)
que a nosotros nos heredarán
otras aves

más humildes
—power off
en lugar de pedir perdón

se oscureció la habitación confirmándose la noche que lo posee


en vez de experiencia indisciplinada vejez, en vez de sabiduría esas
repetidas ofuscaciones de su soledad
de donde a menudo afloran con toda su fabulosa vaguedad
las antaño para él sagradas Babilonias —en ellas vio
los estandartes de las barricadas de mayo arrumbados contra la pared,
hasta sus sombras se habían desteñido
consignas pintadas sobre otras consignas en muros reescritos que parece
los mantienen en pie solo las letras
y por eso con la luna llena se quedan los edificios en meras fachadas
como decorados de cine —asimismo vio
en los rudimentarios patios tendidas en el alambre para secarse las
camisas ensangrentadas iguales a pieles de animales
y entre las ortigas en la basura: un martillo oxidado, la multicopista y
como un cacharro viejo
158
la palangana plateada de las purificaciones donde dicen que una vez
también Pilatos se lavó las manos
y si en la Historia ha quedado su nombre se debe a ella
que relegada ahora espera en las tardes a los niños
para ser en sus manos aunque sólo sea un pequeño címbalo estridente,
y de nuevo se oiga su voz
“yo sabía y no hice nada, yo lo sabía”, palabras vertebrales de una
alimaña desconocida
cuya espina dorsal mascullan los perros con desgana a la puerta de
los viejos mataderos de Guicio
y al mismo tiempo que la noche cubierta de vendajes lo va envolviendo
con sus enfermedades, él
echa a correr por senderos engañosos, portando con ansiedad la
antorcha para encender la televisión
y se vayan los dragones de escamas viscosas, que se vayan
porque en ningún momento fueron del todo imparciales con él

—televisión

fuera, tras la ventana cae rodando la cabeza cortada de la luna, dentro


la habitación hasta arriba cubierta con hojas de tabaco y el muro
cayendo a cámara lenta una y otra vez, oh noche disparatada cómo es
que te has quedado sin pasado y tus gentes
bailan, se abrazan, en sus bolsillos y en bolsas de plástico meten piedras
y cascotes como recuerdo
el imperio se desmorona
—“todo cae al final” fue lo que dijo volviendo a coger la manta del suelo
“la cuestión es quién coge las llaves”, los otros
hacen ondear improvisadas banderas, cuelgan grandes sábanas
159
blancas en los balcones, se preguntan qué dirá mañana el
Pravda
encienden hogueras rituales, escuchan a Rostropóvich y se enamoran,
al mismo tiempo
que un soldado novato con los ojos enrojecidos grita “desertores”
—“¿se dirige usted
a mí, señor?” y aprieta los puños con ira

—anuncios

“hay un malentendido”, volvió a pensarlo, “yo soy en realidad


de otra época y un enamorado de balas,
de lluvias tóxicas, de sepulturas de héroes, y sin embargo
la única revolución que existe es el Otro. Esperemos un poco más y
llegará
la primavera del cuerpo. Entonces
volveré”.
Avanzó taciturno dentro de la pantalla, un bosque los anuncios, las
series, los programas, tomó por la empinada senda,
en un paisaje invernal sembrado de improvisadas tumbas alguien
cavaba con sus manos la tierra pero a él no lo vio
invisible siguió avanzando entre los ausentes dejándole
al viento el encargo de repetir susurrando su testamento:
expectandum nobis etian corporis ver est, expectandum—

Y la manta de cuadros en el suelo, un tablero de ajedrez vacío.

160
La vigilia de la aldea

Por quien doblan las campanas

E DUARDO C HIRINOS

Luis Arturo Guichard, Campanas subterráneas, Aldus/Universidad de Ciencias y Artes


de Chiapas, México, 2012, p.

La cita del poema que da título a este promete la condición del poeta, cuya
nuevo libro de Luis Arturo Guichard1 función también es percibida como ino-
habla de campanas “que bajan de lo al- perante:
to de las iglesias / cansadas de la altura
y de los techos /y cavan en la tierra fuer- Soledad de la campana.
temente: / se transforman en campanas Le dice adiós al tañido.
Último son de su bronce,
subterráneas”.2 Estos versos pueden ser flecha ardiente en el silencio.
leídos como la queja de un instrumen- Vaga en busca de los ecos
to cuya función (dar la hora, anunciar —pero nadie le contesta.3
nacimientos y muertes, el advenimien-
to de alguna festividad o alguna catás- Situadas en las alturas donde transmi-
trofe) es ahora inoperante y ha decidido tían la belleza de su canto, las campanas
anunciar sus sones debajo de la tierra. deciden habitar los reinos subterráneos
Leída al lado del poema 23 de Escena- en busca de la verdad, transformándo-
rios, de José Emilio Pacheco, la queja se en una alegoría del poeta de nuestro
adquiere un sentido simbólico que com- tiempo. ¿Desde dónde cantar sino en la
soledad de las profundidades, sin espe-
1
Guichard ha publicado anteriormente rar a que nadie conteste?
Los sonidos verdaderos (México, 2000), Na- Cada uno de los siete poemas de Cam-
die puede tocar la realidad (Béjar, 2008), panas subterráneas plantea el conflicto
Versión aérea (Barcelona, 2010) y la antolo- entre “palabra pensante” y “palabra
gía personal Lo demás queda al azar (Cáce-
res, 2011). 3
José Emilio Pacheco y Vicente Rojo, Es-
2
Estos versos pertenecen al poema “Or- cenarios, Galería López Quiroga, México,
den de cosas”, de Rafael Courtoisie. 1996.

161
poética” que desgarra la poesía con- convivan estas cuatro poéticas? Esto es
temporánea. Si, como recuerda Giorgio precisamente lo que ocurre en Campa-
Agamben, “la escisión de la palabra se nas subterráneas.
interpreta en el sentido de que la poe- Esta convivencia afecta las imágenes
sía posee su objeto sin conocerlo y la del libro, particularmente a dos que lo
filosofía lo conoce sin poseerlo”,4 este recorren obsesivamente: la piedra y el
libro se propone como un escenario don- círculo. “Se trata de caer, de hacerse
de un hablante-filósofo se enfrenta a piedra y buscar las piedras del fondo
un hablante-poético. Pero lo inquietan- porque en el fondo está lo pesado y en
te es que no se trata de dos hablantes la superficie lo liviano.” Estas palabras,
diferenciados, sino de un solo hablante que dan inicio al primer poema, funcio-
desgarrado y único. nan como una declaración de princi-
El conflicto enunciado por Agamben pios, pero también como una definición
nos sitúa ante dos oposiciones que atra- del movimiento al que aspira el hablan-
viesan y articulan este libro. El prime- te: la piedra en estos poemas abando-
ro tiene que ver con la propuesta de na su condición muda e inmóvil para
Northrop Frye en La escritura profana: adquirir vida propia:
la poética del ascenso frente a la poéti-
ca del descenso. Si la primera conduce Darle la vuelta a la piedra porque esta-
al artista a las alturas en busca de la mos en la hora de los/círculos, aunque las
piedras, ya se sabe, no nacieron para el/
belleza, la segunda lo obliga a internar- círculo (tampoco nacieron) se les da sólo
se en las profundidades subterráneas la línea, el ángulo/no es su hábitat, gol-
en busca de la verdad.5 El segundo se pean recto y sin swing, no se adaptan/
encuentra vinculado con las reflexiones bien a los puntos suspensivos, no tienen
filosóficas de Gastón Bachelard acerca matices, pues, sólo/grietas caprichosas que
de la imaginación aérea (que de algún cuentan una vida complicada, como/vale
modo se vincula con la poética del as- la pena, sólo aristas de carácter volátil
que golpea sin/dialogar: ya te he visto,
censo) y la imaginación acuática (que
buzo, carnada del hipotálamo que/está
se vincula con la poética del descenso). allá arriba, en la cama, rendido de ante-
¿Es posible que en la obra de un poeta mano a sus/círculos, buzo, sumérgete y
pelea.
4
Giorgio Agamben, Estancias. La palabra
y el fantasma en la cultura occidental, Trad. Este fragmento del primer poema
Tomás Segovia, Pre-Textos, Valencia, 2001. (“Noche abajo”) resume la condición
pp. 11-12. simbólica de la piedra: de ellas se enun-
5
Northrop Frye, La escritura profana, cia que están fuera del universo donde
Trad. Edison Simons, Monte Ávila Editores, habitan círculos y ángulos, que “se les
Caracas, 1992. da sólo la línea” y que no se adaptan

162
LA VIGILIA DE LA ALDEA

bien a los puntos suspensivos. Estos Los “números que no quieren suma”
enunciados, sin embargo, son desmen- son equivalentes a las palabras que no
tidos en el subtexto, pues la piedra es quieren sintaxis, que se niegan a in-
perfectamente capaz de crear círculos gresar a un orden regido por la culpa:
(cuando cae en el agua por ejemplo), del los puntos suspensivos que “numeran” los
mismo modo que el tañido de la campa- fragmentos escapan a cualquier orden
na genera la imagen del sonido como y se ofrecen figurativamente como una
círculos concéntricos. Por otro lado, su sucesión lineal de piedras. ¿Se trata,
falta de adaptación a los puntos suspen- acaso, de poemas “independientes” que
sivos se encuentra en entredicho con reclaman ser leídos fuera del orden
la curiosa manera de numerar los frag- que propone el libro? Nada de eso. Los
mentos que componen estos poemas: siete poemas de Campanas subterráneas
en vez de la esperada numeración ordi- dialogan entre sí reclamando una lec-
nal hay puntos (un punto para el primer tura en conjunto, pero esa lectura está
fragmento, dos puntos para el segundo, ensamblada por un complejo sistema
etc.) de modo que nos hallamos ante una de ecos, círculos concéntricos y espe-
puntuación cuyo suspenso crece confor- jos textuales con los que hay que estar
me avanza la lectura. Este reemplazo muy atentos.
implica una concepción particular del El proceso de ensamblaje de estos
número en relación al modo en que es- poemas cuenta con dos personajes que
tos poemas desean ser leídos. En el poe- encarnan el sistema de oposiciones al
ma ··· de “Planetas” el hablante se que me he estado refiriendo: el buzo, que
pregunta “¿qué hacer con unos núme- se interna en las profundidades acuáti-
ros que no quieren suma?” La pregunta cas, y Simón el Estilita, que busca la
no tiene respuesta, pero sí presuposicio- ascensión a través de una columna de
nes: se trata de números que rechazan piedra. Que el buzo y Simón son dos ca-
su condición cuantitativa y aspiran a un ras de un mismo personaje se revela
valor cualitativo, como ocurre con las pa- en el intercambio de particularidades
labras en los poemas. En el fragmento que definen las oposiciones, que distan
· de “Duermen furiosamente”, el ha- mucho de ser rígidas. A muchos sor-
blante ordena a su atribulado interlocutor: prenderá que sea en las profundidades
el agua (y no de la tierra, como cabría
Ven a la sintaxis y ordénate, el mundo te esperarse) donde el buzo se sumerja
está esperando/para que vueles en torno
en busca del saber, y que el ascenso de
a nuestras culpas. No hay/colores, sólo hay
orden en los números —si es que el cero/ Simón se dé a través de la piedra (que
no está suelto— y como ya lo dijo Parra asociamos normalmente con el mundo
—o no lo dijo, pero lo pensó— las letras subterráneo). Esta sorpresa está auna-
tampoco tienen orden, son hormigas. da con el hecho de que ambas búsque-

163
das también se intercambien: el buzo del ojo. Estas imágenes provienen tan-
persigue la belleza en la forma actua- to de la experiencia diaria como de la
lizada de Narciso y sus dobles. No se experiencia cultural. O, mejor dicho,
trata de la contemplación individual de hace que la experiencia cultural no se
su belleza, tampoco de la belleza del distinga de la experiencia diaria. Por
mundo de la cual él es el centro. Lejos esa razón, ambas se entremezclan libre-
del Narciso de Bachelard por el cual mente a lo largo del libro. El poema
“es todo el bosque el que se mira, todo ······ de “Noche abajo” empieza con la
el cielo el que viene a tomar concien- curiosa imagen del buzo que llega a un
cia de su propia imagen”,6 este buzo- café “con la escafandra llena de li-
Narciso no busca el agua-espejo, sino que bros”. Estamos frente a un buzo que lee
cae en él “por costumbre o por oficio”: y mira, pero no habla: la creación del
discurso de otro que lo sentencia y de-
No, el agua no te busca,/tú caíste, por fine.
costumbre o por oficio todos caen o qui-
zá sólo/porque en el fondo saben que
La contraparte del buzo es Simón el
verán algo, un espejo, una/pantalla, lo que estilita. En él se suman los símbolos (en
sea cóncavo que hay adentro, los colores/ apariencia contradictorios) de la piedra
enloquecidos, la flama, una bandada de y el círculo, del ascenso y del descenso,
cotorros, lo que/hayan perdido en el cami- del saber divino y la docta ignorancia.
no, los juguetes, los desvanes,/los pelos
erizados, sí, estamos hablando del fondo No pidió el privilegio de la piedra. Simón
del ojo,/el cristalino, sí ¿adónde más crees vio en la arena la/única materia válida
que caen las/cosas buzo imbécil? para el amor, la humilde, la siempre vi-
(Fragmento ··· de “Noche abajo”) va./Se confió en ella con la fe provisional
del eremita, del que no/cree en las ban-
La profundidad acuática está en el deras que arrastra por el desierto. Simón,/
ojo que la ve, en el cristalino donde se Simón, ese fue el nombre que le dio la
hunde el buzo sin saberlo. La mención arena. Del anterior, su/nombre de nacido
al cristalino (parte del ojo que permite bajo el sol, ya no se acuerda. La arena
lo/llevó a su trono, le mostró el camino
enfocar objetos ubicados a diferentes
hacia arriba y le dio la/columna. Simón,
distancias) le otorga a la máscara del Simón, le dijo un día más claro que otros,
buzo no solamente su cualidad de zoom, no/hay nada fuera del desierto, esto es to-
sino su capacidad para fijar imágenes do lo que hay que/saber. Toma tu cuer-
y permitirles “caer” en la interioridad da y sube. Aquí arriba está todo: estás
ya/tú y no lo sabes.
6
Gastón Bachelard, El agua y los sueños. (Fragmento · de “Simón el estilita”)
Ensayo sobre la imaginación de la materia,
Trad. Ida Vitale, Fondo de Cultura Econó- A semejanza del buzo, Simón se en-
mica, México, 1978, p. 44. cuentra atado a la superficie por un

164
LA VIGILIA DE LA ALDEA

cordón umbilical: la columna de 18 me- cuentra en las alturas, tiene en Simón


tros que ordenó erigir para estar más un carácter proselitista que en mucho se
cerca de Dios equivale a la manguera asemeja al del poeta contemporáneo:
(el “sedal que no se ve”) que se conec-
ta a la escafandra. A esta semejanza se Éste es mi reino, dijo, el de la campana
añade otra: Simón mira (en lo alto de la subterránea./Y llamó a los fieles a oficiar
columna su visión es aérea y escópica) bajo los caminos. Rápidamente se/le atri-
buyó la vista de Linceo y se dijo que veía
pero no habla ni es consciente del va- bajo tierra y/bajo los ojos de los hombres.
lor de su movilidad (“Aquí arriba está Él dijo que sólo era el minero/equilibris-
todo: estás ya/tú y no lo sabes”). Estas ta, el aprendiz de la piedra más volátil,
semejanzas se hacen más complejas a la el que veía las/vetas de la nube.
hora de establecer las diferencias, pues (Fragmento ··)
el poema cumple con negar en el sub-
texto lo que enuncia en la superficie: “No El cristalino (el zoom) donde cae el
pidió el privilegio de la piedra. Simón buzo sin saberlo es, en Simón, un po-
vio en la arena la única materia para el deroso lente comparable a los ojos de
amor.” Pero, ¿qué es la arena sino pie- Linceo, personaje mitológico cuya pro-
dra molida y disgregada? Si Jesús nom- digiosa vista le permitía ver a través de
bró a Simón como Pedro (“Piedra”), los objetos: la vista de Simón es capaz
aquí es la arena la que nombra a Simón, de atravesar hacia arriba el mundo sub-
haciéndole olvidar su nombre previo. Es- terráneo hasta llegar a los ojos de los
tamos aquí frente a otro intercambio en hombres. Las contradicciones son evi-
el sistema de oposiciones. Si a la piedra dentes: Simón es minero en la profun-
“se le da la línea”, la columna de pie- didades de la tierra, pero equilibrista
dra sobre la que reza y medita Simón en la alturas; su reino es el de la cam-
(al fin y al cabo una línea ascendente) pana subterránea, pero vive en lo alto
aspira al universo de las imágenes aé- de una columna; es capaz de ver “las
reas del ascenso en busca de la verdad. vetas de la nube”, pero se declara “apren-
Vivir en la columna es, para Simón, la diz de la piedra más volátil”. ¿Cómo
movilidad vertical que se opone a la caí- resolver estas contradicciones? Tal vez
da, su opuesto absoluto. Lo dijo Gastón Fry tenga la palabra: “Existen, por con-
Bachelard: “Claro que existe un viaje siguiente, cuatro movimientos primor-
hacia abajo; la caída, es una realidad diales en la literatura. Son, en primer
psíquica de cada hora, incluso antes de lugar, el descenso desde el mundo su-
la intervención de toda metáfora moral.”7
La orgullosa soledad de quien se en- Ensayo sobre la imaginación del movimien-
to, Trad. Ernestina de Champourcin, Fondo
7
Gastón Bachelard, El aire y los sueños. de Cultura Económica, México, 1982, p. 21.

165
perior; segundo, el descenso a un mun- que me atesoran” (Fragmento ·). Aquí
do inferior; tercero, la ascensión a un la vista de Linceo atribuida a Simón y
determinado mundo a partir del mundo el cristalino del buzo son reemplaza-
inferior; y cuarto, la ascensión hacia el dos más biográficamente por las gafas.
mundo superior.” El ascenso de Simón O tal vez las gafas sean la nostalgia de
se inscribe en el movimiento vertical a una vista perdida (o por perderse) y un
un mundo aéreo (divino) a partir de un Erzast de la máscara del buzo. De ser
mundo inferior del que no puede des- cierta esta suposición, las gafas y la men-
prenderse porque es allí donde lleva a ción a la visita al quirófano para que le
cabo el aprendizaje de sí mismo. Este quiten las dioptrías cumplen una fun-
mundo inferior es el reino donde está ción clave para encontrarnos con el au-
la campana, la “piedra más volátil” que tor oculto detrás de las palabras. Una
tal vez no sea otra cosa que la arena pista se encontraba en la declaración
del desierto. de su edad (“treinta y siete círculos”)
El vértigo de Simón lo hace ver círcu- al final del fragmento ··· de “Simón el
los, y en el remolino de esos círculos estilita”, y otra en el fragmento ······ de
es incapaz de saber si asciende o cae. “Planetas”, donde se permite mencio-
“Estar arriba no es diferente a estar nar su nombre propio y el de un amigo
cayendo”, dice en el fragmento ··· ci- de la infancia (“Planeta Tomás, plane-
tando, no sabemos si voluntariamente, ta Arturo, tantos/planetas de nombres
la pregunta de Vallejo “¿No subimos, que no recuerdo flotando por ahí/ lejos
acaso, para abajo?” (Trilce, LXXVII) y de esta noche”). Estos cameos son im-
la escena de la película Simón del de- portantes, no tanto porque satisfacen
sierto de Buñuel donde el demonio, en una curiosidad biográfica, sino porque
la figura de una joven que juega con el deseo de incluirse como personaje de
un aro (con un círculo), tienta a Simón su propio libro revela otro deseo todavía
a bajar de la columna. El remolino se más radical: el de ocultarse para con-
muestra como un círculo en movimiento, vertirse él también en literatura. De este
la forma pura del cero que se angosta modo, la actividad filológica y acadé-
hasta el punto donde todo desaparece. mica del autor (las menciones a Plotino,
La imagen del círculo tiene en “Pla- a Catulo, a Heródoto, a la Hypneroto-
netas” su dimensión más abarcadora. machia) se alían con sus gustos literarios
Versión magnificada de las piedras que (Hahn, Juarroz, Lihn, Kozer, Caeiro)
numeran los fragmentos de este libro, sin entrar en entredicho con las circuns-
los planetas son círculos que protegen tancias personales, algunas de ellas clí-
y a la vez oprimen: “Noche abajo veo nicas (como las que aparecen al final
planetas dando vueltas en círculo. A/ve- de “Duermen furiosamente” y en “Bar-
ces pienso que me oprimen, a veces, cos, laberintos”), otras familiares, como

166
LA VIGILIA DE LA ALDEA

ocurre en “Noche oscura del hipotála- de la narrativa breve: su capacidad de


mo”: fusionarse con otros géneros y su vo-
cación maleable que permite jugar con
Anoche soñé con un señor flaco que se su estructura y olvidar moldes prees-
parecía a Alberto/Caeiro, guardador de tablecidos en el pasado para buscar
rebaños. Me daba un consejo: “sobre/
nuevas experimentaciones. En los últi-
todo, no confíes en el sol”. Mi hija llamó
pidiendo su biberón y/su perro de pelu- mos años el cuento muy breve, como las
che. Mi mujer soñaba con un señor flaco minificciones, ha cobrado importancia
que/se parecía a mi padre. Le daba un gracias al desarrollo de las redes socia-
consejo: “sobre todo,/duerme liviana de les y páginas de internet. Sin embargo
noche”. Nos levantamos los dos a buscar este género no es nuevo. De hecho, po-
la/leche y el perro. Los dos señores fla- demos encontrar autores del canon na-
cos se quedaron en/silencio, sin saber si cional que se internaron en el terreno
mi hija soñaba también con ellos, bajo
la/forma de un biberón y un perro de de lo muy breve como Juan José Arreo-
peluche. la o Julio Torri, quienes con sus libros
(Fragmento ·) Bestiario y De fusilamientos, respectiva-
mente, mostraron las posibilidades líri-
Además de conciliar la palabra pen- cas y filosóficas de lo breve.
sante con la palabra poética, lo que con- Hablo de estos elementos porque en
sigue esta alianza es despojar al autor Motel Bates, de Yussel Dardón (Puebla,
de su condición biográfica y convertir- 1982), obra ganadora del Premio Na-
lo en el personaje central del libro. cional de Cuento Breve Julio Torri 2012,
Aquel por quien doblan las campanas, podemos encontrar una vocación simi-
aquel en quien conviven el buzo y Si- lar: partir de un trazo condensado en
món de desierto. pocas líneas que, al mismo tiempo, ex-
trae la mayor cantidad de planos sim-
bólicos y reflexivos que llevan la lectura
a un nivel más profundo. En el libro
de Dardón hay varias filiaciones cuyo
Una puesta en escena origen se puede encontrar en Maque-
tas del universo (Some kind of…), su
A LEJANDRO B ADILLO primera obra publicada en 2009 por la
Secretaría de Cultura de Puebla: un ho-
Yussel Dardón, Motel Bates, Fondo Editorial menaje a la cultura pop, la búsqueda
Tierra Adentro/Gobierno de Coahuila, reiterada de la fantasía y la construcción
México, 2013, 74 p. de mundos alternos, mundos-espejo,
en los cuales hay una carga surrealista
Hay dos características que me seducen que acompaña constantemente el tra-

167
bajo imaginativo. A pesar de la fideli- busca impactar al espectador no con la
dad a esta línea hay varias diferencias pirotecnia visual tan socorrida en mu-
entre estos dos libros, la más evidente chas películas sino alimentando el sus-
es la extensión de los textos —mucho penso, dando vida a elementos extraños,
mayor en Maquetas del universo— y aparentemente inofensivos, cuya mal-
una decantación en el lenguaje. En Mo- dad yace escondida y se revela lenta-
tel Bates la prosa es más concentrada mente en la penumbra hasta explotar
y busca ganar por un párrafo cuyo im- por completo. La narrativa también pue-
pacto y tensión se resuelven casi de inme- de usar este artificio dejando huecos,
diato. En la primera obra, al contrario, espacios en blanco, extrañezas que, a
hay un regodeo en la acumulación de lo largo de los párrafos, crean una at-
efectos fantásticos: las historias parecen mósfera de incertidumbre que afecta al
sacadas de la chistera de un mago de la lector en un nivel mucho más profun-
cual puede salir cualquier cantidad de do que cualquier truco que se diluye
cosas siempre y cuando cumplan con su una vez usado. De la misma forma, Yu-
cuota extravagante o su vínculo con al- ssel Dardón enseña poco a poco, viñeta
gún icono pop o fílmico. El riesgo que tras viñeta, minificción tras minificción,
asumió el autor era muy claro: cerrar lo que existe en el motel y, para ello, se
el juego, limitar las posibilidades a una vale de un tríptico conformado por “Mo-
sola reinterpretación superficial, mover tel Bates”, “Detrás de cámaras” y “Ocho
las fichas en un escenario que necesi- estampas para hacer de lo extraño el
taría cada vez más de un lector pro- contenido más trivial”. La primera par-
totipo, un cómplice dispuesto a bucear te es un recorrido por los cuartos del
y, sobre todo, entender a plenitud el cú- motel, una especie de caja de sorpre-
mulo de referencias cinematográficas, sas en la que convergen lo fantástico y
musicales y fantásticas. la muerte. La segunda es una aproxi-
En Motel Bates, Yussel Dardón su- mación, un ejercicio en el que los acto-
pera el riesgo de volver críptica su es- res, director, camarógrafo, entre otros
critura sin renunciar a sus obsesiones: artífices de la película, se convierten
abre el juego y utiliza la fragmentación en protagonistas de su propio asesina-
para crear mundos diminutos que es- to. La última parte es un homenaje a
tablecen lazos, puntos de encuentro cuyo otras películas de Hitchcock como La
origen parte de Psycho, clásica pelícu- ventana indiscreta, La soga o Los pá-
la de Alfred Hitchcock filmada en 1960. jaros.
Aquí vale la pena mencionar la impor- Hecho este repaso, conviene anali-
tancia de esta cinta y las razones por zar cómo el autor construye sus textos.
las cuales el director inglés revolucio- En primer lugar hay que destacar que
nó el terror en la cinematografía: se evade uno de los peligros de la ficción

168
LA VIGILIA DE LA ALDEA

breve: el chiste cuyo filo se desgasta a finalizar el libro. Con esta estructura el
las primeras de cambio o la repetición espectador abandona la pasividad y se
de fórmulas que vuelven predecibles convierte en un paseante que indaga de
las historias. Yussel Dardón no plantea cuarto en cuarto como si se internara
un anzuelo, es decir, un misterio que en una atracción de feria, una casa de
se resuelve en la última línea o, inclu- los espejos. De esta forma, el recorri-
so, en la última palabra; lo que hace es do no es sólo narrativo, es decir, no se
construir la tensión desde la primera basa solamente en la efectividad del len-
frase y, desde ahí, desarrolla una viñeta guaje o de las historias, sino que apela
cuya solvencia radica en una utiliza- a una conciencia visual, a un orden que
ción interesante de elementos fantásti- imita los pasos de un espía, un voyeur
cos que se unen a reflexiones sobre el que abre una puerta para encontrarse
tiempo y el espacio. En cada uno de con algo extravagante, una muerte que
los cuartos de Motel Bates hay un pro- se encadena a otra hasta visitar todos
tagonista sacado de la película que ge- los cuartos.
neralmente se enfrenta a un desafío, Otro aspecto destacable es la inclu-
una amenaza que termina de diferen- sión de un cuento más extenso, “Extra-
tes formas: una muerte absurda, una ños en la noche”, en el que se cuenta
transformación surrealista que termina la vida de un vendedor de tapetes que
de repente. El autor mueve a los per- es despedido. Después de platicar con
sonajes como las figuras en un diora- su exjefe, maneja mientras la lluvia se
ma cuyo aspecto exterior es el famoso estrella contra el parabrisas de su au-
motel y crea pequeñas ficciones para to. Entonces encuentra un cadáver en
cada cuarto: “La habitación de la mujer el asfalto, le roba unas monedas y si-
que gira”, “La habitación del equívo- gue su camino hasta observar, a un lado
co”, “La habitación de las voces”, “La de la carretera, un letrero que indica
habitación de las cuerdas”, entre mu- que ha llegado al Motel Bates. El per-
chas otras. También, intercalados en- sonaje pronto se convertirá en la pró-
tre las habitaciones, hay letreros de xima víctima. Quizá se advierta cierto
advertencia que llevan el título de “Aten- desequilibrio entre este cuento y el res-
to aviso”. Esta vertiente se separa de to, sin embargo, si se enfoca al perso-
los textos con acciones y secuencias naje como el guía que va de cuarto en
claras y se involucra más con otros gé- cuarto, se logrará un efecto más redon-
neros de lo breve como la sentencia o do al tener en mente la probable voz de
el aforismo. Todas las advertencias con- un hombre —exvendedor de tapetes—
tribuyen al ritmo de la lectura y sirven que incluso después de muerto sigue
como pasajes intermedios que redon- reflexionando sobre la vida y la muer-
dean la atmósfera dejada al lector tras te, sobre las decisiones en apariencia

169
inofensivas pero que, en cualquier mo- necesario conocer al detalle personajes
mento, pueden desembocar en una tram- que gravitan alrededor de Norman Ba-
pa. Mientras tanto —en otros breves tes como Marion Crane o Arbogast; in-
párrafos— Norman Bates observa y atien- cluso a las personas reales que estuvieron
de la recepción esperando el momento atrás de la película como el director y
adecuado para intervenir. camarógrafos cuyas decisiones en la
La tercera parte del libro, “Ocho es- producción forman parte de la leyenda
tampas para hacer de lo extraño el y de la especulación. Cada texto busca
contenido más trivial”, es quizá la que su autonomía con un lenguaje preciso
necesita un conocimiento más amplio y, al mismo tiempo, imaginativo, en el
del lector sobre Hitchcock, al referirse que se confunden la áspera realidad de
directamente a películas que, a pesar de un cuchillo entrando en la carne y la
ser clásicos como Los pájaros o La soga, posibilidad de mundos cuyas reglas cam-
no tienen la capacidad de penetración bian constantemente y que parecen ex-
en el imaginario cultural de Psycho. Uno traídos de un sueño o, mejor dicho, de
de los puntos que unifica estos textos una pesadilla.
evitando que sean satélites puestos por
capricho radica en que se mantiene la
línea macabra de los capítulos anterio-
res. Así, tenemos a los actores partiendo
de algún símbolo o de alguna secuen- Un tránsito entre dos tierras
cia conocida y cayendo ellos mismos,
después de un fugaz desarrollo, en el E DUARDO S ABUGAL
papel de víctimas.
Quizás alguien quisquilloso podría Luis Jorge Boone, Tierras insólitas,
considerar excesiva la dependencia del Almadía, México, 2013, 214 p.
libro con el universo de Hitchcock. Sin
embargo —y esto lo puedo asegurar En un cuento de Horacio Quiroga titu-
porque a pesar de haber disfrutado la lado “El ocaso”, al hablar del destino
película no me considero un experto en de un personaje se dice que “No vio o
ella— los capítulos incluidos en Motel no pudo ver su camino de Damasco”;
Bates parten de un personaje, una esce- después, aquel hombre terminará en-
na famosa, pero no se limitan sólo a la frentándose a un extraño fenómeno de
intertextualidad, o a ser un remake, al doppelgänger en relación a una mujer.
contrario, cada texto privilegia su fun- Al margen de aquel cuento y de aquel
cionamiento interno y toma a Psycho hombre, resulta interesante recuperar
como punto de partida o complemen- el concepto “camino de Damasco”. La
to. De este modo no es absolutamente Biblia refiere que, justo en ese camino,

170
LA VIGILIA DE LA ALDEA

Saulo (perseguidor de los cristianos) ex- no sólo como una aventura hacia lo des-
perimentó un suceso sobrenatural en conocido sino como un extrañamiento.
el cual sufrió una conversión que lo de- Son diecisiete cuentos los que con-
jó ciego tres días y le cambió definiti- forman esta antología. De ellos, no to-
vamente la vida. Dicho suceso lo hizo dos escapan al lugar común y muchos
transformarse en Pablo, el futuro após- desembocan en lo anecdótico banaliza-
tol de Jesucristo. De ser perseguidor se do, recurriendo a temas o imágenes sa-
convirtió en perseguido. Así, los perso- cados de la televisión o del cine de terror
najes de los cuentos fantásticos suelen y de ciencia ficción. Aunque podría ha-
experimentar su propio camino de Da- ber cierto interés en ver cómo dialogan
masco, que suele ocurrir de múltiples esos cuentos con soportes no literarios,
formas. En Tierras insólitas, ese cami- terminan por aburrir al apelar a un ima-
no —ese pasaje o ese puente— permite ginario colectivo saturado de viajeros en
justamente hacer que los habitantes de el tiempo, reencarnaciones, demonios,
una realidad (una diégesis, una dimen- vampiros, monstruos, dragones y fan-
sión) sean trasladados a otra mediante tasmas. En algunos de ellos se cree que
la imaginación, el sueño, el deseo, la basta con decir lo sobrenatural o impo-
culpa, la obsesión o la magia. sible, en lugar de pensarlo o problema-
El reto de un cuento fantástico no es tizarlo. Casi siempre las tierras insólitas
tanto describir lo insolitus sino confi- recreadas en este libro tienen que ver
gurar un rito de paso, un camino hacia con pares de opuestos a partir de tierras
lo insolitus y narrar ese deslizamiento, conocidas; así tenemos: Vigilia/Sueño,
ese viaje o vaivén entre lo insólito y lo Vida/Muerte, Visible/Invisible, Huma-
no insólito. Una de las virtudes del es- no/Inhumano, etc. Sin embargo, dichas
critor de cuento fantástico es la capaci- oposiciones han terminado por reducir-
dad para descubrir un tránsito entre se en fórmulas demasiado utilizadas en
dos tierras (la lógica, habitual y firme) la historia de la literatura fantástica.
y la insólita que, según su etimología Por lo demás, el descuido del len-
latina, designa algo raro y extraño, y al guaje en algunos de los cuentos convier-
mismo tiempo algo desacostumbrado. te las tramas en ocurrencias contadas
Romper lo cotidiano, lo acostumbrado, al vuelo o con un tono equívoco. Sin em-
lo habitual y familiar, para volverse otra bargo se cuecen aparte seis cuentos que,
cosa. Lo siniestro en Freud no es algo además de su calidad literaria, consi-
ajeno y extraño en sí mismo, sino que guen “expandir los lindes del cuento
es lo familiar, lo ya conocido, converti- fantástico” y logran “hacer honor a un
do en extraño. En ese sentido, el tran- género laberíntico”, como escribe Luis
sitar hacia tierras insólitas, hacer el Jorge Boone en la nota previa que abre
camino de Damasco, deberá entenderse el volumen.

171
En “Mogo”, de Alberto Chimal, la pedado en un viejo departamento ati-
capacidad de traslado hacia otra tierra borrado de secretos. Una puta de nom-
insólita ocurre mediante el sencillo ges- bre Praga, un muro que es al mismo
to infantil de cerrar los ojos: en los ojos tiempo una ventana, el satanismo de la
cerrados existe otro mundo. El cuento música, un entorno solitario y decadente,
contrapone el territorio del recinto fami- conforman este cuento redondo, cons-
liar al de la calle y el de la ceguera lú- truido con un gran manejo del lenguaje
cida al de la videncia cotidiana. El tono y de voces, un cuento simétrico y dio-
sencillo y la focalización desde el per- nisiaco, como un jardín interior.
sonaje niño, además de hacer interesan- En “Regalos”, de César Silva Már-
te el cuento, encubren temas profundos quez, los libros son la frontera fantas-
como el de la incomprensión de los adul- mal entre dos terrenos aparentemente
tos hacia los niños y el del abuso infantil incomunicados. Los lomos de los libros,
(el personaje siniestro de Mogo somete el diálogo epistolar abandonado entre
y maltrata a los niños). ¿Por qué cie- sus hojas, lo inconcluso del diálogo en-
rran los ojos algunos niños? Chimal tre los amantes más allá de la muerte,
parece contestarnos fantásticamente sin se imponen sutilmente poco a poco en
renunciar a la denuncia de un hecho una atmósfera hogareña, cotidiana. En
cruel y alarmante para la sociedad. este cuento se olfatea el cigarro de un
En “Carne”, de Omegar Martínez, difunto que regresa a la parte preferi-
hay una eficacia narrativa que demues- da de su librero y una cita velada a esa
tra que la brevedad puede ser más con- Leonor que nunca más podrá ver el
tundente que la verborrea que opera hombre atormentado. Los libros como
por acumulación. Lo pornográfico y la anclas y pasaportes, amurallando el con-
tecnología tejen la patología de un ex- tacto con los otros.
celente simulacro. Obsesión de pantalla, “Mar de la tranquilidad, océano de
explorada inteligentemente, para crear las tormentas”, de Bernardo Esquinca,
la sensación de irrealidad o de realidad explora de forma fantástica el suicidio,
imposible. Fatal como una película de la esquizofrenia y la locura, dotándolos
David Lynch, el cuento se resuelve jus- de otra realidad. El cambio de parala-
to al final, obligando al lector a rebobi- je le permite a Esquinca dimensionar
nar los acontecimientos y a explicarse la ausencia, el no-ser, y reducir a bo-
algo desde la lógica de otro territorio. cetos borrosos el lado visible de las co-
En “El jardín interior”, de Luis Jor- sas. Las metáforas visuales (telescopio
ge Boone, resuena Kafka y sus odradek, de voyeur y de astrónomo) construyen
pero también los doppelgänger malig- narrativamente un camino a Damasco
nos que resucitan de un pasado para en donde el lado oscuro de la luna ejer-
seguir acosando a un violonchelista hos- ce una influencia insospechada para que

172
LA VIGILIA DE LA ALDEA

opere un cambio, una transformación. de luz) pero vistas desde otro sitio: nue-
Un par de hermanos gemelos y un astro- vo cambio de paralaje. Pablo, la som-
nauta pintor contrapuntean la obsesión bra de Saulo. Las ventajas y desventa-
por contar que Esquinca y su narrador jas de saber descifrar las sombras son,
despliega conforme avanza el cuento. en el protagonista, hechos narrados casi
Aunque no aparece la palabra lunático, de forma neutral. Sin embargo, adverti-
está siempre presente en el delineado mos en el narrador en primera persona
del personaje. Aquí no hay monstruos una lógica mental digna de algún perso-
ni vampiros, ni navegantes de aguas oní- naje de Allan Poe. El conflicto aparece
ricas, aquí sólo se insinúa (y por eso es con una urgencia, la de atrapar la som-
mucho más eficaz) aquello que quizás bra de una mujer. Esta empresa se im-
existe en el lado oculto de la luna y que pone como tarea obsesiva y lunática en
telepáticamente emite comunicaciones la mente insólita del hombre.
con la Tierra. Lo fantástico aquí es hu- Queda hecho el llamado para entrar
mano, demasiado humano: Armstrong, en el camino hacia estas Tierras insó-
el primer hombre en alunizar, tal vez litas. Dependerá de los lectores juzgar
nunca regresó pero sabe secretamente si, en efecto, las piezas que conforman
lo que se sabe en la oscuridad. ¿Somos esta antología logran renovar los mol-
acaso una plaga contenida en un pla- des de la tradición de esa larga y rica
neta? ¿Algo o alguien aguarda en el la- genealogía de la literatura fantástica.
do oculto de nuestro satélite natural?
Los intentos de la carrera espacial de
la raza humana son leídos casi como
apuntes pictóricos en la mente de un
loco y, al mismo tiempo, como metá- De mero idealismo
foras de nuestra incertidumbre imagi-
nativa y conspirativa. R OSANA R ICÁRDEZ
La misma profundidad, que provie-
ne de pensar el lado oscuro de la luna, Guillermo Fadanelli, El idealista y el perro,
aparece en “Atrapar una sombra”, de Almadía, México, 2013, 146 p.
Francisco José Amparán, en donde un
hombre posee un extraño don metafísi- Poca relación podría establecerse, a prio-
co para leer las sombras, don que es- ri, entre un idealista y un perro cual-
conde una maldición. Lo interesante de quiera. Menos aún si los artículos, en
este cuento es que aquí las sombras no lugar de indefinidos, fueran definidos
son demoniacas ni metafóricas, son sim- pues la especificidad desconcertaría: el
plemente lo que sabemos que son (un idealista y el perro... ¿De quiénes se tra-
efecto de la interrupción de una fuente taría? Fadanelli establece tal relación.

173
El idealista y el perro, de Guillermo por cierta soltura, el texto goza de ma-
Fadanelli (Ciudad de México), es una yor madurez. Si bien existen algunos
segunda vagancia por su pensamien- descuidos-erratas en la forma (así es el
to, continuidad del elogio publicado en vagar), Fadanelli los justifica al decir
2008, aunque recargado pese a mediar, que la perfección y la obsesión son pre-
de él mismo, Insolencia, literatura y mun- tensión. La limpieza no le va. Más allá:
do (Almadía, 2012). Se trata de un libro acusa a aquellos autores demasiado cui-
de ensayos, cada uno a la Michel de dadosos de pedantes y advierte que des-
Montaigne del siglo XVI; un segundo va- confía de ellos: “A ojos de un idealista
gar por el pensamiento, quizá porque la esencia de las cosas o su sentido no
se le hizo costumbre intentar conversar se altera por la presencia de unos cuan-
con el lector para que dejara de ser só- tos accidentes en la superficie: el idea-
lo espectador, quizá porque se le hizo lista sale en busca de su perro y no le
costumbre dejar de lado las notas al pie importa si el camino que debe tomar pa-
de página que la modernidad (y la Santa ra ello es el de la razón, la beatitud o
Academia) ha hecho con el ensayo, qui- las artes.”
zá porque, cansado de las citas riguro- Pero sus descuidos-erratas se deben,
sas, hace lo que le place, o quizá por quizás, a un descuido adrede para jus-
mera madurez. tificar el constante errar en el mundo,
En Elogio de la vagancia (Lumen, nuestro errar; el andar sin rumbo que
2008) advierte ya que el lector tiene en- se traduce en el vagar que, por fuerza,
tre sus manos una introducción. ¿A qué? significa equivocarse sin morir en el in-
A su mente, tal como vaga en el baño tento ya que sólo la muerte, gran tema
o en la cocina, en un parque cualquie- de la literatura, aniquila el error.
ra o cuando corre por Chapultepec y, Para el lector juicioso este compendio
lejos de pensar en los temas profundísi- de vagancia resultará curioso a prime-
mos de la humanidad, se interpela sobre ra vista, en tanto los ensayos no se di-
el desquicio del tránsito, la contamina- viden en capítulos —ese lector juicioso
ción, las mujeres, los engaños, las men- se dará cuenta que no hay índice— si-
tiras y la literatura; a su pensamiento no en subtítulos: dieciséis. (Imposible
arbitrario y vago que pasa de un tema evitar pensar en el Monólogo de Molly
a otro sin mayor justificación que la Bloom, en ese paseo por el pensamien-
voluntad; a su deseo de hablar un min- to vago.)
uto sobre la (inexistente) demencia de Retomo la idea de madurez en su
los bebedores y el otro de la libertad escritura. Paradójicamente, leo en Fada-
de los juicios, de la novela o de la téc- nelli y en su vagancia cierta precisión
nica. No obstante, lo que sucede en El en el lenguaje, mayor holgura y despar-
idealista y el perro es peculiar pues, pajo al no justificar la inclusión de un

174
LA VIGILIA DE LA ALDEA

tema, pero exactitud al hablar de él, a no hubiera previsto: “La literatura ayu-
sabiendas del lugar al que desea llegar. da un poco en tales cuestiones. De lo
Los temas abarcan desde seres vivos contrario estaríamos refiriéndonos a un
(mujeres, jóvenes, perros) hasta la con- oficio inútil. Es diligente adelantarse a
dición humana (pedantería y antipatía), los males físicos antes de que éstos ocu-
pasando por sustantivos escalofriantes pen la casa del cuerpo. (…) Es bueno
que también reflejan esa condición hu- abrir las ventanas y escuchar el sonido
mana (soledad, olvido, soltería, breve- que produce la olla donde seremos co-
dad, placer, censura), sin dejar atrás la cinados.”
literatura y la muerte, ésta de alguna El escritor piensa: mujer-muerte-li-
manera en binomio mujer-muerte. teratura, y descortesía sería no hacerlo
Tal vez sea por cuestión de género si esta mujer-muerte piensa en uno to-
que resulto propensa a hablar de las do el tiempo. La literatura es la invita-
constantes referencias a la mujer —y da para allanar el camino, para dejar
con ello no imploro a las feministas, si- atrás la estupidez humana como una he-
no todo lo contrario—. Resulta curiosa rencia irrebatible; para tener memoria,
la forma en que apela a ella: Fadanelli arma necesaria para enfrentar a los ti-
reconoce su audacia, la que Eva atri- ranos; y para aceptar que lo amado nos
buyó a la serpiente —a fin de cuentas es misterioso y así vivir al menos con
ésta también en femenino—. En “Un co- algunos cuantos cominos de decoro.
mienzo” apunta: “las mujeres pueden El libro es, como todo ensayo, una
hacer el mal desde la quietud o la cal- disección del autor: “le otorgo un gran
ma”; en “Mujeres”: “Con qué ligereza valor al hombre mediocre que no hace
son capaces de declarar su amor a una daño a nadie y que considera que su
persona a la que no ven desde mucho presencia casi todas las veces es inne-
tiempo atrás. Escriben a hombres idea- cesaria”. ¿Falsa modestia? ¿El autor se
les, que no concretos” y “Si creemos tira para que el lector lo levante? Des-
en la existencia de las mujeres, tene- conozco la respuesta, pero no en vano
mos en consecuencia que depender de coloca estas palabras en el apartado ti-
la muerte”. tulado “Mujeres”, precisamente en el
Mujer-muerte-literatura, en trinomio, fragmento donde describe la relación
más arte. ¿De qué más podría hablar que existe entre el hombre inclinado al
un escritor? La literatura en tanto ma- bien con sus obsesiones personales, en
nifestación artística capaz de plantear la descripción del vanidoso, el cobar-
escenarios y de permitir que el escritor de, el fantoche versus el humilde, el
se camufle, por minutos, de pitonisa. bueno, el que pasa desapercibido. ¿Se
Humillación resultaría ser objeto de des- trata de Fadanelli? Claramente sí y no:
gracias que, a través de la literatura, sí, porque es la descripción que hace de

175
un hombre bueno cuya humildad mere- lo escuche y quizás asienta para con-
ce reconocimiento. No, porque perte- cluir dándole la razón. Porque, ¿qué es
nece al idealista y no al real, pertenece un ensayista si no un afanoso con áni-
a la descripción del que ha reflexiona- mos de convencer al otro de su razón?
do y, concienzudamente, define el obje- A diferencia del francés en la edición
to, sin el vacilamiento del vagar, sin la de sus Ensayos completos, este mexica-
desmesura del impulso, sin la origina- no no advierte al lector que lo que tiene
lidad del que se enfrenta por vez pri- en las manos “es un libro de buena fe,
mera a lo desconocido, sin el ímpetu hecho para hallar en él rasgos de su
irreverente del primerizo que se avien- condición y humor, con defectos e im-
ta por no quedarle opción de recular. perfecciones y modo de ser, sinceri-
Sin duda —ahora que lo pienso, me dad”, pero más vale que el lector esté
gustaría creer que es sin duda— el lec- consciente de la falibilidad de un libro
tor apreciará la ausencia de citas rigu- de ensayos.
rosas y, a la vieja usanza, el uso de la
memoria de Fadanelli cada vez que el
tema le refiere una lectura o un autor. A
eso llamo madurez, a la ausencia de mie-
do por justificar pues para ello está la
Academia (y aún así). En la literatura, el Ensayar la nada
lector confía en el autor, una vez signa-
do un pacto que compromete a enunciar
no sólo verdades sino verosimilitudes. I SAURA L EONARDO
Me parece que el desparpajo de Fa-
danelli en el ensayo es similar al “no Brenda Ríos,
os afanéis por el día de mañana, por- Empacados al vacío. Ensayos sobre nada,
Calygrama, México, 2013.
que el día de mañana traerá su afán.
Las canciones pop hacen pop en mí.
Basta a cada día su propio mal” de Ma-
Ensayos sobre lo cotidiano, lo superfluo y
teo (6:34), afán acusado ya por Séneca
lo ridículo, Instituto Veracruzano de
en la epístola 98 cuando apunta: “Des- Cultura, México, 2013.
graciado es el ánimo al que el futuro
inquieta.” Y justamente por ello, Fada- Yo estaba empeñado en no ver
nelli no se ofusca si a alguien no le lo que vi, pero a veces,
gusta su estilo. El libro está más hecho la vida es más compleja de lo
para él que para los demás, para es- que parece.
tablecer una conversación con él, aun- Jorge Drexler
que, como todo ensayista, albergue la
esperanza de que del otro lado alguien Brenda Ríos (Acapulco, 1975) ha publica-

176
LA VIGILIA DE LA ALDEA

do este 2013 dos libros con dos editoras que es el blog virtual de notas frente a
diferentes, Empacados al vacío. Ensa- su hermano mayor, el libro impreso, y
yos sobre nada, con Calygrama (Que- que le dificulta a la propia Brenda Ríos
rétaro) y Las canciones pop hacen pop ceñir sus márgenes genéricos.
en mí. Ensayos sobre lo cotidiano, lo No es superficial que la autora aso-
superfluo y lo ridículo, con el Instituto cie a su escritura el término pop y que
Veracruzano de la Cultura. Comienzo considere sus textos ensayos sobre el
a leer Las canciones pop… y siento que ridículo, la nada, el aburrimiento y la
ya lo he leído. No, no es la sensación cotidianidad.2 Frente a la solemnidad y
que da un déjà vu ni la resonancia de especialización del ensayo académico,3
estilos e influencias que pudiera reco- Ríos antepone la rutina, el pensamien-
nocer en el estilo de Ríos (aunque los to suelto, la libre asociación, el apunte,
hubiera y aunque pudiera reconocer- la miscelánea, el pensamiento a ras de
los), es que de hecho ya he leído algu- presente y tedio, con momentos de po-
nos de los textos. Brenda Ríos sostuvo derosa lucidez y decidida belleza. Visi-
en solitario durante muchos años el blog tar “Calle Alta 25” era visitar, en efecto,
“Calle Alta 25: Acapulco Sunset Room”, un laboratorio de escrituras cotidianas,
del que fui fiel seguidora, y que ahora simples, breves, profusas de actualidad,
se ha mudado a la plataforma Tumblr pero poéticas, indudablemente literarias
(http://callealta25.tumblr.com/ page/3), y profundas de un modo que va de lo
y también mantuvo junto con el escri- superfluo al existencialismo más duro:
tor Ernesto Priego (radicado en Lon- desprovistas de pretensión e hiperre-
dres) una especie de epistolario virtual flexividad.
o un proyecto de diálogo/escritura a El de Brenda no era un blog perso-
cuatro manos en tiempo real, llamado nal en sentido estricto, sino la estruc-
“Los reduccionistas” y que se puede vi- tura expuesta de una libreta íntima pa-
sitar en Wordpress (http://losreduccio- ra ser leída, el diario de una escritora.
nistas.wordpress.com/), y todo esto me Un Work in progress, un hermoso edi-
parece necesario resaltarlo. Ver esos tex- ficio en construcción de esta urbe que
tos reunidos en un volumen en papel la seduce y agota. Y todo eso está en
me alegra, me congratula, no porque ha-
yan abandonado el formato “líquido, 2
Como tampoco lo es el epígrafe de Ri-
breve y temporal”1 donde surgieron, si- cky Martin que abre uno de los volúmenes.
no sobre todo porque no perdieron la 3
En el que Brenda Ríos se mueve con
huella impúdica de ese formato menor bastante autoridad. Véase su Del amor y otras
cosas que se gastan por el uso. Ironía y si-
1
Parafraseo impunemente a Zygmunt Bau- lencio en la obra de Clarice Lispector (Fondo
man, de Modernidad líquida (FCE, 2003). Editorial Tierra Adentro, 2005).

177
Las canciones pop..., sin que en su blog como laboratorio de escritura, por
crossover haya sacrificado la impronta un lado. Pero también el aburrimiento
de momento de luminosidad que de su- de nuestras vidas deslavadas de ciuda-
yo le pertenece. Verdades como peces danos del Occidente civilizado, y en
siguen nadando por el libro como na- apariencia inmune al hartazgo, como
daban antes en su no-lugar virtual: “No materia viva de la escritura literaria;
te dije que no creía en nada. Pero sa- sin depurar, sin filtro pero con trabajo,
lieron de mí las verdades como perros con tachaduras, reescrituras y silencios.
liberados”, “La seducción es un ejer- Ambas cosas entrecruzadas, como no-
cicio de voracidad”, “Esto que te es- sotros nos entrecruzamos en el punto
cribo/te digo es un conjuro. Porque las donde convergen las redes sociales y
palabras mueven cosas.” la vida. La vida que editamos para ser
“No podría escribir sobre el amor. Es vista por otros y la vida que musitamos
un concepto gastado por las orillas, por a diario donde nadie nos oye, donde na-
arriba, por abajo, desde el centro has- die nos ve. Antes de rayar en el cliché,
ta afuera. Es más, no sabría por dónde porque camino por el filo, estos libros
empezar. Podría describir la atmósfera de Ríos me han puesto a pensar en dón-
de los amantes, podría”, nos dice, es de es que surge la escritura, quiero de-
decir, nos dice que no puede escribir y cir: ¿estos textos de verdad surgieron
escribe cómo no puede hacerlo. Las can- en el blog como dije arriba o existían
ciones pop… son este laboratorio-trampa, antes, acumulados, en el músculo don-
este rodeo, esta imposibilidad encarna- de se gestan las palabras del poeta, del
da que es la escritura, un simulacro y escritor?
ahí precisamente radica su valor. Este Este mismo tema es el que sobrevue-
libro es sus propias orillas, aquello que la los textos de Empacados al vacío :
en otro tiempo, otro formato, otra ciu- ¿dónde nace la escritura?, ¿para qué?,
dad habría sido filtrado para dar lugar ¿importa? Tomo este fragmento de Em-
a una prosa de lo que debe y puede de- pacados…: “Los escritores se alimen-
cirse, de aquello digno de ser escrito y tan de sueños diversos: los propios y los
publicado, una narrativa ficticia en el ajenos (…) Hay dos tipos de escritores:
más estricto sentido de la palabra, pero los que uno lee y los que uno desea co-
no personal y ni siquiera propia. Porque nocer. (…) Creemos en la persona-obra.
uno puede poseer lo que se inventa o No aprendemos a separar al que crea
despojarse de lo que vive. y al que es. Y vamos por ahí pensando
Brenda Ríos escribe parada en un que los escritores son buenas personas
vórtice que todavía no alcanzamos a porque hacen personajes, o que viven
comprender, que vivimos todo el tiem- bien porque hablan de la vida, o que res-
po pero que no hemos asimilado. El piran y visten de una forma sublime.”

178
LA VIGILIA DE LA ALDEA

A Ríos le preocupan las figuras del ar- “Vivir es caminar las mismas calles
tista y del intelectual, la inquietan esos durante mucho tiempo”, Ríos lapida con
personajes anacrónicos y macabros a la sus sentencias, condena, contra todo he-
vez y los canibaliza: “Quizá, entre la hor- raclitanismo posible, a una vida de diario
da de jóvenes y viejos de jeans y tenis acontecer, de rutina, de caos cotidiano,
converse o botas de montaña (aptas para pero ilumina y desplaza con un poco de
la lluvia) y sus anteojos de pasta, que dis- humor (tan poco ejercitado en la litera-
cuten y discuten el qué del arte, el cómo tura actual): “Antes de despertarme la
del arte, quizá haya verdaderos, simples, angustia ya está lavando los trastes…”
despojados artistas. Quién sabe.” Y de En fin: estos dos volúmenes de Bren-
este modo, en esta ironía, quizás ella da Ríos pueden ser leídos a partir de
misma exorciza sus propios temores. varias notas; sin embargo, en ambos ca-
Sus ensayos indagan, desde el sitio sos se trata sobre todo de gestos que
personal, acerca del mundo cotidiano, extienden un diálogo iniciado en otros
del escritor y su oficio y compromisos, soportes o incluso fuera de la escritura.
de lo femenino, de lo que la rodea. En Ríos, como gran sustentadora de ese
un tono que parece siempre trivial (tri- viejo y noble arte de la conversación
vializado), se lanza sobre lo que la inco- está, en todo caso, conversando; pone
moda: “Hay quienes creen vivir la ciudad en la mesa lo que muchos ocultarían, y
de cafés y restaurantes lounge de Po- eso, al menos para mí, los dota de un
lanco o de La Condesa, la ciudad de la inusitado valor.
clase ilustrada, egresados de escuelas
activas, blancos en su mayoría y bilin-
gües si no políglotas. La ciudad del li-
gue los viernes en la noche, chic, de los
excesos que una familia comprensiva y Una manera de contar
tolerante perdonará, una familia nacio-
nal, católica, ¿quién cuestiona los grados V ÍCTOR H UGO M ARTÍNEZ B RAVO
de la fe? La ciudad de la clase trabaja-
dora, cuya segunda o tercera genera- Enrique Serna, La ternura caníbal,
ción nace en el Distrito Federal y tiene Páginas de Espuma, Madrid, 2013, 270 p.
acceso a las universidades públicas. La
ciudad de universitarios de periferismo En el número 152 de esta misma revista
tangible: viven en las orillas o en las apareció un excelente texto de Enrique
colonias proletarias, saben de las rutas Serna (Ciudad de México, 1959) titula-
de los peseros, dónde están las canti- do “Los misterios desnudos”. En él, el
nas que no salen en las revistas de La autor muestra cómo la invención de enig-
Condechi.” mas ha sido un fenómeno constante en

179
la historia cultural del hombre. Un per- En “Los misterios desnudos” se men-
petuo gusto por estimular el desconcier- ciona tanto a Mario Bunge como a Ru-
to, una voluntad de crear laberintos que dolf Carnap, filósofo positivista lógico,
también ha acompañado a la escritura, integrante fundamental del círculo de
la cual podría haber comenzado en el Viena. Serna recurre a Carnap para mos-
ocaso del Egipto faraónico, con la insti- trar que la dificultad de comprender El
tución del jeroglífico destinado a cubrir ser y el tiempo no es sólo consecuencia
de incógnitas los textos religiosos para de la ilegible traducción de José Gaos al
así confundir al lector. Invención de se- español, sino también de la escritura de
cretos que luego abrazan los románticos; Heidegger y sus frecuentes sucesiones
defensa de lo incomprensible y oculto caprichosas de palabras que, además de
por parte de Schlegel. Gusto por lo inin- carecer de significado,2 no constituyen
teligible que cruza más tarde la poesía proposiciones debido a que se agrupan
hermética de los siglos XIX y XX y llega como “secuencias de vocablos lógica-
incluso a los discursos filosóficos oscu- mente ilegítimas”.
ros de Hegel y a las deliberadamente La importancia de Carnap en el en-
indescifrables y frecuentemente huecas sayo radica también en recordarnos una
frases de Heidegger. En muchos filóso- distinción básica pero muy importante
fos esta oscuridad es consecuencia no que debería hacerse cuando uno escri-
de un pensamiento superior inaccesible be y se sitúa en los márgenes de la ló-
a los profanos, sino simplemente de una gica: no es lo mismo ubicarse fuera de
pésima prosa y una carencia de lógica
discursiva. Heidegger, contra quien Ser- eso? Las frases de Heidegger son propias
na arremete con virulencia pero también de un esquizofrénico. Pero no estaba loco:
era un pillo que se aprovechó de la tradición
con mucho tino, es el paradigma de la
académica alemana según la cual lo incom-
retórica torcida, maquillada de una su-
prensible es profundo’.”
puesta genialidad impenetrable.1 2
En el ensayo de Serna se critican los es-
tériles y pretensiosos neologismos del filóso-
1
Dice Serna: “Otro experto en demolicio- fo: “en otra obra de Heidegger, ¿Qué es la
nes, el filósofo y físico Mario Bunge, opina de metafísica?, hay un frase que ha sido un que-
Heidegger lo mismo que Goethe y Schopen- bradero de cabeza para varias generaciones
hauer pensaban de Hegel: ‘Heidegger tiene de exégetas: ‘¿Cuál es la situación en torno
un libro sobre El ser y el tiempo ¿y qué di- a la Nada? La Nada misma nadea.’ Carnap
ce sobre el ser? El ser es ello mismo. ¿Qué califica de palabra hueca el verbo ‘nadear’
significa? ¡Nada! Pero la gente, como no lo y agrega: ‘nos encontramos aquí ante uno de
entiende, piensa que debe ser algo muy com- esos casos singulares en los que se ha intro-
plejo. Vea cómo define el tiempo: Es la ma- ducido una palabra nueva que desde su ori-
duración de la temporalidad. ¿Qué significa gen mismo careció de todo significado’.”

180
LA VIGILIA DE LA ALDEA

la lógica cuando uno cree moverse en mar discursos herméticos de falsa pro-
el campo de lo verdadero y lo falso (la fundidad, convertidos más tarde en mo-
filosofía, la teoría) que cuando uno cree das teóricas en el campo de la filosofía,
hacerlo en el campo del arte (la poesía, el psicoanálisis o el arte, y frecuente-
la narrativa). La solución para aquél in- mente influyen en la creación y recep-
merso en el campo de la teoría se en- ción de la poesía y en cierto tipo de
cuentra mejorando la prosa, volviéndola narrativa.
inteligible, abrazando los ideales de la Según Ángel Rama, desde la Colo-
Ilustración: sencillez y claridad comu- nia el dominio de la palabra escrita por
nicativa sin perder el rigor y la profun- parte de los letrados (religiosos, admi-
didad; respeto por el “lector común” nistradores, escritores y educadores) fue
mediante el humilde pero complicado fundamental para someter. Instituidos
ejercicio de la buena divulgación, ancla- como una burocracia estatal que redac-
da en el uso correcto de la gramática y taba y ejecutaba las órdenes de la Coro-
la lógica. Como sugiere Serna, arrancan- na, los letrados, guardianes de la palabra
do los velos a lo misterioso, no colocán- escrita, fueron el medio a través del cual
dole más encima. se escribieron y legitimaron leyes, edic-
Todo lo anterior tiene que ver con el tos y códigos; se registró y administró
libro de cuentos La ternura caníbal, por- la riqueza, se jerarquizó a la población
que, a pesar del límite que establece y las ciudades se ordenaron. Si el im-
Carnap entre teoría y literatura, tanto perio de la gramática y la lógica, si el
en este libro de cuentos como en la no- buen uso de la retórica, si el dominio
vela Miedo a los animales (1995) y en sobre la palabra escrita se emplearon
Los misterios desnudos, Serna mani- en la Colonia para crear distancia en-
fiesta preocupaciones similares, inquie- tre letrados e iletrados, para someter a
tudes relacionadas, sobre todo con el una población analfabeta, en la moder-
poder. Un poder que no se limita a lo nidad, podría argumentar Serna, el sin-
gubernamental, judicial o económico, sentido discursivo vestido de enigma, la
sino que se estructura y ejerce también gramática retorcida, sirve a algunos filó-
dentro de las esferas artísticas, intelec- sofos y escritores para adquirir autori-
tuales, académicas y literarias, y donde dad frente a aquellos lectores ávidos de
se crean sutiles estrategias para preser- novedad literaria o teórica, ansiosos del
varlo y reproducirlo. Muchas de éstas próximo modelo filosófico o narrativo oto-
nacen de la palabra escrita y generan ño-invierno. Luego comienza un círculo
relaciones de control y autoridad a par- vicioso en el que, con sus frases impe-
tir del dominio de la retórica, estable- netrables, el halo de misterio que el
ciendo una distancia entre “el culto” y escritor va adquiriendo le otorga mayor
“el iletrado”. Otras sirven para legiti- capital simbólico para seguir legitimán-

181
dolas ante el lector, para hacer que es- rridas en un asfixiante campo cultural
te último perciba en ellas hondura y no de provincia, donde el prestigio del es-
vacuidad. critor protagonista depende de mostrar
Otra crítica más de Serna hacia el a los otros escritores una carta elogiosa
poder se remonta a los años en los que enviada por Octavio Paz (“La vanaglo-
el PRI, mediante becas, puestos públi- ria”); se muestra el egoísmo de un pro-
cos y apoyo económico a las institucio- fesor y la tortura a la que lo somete su
nes culturales, supo echarse a la bolsa esposa (“La incondicional”), la vanidad
a gran parte de la intelligentsia mexi- misántropa de un académico mexicano
cana. Después, escritores e instituciones (“Soledad Coronada”) y se exhibe la
culturales aprendieron a emular muy pedantería de un par de artistas (“Los
bien esas estrategias que, si bien pali- reyes desnudos”). En este cuento, una
decen ante aquellas empleadas por la pareja francesa de artistas adinerados,
clase política, manifiestan, además de esnob y sin talento, se empeña en de-
una endeble autonomía de la esfera cul- dicarse, ella, a las artes plásticas y, él,
tural y literaria en México, un modelo a la música, con el puro objetivo de
“partidista” de operar y un tácito códi- obtener reconocimiento social.3
go de conducta gansteril en el mundo El machismo ligado al poder es otro
de la cultura. de los temas recurrentes en la narrati-
En los textos que he leído de Serna, va de Serna. En “Entierro maya”, “Dra-
además del puro “objetivo estético”, 3
se busca siempre desenmascarar al im- En algún momento del cuento a uno de
postor, bajarle los humos al pedante, los artistas se le revela el engaño en el que
han vivido su esposa y él: “Y Nadine, preten-
ajusticiar al tramposo, e incluso, diría,
ciosa, guapa, refinada, engreída, lo superaba
moralizar, en el mejor sentido de la pa-
quizá en materia de ceguera autocomplacien-
labra. Para ello, Serna recurre casi siem-
te. La verdadera subversión, la verdadera
pre a la burla. Tanto en Miedo a los pasión por el arte, no se da en gente como
animales como en algunos cuentos de nosotros, admitió con tristeza. Los artistas ge-
La ternura caníbal, Serna satiriza la nuinos son inadaptados rabiosos, chamanes
charlatanería artística, el esnobismo in- desafiantes en diálogo con el cosmos. Sólo
telectual y la pedantería de muchos círcu- ellos pueden tener verdaderos hallazgos y ver
los literarios y académicos en México. Si detrás de las apariencias. Nosotros, en cam-
en Miedo a los animales se critica la co- bio, buscamos en el arte un adorno prestigio-
rrupción y los modos ruines de operar so, un mísero relumbrón que nos ennoblezca
de algunos órganos culturales, institucio- ante los demás. Nadine y yo debimos haber
nes literarias y escritores en México, en puesto juntos una boutique de alta costura,
los cuentos de La ternura caníbal se re- en lugar de invadir un terreno en el que nun-
tratan rencillas, disputas y envidias ocu- ca pasaremos de ser diletantes.”

182
LA VIGILIA DE LA ALDEA

ma de honor”, “Cine Cosmos” y “Mate- su argumento, creo que su postura no


rial de lectura”, el machismo egoísta o sólo descansa en la búsqueda de una
la homosexualidad reprimida con facha- efectividad narrativa, sino que nace tam-
da de brutal hombría desata la violen- bién de un gesto de humildad literaria,
cia y lleva a los personajes al crimen y de un rechazo a la vanidosa pose de
a la muerte. escritor y al aura que lo rodea. Lo cual,
En los textos que he leído de Serna a mi juicio, vuelve su poética aún más
la crítica y la burla a los vicios del respetable. Sin embargo, creo que la
poder, la estafa intelectual y la afecta- narrativa no puede reducirse a un úni-
ción del escritor, guardan congruencia co modo de hacer. Afortunadamente, la
con una “poética”, con una idea de có- literatura es tan amplia que acoge no
mo se debe escribir. Así como en “Los sólo textos ágiles, de una “prosa elegan-
Misterios desnudos” se deplora el uso del te”, sencilla y clara, de un lenguaje dis-
lenguaje como un dispositivo de exclu- creto y parco; la literatura ofrece también
sión y no como un elemento de vínculo grandes textos narrativos donde el len-
social, en los cuentos se busca narrar guaje experimental o sucio, el juego con
de forma sencilla, con una prosa clara, la temporalidad, “la voluntad de estilo”
evitando de manera consciente los jue- y la consciente importancia de visibili-
gos y experimentación con el lenguaje, zar al escritor en el texto, son funda-
las estructuras complejas y las acroba- mentales para el éxito y disfrute de la
cias para contar. Serna considera que obra. ¿Qué sería de textos narrativos
por motivos de efectividad narrativa, to-
do buen narrador debe hacer desapare- a, yo era así, querer evidenciar su voluntad
cer al escritor.4 Pero si entiendo bien de estilo, pero creo que cuando la voluntad de
estilo se nota es porque el estilo es fallido. En
cambio, cuando el escritor desaparece por-
4
En la entrevista “Enrique Serna. Oculto que utiliza un lenguaje que no llama demasia-
detrás de la narrativa” se dice: do la atención pero es funcional, entonces
“–¿Cómo definirías tu estilo? una narración puede hechizar mejor a los
”–He tratado de esconderme detrás de lectores.
mis narraciones. He ido evolucionando de tal ”–¿Tu narración es hechizante?
manera en la que ahora no me interesa ha- ”–No sé, yo lo he tratado. He tratado de
cerme presente en la narración, como sí me retener la atención de los lectores sin hacer-
pasaba, por ejemplo, cuando escribí Uno so- me presente como lo hacía antes.”
ñaba que era Rey, novela que en algunos ca- Véase la entrevista en: http://www.kajane-
pítulos es muy barroca porque traté de hacer gra.com.mx/index.php/secciones/expre-
fusión del habla de los chavos banda y la siones/item/1226-oculto-detr%C3%A1s-de-
poesía barroca del Siglo de Oro. Creo que lo la-narrativa-% 7C-entrevista-con-enrique-
que pasa es que muchos escritores tienden serna

183
como Paradiso, Gran Sertón Veredas, tiempo de quitar hojarasca y, como sos-
Tadeys y casi todo Lamborghini, El ju- tiene Serna en “Los misterios desnu-
guete rabioso, Ferdydurke y tantas otras, dos”, de rechazar el resabio oracular,
sin el regodeo en el lenguaje? ¿Habría la añoranza del misterio religioso con-
que rechazar la experimentación de Ma- tenido en la escritura críptica. Son el
cedonio Fernández, Machado de Assis, resultado de intentar afinar su lengua
Cortázar, Perec y el Vargas Llosa de para comunicar mejor sus pensamien-
Conversación en la Catedral por tratar tos, para narrar mejor antes que idear
de evidenciar una “voluntad de esti- un lenguaje personal que no comunique,
lo”? ¿Y dónde colocar a escritores como que sirva de distintivo social, de título
Joao Gilberto Noll, César Aira, Michel nobiliario.
Houellebecq, Fernando Vallejo e inclu-
so Thomas Bernhard, que en lugar de
desaparecer de los textos, han busca-
do, a partir de una “voluntad de estilo”,
jugar con su imagen pública, hacerse El incierto principio
visibles como escritores dentro de la
narración? J UAN C ARLOS R EYES
Fuera de algunas palabras y frases
que creo que resaltan por su artificiali- Alberto Chimal, La torre y el jardín,
dad o inverosimilitud dentro de los cuen- Océano, México, 2012, 420 p.
tos,5 La ternura caníbal funciona muy
bien dentro de la poética que defiende Tal vez se deba a que Alberto Chimal
Serna. Son buenos cuentos a la mane- (Toluca, 1970) es uno de los escritores
ra “clásica” del genero. Tienen una “es- más populares de su generación, o a que
tructura cerrada”, son divertidos, ágiles su última novela, La torre y el jardín,
y están escritos con una prosa clara y está publicada en un nuevo sello de
sencilla. Parecen el resultado de mucho Océano —Hotel de Letras— que ya se
pueden encontrar en muchas revistas y
5
Por ejemplo: “Tiranuelos como Larry en Internet decenas de opiniones y re-
Flesher me cerraron las puertas de todas las señas sobre el libro: algunas que discu-
palomillas a las que hubiera querido perte- ten la pertinencia de la publicación, otras
necer” (p. 33), “¿Qué sabrá ese franchute de la materialidad y diseño de los libros
nuestro carácter?” (p. 36), “Pues irás solo. de la colección, unas más que afirman
Esas cenas de políticos me aburren a muer- no haber podido terminar el libro por exce-
te” (p. 126) o “Confiesa, pillín, que al prin- so de ciertas preposiciones. En general,
cipio me querías sólo para una aventura” el lector que se dedicara a ello podría
(p. 260). encontrar opiniones evidentemente en-

184
LA VIGILIA DE LA ALDEA

contradas: precisas, aduladoras, mora- suma poco más de seis millones de ca-
listas, implacables o, de plano, triviales. racteres —equivalente a casi tres mil qui-
Sin obviar la responsabilidad de la enun- nientas páginas—. En Internet, Chimal
ciación, aquí me interesa, además de no sólo funciona como un gran promo-
emitir un juicio crítico, hablar también tor de su propia obra y proyecto litera-
de ciertos temas y acertijos para el lec- rio, sino que también emplea la red de
tor que encuentro en el texto, algunos de un modo que Henry Jenkins llamaría
manera muy explícita y, otros, escondi- “transmediático”, es decir, expande sus
dos en alguno de los innumerables cuar- historias —como el tumblr que tiene su
tos de la multitud de pisos que compo- personaje Horacio Kustos—3 y mantie-
nen esta torre que Chimal construye con ne contacto con sus lectores, quienes en
420 páginas. Si, como lo dice la contra- ciertas ocasiones se ven en condiciones
portada, ésta es “una de las novelas más de sumar a la obra que el escritor se en-
ambiciosas de la narrativa latinoameri- cuentra construyendo, como lo es el caso
cana reciente”, o si Chimal es “el Henry del apartado especial en su página en el
James de su generación”, me parece que los visitantes podían proponer ver-
irrelevante. Perderse en ello sería igno- sos de poemas para dar nombre a los
rar los recovecos del mundo editorial y pisos del edificio protagonista de La to-
la mercadotecnia. Sé entonces pocas co- rre y el jardín.
sas: que el autor es el Alberto Chimal Recientemente nominada al XVIII
de su generación y que, dentro de su Premio Rómulo Gallegos, La torre y el
propio proyecto literario sobre la “ima- jardín cuenta tres historias que compo-
ginación fantástica”, sin duda la nove- nen una mayor: la de un edificio tan
la es exigente consigo misma y con su fantástico como su diseñador, la de un
autor; si cumple con sus propias ambi- grupo de viajeros excepcionales y la de
ciones, es imposible saberlo. un conjunto de sucesos tan inauditos co-
Me parece necesario en un princi- mo fabulosos. En una serie de capítu-
pio también, por la relevancia que esto los con títulos que incluyen la hora de
tiene en la actualidad, hacer mención de lo narrado cuenta a lo largo de toda una
la presencia y promoción que Chimal noche —específicamente, de las 23:59 a
tiene y realiza en Internet. Entre su vas- las 5:15 de la madrugada— el viaje de
ta vida en la web se cuentan su página Kustos y Molinar por “El Brincadero”.
personal1 y su twitter,2 en donde tiene En capítulos más cortos narra piezas de
casi 82 mil seguidores, y en el que ha las peculiares historias de los persona-
escrito más de 43,500 “twitts”, lo cual jes, y sus aparentemente incompatibles
vidas, y ocupa un espacio temporal que
1
http://www.lashistorias.com.mx
2
https://twitter.com/albertochimal 3
http://kustos.tumblr.com

185
va de 1957 a 2010. Valga decir que si lo toy seguro que a Chimal nunca le pa-
fragmentario en la literatura es un esti- saron inadvertidos.
lo cada vez más recurrente, Chimal logra El edificio en el que se encuentra
desmarcarse de muchos lugares comu- “El Brincadero” —ahora ya sabido bur-
nes utilizando recursos que hacen de su del en el que se practica la zoofilia y el
novela una propuesta interesante: de bestialismo— da claras muestras duran-
algunos personajes sólo escuchamos lo te toda la novela de ser un lugar mági-
que dicen, con medidas y reservadas co, inimaginable, casi vivo. Un edificio
anotaciones del autor; otras secciones del que no se sabe el número exacto de
las cuenta un narrador cuya identidad pisos o cuartos que lo componen; una
se va descubriendo con el tiempo, y el torre que es más grande por dentro que
cual decide por medio de particulari- por fuera, cuyos pasillos, pisos y puer-
dades tipográficas qué cosas pueden tas cambian de forma, decorado y lu-
escuchar los personajes de la novela y gar a placer. Como lo dice el narrador:
cuáles son reservadas sólo para el lec- “su número de pisos, si bien no es infi-
tor. Como su anterior novela Los escla- nito, sí es tan grande como para que
vos (2009), La torre y el jardín explora todavía, tantos años después de su fun-
temas relacionados con la manifestación dación, queden algunos que no se han
física y psicológica del poder, con el usado nunca, aún con sus puertas se-
sometimiento absoluto del ser amado. lladas por el equipo de construcción ori-
En este caso, las relaciones de poder no ginal”. Éste es el lugar en el que Chimal
sólo ocurren entre humanos, sino que decide establecer a sus personajes: por
éstas son también establecidas con ani- cierto, la arquitectura dramática que lo-
males de casi cualquier especie —de los gra le es muy favorable gracias a que las
elefantes a los piojos, pasando por pe- personalidades de éstos se combinan.
lícanos, gallinas, nutrias, gatos, koalas, Con ello me refiero a que no sólo el lu-
tigres, hormigas, focas, caracoles, or- gar es fantástico, sino que aquellos que
nitorrincos, sapos, caballos, cucarachas, dentro del lugar se desenvuelven —clien-
corderos y orangutanes entre muchos tes, visitantes y empleados— tienen ca-
otros—. Con toda claridad, la novela ex- racterísticas muy particulares. Kustos
plora el tema de la zoofilia y el bestialis- busca resolver un misterio para cuya
mo, pero siempre detrás de la trinchera, respuesta tal vez no esté preparado; Mo-
ya que el tema es el pretexto para apun- linar pende de un viejo recuerdo para
tar la mira hacia otros lugares. Desde recuperar algo que no sabe si es verdad
mi lectura, considero que detrás de di- o únicamente un sueño lejano; Isabel,
chos tópicos subyacen asuntos con ma- ya acostumbrada a toda clase de perver-
yor amplitud y simbolismos que, debido siones, dolores y deleites, maneja un ne-
al empleo de recursos en el texto, es- gocio herencia de su padre, don Emilio

186
LA VIGILIA DE LA ALDEA

—fiel empleado del Viejo Constantino, y que los personajes están de alguna
dueño original del lugar—; don Cruz, manera conscientes de que pueden dia-
arquitecto de lo fantástico y lo imposi- logar con el edificio: “Oiga, usted, quien
ble, hace un edificio que protege en sus sea…, sea lo que usted sea… Al rato
más recónditas entrañas un secreto des- venimos, ¿eh? Dígale a la señora Isabel
tinado a pocos elegidos. Es seductor que no vamos a hacer ningún destro-
que el edificio actúe también como un zo.” Por su parte, Molinar tiene su pro-
personaje más de la novela, pues de es- pia historia, es hijo de Ricardo Molinar,
ta manera funciona como un laberinto un antiguo encargado de hacer esque-
que complejiza la relación que los per- letos mecánicos para algunos animales
sonajes tienen como viajeros hacia tan en “El Brincadero”. Cuando Francisco
incierto destino. Como en todo laberin- es pequeño y busca a su padre dentro
to, los personajes buscan la salida, pero del edificio, se pierde y es hallado por
al mismo tiempo buscan el centro ocul- Isabel, quien para entonces también es
to, algo que no está fuera, algo para lo una niña. Ella decide mostrarle un se-
que no se necesita salir del caos sino creto y lo lleva al preciado jardín: de
internarse profundamente en él, con el ahí parte la búsqueda de tan enigmáti-
peligro de perderse en el camino: “Por- co espacio, de la sombra de un viejo re-
que el de la torre es el Incierto Prin- cuerdo según el cual algún día estuvo
cipio.” en un lugar que necesita reencontrar.
A Horacio Kustos, personaje central Los claros antagonistas de toda la no-
de la novela, “lo han llamado explora- vela son “el joven Constantino”, hijo
dor, periodista, viajero, naturalista, in- adoptivo del dueño del lugar y a quien
vestigador”, un hombre cuya búsqueda la zoofilia practicada en el edificio le pa-
nunca cesa, un héroe dispuesto a ma- rece una perversión, y su “socia” Edith
tar al Minotauro aunque le cueste la Barba, encargada de lo que juntos lla-
vida. Kustos encuentra un balance en man “el verdadero jardín”, un lugar en
su compañero de aventuras, Francisco el que realizan experimentos con seres
Molinar, proctólogo común y escépti- mecánicos parecidos a animales para los
co, que funciona como un escudero con que tienen un plan que de tan apoca-
el que el diálogo se mantiene por pági- líptico se torna un poco insensato. Nun-
nas enteras que revelan sólo lo necesa- ca se hace explícito, pero parece que el
rio. El resto de la narración lo lleva el joven Constantino y Edith Barba tienen
propio edificio con una voz omnipresen- también una relación íntima que sólo
te que puede ir de lo benevolente a lo queda esbozada en la novela: “Su nom-
violento en una cuantas líneas. Even- bre es Edith Barba y llegó a la torre ha-
tualmente nos enteremos de que Nata lla- ce más de diez años y cuando el joven
ma al edificio con el nombre de Zenhya Constantino se va ella se encierra en sus

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habitaciones —le toca un piso entero, máximo secreto de “El Brincadero”, el
o tal vez más— y no permite que la vea cual ha sido confiado a muy pocos. Un
nadie.” lugar que don Cruz parece haber escon-
Otro particular elemento fantástico dido en los cimientos de tan fantástico
dentro de la novela es el “libro azul”, edificio para protegerlo, para enterrar-
especie de objeto mágico en poder de lo y negar el acceso a cualquier extraño
Isabel. La relación de la figura del libro que no pudiera lidiar con los secretos que
con el saber y el conocimiento es evi- tan paradisiaco lugar resguarda. El jar-
dente, así como su color, que en la tra- dín representa una especie de paraíso
dición simbólica representa la verdad, perdido, la tierra mejor, un principio
el intelecto, la sabiduría y la revelación femenino protector que nutre al que en
de los secretos. El libro es una especie de él se interna: “en el fondo sólo hay un
objeto infinito y única guía a través de los sitio, en todo el mundo, que nos permi-
innumerables vericuetos y pisos del edi- te hacer algo distinto que sólo huir para
ficio. Como lo dice la misma Isabel, re- siempre” —le dice Isabel a su padre en
firiéndose al contenido del libro: “Son una carta que tardó mucho en poder es-
indicaciones para que entendamos me- cribir refiriéndose claramente al jardín.
jor de lo que estamos haciendo.” El li- El propio Chimal ha dicho, en mu-
bro azul contiene el nombre de cada uno chas entrevistas sobre La torre y el jar-
de los pisos del edificio: “Abril es el dín, que tardó cerca de ocho años en
mes más cruel”; “Vivo sin vivir en mí”; escribir la novela. En esos ocho años,
“Dadme mi arco de oro ardiente”; “Si Chimal siguió desarrollando varios pro-
ves un monte de espuma”; “Y abando- yectos que seguramente nutrieron su
nar mi mano sobre tu hombro izquier- novela con tonos, parte del argumento,
do, y nada más”; o “He hecho de mí lo el propio personaje principal y, por qué
que no sabía”, entre muchos otros. Con no, algunas tramas secundarias que apa-
un poco de perspicacia y paciencia se recen en el libro. Por ello me atrevo a
puede deducir, o descubrir, que los nom- decir que algunas secciones menores de
bres de los pisos son versos de poemas la novela parecen eso, anécdotas o pe-
de autores como santa Teresa de Ávila, queños relatos separados del argumen-
T.S. Eliot, William Blake, José Martí, to central. Por ejemplo, la sección en
sor Juana Inés de la Cruz, William Sha- la que el joven Constantino y Edith Bar-
kespeare, Ramón López Velarde, Rai- ba muestran el “falso jardín” a Kustos:
ner María Rilke, Leonard Cohen, Marina es muy pequeña y queda casi aislada de
Tsvetáieva o Raymond Carver, entre otros la novela, a pesar de que podría fun-
tantos que dejo por descubrir al lector. cionar como un contrapeso con mucha
Contrapuesto al edificio encontramos, mayor fuerza a la “verdadera” finalidad
desde el título de la novela, “El jardín”: del edificio. Si bien en ese capítulo se

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LA VIGILIA DE LA ALDEA

intenta una “moraleja” sobre la deshu- los que menos cambios padecen en sus
manización contemporánea, ésta se des- vidas al salir del edificio. En cambio,
dibuja entre tantas páginas. No se puede aquellos cuya búsqueda es interna, que
negar también que la novela contiene exploran la torre con un afán de encon-
excelentes digresiones que ayudan a en- trar sus secretos más celosamente guar-
tender a los personajes y sus historias dados, son aquellos que no podrán volver
personales, así como sus temores, de- al mundo “real” de la misma manera en
seos y obsesiones. La mayoría de ellas la que entraron. Aquí habrá que men-
funciona cumpliendo este propósito, pe- cionar la enorme capacidad de Chimal
ro me parece que una o dos no dan en para mantener una constante intriga
el blanco preciso. Por ejemplo el capí- urdida a lo largo de la novela, la cual,
tulo “Mente abierta”, en el que Isabel junto a refinadas descripciones de los
comparte algunos tragos y luego va a cuartos o el edificio entero, mantiene un
casa de un hombre que vive con dos pulso dramático constante que no estan-
mujeres, es difícil de conectar a la trama ca la lectura.
central del libro. Otro ejemplo sería el Encuentro también en la novela dos
episodio en el que unos narcotrafican- temas que funcionan como círculos con-
tes intentan usar de bodega el edificio, céntricos deliberadamente cargados de
el cual queda un poco sobrado ya que considerable significado. El primer tema
no se desarrolla y ni aporta mucho a la del que considero se desprende el se-
historia. Sucede algo parecido con la “so- gundo es la oposición existente desde
ciedad secreta de la torre” —“la única hace siglos entre “cultura y naturaleza”.
tarea de todos ellos, al margen de lo No podemos perder de vista que la idea
que ya debían hacer en el negocio, era de cultura es un concepto moderno que
cuidar el jardín”—, pero que aparecen tiene su propia historia, y ahora no es
en la trama a treinta páginas de que ter- lugar ni momento de comentar, pero sí
mine la novela y, por ello, su pertinen- habría que decir que la cultura se en-
cia decrece. tiende como un proceso dialéctico en
El de La torre y el jardín no es un donde su concepción más subjetiva cons-
mundo mágico simplemente, o un lugar tituye una acepción relativa a la educa-
donde pasan cosas extravagantes o fue- ción, el aprendizaje y una separación
ra de lo común, sino uno en donde lo axiológica de lo “natural”. Por otro la-
maravilloso toca la vida de los perso- do, la naturaleza se considera el estado
najes para transformarlos radicalmente. puro del mundo, en donde es necesaria
Pareciera que aquellos que entran a “El una transgresión —bíblica, mitológica o
Brincadero” con intenciones de satis- progresista— para que la cultura irrum-
facer algún deseo sexual con animales pa en el mundo natural e intente do-
son los personajes menos importantes, minarlo, subsumirlo y transformarlo.

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Explicado el camino, puedo decir que El jardín el que representa la naturale-
en La torre y el jardín esta idea apare- za en esta dicotomía, pero no de manera
ce en el fondo de gran parte de su trama. simplista y falta de fuerza y argumentos.
El edificio protege en sus cimientos la En la iconografía pictórica los jardines
naturaleza, el paraíso impoluto, aquel siempre han representado la imagen
jardín edénico en el que los animales y idílica del mundo; a su vez, los árboles
las plantas no han sido colonizados y ex- —regularmente en su centro— represen-
plotados por el hombre. Por el contra- tan un eje conector con el mundo fe-
rio, el edificio encarna todo lo inverso: menino y protector, infundido de un
en él ocurre la mayor dominación sobre poder fertilizante para el nacimiento y
la naturaleza, se emplean animales para crecimiento de lo que en el mundo na-
uso, placer y hasta maltrato. Georges tural habita. En la novela de Chimal,
Bataille o René Girard estarían tal vez cuando finalmente los personajes lle-
de acuerdo en la pregunta: ¿qué mayor gan a “El jardín” en los cimientos del
sumisión y control que el sacrificio se- edificio, en efecto se encuentran con un
xual de una víctima propiciatoria? Por jardín edénico en el que detrás de una
ejemplo, en el falso jardín, donde Edith reja existen animales de los que es im-
Barba y el joven Constantino intentan posible distinguir especie: la naturaleza
reproducir máquinas que provoquen el libre, sin dominio ni clasificación algu-
fin de la especie humana, hay un letre- na. Ese mundo lo habitan también al-
ro que dice: LA FINALIDAD ES ARRANCAR LA gunos protohombres que no se distinguen
FLOR HUMANA. Kustos pregunta la razón como distintos o separados de la natu-
de dicho nombre, a lo que Edith Barba raleza, sino como parte de ella.
responde: “Éste debería ser el nombre Como ya lo anunciaba, considero que
del piso (…) Como usted sabe, la flor el otro tema que se desprende de esta
que queremos plantar es otra.” Barba y relación dominante con la naturaleza
el joven Constantino buscan un mundo es el de la zoofilia. Cuando terminé La
de absoluta “desnaturalización”, porque torre y el jardín, no pude evitar volver
la naturaleza es incontrolable, imprede- a ver Zoo (2007), un documental de Ro-
cible y por lo tanto indomable y peli- binson Devor en el que se cuenta la
grosa. Dice Barba: “Y todo puede ser muerte de un hombre por una peritoni-
muy rápido: limpiar la tierra entera, tis provocada al ser penetrado por un
dejarla sin plantas, animales, ni micro- caballo. Lo traigo a colación porque Chi-
bios (...) para que éstos, y señaló a las mal se vale de una estrategia narrativa
criaturas [completamente mecanizadas] y estilística que Devor emplea en su
del piso inferior, tengan el campo libre. documental, con las obvias diferencias
Para que pueda existir un mundo mejor.” al ser Zoo un documental y la otra una
Como ya se imaginará el lector, es fantasía. Ambos se alejan de la impre-

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LA VIGILIA DE LA ALDEA

sión fácil, de la descripción grotesca o cado que tienen muchos de los anima-
perversa para nutrir el morbo de su au- les que se mencionan en la trama. Los
diencia; no buscan el impacto sencillo animales son en la novela claros re-
que se grabe en la memoria sino un re- presentantes de la vida instintiva, de la
corrido que, sin obstáculos moralistas, fertilidad y la vida exuberante. Como
logre sortear el camino que un tema ta- lo plantea el diccionario de símbolos de
bú presenta. Lo que no puedo dejar de Cooper, “Cuando los animales se han
señalar es que algunas de las descrip- de sacrificar o domar en el mito y la
ciones de las prácticas zoofílicas o de leyenda, se simboliza el control de los
bestialismo son muy logradas, pero otras instintos del hombre”.
caen en lo romántico, otras más en lo La novela de Chimal recuerda en-
absurdo y las menos en un juego de in- tonces un viaje a lo desconocido, el ca-
ventiva casi gratuito. Pero, con mucho mino del héroe que decide buscar el
pulso, Chimal plantea que, quienes van tesoro y jamás perderlo o permitir su rui-
a “El Brincadero”, lo último que bus- na. Como lo dice Peter Sloterkijk: “A
can es una simple relación que satisfa- la conciencia humana se le plantea des-
ga sus instintos sexuales: buscan algo de el principio la elección entre el ca-
más, una relación más profunda que, mino corto y el camino largo, entre la
si bien pasa por el placer, lo supera. odisea y el paseo.” Así, los personajes
“Cómo es sabido, a un buen burdel no de Chimal eligen la odisea, eligen el ca-
se acude jamás para tener un coito, por- mino largo, aquel del que es difícil al-
que un coito puede lograrse en cual- canzar la meta. La torre y el jardín está
quier sitio, deprisa, simplemente con escrita y pide ser leída bajo el peligro
un poco de cautela o de abandono. No de olvidar el rumbo en sus entrañas, de
hace falta mayor esfuerzo ni cabe espe- nunca desdeñar el laberinto al que hay
rar mayor recompensa.” Me parece que que entrar dispuesto a perderse, a en-
el tema tiene también una resonancia contrar lo insignificante, lo grotesco, lo
importante: la idea de la naturaleza al impoluto, lo inasible y, sobre todo, lo fan-
servicio del hombre debido al signifi- tástico.

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