Ciencia política y representación ......................................................................
Del plan a la planificación. El estado durante la época peronista
Patricia Berrotarán ............................................................................................
Perón. Luz y sombras (1893 1946). Los colores del Cielo
Joan Benavent ...................................................................................................
La razón ardiente
Graciela Maturo ................................................................................................
I Sin embargo, si bien estas críticas están todavía presentes en parte de la opinión
Este Boletín es una publicación del Instituto de Altos Estudios Juan Perón, creado por disposición del
Congreso Nacional del Partido Justicialista celebrado el 26 de marzo de 2004 el que aprobó la creación de una
asociación civil sin fines de lucro que actuara como órgano de capacitación y formación del Partido Justicialista.
Aspiramos a que el Instituto de Altos Estudios Juan Perón se constituya en un ámbito dedicado a la
investigación científica y doctrinaria y a la producción, sistematización y difusión de estudios, investigaciones y
documentos destinados a profundizar y perfeccionar el sistema democrático, abordar los problemas nacionales,
afianzar la justicia y la equidad social y proyectar a la Argentina en el mundo.
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universitario o terciario, estudios avanzados en carreras de grado, o poseer una reconocida trayectoria en el
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6 Ciencia política y representación
Una serie de libros y artículos publicados en los últimos meses se han centrado en
las dificultades que los partidos tendrían para representar a los ciudadanos. La coinciden-
8 cia que muestran sobre algunos puntos ha provocado las siguientes reflexiones.
Los partidos han sido vistos en forma negativa desde sus orígenes, a diferencia de
otras instituciones religiosas y sociales que despiertan valoraciones mucho más variadas,
9 tanto entre diferentes grupos sociales como en diversos países. Se ha intentado reempla-
zarlos a lo largo de toda la historia contemporánea desde diversas posturas ideológicas.
Algunos de los pensadores políticos más importantes de los últimos siglos los criticaron por
su condición de versiones parciales de una voluntad nacional que hubieran preferido
unánime. Para otros, su existencia es reflejo de desmedidas ambiciones personales o de
deficiencias institucionales en la identificación del bien común.
pública, para la ortodoxia actual de la Ciencia Política doméstica serían completamente
infundadas: estaría ya empírica y definitivamente demostrado que no existe algo que con
rigor pueda ser llamado “interés común”. Desmentir las ilusiones de la ciudadanía es una
tarea dura, pero alguien debe hacerlo, y para refutar leyendas no hay nada mejor que un
profesional de las ciencias sociales. Para la academia, en el mejor de los casos, en lugar del
bien común todo lo que puede lograrse es un resultado circunstancial y mutable de
consensos que nunca dejan igual de satisfechos a todos. En el peor de ellos, combinaciones
variables de los más descarnados intereses sectoriales. Tal vez resulte una mala noticia para
los autores de este gran descubrimiento, pero hace ya un tiempo que se sabía que un ideal
político no es precisamente una realidad tangible. Lo determinante no es pretender que se
pueda identificar y aislar el interés común de una vez y para siempre, sino más bien lo que
se hace es establecerlo como un principio cuya función es la de servir como fundamento
para cualquier argumento admisible en un debate democrático. En algunos textos recien-
tes se postula que cualquier fantasía respecto al bien común porta necesariamente el
peligroso germen del totalitarismo. Con semejante premisa conceptual, no sorprenderán
las consideraciones que siguen.
La descripción académica del funcionamiento de los partidos políticos suele
diferenciar su organización interna de la relación que ellos tienen con su entorno. Se
prefiere obviamente escribir sobre la segunda parte, más apta para el análisis aséptico. De
todas formas, cuando no queda más camino que internarse en el barro de la baja política,
las descalificaciones suelen ser recurrentes. Aquí se dejan de lado vanas fantasías y se
realizan reflexiones teóricas acerca de intereses e incentivos. Toneladas de libros ya ajados
que abundan sobre el poder, los valores o la desigualdad de recursos hoy padecen de mala
fama en ámbitos académicos. Se prefiere explicar las instituciones casi exclusivamente a
partir de las motivaciones personales de sus integrantes. No es un problema característico
de la teoría política, pues abunda en otras disciplinas. Tampoco es una visión completa-
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mente infundada y por lo tanto no puede ser soslayada, pero lo cierto es que resulta de
escasa utilidad para imaginar reformas estructurales. No es casual por tanto que todas las
vías de solución identificadas por esta corriente académica sean muy similares a la actual
agenda de la reforma política que tanto difunden ciertas organizaciones no gubernamen-
tales. Buena parte de esa agenda ya ha sido incorporada a la legislación y poco ha cambia-
do; en mi opinión, podría incluso cumplirse en su totalidad y de todas formas persistirían
las principales deficiencias de nuestro régimen político.
 Pues bien, “la integración latinoa-
mericana -decía Graciela Maturo en 1977-
es uno de los máximos objetivos de cada
uno de sus países y de todos en su conjun-
to. Sólo esa integración, cumplida en todos
los planos -económico, social, político y
cultural- podrá asegurar nuestra auténtica
liberación y el despliegue total de nuestras
posibilidades históricas”. Pero enseguida
agrega algo, pienso yo, que todavía los
actuales actores políticos de la integración
no ven con suficiente claridad o, al menos,
en todas sus implicancias: “Base privilegia-
da de tal integración es el plano cultural”.
Entre nosotros existen lazos espirituales y
culturales pero es preciso redescubrirlos y
fortalecerlos porque, la autora lo reconoce,
nuestros pueblos no han permanecido
ajemos a distorsiones y enajenaciones.
Toda la elaboración metodológica
llevada a cabo por Graciela Maturo, su
adopción crítica de la hermenéutica
fenomenológica, que tan sabrosos frutos ha
dado en el campo de los estudios literarios y
culturales, puede entenderse muy bien
como una contribución al redescubrimiento
y fortalecimiento de esos lazos espirituales y
culturales que unen a los pueblos latinoa-
mericanos y, en ese mismo sentido, como
una tarea creadora al servicio de la integra-
ción latinoamericana. Esto no excluye,
ciertamente, que la obra de Graciela Maturo
pueda y deba entenderse con el mismo
rigor desde otros puntos de vista; ello es
consecuencia de la multilateralidad y
multiplicidad inherentes a su pensamiento,
de la diversidad ensamblada de elementos
que pone en juego simultáneamente, como
ya dijimos. Sin embargo, todo confluye
permanentemente en una unidad que no
obstante sólo impera en consonancia con la
plena vigencia de la multiplicidad. Antes
que de dialéctica, al menos en el sentido
hegeliano del término, se trata de un
tránsito inmediato de un extremo al otro
donde los opuestos, en el vértigo del
traspaso, se identifican sin confundirse.
Imposible quizá captar esta lógica, tan
femenina por lo demás, por su apertura y
fluidez, sin incluir el impulso místico que
atraviesa la escritura de Graciela Maturo y
constituye en definitiva su hálito vital.
“En América surge un nuevo tipo
humano con características propias,
destinado a ofrecer al mundo una nueva
propuesta cultural”, reitera Maturo.
Propuesta de suyo integradora y por eso la
integración de América Latina se trasciende
a sí misma, adquiriendo relevancia históri-
co-mundial.
Pero es en la vivencia popular, en la
cultura popular, “donde debemos buscar el
crisol viviente que selecciona los elementos
integrables y desecha los no integrables”.
Otra advertencia que los dirigentes políticos
actuales, si es que están empeñados
seriamente en la integración latinoamerica-
na, deberían tomar en cuenta prioritaria-
mente.
“En el seno del pueblo no intelec-
tualizado, no alienado a ideologías ajenas,
es donde hallamos la vigencia de esa
integración que se cumple por encima de
las posibilidades lógicas, las previsiones
intelectuales, los cauces previstos. Es que el
pueblo vive su tradición cultural”, escribe
Graciela Maturo, y subraya la palabra
“vive”.
Es en el pueblo humilde donde
encontraremos la apertura hacia el otro.
Entre nosotros argentinos el sainete lo
ejemplifica, con su simpatía hacia la
diferencia, tramitada a través del humor.
El “abrazo de lo distinto” reconoce
en América Latina la “gracia del amor”
como condición de posibilidad. Pero es el
“plano simbólico, religioso”, el que permite
la apertura de las mónadas. Mientras tanto,
la filosofía europea ha desembocado en el
solipsismo. Frente al homo faber y al homo
oeconomicus, resultados finales de la
modernidad europea, el hombre latinoame-
ricano ofrece el hombre creador, fraternal y
auténticamente universalista; una de cuyas
fuentes nutricias es, aunque parezca
paradójico, el humanismo europeo.
“El mundo marcha hacia la
integración de los hombres en unidades
cada vez mayores”, dice Graciela Maturo en
1977, en coincidencia con un excepcional y
visionario político argentino, muerto
apenas tres años antes. “Hoy vivimos la
etapa en que las naciones se agrupan en
grandes bloques continentales.” Más allá
de intereses políticos o económicos,
América Latina no puede desoír este
imperativo porque tiene una misión que
cumplir, nos recuerda la autora. Sin
embargo, y a pesar de su optimismo básico,
a Maturo no se le escapa la situación real
del subcontinente por esos días, “dividido,
empobrecido y atacado por sus enemigos”.
Sea como fuere, nos encaminamos
en breve plazo hacia el universalismo. “Es
necesario tener presente que la etapa
continental será prontamente superada por
el universalismo, hoy fácilmente alcanzable
dada la perfección a que han llegado los
medios científicos y técnicos que pueden
ser puestos al servicio de una planificación
mundial”.
“La etapa universal será organizada
de un modo u otro, pero si quienes la
organizan son las grandes superpotencias
que detentan el poder económico, tal
organización responderá a su filosofía y
será realizada en su provecho”.
“Es a nosotros, latinoamericanos, a
quienes nos toca tomar conciencia de
nuestra responsabilidad en la construcción
del futuro. No son los pueblos decadentes o
deshumanizados sino los pueblos morales y
justicieros los que se hallan llamados a
protagonizar el verdadero ecumenismo,
que no nace del odio ni de la agresión sino
del amor entre los pueblos. Esto es pensar
en grande, pensar para el mundo”.
Silvio Juan Maresca
como 1977, son aportes que deben ser
tenidos imprescindiblemente en cuenta
para que la intención política hoy vigente
en muchos gobiernos latinoamericanos,
después de tantos años de indiferencia, no
se frustre o quede reducida a una expresión
mutilada, como lo sería una mera integra-
ción económica, igualmente deseable, o
una pura expresión de poder político de
negociación con las grandes potencias o los
bloques ya conformados, también por lo
demás deseable.
Decía recién que la integración
latinoamericana ocupa un lugar sólo
aparentemente marginal en esta obra de
Graciela Maturo. La autora pone en escena,
en efecto, una multiplicidad de cuestiones,
fuertemente ensambladas, donde es en
definitiva muy difícil distinguir al cabo lo
principal de lo accesorio y, según creo, ni
siquiera pertinente. A pesar de su escasa
simpatía por el estructuralismo, al menos
en sus aplicaciones acríticas y dogmáticas,
el pensamiento de Maturo exhibe una
impronta claramente estructural, aunque
más no sea en el sentido de que siempre
pone en juego una multiplicidad de
aspectos, enlazados sistemáticamente, que
deben ser atendidos en forma simultánea.
Poca simpatía por el estructuralis-
mo: hay que señalar que en la búsqueda del
método apropiado de abordaje de la obra
literaria latinoamericana, así como también
a la postre de la propia realidad de nuestro
subcontinente, La razón ardiente es un libro
hecho de aceptaciones y de rechazos,
ambos expresados sin circunloquios. Pero
con una salvedad, que caracteriza el
pensamiento de Graciela Maturo: aun en lo
que ella considera menos apropiado
encuentra siempre algo digno de rescate,
algo que integrar, algo aprovechable. Así
como Maturo dice de América Latina es
también su pensamiento, mestizo, sin caer
por ello en un eclecticismo o un sincretismo
anodinos. Ahora estamos pues en condicio-
nes de entender mejor su método, su modo
de abordaje de los fenómenos: antes que
de estructuralismo se trata de una racionali-
dad mestiza, tan mestiza como la realidad
que ve desplegarse ante sus ojos.
Pensamiento en definitiva integra-
dor, que no consiente en sacrificar nada; ni
la multiplicidad en aras de la unidad, ni ésta
en función de aquélla. Pensamiento
integrador y en esa misma medida ecléctico
o sincrético si se quiere, pero no anodino;
pensamiento integrador, digo, que en
armonía con el círculo hermenéutico
asumido, predica la integración latinoame-
ricana como presupuesto y resultado de su
propio desenvolvimiento.
Veamos entonces como proyecta
Graciela Maturo esta integración. Su
urgente necesidad no se le presenta en
1977 únicamente como un imperativo
histórico o una egoísta necesidad de
supervivencia de algunos pueblos, sino
como la posibilidad de una respuesta
civilizatoria, válida más allá de la fronteras
de América Latina, en medio de la crisis de
la civilización europea, que afecta a la
humanidad en su conjunto.
La crisis europea se vincula con
cierta forma típica del desarrollo de la
modernidad, tal como se ha producido en
los países centrales. Sin embargo, y en
consonancia con la amplitud de su pensa-
miento, Maturo dista de condenar unívoca-
mente a la modernidad, aun de cara a sus
expresiones más cuestionables. “El concep-
to de crisis -escribe Maturo- se halla
íntimamente ligado a tal aventura humana
[la occidental] que se resiste a la simplifica-
ción”. Nueva muestra de que no es impres-
cindible escamotear la complejidad de los
fenómenos para juzgarlos, y tomar partido.
El desarrollo de la técnica, de los
medios de comunicación, en fin, la planeta-
rización occidental, “extendieron la crisis
local a crisis mundial”, sostiene la autora.
Pero el meollo del problema no reside en la
técnica, a la cual cabe tan poco adorar en
forma incondicional como oponerse
irreflexivamente, sino en la evaporación de
un proyecto humanitario que Graciela
Maturo cree ver vigente en América Latina,
aunque los años la han vuelto algo menos
optimista, como puede apreciarse en la
“Introducción” a La razón ardiente.
América Latina, integrada y unida,
aparece para Maturo como horizonte
posible de una nueva síntesis, de una nueva
cultura, definida como “una zona de
encuentro y reconciliación entre Oriente y
Occidente, entre ancestrales tradiciones y
modalidades modernas”. Sabida es la
importancia que Graciela Maturo confiere a
la tradición, pero lo más importante, lo
sorprendente, lo heterodoxo, es que ello -
insisto- no la lleva a desechar la moderni-
dad. Si pone el acento en la tradición es por
ser el factor más debilitado en las socieda-
des contemporáneas.
Pero si América Latina está habilita-
da para llevar adelante semejante tarea de
síntesis, decisiva no sólo para su propio
futuro sino para el del conjunto de la
humanidad, es por su peculiar configura-
ción cultural, signada por el mestizaje,
experiencia histórica infrecuente, singularí-
sima. Tal mestizaje, que rehúye cualquier
determinación unilateral, cifrada exclusiva-
mente en la indígena, lo ibérico o lo
inmigratorio ulterior, ha destilado una
realidad transmoderna al absorber
distintas etapas de modernización occiden-
tal encauzándolas “en su propio ideario
ético e histórico”. Es que tanto en lo
propiamente indígena como en la síntesis
criolla, base del mestizaje americano,
persisten núcleos de sentido que deben ser
dinamizados como factores fundamentales
de una integración fructífera y duradera.
Conocemos también la importancia que
asigna Maturo al núcleo mítico-simbólico
como pivote de una cultura que merezca
cabalmente el nombre de tal. Cultura sin la
cual, vale agregarlo, el hombre no existe
como hombre.
El funcionamiento interno de los
partidos dependería en estas visiones
teóricas del complejo equilibrio entre dos
tipos de incentivos. Los 'selectivos', que se
caracterizan porque su distribución
puede ser controlada por quien los otorga
(dinero, prestaciones, cargos públicos), y
los 'colectivos', que se basan en solidarida-
des y son fuente de identidad. Para
simplificar, los llamaremos respectiva-
mente 'beneficios' e 'ideales'. Esta diferen-
ciación suele realizarse para destacar la
importancia de los beneficios: sin ellos no
habría organización estable, todo
dependería de la caprichosa voluntad de
sus integrantes.
Pero a la vez, se dice, los partidos
no podrían sobrevivir a la falta de incenti-
vos 'colectivos', que entre otras funciones
cumplirían la de “ocultar” los beneficios
distribuidos. Por eso, se concluye, la
distribución de favores sería la inalterable
“cara oscura” de la política. De esta
forma, algunos politólogos razonan
como si los intereses y los ideales pertene-
cieran a dos mundos diferentes: mientras
habría que dudar sistemáticamente de la
seriedad y veracidad de los ideales, bien
podría presumirse la autenticidad de los
intereses. Poco estudio se dedica a las
maneras en que ambos tipos de “incenti-
vos” pueden o no ser compatibles.
Resulta mucho más provechoso y científi-
co extenderse en las insuficiencias que en
las vías de solución.
En un contexto semejante, todo el
bagaje conceptual increíblemente se
aplica a abundar acerca de la importancia
de la credibilidad de los enunciados
partidarios ante la ciudadanía, que por
otra parte se resume alegremente en la
sinceridad de las personalidades más
reconocidas. Se ambiciona que todas las
complejidades de la representación de
intereses y de la afirmación de valores en
la política puedan ser evaluadas con el
sencillo metro de la credibilidad.
Semejante lógica sería inaceptable para
otros espacios sociales: más de un
politólogo sólo se operaría con un médico
que le demuestre que lo que más quiere es
verlo sano y no solamente su dinero...
En lugar de explicarse por qué en
política parece ser más relevante la
“función de ocultamiento” que en otros
espacios, o más bien, por qué resulta hoy
tan popular en ella la demanda de
sinceridad personal, directamente se la
asume como un dato inmodificable de la
realidad y se pretende que las institucio-
nes se adapten sin más trámite. Ya a esta
altura debería saberse que resulta
imposible reformar la política si no se
transforma lo que la sociedad espera de
ella.
Un corolario de este razonamien-
to lo constituye la crítica hacia la autorre-
ferencia de los partidos. Es cierto que una
institución que se pretende representati-
va no puede ser autista, pero también
resulta notorio que hoy la mayor parte de
las instituciones son autorreferentes.
Empezando por el mundo académico. La
idea clásica de representación tiende a ser
obsoleta en cualquiera de sus significa-
dos: el dinero no representa bienes
materiales, el arte no representa objetos
reales, el conocimiento científico no
pretende representar una naturaleza de
existencia objetiva, etc. Obviamente,
resulta más popular halagar al votante
desdichado reclamando crecientes
equivalencias entre representante y
representado, que poner en cuestión el
significado actual de estos términos y su
utilidad para la Ciencia Política.
La referencia académica sobre los
partidos políticos se centra entonces casi
obsesivamente en sus dificultades para
“representar” a una población cada día
más heterogénea. Su visible impopulari-
dad supuestamente sería suficiente
demostración. Más allá de que igualando
popularidad y representación se comete
un error conceptual, habría además que
dejar de lado cualquier pregunta acerca
del eventual momento histórico en que
partidos y políticos sí fueron verdadera-
mente populares. Esta letra tal vez pueda
sonar conocida: “Siempre suceden
desfalcos / en muchas reparticiones / pero
nunca a los rateros / los meten en las
prisiones. / Se presenta un candidato / a
diputado nacional / y a la faz de todo el
mundo / compra el voto popular; / se
come asado con cuero / y se chupa a
discreción / celebrando la matufia / de una
embrollada elección”. Se trata de
Matufias, una milonga de Villoldo del año
1903.
Pero además, tal vez sea tiempo
de recordarle a esta gente que la repre-
sentación es una gran cosa, pero no es la
única condición de legitimidad de una
relación social. En primer lugar, porque
suele ser confundida con un proceso de
identificación personal que hoy es
imposible encontrar, si se excluyen
algunas de las más rutilantes estrellas de
la televisión. Curiosamente, se suele
comprender fácilmente que la actual
diversidad de intereses en el electorado es
un obstáculo para una representación
estable, pero no se admite que una
constelación compleja de intereses puede
llevar a que la mayoría acepte ser dirigida
por alguien de quien no espera gran cosa,
tanto en la política como en otros aspec-
tos de la vida social. Por supuesto, todos
quisiéramos amarnos mucho más, pero
puedo no compartir plenamente mis
intereses con alguien y sin embargo
entender que me resulta conveniente que
tome decisiones que me afectan, siempre
y cuando pueda controlarlo. De otra
manera, cualquier acción colectiva
tendría muy pocos adeptos.
En segundo lugar, en la actualidad
corresponde poner en un mismo nivel a la
representación y a la responsabilidad. Un
exceso de democracia semidirecta llevaría
a decisiones muy representativas, pero
escasamente responsables. La democra-
cia requiere un pueblo que conozca
diferentes alternativas políticas, pero más
necesita gobernantes que debatan
públicamente y tomen decisiones, las
difundan y las justifiquen. Una sociedad
que sólo entiende por participación
política a las acciones defensivas corre el
riesgo de preferir a un gobierno que por
representarla sólo practique la política
defensiva, algo completamente reñido
con cualquier forma de responsabilidad.
Esta última no es una palabra de moda
para ninguna institución, en tanto
implica que deberá aceptar normas,
controles y juicios morales de otros
grupos sociales. Pero resulta el principal
desafío de la democracia moderna: si ya
no es razonable pretender que todos los
poderes sociales sean representativos, al
menos debe procurarse que sean respon-
sables.
Por último, y esto es lo más obvio,
un partido político no puede ser simple-
mente un mero reflejo de demandas
ciudadanas: de otra forma, el único
sentido de la lucha por ocupar espacios de
poder político residiría en el dominio de
un sector social sobre otro. La razón por la
que se afirma que los partidos políticos
son instituciones fundamentales del
régimen democrático es porque aspiran a
orientar colectivamente la voluntad
política de una Nación. Obviamente,
también deben tolerar otras aspiraciones
alternativas, pero serían meros equipos
administrativos si simplemente se
presentaran como una forma más entre
tantas de resolver eficazmente ciertas
demandas particulares.
Algunos teóricos nativos parecie-
ran entender que la mejor concepción de
una democracia sería una amable compe-
tencia entre equipos técnicos. En este
marco se comprende la habitual referen-
cia crítica que se hace al propósito de
constituirse en “movimientos” políticos
que alguna vez tuvieron el radicalismo a
principios de siglo XX y luego el peronis-
mo. Supuestamente esto indicaría que
ambos renegaron de su condición de
“partes” -una de las posibles raíces
etimológicas del término “partido”- y
pretendieron identificarse con el conjunto
de la Nación (la “causa” en el radicalismo,
el “pueblo” en el peronismo), lo que
habría conspirado contra su propia
institucionalización. Confundiendo los
efectos con las causas, algunos politólo-
gos entienden el término “movimiento”,
como una manera de auto-denominar un
rasgo típicamente autoritario de los
partidos populares.
Se olvida así que esta denomina-
ción se debe fundamentalmente a la
situación inicial en la que se encontraban
quienes así se presentaron: se trata de
agrupaciones que movilizaron sectores
sociales hasta entonces políticamente
excluidos y cuya participación institucio-
nal se encontró gravemente amenazada
por quienes ocupaban la totalidad de los
espacios de poder político y social. En
ambos casos este hecho generó tensiones
y hasta violencia, pero lo cierto es que la
voluntad de excluir al otro fue mutua y
por lo tanto es impropio adjudicarla como
característica exclusiva del sector popular.
Obviamente, no falta quien razona como
si todas las acciones de los grupos que él
prefiere fueran simple respuesta a las
agresiones de otros grupos, de los malos;
es decir, como si algunos actores políticos
no tuvieran estrategias o intereses, sino
simplemente (buenas) intenciones.
Curiosa aplicación práctica de las disquisi-
ciones teóricas sobre los incentivos: las
acciones de los sujetos que gozan de las
preferencias del analista no afectarían las
estrategias de aquellos a quienes menos-
precia. Con semejante lógica, el “movi-
miento” siempre es el malo y el resto de
los actores se ve obligado a complotar
contra él de fea manera, lo cual de
ninguna manera puede ser visto como
antidemocrático.
La visión de la política como una
actividad puramente orientada por
influencia de un fenómeno primitivo como
el fascismo, aunque atenuada por una
batería de decretos sociales de envergadu-
ra, flotaba sin duda junto a su noción
vertical y francamente arcaica del orden
político”. Palidecen así las luces que el
autor proyecta sobre Perón en su batalla a
favor de los trabajadores y contra la
oligarquía y el poder imperial.
La caracterización del proyecto
político de Perón como populista, con
fuertes sesgos caudillistas y autoritarios
(hasta despóticos), tal como se desprende
del texto, en nada ayudan a comprender la
gran virtud expresada en la conformación
política del justicialismo: el intento de
constituir un movimiento de liberación
nacional como el medio más idóneo para
encarar la lucha antiimperialista y, como
tal, instancia convergente del conjunto de
sectores del pueblo que, en tanto comuni-
dad organizada, participen necesariamen-
te de la toma de decisiones, de la construc-
ción de poder popular, reconociendo en la
clase trabajadora a su actor, no único, pero
sí dominante y central.
Justamente esta última ecuación
“clase trabajadora-Perón” emerge, en el
texto citado, tamizada por el concepto de
“paternalismo”, punto débil en la interpre-
tación del autor, ligándolo con aquellos
análisis ciertamente predominantes en la
literatura “académica y oficial” sobre el
peronismo. Ellos conciben al líder justicia-
lista como un caudillo que, frente a la
masa, impulsa una relación manipuladora,
irracional, demagógica, desde donde
proyecta su subordinación, domesticación
y control.
Buenos Aires, Biblos, 2004, 254 páginas
Este nuevo libro de Graciela
Maturo, colección de textos producidos
durante los últimos treinta años, se centra
en la metodología que la autora ha puesto
en práctica -con indiscutible originalidad-
en el terreno de la teoría y la crítica literaria.
Expone también detalladamente en él,
tanto las convicciones que la han llevado a
construir esa metodología como las fuentes
de que se ha valido, diseñando así una
verdadera autobiografía intelectual. Vida
consagrada al estudio, la investigación y la
creación, alejada de modas e imposturas
Esta postura, desmentida entre
otras cosas por el poder y la autonomía que
los trabajadores adquirieron en las presi-
dencias peronistas y en los dieciocho años
de exilio de su líder, queda plasmada en la
siguiente cita: “Una de las peculiaridades
características del liderazgo peronista era la
centralización absoluta de las masas en
torno a su líder y la abolición de los proleta-
rios de toda independencia de clase”.
El análisis descripto parte del error
de no enmarcar el concepto de autonomía
trabajadora en el contexto político de la
época. El mismo mostraba a la masa
proletaria encuadrada en organizaciones
sindicales representativas y abrazando a un
movimiento político por voluntad propia,
libre y visceralmente. El sindicalismo
peronista de aquel tiempo, por convicción
y democráticamente, se alineaba con su
líder ni más ni menos porque éste lo
representaba. En este sentido fue absoluta-
mente autónomo, actuó en base a sus
intereses y su adscripción al peronismo
nació de una opción propia.
En definitiva, las luces y sombras
que Benavent proyecta en su biografía
sobre Perón nos muestran que las segun-
das se imponen sobre las primeras. Este
parece ser el resultado de un texto que
merece ser leído por la calidad que su
pluma destila en cada párrafo, por su
estilo impactante, provocador y polémico.
El deslumbrante brillo de su
escritura tiene tal potencia que por
momentos logra encandilar al autor,
sesgando el juicio que realiza sobre la
personalidad histórica en cuestión.
Daniel Arzadun
Graciela Maturo
La razón ardiente
intelectuales, por desgracia tan frecuentes
entre nosotros.
Mi reseña, sin embargo, pondrá el
acento en un aspecto aparentemente
marginal de La razón ardiente: el pensa-
miento de Graciela Maturo sobre la
integración latinoamericana. Si así lo hago
es por tratarse de un tema de candente e
imperiosa actualidad (lo cual no significa
que otros temas o cuestiones tratadas en el
libro lo sean menos) y sobre todo porque
varias de las ideas expuestas por Maturo en
una fecha tan temprana, fatídica y adversa

Perón. Luz y sombras (1893 1946)
Barcelona, Letras e Imagos, 2004, 576 páginas
En su libro Perón. Luz y Sombras,
Joan Benavent desarrolla con pasión y
rigurosidad analítica una extensa biografía
del padre fundador del justicialismo que
abarca desde su nacimiento en 1893 en
Roque Pérez (provincia de Buenos Aires)
hasta su llegada a la presidencia de la
nación en junio de 1946.
En toda esta etapa, la historia de
vida de Juan Perón es indagada por el
autor en profundidad, combinando las
múltiples facetas (personal, militar y
política) que terminaron amalgamando la
figura de uno de los más formidables
líderes de masas que arrojó el siglo XX,
derivando en el fenómeno no sólo político,
sino además cultural, simbólico y fuerte-
mente anclado en la identidad popular de
la argentina actual: el peronismo.
Sostenido en una prosa por
momentos brillante y en una bibliografía
extensa y plural, Benavent pasa revista por
las distintas etapas que jalonaron la vida
del conductor justicialista: los años de su
niñez, el ingreso al ejército y su trayectoria
militar, signada por las excepcionales
características y destacadas cualidades
personales que lo llevaron progresivamen-
te a detentar (junto a su escalada en la
pirámide profesional) un más que impor-
tante ascendiente sobre sus pares e
incluso entre sus superiores jerárquicos.
Su histórico compromiso con la
justicia social, conjuntamente con la
estrategia de poder que despliega magis-
tralmente, sus años de formación, los
maestros y personalidades históricas que,
en este sentido, reconocen influencias en
su persona, sus amigos, sus enemigos y las
mujeres que compartieron con él sus vidas
e ilusiones, entre las que obviamente se
destaca Eva Perón. Ellos son objeto de un
detallado análisis e interpretación,
valiéndose el autor de distintas herramien-
tas metodológicas y conceptuales, dentro
de las cuales se reconocen categorías
psicoanalíticas, desde donde Benavent
intenta explicar -en forma cuestionable-
determinadas conductas que marcaron
momentos y decisiones trascendentales
en la vida de Juan Perón y, como no podía
ser de otra manera, de la política y la
sociedad argentina.
En su ensayo, el autor articula esta
historia de vida con los cambiantes
Joan Benavent
Los colores del Cielo
procesos sociopolíticos que signaron el
escenario de un continente y un país en el
contexto de las dos grandes guerras que
conmovieron al mundo y que marcaron a
fuego el devenir del siglo XX, sus actores y
personalidades, el clima de ideas imperan-
te y sus influencias en la dinámica evolu-
ción de una época.
La pluma de Benavent provoca
admiración por su impactante estilo y
minuciosidad, por el vigor, el relato
provocador, profundo e incisivo. Construye,
ladrillo sobre ladrillo, una crónica de época
que adquiere categoría de epopeya
histórica y abre las puertas al lugar sagrado
en el que ingresa un mortal (en este caso
Perón) y su obra (el peronismo): el mito y su
adoración en el altar del pueblo.
No obstante, la polémica y el sesgo
subjetivo de sus interpretaciones se erigen
en los otros rasgos estructurales de su
escritura.
En el afán de caracterizar ideológi-
camente al conductor justicialista, el autor
utiliza categorías cuestionables y sesgadas
-como mínimo-, tales como la siguiente:
“En el caso concreto de Perón, su ideología
claramente fascistoide del comienzo no
presenta fisuras”. Esta afirmación,
conjuntamente con otras en las que coloca
a Mussolini como su “admirado ídolo”,
implican pasar por alto las múltiples y
variadas fuentes ideológicas y experiencias
no sólo militares, sino también políticas,
generadoras de una importante influencia
en la mentalidad del líder de los trabajado-
res argentinos.
En tal sentido, la experiencia
europea de Perón, particularmente sus
observaciones sobre el régimen fascista,
constituye un ítem más, importante, pero
acotado, en la conformación de su
pensamiento político. Éste reconoce sus
raíces en pensadores y personalidades
históricas mucho más amplias y variadas
sobre las que el autor no centra en
profundidad su atención.
La sombra de Mussolini parece
acompañar toda la trayectoria militar y la
ascendente carrera política de Juan Perón
en la biografía de Benavent, al punto de
sostener que “en la formación de su base
social y el tipo de liderazgo asumida
respecto a ella, se observaban abundantes
pleitos con el estado de derecho. La
'incentivos selectivos' suele no incluir en el
análisis los valores que involucra ni las
pasiones que genera. Un movimiento
político no implica únicamente una
voluntad de ocupar espacios de poder o
de aplicar una ideología determinada,
sino además supone una forma apasiona-
da de concebir modificaciones contra los
poderes establecidos. Obviamente,
podría discutirse si esa pasión es o no
condimento necesario para la acción
política, pero lo cierto es que la han
incluido en su receta todas las grandes
transformaciones populares del siglo XX.
En este sentido, la pretensión de consti-
tuir un movimiento político implica no
tanto una desvalorización de la compe-
tencia electoral, sino más bien la afirma-
ción exaltada de una ética que no puede
suponerse relativa. Llevada a un límite,
puede llevar a pretender justificar inmora-
lidades o violaciones inaceptables de los
derechos de otros grupos políticos. Pero
en el otro extremo, cuando esta pasión
está absolutamente ausente, el Estado no
pasa de ser un esqueleto sin espíritu,
donde únicamente cuentan razones
técnicas y motivaciones personales.
Nuevamente, afirmar que toda exaltación
política lleva inevitablemente un virus
totalitario es una premisa que nunca se
dice en forma explícita, pero que no deja
de sobrevolar algunos razonamientos de
la Ciencia Política.
Pero además, en tanto los movi-
mientos constituyen esquemas masivos
que impulsan grandes transformaciones
sociales enfrentando los poderes existen-
tes, trascienden el esquema de los
partidos políticos e involucran otros
espacios sociales donde el pluralismo no
es una norma principal. En este marco es
entendible que algunos valores cuestio-
nados se expresen en forma absoluta.
Más que revisar sus raíces ideológicas,
para juzgar este fenómeno resulta
determinante saber si de hecho se
realizan o no prácticas que desacreditan
la competencia electoral. En algunos
momentos de su historia, el radicalismo y
el peronismo atentaron contra el pluralis-
mo democrático. Pero resultaría absurdo
suponer que sólo en esos períodos fueron
verdaderos “movimientos” políticos y,
peor aún, que dejaban de serlo cuando
competían limpiamente en elecciones o
cuando sufrían proscripciones y violen-
cias.
En general, este tipo de reflexión
académica ignora aspectos significativos
de la práctica política concreta en América
Latina. Por ejemplo, muy poco dice acerca
de la capacidad de los partidos para
condicionar las decisiones diarias de los
gobiernos en los sistemas presidencialis-
tas. Tampoco se utilizan elementos
teóricos para explicar las relaciones
federales de poder o la distancia que
existe entre los cuadros profesionales del
Estado Nacional y el resto de las autorida-
des estatales: las decisiones cotidianas del
Poder Ejecutivo, generalmente ampara-
das en una superioridad técnica inalcan-
zable para los gobiernos locales, escapan
al control de los “militantes territoriales”.
Ni siquiera se pretende que las puedan
comprender para movilizar voluntades
políticas a favor o en contra de ellas.
Pocos militantes pueden decirle a un
vecino que vote a tal o cual partido
porque propone una cierta política
laboral, de salud o educativa. Poco dice la
academia acerca de una tecnocracia que,
en el mejor de los casos, identifica la
posibilidad de formular un proyecto
nacional sólo con decisiones administrati-
vas altamente especializadas. De esta
manera se desvirtúa cualquier concepción
de los partidos políticos como vínculos
entre el gobierno y la sociedad.
Por eso, el empeño que muchos
compañeros aún muestran por seguir
calificando al peronismo como un
movimiento no supone una negación del
pluralismo democrático. Más bien es una
forma de resistir a los planteos elitistas y
tecnocráticos, resaltando la importancia
de integrar a los sectores sociales exclui-
dos, defendiendo la importancia de la
pasión en la política y revalidando su
disposición por las transformaciones
profundas. Un interesante hallazgo
consistiría en descubrir algún día que
estas últimas cuestiones están fuertemen-
te asociadas a los problemas de la repre-
sentación política.
Salvando pocas excepciones, los
aportes más difundidos de la Ciencia
Política en la Argentina son actualmente
irrelevantes para proyectar una importan-
te reforma política. Cualquier análisis útil
sobre la política real debería hacer algo
más que lamentarse. Ya es hora de que los
politólogos dejen de condenar. Más que
cambiar de tribuna, lo que se necesita es
que bajen a jugar. Ya se sabe: desde la
platea todas las pelotas deberían ir al
ángulo.
Mariano Fontela

Del plan a la planificación
El estado durante la época peronista
Buenos Aires, Imago Mundi, 2003, 128 páginas
Antes que nada, es necesario
señalar que este libro reproduce la Tesis de
Maestría en Investigación Histórica
defendida por la autora en la Universidad
de San Andrés durante el año 2001. Tanto
el hecho de tratarse de una tesis como el
momento en la que esta es finalmente
presentada inciden en las distintas
lecturas posibles sobre este trabajo
Por un lado, si bien últimamente
se admite cierta flexibilidad metodológica
en ciertas áreas de las ciencias sociales,
toda tesis debe cumplir con determinadas
cuestiones procedimentales y estilísticas
de rigor en este tipo de textos.
Por otra parte, es probable que de
no mediar el rotundo fracaso de la Alianza
y las dolorosas consecuencias que
derivaron del mismo, el carácter suma-
mente específico y acotado -típico de este
tipo de presentaciones- le habría asegura-
do a este interesante trabajo de Patricia
Berrotarán un destino exclusivamente
académico, junto a otras ignotas -aunque
excelentes- tesis de maestría que reposan
en los anaqueles de bibliotecas y librerías
especializadas en historia y ciencias
sociales.
Sin embargo, debido a la recupe-
ración del interés por el Estado -en el
escenario postcrisis-, su obra probable-
mente goce de una inesperada vigencia.
Tal como señala la autora, en 1946
Perón “presenta un plan de gobierno que
condensa una nueva modalidad de
concebir el Estado y las políticas públicas,
de construir los problemas y las solucio-
nes”.
Sin embargo, sería erróneo pensar
que la planificación peronista surge como
un elemento inédito que a partir de la
llegada de Perón al poder se incorpora en
la historia institucional del Estado
Argentino.
El trabajo de Berrotarán nos
permite visualizar el proceso mediante el
cual el peronismo fue llevando a la
práctica gran parte del ideario que por
aquellos años gozaba de gran consenso,
dentro del cual la noción y la práctica de la
planificación ocupaban un sitio de
privilegio.
ciones políticas y especializadas y en los sible obsolescencia a la que ha sido
medios de prensa” de la época. condenada la planificación estatal como
De esta forma, al describir con instrumento de acción política y de
precisión cuál era el clima de ideas gobierno.
predominante en los '40 y situar históri- En este sentido, no podemos dejar
Patricia Berrotarán camente la relación que establece el de señalar que, tal como lo manifestara
peronismo con la estructura estatal, la Carlos Leyba en una de la reuniones del
autora nos ayuda a comprender sin Seminario “60 años de Peronismo”, la
planificación estatal o gubernamental es
prejuicios el porqué de muchas de las
un compromiso que, por otra parte,
decisiones adoptadas por entonces, que
muchas veces fueron y aún son juzgadas forma parte de la dimensión ética de la
precipitada e injustamente por quienes actividad política en democracia, en la
La buena estrella de la planifica- nunca alcanzaron a comprender la medida en que -si los planes son públicos
ción se sustentaba, por aquel entonces, dimensión profundamente transforma- y forman u orientan la intención de voto-
en la creencia bastante extendida en los dora que tuvo el Justicialismo en el sirven como herramienta de juicio y
beneficios que derivarían de la organi- poder. evaluación de la acción gubernamental de
zación racional tanto de la estructura Adentrarse en este breve pero los votantes e inciden de modo significati-
como del accionar estatal, en la crecien- sustancioso libro generará en muchos la vo en la construcción de una noción de
te convicción intervencionista forjada recurrente sensación que nos producen ciudadanía más plena.
tras la crisis económica de los años 30 y los buenos textos históricos al enfrentar- Hoy, afortunadamente, el clima
en la fortaleza demostrada, bajo esas nos con acontecimientos o situaciones de ideas ha mutado y es posible detener-
circunstancias, por la economía central- que, superando las restricciones que nos a reflexionar sobre cuestiones -como
mente planificada impulsada por la impone el paso del tiempo, nos permiten el Estado o la planificación- que bajo el
Unión de Repúblicas Socialistas establecer correspondencias con la oscurantismo neoliberal de los '90 fueron
Soviéticas y sus famosos planes quin- actualidad, con nuestro presente. Por tabú. Por esta razón, este libro debe
quenales. En este marco, la planifica- eso, en tanto que cada uno hallará sus considerarse como un insumo de impor-
ción fue adoptada por el Justicialismo propias correspondencias con el hoy, el tancia para encarar uno de los tantos
como una herramienta fundamental corpus se presenta como incompleto, debates que los justicialistas debemos
para la conquista de los objetivos que invitando al lector a asumir una posición darnos, en este caso, en torno a los
había trazado para el país. activa de co-construcción de la obra. Y alcances, límites, ventajas y desventajas
Por ello, más allá de detallar cómo eso es bueno. de la planificación como herramienta de
se tradujo en el primer peronismo la No obstante, si bien es cierto que gestión gubernamental.
tendencia mundial a la planificación hay correspondencias, este trabajo
estatal, quizás el mayor mérito de este permite constatar también la incompren- Fernando Duarte
texto es que, gracias al trabajo de investi-
gación histórica realizado y a la originali-
dad de su enfoque, es posible observar en
profundidad los procesos y herramientas
que el Estado Nacional puso en juego
para enfrentar las consecuencias de las
sucesivas crisis que desde 1930 llevaron al
límite la capacidad de respuesta de la más
que cuestionable “democracia liberal”
imperante en aquellos años en nuestro
país.
La originalidad de la perspectiva
adoptada por este texto reside en que, a
diferencia de otras aproximaciones
historiográficas respecto del Estado
durante el primer peronismo y la
planificación e intervención estatal en
ese período, Berrotarán opta por
resaltar “la impronta que le cupo al
peronismo en la construcción de las
capacidades estatales durante la
segunda posguerra”. Es posible rastrear
esta cuestión a partir de la descripción y
análisis de “las reflexiones, debates y
herramientas que se proponen para
impulsar en la Argentina una gestión
centralizada, en consonancia con un
clima de ideas internacional y en
conjunción con los dilemas de la política
interna que se despliegan en las publica-

Del plan a la planificación
El estado durante la época peronista
Buenos Aires, Imago Mundi, 2003, 128 páginas
Antes que nada, es necesario
señalar que este libro reproduce la Tesis de
Maestría en Investigación Histórica
defendida por la autora en la Universidad
de San Andrés durante el año 2001. Tanto
el hecho de tratarse de una tesis como el
momento en la que esta es finalmente
presentada inciden en las distintas
lecturas posibles sobre este trabajo
Por un lado, si bien últimamente
se admite cierta flexibilidad metodológica
en ciertas áreas de las ciencias sociales,
toda tesis debe cumplir con determinadas
cuestiones procedimentales y estilísticas
de rigor en este tipo de textos.
Por otra parte, es probable que de
no mediar el rotundo fracaso de la Alianza
y las dolorosas consecuencias que
derivaron del mismo, el carácter suma-
mente específico y acotado -típico de este
tipo de presentaciones- le habría asegura-
do a este interesante trabajo de Patricia
Berrotarán un destino exclusivamente
académico, junto a otras ignotas -aunque
excelentes- tesis de maestría que reposan
en los anaqueles de bibliotecas y librerías
especializadas en historia y ciencias
sociales.
Sin embargo, debido a la recupe-
ración del interés por el Estado -en el
escenario postcrisis-, su obra probable-
mente goce de una inesperada vigencia.
Tal como señala la autora, en 1946
Perón “presenta un plan de gobierno que
condensa una nueva modalidad de
concebir el Estado y las políticas públicas,
de construir los problemas y las solucio-
nes”.
Sin embargo, sería erróneo pensar
que la planificación peronista surge como
un elemento inédito que a partir de la
llegada de Perón al poder se incorpora en
la historia institucional del Estado
Argentino.
El trabajo de Berrotarán nos
permite visualizar el proceso mediante el
cual el peronismo fue llevando a la
práctica gran parte del ideario que por
aquellos años gozaba de gran consenso,
dentro del cual la noción y la práctica de la
planificación ocupaban un sitio de
privilegio.
ciones políticas y especializadas y en los sible obsolescencia a la que ha sido
medios de prensa” de la época. condenada la planificación estatal como
De esta forma, al describir con instrumento de acción política y de
precisión cuál era el clima de ideas gobierno.
predominante en los '40 y situar históri- En este sentido, no podemos dejar
Patricia Berrotarán camente la relación que establece el de señalar que, tal como lo manifestara
peronismo con la estructura estatal, la Carlos Leyba en una de la reuniones del
autora nos ayuda a comprender sin Seminario “60 años de Peronismo”, la
planificación estatal o gubernamental es
prejuicios el porqué de muchas de las
un compromiso que, por otra parte,
decisiones adoptadas por entonces, que
muchas veces fueron y aún son juzgadas forma parte de la dimensión ética de la
precipitada e injustamente por quienes actividad política en democracia, en la
La buena estrella de la planifica- nunca alcanzaron a comprender la medida en que -si los planes son públicos
ción se sustentaba, por aquel entonces, dimensión profundamente transforma- y forman u orientan la intención de voto-
en la creencia bastante extendida en los dora que tuvo el Justicialismo en el sirven como herramienta de juicio y
beneficios que derivarían de la organi- poder. evaluación de la acción gubernamental de
zación racional tanto de la estructura Adentrarse en este breve pero los votantes e inciden de modo significati-
como del accionar estatal, en la crecien- sustancioso libro generará en muchos la vo en la construcción de una noción de
te convicción intervencionista forjada recurrente sensación que nos producen ciudadanía más plena.
tras la crisis económica de los años 30 y los buenos textos históricos al enfrentar- Hoy, afortunadamente, el clima
en la fortaleza demostrada, bajo esas nos con acontecimientos o situaciones de ideas ha mutado y es posible detener-
circunstancias, por la economía central- que, superando las restricciones que nos a reflexionar sobre cuestiones -como
mente planificada impulsada por la impone el paso del tiempo, nos permiten el Estado o la planificación- que bajo el
Unión de Repúblicas Socialistas establecer correspondencias con la oscurantismo neoliberal de los '90 fueron
Soviéticas y sus famosos planes quin- actualidad, con nuestro presente. Por tabú. Por esta razón, este libro debe
quenales. En este marco, la planifica- eso, en tanto que cada uno hallará sus considerarse como un insumo de impor-
ción fue adoptada por el Justicialismo propias correspondencias con el hoy, el tancia para encarar uno de los tantos
como una herramienta fundamental corpus se presenta como incompleto, debates que los justicialistas debemos
para la conquista de los objetivos que invitando al lector a asumir una posición darnos, en este caso, en torno a los
había trazado para el país. activa de co-construcción de la obra. Y alcances, límites, ventajas y desventajas
Por ello, más allá de detallar cómo eso es bueno. de la planificación como herramienta de
se tradujo en el primer peronismo la No obstante, si bien es cierto que gestión gubernamental.
tendencia mundial a la planificación hay correspondencias, este trabajo
estatal, quizás el mayor mérito de este permite constatar también la incompren- Fernando Duarte
texto es que, gracias al trabajo de investi-
gación histórica realizado y a la originali-
dad de su enfoque, es posible observar en
profundidad los procesos y herramientas
que el Estado Nacional puso en juego
para enfrentar las consecuencias de las
sucesivas crisis que desde 1930 llevaron al
límite la capacidad de respuesta de la más
que cuestionable “democracia liberal”
imperante en aquellos años en nuestro
país.
La originalidad de la perspectiva
adoptada por este texto reside en que, a
diferencia de otras aproximaciones
historiográficas respecto del Estado
durante el primer peronismo y la
planificación e intervención estatal en
ese período, Berrotarán opta por
resaltar “la impronta que le cupo al
peronismo en la construcción de las
capacidades estatales durante la
segunda posguerra”. Es posible rastrear
esta cuestión a partir de la descripción y
análisis de “las reflexiones, debates y
herramientas que se proponen para
impulsar en la Argentina una gestión
centralizada, en consonancia con un
clima de ideas internacional y en
conjunción con los dilemas de la política
interna que se despliegan en las publica-

Perón. Luz y sombras (1893 1946)
Barcelona, Letras e Imagos, 2004, 576 páginas
En su libro Perón. Luz y Sombras,
Joan Benavent desarrolla con pasión y
rigurosidad analítica una extensa biografía
del padre fundador del justicialismo que
abarca desde su nacimiento en 1893 en
Roque Pérez (provincia de Buenos Aires)
hasta su llegada a la presidencia de la
nación en junio de 1946.
En toda esta etapa, la historia de
vida de Juan Perón es indagada por el
autor en profundidad, combinando las
múltiples facetas (personal, militar y
política) que terminaron amalgamando la
figura de uno de los más formidables
líderes de masas que arrojó el siglo XX,
derivando en el fenómeno no sólo político,
sino además cultural, simbólico y fuerte-
mente anclado en la identidad popular de
la argentina actual: el peronismo.
Sostenido en una prosa por
momentos brillante y en una bibliografía
extensa y plural, Benavent pasa revista por
las distintas etapas que jalonaron la vida
del conductor justicialista: los años de su
niñez, el ingreso al ejército y su trayectoria
militar, signada por las excepcionales
características y destacadas cualidades
personales que lo llevaron progresivamen-
te a detentar (junto a su escalada en la
pirámide profesional) un más que impor-
tante ascendiente sobre sus pares e
incluso entre sus superiores jerárquicos.
Su histórico compromiso con la
justicia social, conjuntamente con la
estrategia de poder que despliega magis-
tralmente, sus años de formación, los
maestros y personalidades históricas que,
en este sentido, reconocen influencias en
su persona, sus amigos, sus enemigos y las
mujeres que compartieron con él sus vidas
e ilusiones, entre las que obviamente se
destaca Eva Perón. Ellos son objeto de un
detallado análisis e interpretación,
valiéndose el autor de distintas herramien-
tas metodológicas y conceptuales, dentro
de las cuales se reconocen categorías
psicoanalíticas, desde donde Benavent
intenta explicar -en forma cuestionable-
determinadas conductas que marcaron
momentos y decisiones trascendentales
en la vida de Juan Perón y, como no podía
ser de otra manera, de la política y la
sociedad argentina.
En su ensayo, el autor articula esta
historia de vida con los cambiantes
Joan Benavent
Los colores del Cielo
procesos sociopolíticos que signaron el
escenario de un continente y un país en el
contexto de las dos grandes guerras que
conmovieron al mundo y que marcaron a
fuego el devenir del siglo XX, sus actores y
personalidades, el clima de ideas imperan-
te y sus influencias en la dinámica evolu-
ción de una época.
La pluma de Benavent provoca
admiración por su impactante estilo y
minuciosidad, por el vigor, el relato
provocador, profundo e incisivo. Construye,
ladrillo sobre ladrillo, una crónica de época
que adquiere categoría de epopeya
histórica y abre las puertas al lugar sagrado
en el que ingresa un mortal (en este caso
Perón) y su obra (el peronismo): el mito y su
adoración en el altar del pueblo.
No obstante, la polémica y el sesgo
subjetivo de sus interpretaciones se erigen
en los otros rasgos estructurales de su
escritura.
En el afán de caracterizar ideológi-
camente al conductor justicialista, el autor
utiliza categorías cuestionables y sesgadas
-como mínimo-, tales como la siguiente:
“En el caso concreto de Perón, su ideología
claramente fascistoide del comienzo no
presenta fisuras”. Esta afirmación,
conjuntamente con otras en las que coloca
a Mussolini como su “admirado ídolo”,
implican pasar por alto las múltiples y
variadas fuentes ideológicas y experiencias
no sólo militares, sino también políticas,
generadoras de una importante influencia
en la mentalidad del líder de los trabajado-
res argentinos.
En tal sentido, la experiencia
europea de Perón, particularmente sus
observaciones sobre el régimen fascista,
constituye un ítem más, importante, pero
acotado, en la conformación de su
pensamiento político. Éste reconoce sus
raíces en pensadores y personalidades
históricas mucho más amplias y variadas
sobre las que el autor no centra en
profundidad su atención.
La sombra de Mussolini parece
acompañar toda la trayectoria militar y la
ascendente carrera política de Juan Perón
en la biografía de Benavent, al punto de
sostener que “en la formación de su base
social y el tipo de liderazgo asumida
respecto a ella, se observaban abundantes
pleitos con el estado de derecho. La
'incentivos selectivos' suele no incluir en el
análisis los valores que involucra ni las
pasiones que genera. Un movimiento
político no implica únicamente una
voluntad de ocupar espacios de poder o
de aplicar una ideología determinada,
sino además supone una forma apasiona-
da de concebir modificaciones contra los
poderes establecidos. Obviamente,
podría discutirse si esa pasión es o no
condimento necesario para la acción
política, pero lo cierto es que la han
incluido en su receta todas las grandes
transformaciones populares del siglo XX.
En este sentido, la pretensión de consti-
tuir un movimiento político implica no
tanto una desvalorización de la compe-
tencia electoral, sino más bien la afirma-
ción exaltada de una ética que no puede
suponerse relativa. Llevada a un límite,
puede llevar a pretender justificar inmora-
lidades o violaciones inaceptables de los
derechos de otros grupos políticos. Pero
en el otro extremo, cuando esta pasión
está absolutamente ausente, el Estado no
pasa de ser un esqueleto sin espíritu,
donde únicamente cuentan razones
técnicas y motivaciones personales.
Nuevamente, afirmar que toda exaltación
política lleva inevitablemente un virus
totalitario es una premisa que nunca se
dice en forma explícita, pero que no deja
de sobrevolar algunos razonamientos de
la Ciencia Política.
Pero además, en tanto los movi-
mientos constituyen esquemas masivos
que impulsan grandes transformaciones
sociales enfrentando los poderes existen-
tes, trascienden el esquema de los
partidos políticos e involucran otros
espacios sociales donde el pluralismo no
es una norma principal. En este marco es
entendible que algunos valores cuestio-
nados se expresen en forma absoluta.
Más que revisar sus raíces ideológicas,
para juzgar este fenómeno resulta
determinante saber si de hecho se
realizan o no prácticas que desacreditan
la competencia electoral. En algunos
momentos de su historia, el radicalismo y
el peronismo atentaron contra el pluralis-
mo democrático. Pero resultaría absurdo
suponer que sólo en esos períodos fueron
verdaderos “movimientos” políticos y,
peor aún, que dejaban de serlo cuando
competían limpiamente en elecciones o
cuando sufrían proscripciones y violen-
cias.
En general, este tipo de reflexión
académica ignora aspectos significativos
de la práctica política concreta en América
Latina. Por ejemplo, muy poco dice acerca
de la capacidad de los partidos para
condicionar las decisiones diarias de los
gobiernos en los sistemas presidencialis-
tas. Tampoco se utilizan elementos
teóricos para explicar las relaciones
federales de poder o la distancia que
existe entre los cuadros profesionales del
Estado Nacional y el resto de las autorida-
des estatales: las decisiones cotidianas del
Poder Ejecutivo, generalmente ampara-
das en una superioridad técnica inalcan-
zable para los gobiernos locales, escapan
al control de los “militantes territoriales”.
Ni siquiera se pretende que las puedan
comprender para movilizar voluntades
políticas a favor o en contra de ellas.
Pocos militantes pueden decirle a un
vecino que vote a tal o cual partido
porque propone una cierta política
laboral, de salud o educativa. Poco dice la
academia acerca de una tecnocracia que,
en el mejor de los casos, identifica la
posibilidad de formular un proyecto
nacional sólo con decisiones administrati-
vas altamente especializadas. De esta
manera se desvirtúa cualquier concepción
de los partidos políticos como vínculos
entre el gobierno y la sociedad.
Por eso, el empeño que muchos
compañeros aún muestran por seguir
calificando al peronismo como un
movimiento no supone una negación del
pluralismo democrático. Más bien es una
forma de resistir a los planteos elitistas y
tecnocráticos, resaltando la importancia
de integrar a los sectores sociales exclui-
dos, defendiendo la importancia de la
pasión en la política y revalidando su
disposición por las transformaciones
profundas. Un interesante hallazgo
consistiría en descubrir algún día que
estas últimas cuestiones están fuertemen-
te asociadas a los problemas de la repre-
sentación política.
Salvando pocas excepciones, los
aportes más difundidos de la Ciencia
Política en la Argentina son actualmente
irrelevantes para proyectar una importan-
te reforma política. Cualquier análisis útil
sobre la política real debería hacer algo
más que lamentarse. Ya es hora de que los
politólogos dejen de condenar. Más que
cambiar de tribuna, lo que se necesita es
que bajen a jugar. Ya se sabe: desde la
platea todas las pelotas deberían ir al
ángulo.
Mariano Fontela
comprender fácilmente que la actual
diversidad de intereses en el electorado es
un obstáculo para una representación
estable, pero no se admite que una
constelación compleja de intereses puede
llevar a que la mayoría acepte ser dirigida
por alguien de quien no espera gran cosa,
tanto en la política como en otros aspec-
tos de la vida social. Por supuesto, todos
quisiéramos amarnos mucho más, pero
puedo no compartir plenamente mis
intereses con alguien y sin embargo
entender que me resulta conveniente que
tome decisiones que me afectan, siempre
y cuando pueda controlarlo. De otra
manera, cualquier acción colectiva
tendría muy pocos adeptos.
En segundo lugar, en la actualidad
corresponde poner en un mismo nivel a la
representación y a la responsabilidad. Un
exceso de democracia semidirecta llevaría
a decisiones muy representativas, pero
escasamente responsables. La democra-
cia requiere un pueblo que conozca
diferentes alternativas políticas, pero más
necesita gobernantes que debatan
públicamente y tomen decisiones, las
difundan y las justifiquen. Una sociedad
que sólo entiende por participación
política a las acciones defensivas corre el
riesgo de preferir a un gobierno que por
representarla sólo practique la política
defensiva, algo completamente reñido
con cualquier forma de responsabilidad.
Esta última no es una palabra de moda
para ninguna institución, en tanto
implica que deberá aceptar normas,
controles y juicios morales de otros
grupos sociales. Pero resulta el principal
desafío de la democracia moderna: si ya
no es razonable pretender que todos los
poderes sociales sean representativos, al
menos debe procurarse que sean respon-
sables.
Por último, y esto es lo más obvio,
un partido político no puede ser simple-
mente un mero reflejo de demandas
ciudadanas: de otra forma, el único
sentido de la lucha por ocupar espacios de
poder político residiría en el dominio de
un sector social sobre otro. La razón por la
que se afirma que los partidos políticos
son instituciones fundamentales del
régimen democrático es porque aspiran a
orientar colectivamente la voluntad
política de una Nación. Obviamente,
también deben tolerar otras aspiraciones
alternativas, pero serían meros equipos
administrativos si simplemente se
presentaran como una forma más entre
tantas de resolver eficazmente ciertas
demandas particulares.
Algunos teóricos nativos parecie-
ran entender que la mejor concepción de
una democracia sería una amable compe-
tencia entre equipos técnicos. En este
marco se comprende la habitual referen-
cia crítica que se hace al propósito de
constituirse en “movimientos” políticos
que alguna vez tuvieron el radicalismo a
principios de siglo XX y luego el peronis-
mo. Supuestamente esto indicaría que
ambos renegaron de su condición de
“partes” -una de las posibles raíces
etimológicas del término “partido”- y
pretendieron identificarse con el conjunto
de la Nación (la “causa” en el radicalismo,
el “pueblo” en el peronismo), lo que
habría conspirado contra su propia
institucionalización. Confundiendo los
efectos con las causas, algunos politólo-
gos entienden el término “movimiento”,
como una manera de auto-denominar un
rasgo típicamente autoritario de los
partidos populares.
Se olvida así que esta denomina-
ción se debe fundamentalmente a la
situación inicial en la que se encontraban
quienes así se presentaron: se trata de
agrupaciones que movilizaron sectores
sociales hasta entonces políticamente
excluidos y cuya participación institucio-
nal se encontró gravemente amenazada
por quienes ocupaban la totalidad de los
espacios de poder político y social. En
ambos casos este hecho generó tensiones
y hasta violencia, pero lo cierto es que la
voluntad de excluir al otro fue mutua y
por lo tanto es impropio adjudicarla como
característica exclusiva del sector popular.
Obviamente, no falta quien razona como
si todas las acciones de los grupos que él
prefiere fueran simple respuesta a las
agresiones de otros grupos, de los malos;
es decir, como si algunos actores políticos
no tuvieran estrategias o intereses, sino
simplemente (buenas) intenciones.
Curiosa aplicación práctica de las disquisi-
ciones teóricas sobre los incentivos: las
acciones de los sujetos que gozan de las
preferencias del analista no afectarían las
estrategias de aquellos a quienes menos-
precia. Con semejante lógica, el “movi-
miento” siempre es el malo y el resto de
los actores se ve obligado a complotar
contra él de fea manera, lo cual de
ninguna manera puede ser visto como
antidemocrático.
La visión de la política como una
actividad puramente orientada por
influencia de un fenómeno primitivo como
el fascismo, aunque atenuada por una
batería de decretos sociales de envergadu-
ra, flotaba sin duda junto a su noción
vertical y francamente arcaica del orden
político”. Palidecen así las luces que el
autor proyecta sobre Perón en su batalla a
favor de los trabajadores y contra la
oligarquía y el poder imperial.
La caracterización del proyecto
político de Perón como populista, con
fuertes sesgos caudillistas y autoritarios
(hasta despóticos), tal como se desprende
del texto, en nada ayudan a comprender la
gran virtud expresada en la conformación
política del justicialismo: el intento de
constituir un movimiento de liberación
nacional como el medio más idóneo para
encarar la lucha antiimperialista y, como
tal, instancia convergente del conjunto de
sectores del pueblo que, en tanto comuni-
dad organizada, participen necesariamen-
te de la toma de decisiones, de la construc-
ción de poder popular, reconociendo en la
clase trabajadora a su actor, no único, pero
sí dominante y central.
Justamente esta última ecuación
“clase trabajadora-Perón” emerge, en el
texto citado, tamizada por el concepto de
“paternalismo”, punto débil en la interpre-
tación del autor, ligándolo con aquellos
análisis ciertamente predominantes en la
literatura “académica y oficial” sobre el
peronismo. Ellos conciben al líder justicia-
lista como un caudillo que, frente a la
masa, impulsa una relación manipuladora,
irracional, demagógica, desde donde
proyecta su subordinación, domesticación
y control.
Buenos Aires, Biblos, 2004, 254 páginas
Este nuevo libro de Graciela
Maturo, colección de textos producidos
durante los últimos treinta años, se centra
en la metodología que la autora ha puesto
en práctica -con indiscutible originalidad-
en el terreno de la teoría y la crítica literaria.
Expone también detalladamente en él,
tanto las convicciones que la han llevado a
construir esa metodología como las fuentes
de que se ha valido, diseñando así una
verdadera autobiografía intelectual. Vida
consagrada al estudio, la investigación y la
creación, alejada de modas e imposturas
Esta postura, desmentida entre
otras cosas por el poder y la autonomía que
los trabajadores adquirieron en las presi-
dencias peronistas y en los dieciocho años
de exilio de su líder, queda plasmada en la
siguiente cita: “Una de las peculiaridades
características del liderazgo peronista era la
centralización absoluta de las masas en
torno a su líder y la abolición de los proleta-
rios de toda independencia de clase”.
El análisis descripto parte del error
de no enmarcar el concepto de autonomía
trabajadora en el contexto político de la
época. El mismo mostraba a la masa
proletaria encuadrada en organizaciones
sindicales representativas y abrazando a un
movimiento político por voluntad propia,
libre y visceralmente. El sindicalismo
peronista de aquel tiempo, por convicción
y democráticamente, se alineaba con su
líder ni más ni menos porque éste lo
representaba. En este sentido fue absoluta-
mente autónomo, actuó en base a sus
intereses y su adscripción al peronismo
nació de una opción propia.
En definitiva, las luces y sombras
que Benavent proyecta en su biografía
sobre Perón nos muestran que las segun-
das se imponen sobre las primeras. Este
parece ser el resultado de un texto que
merece ser leído por la calidad que su
pluma destila en cada párrafo, por su
estilo impactante, provocador y polémico.
El deslumbrante brillo de su
escritura tiene tal potencia que por
momentos logra encandilar al autor,
sesgando el juicio que realiza sobre la
personalidad histórica en cuestión.
Daniel Arzadun
Graciela Maturo
La razón ardiente
intelectuales, por desgracia tan frecuentes
entre nosotros.
Mi reseña, sin embargo, pondrá el
acento en un aspecto aparentemente
marginal de La razón ardiente: el pensa-
miento de Graciela Maturo sobre la
integración latinoamericana. Si así lo hago
es por tratarse de un tema de candente e
imperiosa actualidad (lo cual no significa
que otros temas o cuestiones tratadas en el
libro lo sean menos) y sobre todo porque
varias de las ideas expuestas por Maturo en
una fecha tan temprana, fatídica y adversa
como 1977, son aportes que deben ser
tenidos imprescindiblemente en cuenta
para que la intención política hoy vigente
en muchos gobiernos latinoamericanos,
después de tantos años de indiferencia, no
se frustre o quede reducida a una expresión
mutilada, como lo sería una mera integra-
ción económica, igualmente deseable, o
una pura expresión de poder político de
negociación con las grandes potencias o los
bloques ya conformados, también por lo
demás deseable.
Decía recién que la integración
latinoamericana ocupa un lugar sólo
aparentemente marginal en esta obra de
Graciela Maturo. La autora pone en escena,
en efecto, una multiplicidad de cuestiones,
fuertemente ensambladas, donde es en
definitiva muy difícil distinguir al cabo lo
principal de lo accesorio y, según creo, ni
siquiera pertinente. A pesar de su escasa
simpatía por el estructuralismo, al menos
en sus aplicaciones acríticas y dogmáticas,
el pensamiento de Maturo exhibe una
impronta claramente estructural, aunque
más no sea en el sentido de que siempre
pone en juego una multiplicidad de
aspectos, enlazados sistemáticamente, que
deben ser atendidos en forma simultánea.
Poca simpatía por el estructuralis-
mo: hay que señalar que en la búsqueda del
método apropiado de abordaje de la obra
literaria latinoamericana, así como también
a la postre de la propia realidad de nuestro
subcontinente, La razón ardiente es un libro
hecho de aceptaciones y de rechazos,
ambos expresados sin circunloquios. Pero
con una salvedad, que caracteriza el
pensamiento de Graciela Maturo: aun en lo
que ella considera menos apropiado
encuentra siempre algo digno de rescate,
algo que integrar, algo aprovechable. Así
como Maturo dice de América Latina es
también su pensamiento, mestizo, sin caer
por ello en un eclecticismo o un sincretismo
anodinos. Ahora estamos pues en condicio-
nes de entender mejor su método, su modo
de abordaje de los fenómenos: antes que
de estructuralismo se trata de una racionali-
dad mestiza, tan mestiza como la realidad
que ve desplegarse ante sus ojos.
Pensamiento en definitiva integra-
dor, que no consiente en sacrificar nada; ni
la multiplicidad en aras de la unidad, ni ésta
en función de aquélla. Pensamiento
integrador y en esa misma medida ecléctico
o sincrético si se quiere, pero no anodino;
pensamiento integrador, digo, que en
armonía con el círculo hermenéutico
asumido, predica la integración latinoame-
ricana como presupuesto y resultado de su
propio desenvolvimiento.
Veamos entonces como proyecta
Graciela Maturo esta integración. Su
urgente necesidad no se le presenta en
1977 únicamente como un imperativo
histórico o una egoísta necesidad de
supervivencia de algunos pueblos, sino
como la posibilidad de una respuesta
civilizatoria, válida más allá de la fronteras
de América Latina, en medio de la crisis de
la civilización europea, que afecta a la
humanidad en su conjunto.
La crisis europea se vincula con
cierta forma típica del desarrollo de la
modernidad, tal como se ha producido en
los países centrales. Sin embargo, y en
consonancia con la amplitud de su pensa-
miento, Maturo dista de condenar unívoca-
mente a la modernidad, aun de cara a sus
expresiones más cuestionables. “El concep-
to de crisis -escribe Maturo- se halla
íntimamente ligado a tal aventura humana
[la occidental] que se resiste a la simplifica-
ción”. Nueva muestra de que no es impres-
cindible escamotear la complejidad de los
fenómenos para juzgarlos, y tomar partido.
El desarrollo de la técnica, de los
medios de comunicación, en fin, la planeta-
rización occidental, “extendieron la crisis
local a crisis mundial”, sostiene la autora.
Pero el meollo del problema no reside en la
técnica, a la cual cabe tan poco adorar en
forma incondicional como oponerse
irreflexivamente, sino en la evaporación de
un proyecto humanitario que Graciela
Maturo cree ver vigente en América Latina,
aunque los años la han vuelto algo menos
optimista, como puede apreciarse en la
“Introducción” a La razón ardiente.
América Latina, integrada y unida,
aparece para Maturo como horizonte
posible de una nueva síntesis, de una nueva
cultura, definida como “una zona de
encuentro y reconciliación entre Oriente y
Occidente, entre ancestrales tradiciones y
modalidades modernas”. Sabida es la
importancia que Graciela Maturo confiere a
la tradición, pero lo más importante, lo
sorprendente, lo heterodoxo, es que ello -
insisto- no la lleva a desechar la moderni-
dad. Si pone el acento en la tradición es por
ser el factor más debilitado en las socieda-
des contemporáneas.
Pero si América Latina está habilita-
da para llevar adelante semejante tarea de
síntesis, decisiva no sólo para su propio
futuro sino para el del conjunto de la
humanidad, es por su peculiar configura-
ción cultural, signada por el mestizaje,
experiencia histórica infrecuente, singularí-
sima. Tal mestizaje, que rehúye cualquier
determinación unilateral, cifrada exclusiva-
mente en la indígena, lo ibérico o lo
inmigratorio ulterior, ha destilado una
realidad transmoderna al absorber
distintas etapas de modernización occiden-
tal encauzándolas “en su propio ideario
ético e histórico”. Es que tanto en lo
propiamente indígena como en la síntesis
criolla, base del mestizaje americano,
persisten núcleos de sentido que deben ser
dinamizados como factores fundamentales
de una integración fructífera y duradera.
Conocemos también la importancia que
asigna Maturo al núcleo mítico-simbólico
como pivote de una cultura que merezca
cabalmente el nombre de tal. Cultura sin la
cual, vale agregarlo, el hombre no existe
como hombre.
El funcionamiento interno de los
partidos dependería en estas visiones
teóricas del complejo equilibrio entre dos
tipos de incentivos. Los 'selectivos', que se
caracterizan porque su distribución
puede ser controlada por quien los otorga
(dinero, prestaciones, cargos públicos), y
los 'colectivos', que se basan en solidarida-
des y son fuente de identidad. Para
simplificar, los llamaremos respectiva-
mente 'beneficios' e 'ideales'. Esta diferen-
ciación suele realizarse para destacar la
importancia de los beneficios: sin ellos no
habría organización estable, todo
dependería de la caprichosa voluntad de
sus integrantes.
Pero a la vez, se dice, los partidos
no podrían sobrevivir a la falta de incenti-
vos 'colectivos', que entre otras funciones
cumplirían la de “ocultar” los beneficios
distribuidos. Por eso, se concluye, la
distribución de favores sería la inalterable
“cara oscura” de la política. De esta
forma, algunos politólogos razonan
como si los intereses y los ideales pertene-
cieran a dos mundos diferentes: mientras
habría que dudar sistemáticamente de la
seriedad y veracidad de los ideales, bien
podría presumirse la autenticidad de los
intereses. Poco estudio se dedica a las
maneras en que ambos tipos de “incenti-
vos” pueden o no ser compatibles.
Resulta mucho más provechoso y científi-
co extenderse en las insuficiencias que en
las vías de solución.
En un contexto semejante, todo el
bagaje conceptual increíblemente se
aplica a abundar acerca de la importancia
de la credibilidad de los enunciados
partidarios ante la ciudadanía, que por
otra parte se resume alegremente en la
sinceridad de las personalidades más
reconocidas. Se ambiciona que todas las
complejidades de la representación de
intereses y de la afirmación de valores en
la política puedan ser evaluadas con el
sencillo metro de la credibilidad.
Semejante lógica sería inaceptable para
otros espacios sociales: más de un
politólogo sólo se operaría con un médico
que le demuestre que lo que más quiere es
verlo sano y no solamente su dinero...
En lugar de explicarse por qué en
política parece ser más relevante la
“función de ocultamiento” que en otros
espacios, o más bien, por qué resulta hoy
tan popular en ella la demanda de
sinceridad personal, directamente se la
asume como un dato inmodificable de la
realidad y se pretende que las institucio-
nes se adapten sin más trámite. Ya a esta
altura debería saberse que resulta
imposible reformar la política si no se
transforma lo que la sociedad espera de
ella.
Un corolario de este razonamien-
to lo constituye la crítica hacia la autorre-
ferencia de los partidos. Es cierto que una
institución que se pretende representati-
va no puede ser autista, pero también
resulta notorio que hoy la mayor parte de
las instituciones son autorreferentes.
Empezando por el mundo académico. La
idea clásica de representación tiende a ser
obsoleta en cualquiera de sus significa-
dos: el dinero no representa bienes
materiales, el arte no representa objetos
reales, el conocimiento científico no
pretende representar una naturaleza de
existencia objetiva, etc. Obviamente,
resulta más popular halagar al votante
desdichado reclamando crecientes
equivalencias entre representante y
representado, que poner en cuestión el
significado actual de estos términos y su
utilidad para la Ciencia Política.
La referencia académica sobre los
partidos políticos se centra entonces casi
obsesivamente en sus dificultades para
“representar” a una población cada día
más heterogénea. Su visible impopulari-
dad supuestamente sería suficiente
demostración. Más allá de que igualando
popularidad y representación se comete
un error conceptual, habría además que
dejar de lado cualquier pregunta acerca
del eventual momento histórico en que
partidos y políticos sí fueron verdadera-
mente populares. Esta letra tal vez pueda
sonar conocida: “Siempre suceden
desfalcos / en muchas reparticiones / pero
nunca a los rateros / los meten en las
prisiones. / Se presenta un candidato / a
diputado nacional / y a la faz de todo el
mundo / compra el voto popular; / se
come asado con cuero / y se chupa a
discreción / celebrando la matufia / de una
embrollada elección”. Se trata de
Matufias, una milonga de Villoldo del año
1903.
Pero además, tal vez sea tiempo
de recordarle a esta gente que la repre-
sentación es una gran cosa, pero no es la
única condición de legitimidad de una
relación social. En primer lugar, porque
suele ser confundida con un proceso de
identificación personal que hoy es
imposible encontrar, si se excluyen
algunas de las más rutilantes estrellas de
la televisión. Curiosamente, se suele
 Pues bien, “la integración latinoa-
mericana -decía Graciela Maturo en 1977-
es uno de los máximos objetivos de cada
uno de sus países y de todos en su conjun-
to. Sólo esa integración, cumplida en todos
los planos -económico, social, político y
cultural- podrá asegurar nuestra auténtica
liberación y el despliegue total de nuestras
posibilidades históricas”. Pero enseguida
agrega algo, pienso yo, que todavía los
actuales actores políticos de la integración
no ven con suficiente claridad o, al menos,
en todas sus implicancias: “Base privilegia-
da de tal integración es el plano cultural”.
Entre nosotros existen lazos espirituales y
culturales pero es preciso redescubrirlos y
fortalecerlos porque, la autora lo reconoce,
nuestros pueblos no han permanecido
ajemos a distorsiones y enajenaciones.
Toda la elaboración metodológica
llevada a cabo por Graciela Maturo, su
adopción crítica de la hermenéutica
fenomenológica, que tan sabrosos frutos ha
dado en el campo de los estudios literarios y
culturales, puede entenderse muy bien
como una contribución al redescubrimiento
y fortalecimiento de esos lazos espirituales y
culturales que unen a los pueblos latinoa-
mericanos y, en ese mismo sentido, como
una tarea creadora al servicio de la integra-
ción latinoamericana. Esto no excluye,
ciertamente, que la obra de Graciela Maturo
pueda y deba entenderse con el mismo
rigor desde otros puntos de vista; ello es
consecuencia de la multilateralidad y
multiplicidad inherentes a su pensamiento,
de la diversidad ensamblada de elementos
que pone en juego simultáneamente, como
ya dijimos. Sin embargo, todo confluye
permanentemente en una unidad que no
obstante sólo impera en consonancia con la
plena vigencia de la multiplicidad. Antes
que de dialéctica, al menos en el sentido
hegeliano del término, se trata de un
tránsito inmediato de un extremo al otro
donde los opuestos, en el vértigo del
traspaso, se identifican sin confundirse.
Imposible quizá captar esta lógica, tan
femenina por lo demás, por su apertura y
fluidez, sin incluir el impulso místico que
atraviesa la escritura de Graciela Maturo y
constituye en definitiva su hálito vital.
“En América surge un nuevo tipo
humano con características propias,
destinado a ofrecer al mundo una nueva
propuesta cultural”, reitera Maturo.
Propuesta de suyo integradora y por eso la
integración de América Latina se trasciende
a sí misma, adquiriendo relevancia históri-
co-mundial.
Pero es en la vivencia popular, en la
cultura popular, “donde debemos buscar el
crisol viviente que selecciona los elementos
integrables y desecha los no integrables”.
Otra advertencia que los dirigentes políticos
actuales, si es que están empeñados
seriamente en la integración latinoamerica-
na, deberían tomar en cuenta prioritaria-
mente.
“En el seno del pueblo no intelec-
tualizado, no alienado a ideologías ajenas,
es donde hallamos la vigencia de esa
integración que se cumple por encima de
las posibilidades lógicas, las previsiones
intelectuales, los cauces previstos. Es que el
pueblo vive su tradición cultural”, escribe
Graciela Maturo, y subraya la palabra
“vive”.
Es en el pueblo humilde donde
encontraremos la apertura hacia el otro.
Entre nosotros argentinos el sainete lo
ejemplifica, con su simpatía hacia la
diferencia, tramitada a través del humor.
El “abrazo de lo distinto” reconoce
en América Latina la “gracia del amor”
como condición de posibilidad. Pero es el
“plano simbólico, religioso”, el que permite
la apertura de las mónadas. Mientras tanto,
la filosofía europea ha desembocado en el
solipsismo. Frente al homo faber y al homo
oeconomicus, resultados finales de la
modernidad europea, el hombre latinoame-
ricano ofrece el hombre creador, fraternal y
auténticamente universalista; una de cuyas
fuentes nutricias es, aunque parezca
paradójico, el humanismo europeo.
“El mundo marcha hacia la
integración de los hombres en unidades
cada vez mayores”, dice Graciela Maturo en
1977, en coincidencia con un excepcional y
visionario político argentino, muerto
apenas tres años antes. “Hoy vivimos la
etapa en que las naciones se agrupan en
grandes bloques continentales.” Más allá
de intereses políticos o económicos,
América Latina no puede desoír este
imperativo porque tiene una misión que
cumplir, nos recuerda la autora. Sin
embargo, y a pesar de su optimismo básico,
a Maturo no se le escapa la situación real
del subcontinente por esos días, “dividido,
empobrecido y atacado por sus enemigos”.
Sea como fuere, nos encaminamos
en breve plazo hacia el universalismo. “Es
necesario tener presente que la etapa
continental será prontamente superada por
el universalismo, hoy fácilmente alcanzable
dada la perfección a que han llegado los
medios científicos y técnicos que pueden
ser puestos al servicio de una planificación
mundial”.
“La etapa universal será organizada
de un modo u otro, pero si quienes la
organizan son las grandes superpotencias
que detentan el poder económico, tal
organización responderá a su filosofía y
será realizada en su provecho”.
“Es a nosotros, latinoamericanos, a
quienes nos toca tomar conciencia de
nuestra responsabilidad en la construcción
del futuro. No son los pueblos decadentes o
deshumanizados sino los pueblos morales y
justicieros los que se hallan llamados a
protagonizar el verdadero ecumenismo,
que no nace del odio ni de la agresión sino
del amor entre los pueblos. Esto es pensar
en grande, pensar para el mundo”.
Silvio Juan Maresca
 Ciencia política y representación ......................................................................
Del plan a la planificación. El estado durante la época peronista
Patricia Berrotarán ............................................................................................
Perón. Luz y sombras (1893 1946). Los colores del Cielo
Joan Benavent ...................................................................................................
La razón ardiente
Graciela Maturo ................................................................................................
I Sin embargo, si bien estas críticas están todavía presentes en parte de la opinión
Este Boletín es una publicación del Instituto de Altos Estudios Juan Perón, creado por disposición del
Congreso Nacional del Partido Justicialista celebrado el 26 de marzo de 2004 el que aprobó la creación de una
asociación civil sin fines de lucro que actuara como órgano de capacitación y formación del Partido Justicialista.
Aspiramos a que el Instituto de Altos Estudios Juan Perón se constituya en un ámbito dedicado a la
investigación científica y doctrinaria y a la producción, sistematización y difusión de estudios, investigaciones y
documentos destinados a profundizar y perfeccionar el sistema democrático, abordar los problemas nacionales,
afianzar la justicia y la equidad social y proyectar a la Argentina en el mundo.
Para asociarse al Instituto no es necesario ser afiliado al Justicialismo. Sólo se requiere poseer título
universitario o terciario, estudios avanzados en carreras de grado, o poseer una reconocida trayectoria en el
desarrollo de tareas de índole político, social o cultural.
Vicepresidente: Silvio Maresca Presidente: Antonio Cafiero
Para Informes e inscripciones: iaejuanperon@argentina.com
Reconquista 46 - Piso 9 - Buenos Aires - Tel.: (011) 4348-9601
1
6 Ciencia política y representación
Una serie de libros y artículos publicados en los últimos meses se han centrado en
las dificultades que los partidos tendrían para representar a los ciudadanos. La coinciden-
8 cia que muestran sobre algunos puntos ha provocado las siguientes reflexiones.
Los partidos han sido vistos en forma negativa desde sus orígenes, a diferencia de
otras instituciones religiosas y sociales que despiertan valoraciones mucho más variadas,
9 tanto entre diferentes grupos sociales como en diversos países. Se ha intentado reempla-
zarlos a lo largo de toda la historia contemporánea desde diversas posturas ideológicas.
Algunos de los pensadores políticos más importantes de los últimos siglos los criticaron por
su condición de versiones parciales de una voluntad nacional que hubieran preferido
unánime. Para otros, su existencia es reflejo de desmedidas ambiciones personales o de
deficiencias institucionales en la identificación del bien común.
pública, para la ortodoxia actual de la Ciencia Política doméstica serían completamente
infundadas: estaría ya empírica y definitivamente demostrado que no existe algo que con
rigor pueda ser llamado “interés común”. Desmentir las ilusiones de la ciudadanía es una
tarea dura, pero alguien debe hacerlo, y para refutar leyendas no hay nada mejor que un
profesional de las ciencias sociales. Para la academia, en el mejor de los casos, en lugar del
bien común todo lo que puede lograrse es un resultado circunstancial y mutable de
consensos que nunca dejan igual de satisfechos a todos. En el peor de ellos, combinaciones
variables de los más descarnados intereses sectoriales. Tal vez resulte una mala noticia para
los autores de este gran descubrimiento, pero hace ya un tiempo que se sabía que un ideal
político no es precisamente una realidad tangible. Lo determinante no es pretender que se
pueda identificar y aislar el interés común de una vez y para siempre, sino más bien lo que
se hace es establecerlo como un principio cuya función es la de servir como fundamento
para cualquier argumento admisible en un debate democrático. En algunos textos recien-
tes se postula que cualquier fantasía respecto al bien común porta necesariamente el
peligroso germen del totalitarismo. Con semejante premisa conceptual, no sorprenderán
las consideraciones que siguen.
La descripción académica del funcionamiento de los partidos políticos suele
diferenciar su organización interna de la relación que ellos tienen con su entorno. Se
prefiere obviamente escribir sobre la segunda parte, más apta para el análisis aséptico. De
todas formas, cuando no queda más camino que internarse en el barro de la baja política,
las descalificaciones suelen ser recurrentes. Aquí se dejan de lado vanas fantasías y se
realizan reflexiones teóricas acerca de intereses e incentivos. Toneladas de libros ya ajados
que abundan sobre el poder, los valores o la desigualdad de recursos hoy padecen de mala
fama en ámbitos académicos. Se prefiere explicar las instituciones casi exclusivamente a
partir de las motivaciones personales de sus integrantes. No es un problema característico
de la teoría política, pues abunda en otras disciplinas. Tampoco es una visión completa-
Diseño: www.dydnet.com.ar
mente infundada y por lo tanto no puede ser soslayada, pero lo cierto es que resulta de
escasa utilidad para imaginar reformas estructurales. No es casual por tanto que todas las
vías de solución identificadas por esta corriente académica sean muy similares a la actual
agenda de la reforma política que tanto difunden ciertas organizaciones no gubernamen-
tales. Buena parte de esa agenda ya ha sido incorporada a la legislación y poco ha cambia-
do; en mi opinión, podría incluso cumplirse en su totalidad y de todas formas persistirían
las principales deficiencias de nuestro régimen político.