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Mi padre nació, creo, en una ciudad que se llama Sacbin, cerca de Beirut. Un pueblo pequeño. De allí viene
el apellido Sabines, que lo castellanizaron, pero hasta la fecha sólo he encontrado Sacbin en algunos mapas.
Eran tres hermanos Sabines, como fuimos también nosotros. De niños vinieron del Líbano a Cuba. En el
trayecto tuvieron una aventura en la isla Martinica. Mi hermano Jorge la ha contado. Acabando mi padre y sus
hermanos de abandonar la isla, el volcán hizo erupción y arrasó toda la ciudad. Jorge la contó así: "En 1902 mi
padre estaba en América. Lo acompañaban sus dos
hermanos. Iban a reunirse con sus padres, quienes habían emigrado a Cuba. Por algún motivo el barco en el
que viajaba mi padre se detuvo en la isla Martinica y aquellos niños perdieron la
embarcación. Para sobrevivir tuvieron que pedir limosna, luego fueron ayudados por una mujer francesa, que
les dio ropa y alimento, hasta que mis abuelos les mandaron dinero para embarcarse nuevamente. Mi padre,
que gustaba de contar aventuras, solía narrarnos que cuando partió de Martinica, desde el mar vio cómo el
volcán hacía erupción. En pocos minutos parte de la población quedó sepultada bajo la lava ante sus ojos".
Después se fueron a radicar a Cuba pero el Viejo huyó de la casa teniendo doce años de edad. A mí me
decía que había participado a principios de siglo en la excavación del canal de Panamá, donde murieron
infinidad de obreros. Quizá era cierto o quizá puro cuento.
Después de Cuba vino a México y se metió en la revolución mexicana. Hasta lo hicieron preso en Yucatán e iban a
matarlo, como mataron al general que era su jefe (no recuerdo su nombre). Lo confirmable, lo cierto, porque hay
fotografías y todo, es que en 1914 llegó a Chiapas con grado de capitán del ejército. En 1914 llegó con la División
del general Jesús Agustín Castro. La División 21 era carrancista. En Chiapas no había habido revolución.
Entonces los carrancistas llegaron y empezaron a liberar a los indios de las fincas. Proliferaba el caciquismo.
Entonces los finqueros hicieron la contrarrevolución. Eso fue lo que hubo en Chiapas. Lo que se llamó el
movimiento mapachista. Ese pleito con los carrancistas duró muchos años. Por cierto, mi abuela no
podía ver en un principio a mi padre, porque ella era hacendada. Tenía fincas en el Valle de Cintalapa, pensaba
que cómo iba a ser posible que su hija Luz se casara con aquel carrancista.
Es una historia muy bonita cómo el Viejo conoce a mi madre.
En el año de 1961, en mayo, después de un viaje a Chiapas, el Viejo empezó a esputar sangre. Lo llevamos al
hospital y se le descubrió en un pulmón un tumor canceroso del tamaño de una
bola de billar. El 15 de junio le hicieron una operación de caballo. Escribí el poema a medida que descubrimos
que mi padre estaba enfermo, que se vio que tenía un cáncer pulmonar, que
fue operado e internado en un hospital, que le dieron radiaciones. Creíamos que se había salvado. Lo llevamos a
Acapulco pensando que estaba sano pero en una alberca descubrimos que tenía ganglios subclaviculares y ya lo
trajimos a México para morirse. A medida que existía la amenaza tremenda de la muerte, contra la que no se
puede hacer nada, fue empezándose a hacer el poema. En los primeros versos se habla del pasillo del sanatorio
silencioso donde hay una enfermera vestida de ángel, y va siguiendo el proceso de la enfermedad hasta el
momento de su muerte. Entonces empiezan las letanías, todo aquello que era angustia y tortura mental,
impotencia ante la muerte. Todo fue siguiendo una secuencia lógica. El Viejo murió el 30 de octubre y lo
enterramos el 31. Viene luego una especie de letanía que fue inspirada por unos obreros de la fábrica que
teníamos los tres hermanos Sabines y que en la noche del velorio, en la funeraria
Gayosso, se pusieron a rezar, a rezar en voz alta. Eso me impresionó mucho y fue cuando a los pocos días yo
escribí eso de: "No podrás morir, no podrás morir, no podrás morir..."
Seguí escribiendo hasta los primeros días de diciembre y terminé la primera parte. Casi todo el final de ésta
fue escrita en sonetos. Recurrí a esta forma para concretar mi emoción, como
para contenerla en un vaso, porque de lo contrario no hubiera podido escribir nada, sobre todo aquellos
primeros días cuando yo sentía su muerte como mi muerte. León Felipe me dijo que lo
destantearon y que le había asombrado que yo pusiera los sonetos. Me preguntó por qué. "Sencillamente porque
allí estaban. Son como un vaso que hay que llenar. La forma ya está hecha y como mis impulsos se aglomeraban,
eran una cosa tremenda, había que vaciarlos en un molde que ya existía. No están escritos a la manera
tradicional. Rompo el ritmo de algunos versos pero está hecho a propósito para no caer en una poesía muy
manoseada."
En diciembre de 1961, al terminar lo que es la primera parte, yo creí que era ya el poema. Me dije: "Ya no
vuelvo a hablar más de la muerte, ya chole con la muerte. Basta. No vuelvo a escribir
más sobre este tema". Me irritaba pensar que debía seguir hablando de la muerte.
Los tres años siguientes escribía, escribía, escribía y todo era un fracaso. Estaba pendiente algo. Un día, en
casa del pintor Alberto Gironella, amigo mío en esa época, estábamos tomando
unos tragos y me regaló un libro, un tomote grande, sobre la muerte en la literatura española en los siglos de oro.
Hablamos acerca de la muerte, y yo le dije lo que me había pasado, que desde hacía tres años, luego de la muerte
de mi padre, no había podido volver a escribir ninguna otra cosa. Alberto me dijo que eso le había pasado en su
pintura muchas veces pero que lo mejor era meterse al tema de la muerte aunque irrite y duela. Y pensé que tenía
razón. Y empecé a escribir la segunda parte del poema: "Mientras los niños crecen y las horas nos hablan,/ tú,
silenciosamente, lentamente te apagas". Y la escribí en veinte días.
La muerte ha sido una presencia constante en mi poesía. Ya lo digo en un poema: "¿Quién me untó la
muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?" Y es que mi vida ha estado
marcada por la muerte. Pero desde la muerte de mi hijo Jaime a los veintidós años no he querido hablar más.
Dejémosla allí, no hablemos de ella, que se olvide de mí por mucho tiempo.
Primera parte
1. Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre.)
6. Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.
7. Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
vagina del frío,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.
8. No podrás morir.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.
9. Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá, Juan y Jorge
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
cartas, telegramas, noticias
de que te enterramos,
pero tu nieta más pequeña
te busca en el cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.
(Noviembre 27)
16. (Noviembre 27)
¿Será posible que abras los ojos y nos veas ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?
*****
Segunda parte
1. Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos,
poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta,
la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando obscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus deshechos, tu desorden, tu alma,
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había tu boca,
aire podrido, luz aniquilada,
el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)
Yo sé que tú ni yo,
ni un par de balbas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas
sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni -no-- las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tu tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.
(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,
caracol recordando la resaca.)
He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros;
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿Dónde estaba
el niño negro de tu guarda?