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Por un mundo multipolar

Libros, Mundo, Pensamiento 12 agosto, 2020 Samir Amin

La elección del título de esta obra indica por sí misma la posición política de su autor:
sí, deseo que se construya un mundo multipolar lo que, evidentemente, implica el
fracaso del proyecto hegemónico de Washington, que se autodefine a través del “control
militar del planeta”. Así pues sostengo, sin rodeos ni reservas, que ese proyecto es
desmesurado y por ello necesariamente criminal, ya que embarca al mundo en guerras
sin fin y acaba con toda esperanza de progreso democrático  y social en los países del
Sur, en especial, pero también —incluso siendo aparentemente en un grado menos grave
— en los del Norte. Desde 1991 vengo escribiendo que se trata de un “Imperio del
caos”.

Dicho esto, la expresión utilizada —mundo multipolar— necesita aclaraciones. Se ha


quedado, como todas las expresiones muy usadas en el mundo de la política, indefinida
si no precisamos el sentido que se le da. Para mí la expresión conlleva no sólo el
reconocimiento de que el sistema social en que vivimos es completamente “mundial”
(“mundializado”, “globalizado” en spanglish) sino también que cualquier alternativa a
su forma actual (basada en los principios del capitalismo liberal o de su expresión más
extrema denominada “neoliberal”) sólo puede ser igualmente “mundial”. Dicho de otro
modo: soy “alterglobalizador”, y no “antiglobalizador” en el sentido de opuesto a toda
forma de globalización, lo que además de ser irrealista no me parece en absoluto
deseable.

Las divergencias nos llevan pues a lo que se entiende por “multipolaridad”. Para unos
sólo se trata de garantizar a cada uno de los socios de la Tríada —en este caso a Europa
(la Unión Europea y las potencias principales que la componen) y a Japón— un lugar
similar al de los Estados Unidos en la dirección de los asuntos mundiales. Dicho de otro
modo, se trataría de “reequilibrar el atlantismo”. Habrá quienes admitan que, además de
este reequilibrio, también hay que dar un lugar en el concierto mundial a otros países
grandes —se piensa especialmente en China, pero también en Rusia, India y Brasil— y
a veces incluso a algunos países del Sur considerados como “emergentes” o capaces de
llegar a serlo.

Para mí esa “multipolaridad” es totalmente insuficiente y no permite dar respuestas


satisfactorias a los verdaderos retos a los que se enfrentan los pueblos ni permite crear
condiciones para su progreso social, progreso sin el cual la democratización tendrá más
dificultades para encontrar un sólido arraigo. Dicho de otro modo, mi visión de la
multipolaridad necesaria implica una revisión radical de las “relaciones Norte-Sur” en
todas sus dimensiones. Esta revisión debe crear un marco que permita reducir la pujanza
de las fuerzas que actúan en el sistema (capitalista, para llamarlo por su nombre)
agravando la polarización de la riqueza y del poder. En mi análisis esta revisión
interpela a la tradición “imperialista” —guste o no el término— que preside las
relaciones centros/periferias en el sistema capitalista realmente existente (que es algo
totalmente diferente del imaginario sistema de mercado generalizado de los economistas
convencionales), e igualmente interpela al capitalismo en lo más fundamental. Sin
embargo, a continuación aclaro que mi argumentación busca abrir un debate político
sobre este asunto con todos aquellos que rechazan alinearse con el proyecto unilateral
del hegemonismo de los Estados Unidos, más allá de la diversidad de sus análisis de la
realidad del sistema y más allá de lo que les parezca posible y deseable.

En mí no es una novedad esta visión del capitalismo constituyendo un sistema mundial,


es decir diferente y superior a la yuxtaposición de sociedades más o menos adelantadas
en la vía de su transformación capitalista. Mi primer trabajo escrito, que se remonta a
1954-1955, tenía por título “la acumulación a escala mundial”.

Esta visión ha seguido siendo el eje central de mis análisis y propuestas en torno a los
objetivos de las luchas para “cambiar el mundo”. Este no es lugar adecuado para volver
sobre lo que he escrito al respecto, por lo que resumiré las conclusiones recordando que
propuse distinguir cuatro fases en la globalización moderna asociada a la expansión
capitalista: (i) la fase “mercantilista” (1500-1800) en cuyo transcurso la Europa atlántica
pone en marcha el sistema centros/periferias mediante la conquista y la transformación
de las Américas, la trata de esclavos y el inicio de la agresión comercial en Asia (y en
menor medida en África); (ii) la fase “clásica” (1800-1950) del sistema basada en el
contraste centros industrializados/periferias no industrializadas (asociado a la tendencia
de someter a las periferias a estatus políticos coloniales y semicoloniales); (iii) la fase de
la posguerra (1950-1980) a lo largo de la cual las periferias lograron, gracias a las
victorias de sus movimientos de liberación nacional (y/o a las revoluciones socialistas
que he interpretado como liberaciones nacionales radicales), imponer la revisión de los
términos de la asimetría en el sistema mundial y con ello entraron en la era de la
industrialización. Ese momento de globalización “negociada” ha sido algo excepcional.
Es interesante destacar que este período ha sido el de mayor crecimiento que se ha
conocido en la historia, que se ha producido en todo el planeta y que tuvo una
distribución menos desigual; (iv) la fase nueva que actualmente construye un nuevo
sistema mundial y que se caracteriza por lo que he denominado los “cinco monopolios”
—que identifico más adelante— que le otorgan a los centros (la Tríada) un control a su
favor de la reproducción del sistema.

Así pues, el sistema de la globalización moderna del capitalismo realmente existente


siempre ha impulsado la polarización por naturaleza (por el hecho mismo del
funcionamiento de la “ley del valor globalizado” que yo distingo de la “ley del valor a
secas”. En mi análisis polarización e imperialismo son, pues, sinónimos. No soy,
entonces, de los que reservan ese calificativo de imperialista para los comportamientos
políticos —cuando un país pretende someter a otro— que por lo demás encontraremos
en las sucesivas etapas de la aventura humana asociados a diversos modos de
producción y de organización social. En este análisis sólo me ocupo del imperialismo de
los tiempos modernos, del producto de la lógica inmanente de la expansión capitalista.

En este sentido el imperialismo no es un estadio del capitalismo sino el carácter


permanente de su expansión globalizada que, desde sus orígenes hasta hoy, siempre ha
producido la polarización de la riqueza y del poder en beneficio de los centros. Los
“monopolios” con los que los centros se benefician del proceso de construcción de sus
relaciones asimétricas con las periferias del sistema definen cada una de las sucesivas
fases de la historia del sistema imperialista globalizado.

Desde la revolución industrial (a principios del siglo XIX) hasta las décadas posteriores
a la II Guerra Mundial ese monopolio era el de la industria, siendo centros y periferias
sinónimos de países industrializados o no industrializados. Se entiende así que los
movimientos de liberación nacional de las periferias dieran prioridad a la
industrialización en una perspectiva de “superación del retraso”. Su éxito obligó al
imperialismo a adaptarse a esa exigencia. Pero eso en absoluto significa que nos
hayamos encaminado en la vía de la “superación del retraso” y hayamos entrado en una
etapa “post-imperialista” de la historia. Y es que los centros se han reorganizado en
torno a nuevos “monopolios”, asegurándose el control de las tecnologías, el acceso a los
recursos naturales del planeta, a los flujos financieros internacionales, a las
comunicaciones y a la producción de armas de destrucción masiva, con lo que
necesariamente se reproduce y amplía la polarización a escala mundial. Desde sus
orígenes en el siglo XVI hasta la segunda guerra  mundial, el imperialismo se conjugaba
en plural. El conflicto de los imperialismos, permanente y a menudo violento, tenía un
lugar importante en la construcción del mundo. La segunda guerra mundial se saldó con
una transformación mayor en este aspecto: la sustitución de la multiplicidad de
imperialismos por un imperialismo colectivo de la Tríada (Estados Unidos, Europa,
Japón).

Sugiero pues que la formación del nuevo imperialismo colectivo tiene su origen en la
transformación de las condiciones de la competencia. Hace tan sólo unas décadas las
grandes empresas competían esencialmente en mercados nacionales. Los ganadores de
los “asaltos” nacionales se podían colocar en una buena posición dentro del mercado
mundial. Hoy día el tamaño del mercado para pasar a la siguiente fase del “combate”
está en torno a 500-600 millones de “potenciales consumidores”. Por ello la batalla se
tiene que librar enseguida en el mercado mundial. Y quienes ganan en ese mercado se
imponen por añadidura en los respectivos terrenos nacionales. La globalización
intensificada se convierte así en el primer marco de la actividad de las grandes
empresas. Dicho de otro modo, en el binomio nacional/mundial se han invertido los
términos de causalidad: antes el poder nacional orientaba la presencia mundial, hoy es al
revés. Por ello las empresas transnacionales, sea cual sea su nacionalidad, tienen
intereses comunes en la gestión del mercado mundial. Y esos intereses se superponen a
los conflictos mercantiles permanentes que definen todas las formas de la competencia
propias del capitalismo, sean las que sean.

La solidaridad de los segmentos dominantes del capital transnacional de todos los socios
de la Tríada es real y se expresa a través de su alineamiento con el neoliberalismo
globalizado. Los Estados Unidos son vistos desde esta perspectiva como los defensores
(militarmente si fuera necesario) de esos “intereses comunes”. Sin embargo,
Washington no está dispuesto a “compartir equitativamente” los beneficios de su
liderazgo. Así, los Estados Unidos tratan a sus aliados como a vasallos y sólo están
dispuestos a hacer concesiones menores a sus aliados subalternos de la Tríada. ¿Este
conflicto de intereses entre el capital dominante puede acentuarse hasta el punto de
provocar una ruptura en la Alianza Atlántica?

La visión de la globalización que defiendo es, pues, de una multipolaridad real y


completa en el sentido de que otorga un lugar a todas las naciones del planeta, afecta al
100% de la humanidad. Contrasta con la multipolaridad truncada de todos aquellos que
implícitamente (cuando no explícitamente) piensan primeramente en las naciones de la
Tríada central (el 15% de la humanidad) para, a continuación, hacer algunas
concesiones a los “otros” (¡el 85%!). Siempre he rechazado esta distorsión
sistemáticamente asociada a la visión cultural occidentalo-céntrica dominante.

Dado que “globalización” (moderna) y capitalismo son inseparables, las opciones de


unos y otros sobre el tipo de globalización “deseable” (unipolar, multipolar
jerarquizada, multipolar no jerarquizada) tienen una estrecha relación con sus
preferencias sobre el modelo de sociedad que quieren promover (el capitalismo liberal,
otra forma de capitalismo “social” o un socialismo entre otros).

Toda opción a favor del capitalismo “normal” (es decir, esencialmente liberal) implica
una posición imperialista en la concepción de las relaciones Norte-Sur y forma parte de
la lógica inmanente de la acumulación de capital. En el otro extremo del abanico situaré
una visión radicalmente antiimperialista que reconocería la necesidad de corregir la
gigantesca desigualdad en las condiciones de producción entre el Norte y el Sur, creada
por cinco siglos de expansión capitalista. Señalaré que esa corrección implica
evidentemente no sólo una perspectiva socialista (en el sentido de que se sitúa más allá
de las lógicas fundamentales de la acumulación del capital), sino también una visión de
un socialismo globalizado que no coincide necesariamente con la de los socialismos
históricos del pasado (comunista y socialdemócrata) ni con la de todas las corrientes del
nuevo pensamiento social e incluso socialista.

Los análisis que seguirán intentarán siempre explicitar las relaciones entre las opiniones
que se refieren a las globalizaciones alternativas propuestas y las que se refieren a las
visiones sociales.

Los análisis desarrollados en esta obra son “geopolíticos”. Sin embargo aclaro que de
ningún modo se inspiran en los métodos de la geopolítica convencional. Esta ciencia,
surgida en sus orígenes del pensamiento nacionalista de las clases dirigentes de los
países imperialistas, trata a los Estados-nación como invariantes homogéneas que tienen
“intereses” en función de su localización geográfica y de sus ambiciones económicas
(que se asimilan de facto con las del capital dominante). Esa es la limitación de
excelentes libros de geopolítica convencional como el de Paul Kennedy.

Por el contrario, los análisis que propongo parten de la constatación de que las
sociedades (todas, las de los centros y las de las periferias) están atravesadas por
contradicciones sociales y que por consiguiente ni las visiones sociales, ni las que se
refieren al lugar que ocupan en el orden internacional son uniformes en los niveles
supuestamente nacionales. Las clases dominantes y las clases dominadas no tienen
necesariamente la misma percepción de los retos y de las respuestas en el plano interno
ni en el de las relaciones exteriores; y esto ni siquiera cuando un aparente consenso
parece alinear a las clases populares con sus gobiernos. Pondré el acento, pues, en esas
contradicciones. Sólo haciendo este análisis es posible medir las “posibilidades” de los
diferentes “escenarios” imaginables. También permite despejar con más claridad las
opciones difíciles (pero posibles) que me gustaría ver reforzarse. En este sentido, mis
análisis intentarán tener en cuenta los puntos de vista de los que se denominan
“movimientos sociales” (“alterglobalizadores” en particular) así como las propuestas
que esbozan explícita o implícitamente.

Sin simplificar demasiado diré que en los países del centro, los bloques hegemónicos
existentes, articulados en torno a los segmentos dominantes del capital (en particular de
las finanzas transnacionalizadas), son al mismo tiempo “liberales” (en el sentido
económico) e imperialistas en su visión de las relaciones Norte-Sur. Los conflictos entre
los poderes de los Estados que gobiernan se sitúan dentro de este margen, ya sea
alineándose con las estrategias del hegemonismo de los Estados Unidos o intentando
limitar (o incluso liberarse de) sus efectos. Pero son posibles otros bloques hegemónicos
(sobre todo en Europa) por lo que habrá que aclarar las condiciones para su surgimiento
y el margen de las opciones alternativas que podrían esbozar. Esos bloques alternativos
no necesariamente tenderán a romper de forma radical con las exigencias del
capitalismo, pero pueden perfectamente obligarle a adaptarse a sus demandas que no
saldrían de su propia y exclusiva lógica. De igual modo diré que en los países de la
periferia los bloques hegemónicos existentes en la actualidad son, más allá de su
diversidad que habrá de analizarse con precisión, de naturaleza “compradore”[1], en el
sentido de que los intereses que promueven se sitúan en la lógica de la expansión del
capitalismo globalizado. Pero también aquí son posibles otros bloques alternativos que,
en caso de éxito, pueden obligar al sistema mundial a adaptarse a sus exigencias.

Para permitir una lectura fluida de la obra he optado por no señalar en el texto ninguna
referencia a lecturas complementarias útiles que se encontrarán citadas en el anexo II.

Fuente: Introducción del libro de Samir Amin Por un mundo multipolar.

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[1] NdT: el término compradore y sus derivados (burguesía


compradore, compradorización, etc) aparece de forma reiterada a lo largo de todo el
libro. Parece tener su origen en la lengua portuguesa para designar a un agente en un
país extranjero empleado para facilitar transacciones con negocios locales. El autor lo
utiliza con otro sentido para designar la actitud de una fracción de la burguesía que no
es productiva (más bien intermediaria) ni patriótica debido a que sus intereses y están
íntimamente ligados a la expansión del sistema capitalista. En palabras del propio autor,
se trataría de un segmento social que “agrupa a los empresarios de la industria
dependiente, los tecnócratas y burócratas, las clases medias y segmentos del
campesinado rico, beneficiarios de la expansión”.

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