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Desde el inicio de los tiempos los seres humanos nos hemos caracterizado
por la necesidad de constituirnos en grupos sociales con el objeto de facilitar la
supervivencia, no solo cumpliendo diferentes roles dentro de estos grupos de
acuerdo con las características propias de cada uno sino en aprovechamiento de
éstas características, así vemos como en algunos grupos étnicos los hombres se
reúnen para encargarse de la caza o de la siembra por tratarse de tareas más
pesadas que requieren despegarse del núcleo familiar, mientras las mujeres,
igualmente agrupadas, permanecen en éstos para cumplir funciones propias del
hogar, así como el procesamiento de las semillas del campo o del producto de la
caza para convertirlo en alimento para sus hijos. Esta unión o agrupación facilita el
intercambio de conocimientos, técnicas y estrategias para el desempeño de sus
roles.
Del mismo se desprende que si una persona, por su culpa, causa un daño
a otra, evidentemente es razonable que sea obligado o condenado a repararlo.
Para ilustrar esta idea imaginemos que en una sociedad existan dos
comercios que se dediquen a la misma actividad, sucediendo que uno de ellos
ofrezca productos de mayor calidad que atraiga al consumidor y que le repercuta
en mayores ventas y reduzca las ventas del otro comerciante, ahí se le estaría
causando un daño patrimonial, pero no de forma culposa. Es decir, mientras el
comerciante favorecido actúe en consonancia con las disposiciones legales que
regulan el libre comercio, no puede considerarse que actúe de forma ilícita que le
acarree culpa en el daño que sufre el menos favorecido en las ventas.
Por otra parte en materia delictual se responde por toda clase de daño
causado, salvo el daño indirecto, en cuyo caso procede la llamada
“indemnización”, establecida en el artículo 1.275 del Código Civil, que
expresamente lo excluye: