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FORO SOBRE LA LEY DE EDUCACIÓN UNIVERSITARIA

17-01-2011
PARTICIPACIÓN DE LA PROF. GLORIA GUILARTE
gloguilarte@gmail.com

Para iniciar mi participación en este Foro sobre la Educación Universitaria, conviene


indicar que me encuentro aquí fundamentalmente porque el Prof. José Azuaje, uno de
los foristas invitados, no ha podido llegar hasta acá por causas de fuerza mayor. Se
encuentra fuera de la ciudad, y como todos los presentes saben, se ha producido un
derrumbe en la vía Caracas-Guarenas, lo cual lo ha imposibilitado de trasladarse a
atender la invitación que le hiciera la Subdirección de Investigación y Postgrado, junto
a su Consejo Técnico Ampliado. Tanto el Prof. Azuaje como algunos de los asistentes
me han pedido suplirlo para que el contraste de puntos de vista sobre el asunto que
nos ocupa se produzca. En consecuencia, quiero presentar de antemano mis excusas
a la audiencia y les pediría paciencia si mi intervención resulta un tanto improvisada y
divago un poco al presentar mis argumentaciones. Mi conciencia me conmina a
intervenir para presentar esta “otra mirada” de la educación universitaria. Mi formación
socialista y mi compromiso ético y moral con sus principios, me han enseñado que los
revolucionarios y las revolucionarias jamás abdican de sus ideas, aún cuando se
encuentren en situaciones adversas. He decidido entonces asumir el reto de presentar
mi punto de vista consecuentemente con lo que dicta mi conciencia. Dicho esto, paso
entonces a considerar algunas cuestiones que creo capitales para iniciar este debate.
En primer lugar, nuestro análisis debe partir de considerar que las instituciones
universitarias forman parte de nuestra formación social, entendida ésta como una
totalidad compleja e indivisible surcada por una dimensión que no es otra que su
historicidad. Por tanto, acometer el debate desde una perspectiva simplista o
reduccionista de ver “la universidad” en el vacío, carente de relaciones y no inmersa
en una sociedad concreta y determinada por su devenir histórico, resulta al menos
improcedente, lo cual sería limitativo para la comprensión del presente de las
instituciones universitarias y lo que es peor aún, impediría toda iniciativa para la
solución cabal de los problemas que las aquejan.
Creo, que allí reside la incomprensión del principio de autonomía que sabemos se
trata de un vocablo polisémico no unívoco, sobre el cual se requiere desarrollar al
menos una definición operacional producto del consenso. Esta acepción errónea de la
autonomía a la que aludo, supone a la universidad bajo un carácter de autonomía
absoluta, portadora de una condición supra estatal que la dota de una especie de
patente de corso para determinar autonómicamente su destino y el de la formación
social de la cual forma parte. Muy por el contrario entonces, conviene destacar la
primera de nuestras argumentaciones para este foro: las instituciones universitarias
y más específicamente las universidades nacionales, son instituciones públicas,
subordinadas al Estado en los términos que establece la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela (CRBV) y demás disposiciones legales. Quizás
conviene insistir que la subordinación no tiene la acepción de vasallaje o de vínculo de
sometimiento, fidelidad absoluta y sumisión. No, la subordinación representa la
sujeción, un vínculo de acatamiento con reciprocidad entre el Estado a través de los
órganos dispuestos para la rectoría y las instituciones de Educación Universitaria.
El Estado establecido en la CRBV es Social, de Derecho y de Justicia, siendo sus
instituciones aquellas que contribuyen a alcanzar las finalidades sociales de éste, tales
como la defensa y el desarrollo pleno de las personas, su dignidad, el ejercicio
democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de
la paz, la garantía de los deberes y derechos. Los procesos fundamentales para
alcanzar tales fines estatales son la educación y el trabajo.
De tal modo que, siendo las universidades instituciones que integran el sistema
educativo, donde acuden los ciudadanos a formarse para el trabajo, en la búsqueda y
generación de conocimientos a través de la investigación científica, humanística o
tecnológica, sin lugar a dudas, se trata de instituciones que brindan un servicio público
al que el Estado declara como función indeclinable y de su máximo interés. Es por ello
que se dice que estamos frente a un Estado Educador que, por intermediación de sus
instituciones y demás agentes, garantiza tanto el derecho a la educación como la
creación y el sostenimiento del servicio educativo como bien público.
En el caso de las universidades, la CRBV como norma suprema, les confiere
autonomía para que cumplan sus funciones sociales y para se otorguen sus formas de
gobierno, de funcionamiento y administración de su patrimonio. Por tanto, creo
firmemente que el principio de autonomía universitaria está garantizado. Ya hemos
visto que dicho principio ha alcanzado rango constitucional. La discusión estriba en
cómo ejercerla y en beneficio de quién o de cuáles intereses se ejerce.
Ahora bien, juzgo conveniente decir que quienes aquí nos encontramos podríamos
coincidir en señalar que en los últimos 11 años en nuestro país hemos presenciado
múltiples y profundos cambios. Sin entrar a cualificar tales cambios, porque esto
llevaría el debate hacia otros derroteros para los cuales no tendría tiempo, si me
parece importante indicar que tales transformaciones están signadas por un proceso
establecido por la voluntad popular, que no ha sido otro que el proceso constituyente,
según el cual, el pueblo soberano en ejercicio de su poder originario se expresó a
favor de refundar la República, darse una nueva constitución y, entre otras
disposiciones, adaptar el marco institucional y legal para diferentes materias, entre las
cuales está la educación. Es así como en nuestra realidad concreta, el proceso de
refundación se materializa en la práctica y se presenta para la historia con un
ordenamiento jurídico e institucional concomitante con las nuevas relaciones
económicas, políticas y sociales que este proceso constituyente viene impulsando.
En julio de 2009 se promulga la nueva Ley Orgánica de Educación (LOE) que permitió
derogar la vigente desde 1980, luego de demoras y al calor del intenso debate público.
Conviene recordar que en dicha ley, se estructura la educación en un sistema o
conjunto orgánico conformado por subsistemas, niveles y modalidades. Es allí donde
se encuentra explícitamente definido el subsistema de educación universitaria,
integrado a su vez por los niveles de pregrado y postgrado universitarios, y además se
prevé la aprobación de leyes especiales, a los efectos de establecer las normas que
regirán para este subsistema.
A partir del precitado marco jurídico, surge la Ley de Educación Universitaria (LEU) y
no la nueva ley de universidades o nueva ley de educación superior como
frecuentemente he oído decir. Sin descartar que en el futuro pudiera legislarse en
torno al quehacer de las universidades, en la actualidad de lo que se trata es de dar un
marco doctrinario y orientador para todo el subsistema de educación universitaria,
donde desde luego, se encuentran las universidades llamadas nacionales autónomas
o las experimentales, pero no sólo ellas, sino también el conjunto de instituciones que
lo integran, a saber: institutos universitarios, colegios universitarios, aldeas
universitarias, universidades populares de nuevo tipo o de gestión comunal, entre
otras.
Por otra parte, la ley de universidades (LUU) de 1970 (aún vigente al producirse el
levantamiento de la sanción de la LEU, y quedar sin efecto su derogatoria) adolece de
obsolescencia. Creo que esta afirmación podría ser un punto de consenso. Todos
coincidimos en que buena parte del contenido de la LUU no es aplicable ni siquiera en
las universidades tradicionales. Argumentar lo contrario, tendría el efecto práctico de
probar que en más de 40 años “la universidad” no ha cambiado y las publicitadas
modernización y transformación universitarias no son más que eufemismos para
representar intrascendentes modificaciones que no han transformado ni su gestión ni
su funcionamiento, en definitiva, habría que asumir responsablemente el paso de más
de 4 décadas sin cambios profundos en la manera de concebir y de llevar a cabo la
praxis universitaria.
Paso así a puntualizar mi segundo planteamiento: Si tenemos un subsistema de
educación universitaria constituido por diferentes instituciones, con diversa
naturaleza y propósitos particulares, integradas orgánica y estructuradamente,
es necesario disponer cuando menos de una ley que pueda normar el
funcionamiento de éste y los diferentes mecanismos de coordinación de la
actuación del Estado como ente rector, de las instituciones que forman parte del
subsistema y de las formas de participación comunitaria en la gestión
universitaria. Con lo cual, es impropio hablar en este momento de una nueva Ley de
Universidades porque ello involucra desconocer la existencia de otras instituciones
universitarias distintas a éstas. No porque no las conozcamos o ambicionemos
desconocer su existencia, dejarán de ser o cesará su desarrollo y consolidación. Creo
que estas nuevas instituciones universitarias llegaron para quedarse (aunque tengan
todavía mucho que mejorar o perfeccionar) porque están concebidas para contribuir
con la edificación de una nueva educación universitaria de calidad para todos y todas.
Ahora bien, con fines estrictamente prácticos les propongo examinar la realidad de
nuestras universidades a partir de ejes o dimensiones. A pesar de que los ejes que
propondré pudieran representar una arbitrariedad reduccionista o un despropósito
fragmentador, creo que podrían ser útiles para extraer del ejercicio algunas
consecuencias preliminares. En tal sentido y por razones de tiempo, voy a pasar a
analizar en forma sucinta sólo 3 ejes, el eje político, el eje social y el eje económico, en
el entendido que podrían ser abordados otros ejes como el territorial, el cultural, el
científico y tecnológico, el ético, entre muchos otros, para obtener un análisis más
acabado.
Para considerar el eje político, es necesario partir de una visión de la política como
una actividad esencialmente humana cuyo propósito es el de establecer en una
sociedad la mejor forma de conducirla y resolver los problemas que la convivencia
colectiva de sus miembros genera. Desde luego, el tema del poder está inmerso en la
política porque la acción política supone el ejercicio del poder para conducir los
asuntos públicos y para tomar decisiones que involucran los destinos de la
colectividad. Es decir, de lo que se trata es de quién detenta el poder para tomar
decisiones, en nombre de quién o a favor de quién o quiénes se toman y, de acuerdo
con las respuestas que se obtengan a esas preguntas, será posible establecer el
sistema político frente al cual nos encontramos.
Si interrogamos a nuestro país con estas preguntas, responderíamos con los
elementos que nos da la CRBV, a saber: nuestro sistema político es una democracia
participativa y protagónica en la que el pueblo expresa su voluntad y soberanía en
forma directa a través de su participación en la formación, ejecución y control de los
asuntos públicos (quizás este aspecto del protagonismo ha sido poco comprendido y
por esa razón, los avances que se tienen en la planificación local y gestión pública
popular o comunal se invisibilizan y tienen no pocos detractores) y en forma indirecta a
través del sufragio mediante el cual, el mandato del pueblo determina la elección y
revocación de cargos públicos, así como la decisión sobre materias de especial
trascendencia, leyes e iniciativas constitucionales, constituyentes o legislativas a
través de consultas populares, referendos, cabildos abiertos, asambleas de
ciudadanos y ciudadanas, entre otras formas de participación y protagonismo en lo
político, algunas de las cuales en estos 12 años hemos puesto en funcionamiento. De
tal modo que a la pregunta ¿quién tiene el poder? La respuesta será el pueblo quien lo
ejerce directamente o indirectamente a través de quienes ha elegido conservando
siempre intransferiblemente su poder originario para revocar o decidir sobre asuntos
de interés nacional.
En este mismo orden de ideas, el poder público al servicio del pueblo, se distribuye en
ramas; Municipal, Estadal y Nacional, y éste a su vez se divide en 5 poderes
Legislativo, Ejecutivo, Ciudadano y Electoral, Cada uno tiene atribuciones propias y la
obligación de colaborar entre sí para cumplir con los fines del Estado en clara
delimitación y equilibrio de poderes.
Interroguemos ahora a las universidades con las mismas preguntas y veamos las
respuestas: el sistema político es el de una democracia representativa de tipo
censitaria. Es representativa por varias razones entre las que destaco a) porque no
está prevista la participación directa en la gestión universitaria, b) porque los
representantes electos no “mandan obedeciendo” la voz de sus electores sino que con
el sufragio se transfiere o cede el poder completamente sin posibilidad de revocar la
decisión o mandato del electorado universitario y c) porque no existen otras formas de
participación política de los miembros de la comunidad universitaria cuyas decisiones
puedan ser vinculantes y de obligatorio cumplimiento para las instancias de poder y
gestión universitaria. Digo además que es una democracia censitaria porque el voto no
es universal sino que se basa en un padrón o censo electoral restringido al
profesorado con categoría académica igual o superior a la de asistente. Los
estudiantes se expresan a través de un voto ponderado, lo que da como resultado una
diferenciación entre electores de primera (un elector, un voto) y electores de segunda
(40 electores {ó 60 como es en la UPEL} un voto). El resto de los miembros de la
comunidad universitaria no posee el derecho a la participación política para decidir
asunto alguno.
Esta situación está sujeta a cambios con la promulgación de la LOE (2009) pero aún
falta que se produzcan las modificaciones sobre los procedimientos a establecer en
los reglamentos internos y electorales de las universidades. Mientras eso ocurre,
tenemos autoridades que exceden su período y sentencias del Tribunal Supremo de
Justicia que ponen plazo a algunas universidades para que se dicte el cuerpo
reglamentario acorde con las disposiciones de la LOE: voto universal y paritario para
todos los miembros de la comunidad universitaria.
Por otra parte, en nuestras universidades no hay división de poderes. Lo que tenemos
es una virtual concentración del poder en la figura de los consejos universitarios y el
claustro universitario donde éste existe. Desde allí se legisla, se ejecuta, se gobierna,
se controla y se administra justicia, todo ello con una débil competencia decisoria y
ejecutiva de los consejos de facultad, escuelas o departamentos y cátedras cuyas
decisiones no son vinculantes. La inactividad e inoperancia de los organismos de
alzada para dirimir controversias tales como los consejos superiores o de apelaciones
son manifiestas.
No voy a desarrollar más este eje por razones de tiempo, pero a partir de lo planteado
hasta ahora, surge como principio en la prefiguración de la universidad necesaria el
principio de la democratización. Somos corresponsables de llevar adelante todas
las acciones que estén a nuestro alcance para democratizar las universidades y eso
pasa por garantizar no sólo el ejercicio del voto universal y paritario sino además cómo
llevar a la práctica la democracia participativa y protagónica y qué formas de
participación política pueden y deben establecerse para una justa y equilibrada división
de poderes sin la renuncia al poder originario de la comunidad universitaria.
Para finalizar este aspecto dejo algunas interrogantes planteadas, ¿cómo se puede
ser un activista político de la lucha contra una supuesta concentración omnímoda del
poder en el país nacional y simultáneamente se defiende una postura contraria puertas
adentro de las universidades? ¿por qué se juzga necesaria la división e independencia
de poderes y se critica encarnizadamente a la LEU por proponer la separación de
poderes en las universidades? ¿Cómo es que se puede ser partidario de la
descentralización y de la reducción del tamaño del Estado por una parte y a la vez se
promueve el mantenimiento de sistemas absolutistas en pequeñas monarquías o
principados en el seno de las universidades? Éstas y otras preguntas deben guiar el
debate que auguramos sea fructífero si alcanzamos algunos consensos al
responderlas.
Veamos ahora los ejes social y económico para terminar mi participación porque se
acaba el tiempo del que dispongo y muy probablemente se agota su paciencia.
Para examinar el eje social, ratifico lo dicho en torno a la refundación del nuevo Estado
Social, pero qué significa que un estado sea social?. Sin ánimo de extenderme mucho,
y para explicarlo en una forma sencilla diría que es un Estado responsable de
garantizar el acceso a los servicios y la progresividad de los derechos esenciales de
los ciudadanos para su participación plena en sociedad. Un Estado que focaliza en los
grupos más desfavorecidos y marginados procurando su inclusión. Su contrario es un
Estado No-social, irresponsable, que olvida que el gobernar es gestionar los dineros y
recursos públicos a favor de los ciudadanos y que relega a la sociedad a la que se
debe.
Lo social es el espacio donde un Estado que sea irresponsable no rinde cuentas a la
sociedad. Por el contrario, un Estado Social ve en lo social el escenario por excelencia
donde asumir sus responsabilidades primordiales, identifica las desigualdades, las
inequidades, los déficits y las deudas históricas para encararlas en forma decidida
para alcanzar la Justicia Social. Por esto, la lucha contra la pobreza y la miseria como
flagelo social, la exclusión de vastos sectores de la población del acceso a la
educación, la salud, la vivienda y la alimentación, son el centro de las políticas sociales
como herramientas que tienden a disminuir las brechas y deudas sociales. Todas las
instituciones públicas deben coadyuvar en la materialización exitosa de la política
social general y desarrollar las acciones específicas, dentro de su radio de actuación.
De eso se trata la corresponsabilidad.
La educación es un factor determinante de la capacidad de los pueblos para lograr el
crecimiento de cada ser humano como ser social. Una sociedad armónica es aquella
en la que todos y todas tienen igualdad de oportunidades y de condiciones para
acceder a la educación que les provea una formación integral para actuar plena y
conscientemente en los asuntos de interés colectivo. Cada vez más, el grado de
desarrollo material y espiritual de una comunidad o de una nación está condicionado
por el nivel educativo que exhibe su población. Ello sólo es posible si se realizan
deliberados esfuerzos por corregir las desigualdades existentes en el ámbito educativo
y además si las instituciones educativas vuelven su mirada hacia sus comunidades y
se constituyan en eje, en torno al cual gire la vida comunitaria y siendo el asiento de
múltiples actividades de formación continua y de carácter cultural.
Bien, frente a este panorama debemos tratar de identificar cuánto apego hay entre el
quehacer universitario y ese principio de corresponsabilidad. Es decir, cuestionarnos
sobre cuál ha sido y podrá ser en el futuro la contribución de las instituciones
universitarias en la lucha contra la pobreza, la distribución menos desigual de la
riqueza social, la inclusión social, en la ampliación de la cobertura educativa, la
universalización y gratuidad de la educación universitaria, en definitiva por la justicia
social.
Las respuestas a estas preguntas han de conducirnos a plantearnos una
fundamentación teleológica para la educación universitaria más solidaria y
consecuente con la justicia social, la inclusión, la universalización y gratuidad
de la educación hasta el pregrado universitario y la pertinencia de los productos
intelectuales y científico-tecnológicos que las universidades generan en
correspondencia con las necesidades sociales reales.
Finalmente, para culminar esta intervención paso a presentar sólo un esbozo
inacabado para el análisis del eje económico, el cual desde luego, quedará sujeto a
mayor desarrollo y extensión en la continuidad de este debate.
El objetivo superior en el campo económico del Estado Venezolano consiste en
desarrollar un nuevo modelo socio-productivo para su base material. A lo largo del
siglo XX desde las universidades se alzaron voces y se constituyeron grupos de
investigación multidisciplinarios que produjeron importantes aportes teóricos y
metodológicos para caracterizar y superar el modelo económico dependiente, mono-
productor y mono-exportador, peligrosamente atado a la renta del subsuelo, sin un
tejido agroindustrial, una migración hacia las ciudades en detrimento de lo rural y con
fracasadas políticas de sustitución de importaciones. Con la desideologización como
instrumento de las políticas neoliberales de las décadas de los 80 y 90 se dio inicio a
la llamada despolitización de las universidades y al desmantelamiento de las agendas
para el fomento y producción nacional de ciencia, tecnología e innovación orientadas
hacia las necesidades nacionales y regionales, lo que afectó no sólo a las
universidades sino a otros espacios de investigación y desarrollo como las
corporaciones regionales, institutos y centros de investigación. Los planes de
desarrollo de carácter normativo pasaron cada vez más a ser documentos rituales
para decorar estantes de biblioteca, sucediéndose uno a otro (4to, 5to o 6to plan de la
nación) sin que trascendieran para la transformación del modelo económico rentista.
Con estas breves consideraciones para el eje económico, creo indispensable que
reflexionemos con detenimiento acerca de la participación de las universidades en la
creación de un nuevo modelo socio-productivo más solidario, independiente y
soberano. Repensar cómo las universidades contribuyen en la formulación y
concreción de las metas del Plan de Desarrollo Económico Social de la Nación.

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