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c o»-E C C ' o *

Lenguaje ■escritura • Alfabetización


Dirigida por Emilia Ferreiro

La escritura, como tal, no es el objeto de ninguna disciplina


específica. Sin embargo, en años recientes se ha producido un
increm ento notable de producciones que tom an la escritura como
objeto, analizándola desde la historia, la antropología, la
psicolingüística, la paleografía, la lingüística... El objetivo de la
c o l e c c i ó n L E A es difundir una visión multidisciplinaria sobre una
variedad de temas: los cambios históricos en la definición del lector
y las prácticas de lectura; las complejas relaciones entre oralidad y
escritura: los distintos sistemas gráficos de representación y de
notación; las prácticas pedagógicas de alfabetización en su contexto
histórico; la construcción de la textualidad; los usos sociales de la
lengua escrita; los procesos de apropiación individual de ese objeto
social; las bibliotecas y las nuevas tecnologías. Los libros de esta
colección permitirán agrupar una literatura actualmente dispersa y de
difícil acceso, perm itiendo así una reflexión más profunda sobre este
objeto "ineludible".

A n n e M arie C h artier y Discursos sobre la lectura


J ean H ébrand ( 1880- 1980)
N in a C atach ( com p .) Hacia una teoría de la lengua escrita

G io r g io R a im o n d o C a r d o n a Antropología de la escritura

R o g e r C hartier El orden de los libros

F ra n ^ o ise D esb o r d e s Concepciones sobre la escritura en


la Antigüedad romana
Hacia una teoría
de la lengua escrita

por

Nina Catach
(compiladora)
Título del original en francés: Pour une théorie d e la langue écrite.
E ditio n s d u C en tre N ational de la R echerche Scientifíque, París
© C entre N ational de la R echerche Scientifíque, 1988

Traducción: Lía V arela y Patricia W illson


D iseño d e cubierta: M arc Valls

P rim era edición, enero de 1996, B arcelona

D erechos p a ra to d a s la s ediciones en castellano

© by E ditorial G edisa, S. A.
M u n tan er, 460, entio., 1.a
Tel. 201 60 00
0 8 0 0 6 - B arcelona, E sp a ñ a

ISBN: 8 4 -7 4 3 2 -5 3 1 -5
D epósito legal: B. 2 3 2 8 /1 9 9 6

Im preso en L ibergraf
C onstitució, 19. 0 8 0 1 4 B arcelona

Im preso en E sp a ñ a
Printed in Spain
Indice

P r e s e n ta c ió n , Nina Catach...................................................... 9

I - Evolución de las teorías de la escritura, escritura


y sociedad
1. La pretendida confusión de lo escrito y lo oral en las
teorías lingüísticas de la Antigüedad, F. Desbordes.....33
2. Teorías de la escritura en la ortografía de la
Academia, L. Pasques....................................................... 43
3. El Curso de lingüística general y la “representación”
de la lengua por la escritura, J. L. Chiss, C. Puech...... 57
4. La escritura como lugar de convenciones, R. M artin....70
5. ¿La especificidad de lo escrito es de orden
lingüístico o discursivo?, P. Achard................................. 83
6. En busca de la distinción oral/escrito,
J. Rey-Debove..................................................................... 97

II - Estrategias de lectura, ideografía


7. Grafemas e ideografía, J. P. Jaffré.................................119
8. Alexias-afasias, problemas de las relaciones
escrito/oral, E. Andreewsky, V. Rosenthal..................... 133

III - Relaciones entre lo oral y escrito


9. La dependencia de lo escrito respecto de lo oral:
parámetro fundamental de la primera adquisición
del lenguaje, L. L e n tin ....................................................145
10. Dependencia o autonomía de lo escrito respecto de lo
oral: el ejemplo de la publicidad contemporánea,
V. L u cci............................................................................ 157
7
11. Inventario crítico de las definiciones del grafema,
J .C .P e lla t...................................................................... 171

IV - Estructura y tipología de las escrituras


12. Escrituras africanas (inventario y problemática),
S. B attestini......................................................................195
13. La pertinencia en grafémica, M. Coyaud.......................206
14. La escritura de las palabras comunes a dos lenguas
del mismo alfabeto: estudio comparado del francés y
el inglés, H. Séguin.......................................................... 213
15. Reglas de inferencia de los grafemas complejos del
francés contemporáneo, C. Gruaz................................... 229
16. Superación de la diglosia: el acercamiento del japonés
escrito y hablado en el siglo XIX, F. Coulmas................241
17. Sobre la escritura de los números, W. H a a s..................257
18. ¿Una grafemática autónoma?, J. A n is ........................... 271
19. Cuestiones planteadas por el árabe a una teoría
general de los sistemas de escritura, H. Ibrahim ........ 286
20. Las correspondencias fono-, morfo- y logográmicas
y el cruce de la diacronía y la sincronía en el
plurisistema gráfico del francés, C. Buridant................296
21. La escritura en tanto plurisistema, o teoría de
L prima, N. Catach.......................................................... 310

8
Presentación

El 23 y 24 de octubre de 1986 se llevó a cabo un coloquio


internacional en el C.N.R.S., titulado “Para una teoría de la
lengua escrita”, organizado por Nina Catach y el equipo HESO
del C.N.R.S. (Historia y Estructura de las Ortografías y los
Sistemas de Escritura).
Con el aporte de los principales especialistas en esa área,
el objetivo del coloquio era hacer el balance de los importantes
logros de estos últimos años en el estudio de los sistemas de
escritura, antiguos y modernos, por primera vez tomados no
desde un punto de vista histórico, arqueológico o etnológico,
sino esencialmente lingüístico.
El título mismo de este encuentro retomaba de algún
modo, y no por azar, el de la célebre obra de I. J. Gelb, A Study
of Writing. The Foundations ofGrammatology (1952). Desde la
aparición del estudio de J. Derrida, titulado también De la
Gramatología (1967), la teoría de la escritura ha conocido
importantes desarrollos, de los que no siempre el público estuvo
informado. En Inglaterra, Alemania y Francia (este último país
está lejos de estar retrasado en el tema, especialmente en lo que
se refiere al conocimiento profundo de un sistema ejemplar, por
así decirlo, como el del francés), los investigadores, siguiendo
los pasos de Gelb y Derrida, se esfuerzan por emprender
estudios de un nuevo tipo.
De hecho, la invención de la escritura, en tanto que
“conjunto de signos organizados que permiten comunicar cual­
quier mensaje construido sin pasar necesariamente por la voz
natural” (definición de N. Catach), data de apenas algunos
siglos. No todos los pueblos tienen escritura; no se trata de un
paso obligado de toda civilización humana. Se puede decir
incluso que, si la mitad de la humanidad sabe “leer” (de una u
9
otra manera, ya que habría mucho para decir sobre este punto),
apenas una cuarta parte, sin duda menos, de los cuatro mil
millones y medio de habitantes del planeta sabe verdaderamen­
te “escribir”, y esto también con todos los matices.
El descubrimiento de la escritura ha sido, en muchos
aspectos, muy comparable al de la informática hoy en día; sin
duda, mucho más importante aún. En tanto herramienta técni­
ca, la escritura constituye para las sociedades humanas un
instrumento de pensamiento de primer orden, una suerte de
“segundo sistema de signos”, capaz de tratar las operaciones
más abstractas y la información más diversa y amplia.
¿Nos acercamos hoy con el ordenador, gracias a él en gran
parte, a un tercer orden sistémico, un tercer instrumento de
pensamiento y conocimiento, o se trata simplemente de la
continuación del segundo, como ha ocurrido con la imprenta?
En todo caso, el hecho de poder comparar, con un poco de
distancia, estas diferentes semiologías es un paso importante
hacia la comprensión misma del sentido, y no es por azar si nos
formulamos hoy solamente estas preguntas sobre la escritura.
El estudio científico de los sistemas de signos es indispensable
para avanzar hacia esa comprensión. Es normal: el hombre ha
reflexionado por primera vez seriamente sobre su lenguaje a
través de la escritura, y reflexiona hoy seriamente sobre la
escritura a través de los nuevos sistemas de signos que se le
presentan. Nuestra primera tarea es, pues, poner primero los
relojes en hora, y preguntarnos dónde nos encontramos.

Para una mirada crítica

La superioridad absoluta del alfabeto, considerado como


una especie de ideal insuperable por nuestra tradición es­
trictamente eurocéntrica, parece ser una noción que ha cum­
plido su ciclo. Si bien es cierto que el alfabeto latino, con sus
variantes, es hoy cada vez más ampliamente adoptado en
regiones donde viven cerca de dos mil millones de hombres,
existen por otro lado al menos 25 grandes sistemas gráficos
diferentes en el mundo, entre los cuales se encuentran el de
China (mil millones de personas), los de la India y países
vecinos (mil millones más), sin contar otras masas más peque­
ñas, pero no menos interesantes a los ojos del lingüista.
En Africa, por ejemplo, junto a los hábitos de los pueblos
islamizados (200 millones de personas) o latinizados (100 a 150
10
millones), y sin volver a los sistemas más antiguos, se han
podido relevar hasta 90 sistemas diferentes (S. Battestini). Aún
hoy los propios usuarios llevan a cabo algunos intentos, desa­
fiando prohibiciones y por su cuenta y riesgo.
Para nuestros sistemas europeos, las preguntas que se
plantean no son menos importantes. ¿Cómo contentarse con la
visión infantil según la cual les dirigimos, paradójicamente, dos
juicios contradictorios: son transparentes, conformes al ideal, y
al mismo tiempo opacos, incognoscibles? ¿Qué es, en estas
condiciones, una escritura “alfabética”? También en este aspec­
to, las cosas han avanzado mucho estos últimos años.
En primer lugar, hoy en día nuestro conocimiento de la
lengua, y de la escritura, está basado en cierto número de
creencias inculcadas desde la infancia y cuya veracidad, al
parecer, no debe ni puede ponerse en duda en ningún momento.
Entre ellas, una visión lineal y poco dialéctica de la evolución de
los sistemas de escritura: muy abajo, las escrituras “primiti­
vas”, próximas a la imagen e impregnadas de ella, de la cual
habrían tomado sus atributos desde el inicio. Arriba, el alfabe­
to, cuya elegancia práctica y abstracta se confunde estrecha­
mente para nosotros con la Antigüedad grecolatina, origen y
arraigado punto de referencia de nuestras sociedades, y por
ende asociada a toda una tradición de democracia, valores
morales, progreso científico y pensamiento claro y distinto a la
que adherimos totalmente. En esta visión idñica, la escritura,
brillante segunda del lenguaje oral, se ubica entonces sabia­
mente en la vidriera de las piezas raras de la historia de las
técnicas, detrás de la rueda, el hilo, el cero y el metro patrón.
Por supuesto, si se abordan los hechos sin anteojeras, si
nos las quitamos para confrontarlos, como por un hilo de
Ariadna, en los meandros de este universo mental, muchas
cosas corren poco a poco el riesgo de desmoronarse. Y es, en
suma, lo que ha ocurrido a lo largo de las intervenciones de las
dos jornadas de trabajo de este coloquio. En determinados
momentos, al enfrentar por primera vez los diversos aspectos de
un problema complejo, cuyas múltiples consecuencias ni siquie­
ra se han podido mencionar en su totalidad, los participantes,
por así decirlo, no sabían qué hacer.
En efecto, es claro que no es la apariencia, la materialidad
de los signos (su “sustancia”, para retomar la palabra de
Hjelmslev) lo que interesa, sino su valor: en realidad, si vamos
más allá de la superficie de las cosas, el inglés y el francés se han
11
reconstruido más o menos, a partir de un arsenal de formas
disponibles llamadas alfabéticas, verdaderos sistemas “pleré-
micos” (es decir “plenos” de sentido), a la manera de los antiguos
egipcios, los chinos y (en parte) los japoneses actuales. Según las
últimas estimaciones, el inglés, por ejemplo, aun cuando guarde
un vínculo no desdeñable con sus raíces germánicas y latinas,
presenta un sistema “fono-logográfico” (Sampson, 1985). Se ha
establecido, por otra parte, que el francés utiliza un sistema,
atiéndase bien, ¡“fono-morfo-logográmico” (Catach, 1973)!
Actualmente disponemos de verdaderas tipologías para
clasificar las unidades escritas, según sean “vacías”(cenémicas)
o “plenas”, (plerémicas) (Haas, 1976). En realidad, pocas de las
grandes escrituras nacionales, estabilizadas y de vasta exten­
sión en el espacio y el tiempo, han podido renunciar a conservar
lo esencial de su estructura “subyacente” a lo largo de los siglos.
Por mi parte, dudo cada vez más de que existan realmente
grandes sistemas que no estén provistos, de una u otra manera,
de signos pertenecientes a las dos articulaciones... Aun las
escrituras más simples son en realidad complicadas, en varios
niveles.
Pero no es solamente, como suele creerse, debido al respeto
de la historia y por tradición. Hay algo más fundamental, a es­
tudiar en sincronía, que debería interesar profundamente a los
psicólogos y que yo llamaría la conservación de la información
mental: para servirse del lenguaje oral como del escrito (sobre
todo del lenguaje escrito, que es siempre de algún modo meta-
lenguaje, reflexión sobre el lenguaje), el hombre necesita cierto
número de referencias seguras; no debe perderse, pues, en los
meandros de la realización del habla. De allí estas tres consig­
nas constantes que al parecer nos hemos fijado y que se encuen­
tran en casi todos los sistemas gráficos, cualesquiera sean:
- respetar la “palabra”, el radical portador de sentido, a
través de los accidentes del discurso (entre paréntesis, no estoy
en absoluto de acuerdo con quienes consideran la “palabra”
como una noción arbitraria en lengua);
- forjar un verdadero instrumento representativo (no per­
derse en el detalle de los dialectos, los idiolectos, etc.). Es allí
donde se ve hasta qué punto la escritura, más aún que la
oralidad, constituye una base segura de comunicación social,
una suerte de terreno neutro, un “medio”;
- finalmente, adaptarse lo mejor posible a ciertas espe­
cificidades o ciertas carencias de la lengua correspondiente, en
12
sus huecos y sus relieves: así, compensar lo mejor posible una
morfología ausente, enfrentarse a gran número de monosí­
labos, de ambigüedades —siendo estas últimas el enemigo
número uno de las escrituras. Este punto, por sí solo, merecería
un estudio aparte: es acercándose lo mejor posible a las funcio­
nalidades de la lengua como la escritura ha desarrollado sus
inmensas posibilidades, pero también proveyéndola de herra­
mientas que no poseía, o había dejado de poseer, lo que se le
reprocha a veces de manera desconsiderada.

Una nueva ciencia: la grafémica

La consecuencia de todos estos cuestionamientos no es


menor: nuestra nueva ciencia, la grafémica, deberá hacerse un
lugar en el seno de las disciplinas lingüísticas. Lejos de efectuar
un retorno a una visión esclerosada del lenguaje, que confun­
diría la letra y el sonido y se atendría al texto, tomado por la
lengua, de ahora en más tendremos que reconquistar, lenta y
pacientemente, el lugar de lo escrito frente a lo oral, y no
avanzar, por así decirlo, en un solo pie. Lo escrito y lo oral
constituyen en sincronía dos lenguajes, o más bien dos varian­
tes universales de un solo y mismo lenguaje, ambas indispen­
sables y complementarias para el hombre moderno (Vachek,
1939). Yo agregaría que, en mi opinión, para las sociedades que
poseen escritura, la interacción entre ambas produce una
verdadera y nueva competencia en lenguaje fono-visual, lo que
puede llamarse una nueva lengua, surgida de la antigua (Len­
gua L prima).
La grafémica se opone a la grafética: no sólo, atención,
como la fonética se opone a la fonología. La fonología estudia
solamente la segunda articulación del lenguaje, las unidades
“cenémicas” de lo oral. En cambio, la grafémica se ocupará a la
vez de las unidades “vacías” y las unidades “plenas”, de primera
articulación. Es, pues, una lingüística completa y de pleno
derecho.
Por otra parte, la grafética es, también ella, poco compara­
ble en amplitud a la fonética. Desde luego, englobará el estudio
de las formas de las letras, los procedimientos caligráficos y
tipográficos, pero también todo lo que atañe a las diversas
etapas de la fabricación del mensaje escrito, el estudio de los
diversos alfabetos y baterías de signos, los agentes de esa
fabricación, en los talleres y las editoriales, etc. El libro es un
13
producto social y económico, y lo que hoy se llama Bibliografía
material se ocupa de todos estos aspectos: hace, pues, grafética.
En el otro extremo del espectro de las investigaciones por hacer,
citemos para los psicólogos las condiciones de recepción y
producción de la lectura y la escritura, los procesos de adqui­
sición e información escritas, los problemas de la legibilidad...
Para dar una idea de las innumerables aplicaciones que
podrían concernir a los avances en el terreno de la grafética y la
grafémica, hay que pensar en disciplinas como la pedagogía, la
semiología, las teorías de la comunicación, sin contar, natural­
mente, la paleografía, el desciframiento de escrituras desconoci­
das y lenguas muertas, el estudio de textos antiguos, la textolo-
gía (ciencias de la edición), y también eventualmente la creación
y fijación de nuevas escrituras para las lenguas de tradición
oral, las reformas para las lenguas que ya poseen escritura, etc.
Todas estas aplicaciones, y muchas otras, son de crucial
interés para los pueblos y las culturas (piénsese en el impacto
de términos como alfabetización, lectura y escritura no sola­
mente en los países del tercer mundo, sino también en nuestras
sociedades “avanzadas”).

Para una teoría de la lengua escrita

Nuestra primera tarea, en mi opinión, debería ser fundar


colectivamente una metodología, fijar procedimientos explíci­
tos. Para entendernos y avanzar, sin duda son necesarias al
menos tres cosas: un mínimo de lenguaje común, una concep­
ción general, aun diversa, de la lengua, y una concepción de la
escritura.
Y en primer lugar, ¿qué quiere decir el concepto de “lengua
escrita”? Altamente ambiguo, ya que comprende para algunos
los “textos” realizados, o incluso cierto nivel de “lengua culta” o
de estilo; para otros, como Vachek, se trata de un dato social, de
una de las dos “normas” del lenguaje, que algunos de nosotros
estaríamos dispuestos a ubicar exclusivamente del lado del
habla y el discurso. Es verdad que no se pueden excluir de
nuestro dominio, sin mutilación, datos textuales y sociales, lo
que hace que finalmente sea ese concepto, equívoco y por lo
mismo más rico, el que he elegido para el título de este debate.
Pero, por supuesto, el centro de nuestro interés estará sobre
todo en el sentido propiamente lingüístico. En la medida de lo
posible, nos ceñiremos a ello.
14
Sin embargo, hay otra razón que me hizo optar por ese
término. Como dije antes, a una nueva concepción de la escritu­
ra debe responder necesariamente una nueva concepción de la
lengua. Ambas cosas son inseparables. Uno de los ejes de la
discusión actual en Francia es éste: ¿lo escrito es una “corres­
pondencia secundaria” de lo oral? ¿Es, por el contrario, “otra
lengua”? Por consiguiente, a la pregunta: “¿Qué es una escritu­
ra?”, responderá necesariamente otra pregunta, que justifica el
título de este coloquio: “¿Qué es una lengua?”

Las cuestiones en debate

No nos engañemos: actualmente, el diálogo sobre estas


cuestiones dista de ser fácil. En Francia, algunos aún confun­
den no sólo letra y grafema, sino oral y escrito. Muchos lingüis­
tas, siguiendo los preceptos de Saussure demasiado al pie de la
letra, descartan deliberadamente lo escrito del campo de sus
investigaciones, y se esfuerzan (en vano, yo diría) por interesar­
se exclusivamente en la lengua “fonémica”. Otros, impactados
por la especificidad indiscutible de ciertos aspectos de los
sistemas de escritura, hablan, quizá un poco apresuradamente,
de “autonomía” de los dos medios. Entre estas tres categorías de
individuos, ¿qué diálogo es posible?
En cuanto a mí, mis posiciones son conocidas: después de
Vachek, compruebo que en la mayoría de los casos existen
diferencias y cierta autonomía en los procesos, pero más allá
hay, en general, una profunda unidad intrínseca entre lo escrito
y lo oral. Compruebo además, y lo reivindico como objeto de
estudio, cierto carácter mixto de los sistemas, dado que todas
las escrituras presentan lo que yo llamo plurisistemas. En mi
opinión, la cuestión principal es ésta: para una lengua dada,
para un sistema gráfico dado, ¿se trata solamente de un simple
cambio de “sustancia”, de un cambio de “forma de expresión” (de
significantes), de un cambio de “signos” (significantes y signifi­
cados), o bien, como ocurre a menudo, de todo eso a la vez? ¿Se
trata verdaderamente incluso, en cierto momento, de dos “len­
guas” diferentes, hipótesis que no debe excluirse totalmente y
que se ha producido en la historia? Es lo que yo llamo la teoría
de las “cuatro soluciones”.
Naturalmente, son otras tantas preguntas a debatir. Pero
hay muchas más, que apenas se abordaron, a pesar de su
interés. Ante todo, ¿cuál es el lugar de las contingencias y la
15
historia externa, de las ciencias y las técnicas por ejemplo, así
como de las intervenciones humanas individuales, en la fijación
de los sistemas gráficos? Por otro lado, ¿qué competencias
nuevas asimila un niño en el momento de la adquisición de la
escritura? ¿Cuáles son las que adquiere un locutor-escritor
experimentado en caso de manejo diestro y estabilizado de los
dos sistemas, respecto de un locutor sin dominio de la escritura,
por ejemplo? Todos estos problemas deberían dar lugar a
investigaciones de envergadura.
En cambio, lo que concitó la atención de los participantes
a estas jornadas es esencialmente lo siguiente: ¿cuál es la
relación entre un sistema de lengua dado y una escritura dada?
¿Y cuál es la naturaleza del grafema? ¿Cuáles son las relaciones
del “lenguaje grafémico” con el significante oral? ¿Con el signi­
ficado, oral y escrito? ¿Hay verdaderamente, en los procesos de
lectura, una visualización exclusiva, sin relación con lo oral? Y
si no hay ninguna relación con lo oral, ¿no hay entonces ninguna
otra relación con lo verbal, lo que no es en absoluto lo mismo?
¿Cuál será, en consecuencia, la definición del signo escrito,
cómo proceder a la segmentación y relevamiento de los diversos
tipos de signos? ¿Hay una tipología de los grafemas posibles, y
una tipología de las escrituras?
¿Cuáles son, en definitiva, las relaciones entre los dos
medios, en todos los niveles, y cuáles las de cada uno de ellos con
el sistema global de la lengua? En realidad, tal vez se trate ante
todo de distinguir en el análisis tres tipos de relaciones, que
propongo llamar unilaterales (escrito solo u oral solo), bilate­
rales (relaciones oral/escrito), y trilaterales (relación oral/es­
crito/lengua).
Entre toda esta riqueza de interrogantes, el objeto de las
comunicaciones, escindido en cuatro partes distintas por razo­
nes de claridad, fue en definitiva el siguiente:
1 - La escritura y las teorías lingüísticas, Escritura y so­
ciedad: estos dos primeros temas fueron elegidos por F. Desbor­
des, L. Pasques, J. L. Chiss y C. Puech, J. Rey-Debove, R.
Martin y P. Achard;
2 - Estrategias de lectura, ideografía: estos puntos son
tratados esencialmente por J. P. Jaffré, E. Andréewsky y V.
Rosenthal;
3 - Relaciones entre oralidad y escritura: comunicaciones
de Laurence Lentin, V. Lucci, J. C. Pellat;
4 - Estructura y tipología de las escrituras: S. Battestini,
16
M. Coyaud, H. Séguin, C. Gruaz, F. Coulmas, W. Haas, J. Anis,
H. Ibrahim, C. Buridant, N. Catach.
Todos se esforzaron por responder a su modo y según su
propia problemática a las innumerables preguntas, y de un
modo sorprendente, en la mayoría de las comunicaciones se
encuentra a la vez un cuestionamiento de los datos anteriores
e interesantes avances. Pero ¿por dónde empezar?
¿Era necesario primero, como hiciera F. Desbordes, adver­
tirnos solemnemente que los antiguos no estaban más conven­
cidos que nosotros de la “perfección” de su alfabeto (según la
autora, ellos no ignoraban “una relativa autonomía de lo escri­
to”)? Y es verdad que había allí un “prima datur” indiscutible,
insoslayable. Las discusiones de los gramáticos latinos son en
este punto apasionantes no sólo porque se parecen a las nues­
tras, sobre el papel del sentido, la necesidad de que la escritura
suprima ante todo las ambigüedades, y que por lo tanto inter­
venga en la lengua, sino también porque, indirectamente,
sacuden muchos aspectos de nuestros cimientos lingüísticos
mentales tradicionales.
Por el contrario, ¿era necesario, respecto del punto funda­
mental del lugar de la escritura en los sistemas de signos,
partir de la actualidad, y comenzar por releer a Saussure, una
de las fuentes modernas de nuestras certezas científicas? Es lo
que hicieron J. L. Chiss y C. Puech, con una atención particular
para aprehender el pensamiento a primera vista contradicto­
rio del Maestro: prácticamente desde las primeras páginas del
Curso de lingüística general se esfuerza por todos los medios
por ponernos en guardia contra esa “maestra de error y false­
dad” que es la escritura, para que los lingüistas no desvíen
ninguno de sus pensamientos del verdadero objeto a describir,
que es la Lengua, la lengua oral o fonémica, es decir la que
“pasa por” el fonema. A la inversa, una vez hecha esta ad­
vertencia necesaria, Saussure no deja de servirse abundante­
mente de la escritura en cuanto quiere definir la semiología, un
sistema, un signo, en suma, la lengua, ¿y cómo hacerlo de otro
modo?
En este punto se sitúa una de las nociones clave del
presente coloquio, noción que volverá en numerosas discusio­
nes: la de la representación, cuya “ambivalencia constitutiva”
hay que medir, según algunos autores; noción en la cual se ha
querido encerrar a Saussure y cierta filosofía del signo, “insepa­
rable del fonocentrismo de la metafísica”. Aúna visión reductora
17
como ésta, que limita la escritura a una “manifestación” o
“materialización” de la lengua de tipo “representación teatral”,
J. L. Chiss y C. Puech oponen su “función operatoria”: “Para
saber cómo está hecha la lengua primero hay que escribirla, y
no a la inversa”, decía Safouan. Como lo demuestran a la vez
Saussure, Derrida, y también, en cierto modo, autores como J.
C. Milner o M. Foucault, la “diferencia” no es la “sumisión” o la
“secundarización” de la escritura.
Doble cuestionamiento también en la intervención de L.
Pasques. ¿Puede considerarse desdeñable la concepción de la
lengua escrita que ha sido la de la Academia Francesa desde el
siglo XVII? En realidad, esta concepción, que por cierto se trata
de reubicar en su contexto nacional y cultural, debe ser consi­
derada en detalle, dado que reúne toda la tradición de las
escrituras primitivas, fundadas en la preocupación por la inte­
gridad del sentido, la supresión del equívoco y la continuidad
histórica. Hay por ejemplo en Bossuet, señala L. Pasques, “una
verdadera teoría de la comunicación escrita ideovisual”. Y cita
esa magnífica advertencia, escrita al correr de la pluma, al
margen de sus observaciones sobre Mézeray: “No se lee letra por
letra, sino que es la figura entera de la palabra la que deja su
impresión en el ojo y en la mente...”.
Además, no se puede confundir en ningún momento la
política de la lengua seguida por la Academia en los siglos
pasados con el inmovilismo actual, dado que siempre ha tenido
en cuenta el uso, es decir la evolución de la lengua, realizando
incluso varias veces las modificaciones necesarias.
Siempre situado en el terreno histórico y social, y como
condición previa externa a todo estudio interno de los sistemas
de escritura, R. Martin precisó con claridad la relación actual
entre lo escrito y lo oral en Francia: evolución precipitada por un
lado, estancamiento por el otro.
“El código escrito —dice R. M artin— aparece como un artefacto
forzosamente sometido al dirigismo si se quiere evitar una deriva
que, en una escritura fonológica, lo alejaría del código oral más allá
de lo soportable”.

En efecto, no se trata de que el estudio objetivo de los


sistemas nos conduzca a desinteresarnos de los aspectos prác­
ticos planteados para toda escritura nacional, que son, estricta­
mente, asuntos de política de la lengua, y por consiguiente
deberían concernirnos en primer lugar. De otro modo, nos
18
sumaríamos a la falsa indiferencia de los especialistas de ayer,
parapetados en su torre de marfil, cerrando oídos y ventanas a
los llamados y las necesidades lingüísticas más cruciales de los
usuarios. Hay que destacarlo, no es ésa la actitud general de los
participantes de este coloquio, ni la valiente actitud de R.
Martin. Por lo demás, los conocimientos más fundamentales
adquiridos en esta área no contradicen en absoluto la reflexión
de los partidarios de una adaptación o una modernización; todo
lo contrario. Citemos como ejemplo sólo el fin de una sub-
evaluación por completo peijudicial del papel de la escritura en
la formación en lenguaje, o en otro ámbito, la necesaria repar­
tición entre la diacronía y la sincronía, verdadero fundamento
epistemológico compartido por toda la comunidad lingüística, y
que permite juzgar, de un modo muy distinto al de nuestros
ancestros, restos no funcionales que colman nuestro sistema
gráfico, con escaso beneficio para la verdad.
“¿La especificidad de lo escrito es de orden lingüístico o
discursivo?”, pregunta Pierre Achard. Pregunta central para
nosotros, sobre la cual volverán varias intervenciones. De he­
cho, dice P. Achard, “el sentimiento lingüístico relativo a la frase
está sobredeterminado por la práctica normativa focalizada en
el uso escrito”. Sin embargo, para él, en un primer análisis, la
diferencia entre escrito y oral “es discursiva y no lingüística”. En
efecto, luego de haber examinado en toda una serie de casos sus
relaciones y oposiciones, lo escrito aparentemente “se apoya en
una misma disposición de los operadores lingüísticos abstrac­
tos”. Asumiendo entonces, a pesar de algunas divergencias a
veces importantes, la convicción central de muchos de los parti­
cipantes, concluye diciendo que “la teoría de la lengua que se
materializa en forma de escritura debe ... ser rechazada como
teoría lingüística per se ... por el contrario, debe incorporarse a
ella en tanto soporte (entre otros) de ese componente regulador
que forma parte integrante de toda actividad de lenguaje”.
Volviendo, entonces a sus premisas, precisa que no se puede
llevar, por un lado, la práctica oral de la lengua hacia las ciencias
naturales, y por el otro, clasificar la práctica normativa única­
mente en el dominio del habla. “No se puede jerarquizar lengua
y discurso de manera unívoca”. Lo que constituiría, en nuestra
opinión, particularmente en el campo de la lengua escrita, una
verdadera mutilación de los procesos de producción.
Oralidad y escritura, en toda su extensión, código, lengua
y discurso, tal es el ángulo, bajo el cual Josette Rey eligió
19
abordar la reflexión, ¿Qué se entiende por “oralidad”, “escritu­
ra”, “lengua escrita”? ¿En qué nivel es más fecunda la confron­
tación? Es posible “transcribir” lo oral, “hablar” lo escrito. Es
posible también utilizar uno u otro medio sin pensar demasiado
en el par oral/escrito, simplemente como soporte del pensa­
miento. Es posible asimismo concebirlos ambos al mismo tiem­
po, en su originalidad intrínseca y complementaria. “La distin­
ción entre lo oral y lo escrito —dice J. Rey—, no podría reducirse
a la de sustancias de la expresión”. Avanzando así paso a paso,
examina progresivamente las diferencias de sustancia, luego
de forma, la “asimetría en la relación con los paralenguajes” de
los dos medios. Lo que la conduce a intentar luego una verda­
dera tipología de los discursos, desde la exposición hasta el
artículo, con toda una utilización creciente de recomienzos,
correcciones, que son, dice ella, “siempre metalingüísticos”.
Contrariamente a lo que suele creerse, lo esencial de la espe­
cificidad de los dos sistemas le parece depender no de las
formas, sino de los contenidos. En efecto, “se observa (en el nivel
de la forma del contenido) una variación de sustancia bastante
importante; lo escrito debe hablar de la situación y de los
paralenguajes, y lo oral está obligado a reelaborar explícita­
mente sus frases”.
Fueron también claramente abordadas en esta exposición
las cuestiones de metodología y metalenguaje, indispensables
para hablar, al menos entre nosotros, con los mismos términos,
y que iban a constituir uno de los temas principales de nuestras
discusiones. En efecto, la “lengua escrita” es un concepto en sí
mismo polisémico, y no por casualidad. Para aprehender mejor
la multiplicidad de tal concepto, comparemos el contenido de la
palabra “lengua”, por ejemplo, en el sintagma disciplinar “his­
toria de la lengua”: ¿significa filología, lengua realizada, histo­
ria textual? ¿O sociología, historia externa? ¿O evolución, lineal
o por estratos? ¿O lengua y metalengua, a través de lo que han
dicho de ella los gramáticos? ¿O historia de las teorías lingüís­
ticas, o todo a la vez? Lo mismo ocurre con “lengua escrita”: llego
incluso a preguntarme si este concepto tiene algún sentido, si en
realidad, bajo el término “historia de la lengua” hemos hecho
hasta ahora otra cosa que no sea la historia de la “lengua
escrita”.
Por la simple razón de que quien mucho abarca poco
aprieta, lo esencial del Coloquio giró en torno del enfoque de los
“códigos”, es decir, de los sistemas de signos. Para los lingüistas
20
va de suyo interesarse ante todo en cuestiones tan esenciales
como las relaciones de lo oral con lo escrito, la definición de un
sistema de escritura, de un elemento mínimo o grafema, diver­
sos tipos de sistemas gráficos, etc. El campo es ya muy vasto.
Pero aun así, no pudimos deshacernos de los problemas de
fronteras: como dije, era necesario abordar la historia, la socie­
dad, las cuestiones de estrategias del lenguaje y de metodología.
Era necesario recobrar así poco a poco la lucidez, sin lo cual
todas las preguntas hubieran surgido luego al mismo tiempo, y
en forma adventicia.
A propósito de las estrategias de lenguaje, y de las relacio­
nes de aprendizaje de lo oral y lo escrito, escuchamos con
atención los resultados de experimentación sobre el niño, y
sobre el adulto enfermo, de J. P. Jaffré y E. Andréewski.
Como J. Rey, J. P. Jaffré se interesa en el montaje de
hábitos de reflexión metalingüística del niño, a través de los
progresos hechos en la escritura. A partir de tres ejemplos, la
adquisición de las marcas del femenino, los blancos gráficos y
las mayúsculas, nos muestra lo que él llama la “claridad
metagráfica”, que aparece mediante el grafema, la pertinencia
de su función psicolingüística para aprender a fijar “la realidad
estructural y funcional” de la lengua, terreno en el que el niño
tiene grandes dificultades de aprehensión.
Los aléxicos, nos enseñan E. Andréewski y V. Rosenthal,
son un caso particular de pacientes afásicos, y “es bastante
notable que estos aléxicos (que a menudo eran lectores experi­
mentados) se comporten, para unos, como los niños que ‘deco­
difican’ con dificultad; otros, por el contrario, se vuelven inca­
paces de identificar las letras o las sílabas aisladas, pero
manifiestan claramente una comprensión al menos parcial de
lo escrito”. A mi criterio, estas observaciones son de vital
importancia para una reflexión pedagógica, pero también para
nuestra concepción misma de lo que es una lengua, cuya forma
es tan esencial como el contenido, ya sea fonémica o grafémica.
En realidad, hay según el autor una suerte de “pretratamien-
to” de la comprensión de lo escrito, que también se encuentra
por ejemplo en los sistemas de síntesis del habla, que constitu­
yen hoy el equivalente en inteligencia artificial de la lectura en
voz alta. Sería necesario, pues, “conceptualizar ciertos proce­
sos de tratamiento que permitan ‘reconocer’ la forma de las
palabras, en interacción con la de las frases y los conocimientos
generales de los sujetos”. Lo que nos llevaría, en definitiva, “a
21
concebir la comprensión de lo escrito en términos de emer­
gencia”.
Para L. Lentin, contrariamente a lo que suele creerse, hay
“continuidad y no ruptura entre el uso oral y el uso escrito de la
lengua”. El niño “se aprovisiona” en su contacto con el adulto
tanto en un caso como en el otro, y es en definitiva la densidad
de la relación lo que condicionará esa continuidad. Se encuentra
en presencia de una multitud de conjuntos que se superponen
en parte: el conjunto de las enunciaciones habladas, el de las
enunciaciones escritas, la intersección de estos dos conjuntos,
con diferentes clases de variantes equivalentes en uno y otro
caso. De este modo pasa del “hablar-pensar” al “pensar-leer-
escribir”, y según el autor, una etapa capital para él será tomar
conciencia del “paso de su habla a la escritura de su habla”, por
ejemplo en la deliciosa ejercitación del “dictado al adulto”. El
contacto con lo escrito, en todas sus formas, precoz y vuelto
accesible por el adulto competente, es indispensable. Es él, dice
Lentin, quien, llegado el momento, facilitará su paso a un
dominio inteligente de la lengua escrita, “inseparable del domi­
nio inteligente de su hablar”.
Con buen humor, V. Lucci nos informa los resultados de un
análisis que podría calificarse de freudiano sobre los hábitos de
la publicidad contemporánea en Francia. Se encuentra allí, nos
dice, la búsqueda de nuevas relaciones con lo oral y toda una
serie de juegos de fuerte connotación ideo-visual, cuyas distan­
cias se adaptan estrechamente a los diversos géneros y “subcó-
digos” del lenguaje, volviéndose reveladoras de las tendencias
evolutivas actuales. Aparece así toda una serie de modificacio­
nes gráficas, de mayor o menor importancia, liaisons, apóstro­
fos indebidos, notaciones familiares y poéticas, o por el contra­
rio brutalmente diferentes, cuyas consecuencias y objetivos
habría que analizar con mayor profundidad. A todo esto se
añaden, por supuesto, las aliteraciones, juegos de palabras,
onomatopeyas orales y alusiones escritas, con equivalentes
etimologizantes muy “en el aire”, y el recurso cada vez más
frecuente a una cierta “pictografía” directa, muy “expresiva”, si
puede decirse. Hay allí material de reflexión sobre el espectro
infinito de las posibilidades de la escritura...
Igualmente indiscutible fue la respuesta dada por J. C.
Pellat a la pregunta: “¿Por dónde empezar?”. En efecto, este
autor aportó las diferentes definiciones dadas por los lingüistas
sobre el grafema, o unidad mínima de la lengua escrita” tomada
22
en tanto código o sistema de signos. Desde Baudoin de Cour-
tenay hasta V. G. Gak, N. Catach y el equipo HESO (del cual
forma parte J. C. Pellat), pasando por Pulgram, W. Haas,
Horejsi o J. Anis, se han propuesto numerosas definiciones:
letra, equivalente de un fonema, signo de doble entrada o signo
autónomo. No se pueden separar las distintas definiciones del
grafema de lo que éstas implican: más allá de los múltiples tipos
de unidades que presentan a primera vista la mayoría de los
sistemas de escritura antiguos y modernos, hay naturalmente
para cada uno de ellos un modo específico de aprehenderlos, una
concepción de conjunto que debe ser tomada en cuenta y preci­
sada, particularmente en lo que se refiere a la “lengua escrita”,
en tanto “norma de lenguaje realizada”(concepción de J. Vachek).
Según J. C. Pellat, hay fundamentalmente dos alternati­
vas: o bien lo escrito está situado en posición secundaria, o bien
en posición de igualdad y complementariedad, tendencia más
aceptada actualmente. Tanto en un caso como en el otro, los
matices pueden ser importantes. Así, la glosemática de
Hjelmslev y Uldall no puede confundirse, en su posición mati­
zada, con el fonetismo intransigente de F. de Saussure o de A.
Martinet. Del mismo modo, del lado de los “autonomistas”, el
esfuerzo de J. Anis por concebir las unidades de la escritura
fuera de toda comparación con la oralidad no puede sino
oponerse al autonomismo relativo de N. Catach, para quien la
escritura tiene la doble posibilidad de funcionar conjuntamente
con la oralidad o de manera independiente.
Luego de estas definiciones, como luego de las diversas
comunicaciones que se esforzaron por tomar en cuenta las
dimensiones más o menos externas de la lengua, varios orado­
res abordaron el estudio específico de un sistema de escritura
dado, estudio minucioso que ninguna extrapolación puede re­
emplazar.
Africa en primer lugar: S. X. Battestini, autor de la biblio­
grafía más rica establecida hasta hoy sobre los sistemas de
escritura africanos, hizo desfilar ante nuestros ojos los múlti­
ples intentos (más de 90 registrados), poco conocidos o descono­
cidos (y más o menos deliberadamente ignorados) de fijación de
las lenguas que se han sucedido en Africa, y de los que no faltan
rastros e incluso testimonios vivos. Los ocupantes no sólo no
hicieron nada por retener o alentar tales iniciativas, sino que
incluso las ahogaron, por la fuerza y en la medida de sus medios,
que eran grandes.
23

L-.
M. Coyaud ha observado en numerosos sistemas verdade­
ros “pares”, curiosas “simetrías” de caracteres, que ayudan a la
memorización. Se trata únicamente de la forma de las letras,
pero esta forma implica por sí misma ciertos elementos de
jerarquización del sistema fonológico correspondiente. Podría
fundarse, dice el autor, una suerte de “tipología de las escritu­
ras en función de su grado de simetría”. Esta simetría se
llamará “interna” si no ofrece ningún vínculo con el sistema
fonémico, y “externa” en el caso contrario. Simetría quiere decir
en este caso oposiciones duales o múltiples en la apariencia
física de tal o cual grafema, respecto de tal otro. Así, en tifinagh,
la unidad gráfica gh se opondrá en su dibujo akh, n al, h aw
y k, etc. M. Coyaud cita también ciertas simetrías de diversos
tipos en alemán manuscrito, serbio manuscrito, hebreo, siamés,
árabe, persa, turco, esquimal, etc.
H. Séguin, por su parte, se abocó a los dos sistemas de
escritura europeos reputados como los más complejos, el inglés
y el francés, para mostrar con respecto a ellos un fenómeno tan
curioso como interesante: lo que podría llamarse no la homo-
grafía, sino la isografía de las dos lenguas. El autor ha relevado
varios miles de palabras que se escriben de manera estricta­
mente idéntica en los dos sistemas, pero que presentan natural­
mente una cara fónica radicalmente diferente. Lo cual, nos dice
H. Séguin, debería convencernos del hecho de que la cara
material del signo no es nada en sí misma, y que sólo cuenta su
cara “oculta”, es decir su íntima relación con su correspondiente
fónico, o tal o cual función que se le atribuye (enfoque funcional
de los signos).
C. Gruaz aborda precisamente, a través del francés, el
estudio distribucional del “morfema escrito”: la grafía de nues­
tra lengua ha tejido a lo largo de los siglos numerosas redes
entre grafemas simples y complejos, “lazos que confieren a estos
grafemas una carga relacional y, en este sentido, plerémica”. Se
constituyen así sistemas de oposiciones visuales entre radica­
les y derivados, así como entre las diversas familias de pala­
bras. Esos indicios presentan, a través de su variedad, una
notable estabilidad, y pueden crear efectivamente para el lector
espacios de sentidos originales y preciosos. Así» las alternancias
al / au (chaleur / chaud), -eau / -elle / -elier (oiseau, oiselle, oiselier),
an / ai I ain I a (santé, sainé, sain, sanitaire), etc., sin mencionar
las redes de las flexiones verbales, las relaciones entre mascu­
lino y femenino, singular y plural, el verbo y el sustantivo, las
24
oposiciones semánticas entre homófonos-heterógrafos, etc., cons­
tituyen para el hablante-escritor una verdadera competencia
doble, comparable en ciertos aspectos a la del hablante-escritor
del chino, por ejemplo.
F. Coulmas, autor, con Ehlich, de la importante síntesis de
Writing in Focus (1983), especialista en japonés, nos aporta
datos sugestivos acerca de la historia de esta lengua: hasta 1850
aproximadamente, el japonés conocía una forma escrita casi
totalmente separada de su forma hablada (es lo que yo llamaría,
si me lo permite F. Coulmas, la “cuarta solución” de la escritu­
ra). Además, existía en lo escrito toda una gama de estilos,
desde el chino clásico hasta el japonés clásico, y eran raros
aquéllos que podían utilizar con comodidad estos sistemas,
tanto más difíciles cuanto que eran de tipo no alfabético. La
impresionante reforma gráfica llevada a cabo en la época Meiji
(1868-1912) tuvo resultados muy positivos y notables en menos
de una generación, y sin que el pueblo hubiera tenido que
renunciar a lo esencial de su sistema, lo que conduce a serias
reflexiones a la vez teóricas, culturales y sociales sobre la
interacción entre lengua y escritura. Y F. Coulmas, apoyándose
en este notorio ejemplo, se dedica a precisar cinco puntos
teóricos esenciales para un abordaje de la escritura: es necesa­
rio tomar en cuenta las relaciones entre oralidad y escritura; la
diacronía no puede ser ignorada; la diglosia entre lengua y
escritura es un caso extremo, y sin duda muy perjudicial; esta
noción no puede intervenir sin hacer intervenir a su vez lo
escrito; toda teoría de la escritura debe tomar necesariamente
en cuenta los usos sociolingüísticos y culturales de la lengua del
país considerado.
Por su parte, el gran lingüista W. Haas, quien ha publicado
estos últimos años en Manchester toda una serie de obras
referidas a los sistemas de escritura, renovando así una discipli­
na que realmente lo necesitaba, tomó un procedimiento distin­
to, que prueba cuán ricas y diversas son las posibilidades de lo
escrito: se ocupó del problema de la escritura de los números. En
efecto, no debe olvidarse que el lenguaje de las matemáticas
(sobre todo modernas) no puede ser sino escrito. Es así como el
etnólogo Goody ha podido decir que la escritura, de la que tanto
se afirma que es secundaria, bien podría ser, por el contrario, el
grado más alto alcanzado por el manejo humano del lenguaje.
¿Cómo se leen los números en las distintas lenguas?, se
pregunta W. Haas. ¿Qué significa el hecho de que el árabe, por
25
ejemplo, escriba de derecha a izquierda, pero lea, como noso­
tros, los números de izquierda a derecha, ubicando las decenas
(es decir las columnas de los números más pequeños) hacia la
derecha? Se puede leer un número de teléfono tanto de manera
abstracta, compuesta, “plerémica” (teniendo en cuenta la ar­
quitectura respectiva de las centenas, decenas, unidades), como
de manera concreta, analítica, “cenémica”, como se deletrea­
rían las letras de una sigla: S.N.C.F., por ejemplo. Así, puede
leerse la serie: “3.14.116” ya sea diciendo “tres”, “catorce”,
“ciento dieciséis”, ya sea, como lo hacen habitualmente los
ingleses con los números telefónicos, “tres”, “uno-cuatro-uno-
uno-seis”. Encontramos así, en realidad, el símbolo mismo de
los diferentes niveles de lectura de una escritura, sea ésta
alfabética o esté formada por signos-palabras: ¿se lee letra por
letra o de manera compuesta, sintética? ¿Y por qué no, según los
casos y los momentos, de las dos maneras? La primera parece
más fácil, para los números por ejemplo: es la lectura analítica,
cifra por cifra. Y sin embargo, es quizá la más difícil en la lectura
corriente, puesto que se la reserva a las palabras desconocidas...
“Hay que restituir a la lingüística el dominio de la letra”,
dice J. Anis. Luego de haber examinado las diferentes actitu­
des posibles frente a la dualidad oral/escrito, el autor propone
un modelo llamado “autonomista”, citando a Uldall. Este
último decía aproximadamente que no hay más razón en
reprocharle a la ortografía no transcribir la pronunciación que
la inversa: desde el momento en que una lengua dispone de una
forma escrita elaborada, se le debe afectar, como lo sugiere
Hjelmslev, dos formas de la expresión. Siguiendo a Vachek, J.
Anis toma en cuenta dos normas, la “norma escrituraria”, que
deja en cierto momento de “emplear signos de signos”, para
representar “signos de cosas”. J. Anis se esfuerza luego por
mostrar lo que serían unidades que no toman en cuenta más
que lo escrito, en el marco de una “grafemática autónoma”:
unidades alfabéticas, extraalfabéticas, logogramas. Tal proce­
dimiento, que puede considerarse complementario y útil (en el
caso de búsqueda de desciframiento de los elementos de una
escritura desconocida, por ejemplo) podría poner en evidencia,
sin recurrir a lo oral, ciertas regularidades intrínsecas de tipo
distribucional.
H. Ibrahim, por su parte, se ocupa de la simplicidad
aparente (y engañosa) de la escritura consonántica árabe.
¿Simplicidad en la lectura? Ciertamente no, dado que es fuente
26
de innumerables ambigüedades en el caso de que falten los
signos diacríticos, en particular sobre las vocales breves, lo que
ocurre muy a menudo en los periódicos y los libros para adultos.
Según el autor, una simple omisión de un punto sobre una
consonante bastó para que un orador leyera que se “mutilaba
sexualmente” a los sacerdotes, cuando en realidad ¡se los
“censaba”!... ¿Simplicidad para la escritura? Es verdad, pero
compensada por una suerte de divorcio entre el locutor y su
lengua escrita, ya que, según H. Ibrahim, la mayoría de los
escritores (el 80%) no logra buscar una palabra en el diccionario
sin dificultad, ordenado por raíces. ¿Se trata realmente, en este
caso, de una escritura “alfabética”, o cuando menos de una
escritura “cenémica”, es decir que hace abstracción del sentido?
La lectura global, alentada por los procedimientos ancestrales
de enseñanza, aún utilizados en el conjunto del mundo árabe,
parece ser predominante. Paradójicamente, este alfabeto, muy
próximo a la “limpidez transparente” del primer alfabeto feni­
cio, es generador (a sabiendas) de gran número de ambigüeda­
des. ¿No son éstas, como lo sugiere H. Ibrahim, fuente de poesía
y propias de todo lenguaje? Los problemas de relaciones perso­
nales, culturales, religiosas con la escritura, que no deben
subestimarse, son corroborados por otro ejemplo, proporciona­
do por F. Desbordes: los galos, quienes conocían la escritura y
no la utilizaban, porque le temían...
Apoyándose en la descripción en términos de “plurisistema”
hecha para el francés, C. Buridant destaca, con justa razón,
hasta qué punto podría relacionarse el análisis de diferentes
tipos de grafemas cada vez con un análisis de orden diacrónico,
donde encuentra sus raíces. La complejidad proviene precisa­
mente del hecho de que en la mayoría de los casos, cada unidad
es a la vez “cenema” y “plerema”, y se presenta, en razón de su
función, en varios niveles a la vez. Felizmente, esta complejidad
es compensada por una fuerte cohesión del conjunto de redes, lo
que permite constituir en el conjunto un núcleo “siempre vivo de
relaciones coherentes y funcionales”.
La intervención de N. Catach se esfuerza por aportar una
visión de conjunto sobre el estado actual de las reflexiones sobre
los sistemas de escritura:
¿Qué es una escritura, en primer lugar? Una escritura es
una suerte de “lenguaje artificial”, y se trata de un fenómeno
relativamente reciente. El lenguaje oral, sin ser tan antiguo
como “el hombre”, como suele decirse (pero ¿qué es el hombre
27
mismo? ¿A partir de qué momento se puede decir que se trata
de un hombre, precisamente?), se remonta, según toda proba­
bilidad, a lo que se denomina homo sapiens, es decir a más de
100.000 años, pero muchas etapas han debido preceder su
implementación en tanto que sistema de signos organizado. Del
mismo modo, debe decirse claramente que una escritura, tal
como la entendemos nosotros, ha sido el producto de un largo
tanteo, cuyas etapas preliminares habrá que determinar de
manera más precisa.
Sea como fuere, lo que aparece en cierto momento como el
paso crucial de la prehistoria a la historia, parece haberse
desarrollado desde el comienzo como sistema de signos organi­
zado. Se trata, pues, de invertir la visión tradicional de la
historia de las escrituras, sobre todo porque nuestros conoci­
mientos son susceptibles de ser modificados profundamente
por los descubrimientos en curso (se acaban de publicar los
primeros resultados de los trabajos sobre los pueblos del valle
del Indo, que según las evidencias utilizaban ya la escritura
¡hace cinco a ocho milenios!).
Hay que decirlo claramente: así como un lingüista no
puede considerar las lenguas más antiguas como “primarias”
(en el sentido de “primitivas”, simplistas, torpes esbozos de
nuestras lenguas actuales), del mismo modo debe rechazarse
totalmente la famosa e ingenua “teoría de los estadios” de
desarrollo de las escrituras, teoría aún en vigencia, y que
considera como “primarios” o “primitivos” los primeros siste­
mas gráficos aparecidos en la historia. Para las lenguas orales,
lo contrario es lo verdadero: estos antiguos sistemas son de una
riqueza fabulosa; incluso el francés, por ejemplo, que se esfuer­
za por rivalizar con ellos, aparece como una torpe imitación...
Segundo punto: Esta visión nueva, deliberadamente no
lineal del pasado, debería apoyarse en una teoría complejizada
de los fundamentos generales de esos “lenguajes artificiales”
que son los sistemas de escritura. Complejizada en dos senti­
dos: en las relaciones que tejen durante grandes segmentos de
tiempo con el lenguaje fonémico, del que a la vez se acercan y se
alejan progresivamente; y en los sistemas mismos, cuyas gran­
des líneas se cruzan por una serie de relaciones y oposiciones
internas que van a multiplicar en la misma medida sus lazos
con la oralidad.
Lo que es seguro es que jamás han tenido algo que ver con
otros inventos humanos que se guardan en vitrinas, fueran
28
éstos los sistemas de pesos y medidas, o incluso hoy los descubri­
mientos más fabulosos efectuados en nuestras sociedades (sin
duda, hasta donde se puede juzgar, ni siquiera la del reciente
ordenador). La escritura es estrictamente el “compañero men­
tal” del lenguaje humano, su herramienta privilegiada, y nada
es más ridículo que creer que tal soporte del pensamiento pueda
ser juzgado con tanta ligereza como se lo hace hasta el presente.
Tercer punto: ¿Qué son estos sistemas de signos? La única
teoría fecunda, capaz de abarcar el abordaje de cualquiera de
las escrituras antiguas o modernas (y, como en toda teoría,
habrá por cierto contraejemplos y excepciones), es la del carác­
ter mixto: para ser considerada, toda escritura debe ser conce­
bida fundamentalmente como un plurisistema. ¿Qué significa
este término? También en este caso debe apelarse a los logros
de un siglo de investigaciones lingüísticas: los sistemas de
signos de los que el hombre se sirve no tienen nada de simples
“máquinas”, físicas u orgánicas. Se trata, por el'contrario, de
conjuntos más o menos autónomos de procesamiento de la
información, conectados entre sí de manera flexible, según las
necesidades, pero también, lo que no hace ninguna “máquina”
hasta ahora, capaces de comportarse como otros tantos “módu­
los” independientes, y sobre todo de ir aprendiendo y creando
las nuevas sinapsis que serán luego estabilizadas y pasarán a
la memoria profunda. La escritura abreva en las capacidades
lingüísticas en toda su extensión, y les restituye un importante
“suplemento de alma”. Ambos sistemas se apoyan y se comple­
tan, y sería difícil determinar sus responsabilidades respecti­
vas, tan inmensas son una y otra en el bagaje intelectual del
hombre moderno.

N. Catach recuerda, en seis puntos, su propia definición de


la escritura, teniendo en cuenta las hipótesis precedentes: se
trata de sistemas de signos altamente organizados, capaces de
transmitir cualquier mensaje comunicativo en sus principales
elementos; articulados, compuestos de unidades discretas y
arbitrarias, en el marco de una lengua dada. Se trata entonces
de un lenguaje, que ella denomina lenguajegrafémico (LG) por
oposición al lenguaje fonémico (LF). Ambos lenguajes son com­
plementarios. Pueden funcionar o bien de manera autóno­
ma, o bien de manera concomitante, en el seno de una sola y
misma lengua que resulta así transformada y enriquecida: es la
teoría de LXLengua prima).
29

[
La escritura actual es, de todos los sistemas semiológicos,
el único que ha tomado prácticamente todas sus características
esenciales del lenguaje natural, con diferencias, es claro, pero
de modo que sea, lo repito, capaz de comunicar en sus elementos
esenciales cualquier mensaje de una lengua dada. Pues sólo es
capaz de hacerlo ligándose a una lengua dada; de otro modo, se
cae en la semasiografía. Así, ligada a una lengua, estrechamen­
te vinculada a ella, no podrá producir textos de cierta amplitud,
cualesquiera sean, en todas circunstancias (sistema generaliza­
do) sin tomarle en préstamo también todas las características
específicas del signo en esa lengua, en particular sus caracteres
de elemento arbitrario, discreto y articulado.
En cuanto al grafema, es evidente que no es sólo “cenémico”
(fonográmico), y puede situarse en varios niveles. En esto es
necesario atender al carácter mixto no sólo de los sistemas
europeos, sino también de los sistemas del mundo entero. En
materia de ciencia de la escritura, debemos dejar de ser euro-
centristas, y concebir finalmente una definición del grafema
que pueda satisfacer a un chino, por ejemplo, y no excluir otras
lenguas, la gran mayoría, a decir verdad. Que pueda incluir
también los sistemas más antiguos, cuneiformes, egipcios,
mayas, aztecas, etc., así como los sistemas actuales más exóti­
cos, y eventualmente los sistemas que no han sido aún descifra­
dos. Necesitamos entonces una concepción amplia y plenamen­
te integradora de la unidad gráfica mínima, lo que se puede
llamar la grafemología general.
Ricas jornadas, pues, en las que se descubrirán más
preguntas abiertas que respuestas y que, sin embargo, consti­
tuyen un paso importante hacia la elaboración de una verdade­
ra teoría de la lengua escrita.

Nina Catach

30
I

EVOLUCION DE LAS TEORIAS


DE LA ESCRITURA, ESCRITURA
Y SOCIEDAD
1
La pretendida confusión de lo
escrito y lo oral en las teorías
lingüísticas de la Antigüedad
Frangoise Desbordes
(U niversidad de Poitiers)

Resumen
Contra la idea ampliamente difundida de que los antiguos (griegos
y latinos) “confundían” lo escrito y lo oral, se desea mostrar que en la
Antigüedad, la reflexión sobre el lenguaje, si bien plantea por un lado la
prioridad cronológica y lógica de la oralidad y, por el otro, una relativa
autonomía de la escritura, sacó pleno provecho de la idea de que la
escritura da una imagen a la vez necesaria y suficiente del lenguaje
humano, concebido como vox scriptilis, voz escribible por ser racional y
articulada.

En esta comunicación me propongo volver brevemente a


los orígenes de la famosa “confusión de lo escrito y lo oral”
característica de toda una larga tradición gramatical y que la
lingüística moderna ha criticado vivamente. Hablamos de los
orígenes, es decir la Antigüedad, que nos ha legado \m&gramá­
tica y no una lingüística, lo que no ha dejado de tener sus
consecuencias. En efecto, la gramática, grammatike, gramma-
tica, es en principio la ciencia de las letras, el aprendizaje de la
lectura y la escritura, luego la ciencia de los conjuntos de letras,
es decir los textos, y, hasta en su forma relativamente reciente
de ciencia de la lengua, queda ligada fundamentalmente a la
lengua escrita. Este “prestigio de la escritura”, esta “tiranía de
la letra” prevalecieron durante siglos, incluso en los mejores
autores; Saussure podía aún indignarse por ello, como de una
incomprensible aberración en la que habían incurrido sus más
grandes predecesores: “Ni el mismo Bopp ha hecho una clara
distinción entre la letra y el sonido; leyéndolo, podría creerse
que una lengua es inseparable de su alfabeto”. ([1916]: 46).
Bopp, y muchos otros, eran en este punto los herederos de los
33
antiguos, griegos y latinos, entre los cuales se encuentran muy
a menudo aserciones desconcertantes, del tipo: “la voz humana
está constituida de letras” (grammata, litterae). Y sin embargo,
cae por su peso que quienes escribían estas frases no se imagi­
naban que ejércitos de pequeños signos negros salían de las
bocas humanas, como los diamantes o los sapos de los cuentos
de hadas. ¿Qué querían decir, y por qué lo decían así? Es lo que
quisiera tratar de precisar.
En primer lugar, diría que no se puede acusar a los
antiguos de una creencia ingenua en una identidad de lo escrito
y lo oral. Es lo que se evidencia en los numerosos textos que
tienen por objeto la escritura. Esta es siempre considerada en
sus relaciones con la lengua hablada, sin la cual no es nada más
que un dibujo desprovisto de sentido; pero la escritura no se
confunde con la lengua hablada; todo lo contrario. Gran número
de textos ponen el acento en la prioridad, la independencia y
también la superioridad intrínseca de lo oral. Es demasiado
obvio que se habla antes de escribir. Pero los antiguos sostienen
además que la invención de la escritura es posterior a la
aparición del lenguaje, aun cuando, para algunos, se pierda en
la noche de los tiempos. En los cuadros que trazan la evolución
de la humanidad, la escritura está en un lugar destacado, por
cierto, pero después del lenguaje, al que tiene que representar
como única finalidad.
En esta perspectiva de la representación, del modelo y la
copia, la escritura no tiene otro mérito que ser una fonografía
tan exacta, tan transparente como sea posible. Ilustraré esta
idea con el ejemplo de la tradición ortografista latina que
sostiene, mayoritariamente, que hay que escribir “como se
habla”:
En mi opinión, estimo que, salvo excepción sancionada por el uso,
hay que escribir conforme a lo que se pronuncia. En efecto, el papel
de las letras es conservar los sonidos y restituirlos a los lectores
como un depósito; por lo tanto, deben representar lo que tengamos
que decir. Quintiliano, 1, 7, 30.

De allí se desprenden múltiples propuestas e intentos de


mejorar la representación gráfica: letras suplementarias inven­
tadas por el emperador Claudio; propuestas para la notación de
las cantidades silábicas, los acentos, la entonación; esfuerzos
para tener en cuenta la variación del sonido en la cadena
hablada, desde Cicerón, quien escribía Maiia con dos I, guián­
34
dose por el oído, hasta César, quien proponía escribir el genitivo
de Pompeius con tres I, Pompeiii, y hasta Verrius Flaccus, quien
habría querido representar el enmudecimiento de [m] al final de
palabra escribiendo sólo la mitad de la letra M: R.
Pero esta tendencia encuentra y reconoce sus propios
límites. Una transcripción fonética multiplicaría en vano las
distinciones más finas: no lograría que la escritura igualara a
la palabra viva. Casi todo lo que se oye puede pasar a la
escritura, o podría pasar, si se la perfeccionara, pero queda algo,
la “voz alta” del acto único de habla que es para los antiguos una
joya de inestimable valor. Por ser ajena a la naturaleza de la
escritura, la representación perfecta es igualmente inútil: nues­
tros autores dicen al respecto que se puede confiar en el lector.
En efecto, la escritura representa lo que hay en común en todas
las voces que hablan la misma lengua, y el lector restablecerá
automáticamente en su propia voz la aspiración o la cantidad
que no se hubieran transcripto. En tanto el escritor y el lector
compartan la misma lengua, no es necesario un isomorfismo
perfecto de lo escrito y lo oral, y la forma escrita sugiere, más que
representa, una forma oral ya conocida.
Para proseguir con mi ejemplo de la grafía latina: los
latinos saben muy bien que la escritura puede funcionar sin
pasar por una representación de lo oral término a término,
aunque más no fuera porque tienen todo un sistema de abrevia­
ciones e incluso de estenografía. Una abreviatura, la inicial de
un nombre, por ejemplo, no remite a un sonido, conforme al
principio alfabético, sino a toda una palabra, que tiene además
formas variables: según los contextos, M. se leerá Marcus,
Marco, Marci... Se ha llegado a veces aun más lejos. Así,
Pompeyo, cuando preparaba la inscripción de su teatro, y
debiendo mencionar que era cónsul por tercera vez, según la
costumbre, no sabía si había que escribir tertium cónsul o tertio
cónsul; de hecho se trataba de un punto de sintaxis flotante.
Luego de consultar sabios cuyas opiniones divergían, Cicerón
terminó por aconsejarle que no escribiera ni tertium ni tertio,
sino solamente las cuatro primeras letras, TERT.: así se veía
muy bien la cosa, res, lo que aquello quería decir, pero la forma
en que había que decirlo, la dictio verbi, permanecía indetermi­
nada (Aulo Gelio, Noches Aticas, 10,1, 7).
Es claro, pues, que la escritura tiene cierta autonomía, si
no respecto de la oralidad, cuando menos respecto del principio
alfabético. Algunos autores aprovechan esta comprobación pro­
35
poniendo utilizar lo escrito para instaurar o restaurar distin­
ciones que lo oral no marca o ha dejado de marcar. Las propues­
tas se refieren, por ejemplo, al mantenimiento de la forma libre
de los prefijos cuando entran en composición, o incluso a la
diferenciación de los homófonos. Con la idea de que es mejor lo
escrito que lo oral, desde el punto de vista del sentido, se
encuentran incluso algunas aplicaciones curiosas de una teoría
de la “simpatía del significante y el significado”, que postula que
las variaciones del significado deben reflejarse en la sustancia
misma del significante. Ahora bien, es más fácil rectificar en
este sentido el significante gráfico, más maleable que el oral, y
así vemos al griego Trifón proponer sacar una letra a las
palabras que expresan una “carencia”, como “hambre” o “grie­
ta ”, pero también al latino Lucilius agregar una letra para “dar
consistencia” a los plurales o la expresión de la pluralidad
—suponiendo la existencia de una doble grafía, de una o dos
letras, para representar un solo y mismo sonido (en este caso
el [ i ] ).
Sin embargo, esta tendencia autonomista tiene sus lími­
tes. No se puede ir muy lejos o, en todo caso, no se ha llegado muy
lejos en la mimesis del significado con ayuda del material
gráfico. La diferenciación de los homófonos se enfrenta con la
evidencia de que habría que aplicarla a una infinidad de
palabras, sin gran provecho, dado que la ambigüedad de la
palabra aislada desaparece en general cuando está en contexto
(Desbordes, 1983: 20-22). El principio alfabético sigue siendo
ampliamente dominante, a tal punto que un edicto de Justiniano
llega a prohibir el uso de las abreviaturas en los textos de
derecho, por ser causa de oscuridad y disputas; hay que escribir
con todas las letras, perscribere.
Resumiendo este primer punto: en sus textos sobre la
escritura, los antiguos indican claramente una diferencia entre
lo escrito y lo oral, y consideran muy generalmente que la
escritura es un artefacto secundario, una representación de la
lengua hablada, si bien admiten que existen o podrían existir
disimetrías de uno a otro fenómeno. Yo agrego que es posible
seguirlos muy bien en sus explicaciones la mayor parte del
tiempo, a pesar de la ausencia del material tipográfico (comi­
llas, bastardillas, corchetes...) que nos permite hoy burlar la
uniformidad de la escritura y hacer aparecer así una diferencia
entre formas escritas de pleno derecho y formas escritas que no
son sino sustitutos de formas orales. En general se las arreglan
36
con perífrasis: “cuando hablamos..., cuando escribimos...”, “se
escribe I, pero se pronuncia casi V”, “aun cuando M esté escrito,
apenas se pronuncia”. En una palabra, son cuando menos tan
claros como el Curso de Saussure en su célebre fórmula: “En
realidad, es wa lo que se escribe oí”. ([1916]: 52).
Y sin embargo, y este será mi segundo punto, en los textos
que se refieren ya no a la escritura, sino a la lengua, los antiguos
hacen como si la lengua no existiera más que escrita, confun­
diendo la copia y el modelo, el medio del estudio y el objeto de
estudio. Para escribir sobre la lengua, hay que escribir la
lengua, pero no debería olvidarse que los pequeños dibujos que
se observan y se manipulan no son sino una imagen. Este olvido
no es grave (tal vez) en tanto el aspecto oral de la lengua no esté
enjuego: en “Sócrates es un nombre”, el hecho de que la forma
mencionada sea escrita u oral no tiene mayor importancia. Pero
cuando se escribe “Sócrates tiene ocho letras”, el enunciado, que
conviene a la imagen gráfica, parece intrínsecamente incompa­
rable con el aspecto oral de la lengua. Y, por cierto, a lo largo de
los siglos, hay muchos casos en que enunciados de este tipo son
puro descuido, pereza de buscar una formulación exacta, fasci­
nación hipnótica de la imagen que hace olvidar la realidad. Pero
al menos entre los antiguos, donde estos enunciados son casi la
regla, hay también y sobre todo razones teóricas y una toma de
partido consciente.
Desde luego, los antiguos no plantean la tesis saussureana
según la cual: “lo esencial de la lengua es ajeno al carácter fónico
del signo lingüístico”. ([1916]: 21). No llegan tampoco a una
oposición explícita entre lengua abstracta y habla realizada,
pero tienen la idea de que un contenido invariante puede pasar
por soportes diferentes: lo que cuenta, en efecto, no es la materia
de las unidades que constituyen esos soportes, sino su carácter
discreto. Sobre este punto podrían verse varias observaciones
de oradores, de Plinio, quien dice que el texto escrito es el
arquetipo del discurso pronunciado, o incluso de Quintiliano,
quien se representa un discurso como escrito en primera instan­
cia, luego grabado en una memoria concebida según el modelo
de la escritura, y finalmente “puesto en voz” por el orador. Pero
lo más instructivo es ir directamente a las teorías explícitas
sobre las nociones cruciales de voz escribible y, correlativamen­
te, de letra y de elemento.
Según la doctrina constante de los antiguos, la voz humana
es articulada, es decir que pueden identificarse unidades dis­
37
cretas bajo su aparente continuum, a diferencia de lo que ocurre
con las voces animales. Es la voz de un ser dotado de razón, ya
que es propio de la razón proceder por lo mensurable y por ende
lo discontinuo, lo que puede ser aprehendido como unidad fija
e identificable, distinta a todas las demás. Según Aristóteles,
entre los cuantificados (unidades susceptibles de un más o un
menos), sólo el número y el discurso humano, el logos, tienen ese
carácter discreto (Categorías, 4, b 33). Sin embargo, en la
versión estoica que será ampliamente adoptada por los gramá­
ticos, el carácter discreto, la articulación, es una condición
necesaria pero no suficiente del logos, el enunciado racional: no
hay logos fuera de una voz articulada, llamada lexis; pero puede
haber una lexis desprovista de sentido, por ejemplo en la famosa
secuencia blituri, que no quiere decir nada, o incluso en las
palabras articuladas por pájaros parlantes o por los niños
(¡hasta los catorce años!). Esto implica aislar un significante
{sémainon - el término pertenece al vocabulario estoico), cuyo
carácter principal es ser escribible (engrammatos, scriptilis).
La escritura es en efecto la prueba de la articulación, cuyos
rasgos de discontinuidad y distinción posee; inversamente, la
voz inarticulada de los animales es no escribible, nos dicen,
citando el relincho del caballo o el mugido del toro. En estas
condiciones, la grafía es más que una imagen del significante
preexistente; participa de la determinación de las unidades de
este significante. Es conocido el mito de Teuth en el Filebo de
Platón (17 a ss), que asimila la invención de la escritura con la
determinación de lo uno bajo lo múltiple, de lo invariante que
subsiste en las variaciones. La idea vuelve varias veces en los
textos antiguos: los sonidos de la voz parecen innumerables,
pero basta con una pequeña cantidad de letras para compren­
derlos todos.
La escritura tiene además otras virtudes concomitantes.
Al dar un cuerpo visible y durable al significante, demuestra la
coexistencia de unidades que parece imposible captar juntas
oralmente. Es este un problema evocado de tanto en tanto. Así,
Aristóteles, siempre perfectamente lógico, después de haber
dicho que el logos oral está constituido de unidades discretas,
debe añadir que estas unidades no tienen posición unas respec­
to de otras: “Ninguna de estas unidades subsiste; apenas es
dicha, ya no es posible volver a aprehenderla. Por consiguiente,
al parecer no hay posición para las unidades del logos, ya que
ninguna es permanente” (Categorías, 5 a 27). No obstante, es
38
claro que estas unidades volátiles deben coexistir en algún lado,
el tiempo de formar un conjunto provisto de sentido. Es la
escritura la que le da una forma tangible a este conjunto, y
permite concebir una memoria donde coexisten las unidades.
Finalmente y, sobre todo, en su versión alfabética, que es
la única sobre la que reflexionaban los antiguos, la escritura da
una existencia autónoma a unidades que, salvo excepción, no
pueden producirse oralmente en forma aislada. Es este un
hecho que les llamó vivamente la atención, desde Platón, quien
glosa sobre el elemento infra-silábico, eso que no tiene más que
un nombre y del que no se puede decir nada más (Teeteto, 201
b ss), hasta los gramáticos que comentan incansablemente la
clasificación en vocales, semivocales y mudas: las vocales que
pueden ser emitidas solas y formar por sí mismas una sílaba, las
semivocales que pueden ser emitidas solas pero que no forman
una sílaba en una secuencia, y las mudas, cuyo nombre es
bastante expresivo (aphona, mutae), que no forman sílaba y no
se las puede siquiera pronunciar solas.
En estas condiciones, y en ese nivel, sería bastante natural
no hablar de sonido. Y de hecho, el sonido, cuerpo material, con
sus tres dimensiones, longitud, altura y espesor (en forma de
aspiración o no aspiración), es concebido más bien como un
carácter propio de la sílaba. Si bien señalan que la unidad
mínima de la voz es de la misma naturaleza que esa voz que
contribuye a constituir, junto con otras unidades, los antiguos
pondrán el acento sobre todo en el carácter puramente elemen­
tal de esa unidad mínima. Al respecto, diré, para terminar,
algunas palabras sobre las nociones de letra y elemento.
En Grecia, gramma, la letra, designa el pequeño dibujo
que aprendemos a identificar en la escuela, llamándolo por su
nombre, alfa, beta, etc. Por una extensión que es probablemente
normal en una perspectiva de enseñanza primaria, gramma
designa también la contrapartida oral del dibujo, su “valor”,
dynamis, que en general no tiene existencia autónoma sino que
se encuentra en diversas sílabas, y que se llama también alfa,
beta, etc. según un procedimiento acrofónico que Platón explica
maravillosamente en el Cratilo (393 d). Existe también otro
términogriego, stoicheion, cuya historia no se ha establecido
aún con precisión, pero que significa aproximadamente “el
elemento”, de manera genérica, y que se emplea en música, en
matemáticas y en física, donde designa los cuatro elementos
cósmicos, o incluso los átomos (Koller, 1955; Burkert, 1959). En
39
el área que nos interesa, stoicheion compite con gramma para
designar la unidad mínima. En efecto, hay una tendencia a
reservar gramma para la grafía y stoicheion para la contrapar­
tida oral (hay también ejemplos de usos inversos), pero en
general stoicheion es comprendido como “el elemento”, sin otra
característica. Así, en Platón, a propósito del aprendizaje de las
letras, gramma:
Al aprender, no hacías otra cosa que intentar distinguir los elemen­
tos [stoicheia], ya sea con la vista, ya sea con el oído, cada uno solo
en sí mismo, de m anera de leer y escribir sin dejarte confundir por
la posición que ocupaba. Teeteto, 206 a.

O incluso en las definiciones de Dionisio de Halicarnaso,


quien representa sin duda una tradición peripatética:

La voz hum ana y articulada tiene principios [archai] que no adm i­


ten m ás división, principios que llamamos stoicheia y grammata:
gram m ata porque son significados m ediante algunos trazos
[grammai]; stoicheia porque toda voz toma de ellos el punto de
partida de su existencia y se resuelve en ellos en últim a instancia.
De compositione, VI, 14,1.

Los estoicos, por su parte, prefieren reservar el término


stoicheion para el sentido genérico de elemento constitutivo en
todos los ámbitos. Así, los stoicheia del logos, de la voz en tanto
portadora de sentido, son las partes del discurso, las diferentes
categorías de palabras, mientras que los stoicheia de la lexis, los
elementos de la voz en tanto articulada, son las letras,
grammata; incluso precisan que gramma puede decirse del
elemento mismo, o del dibujo que lo representa, o del nombre
que permite designar uno y otro {alfa es una letra...).
Entre los gramáticos, sin embargo, si bien se encuentra
gramma para hablar de la unidad mínima, que se define
entonces como lo que es representado por la letra y que lleva el
mismo nombre que la letra, lo que se emplea preferentemente
es stoicheion. En ciertas elaboraciones sutiles, stoicheion es una
entidad abstracta que tiene un nombre y que se realiza o bien
en un dibujo, o bien en un “valor” que no se confunde con el
sonido, sino que es más bien un conjunto de rasgos distintivos,
si puede decirse, el hecho de ser vocal o consonante, aspirado o
no aspirado, largo o breve, etc.
Entre los latinos tenemos, como en Grecia, un término
40
littera que designa primero el dibujo y, por extensión, la contra­
partida oral del dibujo. En el contacto con las doctrinas griegas,
este término se carga con valores eruditos. Los latinos dirán,
pues, como los estoicos: “El principio [initium] de la voz articulada
es la letra”; pero dirán también, a la manera de los gramáticos
griegos refiriéndose al stoicheion: “La letra tiene tres acciden­
tes, el nombre, el dibujo y el valor (nomen, figura, potestas)”,
haciendo de letra una abstracción y de valor un conjunto de
rasgos distintivos. No es sino tardíamente (tal vez Scaurus en
el siglo II de nuestra era) y muy esporádicamente que ciertos
autores han llevado littera a su sentido primero de dibujo,
oponiéndolo a otro término, elementum, el elemento (término
que se había utilizado en principio para lo escrito y que tiene
también una historia compleja, sobre la cual no puedo demorar­
me). Hacia fines de la Antigüedad, Boecio y Prisciano, entre
otros, parecen creer que hacen un gran progreso al distinguir la
letra, signo del elemento, y el elemento, pronunciación de la
letra, lo que en efecto parte de la intención de separar claramen­
te lo escrito de lo oral, pero que tiene el inconveniente de ser algo
circular.
Para resumir y concluir, sobre un tema que no he hecho
más que tratar superficialmente y que requeriría comple­
mentos y matices: la letra de los antiguos es una noción
compleja —de allí que sea un modelo privilegiado de la reflexión
sobre la combinatoria, la memoria, la representación, la encar­
nación... Es cierto que rara vez es concebida como un simple
dibujo que se podría comparar a un sonido previamente defini­
do fuera de ella. Pero es porque se ve en ella más bien una
entidad de dos caras, el constituyente más pequeño del signifi­
cante articulado y susceptible de portar un sentido, articulación
que se realiza igualmente en la voz y en la línea de escritura. En
tanto que dibujo, la letra es una impronta [character, typos] en
la cual el elemento se revela y se hace concebible: nunca se
insistirá demasiado sobre hasta qué punto para los antiguos el
conocimiento en general está vinculado a la visualización. Así,
comentando la invención de la mnemotécnica calcada sobre la
escritura, Cicerón estima que el inventor había comprendido
que “lo invisible, lo inaprehensible, al cobrar una forma, una
apariencia concreta, una figura, se volvería perceptible y que lo
que escapa más o menos al pensamiento caería bajo la captura
de la vista” (Del orador, 2,357). Inversamente, en tanto unidad
oral, constituyente material de la voz, la letra es lo susceptible
41
de ser revelado por una impronta gráfica, como el sello que deja
su marca en la cera; lo que cuenta entonces es la forma, el hecho
de que el elemento se distinga de los otros, no su sustancia; o,
parafraseando a Aristóteles: la cera recibe la impronta de un
sello de oro o bronce, pero no en tanto que es de oro o bronce {Del
alma, II, 12, 424 a 17-21).
Es posible imaginar lo que habría sido una ciencia de la
lengua como fenómeno sonoro, modulable, silábico. Con todos
sus inconvenientes, el apego a la letra era un apego a la forma
como condición del sentido; es por ello, tal vez, que se puede
juzgar con indulgencia a los antiguos.

Referencias bibliográficas

Burkert, W.: “Zioi^eiov. Eine semasiologische Studie”, Philologus, 103,


1959, p. 167-197.
Desbordes, F.: “Écriture et ambiguité d’aprés les textes théoriques
latins”, Modeles linguistiques. 1983, T. V., Fase. 2, p. 13-37.
Koller , K.: “Stoicheion”, Glotta 34,1955, p. 161-174.
Saussure, F., 1916: Cours de linguistiquegénérale. Payot, 1972, edición
crítica preparada por T. De Mauro. [Versión castellana: Curso de lingüística
general. Buenos Aires, Losada, 1945.]

42
2
Teorías de la escritura en la
ortografía de la Academia
Liselotte Pasques
(C.N.R.S.-HESO)

Resumen
A propósito de la controversia ortográfica que tuvo lugar en el siglo
XVII, Buffier 1714 recuerda que ningún problema lingüístico despertó
tantas pasiones (p. 97)'}

“No hay ningún aspecto de nuestra gramática sobre el cual haya


habido más polémicas entre nuestros Autores, & más contrariedad
en la p rá ctica ”

Hay que recordar que el Estado, en prim er lugar, estaba interesado


por la cuestión de la ortografía, en su preocupación por la unificación
política y lingüística, ante la diversidad de las hablas regionales y
dialectales en Francia; lo que explica, entre otras cosas, la creación de la
Academia por Richelieu, en 1635. Conrart, secretario de la Academia,
recuerda el empeño en la uniformización gráfica del canciller Perrault
(Registros de la Academia 1673, ed. Marty Laveau):

uSería bueno que la compañía conviniera y lograra acuerdo sobre la


ortografía que desde hace 40 o 50 años había sido muy corrompida
por pretendidos sabios y se había vuelto casi arbitraria.”

Cuando a fines del siglo XVII, la corriente de la ortografía antigua


se impone en el Dictionnaire de l’Académie Frangoise 2 en el vasto debate
ortográfico en vigencia que se plasmó especialmente con la aparición del
Dictionnaire de Richelet (1680)3 en ortografía modernizada —publicado
en Ginebra, en razón del privilegio de impresión de la Academia— ésta
sintió la necesidad de explicitar su opción ortográfica.
Unos treinta años después del M anuscrit de Mézeray (1673),4 donde
se encuentran consignados los famosos debates sobre la ortografía que
tuvieron lugar en el seno de la comisión encargada de la redacción del
Dictionnaire, Régnier Desmarais, secretario perpetuo de la Academia,
expone en su Traité de la gram m aire frangoise (1706)5 la teoría de la
ortografía de la Academia.
43
Examinaremos sucesivamente:
- Las teorías de la escritura subyacentes a la antigua ortografía
etimológica, expuestas por Bossuet en el M anuscrit de Mézeray.
- Las teorías de la permanencia gráfica, del principio de escritura
morfológica y de la distinción de sentidos, desarrollada por Regnier
Desmarais, fundam ento de la teoría de la Academia.
- Algunos elementos teóricos de la controversia.

I - Las teorías de la escritura subyacentes a la


antigua ortografía etimológica, expuestas por
Bossuet

A - Los principios de uniformización y permanencia


gráficas

Dada la urgente necesidad de una uniformización del uso


gráfico, así como de conferir cierta estabilidad y permanencia al
signo gráfico, la lengua latina, que ya no evolucionaba, se
impuso como modelo de elección, ofreciendo la garantía de la
estabilidad de los signos y la ventaja de la filiación de las
palabras. Bossuet explica muy claramente el interés de las
letras etimológicas para la doble función de uniformización y
permanencia gráficas (Manuscrit de Mézeray 1673, p. 116):
“La Compañía parecerá conducida por un juicio bien fundado
cuando diga lo que se propone: 1 ) seguir el uso constante de aquellos
que saben escribir, 2 ) que quiere in tentar dar cuenta en lo posible
del uso uniforme, 3) de hacerlo durable. Que para ello tiene el
designio de conservar las letras que marcan el origen de nuestras
palabras, sobre todo aquellas que se ven en las palabras la tin a s ....
Que como la lengua latina ya no cambia, servirá para fijar nuestra
ortografía”.

La afirmación del principio etimológico como principio


regulador de la ortografía y la lengua se continúa en el siglo
XVIII con d’Olivet (Prosodie 1775)6y en los diferentes Prefacios
del Dictionnaire de VAcadémie, hasta en la Encyclopédie ou
Dictionnaire raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers
(1765, p. 668)7 bajo el artículo “orthographe”:
“Es que la regularidad indicada por la etimología de la palabra no
es otra cosa que la que se sigue necesariamente de todo cuerpo
sistemático de principios, el cual reúne todos los casos parecidos
bajo la misma ley”.
B - El principio de escritura ideovisual o sem ántica

Bossuet (op. c it) expuso los elementos de una verdadera


teoría de la comunicación ideovisual, en la cual las letras
etimológicas tienen la función de marcadores semánticos, que
sirven para facilitar el proceso de identificación de la comuni­
cación escrita o de reconocimiento del habla:
“Si se escribe tans, chan, cham, émais o émés, connaissais,
anterreman, faisaiet, ¿quién reconocería esas palabras?”

Sigue luego un análisis muy fino del proceso de lectura,


aprehensión más global que analítica, del modo de impresión de
lo escrito sobre los órganos de la vista y el cerebro, de la
importancia de la presencia de marcadores etimológicos, que
crean hábitos visuales y facilitan el proceso de reconocimiento
del habla:
“No se lee letra por letra, sino que la figura entera de la palabra hace
su impresión sim ultáneam ente sobre el ojo y la mente, de modo que
cuando esta figura cambia repentinam ente, las palabras pierden los
rasgos que las hacen reconocibles a la vista y los ojos pierden su
contento.”

La supresión de las letras etimológicas en los diversos


intentos de reformas de los siglos XVI y XVII, y su reemplazo
por acentos, “figuras inventadas que ostentan todos los vestigios
de la Analogía y las relaciones que hay entre las palabras que
provienen del latín” (Pref. Ac.1694) —es decir la no-aplicación
flagrante del principio de escritura etimológica/ideovisual—
representan en la teoría de la ortografía académica algunas de
las causas fundamentales del fracaso de las reformas.

C - El principio de escritura morfográmica

Bossuet intenta delimitar por medio de la oposición gráfica


y etimológica antlent las funciones distintas del participio
presente terminado en ant y del adjetivo terminado en ent, así
como del adverbio con sufijo ment:

“Se podría, pues, dar por regla que todos los participios y gerundios
tienen ant, que todos los adverbios y nombres terminados en mant
se escriben ment porque los nombres provienen al parecer de
algunos latinos terminados en m en tu m ”

45
Esta observación es interesante porque hace aparecer el
mecanismo de búsqueda, de sugerencias y elaboración progre­
siva de principios de escritura, cuya discusión, adopción (a
veces mediante un voto) o rechazo por parte de los miembros de
la Academia, están en el origen de nuestra tan venerada
ortografía.

II - La teoría de Regnier Desmarais

La teoría de la escritura de Regnier Desmarais se funda en


los principios esbozados por Bossuet y la comisión de la Acade­
mia, los desarrolla y erige en sistema.
Un sólido análisis comparativo de las reformas ortográficas
propuestas sucesivamente por Meigret, Peletier, Ramus,
l’Esclache y Lartigaut convencen a Regnier Desmarais de tres
aspectos fundamentales de la escritura: la importancia del
principio de permanencia gráfica en el proceso de lectura y
escritura; la importancia del principio de escritura morfológica
o gramatical que asegura la cohesión de lo escrito; la importan­
cia de la distinción del sentido por medio de grafías o principio
de escritura semántica. Así, la ortografía ordinaria u ortografía
de la Academia debe ser “Establecida sobre el origen de las
palabras, apoyada en los principios & los preceptos de la Gra­
mática, & autorizada & mantenida por el Uso.” (T.O., p. 136).

A - El principio de permanencia gráfica

A las diferencias entre los sistemas gráficos fonéticos


basados en las variaciones de la pronunciación (los de Meigret,
Peletier en el siglo XVI, de Poisson, TEsclache, Lartigaut,
Somaize, etc. en el siglo XVII),8 Regnier, siguiendo a Bossuet,
opone el interés de la neutralidad y la permanencia de la
ortografía etimológica.

1 - E sta b ilid a d de oi, ai frente a las variaciones de las grafías


fonéticas (aspecto diacrónico y sincrónico)

A las variaciones de la ortografía fonética oe, e para o/, en


particular en las desinencias verbales, oi pronunciado [WE] en
el siglo XVI, [E] en el siglo XVII, Meigret j ’aroes para j ’aurois,
(il) conoet, Peletier conoet, renoet para renouoit, l’Esclache 1668
{il) aimét, aimerét, conét, conését, Lartigaut 1669 (Je) conés, (il)

46
conését, (j’)auré, (il) pourét, etc., Regnier opone el interés de la
permanencia gráfica de oi de la antigua ortografía etimológica,
u ortográfica ordinaria.
Destaca el interés de la permanencia de oi frente a las
variaciones de las grafías fonéticas en una misma época, en
función del nivel del discurso, lo que traería aparejado grafías
diferentes para una misma palabra (Traité de Vorthographe, p.
99):

“Según el principio, sería m enester que la escritura esté hecha para


representar la pronunciación, tener para los Versos & para los
Discursos oratorios una ortografía diferente de la que se emplearía
para escribir un Diálogo.”

Regnier Desmarais señala el interés de la permanencia del


digrama ai en faire, que neutraliza de algún modo tres realiza­
ciones fónicas diferentes (p. 105):
“He aquí el ejemplo de una sílaba escrita de la misma
manera, & pronunciada de tres maneras diferentes”, en la
fonología de la época, con e cerrada en faire, e abierta en las tres
personas del singular, je, tu, fais, il fait, con e sorda en nous
faisons, je faisais, etc.
Compárese con l’Esclache 1668 faire, (il) fait, (il) fezet /
(ils) faizeent, (il) ferét, etc. Lartigaut 1669 fére, (nous) fezons,
fezant, j ’é fet.

2 - Im portancia de la cedilla, 9 en lugar de s, para la perm anencia


de la im agen gráfica

Oponiéndose a los reformadores que tienden a generalizar


la grafía s para [s] sorda y denuncian el empleo del “punto
corvo”, Regnier Desmarais recomienda el uso de la cedilla que
asegura la permanencia de la imagen gráfica de la palabra y la
conservación de hábitos visuales (T.O., p. 133):

“Franqois, prononqons, renonqant con una pequeña c invertida


debajo de la c, lo que marca suficientemente la pronunciación, sin
desfigurar la palabra por el cambio de una de sus letras caracterís­
ticas”.

Compárese con Poisson 1609fransois, fransoize, l’Esclache


1668 francés, francéze, Lartigaut 1669 francés, francéze.

47
3 - M antenimiento de la s muda

Esta preocupación por la permanencia gráfica explica en


particular el mantenimiento de la grafía muda s en la ortografía
antigua; el reemplazo por acentos acarrea variaciones gráficas
según la posición tónica o átona de la sílaba, del tipo nótre /
nostre. Deben tenerse en cuenta también las divergencias de
notaciones de los reformadores; algunos tienden a generalizar
el acento circunflejo en reemplazo de toda consonante muda.
Así, l’Esclache escribe ásürer (un primer acento en reemplazo
de la consonante doble ss, un segundo acento registra la supre­
sión del antiguo hiato e-u de seurlsur) o nótre, con generaliza­
ción del acento independientemente de las leyes de posición, lo
que provocaría errores de pronunciación; véase así TEsclache
1668 nótre / le nótre, Richelet 1680 nótre vie / les nótres, Larti-
gaut 1669, sin acento, notre / le notre.

B - El principio de escritura morfográmica

La sugerencia de Bossuet de establecer distinciones gráfi­


cas para diferenciar las funciones gramaticales fue erigida en
sistema por Regnier Desmarais y queda como una de las
características de la ortografía de la Academia.

1 - Doble función de las letras etimológicas, que sirven para el


reconocimiento de la palabra y como marca derivativa

Regnier Desmarais (T.O., p. 125) recuerda la necesidad del


mantenimiento de la p etimológica en “Baptesme, temps, corps,
que la nueva ortografía escribe sin p, aunque la p deba mante­
nerse tanto para conservar la marca de su origen, cuanto
porque es una letra que se conserva en la formación de todas las
palabras que derivan de ellas, como baptismal, corporel, tem-
porel, etc.”
Destaca la importancia de la notación q en Franqois, que
facilita el parentesco semántico con la familia de palabras
franc, franchise, etc.:

“¿Qué queda del conocimiento (...) de la palabra Franqois, cuando se


cambia la c por s? ¿Cómo se lo extraerá de la palabra Franc? ¿& cómo
se h a rá ver que franchise, franchement & la Lengua Franque
provienen todas de la misma fuente que FranqoisT

48
2 - Doble función de las consonantes finales m udas, que
adem ás de recordar la etimología, aseguran la cohesión
sintagm ática y paradigm ática (notación del género y núm ero; de
la persona y el núm ero p a ra los verbos; m arca del infinitivo, de la
derivación, etc. R egnier D esm arais (T.O. p. 96-97):

“Y como las consonantes finales ayudan en parte a conservar el


conocimiento del origen de las palabras, aparecen de ordinario en la
formación de sus derivados; en los nombres, sirven para m arcar la
diferencia de números, & en los verbos la de los números & las
personas; & por último la r final es la letra característica de la
mayoría de los infinitivos, & aparece en todos los futuros; conforme
a este tipo de principios [los de los reformadores], se perturbaría el
orden & la inteligencia de todas las cosas”.

3 - N otación del p lu ra l con m antenim iento de la consonante


fin a l del singular

En el siglo XVII, las palabras terminadas en ant, ent


formaban su plural generalmente con ans, ens; la t del singular
desaparecía ante la s del plural, conforme a la pronunciación
(uso de ortografías fonéticas). Respecto de la notación del
plural, la opinión de la comisión de la Academia no es unánime.
Mézeray (1673 p. 120):
“En cuanto a los nombres terminados e n a n ty e n t, los que conservan
la T en el plural y escriben innocents, puissants tienen razón desde
el punto de vista de la gram ática pero el largo uso la ha quitado”.

Regnier Desmarais precisamente está a favor del mante­


nimiento de esta t en el plural, garante de la permanencia de la
imagen visual, que además puede tener la función de marca
distintiva del homónimo, y hace aparecer la regla de notación
del plural por la simple adición de una s (T.O. p. 125):

“Es necesario m antener la consonante final del singular en todos los


plurales de los nombres, tanto para conservar mejor el conocimiento
del origen de las palabras & para no confundir a veces sus sentidos
& la inteligencia, como para conformarse a una de las reglas más
generales de la Gramática; [...] toda la diferencia del plural con el
singular consiste en que el plural no hace más que añadir una s al
singular. Así, se debe escribir verds plural de verd, distinto de vers,
plural de ver, esprits plural de esprit, distinto de espris, adjetivo.”

49
Regnier Desmarais no tuvo éxito en este punto, o sólo más
tarde; los finales de palabra en ants y ents fueron incorporados
definitivamente en el Dictionnaire de l’Académie recién a partir
de la edición de 1835.
Ac. 1694, 1718 innocents, puissants; 1740 innocens,
puissans/puissants; 1762, 1798 innocens, puissans; 1835
innocents, puissants.9

C - El principio de la distinción de sentidos

Regnier Desmarais y los defensores de la ortografía acadé­


mica estaban particularmente empeñados en la aplicación del
principio de escritura ideovisual de la distinción de sentidos por
medio del mantenimiento de letras etimológicas.
Sustituir con la grafía simplificada e los digramas ai, ei,
con parentesco etimológico, en los homónimos ueine/vaine,
pleine /plaine, sería “privar al Lector de la comodidad que la
diferencia de ortografía de estas palabras le ofrece para distin­
guir sus diferentes sentidos” (T.O., p. 134).
Compárese con Lartigaut 1669 vene I vene, chene “árbol”/
chéne “cadena”, guere “poco” / guére “guerra”.
Regnier Desmarais teme el aumento de la cantidad de
homónimos en los sistemas de ortografía fonética, que tienden
a generalizar la grafía s en reemplazo de las variantes c, q, t +
ion (T.O. p. 134):

“H abría que confundir necesariamente en la escritura el pronombre


personal se con el pronombre adjetivo ce; cession de derechos con la
session de un concilio: escribir la Grese para significar el país de los
griegos, & invertir así toda la gramática, & confundir todas las ideas
de las palabras”.

En definitiva, los diversos elementos de la teoría de la


escritura de Regnier Desmarais aportan una respuesta a una
máxima adelantada en el Prefacio del Dictionnaire de 1694:
“La E scritura debe representar la Pronunciación; pero esta máxima
no es absolutam ente verdadera”.

Estos aspectos de la teoría de lo escrito de la Academia re­


aparecen en el siglo XIX, en el Prefacio del Dictionnaire de 1878
en una excelente definición que toma en cuenta los dos aspectos
de la lengua, escrito / oral, de naturaleza diferente (p. VIII):
50

I
“La ortografía es la forma visible y durable de las palabras; la
pronunciación no es m ás que la expresión articulada, el acento que
varía según los tiempos, los lugares y las personas”.

En Ac. 1878 se reafirma el mismo apego al principio de


escritura etimológica y al principio de escritura analógica de la
familia de palabras:
“La ortografía conserva siempre un carácter y una fisonomía de
familia que vinculan las palabras a su origen y las acercan a su
verdadero sentido”.

III - Algunos elementos de la controversia: la


teoría de una ortografía modernizada

A comienzos del siglo XVIII, Buffier comprueba la exten­


sión de la nueva ortografía y una suerte de cisma respecto de la
ortografía antigua, cuyos fundamentos intenta analizar.
Conviene recordar aquí que Buffier es el autor del Plan
d’une ortographe suivie, pour les Imprimeurs, en ortografía
modernizada, con introducción y generalización del acento
agudo (dégénéré), con el acento grave en sílaba final (progrés),
acento circunflejo para señalar vocales largas, con supresión de
antiguos hiatos, supresión de consonantes dobles, notación de
la vocal en hiato mediante la diéresis, etc.

A - Prioridad del principio de escritura fonográmica


(relación grafía-fonía)

Contrariamente al principio de una escritura etimológica


y semántica defendido por la mayoría de los académicos, Buffier,
partidario de una ortografía modernizada, con una amplia
introducción de los acentos, sostiene que la función primera de
lo escrito es representar el sonido (la palabra hablada), y
secundariamente el sentido (el pensamiento); (1714 p. 109):

“Aunque la escritura pueda representar inm ediatam ente el pensa­


miento, es establecida no obstante más esencialmente para repre­
sentarlo sólo según la palabra hablada, & para ser inm ediatam ente
la imagen de la palabra hablada”.

51
B - Simplicidad de la relación grafía-fonía

En razón del carácter arbitrario y convencional del signo


lingüístico, los gramáticos, partidarios de la ortografía antigua,
justificaban el uso de grafías de un estado de lengua superado,
siempre que el valor de estas grafías fuera explicitado.
Precisamente en razón del carácter arbitrario del signo
lingüístico, Buffier toma partido por la relación signo-sonido
más simple posible (p.109):
“Aun cuando pueda establecerse una relación arbitraria entre los
sonidos & toda suerte de figuras de letras, es im portante sin
embargo ajustarse tanto cuanto el uso lo autorice a la relación más
simple y m ás cómoda”.

C ■Necesidad de disociar la etim ología de la ortografía, a


fin de facilitar la com unicación escrita:

“La ciencia de las etimologías es curiosa y útil; pero lo es sólo para


los Sabios que encontrarán formas de descubrirla & aprovecharla;
sin que la ortografía, que es para todo el mundo, deba ser por ello
perturbada”.

D - Interés del principio de escritura etim ológica e


ideovisual para la distinción de los homónimos

Oponiéndose a los reformadores fonetistas, que rechazan


de plano las letras etimológicas y mantienen distinciones de
homónimos esencialmente fundadas en el empleo juicioso de los
acentos (Lartigaut 1669: “Poniendo en la escritura el discerni­
miento que se pone en la pronunciación natural”), Buffier
afirma el interés de conservar la notación de la distinción de
sentidos por medio de las letras etimológicas de la ortografía
antigua (p .lll):
“Parece juicioso conservar la ortografía antigua en todas las pala­
bras donde, sin ella, éstas se confundirían con las que ya tienen el
mismo sonido & que poseen sin embargo una significación muy
diferente.”

Conclusión

Las teorías de la escritura de la Academia, esbozadas en el


curso de sesiones a menudo contradictorias (es de recordar el
52
debate en torno del acento en lucha con la letra adscripta, del
que se hace eco el Manuscrit de Mézeray), han sido expuestas
en el Prefacio del Dictionnaire de VAcadémie de 1694 y puestas
en práctica en el Dictionnaire, así como en la edición de 1718.
Regnier Desmarais, Secretario perpetuo de la Academia, a
petición de los académicos, justificó estas teorías en el Traité de
VOrthographe y en el Traité des Lettres, que encabezan su
Grammaire: una ortografía ordinaria, basada en el principio
etimológico, en los principios y los preceptos de la gramática, en
el uso (este último punto podría ser por sí mismo objeto de una
comunicación).
Habrá que esperar el Prefacio de 1718 para que sea
evocado por primera vez el clima de controversia en el cual se
habían elaborado estas teorías ortográficas:

“La Academia [...] h a seguido en m uchas palabras la antigua


m anera de escribir, pero sin tomar ningún partido en la discusión
sobre este tem a, que dura desde hace tanto tiempo”.

Habrá que esperar el Prefacio de 1935 para conocer las re­


servas que hace la propia Academia en cuanto a la elección or­
tográfica de la primera edición y cierta apertura a las reformas:

“Cuando en 1637 la Compañía decidió componer un “tesoro” de la


lengua francesa, entre las dos m aneras de escribir por entonces en
uso, eligió la m ás erudita, la m ás complicada, la que podía interesar
solamente a los letrados de la época. Luego comprendió su error”.

Debemos recordar aquí algunas de las reformas importan­


tes mantenidas por d’Olivet a partir de las ediciones de 1740 y
1762 del Dictionnaire de VAcadémie, el cual, aun conservando
aspectos de la ortografía tradicional, se abriría a la ortografía
modernizada: la introducción de un sistema de acentuación en
reemplazo de las consonantes mudas, en particular la notación
por medio del acento circunflejo de las sílabas largas en posición
tónica, la introducción de cierto número de acentos graves, la
supresión de antiguos hiatos, la supresión de cierto número de
consonantes mudas internas, de letras etimológicas, etc.
Teniendo en cuenta los principales puntos de las teorías de
la escritura de la Academia y las líneas de fuerza de la contro­
versia, sin olvidar las reformas que no han dejado de integrarse
en diferentes épocas, creemos que es tiempo de reabrir el debate
ortográfico contemporáneo.
53
Referencias bibliográficas
1. Buffier, C.: Grammaire frangaise sur un plan nouveau. París, P.
Witte, 1714,(lsed. 1709) “Plan d’uneortographesuivie, pour les Imprimeurs”,
en el Journal de Trévoux, t. XIX, 1719, Ginebra, Slatkine repr., 1968. Véase
también Biedermann-Pasques, 1992: Les grands courants ortographiques au
XVII siécle et la formation de l’ortographe moderne. Tubinga, Max Niemeyer
Verlag, 1992, 514 p.
2. Académie Frangaise, Dictionnaires de V: 1®ed., París, Coignard, 1694
- 2- ed., París, Coignard, 1718 - 3a ed., París, Coignard, 1740 - 49 ed., París,
Brunet, 1762 - 5- ed., París, Smits, Año VI de la República (1798) - 6- ed.,
Firmin-Didotfréres, 1835 - 7?ed., Firmin-Didotet Cié, 1878 - 8- ed., Hachette,
1932-1935 - 9- ed., Imprimerie Nationale éd., 1992, TI, A-ENZ.
3. Richelet, P.: Dictionnaire frangois. Ginebra, J.H. Widerhold, 1680.
4. Mézeray: Obseruations sur l’orthographe de la langue frangoi.se,
transcriptions, commentaire et fac-similé du Manuscrit de Mézeray, et des
critiques des commissaires de VAcadémie, por C. Beaulieux, París, libr.
Champion éd., 1959.
5. Regnier Desmarais (Abate): Traité de la grammaire frangoise. París,
J.B. Coignard, 1706.
6. d’Olivet (Abate): Remarques sur la langue franfoise, Prosodie frangoise.
1767 (1- ed. 1736), luego de Synonymes frangois, por el Abate Girard, Lieja,
Plomteux, 1775.
7. Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des Sciences, des Arts et des
Métiers, por una sociedad de gente de letras, en Samuel Faulche & Cié,
Neufchastel, 1765, artículo “Orthographe” por Diderot.
8. Meigret, L.: Tretté de lagrammere frangoeze. Wechel, 1550, Slatkine
Repr., 1972.
Peletier du Mans, (J .).Dialogue de l’ortografe eprononciation frangoese.
Poitiers, E. de Marnef, 1550.
Poisson, R.: Alfabet nouveau de la urée & puré ortografe fransoize.
París, J. Planchón, 1609.
l’Esclache, L.: Les Véritables régles de l’ortografe francéze. París, L.
Rondet, 1668.
Lartigaut, A. :Les Progrés de la véritable ortografe francéze. París, L.
Ravenau, 1669.
Somaize: Le Grand dictionaire des pretieuses. París, I. Ribou, 1661.
9. Para el estudio sistemático de las modificaciones gráficas en el
Dictionnaire de l’Académie, véase el Dictionnaire historique de l’orthographe
frangaise, por N. Catach, J. Golfand, O. Mettas, L. Biedeermann-Pasques, C.
Sorin, S. Baddeley, Larousse, 1994.

54
Discusión
I . R o s i e r : Me interesaba mucho lo que usted decía acerca de Bossuet y su
investigación sobre las grafías complejas. Me habría gustado saber si sus
consideraciones sobre la lectura continúan el debate sobre la ortografía.
L. P asques : Es una problemática abierta a lo largo de los siglos, y aún
continúa. Permite oponer corrientes diversas: la ortografía antigua, tradicio­
nal; la ortografía fonética, enteramente basada en la pronunciación; y final­
mente la ortografía moderna o modernizada, que ha sido finalmente integra­
da al diccionario de la Academia, a partir de las ediciones de 1740 y 1762,
gracias a d’Olivet. Hay que decirlo, en todos los tiempos, la ortografía de la
Academia estuvo abierta a reformas, y habría que proseguirlas. Creo que ha
llegado el momento de incorporar nuevas reformas.
M. D iki-K idir i : La
problemática de Bossuet se plantea también en condicio­
nes donde no hay necesidad de etimología, sino de tomar en cuenta los
fenómenos de lectura para el reconocimiento gráfico de las palabras. Sus
argumentos son interesantes más allá del problema preciso de la etimología.
Por ejemplo, en Africa, intervienen allí donde se están implementando
sistemas ortográficos en condiciones en las cuales no se pueden tener estados
anteriores de la lengua. Sin embargo, en el aprendizaje de la lectura deben
tenerse en cuenta fenómenos de reconocimiento visual de las formas.
L. P.: Bossuet es esencialmente interesante por el hecho de que sus ideas
reaparecen en ciertas teorías contemporáneas, en particular las de la lectura
rápida de Richaudeau. Este último dice, como Bossuet, que se necesita cierto
número de grafías complejas (logogramas) como puntos de anclaje para la
rapidez de la lectura.
X: Me han parecido muy interesantes las dos últimas comunicaciones, que nos
aportan gran cantidad de informaciones. Pero me sorprende que, tratándose
de todas las controversias sobre la ortografía, no se haya mencionado la noción
de uso, y lo que le corresponde al uso como resistencia al empleo y la aplicación
de las prescripciones, las consignas, no simplemente para transcribir la fonía,
sino para escribir, para dar acceso al sentido de un enunciado cuando está
puesto sobre un soporte.
L. P.: En efecto, esta problemática del uso forma parte de la definición misma
de la ortografía ordinaria o tradicional, tal como la dan los académicos. Hoy
en día, si se consulta el Prefacio de la edición del Diccionario de la Academia
de 1986, la noción de uso aparece constantemente.
B. G ardin : N o he terminado el libro de Renée Balibar sobre el colingüismo,
pero la última intervención nos muestra bien cómo el francés, en su forma
escrita y tal vez también a veces en la oral, se articula con el latín, o de otra
manera cómo, desde ese punto de vista, como dice Proust, “lo muerto se
apodera de lo vivo”. Tenemos una lengua muerta que tiene una escritura, fija,
estabilizada, que ya no se mueve. Y tiene una pregnancia sobre la lengua viva,
la lengua oral, para fijarla; le da sus normas, siempre exteriores por lejanas,

55
aun cuando siempre estén presentes, ya que se hace latín. Desde ese punto de
vista, quizá se podría reflexionar sobre lo que Renée Balibar llama
“colingüismo”, la relación de una lengua viva con otras lenguas, en una
situación social dada. Hoy el francés es diferente, establece relaciones no con
el latín sino con lenguas extranjeras. ¿No hay en este terreno reacciones sobre
la ortografía, por ejemplo sobre la puntuación, u otros puntos de ese tipo, sobre
la práctica gráfica?

L. P: Es verdad que la corriente de ortografía antigua parece no haberse


modificado. Pero no he hablado de los puntos de controversia donde los
partidarios de la ortografía modernizada han logrado hacer avances conside­
rables, y la ortografía puede seguir modificándose en cierta medida.
P . A chard : Hay una diferencia bastante profunda entre Vaugelas por una
parte y el artículo “Langue” de la Encyclopédie por la otra. En el caso de
Vaugelas, “el uso” significa “el buen uso”, se dice explícitamente que existe el
“buen uso”y el “mal uso”. Existe entonces una idea de conflicto y enfrentamiento
alrededor de esta noción; es un momento en el que se busca situar la lengua
socialmente como lengua común. Ya no estamos en la situación del siglo XVI,
donde era necesario desarrollar la lengua en todos sus dominios, sino en una
perspectiva de decisión de lo que forma parte de la lengua común y lo que no
forma parte, incluidas las cosas técnicas. En el siglo XVIII, por el contrario,
la noción de “buen uso” prácticamente ha desaparecido; el uso es el uso
racional, lógico, con una visión mucho más exterior sobre la lengua. Por
consiguiente, no hay más posibilidad de oposición entre el uso y la razón, no
puede haber “mal uso”. Es lo que se dice explícitamente en el artículo
“Langue”, de Beauzée. Así, detrás de una misma palabra, que regula las cosas
desde el comienzo de los problemas ortográficos hasta la época moderna, como
se ha dicho aquí, hay variaciones de acepción, y estas variaciones de acepción
me parecen muy importantes para comprender el estado de las relaciones de
fuerza entre las diversas concepciones de la ortografía.

56
3
El Curso de lingüística general y
la “representación” de la lengua
por la escritura
Jean-Louis Chiss y Christian Puech
(CRL U niversidad de P arís X -N anterre UA 381 C .N .R .S.)

Resumen

Las tesis sobre la escritura en el CLG han sido objeto de lecturas,


interpretaciones que han desempeñado un papel estratégico en la produc­
ción de teorías o concepciones de la escritura. Más precisamente, si bien es
cierto que una teoría de la lengua escrita implica necesariamente una
teoría del lenguaje, se puede comprender que la noción de “representa­
ción”, cuya ambivalencia constitutiva hay que evaluar, sea un elemento
esencial del debate. En algunas argumentaciones, como las de Derrida o
Foucault, esta noción tendrá lugar de presupuesto para encerrar el
saussureanismo en una filosofía del signo, inseparable del fonocentrismo
de la metafísica.
En sentido contrario a estas lecturas reductoras de Saussure, la
exposición apuntará a mostrar que la crítica de la crítica del fonocentrismo
es esencial para situar la escritura en su relación con las ciencias
humanas, por ejemplo el psicoanálisis (Cf. “L ’écriture du reve”, y las tesis
de un autor comoM. Safouan: L’inconscient et son seribej, y la lingüística,
en el sentido de que es la posibilidad de una notación simbólica, de una
escritura, lo que la haría ciencia (cf. J. C. M ilner: El amor por la lengua).

Si bien la lingüística no es, ni mucho menos, el lugar


exclusivo de conceptualización de la escritura, el tratamiento
de los problemas de la “grafía” y la “lengua escrita” por parte de
las ciencias del lenguaje ofrece sobre su historia enfoques a
veces sorprendentes y siempre fecundos. Así, se ha intentado
sugerir la necesidad de complejizar las lecciones a menudo
sumarias extraídas del Curso de lingüística general (CLG) y
de las escuelas lingüísticas tributarias del mismo (Chiss y
Puech, 1983). Los temas conjuntos de la primacía de lo oral y de
la exterioridad-secundariedad de la escritura, apoyados en una
tradición y una argumentación probadas, se ordenan en torno
57
de toda una serie de nociones, entre las cuales la de “represen­
tación” tiene la fuerza de una evidencia, aun cuando lleve el
peso de una herencia filosófica que convendría no desestimar.
En efecto, este término de “representación” puede ser a veces
“recibido” a tal punto que se haga de él un uso ingenuo, pero su
consistencia en cierto número de trabajos de ciencias humanas
que se dedican a la teorización de la escritura no debería
considerarse inocente. Se lo encuentra tanto en los trabajos de
etnólogos como J. Goody cuanto de psicoanalistas (M. Safouan,
J. Allouch), y en los debates internos a la lingüística. Además,
no está ausente en ciertos resúmenes de comunicaciones pre­
sentadas en este coloquio.

El término “representación” y la cuestión de la


escritura

¿Debemos concluir que la aprehensión de la tríada lengua/


habla/escritura, cualquiera sea la versión que de ella se propon­
ga, conduce necesariamente a una suerte de esencia represen­
tativa del signo que sus diferentes modalizaciones, desde los
estoicos hasta Saussure, cuestionarían en su significación fun­
damental? Apreciar la especificidad de la escritura sería medir
siempre la distancia de un sistema representativo a otro, de una
estructura de remisión a otra. El lingüista Ernest Pulgram
parece describir bien el espectro de estas modalizaciones cuan­
do afirma que “los testimonios gráficos y fónicos del lenguaje
están seguramente coordinados, a menudo son complementa­
rios, ofrecen a veces estructuras complementarias o incluso
congruentes, pero constituyen sin embargo sistemas funda­
mentalmente diferentes con potencialidades ampliamente di­
vergentes” (Pulgram, 1965, p.224). Por lo demás, ¿cómo no ser
sensible a la diversidad de términos que, entre ciertos lingüis­
tas contemporáneos, designan este complejo juego de relacio­
nes? Un inventario limitado y rápido permite relevar en Pulgram
“testimonio”, en Uldall “expresión”y “realización”, en Bloomfield
“registro”, en Vachek “manifestación”, además del término
corriente de “transcripción”.
Sabemos también —sobre todo a partir de los análisis de J.
Derrida (1967)— hasta qué punto es central el término de
“representación” en el CLG y cuán cargado de connotaciones
desvalorizadoras está el campo semántico en el que se integra
en cuanto se aborda el tema de la escritura: “usurpación”,
58
“travestimiento”, “ilusión”, “traición”. Sin duda, este concepto
representativista de la escritura es coherente con todo un
estrato de la argumentación saussureana porque vehiculiza
tanto la imagen como la figuración o la exterioridad. En todo
caso, parece servir como operador de deslizamiento hacia lectu­
ras reductoras del CLG que terminan por identificar lengua con
lengua hablada, autorizadas por ciertas declaraciones del pro­
pio Saussure sobre “el vínculo natural, el único verdadero, el del
sonido” (CLG, 1972, p. 46). Ante semejante reducción, y habida
cuenta de la riqueza y la ambivalencia constitutiva de la noción
de representación, nos parece posible introducir algunas correc­
ciones en consonancia con otros estratos del CLG. Si esta
inflexión es necesaria, es en primer lugar porque hay que
aprehender las contradicciones aparentes de Saussure, más
allá del cuidado en la exégesis de los textos fundadores: compa­
ración entre el destino asignado a la escritura en el famoso
capítulo VI de la Introducción del CLG “Representación de la
lengua por la escritura” y en el no menos célebre capítulo IV de
la primera parte consagrado al “valor lingüístico”; reparto entre
“imagen gráfica” y “figuración fónica” en la teoría de los
anagramas (Starobinski, 1971 y 1974). Luego, porque se trata
de desentrañar y comprender la diversidad de las herencias:
Jakobson y Vachek, ambos reunidos por la orientación funcio-
nalista del Círculo de Praga, defienden el uno una concepción
fonologista, el otro una hipótesis “autonomista”. Finalmente,
porque a estas intervenciones históricas y epistemológicas que,
más allá del campo de la lingüística, pueden concernir al
conjunto de las ciencias humanas (el psicoanálisis, por ejem­
plo), se añade la realidad de cierta situación en el plano
didáctico: la rígida oposición, a veces en nombre de opciones
“teóricas”, entre partidarios de lo escrito y de lo oral no facilita
la tarea de los pedagogos y formadores de docentes.

¿Saussure en la “teoría general de la


representación”?

Las perspectivas abiertas por J. Derrida y M. Foucault


presentan para nuestro objeto precisamente el interés de vin­
cular, directamente el primero, mediatamente el segundo, los
problemas de la “autonomía” de la escritura, el tema de la
“representación” y las lecturas de Saussure. En el seno de
estrategias muy amplias, cada uno de ellos ha creído poder
59
poner en evidencia continuidades profundas y complejas, de las
cuales serían herederos los enfoques más técnicos de las lin­
güísticas, y destacar sus límites, de manera más o menos
explícita. Más allá de las diferencias de punto de vista, de
proyecto, de método, el CLG parece figurar en las problemáticas
de Foucault y Derrida: la secuencia o la culminación de una
tradición donde filosofía del signo y análisis de la representa­
ción constituirían los presupuestos decisivos de toda teorización
de la lengua y la escritura.
Para M. Foucault, lo que algunos llaman la “revolución
saussureana” podría definirse como un acto de restauración’, el
CLG sería el lugar de un redescubrimiento, o una reapertura,
de reencuentros con la Gramática General, en los cuales se
dibujaría un movimiento de implicación recíproca entre, por
una parte, la evitación del habla y la historia y, por la otra, la
restauración de la dimensión de la lengua como representación
y de la semiología con la definición clásica del signo.
“Finalm ente, últim a consecuencia que se extiende sin duda h asta
nosotros: la teoría binaria del signo, la que funda, desde el siglo
XVII, toda la ciencia general del signo, está ligada según una
relación fundam ental a una teoría general de la representación. E ra
necesario, pues, que la teoría clásica del signo se diera por funda­
mento y justificación filosófica una “ideología”, es decir un análisis
general de todas las formas de la representación, desde la sensación
elem ental h asta la idea abstracta y compleja. Era muy necesario
adem ás que, al retom ar el proyecto de una semiología general,
Saussure diera del signo una definición que ha podido parecer
“psicologista” (unión de un concepto y una imagen): es que de hecho
él redescubría la condición clásica para pensar la naturaleza binaria
del signo” (Foucault, 1966, p. 81).

A través de esta trayectoria, varias veces explicitada en


Las palabras y las cosas, se revela por implicación la posición
conferida a la escritura que, en el orden de la representación, es
“doblemente ancilar”, según la expresión de A. Robinet (1978,
p. 26). En el seno de lo que este autor llama “el triple pliegue del
representar” en la época clásica (el pensamiento como intuición
de la idea pura / el pensamiento reflexivo que es objeto de la
Lógica / el lenguaje del que se ocupa la Gramática), la escritura
aparece como “una manifestación del tercer orden y de segunda
exteriorización: el pensamiento pensante se involucra en el
habla que la representa de manera aérea e inestable; el habla
se consolida en la escritura que la representa en el espacio
60
estabilizado de las letras y los alfabetos” (ibid.). A través del uso
repetido del término “representación” y la comprobación de
remisiones y desfases, se demuestra la secundarización de la
escritura que establece la época clásica, aunque la homogenei-
zación que Foucault hace de los siglos XVII y XVIII enmascare
sin duda una complejidad de las relaciones lengua escrita/
lengua hablada que el siglo XVIII pone en evidencia:
“El siglo XVIII no se contenta con oponer lengua escrita y lengua
hablada haciendo de la segunda la simple representación de la
primera. Lo escrito es un fenómeno complejo susceptible de una
existencia autónoma. De allí resulta que existen lenguas escritas
que no corresponden a ninguna lengua hablada, así como existen
algunas que corresponden a varias” (Auroux, 1979, p. 35).

La escritura y el proyecto semiológico

Podría argumentarse, por supuesto, que toda insistencia,


en particular la de M. Foucault, sobre los proyectos de semiología
general —y precisamente el que se le atribuye a Saussure—
vendría a habilitar de algún modo el estudio semiológico de la
escritura. ¿No es necesario acaso, cuando menos en un primer
momento, hacer tal lectura de las dos páginas del CLG dedica­
das a la escritura en el capítulo sobre el valor? ¿No se trata, en
este pasaje, de una corrección aportada a la desvalorización
pasional de la escritura en el capítulo VI, considerado a menudo
como el compendio de las posiciones saussureanas sobre el
asunto? ¿Qué cubre el proyecto de semiología? Esencialmente
una teoría general de los diversos sistemas de signos que
supone la posibilidad de una comparación entre ellos. El siste­
ma gráfico tendría allí un lugar junto al “alfabeto de los
sordomudos”, los “ritos simbólicos”, las “formas de cortesía”, las
“señales militares”, etc., y a “todo medio de expresión recibido
en una sociedad y que se apoya en principio sobre un hábito
colectivo o, lo que es lo mismo, sobre una convención” (CLG p.
100-101). Aunque en esta medida la escritura encuentre la
dignidad de un sistema semiológico completo, la asignación
exacta del lugar en la semiología general sigue siendo sin
embargo problemática. Sobre todo porque el capítulo sobre el
valor, al tomar la escritura como “término de comparación para
aclarar toda esta cuestión” (p. 165), refuerza los interrogantes
procediendo de hecho a una inversión inesperada: mientras que
la lógica del capítulo VI “Representación de la lengua por la
61
escritura” debería conducir a situar la escritura con respecto a
la lengua, es la escritura lo que “figura” (en varios sentidos del
término que se retomarán más adelante) el núcleo duro de la
concepción saussureana de la lengua, a saber la teoría del valor.
Cuando la lingüística se propone como el “patrón general de
toda semiología”, lo que se pone en práctica es, pues, la primera
lógica —y esto porque la lengua, “el más complejo y extendido
de los sistemas de expresión, es también el más característico
de todos” (p. 101).
En el capítulo IV, más allá del “recurso pedagógico” que
ofrece el ejemplo de la escritura para definir las características
internas a la lengua, aparece otra característica, que justifica la
“inversión gramatológica” que opera J. Derrida: si es necesario
considerar el funcionamiento de lo escrito para detectar allí la
arbitrariedad, la diferencialidad, la no-referencia a la sustan­
cia o al modo de producción —que, paradójicamente, hacen que
la lengua sea una institución sin análogo—, es que “antes de ser
o no ser ‘transcripto’, ‘representado’, ‘figurado’ en una ‘grafía’,
el signo lingüístico implica una escritura originaria” (Derrida,
1967, p. 77). De allí la sustitución que opera J. Derrida del
término de semiología por el término de gramatología en el
programa del CLG. Si “decididamente hay que oponer Saussure
a sí mismo” (ibid., p. 77), no se puede solamente hacer notar que
las vías divergen en cuanto a la posibilidad (si es que existe y es
legítima) de intentar una operación de conciliación. Lo cual no
quiere decir que las dificultades, titubeos, contradicciones de
Saussure que afectan con un mismo movimiento la cuestión del
estatuto a conferir a la escritura y la definición de la semiología,
estén en el centro del debate sobre el objeto de la “ciencia” cuyas
bases intenta echar.

La am pliación del concepto de escritura

Las lecturas de Saussure por Derrida y Foucault dejan


aparecer la presencia incuestionable, en la reflexión sobre la
semiología, de la “representación” y sus diferentes modos, ya se
trate, como lo señala Derrida (cf. infra), de notación, figuración,
etc. Es que una tipología de los signos o de los sistemas de signos
no puede consistir más que en un análisis de las modalidades de
la representación. Pero todo ocurre como si, en ambos casos, la
comprensión del problema planteado por la escritura y su
relación con el lenguaje liberara potencialidades nuevas, abrie­
62
ra un horizonte o un punto de fuga hacia una formalización
general del pensamiento. De un modo más restringido pero
decisivo de nuestro punto de vista, esta puesta en perspectiva
propone modos de aprehensión del devenir contemporáneo de la
lingüística. El “algebrismo” de Hjelmslev para Derrida, el
“generativismo” de Chomsky para Foucault encarnarían el
esfuerzo más riguroso hacia tal formalismo, hacia una “teoría
pura del lenguaje”. Pero, en Foucault, más allá de las esperan­
zas que el desarrollo fáctico de la Gramática Generativa ha
podido suscitar, el recurso a esta “contra-ciencia que constitui­
ría el cuestionamiento más general de las ciencias humanas”
(Foucault, 1966, p. 392) queda en el ámbito de la proyección y
constituye una suerte de idea reguladora. De manera más clara
aún para Derrida, la tentativa de Hjelmslev, dado que es la más
lograda, signaría paradójicamente el fracaso principal de las
lingüísticas constituidas para construir un concepto no
representativista de la escritura. En efecto, con la glosemática
“sin duda se ha abierto así un nuevo campo para investigaciones
inéditas y fecundas”. Sin embargo,
“la archi-escritura, movimiento de la diferencia, archi-síntesis
irreductible, que abre a la vez, en una sola y misma posibilidad, la
temporalización, la relación con el otro y el lenguaje, no puede
formar parte, en tanto que condición de todo sistem a lingüístico, del
sistem a lingüístico mismo, estar situada como un objeto en su
campo”. (Derrida, 1967, p. 88).

Porque la escritura no es en Derrida la escritura “ordina­


ria”, “fenoménica”, la de los sistemas gráficos, es posible pen­
sarla fuera de la representación. Evidentemente, no se puede
restituir aquí la coherencia global de un desarrollo del que se
sabe que integra este movimiento de reflexión sobre la escritura
en una historia a largo plazo —a la cual, por lo demás, no sin
reticencia Derrida le asigna el nombre de “historia”—, la del
“fonocentrismo” de la metafísica occidental cuya “deconstrucción”
él intenta llevar a cabo. Nos parece más importante destacar
que es alrededor de las contradicciones internas al CLG, inse­
parables de la polisemia misma del término “representación”,
donde se juegan a la vez los contenidos cuyo concepto de
escritura hay que afectar, y la capacidad de las lingüísticas de
definir su objeto bajo la doble modalidad de la integración y la
exclusión. Cuando M. Foucault, al final de su obra Las palabras
y las cosas, opera proyectivamente una segmentación dentro
63
del campo de los problemas del lenguaje, la línea divisoria se
establece en torno de la noción de “representación”. Por un lado,
habrá
“una ciencia humana... que inten tará definir la m anera en que los
individuos o los grupos se representan las palabras, utilizan su
forma y su sentido, componen lo que piensan, dicen, quizá sin ellos
saberlo, m ás o menos de lo que desean, dejan en todo caso, de esos
pensamientos, una masa de huellas verbales que hay que descifrar
y restitu ir tanto cuanto sea posible a su vivacidad representativa”
(Foucault, 1966, p. 364. Subrayado nuestro).

Por otro lado, junto a esta ciencia que corresponde sin


duda a una “teoría” o un “análisis” de los discursos, se desarro­
llaría el proceso indefinido de teorización / formalización / ma-
tematización al que está sometida la lingüística y que desembo­
caría en la “lingüística pura”, una “lingüística que sería una
ciencia perfectamente fundada en el orden de las positividades
exteriores al hombre (puesto que se trata de lenguaje puro)”
(ibid., p. 392). Se ve así cómo la formalización, la operatividad
aparecen como el afuera o más bien la alternativa a la represen­
tación, perspectiva a partir de la cual la búsqueda de una
ciencia de la escritura tiende a invertirse en la problemática de
la escritura de la ciencia.

Una alternativa a la representación: la operación

Sin ver a todo precio en el CLG la matriz de todas estas


proyecciones, en todo caso se puede, a través de ellas, indicar
otra lectura de la referencia a la escritura en Saussure que
permitiría desplazar los problemas del orden tético (¿cuáles son
las tesis de Saussure sobre la escritura? ¿Cuáles son las propie­
dades asignadas a este objeto?) al orden reflexivo-epistemológico'.
¿en qué condiciones el objeto de la investigación saussureana, a
saber “la lengua considerada en ella misma y por ella misma”
(CLG, p. 317), es no sólo identificable sino representaba. En los
términos de J. C. Milner (Milner, 1978), ¿cómo se escribe en el
discurso de la lingüística lo real de la lengua? Si la insistencia
sobre el tema de la representación y, de manera más ambigua,
la inscripción del CLG en el dominio semiológico secundarizan
la escritura, la ejemplificación de la teoría del valor mediante la
escritura produce un efecto doble: expiicitar otra función de la
escritura —diferente de la que se considera en el capítulo VI
64
donde se trata de discernir concordancias entre escritura y
lengua hablada— y poner en evidencia una de las modalidades
más interesantes de la escritura de la teoría en Saussure. Se
puede ya sea alegar que el capítulo IV y el capítulo VI no
remiten a las mismas funciones de la escritura, ya sea concluir
que no se trata del mismo concepto de escritura (lo que de algún
modo se acercaría a la argumentación de J. Derrida), dado que
el término de comparación no es exactamente el mismo: por un
lado se trata de referirse a la lengua en tanto que es hablada y
por el otro, hacer comprender la diferencia lingüística aunque
ésta sea de orden fónico.
En el segundo caso, la escritura ya no sería solamente una
forma cómoda de manifestación —o de materialización— de la
lengua, según el primer sentido del término “representar”, el
del teatro, por ejemplo, donde algo se deja ver fielmente o no
(respeto o traición), ni tampoco una representación en el sentido
en que algo hereda otra instancia por delegación de poder.
Asumiría más bien la función operatoria de esquematización de
los procesos lingüísticos sin soporte representativo. En efecto,
si la lengua no es más “que una máscara arbitrariamente
construida y que no afecta a ningún real” (ibid., p. 24), ¿por qué
otro medio que no sea la escritura se pueden mostrar sus
características propias, sus divisiones, sus operaciones? Se ve
así lo que sugiere fundamentalmente este capítulo sobre el
valor y que podría resumirse mediante una fórmula lapidaria
tomada de M. Safouan: “Para saber cómo está hecha la lengua,
primero hay que escribirla, y no a la inversa” (1982, p. 29). Si es
conveniente extraer las consecuencias metodológicas de esta
tesis, se puede también darle su extensión máxima:
“El lenguaje no sería lo que es si no implicara (a título de consecuen­
cia y no, como parece ser la tesis de Jacques Derrida, a título de
origen, de esencia o de causa formal) la posibilidad de la escritura”
(ibid., p. 7).
Tal vez el psicoanálisis siente la necesidad de orientarse en
tal dirección para aprehender plenamente la afirmación de
Freud según la cual “el sueño es una escritura”, afirmación
enigmática a primera vista en la medida en que parecería difícil
conciliar la permanencia del sueño y la invención fechada de la
escritura. Si está necesariamente implicada por el lenguaje la
posibilidad de una escritura, es decir, por ejemplo, sustitución
y desplazamiento, si el sueño ilustra todos los procedimientos
65
de escritura que se pueden inventariar, sin duda el “trabajo del
sueño” es más fundamentalmente analizable en relación con un
concepto no representativista de la escritura, el sueño como
cumpliendo y no representando un deseo, asumiendo en la
economía psíquica una función operatoria.

Escritura y lingüística

La consideración del problema de la escritura en el CLG


abre, pues, la posibilidad de una comprensión del objeto escri­
tura en el horizonte de la formalización y al mismo tiempo
plantea el problema del estatuto a conferir a la cuestión de la
escritura en la constitución de la lingüística. La problemática
de J, C. Milner parece emblemática del vínculo entre estos dos
aspectos: si el objeto a teorizar no es el signo sino la lengua, la
noción de representación ya no tiene de hecho el lugar central
que se le podía suponer o se encuentra cuando menos desplaza­
da. Criticando toda lectura que hiciera de la semiología el objeto
y la meta del saussureanismo, Milner inscribe a Saussure en el
trayecto de la formalización que conduce a Chomsky; este
último “reemplaza la escritura artesanal del estructuralismo
por un formalismo enteramente integrable a la teoría de los
sistemas” (Milner, 1978, p. 33). El hecho de que Saussure no
instituyera una “ciencia inédita” (ibid., p. 50) no se debería
tanto al hecho de haber retomado el concepto de signo del fondo
más antiguo de la metafísica occidental y que anularía en parte
las audacias de la lengua —forma y sistema de diferencias—
como a su conceptualización de la gramática comparada y la
exposición de las “condiciones generales” que la hacen posible.
Es que “toda ciencia de la que la lingüística no es aquí más que
una especie, es construcción de una escritura y se define como
ciencia por admitir escritura sólo de lo repetible” (Milner, 1978,
p. 61). Pero, al hacerlo, la argumentación milneriana no olvida
incluir la idea de que Saussure habría descubierto también que
la gramática comparada no es la única forma de lingüística
posible y que los conceptos que él produce tienen un alcance más
general y autorizan otros abordajes.
Por nuestra parte, intentamos más bien sugerir que el
estatuto de la reflexión sobre la escritura en Saussure no deja
de tener analogía con el papel desempeñado por otros axiomas
considerados más fundamentales en el CLG, como la lengua
como hecho social o la oposición sincronía/diacronía: se trata de
66
leerlos al menos en tanto conceptos que abren nuevos campos de
investigación y como los reveladores de obstáculos epistemoló­
gicos que la constitución de la lingüística general no ha podido
dejar de encontrar (cf. Langages 49,1978). En cuanto a definir
una positividad de la escritura, la convergencia de tres autores
tan diferentes como Derrida, Milner y Foucault hacia una
suerte de horizonte histórico de la lingüística como formalización
invita seguramente y de manera más precisa a profundizar la
problemática de las relaciones entre lenguas naturales y len­
guajes formales y las especificidades respectivas de sus escritu­
ras. Sin duda, una reflexión de los lingüistas sobre la teorización
de la escritura no es independiente de la escritura de la ciencia
lingüística misma.

Referencias bibliográficas

Auroux, S.: La sémiotique des encyclopédistes. Payot, 1979.


Chiss, J. L. y C. Puech: “La linguistique et la question de l’écriture:
enjeux et débats autour de Saussure et des problématiques structurales",
Langue Frangaise 59, 1983.
Derrida, J.: De la Grammatologie. Éditions de Minuit, 1967. [Versión
castellana: De la gramatología. México, Siglo XXI, 1971.]
Foucault, M.: Les mots et les choses. Gallimard, 1966. [Versión castella­
na: Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1984.] Cf. también “M.
Foucault lecteur de Saussure: Quels enjeux pour la linguistique et son
histoire”, Chiss J. L., en Matériauxpour une histoire des théories linguistiques.
Universidad de Lille III, 1984.
Langages 49, 1978: “Saussure et la linguistique pré-saussurienne”.
Milner, J.C.: L ’amour de la langue. Éditions du Seuil, 1978. [Versión
castellana: El amor por la lengua. México, Nueva Imagen, 1980.]
Pulgram, E.: “Graphic and Phonic Systems: Figurae and Signs”, Word
21,1965.
Robinet, A.: Le langage á l’áge classique. Klincksieck, 1978.
Safouan, M.: Uinconscient et son scribe. Éditions du Seuil, 1982.
Saussure, F.: Cours de Linguistique Genérale, editado por T. de Mauro.
Payot, 1972. [Versión castellana: Curso de lingüística general. Buenos Aires,
Losada, 1945.]
Starobinski, J.: Les mots sous les mots. Les anagrammes de Ferdinand
de Saussure. Gallimard, 1971. Cf. también Recherches n916, Cerfi, 1974: “Les
deux Saussure”.

67
D iscusión

J. C. P e l l a t : Leyendo a Derrida, uno tiene la impresión de que sólo la


escritura puede permitir ejercer verdaderamente la “función de representa­
ción” de la lengua, y el habla queda en una “relación de proximidad esencial
e inmediata con el alma”. ¿Qué piensa usted al respecto?
F . M andelbaum -R einer : Desde un punto de vista funcionalista amplio, si se
vuelve a pasar por la concepción de la “lengua en sí misma” (mecanismo
interno como objeto de la lingüística) descrita por los términos “depósito
interno”, ¿no cree usted que se podría mantener la noción de “representación”
para designar algo del orden de una inscripción en estratos de la memoria?
Esto daría a la escritura un estatuto de representante (en acciones múltiples)
de la inscripción psíquica primaria. Retengo la puesta en orden que usted
proponía como prolongación de una relectura (¡ya era tiempo!) del CLG y que
llevaría a volver a cuestionar la dicotomía: 1 - Escritura, 2 - Habla, que yo
expresaría de otro modo evocando a J. Derrida: 1 - “Inscripción”, 2 - (?), donde
introduciría diversos usos (hablar y/o escribir). La puesta en orden que usted
propone me parece interesante por cuanto permite considerar una rehabili­
tación de lo que puede también leerse en el CLG sobre la primacía de la
posición de receptor, en el circuito de la comunicación, por sobre la posición de
emisor.
No nacemos escribiendo, pero tampoco hablando. ¿El aprendizaje comprende­
ría las modalidades de apropiación de las técnicas de exteriorización del
depósito inscripto? ¿de transferencia entre dos actividades? ¿para una misma
finalidad: “comprender y hacerse comprender”? ¿o “lucha contra la confusión”
(producida por amalgama; estas dos últimas expresiones están tomadas en el
F. de Saussure de Bally y Sechehaye).
J. R ey-D eb ove: ¿Cuál es la relación entre Saussure y Peirce, en particular en
torno de la noción de representación?
J. L. Cmss: Hablando propiamente, en Saussure no hay semiología realiza­
da, mientras que en Peirce hay efectivamente una tipología de los sistemas de
signos, lo que hace que el concepto de representación sea acuñado según los
diferentes tipos de signos. En Saussure la noción de representación es
solidaria de la noción de semiología, y es lo que he tratado de decir a través
de Foucault y Derrida. No hay que olvidar nunca que en Saussure la
semiología no es más que un proyecto extremadamente tardío, poco elabora­
do, indeterminado y por lo tanto desde este punto de vista incomparable con
la complejidad de los modelos semiológicos que se han elaborado en particular
a partir de Peirce. De hecho, el debate esencial para nosotros gira efectiva­
mente en torno de la noción de semiología, ligada a la representación. Por un
lado, como lo ha señalado la señora Catach, la escritura puede entrar en la
semiología. En efecto, hay actualmente una rehabilitación de la escritura
respecto de su desvalorización en Saussure, si nos limitamos al capítulo VI
(Introducción). Dicho esto, la semiología no es más que un punto de fuga, un
horizonte indeterminado. Desde este punto de vista, las dos páginas del
capítulo IV (2- parte) me parecen particularmente interesantes. Cuando

68
Saussure quiere responder a la pregunta: ¿qué es lo que hace lo esencial de la
lengua? a saber la teoría del valor, el ejemplo que toma es el de la escritura.
En este punto hay un enigma que someto a la sagacidad general, en particular
para aquellos que desarrollan, a ultranza creo yo, el fonologismo de Saussure.
He aquí un extraño fonologismo, que para argumentar sobre la especificidad
de la lengua, toma el ejemplo de la escritura, y lo que es más, para explicar lo
que quiere decir arbitrario, lo que quiere decir diferencial, es decir lo que
puede configurar en mi opinión el núcleo duro del saussureanismo. Es un
punto a menudo poco considerado, poco auscultado; tal vez habría que
preguntarse por qué.

N. C atach : Habría que examinar sobre todo la edición crítica del Curso de
Saussure.

J . L. C h.: Sí , por supuesto, nosotros tenemos la edición crítica de R. Engler,


y es tal vez suficiente para notar algunas cosas, Pero pienso que este punto
puede comprenderse sobre todo con respecto a formas globales de leer la
historia de la lingüística en el siglo XX.

69
4
La escritura como lugar de
convenciones
Robert M artin
(U niversidad de París-Sorbonne)

Resumen
Entre los rasgos característicos del código escrito, mi trabajo se
ocupará de uno solo, particularmente importante: el hecho de ser un lugar
de convenciones, un artefacto conscientemente elaborado y por eso mismo
sujeto a un dirigismo deliberado.
Naturalm ente, el intervencionismo existe en otros ámbitos: gram á­
ticos, terminólogos, cronistas de lenguaje, académicos de todo tipo se
dedican a encauzar la evolución natural, a refrenarla, orientarla, organi­
zaría.
Pero donde el gramático es rey, es en la codificación gráfica. Una
característica importante de la técnica de la escritura es ser consciente y
explícitamente codificada. Mientras que cuesta imaginar a alguna auto­
ridad decretar una reforma en la pronunciación, la conjugación o el
empleo de los tiempos, la escritura se presta, por naturaleza, a las
convenciones declaradas.
No obstante, para legislar, hace falta autoridad. Esta puede perder­
se y conducir a una situación de inmovilismo de la cual no podría
afirmarse que sea la mejor posible. Esto ocurre con lenguas de gran
cultura: el francés es de la partida.
El objetivo de mi trabajo es:
- por una parte, destacar el carácter convencional del código gráfico
y sacar a la luz sus condiciones evolutivas;
- por otra parte, reflexionar más precisamente sobre la situación
actual del francés, comprender cómo ha podido crearse un verdadero
bloqueo y qué se requeriría para salir de él.

I - Carácter convencional del código gráfico

A - El código gráfico como artefacto

Es verdad que el código gráfico se crea conscientemente, de


pies a cabeza, como un artefacto. Por cierto, es tan difícil,
70
históricamente, remontarse a los primeros sistemas de escri­
tura y a su generación como a los balbuceos de las lenguas
originales. Pero la anterioridad del código oral en las lenguas
naturales está asegurada. El código gráfico es una creación
segunda; algunos incluso pueden datarse con precisión, como el
silabario del cherokee, inventado en 1821 por Sequoya. Se dota
a una lengua de un alfabeto, un silabario, un sistema ideográfico,
ya sea que se adapte un sistema existente, ya sea que se cree uno
nuevo. El artificio es evidente.
El código gráfico es también un artefacto por el uso que se
hace de él. Allí donde lo oral fluye (con mayor o menor torpe­
za...), lo escrito requiere constantemente la función epilingüís-
tica. Desde el momento en que es producido, el signo gráfico es
percibido inmediatamente como un signo, como un lugar de
arrepentimientos: ¿stationnement lleva dos /i?1 len español,
¿reemplazar lleva dos e? ¿armonía con o sin h?] Preguntas
ineluctables para quien escribe. El signo escrito tiene un carác­
ter de opacidad que no posee ordinariamente el signo oral.

B - La vida del código gráfico

Como artefacto por su creación y en su uso, el código gráfico


no deja de cobrar por eso una suerte de vida propia que lo vuelve
comparable al código oral. Es evidente que una escritura
fonológica, como la del francés antiguo, evoluciona conjunta­
mente con la pronunciación. Pero también sucede cuando el
código gráfico está constreñido por una norma rigurosa. La
dinámica evolutiva se debe en efecto a varios factores:
1 - Cuanto más importante es el número de usuarios y
complejo el sistema que éstos manejan, mayor vacilación se
hace sentir y los desvíos se multiplican. Por ese mismo hecho se
instaura todo tipo de usos, más o menos extendidos, que a veces
tienden a sustituir la norma impuesta. En la lectura de trabajos
de estudiantes, incluso en tesis, sorprenden los desvíos amplia­
mente repetitivos: por ejemplo, cela [eso] escrito con acento
grave; occurrence [ocurrencia] privado de una de las dos r;
fonctionalisme [funcionalismo] o transformationalisme [trans-
formacionismo] con una ti de más que la norma no les reconoce.
Y naturalmente los aprendices de lingüistas (y a menudo los
otros) concuerdan el participio pasado como todo el mundo, es
decir que muy frecuentemente no lo hacen concordar, ni siquie­
ra cuando, con el verbo avoir [auxiliar “haber”], el complemento
71
objeto antecede (podría dar un ejemplo reciente tomado de un
minucioso informe cuyo autor critica ásperamente el descuido
de un colega...). Es cierto que la sutileza puede ser tal que todo
el mundo termina perdiéndose, como ocurre con la concordan­
cia de ciertos verbos pronominales.
Ocurre que el poder legislador ratifica usos paralelos. Así,
aun en Francia, la Academia actualiza regularmente sus gra­
fías.2 En tres siglos, los cambios son numerosos. Para el parti­
cipio pasado seguido de infinitivo, cuestión por demás compli­
cada, el decreto ministerial de 1901 dispuso finalmente que de
allí en más en ese caso se dejaría el participio invariable.
2 - Otra fuente de vida proviene, paradójicamente, del
carácter local de las decisiones que el poder legislador puede
verse obligado a tomar. Se modifica en un lugar y se olvida
hacerlo en tal otro. Esto ocurrió más de una vez en la historia
de la Academia. René Thimonnier propuso diversas “podas”
para remediarlo.3Lo que es seguro es que se crean así tensiones
en el sistema que son la prueba de su vitalidad.
3 - Pero la vitalidad del código gráfico —ya sea que se lo
acepte o que se intente ahogarlo— le viene sobre todo del hecho
de que, ligadas al código oral que evoluciona, sus unidades
adquieren forzosamente, con el tiempo, valores que en principio
no tenían: oi era la transcripción de foi/, pero sólo hasta fines del
siglo XII; ou de coup [golpe] correspondió a /ou/, pero hasta el
siglo XIII; au de autre [otro] a /au/, pero hasta el siglo XIV; luego
los valores se alteraron, y por consiguiente cambió el sistema
gráfico; ill entró en un paradigma gráfico totalmente diferente
(donde ill de filie [niña] compite con i de pied [pie] o con y de
payer [pagar]). Es decir que aun la fijeza más restrictiva es
ampliamente ilusoria. Aunque nunca se lo tocara, el sistema
gráfico evolucionaría, porque sus unidades ven modificarse sus
lugares en la economía del conjunto.

Todo designa, pues, el código gráfico como un lugar de


evolución. Ahora bien, a falta de intervención, esta evolución va
forzosamente en el sentido de un distanciamiento creciente
respecto del código oral. De ello pueden resultar “plurisiste-
mas”4 singularmente complejos. En efecto, podemos extasiar­
nos con Edmond Faral5 o Jean Guehenno6 ante las profundi­
dades históricas que el código gráfico refleja en un caso dado:
pueden reconocerse allí todos los estratos de la pronunciación.
Pero es necesario convenir también que el aprendizaje de un
72
sistema tan inmotivado en sincronía requiere una cantidad de
horas totalmente desproporcionado: cerca de un millar en la
enseñanza del francés, con resultados más que dudosos. Re­
cientemente hemos asistido a la organización de un “campeona­
to francés de Ortografía”, con un peculiar retorno a la emulación
de hace cien años: en las “semifinales”, un solo candidato sobre
miles logró no cometer faltas. Era un día de fiesta. En la “final”,
nadie quedó libre de reproches, ni siquiera el primero.' Este
hizo la “vuelta al mundo de los países francófonos” (tal era su
premio) con dos faltas en la conciencia.
Es decir que el “sistema" está completamente falseado,
sembrado de emboscadas que nadie domina, ni siquiera el
mejor dotado en memoria visual. ¿Debe dejarse verdaderamen­
te todo esto en ese estado? ¿Lo propio del artefacto no es ser
perfectible? Todafc las técnicas evolucionan. La máquina de
Denis Papin ya no satisface más que el gusto por la antigüedad.
¿Por qué estúpido prejuicio excluir del progreso las técnicas de
escritura? En algunos espíritus se crea una asimilación entre la
lengua, objeto de un respeto escrupuloso, y las grafías que la
transcriben. Hay en ello un singular error: evidentemente, lo
esencial está en otra parte, en la justa intuición de las palabras:
en su sutil combinatoria; en la riqueza de las significaciones que
crea esta combinatoria. En todo esto, la grafía debe tomarse por
10 que es: un artificio cómodo, de funciones ancilares, perfectible
como lo son todos los instrumentos.
Muchas naciones, que proceden periódicamente (como
Suecia) a la modernización de la ortografía, lo han comprendi­
do. En otros sitios, la situación está bloqueada. Es el caso de
Francia. Quisiera preguntarme ahora por qué ocurre esto, a
riesgo de alejarme un poco del tema de este Coloquio.

11 - Sistema gráfico y situación de bloqueo

A - Los argumentos inmovilistas

Los argumentos inmovilistas han sido analizados repeti­


das veces.s Hay que confesar que no pesan demasiado. El de la
perturbación9 que acarrearía una reforma en el usuario habi­
tuado a las grafías actuales es por cierto nulo: toda modificación
perturba, y estaríamos aún en la prehistoria si hubiera que
razonar de ese modo.10 Naturalmente, el progreso debe ser
indiscutible: para el francés, no es difícil de imaginar. Piénsese
solamente (con la mayoría de los “Reformadores”) en la simpli­
ficación de las consonantes dobles y en el alivio que aportaría
sin ninguna pérdida lingüística.11
Se presenta también la ortografía, incluso por sus restric­
ciones, como una escuela de rigor, o aun de “cortesía”. La moral
del esfuerzo que gira en el vacío, sin embargo, ha envejecido. Los
procedimientos mnemotécnicos más ridículos pervierten la
enseñanza Cíe chapeau de la cune est tombé dans Vabime” | el
sombrero de la cima cayó en el abismoI; “O/? aperqoit avec deux
yeux, mais on écrit apercevoir avec un fteul p” Ipercibimos con
dos ojos pero percibir se escribe con una sola p |). Ni siquiera
treinta años de reflexión sobre la lengua y su historia permiti­
rán descubrir, si la memoria visual falla, que ballottcige |empa­
te, segunda votación] tiene dos tyattraper | atrapar | una solap.
Todo esto es de una debilidad afligente. No evoco siquiera
el argumento económico: al parecer, habría que apilar millares
de libros sin vender, ¡como si de un día para el otro se volvieran
ilegibles! ¿Por qué poner todas las obras en la misma bolsa? Se
hacen esfuerzos a justo título para restituir los clásicos en la
ortografía de sus tiempos: la grafía forma parte del rostro de la
época. ¿Estos textos son por ello menos legibles? Basta con una
adaptación que se adquiere enseguida. No olvidemos que las
complicaciones ortográficas no traban la lectura. Estorban sólo
a quien escribe.
Por lo demás, si estos argumentos fueran válidos, deberían
valer para toda la lengua. Ahora bien, en otros sitios se ha
sabido darles un destino: en los países nórdicos, en Alemania,
los Países Bajos, Italia, Portugal, Yugoslavia, y otros. Lo que
sorprende —y que hay que tratar de comprender— es por qué
razones tan débiles triunfan regularmente en Francia.

B - El fracaso de 1900

Reflexionemos un instante sobre el fracaso de 1900. Al


parecer estaban dadas todas las condiciones para una verdade­
ra reforma.12
1 - Comisiones ministeriales, que contaban con los mejores
lingüistas de la época, habían llevado a cabo buenos estudios
previos: la de 1900 fue presidida por Gastón París, la de 1903,
por Paul Meyer, la de 1905, por Ferdinand Brunot.
2 - Diversas publicaciones adoptaron, aun antes de la con­
sagración oficial, la nueva ortografía (en diversas variantes, por
74
cierto). Son conocidas las iniciativas de L. Clédat en la Revue de
Philologie frangaise, las de M. Grammont en la Revue des
langues romanes. Además, un mecenas caído del cielo puso una
fortuna al servicio de la Causa: se distribuyeron 35.000 ejempla­
res de Le réformiste, donde pudieron exponerse a discreción las
nuevas tesis, entre docentes, escritores y periodistas.
3 - De este modo se creó una vasta corriente de opinión.
Nada le faltó, ni siquiera las peticiones. La de 1889 fue aproba­
da por los tres Directores de enseñanza (Liard, enseñanza
superior; Rabier, enseñanza secundaria, Buisson, enseñanza
primaria), por “cuarenta miembros del Instituto, doscientos
profesores de la enseñanza superior y de las Grandes Escuelas
del Estado (Sorbonne, Collége de France, Ecole nórmale supé-
rieure, etc.), la mayoría de los decanos de las Facultades de
Letras, más de un millar de profesores de la enseñanza secun­
daria, ochenta superiores o profesores de pequeños seminarios,
varios miles de maestros”.14 La iniciativa es aprobada por gran
número de organizaciones democráticas, por los Consejos Ge­
nerales, por un centenar de diputados. Suiza y Bélgica partici­
pan ampliamente en el movimiento.
4 - Por lo demás, se toman todas las precauciones tácticas.
No se trata en absoluto de imponer una ortografía nueva. El
objetivo es solamente sustraer a la severidad de los examinado­
res los desvíos sin importancia, mediante una “tolerancia ilus­
trada”: “La comisión, dice el informe entregado en enero de
1900,15 no tenía calidad para legislar en materia de lenguaje:
con el mayor cuidado, se abstuvo de dictaminar ninguna regla
nueva; no pretende obligar a nadie a aceptar sus propuestas, ni
siquiera a tomar conocimiento de ellas, excepto a los maestros
encargados de enseñar la gramática...”.
En una palabra, todo parecía conducir al éxito. El final es
conocido: el 31 de julio de 1900, el ministro Georges Leygues
firma un decreto que está lejos de ser desdeñable, ya que
permite, entre otras cosas, no hacer concordar nunca el partici­
pio pasado conjugado con avoir, ni el participio pasado de los
verbos pronominales. Simplificación considerable, hábilmente
defendida por Gastón Paris. Pero este decreto fue revocado, y
reemplazado por otro, anodino, el del 26 de febrero de 1901, que
no fue aplicado, o casi, hasta 1977.
¿Cómo comprender semejante fracaso?
Teniendo en cuenta los recaudos, no cabe duda de que la
modernización del sistema gráfico es más peligrosa en el fran­
75

m
cés que en cualquier otro idioma. Tal vez tuvo algo que ver el
temor a las reacciones en cadena. El sindicato de Maestros-
impresores expresó numerosas reservas,lh exigiendo el aval de
la Academia y oponiéndose a que hubiera “en cada ministerio
una ortografía ministerial”.1'
Pero, a decir verdad, la fuerza de los tradicionalistas no
está en sus argumentos. En mi opinión, se basa en algo muy
distinto. Lo más grave, me parece, es que en Francia, en
materia de lenguaje, ninguna instancia tiene verdadero poder
de decisión.
En efecto, los Estatutos y Reglamentos18 de la Academia
prevén que ésta pondrá "todo el empeño y la diligencia posible
en dar reglas ciertas a nuestra lengua y en hacerla pura”. Pero,
en los hechos, siempre se ha comportado como “un escribano del
uso”: "La Academia, que no deja de recordar que no pretende ni
ejercer control sobre el vocabulario, ni legislar en materia de
sintaxis, no se reconoce tampoco el derecho de reformar la
ortografía”. 19
- Los lexicógrafos ejercen un derecho de facto. Son ellos
quienes deciden grafías nuevas. A iniciativa del Consejo Inter­
nacional de la Lengua Francesa, se reúne regularmente desde
1982 una “Comisión de armonización de las grafías”, presidida
por Joseph Hanse. Pero, evidentemente, los lexicógrafos no se
ocupan del vocabulario común.
- ¿Quién tiene entonces el poder de decidir? Los “Refor­
madores” se vuelcan naturalmente hacia el poder político.“n
Pero es muy difícil legislar en materia de lenguaje. A decir
verdad, no es la vocación del hombre político. Este duda en
aventurarse en este terreno y, ante la menor resistencia,
renuncia. Las decisiones se hacen esperar o bien, una vez
tomadas, no se aplican, o son rechazadas como en 1901.

C - Esbozo de una solución

¿Existe sin embargo una salida a tal situación? En mi


opinión, hay una única vía posible: que el poder político tenga
la autoridad necesaria, es decir que se haga elegir —entre
muchas otras cosas, por cierto— precisamente para reformar.
En otros términos, la única solución practicable es que la
modernización de la ortografía (su indispensable simplifica­
ción )forme parte de las propuestas de una plataforma electoral.
La idea no es totalmente nueva, ya que, en 1967, el Partido
76
Comunista había adjuntado a su programa de “democratiza­
ción de la enseñanza” el proyecto de una reforma ortográfica.
Esta debe ser retomada, sobre todo por los partidos que tienen
alguna chance de gobernar.
Naturalmente, son necesarias propuestas coherentes. Las
de la Comisión Beslais deberían ser reestudiadas, reconsideradas
por un organismo de investigación independiente, y en coopera­
ción internacional.21 La institución más indicada es, a mi
entender, el C.N.R.S. (Centro Nacional de Investigación Cien­
tífica).22

Mi exposición se ha desviado hacia la estrategia. Yo no


olvido el tema del Coloquio. Lo esencial es ver las particularida­
des de la escritura como lugar de convenciones. El código escrito
aparece como un artefacto forzosamente sometido al dirigismo.
Lo que hay que evitar es una deriva que, en una escritura de
base fonológica, aleja a ésta del código oral más allá de lo
soportable. Las convenciones no pueden ser fijas. En Francia,
sería necesaria una hábil maniobra para renovarlas.*

Discusión

C. O riol-B oyek: ¿Qué puedo significar: “Alejarse del código oral de manera
insoportable"? Escuchando al señor Martin, quedaba la impresión de que los
tradicionalistas, los inmovilistas. etc. eran los villanos, y en ese caso, yo tengo
realmente ganas de pertenecer a los villanos, aunque en otros momentos
tengo razones para no formar parte de ese grupo, En mi opinión, una
simplificación en la argumentación, tal vez debida a la brevedad del tiempo,
le hizo pronunciar frases como esa. Esta mañana no se ha dejado de hablar del
“fonologismo” dominante a propósito de la escritura. De hecho, yo vincularía
de alguna manera al señor Martin con esa corriente. ¿De qué sirven entonces
todas nuestras reflexiones de hoy sobre los demás sistemas gráficos, como el
chino, en las que se le restaba importancia al hecho de alejarse del código oral?
Por eso, en mi opinión, no hay nada insoportable en el hecho de alejarse del
código oral.
R. M artin : E s obvio que el código gráfico forma, incluso en francés, un
“plurisistema", como se dice en el Equipo HESO, y que el aspecto fonológico

|Nota de la compiladora!: Desde que R. Martin formulara esta


expresión de deseo, las cosas se han modificado. Hubo en Francia un
movimiento en favor de un cambio del código escrito, que acarreó la publica­
ción délas Rectificationa de lorthographe frangaise (6.12.90, Journal Offuiel),
confirmadas por el Diclionnaire de l Académie frangaise.

77
no es más que un aspecto de ese código. Pero en un sistema que en principio
está bien a pesar de todo un sistema fonológico (en francés antiguo no era más
que eso), si en ningún momento hay intervención, el alejamiento puede
volverse tal que las dificultades de codificación se hagan demasiado grandes,
de modo que ya nadie las domine. El ejemplo que acabo de dar del Campeonato
de Francia de ortografía muestra que nadie, ni siquiera los mejores, escribe
sin faltas, y es eso lo que me parece insoportable. Personalmente estaría a
favor de una escritura relativamente simple y por lo tanto accesible a la
mayoría, de manera cómoda.
J . R ey-D ebove : El sistema gráfico no tiene el mismo contenido que el sistema
fónico. En tanto que morfologista, puedo asegurar que lo que es analizable
desde el punto de vista del contenido, es decir lo que es motivado
morfológicamente en la escritura, deja de serlo en lo oral. Esta información
suplementaria de lo escrito permite especialmente agrupar las familias. Es
porque instinct [instinto] se escribe con ct por lo que puede vinculárselo a
msímcíi/[instintivo], etc. Si se escribiera noci/ínocivo] con unas, por ejemplo,
no se podría vincularlo con innocuité [inocuidad]. Efectivamente, se podría
limpiar la escritura de todos los grafemas que no están ligados a una mejor
comprensión del texto, pero la escritura desarrolla un sentido diferente del
texto oral.
R. M.: Las comisiones de reforma, en particular la Comisión Beslais, de la que
ha formado parte la señora Catach, no han propuesto nunca volver a una
ortografía enteramente fonológica. Pero explíqueme, ¿por qué se escribe
alléger [aligerar] con dos l y alourdir [sobrecargar] con una sola?
J . R.-D: Yo estaría totalmente de acuerdo con que se haga una reforma en esos
casos pero comparemos cosas iguales y tomemos el caso de los adultos cultos:
la pronunciación de las palabras difíciles que forman parte de su vida
cotidiana opacifíca el signo, al igual que la escritura de las palabras difíciles.
Por otra parte, no hay que olvidar que lo oral se modifica a partir de lo escrito,
como en el caso de dompteur [domador], donde lap actualmente se pronuncia.
N. C atach : Una palabra para aclarar el debate. Creo que todos estarán de
acuerdo en decir que no es un asunto de simplicidad o complejidad, sino de
funcionalidad. Por otra parte, ciertamente, bajo la influencia de la grafía,
hubo modificaciones muy importantes en francés, tal vez las más importantes
que conozcamos para la época moderna.
J . R.-D.: No es de sentido único, porque lo oral modifica también las grafías.
En cuanto al Robert, los lexicógrafos no legislan, y no toman ninguna decisión
para aconsejar o establecer una norma. No hacen más que relevar el uso. Es
una instancia que no tiene poder de cambiar la lengua. Podría tenerla, pero
no la asume, porque sería mal visto.
N. C.: Creo que actualmente nadie en Francia tiene más poder que los
lexicógrafos; ellos toman ese poder y con razón. En todos los dominios
flotantes, que se encuentran no en el centro sino en la periferia de la lengua,
es decir los arcaísmos, lós neologismos, los préstamos, hay miles y miles de
palabras (yo hice el estudio) que ellos tienen la posibilidad de normalizar, y
78
no se privan de hacerlo. En el Larousse, al menos, de una edición a otra, se
normalizan miles de palabras.
J. R.-D: El diccionario es efectivamente el medio que tendría la mayor eficacia
y el mayor poder, porque es la referencia social común. Sin embargo, puedo
decirle, por experiencia, que yo no practico esa normalización (por error, tal
vez, según la señora Catach), porque nunca lo he considerado parte de mi
trabajo.
S. B attestini: En realidad, el señor Martin lo ha dicho, no hay en Francia un
centro de decisión que tenga realmente un poder.
L. P asques : Quisiera precisar que la Academia, en la introducción de 1986,
no dice una palabra sobre la ortografía; esa palabra no figura. No hay allí
ningún proyecto ortográfico, sea el que fuere.
C. G ruaz : Además del aspecto extralingüístico, que debe tomarse necesaria­
mente en cuenta, parece indispensable que las dos condiciones siguientes se
cumplan para un intervencionismo rápido de reforma: por un lado, entendi­
miento sobre los marcos generales de reforma y, por el otro, estudios teóricos
previos tan exhaustivos como sea posible, evitando retoques demasiado
puntuales. Por ejemplo, sobre la extensión y los límites de la relación con la
oralidad, el mantenimiento y la logicización de las marcas morfológicas, la
utilidad o superfluidad de la distinción de los homónimos, etc.
R. M.: Suscribo totalmente tales ideas. El texto llamado Informe Beslais me
parece un punto de partida interesante, respecto del francés. Lo encuentro
muy elaborado pero, por supuesto, en la óptica actual y con los progresos que
se han hecho en el conocimiento de los códigos gráficos, y más precisamente
del código gráfico francés, ese proyecto debe ser reconsiderado. A mi entender,
la institución más idónea es el CNRS, pero en colaboración internacional, ya
que los franceses no son los únicos involucrados.
V. Lucci: Usted ha hablado de cierto inmovilismo en materia de modificacio­
nes. Hay otro factor que explica este inmovilismo: los que se interesan en la
lectura pertenecen a una corriente mucho menos modernista. Es una corrien­
te, digamos, teórico-pedagógica, que considera finalmente que toda modifica­
ción de la escritura corre el riesgo de perturbar la lectura; especialmente todo
alineamiento sobre lo oral, toda simplificación, correría el riesgo de perturbar
el principio de reconocimiento rápido de la palabra, etc. Creo que es también
algo que explica el hecho de que no se haga nada, que no pueda hacerse nada.
Es una presión que viene a agregarse a presiones mucho más tradicionales,
mucho más conservadoras.
X: A propósito de los problemas de lectura, se dice que las reformas de la
ortografía podrían perturbar la lectura: ¿de qué lectura se habla? ¿Se trata
acaso de la lectura oralizada, y en ese caso entonces, efectivamente, puede
verse qué relación hay entre “imagen gráfica” e “imagen fónica” de las
palabras, o de la lectura en tanto proceso de comprensión del texto? Me parece
que el problema no puede plantearse del mismo modo; depende de lo que se
entienda por lectura.

79
S. B.: Parece que la complejidad del sistema gráfico proviene de una cuestión
de aprendizaje; los niños japoneses tienen menos problemas de lectura que los
niños franceses, leen más fácilmente, mientras que su sistema es evidente­
mente mucho más complejo que el nuestro, tienen muchos más signos que
aprender.
P. A ch a ro : En los problemas pedagógicos que están vinculados con el
aprendizaje de la escritura y la lectura, las cuestiones de ortografía, muy
importantes por cierto, porque son notorias, tienden a enmascarar otras
dificultades en el aprendizaje de la lectura, que tienen que ver con el uso social
diferente de lo escrito, con el modo de terminar diferente que tienen la palabra
y la frase en la escritura y la oralidad.
C . C hampy : Para responder a la señora Rey-Debove, quería ofrecer nuestra
experiencia del Trésor de la Langue Frangaise (TLF): al principio, no éramos
en absoluto normativos en cuanto a la elección de la palabra resaltada; poco
a poco, comenzamos a observar cierta regularización, en especial respecto de
las palabras compuestas, las palabras extranjeras, etc. Cuando el plural no
estaba indicado, nosotros ahora lo indicamos. Les doy un ejemplo: u n porte-
allumettes se escribe con s en singular para algunos, y otros no ponen s; hemos
decidido poner la s entre paréntesis. Volverse normativos no quiere decir
intolerantes. Lo que importa es suprimir la ambigüedad para el lector que
consulta el diccionario y que busca, en el fondo, un reaseguro de su ortografía.
J. R.-D.: Es verdad que cada uno puede elegir su programa, digamos que los
diccionarios Robert están más cerca de una descripción de las ciencias
naturales, mientras que ustedes tal vez se preocupan más por la utilidad para
el lector.
N. C.: Me gusta provocar a Josette Rey sobre este punto. Ningún diccionario
ha dejado tanta huella sobre el plan de reformas de la ortografía como el
Grand Robert, a pesar de él. (Lo diré muy rápidamente. Remito a los estudios
que he realizado sobre este tema), por una razón totalmente azarosa. Esto fue
lo que ocurrió: P. Robert creó una sociedad, que por lo demás se llamaba la
Sociedad del Nuevo Littré. Se pretendía el continuador del Littré, en el cual
basó sus trabajos. Ahora bien, e\ Littré del que disponía era la edición original,
que comporta la ortografía de 1835, y no la nuestra. Desde entonces, cientos
y cientos de palabras han cambiado de forma. La reproducción Gallimard-
Hachette de 1957, sin saber nada de estas cuestiones subsidiarias, transcribió
tal cual la primera edición. Comprendiendo que eso creaba cierto número de
palabras diferentes, transformó a veces las grafías de las palabras, pero no los
artículos. Esto puede verificarse en la edición Gallimard-Hachette. Entonces,
¿qué sucedió en el Robert? Es que, sin reflexionar demasiado, creo, se
comprendió que esas palabras, esos cientos o miles de palabras no se escribían
como ahora. Por lo tanto, se adjuntaron, en tipo resaltado, y a menudo con
remisiones, las dos ortografías: la de 1835 y la de 1935, y a veces otras al pasar.
Lo que resultó de esto es una apertura del uso, y por ende, si puede decirse,
un nuevo período en Francia, de mayor tolerancia; Larousse, a su vez, se dijo:
“¡Caramba! soy yo quien no sabe la ortografía. ¿Cómo es posible que el Robert
introduzca Abattis con dos t junto a Abatís con una sola £? ¿Abattage con dos
tj abatage con una sola, y cientos de palabras diferentes de este tipo? Y bien,
entonces yo también voy a introducir variantes”; lo que abrió una era de
variantes en Francia, que por mi parte encuentro excelente.
J. R.-D.: Paul Robert, efectivamente, tenía tendencia a agregar entradas que
había visto en otros diccionarios. Era prudente y, en aquella época, tenía un
corpus muy restringido para trabajar; desde entonces, las cosas han cambiado
mucho, y es el corpus lo que nos ha aportado las nuevas grafías en entrada.
Pienso que un diccionario que no se ocupa de la tradición ni de la grafía de los
competidores, con un corpus amplio, puede muy bien cubrir al menos el uso.
Se plantea el problema de, por ejemplo, establecer una jerarquía dentro de
una serie de grafías; a veces se lo hace pero es insuficiente.

Notas
1. Pregunta planteada por un agente de policía a un colega. Respuesta
de éste: “Ponle tres; ya tacharán en el destacamento.”
2. Véanse al respecto los trabajos del equipo HESO. La actualización
más importante fue la de 1740, con el impulso del abate d’Olivet. Más de 5000
palabras sobre 18.000 fueron afectadas por esta reforma, que puso al diccio­
nario en conformidad con el uso mayoritario.
3. Le systéme graphique du franqais. París, Plon, 1967.
4. Según la terminología de Nina Catach.
5. Artículo del Fígaro Littéraire, de agosto de 1952.
6. Def. leng. fr. (83) (1976), 43. Reproduce un artículo de Le Fígaro del
4 de marzo. “Una lengua, su transcripción gráfica, es una historia. Todo se
inscribe en las palabras, su origen, todos los lugares donde han vivido sus
pronunciaciones sucesivas y diversas, los accidentes de sus viajes, los avata-
res del tiempo, las invasiones, la guerra, las derrotas y las victorias...”
7. VéaseLire ng 118-119 (julio-agosto de 1985), p. 163 y ng 122 (noviem­
bre de 1985), p. 31.
8. Véase por ej. A. Martinet, Le franqais sans fard, P.U.F., 1969, p. 62-
90, (“La réforme de l’orthographe d’un point de vue fonctionnel”).
9. un argumento soberano actúa inmediatamente contra la idea de
una reforma, cualquiera sea: es el de la perturbación que dejaría en los
espíritus la instauración de un nuevo modo de escribir”. (E. Faral, en la revista
Vie et Langage, 1953, p. 493).
10. “Todos los temores en materia de reforma se apoyan tácitamente en
un ‘siempre ha sido así’. Pero ésta no es más que la máscara de la resignación,
la cual es la muerte de la civilización: una civilización solamente repetitiva y
simplemente reproductora desafía al pasado, en tanto que éste, cuando es
mejor conocido en sus orígenes y en su dinámica, incita por el contrario a la
iniciativa y a los ajustes que reclaman las formas nuevas de la vida colectiva”.
(Paul Imbs, Fr. Mod. 39, 1971, p. 331).
11. Sobre este punto, véase el “proyecto Beslais”. Rapportgénéral sur les
modalités d ’une simplifícation éventuelle de l’orthographe franqaise. París,
Didier, 1965.

81
12. Véase Nina Catach, “La bataille de Vorthographe aux alentours de
1900 ", en Histoire de la langue frangaise (1880-1914), París, C.N.R.S., 1985,
p. 237-251.
13. Ibid., p. 246.
14. Texto de la Pétition á M. le Ministre de llnstruction publique del
11.3.1896, Revue des revues, 1.4.1896. Citado por Nina Catach, p. 242.
15. Boletín Oficial del 1.8.1900, p. 15.
16. Al menos a juzgar por su XII9Congreso, el de 1907, Nina Catach, op.
cit., p. 249.
17. La fórmula es del impresor Protat.
18. Publicados en Pellisson y d’Olivet, Histoire de l\Académie frangaise.
París, Didier, 1858, p. 489-496. Citado según Lothar Wolf, “La normalisation
du langage en France”, en La norme linguistique. Québec, Conseil de la
langue frangaise, París, Le Robert, 1983, p. 114.
19. Prefacio de la 8- edición.
20. “La fuente jurídica de la autoridad en materia de ortografía es el
Estado, organizador de la Enseñanza pública y amo de los exámenes y
concursos que dan acceso a sus empleos”. Sin embargo, la Academia, los
sindicatos de impresores o de editores “detentan una autoridad de hecho con
la cual el Estado o sus representantes deben componer de algún modo” (Paul
Imbs, op. cit., p. 310).
21 . Especialmente en relación con el Conseil international de la langue
frangaise.
22. La opinión pública, por lo demás, ¿debe ser convencida? En 1956, Vie
et Langage había propuesto a sus lectores un texto de V. Hugo escrito en
cuatro ortografías diferentes. Sobre 1725 respuestas, 49 optaban por la
ortografía fonética; 663 por una u otra de las ortografías simplificadas y 1013
por la ortografía actual...

82
5
¿La especificidad de lo escrito es
de orden lingüístico o
discursivo?
Fierre Achard
(In stitu í N ational de la Langue Frangaise)

Resumen
Los recientes intentos de descripción del francés oral en el plano de
la sintaxis (P. Cadiot, C. Blanche-Benveniste, J. Deulofeu, C. Jeanjean...)
ponen de manifiesto las insuficiencias de las descripciones sintácticas
basadas en la intuición de gramaticalidad del lingüista hablante nativo,
especialmente en el hecho de que el “sentimiento lingüístico”relativo a la
frase está sobredeterminado por la práctica normativa focalizada en el uso
escrito. Esta comprobación podría conducir, in extremis, a considerar que
lengua escrita y lengua oral deben distinguirse lingüísticamente, en tanto
dependientes de modelos diferentes,
Por el contrario, partiremos de la hipótesis de que, en cuanto a la
sintaxis, lo escrito y lo oral pertenecen a la m ism a lengua, dentro de la cual
lo escrito debe considerarse como una práctica particular, caracterizable
discursivamente (en la línea de E, Benveniste: las relaciones de tiempo en
el verbo francés. C f también J. Simonin-Grumbach: Pour une typologie
des discoursj. Esto significa que oral y escrito son interpretables en un
espacio de operaciones común, en el cual se situarán las restricciones de
uso propias de lo escrito.
Mostraremos que, en esta perspectiva, lo escrito no se define de modo
categórico, sino sólo tendencialmente. Esto implica que la diferencia entre
escrito y oral es discursiva y no lingüística: no existe regla de pasaje a lo
escrito transversal a las lenguas y las situaciones históricas como tampoco
una lengua exclusivamente escrita. Analizaremos algunas características
de la escritura francesa moderna, mostrando su significación lingüística
y su valor discursivo, así como el valor relativo.
Terminaremos la exposición con un breve análisis del efecto lingüís­
tico de retorno del estatuto discursivo dado a los registros de lo escrito,
especialmente a través de la construcción del estatuto discursivo de la
lengua.

La pregunta inicial de este texto es extremadamente ambi­


ciosa, pues supone que es posible establecer la partición entre lo
83
que es de orden lingüístico y lo que no lo es. Además, utilizamos
no la oposición saussureana lengua/habla, sino la oposición
lengua/discurso, a la manera de G. Guillaume, aunque este au­
tor no goce de la aceptación unánime de los lingüistas. En oca­
sión de esta reflexión sobre la lingüística de la escritura, ten­
dremos que examinar las nociones de lengua, lenguaje, discur­
so, y las polifonías en las que éstas funcionan —y donde las voces
del lingüista y del conceptualizador riguroso no son más que
particiones particulares— más que aportar una respuesta a
nuestra pregunta inicial, que no es meramente retórica.
Mostraremos primero que la diferencia entre escrito y oral
es suficiente para que el problema merezca ser planteado, y que
la práctica de la escritura no es pura y simple transcripción. Por
cierto, las complejidades de la ortografía francesa nos facilitan
las cosas desde este punto de vista, pero podría tratarse sólo de
una diferencia histórica menor. Veremos que muchas otras
divergencias entre el francés escrito y el oral no se dejan reducir
fácilmente.
Este primer examen nos conducirá a considerar la posibi­
lidad de autonomizar ambos usos como dos lenguas diferentes
que comparten el mismo nombre, y es esta situación lo que
calificaremos de diferencia lingüística entre lo escrito y lo oral.
Una posición tal tiene la ventaja de romper con la ingenuidad
de la idea de pura transcripción.
Pero a pesar de las diferencias que existen en los dos
sentidos entre las lenguas escritas y orales, es evidente que
estas dos esferas de práctica del lenguaje no dejan de establecer
relaciones constantes, llevan el mismo nombre, comparten una
gran parte de vocabulario. Es lícito entonces relacionarlas con
una misma norma abstracta, es decir considerarlas como dos
sub-dominios de una misma lengua. Se renuncia entonces a
tratar en términos dialectales las diferencias lingüísticas
identificables. La noción de registro discursivo permitirá des­
cribir estas diferencias.
La reflexión sobre la organización discursiva de la forma­
ción lingüística del francés en términos de escrito y oral y la
evaluación de su papel en la identidad social de la lengua nos
conducirán a algunas consideraciones vinculadas a las relacio­
nes que establecen estos dos aspectos del objeto lengua que son:
la lengua desde el punto de vista de la lingüística y la lengua
como noción social; o, si se prefiere, en términos saussureanos,
la lengua como sistema y la lengua como institución.
84
I - Algunas diferencias entre escrito y oral

Es evidente que los grafemas y los fonemas del francés no


se corresponden. Es inútil discutir sobre este punto, ni sobre el
hecho de que hay diferencias en los dos sentidos: diferencias
gráficas sin diferencia fonológica (métre / maitre, [metro/maes­
tro. Cf. en castellano hasta/asta]) o (con menor frecuencia, por
cierto) diferencias fónicas sin diferencias gráficas (couvent/
couvent [convento/incuban, verbo en 3a persona plural, cuya
desinencia no se pronuncia]). En este nivel, es imposible defen­
der la hipótesis de lo escrito como transcripción de lo oral —al
menos en sincronía. Plantear esta hipótesis en diacronía equi­
valdría a pensar lo escrito y lo oral como dialectos diferentes.
Además, dado que un buen número de rasgos gráficos remiten
a consideraciones etimológicas, habría que considerar el fran­
cés escrito como un dialecto del latín más que del francés.
La interpretación ideográfica permite, sin embargo, aun
reconociendo que lo escrito no es una notación fonológica de lo
oral, ver en lo escrito una cadena segmentada e interpretada en
un nivel superior; lo escrito casi siempre puede leerse en voz
alta sin ambigüedad. Para sostener que la escrita es una lengua
distinta de la oral, debe demostrarse que las diferencias no
atañen sólo al nivel fonológico, sino también al conjunto de los
niveles de articulación.
No faltan argumentos en este sentido. Es evidente que la
morfosintaxis de lo escrito es más prolija que la de lo oral, y
sobre todo más sistemática. A la inversa, las marcas prosódicas
entonativas y acentuales son abundantes en lo oral pero no se
las transcribe. En cuanto a la puntuación, es más la huella de
una estructuración lógica de los enunciados que del esquema
entonacional. Formas de relativos que comportan “lequel” [el
cual] y sus derivados aparecen sólo en lo escrito, mientras que
el empleo de “on” [pronombre sujeto] con el valor de “nous”
[nosotros], casi obligatorio en lo oral, está ausente de lo escrito.
La observación efectiva del francés hablado muestra que
un modelo sintáctico frástico, surgido de lo escrito, es insufi­
ciente para dar cuenta de las diferencias detectadas. Un enun­
ciado como: “le truc que je suis content” [la cosa que estoy
contento], citado por Giacomi (1983) podría ser tratado, en
efecto, en el marco generativo transformacional, como lo señala
este autor, con un borrado del pronombre, pero otros ejemplos
{“c’était un incendie qu’il fallait appeler les pompiers” [era un
85
incendio que había que llamar a los bomberos]) no se prestan a
un tratamiento semejante, y la masa de ejemplos de este tipo
impide tratarlos como fallas en la performance.
Por lo tanto, si en el nivel del vocabulario la distancia entre
escrito y oral no parece ser muy grande, parece irreductible en
la morfosintaxis, así como en el caso de ciertos fenómenos
sintácticos tales como las relativas. La brecha se vuelve abismal
cuando el interés se centra en la organización general de la
cadena significante. En lo escrito, la organización en frases con
su propio modo de cierre y una organización en sintagmas bien
delimitados no es sólo una norma externa. En lo oral, en cambio,
tal organización prácticamente no se observa más que en
circunstancias de escritura oralizada. Para confirmarlo, basta
con retomar los ejemplos de Blanche-Benveniste et al. (1979),
donde se ve estallar completamente el marco de la frase y del
sintagma bien formado —o mejor, manifestar su inadecuación
para describir la oralidad espontánea. Cuanto menos se aíslan
fragmentos orales breves, más se ven aparecer la dependencia
de ciertos conceptos “lingüísticos” respecto de la lengua escrita.
Hay, pues, un interés evidente en abordar el estudio de la
lengua oral sin hacer referencia a una tradición gramatical que,
como su nombre debería indicarlo, se aplica prioritariamente a
10 escrito y, en lingüística, representa un prejuicio más que
experiencia acumulada. Tratar del mismo modo la lengua
escrita, aprovechando el hecho de que los corpus son abundan­
tes y fácilmente accesibles, es tentador. Las dos empresas
llevadas a cabo en paralelo podrían conducir a descripciones
que comporten pocos elementos comunes, y donde las catego-
rizaciones no se superpondrían. Un procedimiento semejante
presupone la autonomía de lo escrito respecto de lo oral, y
viceversa.

11 - Solidaridad lingüística de lo escrito y lo oral

Una de las diferencias entre lo escrito y lo oral, destacada


por numerosos autores, es el uso relativamente frecuente del
“passé simple” [pretérito perfecto simple] en el primer caso y no
en el segundo. Evocar esta diferencia implica hacer referencia a
Emile Benveniste y a la oposición relato/discurso. La diferencia
de uso entre escrito y oral, entonces, no es más que la consecuen­
cia del hecho de que el relato sea actualmente un género
exclusivamente escrito. En ese caso, la diferencia entre escrito
86
y oral no se ubica, pues, entre variedades de una misma lengua
(marcas diferentes para funciones análogas), sino que está
organizada en un sistema único en el cual sólo ciertos textos
escritos reúnen las condiciones de empleo del “passé simple”.
La vía de análisis que abre E. Benveniste fue llevada a una
verdadera culminación por J. Simonin-Grumbach(1975y 1985).
Lo que se cumple para el “passé simple” se cumple también para
el conjunto de las marcas enunciativas, que se organizan según
un pequeño número de sistemas cerrados (personas, tiempos y
aspectos de los verbos, localizaciones, modalidades). Es eviden­
te que allí donde Benveniste, quien considera una sola dimen­
sión, podía hablar de plano de enunciación, es necesario hablar
en términos de tipología cuando se consideran simultáneamen­
te varios sistemas de marcas. Reservaré el término “género
discursivo” para designar un tipo definido por sus característi­
cas enunciativas formales, y el término “registro discursivo”
para un tipo definido —digamos— semánticamente. Así, el
relato histórico en tanto género se definirá por el uso del aoristo
y del sistema de los tiempos que se organiza a partir de éste, por
la exclusión del “yo” y el “tú”, etc.; en tanto que registro, se
definirá como la producción escrita de los historiadores en las
colecciones legítimas para ese tipo de literatura. La coinciden­
cia entre género y registro es problemática y la dinámica de los
desvíos es el fenómeno central por el cual se articulan lo
lingüístico y lo social.
La diferencia entre escrito y oral descansa en los repartos
funcionales de los usos del lenguaje. Esto no excluye a priori que
la diferencia sea “lingüística” en sentido estricto (diferencia de
lenguas). Existen bastantes situaciones plurilingües en el mundo
en las cuales las diferencias de registro y de funcionalidad
implican el cambio de sistema. Pero en el caso del francés, es
obvio que al menos algunas de estas diferencias (empleo del
aoristo, empleo diferencial del pronombre “orc”, empleo diferen­
cial de los deícticos) sólo pueden interpretarse dentro de un
mismo sistema.
En esta perspectiva, lo escrito no constituiría un género
discursivo, sino un registro: es el reparto funcional lo que
guiaría su especificidad; sus correlatos enunciativos son una
consecuencia de aquél. Lo oral en sí no tendría especificidad
real, y sólo tendría esa apariencia en razón de los avatares de
la lingüística.
Por consiguiente, el desarrollo racional de una investiga­
87
ción que parta de cero consistiría en comenzar por una descrip­
ción que ignorara a priori la especificidad de lo escrito, describir
luego estas particularidades tanto en términos de géneros como
por las características distribucionales propias, y examinar las
interpretaciones posibles en términos de registros discursivos
(reparto funcional) de esta especificidad.
Si la investigación no parte de cero, se mantendrá en
perspectiva el postulado de una diferencia discursiva propia de
lo escrito que limita el alcance de ciertas conceptualizaciones
lingüísticas, y que permite reevaluarlas. Así, la noción de frase
está estrechamente ligada a una norma de saturación propia de
lo escrito, pero puede postularse que las operaciones lingüísti­
cas que permiten construirla son de la misma naturaleza que
las que permiten reconocer la clausura de la secuencia oral. Lo
mismo vale para los subsintagmas bien formados: su descrip­
ción es tributaria de ese mismo ideal de completitud vinculado
a la norma de lo escrito, que perturba el “sentimiento del
hablante”, mientras que en lo oral, en su práctica efectiva de
secuencias tales como “...vi las vi las las memos de mi madre...”
(Blanche-Benveniste et al. 1979) no son ni excepcionales ni
reductibles a una serie de fallas: a menudo encontramos en el
resto de la secuencia elementos cuyo inicio son fragmentos no
saturados. Puede considerarse entonces que lo oral y lo escrito
tienen el mismo sistema de saturación del sintagma (que este
modelo es un modelo de lengua), pero que sin embargo no es
lícito tratar las partes no saturadas en el discurso oral como
partes saturadas que habrían sufrido una supresión parcial.
La obligación de que el enunciado escrito sea completo
aparece entonces como obligación discursiva, mientras que el
criterio de completitud será de orden lingüístico y como tal no
dependerá de un tipo particular de discurso. La existencia de tal
obligación permitirá, a la inversa, tratar la incompletitud en lo
escrito como huella de una operación, que según los casos podrá
ser un llamado a un implícito, o la marca de un efecto de
discurso referido que señala un discurso oral.
La lingüística de lo escrito, entonces, no puede llevarse a
cabo de manera enteramente autónoma. En efecto, sería inade­
cuado tratar las unidades gráficas como transcripciones de lo
oral; éstas tienen una distribución propia que permite trabajar
lingüísticamente. El valor ideográfico de la “s” de los plurales
nominales o de la “nt” de los plurales verbales del francés puede
reconocerse independientemente de las pronunciaciones que
reciben estos elementos: se los encuentra también en las
alternancias de tipo *le/les” [el/los] como “zV/i/s” [él/ellos]. En el
plano psicolingüístico, es perfectamente razonable admitir que
un lector avezado los identifique como tales sin referencia a su
vocalización. Pero por otro lado, el análisis de Blanche-Benve-
niste y Chervel (1969) muestra claramente que, gracias a la
distancia existente entre los grafemas de los que se disponía y
la fonología del francés, han podido insertarse los elementos
ideográficos. Del mismo modo, en lo que se refiere a la morfosin-
taxis, si bien es cierto que las marcas del plural, de la conjugación
y a veces del género suelen ser puramente gráficas, son en
general a veces audibles (en posición que permita la liaison o
sobre ciertas palabras de apoyo).
Así, si tomamos una conjugación ordinaria, la del verbo
chanter [cantar]:
je chante tu chantes il chante
nous chantons vous chantez ils chantent
el verbo sólo comporta tres formas vocales para seis formas
gráficas. Pero la “s” de “chantons” y la “t” de “chantent” son
restituibles de manera variable oralmente. De modo similar, la
“z” de “chantez”, que asume la doble función de ser restituible
en la liaison y marcar la presencia del sonido “é”. Hay, entonces,
seis formas estables en lo escrito que corresponden a cuatro
formas variables en lo oral. Ciertos verbos manifiestan cinco
formas de manera categórica, por ejemplo, el verbo avoir [te­
ner]:
j ’ai tu as il a
nous avons vous avez ils ont
Sólo la diferenciación entre la segunda y la tercera persona
del singular es exclusivamente escrita y no corresponde jamás
a una diferencia de pronunciación. Por el contrario, para el
verbo aller [ir], tenemos:
je vais tu vas il va
nous allons vous allez ils vont
Para este verbo, la liaison sobre la segunda persona es
posible oralmente (mientras que puede considerarse imposible
la liaison “tu chantes-z-une chanson” [cantas una canción]), y
contrasta con la tercera persona que soportará la eventual
liaison “errónea” con “t” (“il va-t-á Paris” [va a París]). El
89
sistema de la lengua escrita aparece entonces como diferente al
de la oral en la sistematicidad de las marcas y en el hecho de que
éstas no transcriben directamente las diferencias fónicas, pero
puede explicarse el sistema de las diferencias sobre las cuales
se apoyan a partir de ciertas producciones orales.
En esta perspectiva, podemos retomar la cuestión de la
concordancia del participio pasado; esta concordancia es inau­
dible en la mayoría de las situaciones orales, pero puede ser
vocalizada en el femenino de ciertos participios (unos cincuenta
verbos, algunos de los cuales son muy corrientes). Intuitiva­
mente, el plural de liaison parece imposible. Por supuesto, si
esta concordancia es posible oralmente, no puede serlo más que
bajo una forma variable cuyos elementos sociolingüísticos ha­
brá que tomar en cuenta: la demostración sólo estará completa
si esta concordancia interviene en variantes no controladas y en
locutores que tengan una relación no predominante con lo
escrito. Existen técnicas estadísticas para tal determinación,
pero, dada la rareza del fenómeno, se corre el riesgo de plantear
problemas. Sin embargo, la sorprendente resistencia de esta
norma de lo escrito se explicaría mejor si correspondiera a una
práctica efectiva de lo oral —a riesgo de ver que las reglas
explícitas propuestas por la gramática escolar son inadecua­
das, como lo sugiere un ejemplo que me ha señalado J. Deulofeu:
“Cette petite,je l’ai faite pleurer” [a esa niña la hice llorar].

III - Caracterización discursiva de lo escrito

La organización discursiva de un espacio de lenguaje se


basa en la correlación entre características motivadas en térmi­
nos de géneros discursivos y características, si no arbitrarias,
cuando menos heredadas de una historia en términos de regis­
tros (no jerarquizados de modo unívoco). Un discurso particular
se encuentra siempre en la intersección de varios registros a los
que asegura una articulación particular. Así, por ejemplo, el
registro de lo jurídico asigna a los registros de lo escrito y lo oral
lugares fuertemente diferenciados, y el trayecto que parte de la
ley escrita, pasa por la cita oral en los alegatos y llega a las
minutas y el juicio pronunciado y luego registrado, y cuyo valor
performativo depende de las condiciones del registro, muestra
la complejidad de esta articulación. Caracterizarlo escrito como
registro discursivo es, pues, una empresa delicada en la medida
en que no se debería atribuirle características que serían
90
inducidas por registros discursivos secuenciales, aun cuando
representen usos particularmente frecuentes.
Así, el género relato no es una virtualidad exclusiva de lo
escrito. El uso de lo escrito como forma preferencial casi exclu­
siva del relato histórico (con aoristo en forma de “passé simple”)
no es estructural. Por el contrario, la permanencia material del
texto escrito, que vuelve problemático el uso de la deixis, puede
explicar en parte la afinidad de lo escrito con los valores
suspendidos de los operadores enunciativos —de donde resulta
como un caso particular la afinidad de lo escrito y el relato
histórico y el hecho de que, por lo demás, éste tome la forma del
relato en “passé simple” (aoristo objetivante) o en presente na­
rrativo (interpretable entonces como un mecanismo que implica
al co-enunciador en la situación por identificación imaginaria).
Una característica enunciativa de lo escrito francés con­
temporáneo parece ser la ruptura de la co-enunciación que le es
correlativa. Es posible que esta característica sea generalizable,
pero conviene ser prudente, dado que lo escrito como registro
discursivo constituye una conminación a usos sociales eminen­
temente variables y no reductibles a restricciones de orden
material. Sin embargo, resulta obvio que la relación entre la
enunciación y la co-enunciación no es la misma en lo escrito y lo
oral. Por interrupción, encabalgamiento, recomienzo, regula­
ción del turno de habla, los participantes de una conversación
colaboran activamente en la producción de la forma producida.
Así, la construcción sintáctica de lo oral puede mostrarse in­
diferente al cambio de interlocutor (cf. por ejemplo Blanche-
Benveniste et al 1969 p. 198 ss.) y podría hablarse, más allá de
la noción de co-enunciación, de fenómenos de co-locución. Más
allá de las experiencias surrealistas de “cadáveres exquisitos”,
tales funcionamientos están excluidos en lo escrito, y la co­
enunciación no funciona más que en el nivel de la producción del
sentido. De ello resulta una fuerte disimetrización del “yo” y el
“tú” en las circunstancias donde se los moviliza (esencialmente,
en las cartas), un refuerzo de la correlación entre la primera
persona y el “aquí-ahora”, los cuales ya no son compartidos a
priori por los lugares enunciativos, y una restitución de la
solidaridad de co-enunciación a través de la asunción consen-
sual que permite interpretar fenómenos como el “nosotros” de
autor, la exclusión (reforzada por el discurso normativo) del “o/i”
con valor de nosotros inclusivo estricto, y de un modo general la
atribución de valor aorístico a formas no marcadas de deixis.
91
En el caso del francés, esta tendencia se ve reforzada por
el trabajo de la norma explícita que eleva la analicidad y la
suspensión de la enunciación a la altura de un ideal de lengua.
Tener en cuenta este hecho conduce a reconsiderar el estatuto
respectivo del recomienzo oral y de la tachadura escrita en
términos discursivos y enunciativos: se analiza entonces la
incompletitud ya no como supresión parcial sino como remisión
a la situación (lo cual se manifiesta en lo escrito por el recurso
al implícito, pero también permite interpretar formas como los
títulos, los encabezamientos, etc.), y, por lo tanto, las obligacio­
nes de completitud del sintagma y la clausura frástica como
fenómenos de suspensión de enunciación y de clausura aspectual
de tipo aorístico. En ciertos casos, estos fenómenos pueden
actuar en lo oral, de modo que nos cuidaremos de tratar a priori
el género conferencia como escrito oralizado: para esto, es
necesario además tener en cuenta consideraciones rítmicas
(velocidad de lectura y relación entre sintagmas, pausas y
respiración).

IV - Lo escrito, los dialectos y delim itación de las


lenguas

A pesar de sus profundas diferencias con el francés oral, lo


escrito no puede ser tratado como un dialecto. No sólo no es
autónomo, sino también y sobre todo las diferencias mismas no
pueden interpretarse más que por la referencia a un sistema
englobador. No obstante, debemos plantear aquí el problema de
la definición de un dialecto y, por consiguiente, la delimitación
de las lenguas. Curiosamente, lo escrito desempeña aquí un
papel nada desdeñable.
La terminología de la que disponemos para hablar de
prácticas de lenguaje cercanas pero lingüísticamente diferen-
ciables es todo menos puramente científica. Lenguas empa­
rentadas, dialectos,patois, lenguas vernáculas,pidgins, jergas,
variedades, son todos términos portadores de un juicio social
que el lingüista puede denunciar pero no anular. Lo que
suponen en común es la posibilidad de describirlos como siste­
mas sin hacer referencia a otro sistema englobador que no sea
el lenguaje en general. Hablar de un sistema en términos de
variedad supone que esa descripción autónoma puede ser
abordada más económicamente como desvío respecto de otro
sistema, que puede ser o bien del mismo nivel lógico (y que
92
entonces se plantea como socialmente dominante), o bien de un
nivel lógico más abstracto (lo que supone cierta igualdad social
de las variedades). En abstracto, pueden pensarse todas las
instancias intermedias posibles entre el atomismo, que atribu­
ye un sistema autónomo a cada idiolecto, y el globalismo, que no
ve en el lenguaje más que una serie jerarquizada de dialectos de
una lengua única que sería el lenguaje humano. En la represen­
tación idealizada de la lingüística chomskyana se reconoce el
hablante ideal monolingüe y la gramática universal.
En los hechos, cuando el lingüista comienza a trabajar,
hereda nociones preexistentes que por cierto puede cuestionar
pero que no puede ignorar totalmente. Esta situación no es
original, y la historia de las ciencias está llena de ejemplos de
nociones del sentido común que el trabajo teórico ha ido modi­
ficando: de la noción de materia se ha pasado a la conceptua-
lización de la masa, que a su vez ha sufrido el doble cuestiona-
miento de la relatividad (masa—>energía) y de la mecánica
ondulatoria (dualidad onda/partícula). La diferencia, esencial,
es que las lenguas son efectivamente reguladas por las prácti­
cas epilingüísticas y metalingüísticas de los hablantes, y que
las nociones de sentido común sobre el objeto forman parte del
objeto.
En la selección del nivel de abstracción en el que se lo
induce a trabajar, el lingüista debe, pues, tener en cuenta las
delimitaciones sociales que predeterminan su objeto. Ahora
bien, éste está tanto mejor delimitado cuanto más desarrollada
está la práctica normativa de la que es objeto. La experiencia
general (no limitada al francés) es que la existencia de un
registro escrito se presta a una intensificación de estas prácti­
cas y a un desplazamiento de lo epilingüístico (práctica de la
corrección) a lo metalingüístico (explicitación de elementos
teóricos sobre lo que caracteriza a la lengua). Que estos elemen­
tos teóricos sean insatisfactorios en el plano descriptivo no
impide que construyan en el plano imaginario una sólida
identidad que llega a abarcar las prácticas orales, en puntos
eventualmente menores desde la perspectiva del sistema for­
mal, pero que desempeñan un papel que podría describirse con
la metáfora de un campo de atracción centrípeto. Y esto se basa
a su vez en el hecho de que lo escrito, por alejado que esté de una
transcripción de lo oral, se apoya en una misma disposición de
los operadores lingüísticos abstractos. Por lo tanto, si la teoría
de la lengua que se materializa en forma de escritura debe
93
rechazarse como teoría lingüística per se, debe incorporársela,
en cambio, en tanto soporte (entre otros) de ese componente
regulador que forma parte integrante de toda actividad de
lenguaje. La ingenuidad de una lingüística que describa única­
mente las prácticas orales es por cierto más sofisticada que la
que se centra únicamente en lo escrito, pero no es menos
cuestionable en el caso de lenguas cuya estabilización social
pasa por la referencia privilegiada a lo escrito. En consecuencia,
no hay por un lado una práctica oral de la lengua, cuyo estudio
le permitiría a la lingüística constituirse sobre el modelo de las
ciencias naturales y, por el otro, una práctica normativa que
sería interior a ella y que por ende dependería del habla. Y si las
prácticas normativas —que dependen manifiestamente de lo
discursivo— tienen una incidencia sobre la delimitación de las
lenguas, queda claro entonces que no es posible jerarquizar
lengua y discurso de manera unívoca.
Nos hemos limitado a hablar del francés. Las consideracio­
nes precedentes nos incitan a terminar señalando que el discur­
so normativo en el que se constituye una lengua invade otras
lenguas: recuérdese simplemente que las primeras gramáticas
del francés estaban escritas en latín. Lo escrito mismo como
registro discursivo tiene cierta unidad translingüística, cuyos
desafíos son particularmente notorios en las situaciones —a
menudo plurilingües— en las que se trata de escribir una nueva
lengua. La delimitación entre lo lingüístico y lo discursivo no es
realista sino conceptual, y sólo puede trazarse siguiendo los
trayectos de sus relaciones mutuas.

Referencias bibliográficas

Benveniste, E.: Problémes de linguistique genérale. París, Gallimard,


1966. [Versión castellana: Problemas de lingüística general. México, Siglo
XXI, 1982.]
Blanche-Benveniste, C. y Chervel, A.: L ’orthographe. París, Maspero,
1969.
Blanche-Benveniste, C., Borel, B., Deulofeu, J., Durand, J., Giacomi, A.,
Loufrani, C., Meziane, B., Pazery, N.: “Des grilles pour le frangais parlé”,
Recherches sur le frangais parlé n 9 2, febrero 1979.
Giacomi, A.: “Les illusions d’un ‘ordre génératif dans les sciences du
langage”, Langage et Société n 925, septiembre 1985.
Guillaume, G.: Langage et sciences du langage. París, Nizet y Laval,
Presses de l'Université, 1964.
Simonin-Grumbach, J.: “Pour une typologie des discours”, en Kristeva,

94
J., Milner, J.-C., Ruwet, N.: Langue, discours, société (pour E. Benveniste).
París, Seuil, 1975.
Simonin, J.: “Les repérages énonciatifs dans les textes de presse”, La
langue au ras du texte. Lille, Presses Universitaires de Lille, 1984.

Discusión

S. B attestini: Marcados como estamos por lo francés, por el problema de la


ortografía del francés, temo que nos alejemos del objetivo de este coloquio, que
es la teoría de la escritura en general, una teoría que debe apuntar a lo
universal. Temo que caigamos en la trampa en la que cayó Chomsky con la
sintaxis inglesa y el generativismo, que ha sido impropio, por ejemplo, para
dar cuenta de la lengua esquimal. Me pregunto si no se podría ampliar, salir
de lo francés para mirar hacia otra parte, crear completamente un nuevo
sistema.
P . A chard : Elchino escrito regula la diferencia de dialectos dentro del chino
oral de una forma muy distinta del francés escrito. Efectivamente, no hay que
encerrarse en una situación única para hacer de ella un modelo general de la
lingüística de lo escrito. Por lo demás, pienso que no se puede hacer de entrada
un estudio científico de lo escrito en general sin anclarlo en las situaciones
concretas, históricas y culturales en las que funciona lo escrito. Y quiero
agregar que el ejemplo de la lengua nativa del lingüista, si bien es evidente­
mente insuficiente para establecer proposiciones generales, es un buen
terreno para poner a prueba y eventualmente refutar generalizaciones que se
apoyan en material comparativo, necesariamente tratado de manera menos
profunda.
N. C atach : Por cierto, no debe hacerse una descripción general a partir de un
sistema particular, pero tampoco hacer descripción general fuera de conoci­
mientos comparativos serios. Evidentemente, ambos deben completarse. Si
queremos examinar las relaciones entre los dos medios, el oral y el escrito,
vemos que a pesar de todo hay muchas soluciones intermedias relativas entre
los sistemas de escritura. Si salimos de nuestras fronteras, y se consideran los
aproximadamente 25 grandes tipos de escrituras que existen en el mundo,
debemos recurrir a lo que yo llamo el modelo de las “cuatro soluciones”, que
tampoco son limitativas (es decir, que no llegan a agotar el panorama). Las
cuatro soluciones son polos, que luego pueden modelizarse a voluntad. Lo que
yo llamo las cuatro soluciones es que, de hecho, si se piensa en períodos
históricos, en situaciones históricas dadas, podemos tener varios tipos de
situaciones, entre otras: 1 . un tipo de escritura que sería verdaderamente sólo
un cambio de sustancia con lo oral; esto puede producirse en escrituras muy
recientes, como la del turco, por ejemplo; 2. una solución que comprendería,
respecto de lo oral, diferencias suficientemente importantes para ser conside­
radas cambios o desvíos de forma de la expresión, como en el italiano o el
español; 3. podemos tener una solución mixta —las cuatro soluciones suelen
estar mezcladas— donde se encontrarían en el mismo nivel signos de la Ia y
la 2- articulación, o signos polivalentes, que serían a la vez de una u otra

95
solución; 4. podemos tener también, y es la cuarta solución, lenguas
transnacionales, internacionales, como el latín en la Edad Media, el árabe
escrito actual, etc. y muchas otras, como la escritura china, que corresponde
en lo oral a 60 lenguas o dialectos. Por lo tanto, pienso que hay que ser muy
flexible; la escritura es algo extremadamente plástico, que no hay que
encerrar. Dicho esto, lo que se ha expuesto esta mañana, a propósito del
francés y de la mayoría de las lenguas europeas, sigue siendo verdadero. Los
sistemas de escritura no se dan como un todo; pueden y deben evolucionar.
S. B.: ¿Estas situaciones concretas y reales no nos impiden llegar a una
solución que sería tal vez un poco más general?
P. A.: Nuestro trabajo de científicos consiste en encontrar las generalizacio­
nes pertinentes, pero, desde cierto punto de vista, se debe partir de la
experiencia.
F. C oulm as: ¿Conoce usted una definición de la frase que sea mejor que: una
colección de palabras entre dos puntos? ¿O una definición de la palabra mejor
que: colección de letras entre dos espacios?
P. A.: No, En cambio, tengo la impresión de que la existencia de la frase y la
palabra en lo escrito, en nuestra formación discursiva, tiene repercusiones en
la epilingüística del sujeto hablante.
F. C.: ¿Es decir que la lingüística de la lengua hablada no existe, o no existe
todavía?
P. A.: No es forzosamente tributaria de unidades como la frase o la palabra;
hay otras formas de segmentar que no son en frases o en palabras. El período,
que era la unidad referida por la retórica clásica, está más cerca de la
segmentación de lo oral. Pero mi posición no es defender lingüísticas separa­
das de lo oral y lo escrito. Lo que pretendo es que la lingüística comience a
desligarse de la teoría espontánea de lo escrito como transcripción de lo oral
y a poder pensar las lenguas desde un punto de vista no reductor en este
respecto.
F. C.: Para Saussure, la frase no era una noción de la lengua, sino del habla;
sin embargo, en la teoría lingüística cotidiana, la frase está en el centro de la
competencia.
P. A.: Sí, por ejemplo, en las preocupaciones enumerativas y combinatorias
de la lingüística chomskyana, que tiene méritos efectivos, pero que, a mi
criterio, es finalmente una lingüística de lo escrito.

96
6
En busca de la distinción
oral-escrito
Josette Rey-Debove
(U niversidad de París V II - Diccionarios Le Robert)

Resumen
Consideraremos aquí lo oral y lo escrito haciendo abstracción de los
orígenes del lenguaje y de las situaciones de aprendizaje, con un punto de
vista funcionalista y semiótico. Lo escrito no significa lo oral pero, como
éste, da acceso directo al contenido y a lo referencial. Lo que significa la
palabra oral es la palabra fonética, y lo que significa la palabra escrita es
la palabra deletreada: ambas son metalingüísticas. La distinción entre
escrito y oral no debería reducirse a la de las sustancias de la expresión;
la situación de habla y la situación de escritura son irreductibles no
solamente porque hay muchas otras diferencias, sino porque el pasaje
constante de un sistema al otro borra lo esencial de las diferencias.
Estudiam os los productos de la transcodificación: lo transcripto y lo
oralizado, y nos centramos en la observación de lo que no ha podido pasar
directamente de un sistema al otro, como “resto” que requiere una adap­
tación en el nivel del contenido. Ese resto constituye lo esencial de la
distinción entre escrito y oral.

Tipografía

Como este artículo trata a la vez sobre la lengua oral y la


escrita, se representarán las unidades orales de las que se habla
mediante su notación fonética entre corchetes;y cuando se hable
de la notación fonética de una unidad oral, se pondrán corchetes
dobles (lenguaje terciario).

I - Niveles de com paración

La comparación de una lengua hablada y de la misma


lengua escrita puede llevarse a cabo en varios niveles.
1) En el nivel de la sustancia de la expresión, considerando
97
solamente la letra y el sonido en correspondencia; hay entonces
dos comparaciones diferentes jerarquizadas: a) la de las sustan­
cias idiolectales que integran rasgos extralingüísticos (vocales,
o escritúrales en la escritura manuscrita personal); b) la de las
sustancias dialectales que dependen de la norma lingüística
(articulación, grafismo, como la [r] parisina, la r manuscrita de
los anglófonos).
2) En el nivel de la forma de la expresión, considerando los
signos escritos y sus correspondientes hablados; es allí donde se
sitúa la diferencia entre la forma del fonema y la del grafema,
([dwa] y doigt [dedo]), a veces con aplastamiento fónico ([ja] y il
y a [hay]), también la diferencia entre los morfemas orales y los
morfemogramas ([il paRte], ils partaient [ellos partían]), igual­
mente la diferencia entre la prosodia y la puntuación. Es
también en ese nivel donde se habla de las faltas de pronuncia­
ción y de ortografía, de la influencia del sistema fónico sobre el
sistema gráfico ([ro sbif] -» rosbif) y viceversa (faisant —>[fezá]),
en la evolución de la lengua.
3) En el nivel de la forma del contenido, considerando una
unidad significante oral y una unidad significante escrita que
son sinónimos (répugnant -» dégueulasse [degcelas] {repugnan­
te —>[askeroso]} —Tu n’es pas fou? -» fes pas dingue [tepadgg]
{¿estás loco? - » [¿’tasciflado?]} - Mon pére veut te voir —>Ya mon
pére y vent t’voir [jamopeRÍv0tvwaR] {Mi padre quiere verte ->
[papatekierever]}). Se habla entonces a menudo de niveles de
lengua.
4) En el nivel de la sustancia del contenido, en pragmática,
para correspondencias entre situaciones de oralidad y situacio­
nes de escritura; escrito: croyez á l’expression de ma haute
considération [saludo a usted con mi mayor consideración];
oral: je suis tres honoré d’avoirpu vous rencontrer (?) [me honra
conocerlo], etc.

II - La diferencia mínima: sustancia y forma de la


expresión

Se considerará la diferencia más evidente, desechando


todo lo que pueda distinguir de otro modo lo hablado de lo
escrito. Se tomará en cuenta la transcodificación “simple” de un
enunciado de un sistema a otro, en condiciones iguales. La
expresión “transcodificación simple” designa una operación
compleja en grafemología; con “simple” se quiere decir que se
98
descartan los niveles 3 y 4 donde están implicadas diferencias
de contenido, y que entran en la noción corriente de lengua
hablada. La transcodificación es natural, y corresponde a la
competencia lingüística del usuario que conoce su lengua.
Es en este nivel de la expresión donde deben situarse las
discusiones sobre la situación derivada de lo escrito respecto de
lo oral y donde, por mi parte, reivindicaré la independencia
semiótica de los sistemas actuales respecto del contenido que
vehiculizan en discurso (sin excluir, evidentemente, relaciones
más o menos estrechas entre sistemas según los tipos de len­
gua). Esta opinión está representada en el esquema 2. (La flecha
punteada indica la influencia de un sistema sobre el otro).
referencial referencial

1,
oral l e l
M---------
1| í1 '|'
1. ¡escrito^ 2. - -------- >.

-1- -2-

La posterioridad de lo escrito respecto de lo oral ha hecho


decir que lo escrito significaba lo oral (Agustín); dicho de otro
modo, que los signos del discurso escrito significaban los del
discurso hablado. Esto es imposible porque entonces el discurso
escrito sería metalingüístico, y habría que pasar por la expre­
sión oral para tener acceso al contenido de lo escrito. Sea la
fórmula E(C) del signo, el índice 1 para el signo hablado, el
índice 2 para el signo en escritura natural ([dwal y doigt); el
signo hablado tendría por fórmula E ^C J, el signo escrito
E2(E1(C1), y E2(C2) no tendría existencia. Además, C2 se encon­
traría completamente asimilado a C1? mientras que en muchas
lenguas alfabéticas, lo oral y lo escrito correspondiente tienen
significaciones algo diferentes, o en todo caso ambigüedades
específicas (homófonos, homógrafos).
La prioridad de uno de estos dos sistemas es fortuita y
depende solamente del orden de aprendizaje que se manifiesta
en competencias desiguales para lo oral y lo escrito; así, en el
aprendizaje escolar (sobre todo libresco) de una lengua extran­
jera, en cambio, lo que menudo sólo puede decodificarse pasan­
do por lo escrito es la palabra oral.
99
La lengua llamada “materna” deja de ser en principio oral
cuando se accede, mediante la lectura, a palabras nuevas cuya
pronunciación se ignora. La lectura, que amplía el universo
muy restringido del habla, construye nuestra competencia
léxica.
Es evidente que, para liberarse de la interpretación de una
prioridad de lo oral o lo escrito, no deben tenerse en cuenta ni
los orígenes del lenguaje ni la situación de aprendizaje y de
competencia, y considerar en cambio sólo el funcionamiento
actual del usuario medio que sabe hablar (y escuchar), que sabe
escribir (y leer). Hoy en día, tanto lo escrito como lo oral dan
acceso al contenido, para la persona que conoce la lengua
(globalmente, ya que a menudo se olvida que el adulto que lee
mal es también el que habla mal).
Y, volviendo a la noción agustiniana de “signo de signo”, si
existe un signo gráfico de la palabra oral, es su notación
fonética, índice 2': [[dwa]] significa la palabra sonora correspon­
diente [dwa], según la fórmula E2.(E1(C1)). La palabra fonética
es metalingüística, pues no se la emplea en la escritura para
hablar de otra cosa que no sea el lenguaje (sin embargo, este
estatuto podría tambalear según el uso que se haga de él, si se
convirtiera en escritura natural; en el otro sistema se dice
[eninisefini] (n, i, ni, c’est finí) o [enjem] (éniéme) [enésimo], sin
evocar las siglas, que son un caso similar de otra naturaleza).
Puede decirse que el carácter fonético es el nombre gráfico del
fonema (1 [[o ]] de nous courons [nukuRo] como la letra deletrea­
da es el nombre fónico del grafema o de la letra [I0 se do ] nous
courons {[laesede] nosotros corremos]}; [lo oen do] nous cou­
rons {[laoenede] nosotros corremos}. Deletreo y notación son
metalingüísticos (cf. más abajo, 4). Estos nombres son más o
menos icónicos, pero algunos son distintos de la unidad desig­
nada; deletreo: [lo a* d o ]haricot {[laace de]haba}, notación: le
schwa de [mono].
Saussure (CLG, VI, 2) tiene una postura más moderada (o
más imprecisa) que Agustín: el sistema gráfico “representa” el
sistema fónico, es su “imagen”; la explicación es ejemplificada
por la “fotografía” de un rostro respecto del “rostro”, es decir por
una representación icónica (dentro de un mismo sistema
semiótico, en este caso visual); ahora bien, el pasaje de lo oral
a lo escrito no es icónico. Y si se trata de representación no
icónica, el isomorfismo entre los dos sistemas (relación biunívoca
entre los grafemas de la “palabra escrita” y los fonemas de la
100
“palabra hablada”) es demasiado aleatorio para “representar”
lo oral, sobre todo en el caso del francés.

1 - Asimetría en la neutralización

La lengua escrita, cuyas realizaciones escapan al tiempo y


las distancias, está más alejada que la lengua oral de la
situación de producción: está despersonalizada en su expresión
(pero ratificada en su contenido). Históricamente, la escritura
personal es neutralizada primero por la de los escribas, luego el
texto impreso y dactilografiado. Actualmente, en la vida social,
no queda prácticamente nada personal más que la firma,
también amenazada (tarjetas magnéticas), o la carta manuscri­
ta destinada a los grafólogos, para identificar o caracterizar al
escritor. El manuscrito no neutralizado se convierte incluso en
un documento íntimo y algo peligroso.
La lengua hablada permanece ligada a su productor: se la
puede captar, grabar, difundir, sin que por ello resulte neutra­
lizada. Esta expresión personal no es estudiada como la escri­
tura por el grafólogo, y su carácter íntimo es normal en socie­
dad. Por otra parte, no hay ningún remedio para el habla
incomprensible (timbre, defectos de pronunciación, acento,
velocidad, etc.) mientras que la neutralización evita la escritura
indescifrable. No es posible comparar la intervención de los
escribas en los manuscritos con la de los profesionales de la
radio o la televisión, dado que éstos no neutralizan el discurso
oral de otro al hablar, salvo cuando lo citan; por lo general, su
fuente es escrita. Del mismo modo, el habla sintética, lograda
hace poco tiempo, no debería compararse a la imprenta, y
permanece ligada a la robótica. Por el contrario, el robot que
reconoce el habla personal representa un nuevo sistema de
protección y seguridad.
En conclusión, el habla se presenta con todos los rasgos
extralingüísticos vinculados a una producción personalizada;
por el contrario, la escritura suele ser neutralizada y pierde los
caracteres extralingüísticos de su producción, sin que se pierda
por ello el origen del texto. El autor ausente se hace presente a
través del lenguaje (su nombre está escrito), mientras que el
hablante no suele declinar su identidad, porque está presente
de manera efectiva y/o es conocido y reconocido necesariamente
por algunos (\Hola! ¡Soy yo!).

101
2 - A sim etría en la relación con los paralenguajes

El mensaje manuscrito se encuentra normalmente asocia­


do y mezclado con el dibujo en el canal visual; y el mensaje
impreso, asociado y mezclado con la imagen. Dibujo e imagen
son sistemas figurativos referenciales que pueden servir de
paralenguaje. En cambio, en el canal sonoro, la lengua hablada
se encuentra asociada a la música, sistema semiótico no
referencial que no podría constituir un paralenguaje. El para-
lenguaje de lo oral es la gestualidad (gestos, suspiros, mímicas,
etc.), pero éste se manifiesta sólo in situ. Toda habla difundida
se separa de su paralenguaje. El sistema oral no alcanza su
completitud más que en la presencia perceptible del productor
de habla (de allí el visiófono, teléfono con pantalla). Mientras
que el texto, ilustrado o no ad libitum, se basta por sí mismo, el
habla total requiere la presencia perceptible de su autor,
fenómeno de otra naturaleza. Y esto excluye no sólo la palabra
difundida (teléfono, radio) sino también el habla cuyo productor
presente está oculto (diálogo de un cuarto al otro, etc.). La
presencia efectiva del locutor al alcance de la voz es no pertinen­
te; lo que es pertinente es verlo aunque esté ausente. De hecho,
lo que parece ser simétrico de la escritura es el habla dicha en
la pantalla (cine, televisión), en una sociedad donde se difunden
tanto habla como escritura.

III - Transcodificación de un sistema a otro

Un mismo enunciado en una lengua dada es o bien oral, o


bien escrito; es posible también hacerlo pasar de lo oral a lo
escrito y viceversa. En el caso de esta transcodificación, la
sustancia y la forma de la expresión de un sistema son reem­
plazadas por la sustancia y la forma de la expresión de otro
sistema (intercambio de [dwa] y doigt, por ejemplo). Pero la
sustancia y la forma del contenido de un sistema son transpor­
tadas tal cual al otro sistema (por ejemplo la sintaxis, las
palabras, los niveles de lengua), de tal modo que la lengua
vuelve a encontrar prácticamente su unidad, si se excluye
solamente el aspecto sonoro o gráfico. La “lengua hablada” y la
“lengua escrita” tienen sin embargo cada una su personalidad
y presentan diferencias en todos los niveles de estratificación
del signo. A través de la transcodificación, estas diferencias se
reducen a su mínimo, y las nociones de lengua hablada y lengua
102
escrita se interpenetran. Así, lo que se da como lenguaje
hablado, en un diccionario (por ej. Vespas dingue?) es forzosa­
mente escrito, y a menudo aparece apoyado con una cita de un
texto.
Por lo tanto, nos encontramos en presencia de cuatro
sistemas de discurso, y ya no de dos: 1) el lenguaje hablado,
directamente codificado por el hablante; 2) el lenguaje escri­
to, directamente codificado por el escritor; 3) el lenguaje
oralizado o discurso escrito que es hablado (como en la lectura
en voz alta); 4) el lenguaje transcripto o discurso hablado que
es escrito (como en el tomar notas).
La transcodificación natural tiene una norma un poco
flotante, en la medida en que es imposible una correspondencia
exacta y que las convenciones casi no se conocen. Para la
transcodificación de lo oral a lo escrito, el transcriptor se
aproxima a lo escrito, a falta de norma para lo oral: si oye [ja],
escribe más bien il y a [hay] y no ya, así como escribe ils sont
partis [ellos han partido] cuando oye [ilsopaRti]. Sin embargo,
los textos están cada vez más invadidos por signos que no
pertenecen al lenguaje escrito (ya, i, etc., sílabas separadas in-
des-truc-ti-ble, letras agrandadas para representar el volumen
sonoro, letras temblorosas para figurar la emoción, etc.). No es
sino un continuo, y cada escritor o hablante puede hacer sus
oralizaciones y sus transcripciones personales, como Queneau,
que escribía Doukipudonktan [kienapestasí] en una sola pala­
bra, y Jacques Chirac, cuando dice [ilsot aveknu] según la
escritura ils sont avec nous [ellos están con nosotros], donde la
t está del lado del verbo y no en liaison con la preposición. Es
entre los escritores donde la transcodificación tiende al máximo
hacia la notación fiel; Balzac “escribía” los acentos de sus
personajes, lo que vuelve extremadamente dificultosa la lectu­
ra. Esta transcripción que sobrepasa la norma parece ser uno de
los rasgos de la literariedad.
El dictado tiene un estatuto especial, puesto que es un
enunciado oral cuya transcripción responde al pedido impera­
tivo del hablante. Por eso, el enunciado oral debe facilitar la
transcripción (tener un carácter pretranscripto), en especial
a través de indicaciones metalingüísticas orales que correspon­
den a la iniciativa de quien dicta: al menos la puesta en página,
la puntuación, a veces ciertas grafías deletreadas, etc. El
dictado fantástico de Topaze que dice [demutos] [con la s de
plural pronunciada, en tanto que en francés oral no existe tal
103
pronunciación al final de palabra, T.] ignora hábilmente un
metalenguaje estrictamente prohibido por la situación escolar
[demutoavekóenes] [ovejas con una ese]. Como los dictados
escolares son casi siempre oralización de un texto leído por el
maestro, el metalenguaje referido a lo escrito ya está dado. Lo
que correspondería al dictado, del lado de lo oral, sería una
demanda imperativa de oralización, como el ejercicio de
lectura; sin embargo, la asimetría es evidente, pues el texto a
oralizar informa mucho menos sobre la oralización (sobre todo
la puntuación) y, forzosamente, no es preoralizado; si el
maestro quiere facilitar la oralización, su metalenguaje es oral:
[no pa aRge / aitgqe] [no argüir / argüir]. O entonces, debe
escribir él mismo un texto preoralizado.
Esencialmente, es en el nivel de la sustancia y la forma del
contenido donde se produce la neutralización de la oposición
oral/escrito. Ahora bien, existe actualmente una difusión tal de
mensajes lingüísticos y una flexibilidad tal de pasaje de un
sistema a otro, que la mayoría de los textos que leemos y los
enunciados que oímos no pertenecen ni al lenguaje escrito, ni al
lenguaje hablado. La percepción que se tiene del locutor que
habla o del escritor que escribe no es siquiera un punto de
referencia suficiente para distinguir el lenguaje hablado de lo
oralizado, y el lenguaje escrito de lo transcripto; porque no se
sabe nada de lo que hay en la memoria del productor y de todo
lo que es previo a la producción: ¿el presidente escribió su
discurso —o alguna otra persona— antes de decirlo? ¿El autor
de un artículo dejó publicar una conferencia improvisada sin
revisar el texto? Se observará aún cierta asimetría en esta
situación ya que, temporalmente, la oralización de un texto es
fácil, en tanto que la transcripción de la palabra hablada, sobre
todo de la propia, plantea numerosos problemas: no se la puede
restituir exactamente, y es necesario el relevo artificial de la
grabación. Por lo demás, la lectura en voz alta no tiene verda­
deramente su equivalente en la transcripción inmediata de lo
oral, que en general debe hacerse en una escritura subrogada
abreviativa (estenografía, etc.).

IV - Transcodificación, adaptación, notación,


asimilación

La sustancia de la expresión y la forma que es solidaria de


ella no son, pues, suficientes para definir la lengua hablada y la
104
lengua escrita, debido a la transformación automática de la
expresión.
Hay que hacer la diferencia entre la transcodificación de
un sistema a otro, que da lugar a lo oralizado y lo transcripto,
y la adaptación que, a igual significación, cambia la forma del
contenido (especialmente las palabras), e intenta preservar la
personalidad de los dos sistemas (■adaptación es en este caso
una metáfora de la adaptación musical de una partitura a un
instrumento). La adaptación se practica con frecuencia (confe­
renciante que dice su texto de otro modo, periodista que corrige
una entrevista), y en este nivel de la sustancia del contenido, se
pierde la huella del sistema inicial. Por otra parte, la adapta­
ción, muy a menudo, no pone enjuego dos sistemas, salvo en la
mente de quien realiza la adaptación; el escritor concibe direc­
tamente para lo escrito lo que en su libro debe representar lo
oral, y el poeta concibe lo que escribe directamente para lo oral,
con algunas excepciones (caligramas de Apollinaire, etc.).
Hay que distinguir también la transcodificación de la
notación, que constituye una lengua artificial y un metalenguaje
(cf.supra, 2). La palabra fonética (escrita) significa una palabra
oral: [[kRapo]] significa [kRapo] [sapo]; y la palabra deletreada
o grafética (oral) significa la palabra escrita [seeRapeaydees]
significa crapauds {[eseapeoese] significa sapos). Hay
isomorfismo metalingüístico entre significante gráfico y signi­
ficado oral, y viceversa. Las notaciones fonética y grafética no
son simétricas más que si se admite que cada carácter fonético
es en sí mismo un signo de la primera articulación en la palabra
fonética, como el nombre de la letra (que constituye una entrada
de diccionario, y que puede ser un integrante de frase: “Agregue
una s a crapaud). En el diccionario, no debe olvidarse que una
e n tra d a como crapaud se lee: la p alab ra c ra p a u d ,
C.R.A.P.A.U.D.” (u oralizado [seeRapeayde]); los nombres de las
letras pertenecen al significado de la entrada.
Si el isomorfismo no es metalingüístico, se produce la
asimilación, y se llega a formas inexistentes: crapauds se
pronuncia * [kRapayts] y [kRapo] se escribe * crapo (“se escribe
como se pronuncia”). Pero la lexicalización es posible (cf. el
verbo crapahuter). Es en esta zona aléxica de formas inexis­
tentes donde se sitúan lo pretranscripto (los [mutos] de
Topaze) y lo preoralizado, mucho más difícil de manejar (por
ejemplo arg/uer donde la barra oblicua disloca el grafemagu).

105
V - La búsqueda de huellas de la transcripción y
la oralización

Podría decirse que lo transcripto y lo oralizado que conser­


van las huellas del sistema del que derivan significan ese
sistema, como connotación que se añade al sentido denotativo.
El diálogo escrito connota lo oral, el discurso de recepción en la
Academia Francesa connota lo escrito. A menudo se ha propues­
to que había una sintaxis de lo oral y otra de lo escrito, y también
un léxico paralelamente diversificado, que constituirían esen­
cialmente niveles de lengua diferentes (cuidado/relajado, culto/
familiar, correcto/incorrecto, etc.).
Estas oposiciones no sólo se fundan asimétricamente sobre
lo escrito como norma, sino también dejan de lado todas las
situaciones donde lo escrito es familiar y lo oral culto, aun
cuando no se haya producido ninguna transcodificación. Existe
de hecho un lenguaje “elaborado” (Nina Catach) y un lenguaje
relajado, en lo escrito y lo oral; en ese campo se puede hablar
incluso de un continuum, que atraviesa a la vez lo escrito y lo
hablado. Estos representan ya sea un síntoma del dominio más
o menos bueno de la norma escrita ligada a la cultura, ya sea
una situación de comunicación más o menos restrictiva, y a
veces hábitos idiolectales más o menos fijos (algunas personas
no disponen del habla familiar). Estos tres factores esenciales,
que pueden combinarse, no facilitan la interpretación del nivel
de lengua, ni en lo oral ni en lo escrito.
Por lo tanto, es deseable hallar los rasgos lingüísticos de lo
escrito y lo oral que no son comunes, y que no se deben tampoco
a la transcodificación. Al parecer, esa zona es bastante estrecha,
y se manifiesta esencialmente por la necesidad de la adaptación
para restituir el sentido allí donde falla la transcodificación.

1 - La tipología de los discursos

Sería cómodo que una tipología de los discursos naturales


señale ciertos modos de expresión como pertenecientes exclusi­
vamente a la lengua escrita o hablada. Yo no sé si se ha realizado
tal trabajo. Pero enseguida se piensa en el diálogo, modelo más
típico de lo oral, que no tiene equivalente en lo escrito: ni la
correspondencia familiar, ni siquiera el modo conversacional en
pantalla, puesto que el diálogo implica la posibilidad de inte­
rrumpir en cualquier momento el mensaje del otro y cubrirlo con
106
el propio: es también una lucha por tomar la palabra sobre el
mismo canal. Pero el diálogo en sí es tratado como los demás
modos de expresión: los diálogos pueden ser escritos previamen­
te antes de ser dichos (teatro, cine, radio, televisión), o escritos
como hablas referidas (novelas); nos encontramos entonces en el
terreno de lo oralizado. A la inversa, es posible transcribir
diálogos verdaderos con cierta fidelidad (interrupciones, cortes,
etc.); pero también en ese caso todo puede simularse, incluso,
algún día tal vez, la acumulación de hablas en un mismo punto
de la cadena escrita (superposición de dos ejes sintácticos).
En el diálogo, también, funciona lo incognoscible de la
memoria; ciertos diálogos captados en su situación de produc­
ción no poseen ni el carácter espontáneo, ni el intercambio de
informaciones que deberían caracterizarlos (falsa conversación
en forma de dos monólogos, falsos diálogos oficiales en lenguaje
estereotipado donde el contenido está impuesto previamente,
falsos diálogos preparados con anticipación, etc.); esto nos
conduce a buscar otros criterios.

2 - Contenido repetido, comprimido, añadido

El mensaje oral, a causa de los ruidos del canal, de la


distracción del oyente y de la débil capacidad de su “memoria de
trabajo”, es mucho más redundante que lo escrito (no entraré en
el detalle de este vasto tema, que es bien conocido).
Por otra parte, existen signos gráficos que en el medio oral
requieren una adaptación en forma de glosas, por ejemplo los
paréntesis, los dos puntos, las comillas, los subrayados
autonímicos. Estos signos no pueden ser asimilados a signos de
puntuación, y no tienen equivalentes prosódicos; que signi­
fica por lo tanto, así, por ejemplo; “()”, que significa por ejemplo,
también llamado, que viene de, que se encuentra en..., que es...,
que vale... y muchos otros; las bastardillas o las comillas
también deben ser glosadas, una palabra X en bastardillas se
lee [lapalabraekis], etc. Además, lo escrito contiene signos que
no pertenecen al lenguaje (=, etc.) que deben traducirse
claramente. Lo oralizado podría reconocerse en una débil re­
dundancia y una compresión anormal, ambigua, incluso
opacificante del contenido. Lo transcripto podría reconocerse en
una redundancia y repeticiones inútiles, a falta de los signos
económicos que acabamos de mencionar.
Finalmente, la mención del contenido vehiculizado por los
107
paralenguajes es un signo de adaptación, ya que ciertos enun­
ciados no adquieren su completitud sino con la ayuda de
paralenguajes (ya sea en contrapunto, ya en alternancia). A
falta de esta adaptación, se reconocería lo oralizado y lo
transcripto, vueltos incomprensibles.

3 - Sintaxis cuerda o loca

El habla se produce en una sucesión temporal que exige,


para la sintaxis, un gran esfuerzo de memorización. La mayoría
de las largas frases espontáneas tienen una sintaxis defectuosa
desde el punto de vista de lo escrito, que preferimos llamar loca
porque el autor pierde su dominio, aunque sepa expresarse
bien. Un discurso oral improvisado suele ser un conjunto de
subordinaciones incompletas donde el hilo sintáctico se rompe
y el contenido se aborta. En lo escrito, el problema no se plantea,
puesto que el texto es intemporal, y porque siempre se puede
reemplazar una frase por otra, a posteriori. Las huellas de la
sintaxis loca en un texto son una presunción de transcripción.
Inversamente, las largas frases complejas que se desarrollan
según las reglas constituyen una presunción de oralización.

4 - M etalenguaje y correcciones

El aspecto metalingüístico del mensaje, que corresponde a


la esfera del contenido, debe también ser estudiado cuidadosa­
mente. Por cierto, la mención del escritor o el hablante, la de la
exposición o el artículo, la de la referencia interna a las instan­
cias del discurso (como lo he dicho más arriba), etc. caracterizan
un mensaje como escrito u oral, por ende oralizado o transcripto.
Pero lo importante es la huella de las correcciones, que son
siempre metalingüísticas. La escritura manuscrita se corrige
directamente hacia atrás, y la escritura neutralizada hace
desaparecer las huellas de las correcciones; en cambio, el
discurso hablado nada puede hacer hacia atrás, más que co­
mentar lingüísticamente sus errores o imprecisiones, corri­
giéndolos mediante un nuevo discurso hacia adelante. Un texto
impreso que presente explícitamente sus correcciones es, pues,
probablemente una transcripción. A la inversa, habrá una
presunción de oralización si no se hace explícita ninguna
corrección de forma ni de contenido en lo oral (los discursos
atildados de las autoridades).
108
Las obras teatrales en forma de diálogo transcripto deben
explicitar quién habla (Don Juan, Elvira...), a quién y cómo,
eventualmente con las indicaciones sobre las acciones y los
paralenguajes como la gestualidad, la mímica (didascalias). La
situación es clara: el texto será oralizado en escena, abandonan­
do el suplemento de escritura que pasará a otros sistemas
semióticos.

VI - Conclusión

La primera observación es una invitación a tener en


cuenta la jerarquía de los lenguajes, a no confundir los signos
que significan signos (metalenguaje) y los signos ordinarios, y
a representar correctamente en un solo sistema las manifesta­
ciones del otro sistema, cosa bastate ardua. En apoyo de
nuestras aserciones, este texto no podría leerse en voz alta con
la misma significación: habría que rehacerlo de otro modo.
La segunda observación se refiere al corpus utilizado para
el estudio de la lengua escrita. No todo corpus escrito puede ser
apropiado: en un primer momento, se debe descartar el lengua­
je transcripto, y prestar atención a los ejemplos concretos dados
en apoyo de una descripción de la lengua oral o escrita.
La tercera observación tiene que ver con la búsqueda de los
caracteres específicos de la lengua hablada y de la lengua
escrita. Todos los enunciados escritos y orales están íntima­
mente mezclados, y su autenticidad nunca es segura; existen
sólo fuertes presunciones. La mayor parte de los caracteres que
se consideran como específicos de lo escrito se encuentran en lo
oral, y viceversa. En esta situación, únicamente la transcodi­
ficación puede poner en evidencia las especificidades como
restos que necesitan una adaptación.
Parecería que lo esencial de la especificidad de los dos
sistemas proviene del contenido. En el nivel de la forma de la
expresión, los morfemogramas están diversamente repartidos
en lo oral y lo escrito (sentido para el oído o sentido para la vista:
el femeninopetite [pequeña] se señala con una e en lo escrito, y
con el fonema final [t] en lo oral; ils partaient [ellos partían]
escrito, en plural, pierde en lo oral la marca del plural [ilpaRte],
etc.). En el nivel de la forma del contenido, se observa una
variación bastante importante de sustancia; lo escrito debe
hablar de la situación y los paralenguajes, y lo oral está obligado
a reelaborar explícitamente sus frases. El metalenguaje, espe­
109
cialmente, viene a paliar las debilidades de lo oral (la tempora­
lidad) y las de lo escrito (la pérdida de la situación) mediante
comentarios cuyos contenidos nunca pueden confundirse.

Discusión
J. A nís: Fuera de la tesis de la secundariedad de lo escrito, ¿no hay una
dimensión metalingüística más fuerte en lo escrito que en lo oral, especial­
mente por la separación de las letras y las palabras? ¿El aprendizaje
institucionalizado de la lengua escrita no pone en evidencia también esta
dimensión?
J. R ey-D eb ove: No sé si es una dimensión metalingüística. Es más bien
epilingüística, como lo decía hace un momento Robert Martin, es decir que hay
una conciencia metalingüística, que no es un metalenguaje, sino solamente la
percepción de una intervención metalingüística organizadora (los blancos) en
el flujo del discurso. No hay más que preguntárselo a André Martinet; se
pondría como loco, porque siempre dice que yo trabajo con lo escrito, y que eso
no tiene ningún sentido. Hay un aprendizaje de la lengua escrita, pero no de
la lengua oral. Está la lectura, pero la lectura no es lengua oral. A pesar de
todo, supongo que existen ahora en la enseñanza ejercicios de expresión oral
más allá de la lectura, lo que es algo muy diferente.
R. M artin : Usted ha insistido en la noción de continuum, noción extremada­
mente importante. ¿El continuum que usted considera se sitúa en el nivel del
sistema mismo, o sólo en el uso discursivo, que está hecho de dos sistemas que
podrían ser diferentes: lengua escrita, lengua oral? En suma, ¿el continuum
es un hecho de habla?
J. R.-D.: En efecto; para mí el continuum es un hecho de habla y no un hecho
de sistema.
R. M.: ¿Pero su exposición se refería a la distinción de los códigos? ¿Pensando
en un continuum, de hecho, usted ha orientado más bien su mirada del lado
del discurso?
J. R.-D.: Es muy difícil distinguir entre el discurso en su dimensión social y
el sistema, puesto que uno construye al otro.
P. A ch ard : En el caso de las informaciones en la radio y la televisión, tenemos
casos de escrito oralizado totalmente característicos y tan próximos como es
posible de la situación ideal. Hay una película que se llama “El cuarto poder”,
en el que se ve una periodista de televisión con su pantalla y el texto que ella
ha preparado desfilando frente a ella. Yo he participado en un grupo de
trabajo para el Coloquio que Charaudeau había organizado sobre los medios
masivos, hace algunos años, sobre el análisis de un pequeño pasaje a la radio
de una crónica de J. Boissonnat. Se veía muy bien que la puntuación y la
secuenciación de lo oral no se correspondían, aunque el texto fuera perfecta­
mente puntuable, lo que era un signo de su carácter de escrito oralizado; por
otra parte, una colega había hecho imas mediciones de tipo fonético sobre la
110
velocidad, las marcas y las pausas, y parece que ése es también un medio de
encontrar huellas en lo oral del fenómeno de escrito oralizado, por tomas de
aliento, por segmentaciones que al parecer son diferentes.
J. R.-D.: Sí. Un texto oralizado que no diera cuenta de los dos puntos, los
paréntesis, etc., sería probablemente incomprensible.
P. A . : Lo oral da cuenta de ello de un modo diferente. En el pasaje que yo había
analizado, justamente, había una puntuación fuerte que no era marcada por
ninguna pausa, y se había hecho de ella una estructuración, un análisis de
discurso lógico del texto, que era diferente según se apoyara sobre las pausas
de lo oral, o sobre las puntuaciones de lo escrito, o sobre una tercera
consideración que estaría un poco entre las dos, que sería la rítmica subyacen­
te, algo que puede ser reconstituido, en cierta manera, a partir de lo escrito.
Son ideas que surgen de las de J. Roubeau, en particular en el primer capítulo
de la Vieillesse d ’A lexandre. El muestra rastros del alejandrino, escandiendo
cierto número de textos escritos u orales, especialmente los títulos periodís­
ticos y títulos de prensa.
N. C atach : Es una ley fonética. Es la ley de la respiración humana, que en
general limita las tomas de aire más largas a doce pies.
E. A ndreewsky : ¿Qué es una transcodificación simple escrito/oral, oral/
escrito?
J. R.-D: Una transcodificación simple, para mí, es, digamos, una toma de
notas, que tenga la misma temporalidad que el habla, alguien que habla muy
lentamente y le permite a uno escribir todo lo que se dice; o bien, a la inversa,
una lectura en voz alta de un texto, es decir una oralización con el mínimo de
cambios. Esto no significa, evidentemente, un isomorfismo, pues son dos
sistemas diferentes; pero se los aprehende con el máximo detalle, si se quiere,
se descarta todo lo que podría surgir como diferencias de contenido, niveles de
lengua, etc. Esa transcodificación simple, tomada en el nivel de la expresión,
es simple teóricamente, no es simple prácticamente, porque sus reglas no son
bien conocidas. Simplemente quiero oponer la transcodificación a la paráfrasis
o la traducción como equivalencias semánticas.
E. A.: Lo que creo es que usted elimina completamente la noción de compren­
sión, ya sea para la transcodificación de lo escrito en oral, o para la
transcodificación de lo oral en escrito.
J. R.-D.: De ningún modo. Transcodificación simple quiere decir mecánica. Si
digo eso y escribo ello, deja de ser transcodificación simple.
E. A.: Eso me sorprende un poco. No puede haber transcodificación sin esta
noción de comprensión. Es por eso que el concepto mismo de transcodificación
simple me parece difícil de comprender, y como prueba tengo las dificultades
que uno encuentra cuando trata de automatizar esas transcodificaciones; no
somos capaces de hacerlo actualmente, y nunca se lo logrará si se elimina
completamente la noción de comprensión. Cuando se hace la síntesis del
habla, por ejemplo, en una lengua como el francés, estamos completamente
desamparados respecto de todos los problemas sintácticos del tipo ales poules
111
du couvent couvent”[las gallinas del convento empollan], por mencionar uno
J . R.-D.: Hay una comprensión contextual mínima en el hombre que permite
descartar las ambigüedades más graves; aun en la ignorancia de los conteni­
dos del signo couvent, se sabe que couvent es un sustantivo después de la
contracción preposición-artículo oía, y un verbo después del primer couvent
J . L. Crnss: Creo que sería saludable que sean aclaradas, en cierta medida
las cuestiones que giran precisamente en torno a: códigos, sistemas, escrito
del lado del sistema y escrito del lado de la discursividad, lo que no quiere
decir, como lo mostraba la intervención de Achard, que no puedan vincularse
los problemas referidos al discurso. Pero me parece que hay allí un desafío a
la vez científico y, concomitante o consecuentemente, un desafío didáctico.
Tengo la impresión de que hay una confusión extraordinaria, que usted ha
recordado incidentalmente, cuando dice, por ejemplo, que en un diccionario se
pone junto a una frase común “fes pas dingue” la mención: “lengua hablada”.
Como los diccionarios son objetos que se manejan habitualmente en la
enseñanza, eso plantea problemas considerables: ¿qué relaciones, qué tipos
de relaciones pueden hacerse con, por una parte, una problemática digamos
sociolingüística, la de los registros de lengua, y, por la otra, diferencias
sistémicas entre oral y escritural? Me sirvo de términos voluntariamente
marcados, para que no caigamos simplemente en la confusión que se produce
alrededor del par “escrito/hablado”. Si se habla de tipología de discursos, es
porque se piensa que hay algo del discurso que es racionalizable, clasificable,
identificable, y que por lo tanto no se lo debe confinar en el terreno de las
fantasías. ¿Sí o no?

J . R~-D.: Eso depende de la naturaleza de su tipología: tipología social,


semiótica, etc. En mi opinión, no hay una tipología lingüística de los discursos.
Se puede hacer una tipología semiótica, pero no una tipología lingüística.
Todo lo que se dice puede escribirse y viceversa, y si hay bloqueo, éste se reduce
a través del recurso al metalenguaje.

N. C.: Retomo la preocupación de J. L. Chiss, que es también la mía, de evitar


la ambigüedad de todos los sentidos de las palabras lengua, en “lengua
escrita”, de todos los sentidos de la palabra escrito, de todos los sentidos de
escritura, y deseo vivamente que se dejen de lado estas confusiones y
ambigüedades. Realmente lo necesitamos si queremos analizar con seriedad
las relaciones entre lo escrito y lo oral. J. R.-D. se sitúa sobre todo, según creo,
no en el plano de los sistemas y los códigos, sino en el plano de los “procesos”
(terminología de Hjelmslev), lo que llamaremos para abreviar las realizacio­
nes o discursos. Ahora bien, es absolutamente necesario distinguir uno de
otro, como ella lo decía, efectivamente, antes de asimilarlos. En el plano de los
discursos, por mi parte planteo al menos dos grandes distinciones, con dos
subdivisiones:

corriente
lengua hablada
(realizaciones)
elaborada

112
corriente
lengua escrita
(realizaciones)
elaborada
A partir de lo cual luego se pueden establecer pasajes de unos a otros. En el
plano de los códigos, que es el que nos interesa especialmente aquí, podemos
servirnos ventajosamente de la perspectiva chomskyana: en lo oral como en
lo escrito, una vez que se abandonan los niveles de superficie, fonética,
fonología, se pasa a la morfología, luego al léxico, que el código escritural no
se priva de utilizar; luego a los niveles de actualización, de la enunciación, ya
bien diferentes entre lo oral y lo escrito, luego, con menor frecuencia, a los
niveles de la sintaxis, antes de alcanzar el del sentido. Es sobre todo en los
niveles intermedios, léxico, actualización, sintaxis, donde se sitúan lo que
Hjelmslev llama las variedades o variantes de los dos códigos, con realizacio­
nes sociolectales e idiolectales diferentes. Estas son más bien, por razones
evidentes, más elaboradas en lo escrito, pero no es indispensable. Es en estos
niveles intermedios donde se sitúan los registros de lengua, las maneras de
decir, y es en estos niveles donde el código en cierto modo se acerca al análisis
del discurso. Más en profundidad, en el plano del sentido, lenguas corrientes
y lenguas elaboradas, lengua oral y lengua escrita se unen.
J. R.-D.: Sí. En todo caso, para mí, lo que corresponde a los niveles de lengua
no es lingüístico. Por lo tanto, el hecho de emplear una palabra familiar antes
que una palabra de lengua culta no tiene que ver con la lingüística, ni con la
diferencia entre escrito y hablado. Pertenece a la sociolingüística, a la
pragmática, todo lo que se quiera, es conocimiento de la lengua en el hablante,
pero no es lingüística.
N. C.: Usted no puede dejar de interesarse en ello si quiere analizar
válidamente los sistemas de escritura. Las normas y las reglas forman un
nivel que no se puede soslayar. Según Coseriu (1954), la lengua está
estructurada no entre lengua y habla (esquema saussureano extremadamen­
te reductor) sino en cuatro niveles diferentes: 1. realizaciones concretas
(sustancias); 2. normas y usos; 3. sistemas; 4. tipos, y los tres últimos al menos,
a mi entender, conciernen enteramente a la lingüística. Vachek (1939) va más
lejos aún, ya que funde norma y sistema en una sola entidad y habla
únicamente de norma oral y norma escrita, cuando analiza las dos “expresio­
nes” de la lengua, lo oral y lo escrito. Yo no iré tan lejos, pero este nivel de las
normas, comprendidas como variedades más o menos codificadas, es extrema­
damente importante para comprender precisamente las diferencias entre
oral y escrito, lengua escrita y lengua oral. Para mí, se trata de dos variedades
universales de una sola y misma lengua.
W. H aas: Si se interpreta lo oralizado y lo transcripto como traducciones, se
abre la posibilidad de lo intraducibie.
J. R.-D.: Sí, estoy totalmente de acuerdo con usted. Yo no hablaré de
“traducción”, porque eso hace pensar en el paso de una lengua a otra; se trata
sin embargo de la misma lengua, pero es verdad que esa transcodificación
hace pensar en la traducción, y que hay cosas que no se traducen. Es

113
justamente lo que yo llamo la adaptación, y tenemos lo mismo de una lengua
a otra, no se puede traducir, entonces hay que adaptar; hay un contenido de
más o de menos y que hace la diferencia; lo importante es eso. La
transcodificación es una prueba que deja restos intraducibies y hay que
adaptar. En consecuencia, si se pasa de lo oralizado a lo transcripto, y si este
mismo transcripto se vuelve a oralizar, y así sucesivamente, se corre el riesgo
de perder completamente el rastro del mensaje.
S. B attestini: No se cambia impunemente de código. Hay algo común y algo
autónomo en cada código.
B. G a r d in : Quisiera volver un poco a la cuestión de la representación. Ese
término de representación evoca la imitación en estética, las teorías de la
imitación, la idea de que la pintura imita la naturaleza, y uno puede
preguntarse si en la esfera de la lengua escrita no ha ocurrido lo mismo que
en las demás artes. La pintura, en cierto momento, es valorizada como
imitación de lo real, y luego se vuelve de hecho un verdadero real, a partir del
cual se juzga el primer real en cuestión, es decir que nos encontramos frente
a objetos del mundo, comportamientos humanos, por ejemplo, o realidades
incluso geográficas, que no corresponden a lo que la pintura había estilizado
en la época clásica. Es allí donde se estima que este mundo no es natural, o
que es monstruoso. Vuelvo a la lengua: ¿qué es lo que se produce con este
sistema de representación? Que lo escrito ha sido considerado como una
representación efectiva de lo oral, una imitación de lo oral; pero finalmente no
es lo que sucede en la cabeza de la mayoría de los sujetos. Lo que se vuelve
norma y punto de partida, en realidad, es lo escrito mismo; y cuando se hacen
por ejemplo encuestas sociolingüísticas sobre cuestiones de palabras, etc.,
muy a menudo, cuando se les hace la pregunta sobre el sentido, los entrevis­
tados preguntan: “¿Cómo se escribe?” Es decir que la verdadera naturaleza de
la lengua, en el nivel de la epilingüística, es escrita; la instrucción, la
educación ha llevado a eso. En general, no se percibe completamente la
existencia de lo oral. Un segundo punto sobre la cuestión de la representación,
y los dos sentidos que J. L. Chiss ha dado a “representación”: ¿No habría que
vincular esta crisis de la palabra “representación” a las prácticas de escrituras
de escritores? Pienso especialmente, en lo que se refiere al siglo XX, al texto
de Aragón, titulado: “Jam ás aprendí a escribir”, en el que dice: “Yo no había
comprendido por qué había que escribir lo que se decía”, o: “Para mí, escribir
era un poco mentir...”, es decir, crear otro referente, otra realidad. Me parece
que habría que articular las teorías de la escritura y estas prácticas de
escritores.
J . R.-D.: Para el escritor, es verdad, eso existe. Debemos tenerlo en cuenta.
Pero a pesar de todo, en una teoría lingüística, eso tiene carácter de singular,
no es norma social. Creo que hay que oponer singular y social.
N. C.: Acepto ubicar al escritor del lado de lo individual, acepto también
oponer lo individual a lo social, pero rechazo la oposición completa entre
norma y sistema tal como usted acaba de darla para la lingüística. Retomando
la clasificación de Coseriu, dejando las “sustancias” de lo escrito, las represen­
taciones concretas, grafos, letras, materialidad de los signos, etc., a la

114
“grafética”, creo que la “grafémica”, o lingüística de lo escrito, debe ocuparse
a la vez de los sistemas, las normas y los tipos. Sin esto, no se puede
comprender una escritura.
J. A.: Quisiera intervenir sobre varios asuntos. Primero sobre el problema del
registro de lengua. Así como estoy de acuerdo en decir que, en efecto, es
completamente simplificador asimilar oral a familiar, escrito a culto, etc.,
pienso también que hay en eso un juego bastante complejo. He intentado
plantear los problemas de registros de lengua en términos de reajuste y
desfase; así, “j ’sais pas”se transcribirá “je nesaispas”[no lo sé]. He intentado
separar lo que puede llamarse un “registro normalizado” de lo oral, por
ejemplo en el nivel de los medios masivos, ligado a lo escrito, con una suerte
de barra de transgresión. Lo que me ha parecido más claro en este problema,
es el marcador de la supresión del ne. Hasta la actualidad, usted tiene razón
en matizar, la obligación de escribir el ne en lo escrito resulta del registro
normalizado, que se podría definir diciendo: es aquel en el cual se dice: je ne
sais pas. Al respecto podría evocarse a Queneau, Céline, etc., donde hay un
poco de transgresión.
J. R,-D.: Todo esto se ha terminado, con la informática no hay más tipógrafos,
y las máquinas hacen cualquier cosa. En mi opinión, en lo oral hay más bien
situaciones de comunicación que registros de lengua. Pero el nivel de lengua,
la situación, es la pragmática, son los conocimientos del hablante, de nume­
rosos factores que para mí no son estrictamente lingüísticos. En cuanto al
registro normalizado de lo oral, es decir el bello hablar, recomendado a la
gente de radio y televisión, está, como usted dice, completamente ligado a lo
escrito. Por lo que sé, no hay normalización de lo oral que se distinga y se
distancie no obstante de lo escrito.
N. C.: Sí, la hay.
F. M a n d e ij b a u m - R e in e r : ¿Podría darme un ejemplo?
N. C.: Se trata de las lenguas habladas elaboradas. Tome por ejemplo las
fórmulas de cortesía de los japoneses, o la lengua sánscrita de los Vedas, etc.
Los japoneses no utilizan los mismos términos según se dirijan a su padre, su
hijo, su mujer, etc. La lengua de los Vedas, transmitida oralmente hasta el
siglo III o IV antes de Cristo, estaba también extremadamente codificada.
Pero sobre todo están todos los pueblos sin escritura, los tres cuartos de la
humanidad que no escriben, y tienen una infinidad de oposiciones de este tipo
en lo oral. Por lo tanto, de manera incuestionable, estas normalizaciones
existen en lo oral, independientemente de lo escrito.
J. R.-D,; Por consiguiente, existen en la lengua. Existen en la lengua, oral o
escrita, aun allí donde no hay más que oral.
N. C.: Es por eso que no se puede separar normas y sistemas, ni en lo escrito
ni en lo oral.

115
II

ESTRATEGIAS DE LECTURA,
IDEOGRAFIA
7
Grafemas e ideografía
Enfoque psicolingüístico de la noción
de grafema
Jean-Pierre Jaffré
(C.N.R.S. - H E SO )

Resumen
El objetivo de este trabajo es mostrar cómo se desarrolla en los niños
pequeños una concepción metalingüística de las unidades gráficas. A
través del análisis de actividades ortográficas en el medio escolar, nos
interesa elaborar un enfoque psicolingüístico de la noción de grafema. Se
han elegido tres tipos de ejemplos: la “e”del femenino, los blancos gráficos
y las mayúsculas. Los tres pertenecen a lo que se ha convenido en llam ar
aquí la dimensión ideográfica de la escritura.

Numerosos estudios ya han mostrado cómo los niños


pasaban progresivamente, al menos en nuestra civilización
occidental, a una competencia alfabética (por ejemplo, Bissex,
1980, Read, 1986 y sobre todo Ferreiro/Teberosky, 1982). En ese
proceso de aprendizaje, todo niño pequeño experimenta la
necesidad de disponer de cierto número de elementos constan­
tes, utilizados como puntos de referencia organizadores de un
sistema transitorio. La dificultad consiste en describir tales
“constantes” que, por lo demás, son esencialmente evolutivas.
El aprendizaje nace de esta aparente contradicción. En los
niños muy pequeños —y hablaremos esencialmente aquí de
niños de edades comprendidas entre los 5 y los 8 años— los
conocimientos son extremadamente inestables; pueden cam­
biar de una semana a la otra. No obstante, en la presente
contribución intentaremos aislar algunas de esas “invariantes”
que los niños utilizan en el curso de actividades de análisis
referidas a lo escrito.

119
Aprendizaje y plurisistem a gráfico

El aprendizaje está hecho de acción y reflexión; esta


dualidad se vuelve a encontrar en la manera en que los niños
conciben las unidades gráficas. Por un lado, ellos son más
sensibles a los componentes funcionales de una unidad (“¿Para
qué sirve?”) que a sus componentes estructurales (“¿Qué es?”);
por el otro, disponen de saberes teóricos que provienen en parte
de la acción (en este caso, la lectoescritura) pero también de
todos los comentarios metalingüísticos que pueden oír en su
entorno, ya sea en la escuela o en el hogar. Por lo tanto, para
apreciar los saberes infantiles, se debe tener en cuenta esta
diversidad, y la consideraremos aquí como un a priori a todo lo
que diremos a continuación.
El análisis lingüístico de lo escrito conduce especialmente
a definir e inventariar unidades —los grafemas— y las relacio­
nes que se establecen entre ellas. Hemos querido intentar
comprender la relación que podría existir entre ellas y las que
los niños construyen y utilizan. De hecho, la cuestión reside en
saber si los grafemas son únicamente unidades lingüísticas o si,
además, desempeñan un papel psicolingüístico. ¿Es posible
apreciar los efectos que produce sobre los sujetos la variedad
grafemática? (para una definición lingüística del grafema,
véase Catach, 1985, así como la contribución de J. C. Pellat en
este mismo volumen).
Evidentemente, este cuestionamiento atañe a la integra-
lidad del plurisistema gráfico pero, para limitar nuestro campo
de reflexión, hemos elegido privilegiar algunos dominios de
particularidades muy marcadas. Se trata respectivamente de
las nociones de género (más precisamente el femenino), de
blanco gráfico y, finalmente, de mayúscula. Esta selección
diversificada obedece sin embargo a una constante: la distancia
observable entre estos tres dominios y el dominio fonográmico
propiamente dicho (correspondencia entre fonemas y grafemas).
Y esto por una razón doble: los escasos análisis centrados en lo
que nosotros llamamos, por convención, la dimensión “ideográ­
fica” (o “extra-alfabética”) de la escritura, por una parte y, por
la otra, las enseñanzas que pueden extraerse del desarrollo del
aprendizaje. En nuestro proyecto, ambas están vinculadas.
La noción de plurisistema gráfico está tomada aquí en su
acepción más amplia y, en materia de aprendizaje, se impone
tal concepción extensiva de lo escrito. En cuanto a los niños que
120
efectivamente nos ocupan, aprender a escribir, desde edad muy
temprana, no es sólo aprender a utilizar las letras del alfabeto,
los acentos, con sus diferentes valores. Es mucho más que eso.
Desde el momento en que un niño de 3 o 4 años comienza a dejar
marcas sobre un soporte, en el jardín de infantes o en su casa,
tiene que vérselas con datos de la escritura que se sitúan en
niveles extremadamente diversos. E. Ferreiro y A. Teberosky
(1982, p. 263) escriben que:

“Hacia la edad de 4 años, la mayoría de los niños ya han resuelto un


prim er problema: la escritura no es solamente líneas, marcas, sino
un objeto de sustitución que representa algo exterior a las grafías
m ism as”.

La cuestión reside entonces en saber qué se oculta detrás


de ese “algo”. Si bien los estudios que se ocupan de la escritura
infantil se focalizan rápidamente en la representación alfabética,
no olvidan sin embargo que los primeros escritos de los niños
son dibujos. En el aprendizaje de la escritura, se produce la
evolución de una estrategia pictográfica: hacia los 5 años,
escribir significa también ocupar un espacio, resolver proble­
mas de puesta en página, de organización espacial de la escri­
tura, etc. En este aspecto también, así como para la dimensión
alfabética de base, los niños deben construirse puntos de refe­
rencia, “representaciones” sobre el funcionamiento de esos
dominios extra-alfabéticos. Daremos a continuación algunos
ejemplos, concebidos como una contribución a esta vasta pro­
blemática. Expondremos en detalle algunos datos de observa­
ción y, en una parte final, examinaremos de manera crítica las
reflexiones que sugieren estas observaciones en la perspectiva
de un enfoque psicolingüístico de la noción de grafema.

Tres ejemplos de análisis

1 - El caso del femenino

Si hemos elegido el ejemplo particular del morfograma “e”,


es porque pertenece a una esfera que se sitúa a medio camino
entre la dimensión alfabética y la dimensión extra-alfabética.
Sin entrar en detalles, digamos que las marcas del género no
son isomorfas en lo oral y lo escrito, aun cuando presenten a
veces relaciones término a término (a una variación fónica le
corresponde una variación gráfica y viceversa). Cada vez que
121
una marca es propia de lo escrito (y es el caso del morfograma
de género “e”; ej.: “Pascale est venue” [Pascale ha venido]),
obliga a los niños a producir un esfuerzo específico, particular­
mente, como veremos, en la construcción del concepto de “feme­
nino”. Esta autonomía relativa de lo escrito es ya portadora de
una autonomía gráfica más específica.
En niños pequeños, tal dominio ortográfico obliga a
explicitar una relación entre una forma (en este caso la “e”) y un
concepto, sin relación directa con lo oral. Tomemos el ejemplo de
niños de CE1 [primer año de curso elemental] (aproximada­
mente 7 años). Su curiosidad se despierta en presencia de una
forma marcada (femenino) más que en presencia de una forma
no marcada (masculino). El proceso de tomar en cuenta el
morfograma se acelera con los comentarios metalingüísticos de
la enseñanza: “Es la ‘e’ del femenino”. Los niños ven, oyen el
conjunto de estos fenómenos, pero ¿los comprenden? Todo
depende entonces de lo que evoquen para ellos términos como
“femenino” y “masculino”. Nosotros no llegaremos a decir que
no les evocan nada, pero las explicaciones que ofrecen de ellos
son casi nulas. La construcción de un concepto (en este caso, el
del femenino) supone etapas que hay que tener en cuenta.
Una serie de observaciones realizadas en las clases de la
escuela primaria, con niños de 6-7 años, muestra que el conoci­
miento en este terreno se estructura casi siempre alrededor de
“niñaTniño”, luego de “hembra”/“macho”. Es frecuente, por
ejemplo, oír decir a estos niños que “se pone una ‘e’ porque es
una niña”, acompañando esta observación con una sonrisa,
conciencia de un empleo poco común del término “niña”. Esta
conquista progresiva depende de la manera en que los niños
conciben el mundo. Partiendo de los datos de la vida que los
rodea, extraen de ellos principios de organización. En este caso,
biología y lingüística están muy próximas y los principios de
clasificación de una inspiran los de la otra. Las enseñanzas de
la escuela no pueden sino interactuar con estas concepciones
personales. Pero no debe sorprender si a veces se produce lo que
el adulto puede considerar como un error de atención; estas
pruebas forman parte del aprendizaje.
Es así como, durante una sesión de trabajo sobre la
morfología del verbo, Sébastien, un niño de apenas 7 años, logra
un análisis de la “e” final de “il joue” [él juega]: “Hay una “e”;
quiere decir que es una niña”. Este “error” es revelador del
empleo de reglas, construidas sobre conocimientos anteriores.
122
La noción de “femenino”, hasta entonces implícita, se manifies­
ta en una marca fácilmente aislable. Es normal, por lo tanto,
que un niño tenga tendencia a generalizar a partir de esa
representación de morfograma que él aísla fácilmente. Es
probable que las decisiones bastante seguras que los niños
logran tomar sobre el género de las palabras mucho les deban
a los determinantes (“le T la ”; “sonTsa”; etc. [“e lT la ”; “su”, en
castellano, invariable en cuanto al género, T.]). Pero no se dan
cuenta de ello. La regla de la “e” los seduce mucho más.
Sébastien aprenderá con sorpresa que el verbo, a diferencia de
ciertos sustantivos, no varía en género; aprenderá también que
una misma letra puede tener funciones muy diversas. Y lo
aprenderá muy rápidamente.
En todo caso, lo que muestra el conjunto de estas observa­
ciones sobre el morfograma de género “e” es que los niños lo
adquieren sin mayor dificultad, a condición de que se los ayude
a superar, a su ritmo, los conflictos cognitivos que hemos
indicado extensamente. Lo que no quiere decir que aún no se
hayan cometido errores: el conocimiento de un grafema no
conduce necesariamente a su empleo sistemático en situación.
¿A qué hay que atribuir este aprendizaje? Sin duda a la
estabilidad de ese morfograma, estabilidad conjunta del signi­
ficante (“e”) y de la función (“femenino”). Es verdad también que
la noción de género no es específica de lo escrito; está presente
en lo oral y, más allá de las particularidades gráficas, los niños
tienen por cierto la posibilidad de establecer relaciones entre la
morfología de lo oral y la de lo escrito. En lo que se refiere al
aprendizaje de los grafemas, creemos hallarnos en un campo
privilegiado. Más accesible aún que ciertos sectores fonográmicos
(la zona del IN, por ejemplo).

2 - Los blancos gráficos

Pasemos ahora a un dominio totalmente distinto, que no


tiene casi nada en común con la “e” del femenino más que su
aspecto no fonográmico. De hecho, todo los opone y es por ello
precisamente por lo que lo hemos elegido, como indicativo, en
nuestra opinión, de la extrema diversidad del plurisistema
gráfico. Consideraremos aquí los blancos que separan las par­
tes de un texto y los blancos que separan las palabras. En lo que
los concierne, la verdadera dificultad para los niños de escuela
elemental proviene del hecho de que no son el resultado directo
123
de la acción de escribir. En efecto, puede decirse que éstos
aparecen “por diferencia”. Temple et al. (1982, p. 41) precisan
especialmente que:

“El espacio dejado entre las palabras es un espacio negativo y este


concepto está indudablem ente en el origen de las dificultades de los
niños. Muchos de ellos prefieren introducir puntos entre las pala­
bras antes que dejar espacios”.

La paradoja aparente del blanco gráfico (de ahora en más


BG) es ser un componente gráfico empleado precozmente pero
cuyo dominio es muy lento. Es precoz porque los niños más
pequeños yuxtaponen escritos distinguiéndolos por BG; a un
niño, incluso en edad de jardín de infantes, no se le ocurriría
producir varias letras, varios dibujos, unos sobre otros. A menos
que se trate de hacer “cualquier cosa”, como lo decía reciente­
mente un niño de jardín maternal. La dificultad reside en
dominar los BG en la medida en que este dominio no está
determinado por los BG mismos. La dificultad del BG es
proporcional a la de su “entorno”.
No todos los BG deben colocarse en el mismo plano. En una
encuesta emprendida en junio de 1985, tuvimos que establecer
al respecto una distinción cualitativa. Propusimos a una pobla­
ción de 152 niños una prueba sobre el reconocimiento de
palabras, especialmente en relación con los BG. Estaban in­
volucrados tres niveles escolares: jardín de infantes, CP [curso
preparatorio] y el CE 1. A cada niño se le ofrecía una hoja de
papel (21 x 27 cm) sobre la cual se había escrito seis veces la
misma historia, pero en formas gráficas y tipográficas diferen­
tes. Los BG podían estar totalmente ausentes y, cuando esta­
ban presentes, podían estar repartidos de manera no convencio­
nal (ej.: “jeud ion ajo ué” [Eljuev esju gamos]) o convencional
(“Jeudi on a joué” [El jueves jugamos]). Junto a estos BG
internos a las historias, se encontraban por supuesto BG exter­
nos, especialmente aquellos que separaban las seis historias de
la prueba. La tarea consistía en rodear las “palabras” (tal era el
término utilizado) con un lápiz, de manera de apreciar, entre
otras cosas, la función que podía cumplir el BG en esa decisión.
Los resultados en bruto de esta encuesta muestran que los
niños observados tratan los BG internos de tres maneras
diferentes: 1) pueden ser completamente ignorados y, en ese
caso, los que tienen más peso son los BG externos. La mayoría
124
de los niños que entran en esta categoría rodean en efecto cada
una de las historias, tomando en cuenta, pues, los BG externos.
La historia y la palabra no se diferencian aún totalmente. La
mayoría de los niños que hacen esta elección tienen menos de 6
años. 2) Los BG internos, en cambio, pueden ser sistemática­
mente tomados en consideración, incluyendo los casos donde
éstos no están distribuidos de manera convencional. Esta elec­
ción coincide con una conciencia muy aproximativa de la “pala­
bra” (las unidades elegidas comportan varias letras). 3) Por
último, los BG pueden ser tomados en cuenta sólo en el caso en
que están distribuidos de manera convencional. Se trata enton­
ces no necesariamente de los niños más grandes sino de los que
saben leer mejor, lo que explica que los niños de jardín de
infantes raramente pertenezcan a este último nivel. En ese
caso, el BG facilita la toma de decisión pero no la determina.
Las grandes tendencias de nuestro análisis confirman la
observación de Temple et al.: el BG no puede desempeñar por
sí solo un papel confiable en el reconocimiento de una unidad
significativa. Contrariamente a lo que ocurría con la “e” del
femenino, la función del BG es difícil de determinar en sí
misma. Puede decirse, por ejemplo, que el BG tiene como
función visualizar las fronteras de las palabras, contribuyendo
así a autonomizarlas; pero esto presupone una definición lin­
güística de la palabra. En cierto modo, el BG no hace sino
realizar en un espacio visual una entidad que preexiste. Y
además la omisión de esta puesta en forma visual no excluye la
conciencia de la palabra. Si, por ejemplo, se les ofrece a niños de
8 años (nivel CE2 [segundo año de curso elemental]) un texto
corto de unas veinte palabras, sin BG, ellos logran comprender­
lo y leerlo. La única diferencia que se puede observar respecto
del mismo texto con BG es una mayor velocidad de lectura. Lo
que tendería a confirmar la función facilitadora ya señalada.

3 - Las mayúsculas

Continuamos nuestro análisis, esta vez con el ejemplo de


las mayúsculas; junto con el punto, éstas constituyen los límites
frásticos de un texto pero marcan también la inicial de los
nombres propios. Vamos a ilustrar esta doble característica
comparando dos clases (CP y CE1) pertenecientes al mismo
grupo escolar. Cada una se compone de 24 niños. Les hemos
pedido producir un texto, a partir de una historia grabada en
125
cinta magnética y escuchada varias veces durante una semana.
Luego hemos interrogado a los 48 niños sobre el modo en que
ellos concebían el empleo de las mayúsculas, en su texto y en
general.
En el nivel preparatorio, el empleo de la mayúscula es muy
desigual; algunos las colocan en sus nombres, otros no, pero
muy pocos las utilizan dentro del texto y, cuando lo hacen, la
elección no es verdaderamente deliberada. Romain, por ejem­
plo, escribe “C'est...” en su texto, pero cuando se le pregunta las
razones de esa presencia dentro de lo que podría hacer las veces
de frase, él responde: “En el jardín vi ‘C’est’ en un afiche y se
escribía así.” Un año más tarde, en el CE1, la tendencia es un
poco diferente, ya que los 24 alumnos del curso utilizan 94
mayúsculas, 20 de las cuales están reservadas a los nombres
propios. Por consiguiente, la competencia gráfica se ha acrecen­
tado, sobre todo teniendo en cuenta que los textos que hemos
analizado no fueron objeto de un trabajo particular sobre las
marcas de superficie. De alguna manera, se trataba de textos
brutos. ¿En virtud de qué se notan tales diferencias? ¿Este
desarrollo se explica en particular por una conciencia más clara
de la noción de mayúscula? Es lo que las entrevistas permiten
comprender mejor.
En cuanto a la mayúscula frástica, el camino cognitivo de
los niños no deja de recordar el del morfograma “e”. Como los
términos “femenino”, “masculino”, “palabra”, etc., el término
“frase” forma parte del bagaje metalingüístico precoz de los
niños de la escuela elemental. La gran mayoría de los niños de
CE1 son capaces de decir que una mayúscula “se pone al
principio de una frase”, lo que se encuentra también en el nivel
preparatorio. La diferencia entre los dos niveles reside segura­
mente en la capacidad de poner en práctica un conocimiento
teórico. Entre los niños del CP que emplean el término “frase”,
son muy pocos los que pueden encontrar el comienzo e incluir
entonces una mayúscula, lo que haría de sus saberes teóricos
algo operacional. En el CE1, en cambio, no sólo las mayúsculas
son más numerosas sino que, además, muchos niños tienen
conciencia de haberlas omitido. En el curso de la entrevista, la
relectura del texto les permite casi siempre hacer añadidos
pertinentes de mayúsculas. Sin embargo, persiste una dificul­
tad, relativa a la explicitación del término “frase”. ¿A quién
podría sorprenderle? En nuestra opinión, el aumento de las
competencias en este dominio va acompañado de la afirmación
126
de la noción de mayúscula, comprendida entonces como un
auténtico grafema, cuyo significante es fácilmente accesible a
los niños, mientras que la conquista de la función sintáctica,
más compleja, depende de la aptitud para segmentar los textos
y detectar unidades frásticas pertinentes. Lo logran de manera
desigual, pero la tarea les parece basarse en criterios tangibles.
En una palabra, esta construcción del grafema parece “moti­
vada*
El procedimiento es un poco distinto en el caso de las
mayúsculas nominales. Alrededor de la mitad de los niños de
CP escriben su nombre con mayúscula y, en el CE1, la casi
totalidad. A priori, no parece, pues, existir diferencia con la
mayúscula frástica. Son las entrevistas las que permiten hallar
una mayor fantasía en la aplicación de la regla según la cual “los
nombres propios se escriben con mayúscula”. A diferencia de la
mayúscula frástica, la mayúscula nominal parece más faculta­
tiva. Así, muchos niños de CE1 afirman escribir su nombre a
veces con mayúscula, a veces sin ella. Otros declaran reservarla
para ciertas ocasiones (el cuaderno “rojo”, el diario de la “sala
verde”, etc.). Julien la pone “para decorar” su nombre y Hervé,
“porque tiene ganas”. En resumen, una mayor latitud en este
dominio que, a nuestro criterio, corresponde también a la
manera en que es percibida la función específica de esta unidad
gráfica. Para un niño, el comienzo (de un texto, de una frase, de
una línea...) es un dato significativo, que puede ser considerado,
pero el concepto de “nombre propio” lo es mucho menos. Sin
duda porque su competencia en la materia comienza primero
con su propio nombre, es decir una palabra que le pertenece y
que no puede confundirse con ninguna otra. Entonces, ¿por qué
ponerle una mayúscula?

Grafema y claridad m etagráfica

En lo esencial, hemos considerado aquí que el análisis de


lo escrito, en un conjunto de actividades que pueden calificarse
de “metagráficas” (análisis de los hechos de grafía por parte de
los niños), podía llegar a la construcción de unidades gráficas
cuyo empleo estaba condicionado por la claridad estructural y
funcional. Conforme a este principio, que se llamará “de la
claridad metagráfica”, cuanto más logre un niño construirse
una representación clara de la forma gráfica y de la función de
una unidad dada, más posibilidades tendrá de utilizarla de un
127
modo más pertinente en sus actividades como escritor. Entre
los dominios aquí abordados, y cuya selección limitada no puede
sino conducir a conclusiones parciales, hemos llegado a estable­
cer algunas distinciones que querríamos analizar ahora de
manera más crítica.
El aprendizaje de dominios gráficos tales como los del
morfograma “e” o la mayúscula frástica nos ha parecido “moti­
vado”. En efecto, niños que son principiantes en materia de
escritura (CP y CE1, en particular) logran con bastante facili­
dad construirse una representación metagráfica al respecto.
Por el contrario, dominios gráficos tales como los de la mayús­
cula nominal (en el comienzo de nombres propios) y, sobre todo,
del blanco gráfico son objeto de utilizaciones o comentarios más
aproximativos. Con respecto a la mayúscula nominal, al pare­
cer la función no está claramente fundada; en cuanto al blanco
gráfico, el carácter subalterno de la función tiene consecuencias
sobre la forma misma. En total, el blanco gráfico sería más bien
percibido como una unidad negativa, determinada por las
unidades positivas que serían las palabras.
Estas observaciones presentan sin duda algunos límites, y
el estudio merecería ser extendido a otros dominios gráficos;
nosotros no llegaremos a decir que, por sí sola, la claridad
metagráfica tal como acabamos de esbozarla dé cuenta de la
totalidad de los conocimientos ortográficos, aunque sólo fuera
por el implícito que se liga a toda competencia, especialmente
entre los niños pequeños. No obstante, pensamos que esta
claridad metagráfica condiciona en gran parte el aprendizaje.
Los conocimientos por venir, según creemos, están ampliamen­
te condicionados por la capacidad que los niños tengan de
derivar de sus saberes adquiridos principios organizadores de
lo escrito y generadores de hipótesis. La dinámica del aprendi­
zaje se mide especialmente en la aparición de lo que puede
llamarse, a partir de E. Ferreiro, “errores constructivos”, es
decir, producciones que son el resultado de generalizaciones no
probadas. En cierto modo, los errores de este tipo están más
conformes al espíritu de un objeto de conocimiento que a su
letra.
Por consiguiente, pensamos que las unidades gráficas
circunscriptas en el curso del aprendizaje dan cuenta de una
actividad psicolingüística que pone a prueba la estructura
grafemática de lo escrito. Agregaremos, incluso —se trata de
una hipótesis de trabajo— que la dificultad que experimentan
128
los niños en fijar la “realidad”estructural y funcional de algunas
de estas unidades gráficas es un índice del mayor o menor grado
de pertinencia de la función psicolingüística del grafema. Hemos
observado, en efecto, que los niños experimentaban dos tipos de
problemas metagráficos. Los primeros conciernen a los princi­
pios grafemáticos (ej.: “se ponen mayúsculas al principio de la
frase” o “se pone una ‘e’cuando es femenino”); los segundos están
relacionados con las realizacionesgrafemáticas (ej.: “poner efec­
tivamente la mayúscula al comienzo de la frase”, o “poner
efectivamente la V cuando la palabra está en femenino”). Los
principios, en general, se adquirieren en primer lugar (en este
sentido hablábamos más arriba de generalización de “reglas” y
de eventuales “errores constructivos”), y la observación de
diversas situaciones de aprendizaje alas que nos hemos referido
indica que su asimilación en tanto que principio no presenta
mayores dificultades. Las realizaciones (puesta en práctica de
los principios) son de un orden de dificultad superior e incluso a
veces insuperable (¿quién puede afirmar que conoce toda la
ortografía?). Es necesario evocar, entonces, en desorden, la
historia, la norma y también las contradicciones del plurisis­
tema en la medida en que los principios interfieren a menudo
tanto negativa como positivamente.
La interacción principios/realizaciones, y la construcción
de las unidades que se derivan de ella, nos parece constituir un
esquema de aprendizaje válido para múltiples situaciones.
Ocurre sin embargo que esta interacción funciona mal o incluso
no funciona en absoluto, lo que no deja de tener consecuencias
para el estatuto psicolingüístico de las unidades en cuestión. Es
el caso de la mayúscula nominal y del blanco gráfico. En cuanto
a la primera, el principio (los nombres propios van con mayús­
cula) es adquirido muy tempranamente pero su realización se
percibe casi siempre como facultativa. A la inversa, hemos
indicado que los niños de 8 años a menudo eran conscientes de
haber omitido mayúsculas frásticas. En cuanto al blanco gráfi­
co, puede decirse que el principio es inexistente y las realizacio­
nes no libremente consentidas, ya que son el resultado de
manifestaciones lingüísticas de otro nivel (las palabras). ¿Has­
ta dónde puede admitirse, por lo tanto, que en estos dos últimos
casos (mayúscula nominal y blanco gráfico) nos encontramos
frente a grafemas? ¿No deben definirse, al menos en el plano
teórico, por características tales como la estabilidad de un
significante y una función? El morfograma “e”y la mayúscula
129
frástica presentan tales características, y los niños aprenden en
consecuencia.
Además, estos dos grafemas entran en sistemas de oposi­
ción accesibles a los niños. En efecto, existe un conjunto de
palabras (adjetivos, sustantivos) para los cuales la oposición
“presencia de una ‘e’finalTausencia de una ‘e’final” determina
una distinción femenino/masculino. Del mismo modo, existe un
conjunto de palabras (determinantes, infinitivos, sustantivos,
etc.) para los cuales la oposición “mayúscula7“minúscula” per­
mite determinar la presencia/ausencia de la palabra que enca­
beza la frase. ¿Qué ocurre con la mayúscula nominal? ¿A qué se
opone, en realidad? A poca cosa, aun cuando se tengan en
cuenta casos aislados como “Pierre/pierre” [Pedro-piedra]; “Marc/
marc” [Marcos/marcos]. El sistema es netamente menos pro­
ductivo. Este tipo de mayúscula forma parte más bien de un
conjunto de palabras (los nombres propios) que presuponen ese
rasgo, por convención. Esa mayúscula rara vez es motivada, y
esto explica, creemos, que los niños la consideren por lo general
como un elemento decorativo y facultativo.
Con el blanco gráfico, entramos en un dominio del que
podemos preguntarnos si pertenece aún a la lingüística y si
puede ser considerado como un grafema, puesto que no presen­
ta función autónoma. ¿No sería deseable establecer aquí una
distinción entre lingüística y extra-lingüística separando las
marcas gráficas de función lingüística efectiva (planos fonológico,
morfológico, sintáctico, textual, semántico) y las marcas gráfi­
cas de función espacial (o “tabular” para retomar una expresión
de J. Goody)? En la escritura, ¿puede trazarse el límite entre lo
necesario y lo convencional? De buen grado haríamos de la
convención y la necesidad las dos principales características de
la escritura, la presencia de una determinando de manera
inversamente proporcional la de la otra. Así, en los sistemas
occidentales, el principio fonográmico sería necesario (aunque,
en el estado actual de nuestra escritura, no lo sean todas sus
realizaciones), mientras que la separación de las palabras con
ayuda de los blancos gráficos, el empleo de ciertos artificios
tipográficos, etc., corresponderían a lo convencional, puesto que
su ausencia no impide la comprensión.

130
Referencias bibliográficas

Bissex, G.: Gnys at wrk. A child learn to write and read. HUP, 1980.
Catach, N.: “Le grapheme”. Pratiques, na25, 1979.
Ferreiro, E. y Teberosky, A.: Literacy before schooling. Heinemann,
1982.
Read, C.: Children’s Creative spelling. RKP, 1986.
Temple, C. et al.: The beginnings of writing. Allyn & Bacon, 1982.

Discusión

C . O riol-B oyer : Me ha interesado mucho el aspecto metalingüístico del


enfoque de J. P. Jaffré respecto del estudio de la lengua en sus relaciones con
la lengua escrita. Creo que la didáctica puede pasar por allí. A partir del libro
de Jack Goody íLa Raison graphique), que aún no ha sido citado, y que para
mí es una obra fundamental, se comprende que si lo escrito tiene alguna
especificidad, ésta reside en su relación con la memoria, por una parte, y en
la posibilidad de volver atrás en el texto, por la otra; antes se ha hablado aquí
de arrepentimientos. Esta vuelta hacia atrás permite la reflexión metalin­
güística, porque permite reunir elementos que nada tienen que ver con el
orden de la representación, que se reúnen porque se escriben con las mismas
letras, sin que tengan algo que ver juntos en los referentes del mundo real. A
partir de esta facultad de aproximación que permite la lengua escrita, que no
es la misma que en lo oral (precisamente debido a la relación con la memoria,
que no es la misma), vemos aparecer la capacidad fundamental, a mi entender
vinculada a lo escrito, de trabajar la dimensión poética del lenguaje.
J . R ey-D ebove : En la interpretación de los blancos, ¿los niños tienen tenden­
cia a hacer cortes en constituyentes inmediatos, o en sintemas en el sentido
de Martinet? ¿Tienen ya una noción del sintema, sienten “pomme de terre”
Ipatata] como una sola palabra, comparándola con “J ’ai finí” fhe terminado],
por ejemplo?
J. P. J affré : Tengo muchas observaciones sobre los procesos de representa­
ción individuales del nombre y el apellido, y es muy evidente que la tendencia
va en sentido de la aglutinación de todos los elementos de representación, es
decir a la vez del nombre del individuo, o sus nombres, y su apellido. En ese
caso, me parece semántico. La aprehensión de los principios, en la manera en
que los niños se representan funcionamientos, no les permite necesariamente
describir.
J . R.-D.: ¿Ha observado usted si los niños perciben mejor la palabra gráfica
a propósito del nombre propio?
J . P. J.: Es evidente. Es la primera unidad percibida como autónoma. El
nombre propio es una fuente de conflictos. La mayoría de los niños, hacia los
cinco años, hacen hipótesis silábicas. De alguna manera tienen varias
competencias. Cuando se los hace producir su nombre, en determinado

131
momento llegan a darse cuenta de que la hipótesis que vale en cierto tipo de
producciones pierde validez en ese caso. Ellos no perciben tampoco los
determinantes, y es de una dificultad extraordinaria hacérselos comprender.
Recién hablaba de la E del femenino. Realizamos una experiencia que
consistía en tomar listas de palabras y sus determinantes, y preguntar “¿Es
masculino o femenino?”En el C.E., no hay ningún error. Y sin embargo ningún
niño es capaz de decir por qué. La información está ciertamente del lado del
determinante. Hay una utilización de las unidades lingüísticas, pero la
percepción sigue siendo sincrética.

F . M andelbaum -R einer : Efectivamente, un niño puede escribir “«Taime” [yo


amo] J.A.I.M.E., sin blanco. Y, por el contrario, he encontrado en un texto: je
t’aime [te amo]: J.E.T.H.A.I. - M.E. Por otra parte, en los niños hay una
interacción, aun contrariada, entre la actividad de escritura y la lectura.
J . P. J.: Hemos realizado la siguiente experiencia, que consiste en proponer
dos muestras comparables, en condiciones iguales, del mismo texto, con y sin
blancos. En los dos casos, hay lectura. Lo único que difiere es la rapidez de la
lectura. Esto quiere decir tal vez que la función del blanco gráfico no es una
función lingüística, sino que se sitúa en otro nivel, quizá en el nivel de la
puesta en página, de la puesta del texto en el espacio. Habría que distinguir
las unidades necesarias, y las unidades simplemente convencionales de
representación. El blanco se impone como una unidad recibida, de alguna
manera, es decir que no se la ha elegido libremente.

132
8
Alexias-afasias
Problemas de las relaciones
escrito/oral
Evelyne Andreew sky y Víctor Rosenthal
(I.N.S.E.RM)

Resumen
A menudo se consideran las relaciones escrito ¡oral como fundadas
en conversiones grafemas ¡fonemas. Sin embargo, observaciones corrien­
tes en psicolingüística o neurolingüística —así como las dificultades de la
síntesis del habla en inteligencia artificial— obligan a revisar este análi­
sis de la lectura. En efecto, éste deja sin explicar, por ejemplo, un fenómeno
como la preservación de algunos comportamientos de lectura en pacientes
aléxicos totalmente incapaces de identificar los caracteres alfabéticos.
Muchos otros fenómenos, vinculados entre otras cosas a la patología
o el aprendizaje, ponen en evidencia la im plicación de procesos
morfosintácticos y semánticos en la lectura; llevan a postular que estos
procesos, ligados a la interpretación de lo escrito, desempeñan un papel
esencial en esta actividad.

Lectura e índices psicolingüísticos

Muchos niños tienen dificultades para aprender a leer y,


con el objeto de remediar esos problemas, la pedagogía actual
hace una distinción esencial entre la “decodificación” de lo
escrito y su “comprensión”.
Los enfoques tradicionales se basan en el aprendizaje de
reglas de correspondencia entre lenguaje escrito y oral (el
famoso b-a /ba/, que asocia secuencias de letras y secuencias de
sonidos). En el anexo, ofrecemos un ejemplo del carácter proble­
mático de tales reglas, a partir de los problemas planteados por
la síntesis del habla. Sin embargo, las teorías clásicas de la
lectura —aquellas en las que aún se basa la gran mayoría de los
métodos de aprendizaje— subordinan la comprensión de lo
escrito a la de lo oral. Se fundan en el siguiente razonamiento:
133
el niño resuelve un primer problema, comprender lo oral, antes
de aprender a leer; la solución “económica” para la comprensión
de lo escrito es entonces “remitirse al problema precedente”,
desarrollando procedimientos de “conversión” de grafemas en
fonemas para pasar de lo escrito a lo oral... La aparente
racionalidad de esta hipótesis le ha conferido un estatuto de
“dogma” que hechos usuales, evidentemente incompatibles con
ella, deberían poner en tela de juicio (cf. Smith, 1980).
A menudo se observa un hiato entre lectura en voz alta y
comprensión de lo escrito en el comportamiento de niños con
dificultades de aprendizaje de la lectura. Cuando leen en voz
alta, balbucean, con dificultad, sílaba por sílaba, los ítems
escritos, visiblemente sin comprenderlos: “decodifican”lo escri­
to a la manera de un sintetizador de habla (¡poco perfecciona­
do!). Estos mismos niños son capaces de comprender lo escrito
en lectura “silenciosa”; entonces parecen poner en práctica
otros procesos cognitivos, es decir, utilizar otra estrategia (más
funcional).

A lexia y procesos normales de comprensión de lo


escrito

La alexia “adquirida” consiste en dificultades de lectura


que pueden aparecer patológicamente en el lector adulto.
Los aléxicos son un caso particular de pacientes afásicos,
es decir enfermos con problemas de lenguaje como secuela de
lesiones cerebrales, que dañan en parte el soporte fisiológico de
los procesos cognitivos.
Es notable ver cómo algunos de estos aléxicos (que por lo
general eran lectores experimentados) se comportan como los
niños que “decodifican” con dificultad; otros, en cambio, se
vuelven incapaces de identificar las letras o las sílabas aisla­
das, pero manifiestan claramente una comprensión de lo escri­
to, al menos parcial. En efecto, si estos enfermos leen en voz
alta, lo hacen con ciertos errores que consisten en enunciar en
lugar de las palabras escritas un sinónimo o una palabra
semánticamente próxima (por ej.: “catedral” se vuelve “iglesia”)
—lo que, por supuesto, implica al menos cierta comprensión de
las palabras “leídas” de este modo—. Este fenómeno demues­
tra, si fuera necesario, que la comprensión de lo escrito no está
necesariamente subordinada a una conversión escrito/oral. Por
otra parte, en la medida en que estos comportamientos de
134
lectura parecen más directamente anclados en los procesos de
comprensión que los comportamientos habituales, constituyen
índices privilegiados en relación a los procesos normales de la
comprensión. Los comportamientos aléxicos (o más general­
mente afásicos) pueden servir, en efecto, para detectar propie­
dades normales: considerando que los procesos cognitivos pues­
tos en práctica por estos pacientes constituyen un subconjunto
del sistema normal, la patología provee indicios referidos a los
componentes de este sistem a; realiza, en sum a, una
“seudoexperimentación” sobre el cerebro humano, soporte de
los procesos que se estudian, y permite detectar ciertas carac­
terísticas de los tratamientos, normalmente no visibles.

Un “pretratam iento” de la comprensión de lo


escrito

A título de ejemplo de tales seudoexperimentaciones, pre­


cisemos los comportamientos de los enfermos que nos ocupan,
incapaces de identificar las letras aisladas. Se trata de pacien­
tes que tienen una comprensión de lo escrito algo particular. En
efecto, sus interpretaciones de frases escritas tienen un deno­
minador común, a saber, que lo que parece comprendido no hace
sino traducir las situaciones habituales probables, ligadas a las
palabras-plenas de las frases, y no las significaciones específi­
cas de éstas. Dicho de otro modo, estas situaciones habituales,
incluidas en los “conocimientos del mundo” de los pacientes,
parecen desempeñar para ellos el papel de significaciones de las
frases. Es lo que ilustran los fenómenos siguientes:
- Si una frase tiene una significación opuesta a lo que es
usual, como por ej.:
(1) “El médico es curado por el enfermo”
(2) “Un peatón atropelló un auto”
los pacientes no reconocen esa significación. Puede decirse que
ellos “enderezan” la significación de las frases de este tipo, en la
medida en que los diferentes tests indican que las han compren­
dido al revés.
- En las frases en que no se cambia nada en su verosimili­
tud si se invierten sujeto y complemento, como por ejemplo:
(3) “El auto verde sobrepasa al auto blanco”, o
(4) “El círculo está arriba del cuadrado”

135
los pacientes responden al azar los tests pidiendo por ejemplo
asociar la frase (4) con una de estas dos figuras:

Fig. 1 Fig. 2

Es evidente que todos los conocimientos posibles sobre los


círculos, los cuadrados, etc. o sobre la cuadratura del círculo, no
son de ninguna ayuda para pasar un test de este tipo. Para ello,
es necesario fundarse en las relaciones sintácticas, específicas
de la frase dada, lo que estos pacientes son incapaces de hacer.
- Finalmente, estos pacientes pasan sin problemas los
tests psicológicos elementales de comprensión. Asocian correc­
tamente, por ejemplo, el enunciado:
“la señora está en la peluquería”
con una foto de salón de peluquería donde se encuentra una
cliente, en los tests de opciones múltiples donde las demás fotos,
por ejemplo, reproducen salones de peinado con un cliente, o
una mujer mirando una panadería.
Los tests de comprensión vinculados a los tres tipos de
enunciados anteriores muestran que, en todos los casos, la
comprensión de estos pacientes parece fundada en, y solamente
en, sus conocimientos “generales” asociados a las palabras
plenas de los enunciados.

Determ inación y “puesta en forma de diccionario” de las


palabras plenas

La lectura en voz alta de estos pacientes aléxicos recuerda


(al mismo título que su comprensión de lo escrito, anclada
solamente en palabras-plenas) los tratamientos que pueden
calificarse de documentales. En efecto, por una parte, ellos sólo
enuncian las palabras plenas de las frases que deben leer y, por
la otra, estos enunciados materializan un “condicionamiento”
de las palabras que parece corresponder a una lógica “documen­
tal” (determinaciones de las palabras plenas, puesta en una
forma adecuada para el uso de un diccionario, etc.). Precisemos
estos fenómenos:
136
D eterm inación de las palabras plenas

Podemos preguntarnos de qué tratamientos depende el


estatuto específico de las palabras plenas observado en los
enunciados en lectura de los pacientes. Experiencias muy
simples, como la siguiente, permiten responder a esta pregun­
ta: se les propone a los pacientes leer en voz alta frases que
comportan la misma palabra (“car” [coche/porque], por ejemplo)
ya sea en posición de sustantivo (palabra plena —coche—), ya
en posición de conjunción (palabra funcional —porque—), por
ejemplo:
“Le car ralentit car le moteur chauffe” [el coche se desace­
lera porque el motor recalienta]
se observa que la palabra “car” es siempre enunciada en posi­
ción de sustantivo y nunca en posición de conjunción. Tal
comportamiento implica evidentemente la puesta en práctica de
una desambiguación sintáctica (implícita) en el proceso de
lectura de estos pacientes. Este comportamiento prueba así que
estos enfermos no han “perdido la sintaxis”, mientras que los
resultados de los tests de comprensión presentados más arriba,
o los enunciados agramaticales que producen, podían darlo a
creer.

Puesta en forma de diccionario

- N orm alización

Una característica de los enunciados sometidos a la lectu­


ra de estos pacientes es la siguiente: cuando leen los verbos (son
palabras plenas), no enuncian las flexiones, sino, en general,
solamente las raíces. Esto implica la puesta en práctica de
tratamientos morfoléxicos (implícitos) para determinar estas
raíces. Estos tratamientos deben ponerse en paralelo con la
puesta de los verbos en la forma normalizada, requerida para
la utilización de diccionarios.

- Partición en clases de equivalencia

“Errores” muy comunes en estos enfermos consisten en


enunciar, no la palabra escrita, sino uno de sus sinónimos o una
palabra semánticamente similar (recordemos el ejemplo de
137
“iglesia” por “catedral”), lo que debe relacionarse con el estatuto
de los sinónimos respecto de, por ejemplo, problemas de traduc­
ción o de documentación.

Conclusión

Los comportamientos lingüísticos que hemos presentado,


como los relativamente frecuentes de los niños que aprenden a
leer, y los de los pacientes aléxicos, más raros, parecen estar
apoyados en la misma racionalidad. El análisis de estos com­
portamientos requiere un cuestionamiento de los enfoques
tradicionales de la lectura y la comprensión de lo escrito,
fundadas en el concepto de conversión grafemas/fonemas. En
efecto, en patología aléxica se ponen en evidencia ciertos proble­
mas inherentes a la tarea de lectura (ocultos por el saber
demasiado experto de los lectores normales), que corresponden
por cierto a un nivel distinto del de estas conversiones. Estos
mismos problemas vuelven a encontrarse con los sistemas de
síntesis del habla que constituyen la contrapartida de la lectura
en voz alta en el plano de la inteligencia artificial. Los diversos
ejemplos presentados llevan a la conceptualización de procesos
de lectura que permiten “reconocer” la forma de las palabras, en
interacción con la de las frases y con los conocimientos genera­
les de los sujetos. Estos procesos llevan a concebir la compren­
sión de lo escrito en términos de emergencia.

Anexo

La síntesis del habla es la “lectura en voz alta por ordena­


dor” (provisto de una fuente sonora). La validez de esta “sínte­
sis” es confirmada para un oyente por el carácter comprensible
de los enunciados. Su realización implica cierto número de
restricciones tecnológicas que no indicaremos aquí (cf. Liénard,
1977); para una lengua como el francés, está vinculada a la
determinación de reglas de conversión de las letras en sonidos
(para una lengua de carácter ideográfico, como el chino, es claro
que tales reglas quedan excluidas). Pero, para volver al francés,
si nos limitamos a las reglas de conversión letras-sonidos,
obtenemos una inteligibilidad muy débil de los enunciados
producidos. La experiencia muestra que a esas reglas se añaden
restricciones ligadas a los niveles fonemáticos, léxicos, sintácticos
y semánticos, es decir a lo que se acostumbra a llamar “niveles
138
del lenguaje”. Indicaremos muestras de estas restricciones (por
cierto inherentes a las tareas de lectura) que pone de relieve la
síntesis del habla.

Secuencia de los fonemas

El enésimo fonema de una palabra depende estrechamen­


te de los fonemas n-1 y n+1; dicho de otro modo, depende de los
fonemas “contextos”. No es posible hacer síntesis del habla por
simple concatenación de los fonemas obtenidos por conversión
letras-fonemas. En lectura en voz alta, este mismo problema es
difícil de detectar...

Nivel léxico

Las reglas que atañen al enunciado de secuencias de letras


admiten diversos casos particulares que hacen intervenir ca­
racterísticas mor/o-léxicas. Por ejemplo: el final “ille” se pro­
nuncia /y/ en “filie” [niña] e /il/ en “ville” [ciudad]. Los procesos
cognitivos de lectura en voz alta utilizan así necesariamente
estas características.

Nivel sintáctico

Las reglas generales referidas a la enunciación de secuencia


de palabras comportan excepciones vinculadas con la sintaxis.
Por ejemplo, la regla “las consonantes caen ante consonantes; se
mantienen ante las vocales” no se aplica si se trata de una pausa
fuerte (límite de grupo sintáctico o de enunciado), ejemplo:
- un petit-t-étang [un pequeño estanque]
- il est petií et tombe du nid [es pequeño y se cae del nido]

Otro ejemplo de intervención de la sintaxis: muchas pala­


bras que poseen la misma morfología por escrito se pronuncian
de modo diferente, según la clase gramatical a la que pertenez­
can las ocurrencias de esas palabras. Son “homógrafos no
homófonos”, ejemplos:
- sustantivos o verbos conjugados
“as”[verbo avoir, presente 2- pers. sing., y sustantivo “as”],
“bus” [participio pasado mase, plural verbo “boire” —be­
ber—, y sustantivo “autobús”],
139
“est” [verbo “étre”, presente, 3- pers. sing., y sustantivo
“este"]
“portions” [verbo “porter”, pret. imperf.,l? pers. pl., y sus­
tantivo “porciones'7],
“vis”[verbo “vivre”, pret. simple, 1- pers. sing., y sustantivo
“tornillo”]...
- sustantivos o verbos terminados en “ent”:*
“les bouchers parent des dindes pour Noel” [los carniceros
aderezan pavos para Navidad]
“les poules du couvent couvent” [las gallinas del convento
empollan].
Todo sistema, que procede a la enunciación de tales frases,
debe determinar la clase gramatical de estas palabras, de modo
de realizar correctamente esta enunciación.
Dicho de otro modo, ningún sistema puede derivar una
secuencia de sonidos de la secuencia de letras correspondiente,
sin proceder a cierto grado de análisis morfosintáctico (“grado”
que permite al menos la resolución de ambigüedades gramati­
cales). Los programas de síntesis del habla, asistidos o no por
analizadores sintácticos, enuncian más o menos correctamente
lo escrito. Contribuyen a poner de relieve estos tratamientos
inherentes a la lectura.

Nivel semántico

Otros fenómenos de ambigüedad demuestran que la lectu­


ra en voz alta está anclada en la comprensión, en la medida en
que ésta condiciona el enunciado correcto de estas ambigüeda­
des. Ejemplo:
- la palabra “fils” se enuncia /fil/ en:
“les fils du chirurgien sont en nylon” [los hilos del cirujano
son de nylon]
- y /fis/ en:
“les fils du chirurgien sont en pensión” [los hijos del
cirujano están pupilos en el colegio”].
Las dos ocurrencias de la palabra “fils” de estos ejemplos
tienen la misma etiqueta gramatical de “sustantivo”. Su pro­

* La terminación “ent” no se pronuncia cuando se trata de verbo


conjugados.

140
nunciación correcta implica informaciones que hemos designa­
do más arriba como “conocimientos del mundo”. En este caso, se
trata de conocimientos relativos a las técnicas quirúrgicas, o la
educación de los hijos de algunas personas de alta jerarquía...
Señalemos que, si tales ejemplos son excepción en francés, son
regla general en lenguas como el árabe o el hebreo (donde,
principalmente, sólo los “esqueletos consonánticos” de las pala­
bras figuran por escrito). Es evidente que la síntesis del habla
es particularmente problemática en esas lenguas...
Los problemas más complejos de la tarea de lectura (que
por lo demás no atacan los programas de síntesis del habla sino
que contribuyen a ponerlos de relieve) se revelan así estrecha­
mente ligados a la comprensión del lenguaje y especialmente a
estos “conocimientos del mundo” que parecen asomar bajo las
más serias dificultades encontradas para conceptualizar los
fenómenos cognitivos.

141
III

RELACIONES ENTRE
LO ORAL Y LO ESCRITO
9
La dependencia de lo escrito
respecto de lo oral: parámetro
fundamental de la primera
adquisición del lenguaje
Laurence Lentin
(U niversidad de la Sorbonne Nouvelle-París)

Resumen
Continuidad y no ruptura entre el uso oral y el escrito de la lengua

Se considera, en el uso de los hablantes francófonos, las zonas


fronterizas entre lo que se habla y generalm ente no se escribe y lo que se
escribe y generalm ente no se habla.

Aprovisionamiento del niño para aprender a hablar-pensar

El niño aprende a hablar y a pensar gracias a la verbálización de los


adultos que le hablan de sus experiencias y del mundo. Estos adultos son
a la vez hablantes y usuarios de la escritura.

Naturaleza de la verbalización dirigida al niño

Sólo la capacidad de aprender a hablar es innata, y su realización


por medio del lenguaje es tributaria de las ofertas verbales de los hablantes
competentes que le hablan al niño y de las características de sus enuncia­
ciones. Si bien enunciados truncos, lacunarios, ambiguos, aportan ele­
mentos de comunicación en un contexto dado, sólo las variantes enunciativas
bien formadas, completas, explícitas —por lo tanto a menudo próximas a
lo “escribible”— le permiten al niño las hipótesis y las explotaciones
indispensables para la elaboración de su propio sistema lingüístico de
producción-recepción.
El niño adquiere así la posibilidad de construir enunciaciones orales
correspondientes a cadenas de pensamientos con toda autonomía. El
dominio de un gran número de variantes enunciativas supone, entre otras
cosas, una fam iliaridad con textos escritos de características determina­
das y vueltos accesibles a quien aprende por mediación del adulto.

145
Del hablar-pensar al leer-escribir
El niño podrá convertirse en usurario autónomo de la lengua escrita
completa sólo si en el comienzo no hay ruptura entre el texto que se le
propone leer o redactar y lo que el funcionamiento de su propio sistema de
lenguaje le permite hablar o reconocer en el hablar de otro.
Esto plantea la problemática delicada de los textos destinados a este
uso entre aprendices de lo oral, y luego de lo escrito.

Aquí y ahora, un niño que viene al mundo es confrontado


desde su nacimiento (¡e incluso antes, in uterol) con el lenguaje
verbal de la sociedad que lo rodea, y principalmente de las
personas que lo cuidan.
Investigaciones en profundidad y ya antiguas sobre las
modalidades de la instalación de la función del lenguaje en el
niño francófono han determinado la elección de una teoría del
lenguaje que afirma la interdependencia de lo escrito y lo oral.
Un mismo sistema sintáctico —aún imperfectamente conoci­
do— rige la lengua oral y la escrita, que serán consideradas
como proponiendo un conjunto de variantes enunciativas.
El “francófono competente” ajusta el uso de estas variantes
enunciativas a las necesidades y los contextos discursivos,
tanto en lo escrito como en lo oral. Se considerarágrosso modo
que este hablante-lector-enunciador de lo escrito dispone de
tres conjuntos de variantes enunciativas en número práctica­
mente ilimitado, representados de manera un poco vaga por el
siguiente esquema:

C
A B
A : conjunto (prácticamente ilimitado) de enunciaciones ha­
bladas.
B : conjunto (prácticamente ilimitado) de enunciaciones es-
critas.
146
C : intersección de los dos conjuntos (enunciaciones que
pueden ser habladas o escritas).
a V : clase de variantes orales “equivalentes” (desde un punto
de vista estrictamente informativo).
bV 1: clase de variantes escritas “equivalentes” (desde un pun­
to de vista estrictamente informativo).
cV 1 : intersección de las dos clases anteriores (desde un punto
de vista estrictamente informativo).
a2c2 : otra clase de variantes orales.
b2c’2 : otra clase de variantes escritas,
etc.

Ejemplos:
(1) Catherine sa mamie eh ben des pommes sa voisine elle est
gentille un panier plein elle lui a donné.
[Catherine su mamá eh manzanas su vecina es buena una
canasta llena le dio].
(1') Des pommes sa grand’mére á Catherine plein un panier
e(lle) lui a donné sa voisine elle est chouette.
[Manzanas su abuela a Catherine una canasta llena ella le
dio su vecina es simpática].
(2) La voisine de la grand’mére de Catherine lui a donné un
panier plein de pommes.
[La vecina de la abuela de Catherine le dio una canasta
llena de manzanas].
(2') La grand’mére de Catherine a une gentille voisine qui lui
a apporté en cadeau un plein panier de pommes.
[La abuela de Catherine tiene una vecina muy amable que
le ha llevado de regalo una canasta llena de manzanas].
(3) La grand’mére de Catherine compte au sein de son voisinage
une fort obligeante personne dont elle a re^u présent d’un
panier empli de pommes.
[La abuela de Catherine tiene en su vecindario una persona
muy gentil de la cual ha recibido como presente un canasto
colmado de manzanas].
(3’) Du produit de sa pommeraie emplissant une grande
corbeille, la plus aimable des voisines en a fait Thommage
empressé á 1’aieule de Catherine.
[Con el fruto de su manzano lleno un gran canasto, la más
amable de las vecinas le ha hecho solícito homenaje a la
abuela de Catherine].

147
Nos falta la descripción lingüística del francés hablado, así
como del francés escrito, a pesar del avance de los trabajos de los
investigadores desde hace unos veinte años. Es, pues, esencial­
mente la intuición adquirida en el curso de su experiencia
verbal como productor-receptor de oral y escrito lo que le
permite al “francófono competente” efectuar la distribución de
las enunciaciones.
Es interesante examinar cómo el aprendiz de hablante se
aprovisiona de los que le hablan para poner en funcionamiento
su sistema semántico-sintáctico.

Aprender a hablar en una sociedad parlante,


lectora, escritora

Desde su edad más temprana, el bebé es entrenado en una


red de intercambios verbales que acompañan sus experiencias,
les dan sentido, las insertan en la realidad del mundo que lo
rodea, dándole así conciencia tanto de sí mismo como del otro,
y encaminándolo rápidamente hacia las posibilidades de abs­
tracción. Siguiendo en esto a Ferdinand de Saussure y Henri
Wallon o Emile Benveniste y muchos otros, no deberíamos
separar en el funcionamiento mental el hablar del pensar.
Contrariamente a lo que se ha creído durante mucho
tiempo, los discursos de los adultos dirigidos al niño pequeño no
están constituidos exclusivamente de imitaciones de su balbu­
ceo o de cualquier tipo de “habla de bebé”. Los dos ejemplos que
siguen, extraídos de un corpus muy abundante, recogido entre
numerosos niños desde hace casi veinte años, muestran que las
enunciaciones orales de los adultos presentan construcciones a
menudo próximas de las características de enunciaciones
“escribibles”, que aportan al niño, como acompañamiento de
sus actividades, una constante explicitación verbal.

Ejemplo 1:
Diálogo entre A (Adulto: la madre) y A.S. (Anne-Sophie, 3 meses
y 25 días).
A1 — Bueno, bebé, ¿qué dices? ¿Qué cuentas?
A2 — ¿No dices nada?
A.S.1 — (burbujas) 9 (burbujas).
A3 — ¡Estás haciendo burbujas!
A.S.2 — (estornuda (burbujas) ??? o (burbujas).
A4 — No te gusta esto, ¿eh?, no te gusta esto.
148
A5 — ¿Qué te pasa? ¿Quieres un besito? ¿Sí? ¿Te gustan los
besitos?
A.S.3 — 9 (burbujas) h9 9 9 o e :o e :8 e :: (burbujas) oe oe :
ale 9 (burbujas) 9 ? 9£ 9£ hg 9 ££98:: (llorando).
A6 — Ah, espera, te pongo los escarpines, es todo.
A.S. — (llanto).
A7 — No te gusta cuando te toco los pies.
A.S.4 — (llanto) h9 9£.
A8 — Hay que ponerse los escarpines.
A.S. — (llanto).
A9 — Anne-Sophie...
A.S. — (llanto).
A.S.5 — oea du du ce : : 9 : g (ruidos diversos).
A10 — ¡Oh, pero ahora estás llorando!
A.S.6 — 9 :
A11 — ¡Ah, sí!
A.S.7 — h 9 ae (llanto).
A12 — Bueno, vamos a volver a acostarnos.
A.S.8 — ee ce o (llanto) oe :
A13 — ¡Sí, mi querida!
A.S. (llanto).
A14 — oe : : : (imitando el llanto).
A.S.9— oe w i :
Obsérvense en especial los enunciados A3, A6, A7, A8, A12.

Ejemplo 2:
Diálogo entre A (Adulto: el padre) y Y (Yassine, 1 año y 5 meses).
A. juega a la pelota con Y. - A. hace rodar la pelota con los pies.
Ríen mucho. Afuera, llueve.
Y1— a ga so
A1 — (ríe) II veut aller jouer avec les gar^ons... mais i(ls) sont
partis les gar^ons... regarde... y a plus d(e) gar^ons.
[Quiere ir a jugar con los chicos... pero se fueron, los
chicos... mira... no hay más chicos].
Y — (lloriquea fuerte) oe oe.
A2 — lis sont partis dans leur maisons... regarde! [Se fueron a
su casa... ¡mira!]
Y2 — mezo ...
A3 — II pleut, hein? [Está lloviendo, ¿ves?]
Y3 — pl0
A4 — (se le acerca) II pleut [Llueve].
Y4— pl0
149
A5 — Tu vois qu’ils sont partís, les gar^ons [Ves, se fueron los
chicos].
Y5 — aso
A6 — lis sont partís [Se fueron].
Y6 — patid (llora).
..... (juego animado = A le arroja la pelota a Yassine).
A7 — Ah il a attrapé le bailón Yassine::: [Ah, Yassine atajó la
pelota],
Y7— (mira la puerta) KU : : : : :
A8 — Tu veux aller dans la cour :: : avec le bailón [quieres ir
al patio con la pelota].
Y8 — KU : : : KU
A9 — Mais il pleut mon chéri! [¡Pero está lloviendo, querido!].
Y — (lloriquea).
A10 — Quand i(l) pleura plus, quand il pleuvra plus mon chéri
on ira dans la cour, c’est promis (A. besa a Y.), avec le
bailón, hein? [Cuando no llore más, cuando no llueva
más querido, vamos al patio, prometido (lo besa), con la
pelota, ¿sí?].
Y9 — bailo f
A11 — On ira jouer au bailón [Vamos a ir a jugar a la pelota],
Y10 — aso f
A12 — Oui avec les grands gar£ons [Sí, con los chicos grandes],
Y11 — aso
A13 — Oui on ira dans la cour [Sí, vamos a ir al patio].
Y12 — balo
A14 — Avec le bailón [Con la pelota].
Y13 — ave gaso :: aso ::
A15 — Avec les gargons, tu joueras au bailón [Con los chicos,
vas a jugar a la pelota].
Obsérvense los enunciados A1, A2, A5, A6, A8, A9, A11, A12,
A13, A15.

En este fragmento de diálogo, el adulto, como a veces el


niño, producen enunciados cuya construcción sintáctica prácti­
camente no se alejan de los enunciados “canónicos” y presentan
cualidades explicitativas que se esperan generalmente de lo
escrito.
Estos extractos de corpus, si bien contienen algunos ele­
mentos fáticos, glosas y construcciones propias del diálogo oral,
muestran que el adulto en general puede proponer al bebé o al
menos al niño pequeño enunciados “bien formados”, completos,
150
explícitos. Estamos lejos de la opinión de N. Chomsky, quien
atribuye al aprendiz de hablante la capacidad de poner en
funcionamiento su sistema sintáctico a partir de las ofertas del
adulto expresadas por medio de enunciados truncos, lacunarios,
implícitos, ambiguos, e incluso agramaticales.

Del hablar-pensar al pensar-leer-escribir

La tesis planteada es que el niño va a pasar sin ruptura de


su hablar-pensar a su pensar-leer-escribir. Esto exige que an­
tes que aborde por sí solo un texto como lector y/o enunciador
de escrito, un entrenamiento realizado en una interacción
verbal constante entre él y adultos le haya permitido dominar
oralmente el sistema sintáctico de la lengua (al menos la parte
—ya muy extensa— del sistema que, según las investigaciones,
puede adquirirse antes de los 6 a 8 años).
Esta interacción debe obligatoriamente ejercerse a veces
—y lo más temprano posible (a partir de 12 a 18 meses)— con
ayuda de libros ilustrados cuyo texto puede ser leído. Una vasta
experimentación, especialmente entre niños de 2 a 4 años en
jardín de infantes, nos ha mostrado que desde esa edad el niño
se vuelve capaz de discriminar entre una historia contada y una
historia leída. Esa oposición le permite al niño habituarse al
estatuto de lo escrito, reconocer su permanencia, su inmutabi­
lidad y algunas de sus exigencias y sus particularidades de
formulación (es claro que todo este trabajo es inconsciente).

Textos destinados a los niños

Puede parecer ridiculamente trivial señalar que entre los


textos destinados a los niños, es indispensable que algunos sean
principalmente “recibibles” o “reconocibles” por el niño gracias
al funcionamiento de su sistema de lenguaje del momento.
Deben ofrecerle la posibilidad de formular hipótesis y anticipa­
ciones, esenciales a su búsqueda de significación, por ende a su
explotación lingüística, tanto en recepción como en producción.
Ahora bien, la mayor parte de los libros para los más pequeños,
aunque casi siempre presentan bonitas ilustraciones, proponen
textos que el niño pequeño no puede explotar, no sólo por el
contenido, alejado de su experiencia, sino también por el léxico
y sobre todo por la sintaxis. Por ejemplo, se ha podido establecer
que el niño es perturbado en sus hipótesis sobre el sentido por
151
frases incisas, grupos sujetos pospuestos, formas pasivas, fra­
ses nominales, pronominalizaciones no unívocas, etc. etc. Han
aparecido ciertos fenómenos como el problema del “je” [yo], muy
empleado en los libros para niños. “Yo recojo flores”, “yo me
visto”, “yo como una manzana”, “mi hermanita me molesta”, etc.
Este “yo”, empleado por un autor en el lugar de su personaje,
leído por el adulto al niño, crea confusiones, incomprensiones,
desaliento.
La subordinación de varias frases complejas es también
difícil de seguir para un principiante. En cambio, no debe
creerse que lo que nos parece “simple” sea necesariamente
simple para el niño. Por ejemplo, desde los 2 a 3 años, el niño
capta mejor un encadenamiento de hechos o ideas representado
por enunciados que comportan una articulación sintáctica (por
medio de lo que Maurice Gross llama los introductores de
complejidad) que si el mismo encadenamiento es formulado por
medio de una yuxtaposición de frases simples.
Numerosos estudios sobre estos importantes aspectos han
estado y están aún en curso.
Los escritos cuya formulación constituye una ruptura
respecto de los enunciados a los que el niño pequeño está
acostumbrado no pueden proveerle los puntos de referencia
que él necesita para sostener sus hipótesis y aprender. Es
indispensable que el niño encuentre en ciertos textos, no una
identidad, sino una continuidad entre los enunciados que
suele oír, que él mismo comienza a producir, y los que les leen
los adultos. El niño puede captar entonces la significación
del texto, seguir el encadenamiento de los hechos, luego ser
capaz de “hablar” la historia siguiendo las imágenes, página
por página. Esto lo prepara, entre otras cosas, para el acto de
leer.
Los adultos deben asegurarle al niño una frecuentación
asidua y repetida de textos adaptados y agradables, que se
hagan cada vez más complejos sintáctica y semánticamente, a
medida que el niño adquiere autonomía y dominio del lenguaje.
Esto evidentemente no excluye la lectura por parte del
adulto de textos (poéticos o no) que pueden aportar al niño
diversos placeres y satisfacciones, sin que él pueda necesaria­
mente en lo inmediato explotarlos para su esfuerzo de aprendi­
zaje. Pero hay que insistir en esta necesidad de una oferta
multiforme de escritos al niño pequeño.
Luego viene una práctica que le permite al niño afrontar
152
directamente el paso de su hablar a la escritura de su hablar,
por la vía de lo que hemos llamado “dictado al adulto”.

El “dictado al adulto”

El niño que domina un abanico de variantes enunciativas


que incluyen variantes “escribibles” está listo para aprender a
“dictar lo escrito”. En un tanteo guiado por el adulto, el niño se
ejercita en “escribir” ( = redactar, enunciar lo escrito) antes de
dominar él mismo el acto gráfico.
Lamentablemente falta lugar para dar ejemplos de este
trabajo que ya hemos experimentado ampliamente enjardines
de infantes, preescolar y entre aprendices tardíos de la escritu­
ra. (Véanse M. Uzé, 1983; M. T. Rébard, por aparecer a fines de
1986; L. Lentin et al. por aparecer).

El aprendizaje final del leer-escribir

Nota:

Leer = actividad de lenguaje que permite trabajar sobre la


significación (y no descifrar).
Escribir = actividad de lenguaje que permite enunciar verbal­
mente el propio pensamiento por escrito (y no sim­
plemente trazar signos gráficos).

Por las razones expuestas más arriba, es evidente que el


aprendiz sólo podrá aprender a leer en el sentido que acabamos
de dar si los textos que se le propone leer son accesibles para él
por el funcionamiento del sistema de lenguaje que es suyo en ese
momento. De allí las obligaciones de respetar para la formula­
ción (léxico, morfología, sintaxis) y para el contenido (sentido
accesible al aprendiz, teniendo en cuenta su experiencia perso­
nal y su conocimiento de mundo).
El propósito no es aquí pasar revista a los libros de lectura
que se proponen aún actualmente en la mayoría de nuestras
escuelas. Ya se ha hecho ampliamente tal crítica, cuando no en
el aspecto lingüístico, al menos desde el punto de vista de su
contenido. Se comprueba que ni las investigaciones sobre el
aprendizaje de la lectura ni las investigaciones sobre la adqui­
sición del lenguaje son tomadas en cuenta en la concepción de
los métodos de lectura que continúan proponiendo el aprendi­
153
zaje del desciframiento. El aprendizaje de la lengua escrita se
basa así en la correspondencia entre signos gráficos y signos
fónicos, a despecho del sentido y del carácter lingüístico (y
enunciativo) de lo escrito.

Aspecto sociológico

Es evidente que no se han evocado aquí más que fenómenos


generales de la adquisición de lo oral y lo escrito. Hay investi­
gaciones en curso que buscan determinar las causas de las
diferencias del desarrollo del lenguaje en los niños y determinar
el papel que puede desempeñar la sociedad (i.e. esencialmente
la escuela) en la adquisición y el dominio del lenguaje (oral y
escrito) de todos los niños. Comenzamos a comprender que lo
esencial del fracaso escolar, especialmente en el aprendizaje de
la lengua escrita, es imputable a un insuficiente funcionamien­
to del lenguaje.

Conclusión

Lo que antecede es necesariamente muy escueto: quisiéra­


mos remitirlos a las obras indicadas en la bibliografía —e
instarlos a considerar que el avance en este terreno es tributa­
rio de los trabajos referidos a lo oral y lo escrito en general.
Lo escrito, hecho social aún en la era de lo audiovisual y la
informática, nos rodea, nos es indispensable, tan indispensable
como el habla, a la cual está estrechamente vinculado.
En el curso de estas primeras adquisiciones fundamenta­
les que le aportan su autonomía del pensar y el hablar, el niño
debe ser puesto en contacto con lo escrito en todas sus formas;
funcional, informativo, de comunicación, afectivo, poético... a
condición de que le sea transmitido y hecho accesible por el
adulto competente. Es él quien, en el momento oportuno y no
prematuramente, facilitará para el aprendiz un acceso “con
calma” a un dominio inteligente de la lengua escrita, insepara­
ble del dominio inteligente de su hablar, anteriormente adqui­
rido y consolidado.

154
Referencias bibliográficas
Delfosse, J. M. 0.: Maitrise du langage oral et écrit chez l’adolescent en
difficulté scolaire. 1982, 104 p. Publications Sorbonne Nouvelle.
Lentin, L. et al.: Les livres illustrés pour enfants et l’acquisition du
langage. Colección “Acquisition du langage oral et écrit”, Service des
Publications de l’Université de la Sorbonne Nouvelle, 1983, 188 p.
Lentin, L. et al..Recherches sur l’acquisition du langage, tomo I, Service
des Publications de l’Université de la Sorbonne Nouvelle, 1984, 232 p.
Lentin, L. et al.: Recherches sur l’acquisition du langage, tomo II, 1988.
Publications Sorbonne Nouvelle.
Lentin, L. y Bonnel, B..Apprendre á parler: le role de l’école maternelle.
Ed. CTNERHI, diffusion P.U.F., 1986, 240 p.
Rebard, M. T.: Un apprentissage personnalisé de la langue écrite.
Publications Sorbonne Nouvelle, 1987.
Uzé, M.: Rattrapage d’un apprendre a lire manqué, chez un enfant tout
venant. Aspect linguistique. Publications Sorbonne Nouvelle, 1983, 112 p.
Uzé, M.: Un apprendre á lire-écrire tardif chez des adultes dits
“handicapés mentaux”. Publications Sorbonne Nouvelle, 1984, 139 p.

Discusión

H. H uot : Ciertos trabajos, hechos en el laboratorio de F rangís Bresson,


confirman, aproximándose aún más al nacimiento, que los niños hablan
mucho más temprano de lo que se cree y de manera relativamente correcta.
Con aparatos que aún no se comercializan, se han podido hacer ciertos
desciframientos de niños que tienen apenas 18 meses, y se descubre que
mientras que nadie los comprende, ni siquiera sus padres; esos aparatos
permiten reconocer por una parte curvas entonativas, pero también verdade­
ras palabras y verdaderas frases del francés. Es realmente sorprendente. Otra
observación: los libros para niños no se preocupan demasiado por los proble­
mas de segmentación de los textos propuestos.
L. L entin : En cuanto a los métodos de lectura, ¿cómo se puede hoy en día tener
derecho a publicar métodos de lectura sin mayúsculas, ni siquiera en los
nombres propios? La mayor parte de los jardines de infantes se niegan a poner
mayúsculas en los nombres y los apellidos, IDEN a la cabeza. Continuamente
me peleo contra eso. Estoy totalmente de acuerdo en que el niño aprenda a
volverse a la vez lector y enunciador de escrito; si no, no se convierte en un
verdadero lector.
Tengo la impresión de que en este coloquio estamos hablando de
R . M a r tin :
dos cosas diferentes. Ambas cosas, por lo demás, son muy interesantes, pero
creo que son distintas. Por un lado, algunas comunicaciones, como las de
Lentin, Achard, Rey-Debove, etc., consideran la lengua escrita como un
sistema de signos, significados y significantes, es decir, esta lengua escrita
tiene una especificidad respecto de la lengua oral. Por ejemplo, la lengua
francesa tiene la especificidad de poseer un “passé simple”, y el sistema de los
155
tiempos de la lengua escrita no es el mismo que el sistema de los tiempos de
la lengua oral. Y otras comunicaciones, creo, proponen una perspectiva algo
diferente, y consideran que el tema del coloquio es la lengua escrita en tanto
que sistema de significantes. Es el caso de, por ejemplo, el trabajo del señor
Jaffré, donde se trata de los blancos entre las palabras, es decir de signos
gráficos. Consideran el tema “lengua escrita” verdaderamente como un tema
de grafemática. No quiero con esto crear una jerarquía entre estas comunica­
ciones, sino que me parece que, tratándose grosso modo de lenguas alfabéti­
cas, nos animan en este coloquio dos perspectivas diferentes.

L. L.: Me parece que los dos puntos de vista son complementarios. Hay en
efecto diferencias de punto de vista. Para mí, la lengua escrita es una
actividad de lenguaje, algunas de cuyas variantes se separan un poco de
ciertas variantes orales, pero veo en cambio entre ellas una gran continuidad.
El niño pasa realmente del hablar al leer y escribir, pero entre ambos hay una
continuidad, y nunca ruptura. Si hay una ruptura, entonces eso se vuelve
lengua extranjera, un sistema por cierto totalmente distinto, y deja de
funcionar.

N . C atach : Quisiera retomar lo que acaba de decir el señor Martin: Si hemos


dado un lugar importante a las estrategias y los procesos esta tarde, en
relación con el aspecto social e histórico esta mañana, es porque pensamos que
son premisas indispensables para poder mañana hablar realmente de los
códigos, es decir de los sistemas de escritura propiamente dichos. Tendríamos
que tener siempre presentes las implicaciones históricas, sociales, conceptua­
les y psicológicas cuando intentemos definir los sistemas de escritura.

156
10
Dependencia o autonomía de lo
escrito respecto de lo oral: el
ejemplo de la publicidad
contemporánea
Vincent Lucci
(U niversidad de Grenoble III)

Resumen
A partir de un corpus de afiches o de mensajes publicitarios, nos
proponemos poner al día una tendencia contemporánea que, sin dejar de
lado una investigación de nuevos tipos de relaciones con lo oral (transcrip­
ción de lo oral, juegos sobre las aliteraciones, onomatopeyas, nuevos tipos
de relaciones fono-gráficas), privilegia un tipo de aprehensión de la lectura
fundada en los juegos o las connotaciones puramente ideovisuales, que
pueden ir hasta la utilización de signos ideográficos o pictográficos
sublingüísticos. Mostraremos que las distancias respecto de lo oral no se
manifiestan del mismo modo según los diferentes géneros o los “subcódigos”
del lenguaje reveladores de tendencias evolutivas actuales.

Podemos plantear la hipótesis de que la escritura de una


lengua como el francés está repartida entre una función de
reproducción del habla y otra función de transmisión directa del
sentido independientemente de toda restitución vocal. Esta
primera función (transcripción del habla) es adaptada y eficaz
particularmente para la puesta en código, es decir, el acto de
escritura. Se hace menos necesaria durante la operación inver­
sa de decodificación, es decir, de lectura. Esta situación explica
en parte (además de las consideraciones sociales, económicas,
culturales, ideológicas) la aceptación, en francés, no sólo de una
importante mezcla (nuestra escritura es a la vez fono e ideográ­
fica), sino también la no integración fonográfica masiva de los
préstamos de lenguas extranjeras1 y el rechazo más o menos
consciente de la transcripción fonética más “sobria” en las
creaciones por neologismos, las palabras familiares, etc.
157
La escritura en la publicidad contemporánea nos provee
una vitrina donde, menos constreñida por el chaleco normativo,
puede dar mejor curso a ciertas tendencias que hacen de ella
ante todo un género de la lectura “superficial” y rápida. Super­
ficialidad y rapidez deben entenderse en el sentido de que el
mensaje publicitario se inscribe generalmente en un tiempo
fugitivo (afiches en el metro, en las ciudades, en los bordes de las
vías de circulación) y donde se debe captar el interés y la
atención del destinatario sin que el mensaje sea considerado
como el polo principal de información (inserción y dispersión de
las páginas publicitarias en las revistas de información).2
Ciertos autores hablan de lectura cautiva.3 A causa de estas
características, la imagen desempeña efectivamente un papel
preponderante en el mensaje publicitario. Sin embargo, no
abordaremos aquí este aspecto importante que atañe a la
representación icónica, los colores, la tipografía, para limitar­
nos únicamente al componente escrito que en general lo acom­
paña o lo completa.
En cuanto a la escritura propiamente dicha, los desvíos
ortográficos pueden afectar el texto, soporte del mensaje publi­
citario. Pero debemos interesarnos también en el proceso de
creación de los nombres de productos y marcas, proceso que no
es aleatorio, sino que revela todo lo que puede vehiculizar
nuestra ortografía en el marco de la lengua francesa, sus
relaciones con lo oral y con su contexto sociocultural.
A partir de un corpus de paneles, afiches o páginas publi­
citarias recogidas en semanarios de información {Le Nouvel
Observateur, Fígaro magazine, Paris Match, Express, Jour de
France)4 nos proponemos aquí poner al día las tendencias
contemporáneas antes mencionadas a título de hipótesis.

I - Las modificaciones ortográficas en el texto

I.a - Hacia lo oral

Contrariamente a lo que se podría imaginar, es notorio que


el mensaje publicitario mismo es de un conservadurismo de
buen tono, y que sus desvíos ortográficos son relativamente
raros. Sólo algunas “publicidades” han osado franquear el paso,
yendo a veces hacia un acercamiento con la lengua oral (trans­
cripción fonética o transcripción estrictamente fonográfica de
una forma hablada familiar), ejemplos:
158
- En Z, c’est plus Z amusant [En Z es más divertido, (donde
la Z reproduce por escrito el sonido de la liaison oral, T.)]
- TA 20 compact, la machine qui facturécricalculédite [TA
20 compact, la máquina que facturescricalculedita] (supresión
de las fronteras de las palabras, como en lo oral);
- les croc’s soldes [los come-saldos]:
- avec Fagrafeuse électrique Peugeot, y’a qu’á [con la
abrochadora eléctrica Peugeot, no hay más que (este último
sintagma escrito según la fonética familiar, T.)]
- si glagla, glouglou (viandox) - (familiar y fonético).
[Para un francófono, el mensaje evocado por este eslogan es:
“Cuando hace frío, tome Viandox”.]

I.b - Hacia la ideografía

Pero las más de las veces, en este caso —relativamente


raro, recordémoslo—, se utilizan los acercamientos puramente
ideovisuales, o los juegos perceptibles sólo por escrito, en frases
del tipo:

- Ethonnez vos plats [“ponga atún” a sus platos (homófono


de “sorprenda” a sus platos, T.)]
- Vit á sec (tintorería) [literalmente, vive en seco, homófono
de rápidamente seco, T.]
- C’est un ordinateur SUP’AIR [Es un ordenador SUP’AIR
(homófono de “Super”, T.)]
- Je suis GENTHY (nombre de un supermercado) [Yo soy
GENTHY, (homófono de “gentil”, T.)]
- Allez vous faire cuir [literalmente, vaya a hacerse cuero
—cuir—, homófono de “cuire”, cocer, T.]
- Mettez-vous au LEE. Je suis bien dans mon LEE [Métase
en el LEE —homófono de “lit”, cama—. Estoy bien en mi LEE
- nombre de un pantalón.]
- J ’aime Shell (empleo de un pictograma en el texto).
[Yo amo Shell]
- £a, c’est la vie AUCHAN (ropa) [Esto es la vida AUCHAN
(homófono de “au champ”, en el campo, T.)].
-Informez-vous Bien (bi-énergie) [Infórmese Bien]
- Accordez-vous en DIEZ (afínese en DIEZ) [DIEZ, marca
de oporto, homófono de diese -sostenido, T.]
- Canapé SLOOP. Le canapé aux lignes SOOPLES (línea
Roset) [Canapé SLOOP. El canapé de líneas suaves (souples)]
159
- Les vacances á la FRAMgaise [Las vacaciones a la
FRAMcesa]
- Dans les magasins BURTON, touts les coüts sont permis...,
les 400 coüts de la mode [En las tiendas BURTON, todos los
costos/golpes (“coups”, homófono de “coüts”) están permiti­
dos..., los 400 costos/golpes de la moda, faire les 400 coups, hacer
las mil y una, TJ
- Le coüt de foudre [literalmente el costo de rayo, homófono
de le coup de foudre, flechazo de amor, T.].
- La librerie, la librairie du CNDP [se juega con la
paronomasia: librerie, de “libre”, y librairie, de ‘libro”, T.].
- Vite fée, bien fée (limpiador “La Fée du Logis”) [literal­
mente rápido hada, bien hada, homófono de Hecho rápido,
hecho bien, T.].

Se observará que lo propio del juego de palabras ortográ­


fico es referirse al conjunto del texto (casi siempre la frase) y que
en ciertos casos, el nombre del producto, sustituido por uno (o
varios) término(s) crea el efecto de sorpresa. Al mismo tiempo,
el nombre propio tiende a conquistar un estatuto léxico. (Cf. Je
suis Genthy, un ordinateur sup’air, la vie Auchan, etc.). En el
caso de este segundo conjunto, la publicidad se apoya en lo que
la escritura puede vehiculizar de “ideografía” (transmisión de
un sentido inesperado por medio de una ortografía que discri­
mina homófonos). Este hecho la hace jugar con la naturaleza
visual del mensaje publicitario, objeto de lectura “rápida” y
“cautiva” para los consumidores.
Si los mensajes publicitarios dan prueba de menos imagi­
nación de la que se habría podido esperar, en la escritura de los
propios textos a menudo conformes (pero con los desvíos que
acabamos de ver) a la escritura académica, no ocurre lo mismo
con la ortografía de los nombres de los productos. Para el
bautismo escrito del término a promocionar, existe un espacio
relativo de libertad en el cual se precipitan los publicistas y
despliegan entonces todos sus talentos y su imaginación. Esta
búsqueda ortográfica centrada principalmente en los nombres
propios se explica por el peso de la norma que no permite aún
(?) del todo la impertinencia o la falta de respeto. Se explica
también por la importancia de la denominación que puede
implicar fuertes connotaciones culturales. En ciertos casos, el
apelativo original, con su ortografía, puede ser lexicalizado, al
menos en el habla familiar. Actualmente se dice un frigidaire
[por heladera], un Kleenex [por un pañuelo de papel], un Timex
160
[por un reloj determinado], un R5 [por un coche determinado],
etc. Esta voluntad de lexicalizar los nombres de productos,
como lo hemos visto, se transparenta a menudo en los textos que
acompañan la imagen (cf. exhibirse en Shalimar, ser Guerlain,
tener la forma Turbolympique; la vida es hermosa en Maxwell,
aprenda a hablar Polaroid, algo en Ud es Dior, etc.). Por estas
razones, el empleo de la ortografía de los nombres propios que
crea la publicidad, lejos de ser un fenómeno marginal, es
revelador de un contexto sociocultural, revelado a través de las
tendencias ortográficas más profundas, que van más allá del
marco del género publicitario.

II - La ortografía de los nombres propios

II. 1.a - Las transcripciones fonéticas

En 1955, M. Galliot había señalado una tendencia hacia un


fonetismo muy marcado en la ortografía de los nombres de los
productos. Este fonetismo que se pudo calificar de “popular” en
aquella época, no ha desaparecido hoy en día, pero debe ser
fuertemente relativizado. Si términos como RAZPRES (1934),
MEANEUF (producto de mantenimiento [transcripción fonéti­
ca de Met-á-neuf, pone a nuevo, T.]), BOSSEIN, GETIEN
(1947), SANDEFO (corpiños, 1950 [transcripción fonética de
“sans défauts”, sin defectos, T.]), FORTELISS (cuerdas, 1933),
ATOUFER (cocina [fonética de “á-tout-faire”, que hace de todo,
T.])5 han desaparecido, es por razones comerciales que no le
deben nada a su apelativo. Pero es probable que su aspecto
semántico motivado, demasiado “transparente”, un poco inge­
nuo y ortográficamente demasiado cercano a una transcripción
fonética —connotada por ende como “poco culta”— ya no ejerce­
ría hoy la atracción de la que pudo gozar entre los lectores
durante las últimas décadas. Lo cual no quiere decir que, aún
hoy, este procedimiento de apelación escrita por medio de la
transcripción ortográfica más simple y más fonética subsista en
productos nuevos. Por lo general va acompañado de otras
figuras retóricas tales como la contracción de varios términos y/
o el borrado de una parte del componente. Ejemplos: ACTISON,
GERBLE (alimentos dietéticos), MEDIFLOR (tisana), BA-
TIRUSTIC, PRESTIFRANCE (inmobiliaria), LOCATEL (al­
quiler de televisión), OMBRASOL (crema bronceadora), NO-
VOTEL, etc.
Es tal vez su aspecto a la vez compuesto y trunco, que
161
oscurece y complica parcialmente la percepción de la motiva­
ción léxica de estos términos, lo que hace aceptar su transcrip­
ción fonética. En estos casos, no hay más que un acercamiento
ortográfico relativo con lo oral (compensado además por una
complejización). Lo que se busca, ante todo, es la originalidad
respecto del lenguaje corriente, y la individualización del pro­
ducto.
Sin embargo, existen aún hoy algunas creaciones escritas
fonéticas. Estas parecen netamente minoritarias, pero hay que
señalar, por ejemplo:
- SICLAIR-SINETT [homófono de “si clair, si net” -tan
claro, tan limpio, T.] (papel para limpiar los anteojos. Se
observará la duplicación de la T final, que aleja a este término
de una transcripción puramente fonética)
- REVLON [homófono de “reve long” -sueño largo, T.j
(producto de belleza) - AXION; ONOUGA (chocolates con
nougat), BOUTIC’DECOR (nombre de tienda), EVBEL (cápsu­
las adelgazantes), etc.

Il.l.b - Juegos sobre las aliteraciones

En ciertos casos, la originalidad no reside en una trans­


cripción cercana a lo oral, sino en la notación de sonoridades
aparentemente arbitrarias y en realidad cargadas de un valor
evocativo. Ejemplo:
- las term inaciones en -or: HUILOR, FLODOR,
VEGETALOR, MIROR, LENOR, FLAMIDOR. En estos casos,
se podría evocar una connotación de la simbólica del oro.
- las terminaciones en -ine: SOUPLINE, CAJOLINE,
MOUSSLINE (evocación de suavidad).
- las terminaciones en -ex: MOULINEX, SPONTEX,
GLASSEX, TIMEX, PYREX, JEX, etc.
- las terminaciones en -a: ACTUA, MATERNA, PLANTA,
CANDIA, NURSA, KREMA (evocación de una seudoetimología
latina).

Si se pudiera hablar en estos últimos casos de una creación


ortográfica que actúa en el componente fónico del lenguaje, ya
no se trata entonces de una transcripción simplificada de
términos transparentes (del tipo AXION), sino de un juego
gratuito sobre los sonidos, de función “poética”, en el sentido en
que lo entiende Jakobson.
162
II.l.c - Las onomatopeyas

Señalaremos en esta parte de nuestro trabajo algunas


creaciones onomatopéyicas, escasas, pero que, por definición, se
proponen evocar o reproducir ruidos, y no signos lingüísticos
orales. Estos términos se sitúan por este hecho en la frontera del
nombre propio. Su débil frecuencia se explica tal vez por su
menor probabilidad de ser lexicalizados. Ejemplos:
- SCRATCH (amortiguador), ZIP (anti hollín), BING (in­
secticida), CRUNCH (chocolate), TUC (bizcochos).

Il.l.d - Nuevos tipos de relaciones fono-gráficas

En los textos publicitarios se toman ciertas libertades con


las correspondencias fono-gráficas más centrales y más esta­
bles de la ortografía francesa. Si bien se trata aún de fonografía,
hay que buscarla en nuevas puestas en relación desviantes. Por
ejemplo, se ven aparecer combinaciones de valor silábico ligado
a una letra (ej. K) tal como puede encontrársela en las siglas,
junto a otras letras con valor fonográmico habitual. Así, hemos
encontrado K’sdale (nombre de un bar), K’store (hipermercado
de Grenoble). El apóstrofo cobra aquí otro valor y vale sobre todo
como evocación de una seudo-forma inglesa. Aparecen ciertas
falsas-siglas o fórmulas, que restituyen lo oral (y corresponden,
pues, a la fonografía), pero de manera silabo-<£rebusgráfica”.
Ejemplos: k 7 ([kaset], cassettes), R 9 (nombre de un retenedor
de ventana [ernoef, “air n e u f-aire nuevo]), B.B. 40 (pequeño
lavarropas). ¡Recordamos, por supuesto, la famosa D.S. 19!*
Aun cuando se acepten los nuevos tipos de corresponden­
cias fono-gráficas señaladas más arriba, y aunque nos limite­
mos a este primer relevamiento de nombres de productos y
apelativos, en este estadio de nuestras observaciones, la escri­
tura publicitaria, en su creación léxica, aparece como poco
respetuosa de la tradición en este terreno. Luego veremos que
en realidad este cuidado por la transcripción fonética está lejos
de ser exclusivo y probablemente no afecte más que a una
minoría de creaciones.
Por lo demás, hemos relevado numerosos ejemplos de

* Nombre de un modelo de automóvil, homófono de déesse, “diosa”, que


R. Barthes analiza en sus Mitologías. [T.]

163
desvíos o de formas escritas que se alejan de una reproducción
de lo oral. En esos casos, debemos calificar el funcionamiento de
lo escrito publicitario, de principalmente semántico o ideográfico,
o incluso de “fonográfico sui generis”.

II.2 - Los valores no fonográficos • hacia la ideografía

a - E n el lím ite de la fonografía y la ideografía: las connotaciones


gráficas

Ciertas ortografías de nombres de productos tienen como


características transcribir la pronunciación, pero éstas apare­
cen como parcialmente desviantes en la medida en que dejan
de poner en práctica las relaciones letras-sonidos más frecuen­
tes y menos ligadas a restricciones distribucionales (las trans­
cripciones de k, i, f, serían en ese caso “c, i, f \ por ejemplo). Así
ocurre con las letras k, y, ph, que, recordémoslo, están estre­
chamente imbricadas en la fonografía, pero poseen también un
valor evocativo suplementario que se desprende de este compo­
nente. Nos encontramos aquí en el límite de la fonografía y la
ideografía, ya que si términos como ELEKTROGLASS,
DELIKAT (alimento para gatos) transcriben lo oral, evocan
otra cosa (grafía extranjera, o más complicada, menos prosai­
ca, más erudita...). Esto es particularmente verdadero en las
numerosas creaciones con -y del tipo MISSLY (barniz), TRO-
TTY (calzado para bebés), ROSY (ropa interior), ACIMYL
(droga), AMINCYL (corset, tien d a de ropa interior),
TONIGENCYL (dentífrico), LACTACYD (jabón), JANKIRY
(calzado), SYSTRAL (jarabe).
Quedaría por explicitar más precisamente en qué consiste
este suplemento informativo y evocador, a lo que podrían
dedicarse la sociología, la psicología, o incluso el psicoanálisis.
Es posible que la representación de la lana PHILDAR (y no
fildar) pase por la evocación de filtro (philtre), o que simplemen­
te la grafía PH no haya sido elegida más que por su aspecto raro,
rebuscado y seudo-erudito, independientemente de su valor de
transcripción de lo oral (cf. también DERMOPHIL - droga,
HYDRATH - crema humectante, PHYTOMOUSSE, etc.).
Se entiende que ciertas complicaciones ortográficas apa­
rentes no sean arbitrarias, sino que revelen una motivación,
sobre la cual van a jugar los promotores de la marca. En efecto,
hay en JETTA (marca de automóviles), JET, mejor percibido, al
parecer, que en ausencia de una geminación, o en moussline,
164
“mousse”[espuma], aun cuando esta última grafía sea contraria
a las regularidades distribucionales más centrales de la orto­
grafía (geminación de la s seguida de 1).
Por último señalaremos el logotipo de una tienda para
damas de Grenoble: A’NANAS [evoca la fruta; “nana”, mujer en
lengua popular, T .]. En ese caso, la publicidad juega sobre este
aspecto ideovisual estrechamente imbricado en la fonografía.

b - Las grafías extranjeras no integradas

Nina Catach ha demostrado que la tendencia respecto del


etimologismo, aun cuando era realizada en detrimento del
respeto a la fonografía, prevalecía en un número muy importan­
te de préstamos. Esta misma tendencia no puede escaparle
siquiera al lector menos advertido de textos publicitarios. La
adopción masiva de términos publicitarios angloamericanos en
la creación nominal publicitaria contribuye a marginalizar en
ese terreno las correspondencias fonográficas más ancladas en
nuestra ortografía en razón de su historia y su frecuencia.
¿Podemos hablar entonces de nuevos tipos de correspondencias
tomadas del inglés? (del tipo “0 0 ” = /U/, “EE” = /i/, “A” = /ej/,
“EW” = /ju/, “SH” = /ch/, “HEA” = /i/) en playskool —juguetes
para escolares— Kleenex, Demakup, news cigarrillos, panta
shop (tienda de pantalones), s/uny-s/iady (brillante-sombrío),
Heaston (zapatos franceses).
Para la gran mayoría de los lectores (y en particular para
los niños, en período de aprendizaje de la escritura, muy
sensibles a los mensajes publicitarios pero por lo general no
políglotas), estos términos son percibidos muy probablemente,
en la lectura, como entidades ajenas a la fonografía francesa, y
reconocidas por otros procesos distintos a la reconstitución oral.
La lengua italiana plantea problemas menos agudos, pero sólo
aparece excepcionalmente, en ciertos mensajes publicitarios
(autos - ropa). Ejemplo: “un certain monde cammina ROSSE-
TTI” (calzado) [cierta gente cammina ROSSETTI].
No insistiremos sobre esta oleada de grafías angloameri­
canas, muy a menudo señaladas y criticadas. Relevaremos
simplemente que lo que se busca es casi siempre el aspecto
visual de grafía extranjera, sobre todo porque la forma etimo­
lógica o la motivación morfológica real (Kleenex y Playskool, y
no *cleanex o *playschool) son notables en este sentido. El
apóstrofo evocador del caso posesivo inglés no interviene más
165
que por su aspecto visual connotativo de la lengua inglesa (cf.
oncle Berís, Demak’up, coiffman).
Se ve bien que, a imagen de lo que ocurre en el resto del
léxico francés, pero de un modo mucho más pronunciado y
brutal, la introducción de una grafía “a la inglesa” viene a
transtom ar los hábitos de reconstitución de lo oral a partir de
las letras de nuestro alfabeto, y marginalizar la virtualidad
fonográfica inscripta en el código escrito francés.

c - L as siglas y las fórm ulas

La denominación de numerosos productos que deben sedu­


cir al comprador ante todo por sus características supuesta­
mente técnicas es el lugar de una intrusión masiva de siglas
provenientes en general de una combinación de letras y núme­
ros. Las marcas de autos, de aparatos electrodomésticos, de
máquinas fotográficas o de música, de productos químicos y,
más recientemente, de la informática, son muy ricos en este
modo de designación. No citaremos más que algunos casos del
tipo: BOSH E 700 (lavarropas), la pulidora PS 5 320, el automó­
vil BMW R 100 RS, los quitamanchas PPZ o K2R. Evidentemen­
te, estas fórmulas deben su impacto a la ilusión que crean de la
transparencia tecnológica del producto. Tienen un funciona­
miento marginal en una escritura fonográfica porque ya no
tienen por función principal transcribir la lengua oral según el
modo más corriente y la norma mayoritaria. En efecto, los
números tienen un valor puramente logográfico. En cuanto a
las letras, éstas remiten a una apelación silábica (como toda
sigla admitida en la lengua) y no a un fonema. Estas fórmulas
pueden pretender así una difusión internacional, sin mayor
estorbo para una lengua dada. En este caso, estamos bien lejos
de la fonografía y muy cerca de un funcionamiento de escritura
de tipo logográfico.

d - Hacia la pictografía

La ideografía liberada de toda restricción alfabética se


abre camino con los signos + (PICON + TONIC, PICON +
BLANC) o / (calidad/precio) que no están reservados a las
creaciones léxicas, sino que pueden aparecer en el texto liminar
(ej.: todos los canales + un programa de juegos). Esta ideografía
encuentra su punto de culminación en el empleo de pictogramas
166
a veces integrados en el mensaje, y redundantes (ej.: “Citroen ^
prefiere Total”, “la + Roja da lo que usted le da”), pero también,
más raramente, con un funcionamiento autónomo (ejemplo del
corazón o la concha Shell, etc.).

Conclusión

Nuestra incursión en la esfera de la escritura en la publi­


cidad contemporánea ha permitido confirmar en gran parte
nuestra hipótesis de partida. Si bien siempre está presente una
atracción hacia lo oral (jugando sobre un efecto de sorpresa y el
tono familiar al que está asociado), asistimos en realidad a un
movimiento hacia una mayor complejidad y hacia una ortogra­
fía que se apoya a veces en el juego de palabras puramente
ortográfico, anclado en el funcionamiento ideográfico. Así, aun­
que en el texto lo haga más bien tímidamente, la publicidad
apuesta a lo que la escritura puede vehiculizar de sentido, más
allá de toda reproducción de lo oral (juegos de palabras por
discriminación de homófonos, etc.).
En el importante dominio de la denominación del producto
de consumo, la simple transcripción fonética que ha podido tener
su hora de gloria por su costado popular o familiar, está perdien­
do la delantera. Cuando aún existe, la transcripción más fonética
viene acompañada de una complejización más importante (con­
tracción de varios términos, supresiones) que oscurece la percep­
ción de las relaciones con la motivación léxica —y por lo tanto con
la lengua oral— y que hace aceptar este aspecto fonético. Aun
cuando parezca haber fonografía pura, se trata a menudo no de
una transcripción de la lengua oral, sino de un juego aparente­
mente gratuito sobre las sonoridades de valor “poético” o
“etimológico” (palabras terminadas en -OR, -INE, -A, etc.) o de
libertades tomadas con las correspondencias más centrales y
más frecuentes de la ortografía, que funcionan en la frontera de
la ideografía (ej. de K STORE y sobre todo R 9, K 7) y de la silabo-
ideografía o rebus-grafía. En este dominio de la apelación, la
anglomanía reinante y el empleo privilegiado de ciertas letras
fonográficas aunque “secundarias” (ph, y, k) vienen a marginalizar
el funcionamiento fonográfico más clásico, heredado de la histo­
ria y aún hoy central desde el punto de vista funcional. Las
numerosas siglas y fórmulas y la tímida aparición de algunos
pictogramas puros, son el punto de culminación de esta tenden­
cia hacia un funcionamiento cada vez más ideográfico.
167
Una de las razones que permite explicar esta marginali-
zación de la fonografía pura, acompañada de una complicación
y una sofisticación6 es por cierto la búsqueda de la manipula­
ción lúdica del doble sentido, lo que permite una participación
activa (¿ilusoria?) del lector. Es de destacar también la evoca­
ción a través de la imagen pero también de la escritura, de un
mundo diferente, irreal, alejado de la realidad prosaica que
representa la ortografía ordinaria.7 El signo escrito tiende
entonces a asimilarse a la realidad designada, y la complica­
ción, la sofisticación, el etimologismo angloamericano suelen
tener por función solamente connotar una (falsa) idea de cultu­
ra, de refinamiento o preciosidad. Según Hagége, “la escritura
posee la sorprendente virtud de metamorfosear el sentido en
objeto. Tiende entonces a convertirse en lo que, en el momento
de su aparición, llevaba ya en germen: una estética”.8 Podría
decirse que la denominación escrita es, pues, al producto lo que
el envoltorio es al regalo. La estrategia publicitaria juega sobre
estos valores subjetivos ligados a la visión del signo escrito. En
esta óptica, la simple transcripción de la lengua oral deja de ser
prioritaria.
Pero hay que invocar también, para comprender mejor
este deslizamiento hacia la ideografía, el tipo de lectura impli­
cado por el mensaje publicitario. Este, en general, debe ser leído
(o incluso simplemente reconocido) en situación de exposición
rápida (caso de los paneles en la ruta) y debe captar, “cautivar”
el ojo (y la mente) aun en los casos de sobrevuelo superficial. Por
estas razones, la publicidad privilegia casi siempre el reconoci­
miento global en detrimento de la reconstitución sonora de la
lengua. El reconocimiento global de la palabra, se sabe, inter­
viene en el caso de lectura rápida, incluso con palabras de
ortografía fonológica (del tipo “mer” [mar], “azur” [azul], “métro”
[metro], etc.), cuando hay familiaridad y práctica repetida con
la escritura. Todo ocurre con la publicidad como si ésta quisiera
apresurar las cosas y hacer reconocibles por escrito al primer
vistazo, incluso antes de que se vuelvan realmente familiares,
ciertos nombres de productos.
Por último, podemos preguntarnos si la ortografía de la
publicidad es reveladora de una evolución contemporánea de la
ortografía francesa. Si ortografía y pronunciación no siguen
ritmos de evolución idénticos, se sabe que la primera, en
contradición con una idea bastante difundida, no está fija, y
sigue cambiando. Ahora bien, con la ortografía ocurre lo mismo
168
que con el fonetismo de una lengua: la heterogeneidad, la
complejidad y a veces las contradicciones aparentes son reflejo
de tendencias evolutivas en marcha. Habría que admitir enton­
ces que, en el campo de lo escrito, las distancias con la lengua
oral no se manifiestan de la misma manera y con la misma
agudeza según los géneros o los “subcódigos” del lenguaje. En
esta perspectiva, queda por realizar una observación minuciosa
y detallada de las manifestaciones de la escritura francesa, pero
no de las académicas y normativas, sino de las historietas y los
diarios satíricos, entre otros ejemplos.

Discusión

X.: Creo que habría que vincular un estudio de la ortografía y la escritura en


la publicidad con un estudio del mensaje en general y de la imagen.
V. Lucci: Seguro, pero me pregunto si no está permitido pensar que las
distancias respecto de lo oral no son las mismas en todos los géneros, si la
distancia con lo oral no es más o menos importante en distintas áreas.
N . C atach : Hace un momento decía que, para nuestros tipos de investigacio­
nes, no se podía separar los contextos socioculturales de los estudios tipológicos
y teóricos. Son fenómenos, la publicidad, por ejemplo, que no habría que
generalizar; son propios de determinados países, determinadas culturas,
determinadas épocas históricas, etc. Habría que estudiarlos así, e incluso en
Francia hubo diversos períodos. Es verdad que existe actualmente un “hiper-
etimologismo” en las sociedades, digamos, de gran expansión, que creen
firmemente en su superioridad y en el progreso en general.

N o ta s

1. Cf. N. Catach, Golfand, Denux, Orthographe et lexicographie, París,


Didier, 1971.
2. Michel Dabéne ha señalado, en su estudio de la lectura y la escritura
de los adultos, la importancia de la situación de “lección” que puede estar
ligada a la situación del material a leer (influencia de la postura del lector, la
proximidad del producto leído, su posición en el espacio, su fijeza o su
movilidad, etc...), A estas variables, añadimos: la mayor o menor rapidez de
exposición del texto, y el carácter más o menos cautivante de éste. Cf. Michel
Dabéne, Ecriture et lecture chez Vadulte. Aproximación empírica de la compe­
tencia escritural, 897 p. Tesis de Doctorado de Estado, Universidad de
Besanfon, diciembre de 1985, p. 53-68.
3. En el sentido en que la principal función del texto objeto de lectura es
atraer y fijar la atención y el interés del lector.
4. Hemos incluido además en nuestro corpus el que Dominique Maillefert

169
constituyó para su T.E.R., Orthographe et publicité, bajo la dirección de V.
Lucci, Universidad de Grenoble III, 1980, 37 p.
5. Relevados por D, Maillefert, op. cit..
6. Que se pueden acercar a la que N. Catach ha observado a propósito
de palabras nuevas, sean préstamos o creaciones.
7. Cf. las conclusiones de D. Maillefert, op. cit.
8. L ’homme de paroles, Fayard, 1985, p. 89.

170
H
Inventario crítico de las
definiciones del grafema
Jean-Christophe Pellat
(Universidad, de Estrasburgo II, C.N.R.S. - H ESO )

Resumen
Las definiciones del grafema ilustran diversas concepciones de las
relaciones entre los componentes fónicos y gráficos de una lengua. Se
pueden distinguir cuatro tipos de definiciones:
1) El grafema, unidad m ínim a del código escrito, se confunde con la
letra.
2) El grafema, simple o compuesto, representa el fonema.
3) El grafema es la unidad m ínim a distintiva de un sistema gráfico
dado, considerado en su especificidad, independientemente de lo oral.
4) El grafema es una unidad gráfica polivalente, cuya función varía
según los sistemas de escritura.

Aun cuando las letras no representen


ideas, se combinan entre sí como las ideas, y las
ideas se anudan y desanudan como las letras
del alfabeto.
(M. Foucault, 1966)

La escritura orienta y desorienta la reflexión occidental


sobre el lenguaje. Platón compara la escritura con la pintura,
creadora, como ella, de falsos parecidos, de imágenes inertes
(.Fedro). La lingüística moderna se inscribe en esta tradición. El
Curso de lingüística general excluye de entrada la escritura del
campo de la lingüística, para explicar luego el valor lingüístico
apoyándose en la analogía de la lengua con “ese otro sistema de
signos que es la escritura ”.1
Un inventario de las definiciones del grafema ilustra esta
vacilación sobre el estatuto de la escritura, que está en el centro
de las reflexiones de la lingüística sobre la delimitación de su
dominio y sobre su metodología. Siguiendo esta problemática,
hemos constituido un corpus de las principales definiciones y
171
ocurrencias del grafema, reunidas en cuatro grupos, según la
idea subyacente acerca de las relaciones de lo escrito con lo oral.
El primer testimonio del término se encuentra en un
artículo de 1907 del lingüista polaco Jan Baudouin de Courtenay
(a quien debemos la invención del morfema ya en 1881), al final
de una descripción del esperanto (cf. A.l): grafema, paralela­
mente difonema, es el equivalente lingüístico de Buchstabe, del
mismo modo que fonema retoma Laute. Por su parte, F. de
Saussure, en una carta (1913) a Max Van Berchem d(cf. A.2),
procede a un análisis morfosemántico sumario del grafema,
para responder al pedido de su primo, quien desea “dejar de lado
toda alusión al valor de las letras”, especialmente toda referen­
cia a los sonidos, para designar un agrupamiento de letras en
epigrafía árabe. Este interés por la dimensión puramente
gráfica nos conduce a la primera serie de definiciones.

I - “El grafema es lo que comúnmente se llama


‘letra’ ” (A.17)

Habría mucho por decir sobre el término letra que, hasta


el comienzo del siglo XIX, constituía “la unidad abstracta de la
forma de la expresión lingüística que está detrás del hecho
fónico y el hecho gráfico, y que los reúne en la síntesis necesa­
ria ”,2 antes de designar solamente los caracteres del alfabeto.
En este sentido moderno, grafema es el término especializado,
sinónimo de letra, el término corriente; esta equivalencia
intuitiva es poco operativa, y no diferencia el grafema de la
sustancia. Esta definición se encuentra en diversas obras gene­
rales, especialmente en diccionarios (cf. A. 17,21,24,32, 37), a
veces recientes. R. H. Stetson (cf. A 5-1937), uno de los primeros
en desarrollar un análisis del grafema, tiende también a con­
fundirlo con la letra, cuando habla de las formas de los grafemas
(p. 354) y cuando descompone los digramas ingleses th y ph en
dos grafemas cada uno (p. 356). Del mismo modo, W. Haas 19763
emplea grafema como sinónimo de letra: los “digraphs” [dígra-
fos] th y ck de thick son, como en Stetson, secuencias de
grafemas.
Pero la mayoría de los lingüistas supera esta simple
equivalencia letra = grafema; muchas definiciones subrayan el
paralelismo con el fonema (cf. A. 24); E.A. Llorach infiere su
definición de grafema (A. 17) de una tipología fundada en las
“relaciones con el sistema fonológico de la lengua representada”
172
(p. 553); dos diccionarios (A. 24 y 32) distinguen el grafema,
“elemento abstracto de un sistema de escritura”, de los alógrafos,
esbozando así una separación entre la forma de aquél y la
sustancia de éstos.
Esta primera serie de definiciones “literales” desemboca
lógicamente en la segunda, que constituye su fuente implícita.

II - El(los) grafema(s) representa(n) generalmente


un fonema

El logocentrismo occidental, que confiere al habla la pri­


macía absoluta, ha confinado la escritura a una función segun­
da e instrum ental .4De San Agustín a Port-Royal, de Aristóteles
a Hegel, pasando por Voltaire y Rousseau,5 la escritura es
tratada como una representación (infiel) de la lengua (oral). No
es sorprendente que los padres de la lingüística estructural, F.
de Saussure y L. Bloomfield, hayan excluido la escritura del
campo de la ciencia del lenguaje, reprochándole las deformacio­
nes que le imprime a la lengua .6 El grafema se define entonces
por referencia al fonema, que es su antecedente lógico y
cronológico, y con el cual establece una relación de dependencia
unilateral. Un grafema (simple o complejo) es la unidad mínima
del código escrito, y representa generalmente un solo fonema.
Los lingüistas de la corriente estructuralista, tanto del círculo
de Praga (salvo J. Vachek) como de otras escuelas, proponen
una definición similar del grafema (A. 7, 25, 30), seguidos por
los lingüistas franceses (A. 14,18, 20, 26). Y esta definición es
actualmente la más extendida, como lo prueban R. Thimonnier
(1974: A. 28), no obstante ferviente defensor de la tradición
escrita, y sobre todo los grandes diccionarios de lengua, ingleses
(A. 22,23) o alemanes (A. 34), sin olvidar la primera edición del
Petit Robert que, jugando con la sinonimia de grafema y letra,
atribuye a ésta la definición de aquél.7
Para R. Jakobson, si bien lo escrito sólo se justifica por
referencia a lo oral, el paralelismo entre el grafema y el fonema
no debe ocultar una diferencia esencial: mientras que “única­
mente el fonema es un signo diferencial puro y vacío”,8 el
grafema, como el morfema, posee también un valor positivo,
puesto que designa un fonema (A. 11).
Muchos autores rompen el paralelismo estricto entre gra­
fema y fonema: en su tipología de los grafemas, distinguen
especialmente grafemas simples, “que no pueden descomponer­
173
se en elementos gráficos diferentes más pequeños”, y grafemas
complejos (o compuestos), que están constituidos por “varios
elementos gráficos yuxtapuestos” (como ch o gn [/ñ/ para algu­
nas lenguas como el francés o el italiano ]).9W. Haas 1976 define
un “digraph” como “a sequence of graphemes which does not
match any sequence of spoken units” [una secuencia de grafemas
que no corresponde a ninguna secuencia de unidades habladas]
(p. 183); para restablecer el paralelismo estricto de las unidades
de base gráficas y fónicas, distingue los grafemas, unidades
mínimas de la escritura, y los “characters” [caracteres], que son
grafemas o secuencias de grafemas. En los dígrafos, los grafemas
desempeñan el papel de “complementos fonéticos”: así, en el
dígrafo th, el grafema h “marks the phonemes that correspond
to the whole digraphic character as ‘spirants’ ” [marca los
fonemas correspondientes al carácter digráfico total como con­
sonantes continuas] (p. 184).
“La asimetría del grafismo francés” (V. G. Gak 1976, p. 24)
no les impide a C. Blanche-Benveniste y A. Chervel (A. 18)
afirmar que “la escritura alfabética está hecha para transcribir
fonemas”, y que el grafema se define únicamente por su corres­
pondencia con el fonema, que es una entidad abstracta, y por su
número de orden en el alfabeto”.10 Estos autores agregan
además un argumento histórico: la ideografía se ha desarrolla­
do en la escritura francesa por razones fonológicas, “no para
evocar significados, sino para perfeccionar la descripción fono­
lógica del signo, mediante la evocación del significado” (p. 75).
Asimismo, P. Imbs (1971: A. 20) considera la ideografía como un
complemento de la información fonológica vehiculizada por los
grafemas.
V. Horejsi y V. G. Gak destacan también la complejidad del
grafema. V. Horejsi, con la noción áegrafonema, 11 establece (A.
25) relaciones sistemáticas y complejas, en el nivel de base,
entre fonemas y grafemas; pero para él, las correspondencias no
son biunívocas, y el grafema ejerce también funciones morfoló­
gicas en relación con niveles superiores. Es lo que observa
también V. G. Gak: una vez que ha definido los fonemas como
signos (A. 30), en una perspectiva cercana a la de R. Jakobson
(A. 7), admite que el significado del grafema puede ser “tanto la
realización de una función (marca gramatical) como la repre­
sentación de un fonema” (p. 27). Pero si bien desarrolla este
“principio morfológico” (p. 59 ss), sigue refiriéndose al modelo
ideal de la transcripción fonética (A. 30: p. 24).
174
III - El grafem a es la unidad mínima distintiva de
un sistema de escritura

Frente a la corriente fonocentrista, ampliamente mayori-


taria, algunos lingüistas insisten en la especificidad del sistema
gráfico, e intentan definir el grafema sin hacerlo depender del
fonema.
L. Hjelmslev provee el marco teórico más sólido para un
análisis específico de lo escrito, aun cuando no se encuentre en
su obra una verdadera reflexión teórica sobre la escritura. Sin
embargo,
- define la lengua como una estructura de dos caras, que
comporta un plano del contenido y un plano de la expresión.
- confiere la prioridad absoluta a la forma lingüística,
independiente de la sustancia, con el objeto de “constituir esa
álgebra inmanente de la lengua” (Prolégoménes, p. 102 ).
Por otro lado, L. Hjelmslev introduce dos conceptos opera­
torios:
1) La oposición del contenido y la expresión lleva a distin­
guir, entre los elementos de la forma, los plerematemas (ele­
mentos “plenos”, unidades de contenido) y los cenematemas
(elementos “vacíos de sentido”, unidades de la expresión),
términos que los autores de hoy han simplificado llamándolos
pleremas y cenemas.
2) El análisis del signo lingüístico se apoya en la distinción
de los signos (unidades significativas) y figuras (unidades no
significativas, como el fonema y la sílaba): “Los signos están
formados con ayuda de no-signos cuyo número es limitado e
incluso extremadamente reducido” (.Prolégoménes, p. 63).
Desarrollando el “principio de simplicidad”, L. Hjelmslev
reclama un análisis de la “manifestación gráfica del lenguaje”,
para reducir “los caracteres a grafemas”, siguiendo el modelo
del análisis fonológico (A. 6 ); en este pasaje, el grafema se
distingue de la letra, como el fonema del sonido, pero Hjelmslev
no prosigue el desarrollo de su programa gráfico.
H. J. Uldall (1944) se hizo célebre por su oposición de las dos
sustancias, “the stream of air and the stream of ink” [la corrien­
te de aire y la corriente de tinta], que constituyen las expresio­
nes de un solo y mismo lenguaje. Su definición del grafema,
esbozada paralelamente a la noción de fonema, parece oscilar
entre las dos series precedentes: el grafema es o bien el corres­
pondiente gráfico del fonema (p. 12 ), o bien un elemento abs­
175
tracto que trasciende la diversidad concreta de las letras (A. 8 ).
Es Ernst Pulgram quien ha sacado mejor provecho, en el
comienzo, del aporte de la glosemática. En su artículo de 1951
(A. 10), establece efectivamente un paralelo entre fonema y
grafema, desarrollando sus ocho propiedades similares. Si bien
su definición previa del grafema lo confunde con la letra (A. 10),
pone de relieve el carácter distintivo del grafema y opone
claramente grafema y (aló)grafos. Su artículo de 1965, que
opone signos y figuras siguiendo a Hjelmslev, extiende la noción
de grafema a las unidades gráficas de los sistemas de escritura
no alfabéticos (A. 15): los grafemas son figuras, como los
fonemas, en las escrituras alfabéticas y silábicas, y signos
(“meaningful graphemes” [grafemas con significado]) en las
escrituras pictográficas o ideográficas (p. 216). Respondiendo a
una crítica de Bazell,12 afirma la autonomía del grafema: “I did
not mean that graphemes ‘stand for’phonemes. That a grapheme,
or several graphemes, may be translatable into a phoneme is
irrelevant in the theory of graphic systems as such” [“No quise
decir que los grafemas ‘representan’ a los fonemas. Que un
grafema, o varios, puedan ser traducibles a fonemas es irrele­
vante en la teoría de los sistemas gráficos como tales”] (nota 10 ,
p. 212). Pero prácticamente no considera la cuestión de las
correspondencias entre escrito y oral.
Junto a la glosemática, E. Pulgram se refiere también a
Josef Vachek; este miembro de la escuela de Praga adopta un
enfoque funcionalista de la “norma escrita” y de la “norma
hablada”: la primera es en parte independiente de la segunda
y posee su propia justificación funcional. El grafema se define
como la unidad mínima distintiva del código escrito, análogo al
fonema y, así como el fonema se realiza en sonidos, el grafema
se manifiesta por medio de letras (A. 9 y 27). J. Vachek critica
el modelo ideal de la transcripción fonética: un texto transcripto
de ese modo es un signo de segundo orden (la interpretación
semántica debe apoyarse en una interpretación acústica pre­
via), mientras que “the text recorded in writing is to be taken,
at least in advanced cultural communities, as a sign of the first
order (i.e. the sign of an outside world)” [el texto registrado por
escrito debe considerarse, al menos en comunidades culturales
avanzadas, como un signo de primer orden (es decir, el signo de
un mundo exterior)] (1945-49, p. 90). Pero si, históricamente,
los signos gráficos dependen ante todo de lo oral y luego
adquieren gradualmente su autonomía, el vínculo entre lo oral
176
y lo escrito “only became loosened, and was not lost altogether”
[sólo se volvió más laxo, pero no se perdió del todo] (1945-49, p.
91 ), lo que hace necesario el estudio de las correspondencias
entre fonemas y grafemas (p. 92).
Retomando las pistas trazadas por los lingüistas anterio­
res, y apoyándose en las teorías de la lectura visual (F. Richau-
deau, J. Foucambert,...), Jacques Anis milita “en favor de una
grafemática autónoma ”.13 Queriendo “dar cuenta de la grafía
de una lengua sin referencia a la fonía” (Langue Frangaise n-
59, p- 31), se niega a hacer de la grafemática una rama anexa
de la fonología. Es necesario constituir primero una tipología de
los grafemas, antes de interesarse en las correspondencias
fonográficas. Esta tipología amplía de manera importante el
concepto de grafema, ya que a los grafemas segmentales (o
alfabéticos) (A. 36) se añaden los grafemas suprasegmentales,
incluyendo los signos de puntuación y los hechos de puesta en
página (blanco, sangría, etc .).14 Y en su presente comunicación,
J. Anis distingue tres clases de grafemas: alfagramas (alfabé­
ticos, puramente distintivos), topogramas (puntuacionales y
tipográficos) y logogramas (correspondientes a unidades signi­
ficativas). Para el estudio de las relaciones fonía-grafía, J. Anis
considera reglas de transposición más que una correspondencia
estructural. Este enfoque del grafema, que parece volver a la
sustancia de las 26 letras del alfabeto, representa una de las
extensiones posibles de la noción.

IV - E l grafema es una unidad gráfica polivalente,


cuya función varía según los sistemas de
escritura

Esta última serie de definiciones constituye una suerte de


síntesis de las dos anteriores: se estudia el sistema escrito en su
especificidad, y al mismo tiempo se consideran las correspon­
dencias entre la fonía y la grafía en el nivel de las unidades
cenémicas y plerémicas. Esta concepción plural del sistema
gráfico es antigua: la Grammaire Générale etRaisonnée (1660)
[de Port-Royal] señalaba ya la doble función de los caracteres:
“Aunque estas figuras o caracteres, según su primera institu­
ción, no signifiquen inmediatamente más que los sonidos, sin
embargo los hombres llevan a menudo sus pensamientos de los
caracteres a la cosa misma significada por los sonidos. Lo que
hace que los caracteres puedan ser considerados en estas dos
177
maneras, o bien como significando simplemente el sonido, o bien
como ayudándonos a concebir lo que el sonido significa” (p. 17).
Pero es la reflexión sobre una tipología de los sistemas de
escritura lo que más ha contribuido a desarrollar el análisis de
las relaciones entre los diferentes niveles lingüísticos en cada
sistema, y por consiguiente a ampliar el concepto de grafema.
En efecto, aplicándolo a sistemas de escritura no alfabéticos, se
le atribuyen otros valores, en relación con otros niveles distin­
tos al nivel de base (sílabas, morfemas, palabras,...); a su vez,
estos valores, generalmente plerémicos, son transpuestos en el
análisis de los sistemas alfabéticos, que con este aporte resulta
renovado. Ya H. A. Gleason (1961), fundándose en la distinción
entre sistemas ideográficos y fonográficos, opone dos tipos de
grafemas desde el punto de vista de su referencia: “The most
familiar type of grapheme is that with a phonemic reference”[El
tipo de fonema más familiar es aquél que posee una referencia
fonémico] (p. 410 y A. 12). “A second type of grapheme has a
morphemic reference” [Un segundo tipo de grafema tiene una
referencia morfémica] (ibid.): es representado por los ideogra­
mas chinos.
E. Pulgram 1976 profundiza su clasificación de 1965 (supra,
III y A. 15); partiendo de una equivalencia “ingenua” del gra­
fema y la letra en los sistemas alfabéticos, define cuatro tipos de
grafemas según las unidades de la lengua hablada que ellos
representan en los siete sistemas de escritura que distingue: los
pictografemas, logografemas, silabografemas y fonografemas
(p. 13). Y destaca la función distintiva del grafema (“graphemes
must be visually identifiable as discrete recurrent units” [los
grafemas deben ser identificables visualmente como unidades
discretas recurrentes], p. 3), cualquiera sea el sistema de escri­
tura: “Each emic unit in these groups is therefore defined as a
minimal distinctive class of functionally same writing events”
[En estos grupos, cada unidad émica se define, pues, como una
clase distintiva mínima de hechos de escritura funcionalmente
iguales], llamados alógrafos (p. 13).15 Así, para E. Pulgram
1976, el grafema es una marca visual que, “in reducing a
language to writing” [al reducir una lengua a escritura], evoca
unidades lingüísticas discretas de todos los niveles (A. 31).
En la misma compilación, W. Haas considera también la
diversidad de los grafemas según los sistemas de escritura,
cuya tipología afina. Distingue tres tipos de relaciones para los
grafemas: interlingual (to speech), intralingual (to messages),
178
extralingual (to things) [interlingual (con el habla), intralin-
gual (con los mensajes), extralingual (con las cosas)] (p. 132-
151). Las “escrituras derivadas” (derived scripts) comportan en
general intersecciones entre niveles lingüísticos diferentes so­
bre los mismos segmentos: así, a, enabook, “records a phoneme
as well as a syllabe and a morpheme” [indica un fonema, y
también una silaba y un morfema] (p. 183). Si se decide que, en
las escrituras cenémicas, el nivel característico es el del fonema,
hay que admitir que las correspondencias en este nivel pueden
ser completadas por un suplemento perteneciente a otro nivel
(en las escrituras cenémicas, como el francés o el inglés, se trata
de una referencia suplementaria plerémica, a las palabras o a
los morfemas); así, la correspondencia entre el grafema ie y el
fonema /i/ en believe, chief field, se refiere, en el nivel superior,
a un condicionamiento léxico regular (p. 191). Es decir que el
grafema ie se define aquí de dos maneras complementarias: por
su correspondiente fónico (fonema asociado) y por el paradigma
léxico en el cual es utilizado como parte de la expresión de una
palabra.
J. Vachek 1973 aprueba el análisis de W. Haas 1970 (p. 33)
e insiste en el equilibrio que se establece entre los diferentes
niveles lingüísticos en el juego de las correspondencias estruc­
turales de las dos normas del lenguaje (cap. 4, p. 21-26): “all
written norms constitute various kinds of compromises
between correspondences established on various levels” [todas
las normas escritas constituyen varios tipos de compromisos
entre las correspondencias establecidas en varios niveles] (p.
25). Si bien las correspondencias en el nivel de base (fonemas-
grafemas) no son ideales, esto puede explicarse por interferencias
con el nivel superior (morfémico) (en inglés, por ejemplo, la
terminación gráfica de los pretéritos regulares es siempre -ed,
a pesar de las variantes combinatorias fónicas); sin embargo, lo
que desempeña el papel esencial en las escrituras alfabéticas es
la correspondencia en el nivel de base.
En Alemania, Hans Peter Althaus se ubica en el nivel
infragrafémico, descomponiendo el concepto en sub-grafemas,
diagrafemas y grafemas: “Graphe ‘Buchstaben’ mit allogra-
phischer Warianz bilden ein Subgraphem ais eine Klasse von
graphischen Einheiten, die relationell mit alphabetischen
Schreibsystemen ais graphisch distinktiv angesehen werden-
kónnen. Das Graphem ist eine Klasse von Subgraphemen oder
ein Subgraphem das semantisch distinktiv ist ”.16
179
Para el francés, ya hemos evocado las definiciones de V.
Horejsi y V. G. Gak (supra, II), que completan el principio de
base fonético-gráfica mediante una función morfológica. El
doble valor del grafema, fónico o sémico, es claramente señala­
do por H. Séguin 1974 (A. 29) y preferido por R. Martin 1980, en
su búsqueda de una definición “operativa” del grafema. Es a
este último a quien se refiere el Trésor de la Langue Franqaise
(1981), en una definición del grafema que añade a esta doble
dimensión sincrónica un valor etimológico (A. 35 ).17
Nina Catach, por su parte, define “la doble articulación del
grafema”, lo que permite a la vez “la remisión al significante
fónico en caso de lectura en voz alta, y la remisión directa al
significado en caso de lectura visual”.18 Esto explica su natura­
leza doble, a la vez cenémica (cuando remite a un significante
oral) y plerémica (cuando representa un significado en el
sentido ordinario) (A. 33 y 38). La descripción del “plurisistema”
gráfico del francés ilustra la imbricación de los diferentes
niveles lingüísticos, traducida en la tipología de los grafemas:
los fonogramas son los correspondientes escritos de los fonemas;
los morfogramas, siempre inferiores a la palabra, son las
marcas morfológicas (en particular -s o -t finales en el francés);
los logogramas constituyen “figuras de palabras” que tienen por
función distinguir los homófonos. Los grafemas se identifican
con ayuda de cuatro criterios operatorios: su frecuencia (o
probabilidad de aparición), su grado de cohesión, su grado de
significancia (“o de relación directa con el fonema”), y su grado
de rentabilidad o creatividad lingüísticas (1980, p. 30-31).
Sigue privilegiándose el nivel de base (correspondiente a los
fonemas): los fonogramas representan el 83% de los grafemas
según las encuestas de N. Catach (1980, p. 60). Sin embargo,
esta autora presenta el francés como un prototipo de sistema
mixto: “los signos cenémicos están presentes, pero marcados,
connotados por diversos procedimientos, de manera por lo
demás interm itente ”,19 como los morfonogramas estables
{-ment, -tion, füt [-mente, -ción, fuera]), las liaisons, la perma­
nencia sentido/grafía (s inicial no geminada del radical en
vraisemblable*). Para N. Catach, el lenguaje es multidimen-
sional, y todos los sistemas de escritura experimentan pasajes

* “Verosímil”; se mantiene la grafía del segundo elemento del comp


to, en lugar de producirse la geminación de la s, como correspondería en
contexto intervocálico a la pronunciación del fonema /s/ [T.].

180
de un nivel a otro (1985, p. 68 ), que es conveniente, pues,
estudiar en la relación de complementariedad de lo oral y lo
escrito (cf. en este mismo volumen la teoría de L prima).

Conclusión

Este inventario revela ante todo el desarrollo tardío del


concepto de grafema, tomado durante largo tiempo como un
dato previo apenas definido, ya sea como sinónimo de letra, ya
sea como contrapartida gráfica del fonema. Salvo excepciones,
fue necesario esperar los años 1970 para que se desarrollara
una reflexión específica sobre la unidad básica de lo escrito,
favorecida por una redistribución de los roles de lo oral y lo
escrito, así como por un renovado interés por los sistemas de
escritura no alfabéticos. Esto le permite a N. Catach reconocer
hoy un consenso “para conferirle al grafema como mínimo la
misma distancia respecto de la materialidad, el mismo grado de
abstracción (‘conjunto de rasgos visuales discretos’) que al
fonema, considerado como forma de la expresión, y por lo tanto
distinguirlo de la letra por ejemplo, que se sitúa casi siempre en
el nivel de la sustancia” (1985, p.54).
A partir de los trabajos ya realizados, en Francia y en otros
países, la investigación podría continuarse en dos direcciones
solidarias:
1) La articulación y las intersecciones, en el seno de un
sistema de escritura, entre los diferentes niveles lingüísticos,
así como las correspondencias con los niveles de análisis de lo
oral.
2) La determinación de los límites infra-grafémicos y
supra-grafémicos: luego de la extensión de la noción de grafema
a las unidades de los sistemas de escritura no alfabéticos (cf. W.
Haas y E. Pulgram 1976), así como a los signos de puntuación
y de puesta en página (J. Anis, N. Catach), ¿hasta dónde es
posible ampliar legítimamente el concepto, manteniendo al
mismo tiempo su valor operativo? Inversamente, ¿qué unida­
des lingüísticas inferiores al grafema pueden identificarse y
analizarse, a la manera de los rasgos distintivos, los alófonos,
etcétera?
Tales son, en resumen, algunas de las formas de investiga­
ciones grafémicas (o grafemáticas) por emprender.

181
Anexo

E l grafem a, de B audouin de Courtenay hasta nuestros días

1- Die alien Schriftsprachen, d. h. Sprachen mit phonetisch-akusticher


und graphisch-optischer Seite eigene Vermischung von Buchstaben und
Lauten, von Graphemen und Phonemen, findet sich auch in dem Esperanto,
obgleich sie dort auf ein Mínimum reduziert wird.
J. Baudouin de Courtenay, Zur Kritik der Künstlichen Weltsprachen,
Annalen der Naturphilosophie (Leipzig, 1907) t. VI, s. 426.
2 - Entre las palabras que quisieras foijar, desconfío un poco de
grafismo, que podría inclinarse con demasiada facilidad hacia la idea de
grafía, y preferiría por cierto grafema, aunque fuera de un grado más bárbaro
(puesto que el verbo griego no tiene eco). No obstante se podría declarar, sin
que haya mucho por agregar, que nos apoyamos en la analogía francesa de
“fonema”, aun cuando (pcoveo) no comporte como ypatpco formación en -r|pa.
F. de Saussure, carta a Max van Berchem, 1913.
3 - Dado que se comprueba un estado de cosas idéntico en este otro
sistema de signos que es la escritura, nosotros lo tomaremos como término de
comparación para aclarar toda esta cuestión. En efecto:
a) los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna relación, por
ejemplo, entre la letra t y el sonido que designa;
b) el valor de las letras es puramente negativo y diferencial (...).
F. de Saussure, Curso de lingüística general (1915), ed. 1969, p. 165.
4 - Este principio de un símbolo para cada fonema se aproxima a nuestra
escritura alfabética tradicional.
L. Bloomfield, El lenguaje (1933), ed. 1970, p. 83.
5 - La unidad de la escritura puede ser llamada grafema; aunque a
menudo se lo utiliza para representar los fonemas, no es un simple equivalen­
te de la lengua hablada (p. 354).
El grafema consiste en el carácter estandarizado de la escritura,
sometido a ciertas convenciones que definen su sentido en las combinaciones.
R. H. Stetson, The Phoneme and the Grapheme, Mélanges de linguistique
et de philologie offerts á J. van Ginneken á l’occasion du soixantiéme
anniversaire de sa naissance, París, 1937, p. 353-356 (traducción de J. Anis,
SHESL, 1984).

6 - La tarea urgente de realizar un análisis similar de la manifestación


gráfica del lenguaje, reduciendo los caracteres a grafemas, no complace en la
misma medida al espíritu filológico tradicional (p. 206).
L. Hjelmslev, La structure fondamentale du langage (1947), traducido
al francés a continuación de los Prolégoménes, París 1968, p. 127-231.
7 - La razón de ser del grafema beta consiste en designar el fonema b,

182
y cualquier otro grafema cumple una tarea similar. La imagen gráfica
funciona como significante y el fonema como su significado (p. 77).
R. Jakobson, Six leqons sur le son et le sens, 1942, París, 1976.

8 - In writing we find a multiplicity of variants similar to the state of


affairs in speech; the shape of a letter varíes according to the shapes of
neighboring letters, according to position in the group (initial, final or
medial), according to individual taste and habit, and according to extrinsic
factors such as the condition of the pen (...) In printing and type writing we
have standardized the shape of letters to the exclusión of variants, so that
there is only one shape per grapheme (p. 13).
[En la escritura encontramos una multiplicidad de variantes, similares
a las del habla; la forma de una letra varía de acuerdo con las formas de las
letras vecinas, con la posición en el grupo (inicial, final o media), con el gusto
o costumbre individuales, y con factores extrínsecos, como el estado de la
pluma (...) En imprenta y dactilografía hemos estandarizado la forma de las
letras, excluyendo las variantes, de manera que hay sólo una forma por
grafema].
H. J. Uldall, Speech and Writing. Acta lingüistica, vol. 4,1944, p. 11-16.

9 - The grapheme may be defined as a member of a complex “graphemic”


opposition, a member which is indivisible into smaller successive graphemic
units (...) The graphemes, being the smallest units ofthe written language, are
characterized by some features analogous to those found in the phonemes, the
smallest elements of the spoken language (p. 88).
[El grafema puede definirse como un miembro de una compleja oposi­
ción “grafémica”, miembro que es indivisible en sucesivas unidades grafémicas
menores (...) Los grafemas, por ser las unidades más pequeñas de la lengua
escrita, están caracterizados por algunos rasgos análogos a los que se en­
cuentran en los fonemas, los elementos más pequeños de la lengua hablada].
J. Vachek, Some Remarks on Writing and Phonetic Transcription, Acta
lingüistica, vol 5, 1945-1949, p. 86-92.

10 - Each alphabet has a certain fixed number of distinctively shaped


classes of symbols, usually called letters, which aregraphemes. They correspond
to phonemes in that they are classes serving to provide the function of
distinctiveness. No matter how a person’s handwritingrealizes the graphemes
of, say, the Latin alphabet, no m atter what style or font a printer employs,
each hic et nunc realization of a grapheme, which may be called graph, can be
recognized as belonging to a certain class and therefore deciphered by the
reader. All graphs so identifiable are allographs of a given grapheme. (p. 15).
[Cada alfabeto tiene un número fijo de clases de símbolos con formas
distintivas, llamados generalmente letras: los grafemas. Estos corresponden
a los fonemas en el hecho de que son clases que sirven para proveer la función
distintiva. No importa de qué manera la letra manuscrita de una persona
realice los grafemas del alfabeto latino, por ejemplo, ni qué estilo o tipo de
carácter utilice un impresor, cada realización hic et nunc de un grafema —que
podríamos llamar grafo— puede ser reconocida como perteneciente a cierta

183
clase, y por lo tanto puede ser descifrada por el lector. Todos los grafos
identificables de ese modo son alógrafos de un grafema dado].
Ernst Pulgram, Phoneme and grapheme: a parallel, Word, 7, 1951, p
15-20.

11 - Hay una diferencia cardinal entre los fonemas y las unidades


gráficas. Cada letra vehiculiza una designación específica: en una ortografía
fonemática, designa por lo común uno de los fonemas o cierta serie limitada
de fonemas, mientras que los fonemas no designan más que una pura
alteridad. Los signos gráficos que sirven para interpretar los fonemas u otras
unidades lingüísticas representan estas unidades (p. 116).
Jakobson, E. y M. Halle, Phonologie et phonétique, 1956, traducido en
Essais de linguistique générale, París, 1963, cap. 6, p. 103-149. [Versión
castellana: Ensayos de lingüística general, Barcelona, Planeta-Agostini
1985.]

12 - A writing system consists of a set of graphemes plus certain


characteristic features of their use. Each grapheme may have one or more
allographs. The graphemes and allographs have a place in the writing system
comparable to that of the phonemes and allophones in the phonology... (p
409).
[Un sistema de escritura consiste en un conjunto de grafemas más
ciertos rasgos característicos de su uso. Cada grafema puede tener uno o más
alógrafos. Los grafemas y alógrafos tienen un lugar en el sistema de escritura
comparable al de los fonemas y alófonos en la fonología...]
H. A. Gleason, An Introduction to Descriptive Linguistics, 1961.

13 - This provision of clues to pronunciation is not of course the only


function of written symbols. For they have (...) the other role of serving as sub-
morphemic units, the units whereby a distinction is made in writing between
bat and cat, for example (p. 98).
[Proveer pistas para la pronunciación no es, desde luego, la única
función de los símbolos escritos, ya que además (...) sirven como unidades
submorfémicas, por medio de las cuales se establece en la escritura la
distinción entre pato y gato, por ejemplo].
The smallest unit relevant to this second system, the system whereby
conversión to spoken language is possible, is the grapheme (p. 100).
[La unidad mínima relevante para este segundo sistema, gracias al cual
es posible la conversión a la lengua hablada, es el grafema].
A. Me Intosh, “Graphology”and meaning, 1961, retomado en Patterns
o f Language, Londres, 1966, p. 98-110.

14 - La distribución de los grafemas y los morfemas gráficos es, pues,


fundamentalmente diferente de la distribución de los fonemas.
J. Dubois, Grammaire structurale du frangais, t. 1, Nom et pronom,
1965, p. 16.

15 - The term grapheme (...) will (...) refer not only to letters of the

184
alphabet but also to the smallest units of other graphic systems (p. 208).
[El término grafema (...) no se referirá solamente a las letras del
alfabeto, sino también a las unidades mínimas de otros sistemas gráficos].
Pictograms are signs, letters are figurae (p. 210).
[Los pictogramas son signos, las letras son figuras].
E m st Pulgram, Graphic and Phonic Systems: Figurae and Signs,
Word, 21,1965, p. 208-224.

16 - Según lo arbitrario del signo, existe una “relación convencional


entre el fonema y el grafema”, lo que impide que el grafema sea una “imagen”
del fonema (p. 66).
“Todo grafema es por esencia testamentario. Y la ausencia original del
sujeto de la escritura es también la de la cosa o el referente” (p. 100).
J. Derrida, De lagrammatologie, París, 1967 [Versión castellana: De la
gramatología, México, Siglo XXI, 1971.]

17 - Elementos gráficos que componen la secuencia escrita. El grafema


es lo que se llama comúnmente “letra” (p. 552).
E. A. Llorach, Les représentations graphiqu.es du langage, Le langage,
París, 1968, p. 513-568.

18 - Supongamos un alfabeto ideal que hubiera asignado a cada uno de


los fonemas detectados en un primer momento, un signo que llamaremos de
ahora en más “grafema” (p. 34).
C. Blanche-Benveniste y A. Chervel, L ’orthographe, París, 1969.

19 - In the case of an alphabetic script, a linear order of graphic elements


(“graphemes”) is generally found to correspond to a temporal succession of
segmental phonological elements (“phonemes”) (p. 7).
[En el caso de una escritura alfabética, se verifica que un orden lineal
de los elementos gráficos (“grafemas”) corresponde a una sucesión temporal
de elementos fonológicos segmentales (“fonemas”)].
A grapheme is not an individual letter occurring in some particular
place, but a class or type of such letters, (ibid.)
[Un grafema no es una letra individual que aparece en determinado
lugar, sino una clase o tipo de letras].
Correspondence between graphemes and phonemes cannot be sufficient
to account for the relation between writing and speech: what constitutes a
written text is neither graphemes ñor nouns designating them, but particular
shapes, letters or graphs (...) (p. 24).
[La correspondencia entre grafemas y fonemas no puede bastar para
dar cuenta de la relación entre escritura y habla: lo que constituye un texto
escrito no son los grafemas ni los nombres que los designan, sino formas
determinadas, letras o grafos (...)]
W. Haas, Phono-graphic Translation, Manchester, 1970.

20 - El alfabeto francés comprende, junto a los signos simples, signos


compuestos (digramas (...)) que tienen convencional o institucionalmente

185
valor de fonemas simples. Se ha convenido hablar de ahora en más ya no de
letras, sino de grafemas (simples o complejos); la noción de grafema es
paralela a la de fonema (p. 314).
La lengua ha utilizado numerosos accidentes e incoherencias de la
grafía nacidos en el curso de la historia para individualizar la forma escrita
de los monemas que, por contener elementos sin referencia analítica actual a
la pronunciación, poseen otras tantas señales de referencia semántica (p.
322).
P. Imbs, Principes d’une reforme de Vorthographe, en Le franqais
moderne, 39, 1971, p. 307-335.
21 - Grafema, sust. mase, (de grafía, según fonema; v. 1950). En
lingüística, unidad de escritura, carácter distintivo del código escrito: Las
letras del alfabeto son grafemas. (Grand Larousse de la Langue Franqaise, t.
3,1972).
22 - Grapheme. Linguistics. (f. *graph. sb3 + *-EME; cf. *morpheme).
The class of letters and other visual symbols that represent a phoneme or
cluster a phoneme (...); so, in a given writing system of a given language, a
feature ofwritten expression thatcannot be analysed into smaller meaningful
units”. (p. 1283-1284).
[Grafema. Lingüística. La clase de letras y otros símbolos visuales que
representan un fonema o grupo de fonemas (...); por lo tanto, en un sistema
de escritura dado de una lengua dada, un rasgo de la expresión escrita que no
puede analizarse en unidades significativas menores].
A supplement to the Oxford English Dictionary, 1972.
23 - Grapheme, n. Ling.:
1) a minimal unit of a writing system.
2) a unit of a writing system consisting of all the written symbols or
sequences of written symbols that are used to represent a single phoneme.
[Grafema, Ling. 1) unidad mínima de un sistema de escritura; 2) unidad
de un sistema de escritura que consiste en todos los símbolos escritos o
secuencias de ellos que se usan para representar un solo fonema],
The Random House Dictionary ofthe English Language, Nueva York,
1973.

24 - Grafema: elemento abstracto de un sistema de escritura que se


realiza en formas llamadas alógrafos cuyo trazado depende de los demás
elementos del sistema: el grafema corresponde, pues, en la escritura alfabética,
a la letra, y los alógrafos son las formas mayúscula, minúscula, cursiva, etc.
Los grafemas son unidades de segunda articulación en la escritura, como los
fonemas en la lengua hablada.
J. Dubois et al., Dictionnaire de linguistique, 1973.
25 - Grafema: la unidad mínima de la forma escrita de la lengua que no
puede subdividirse en unidades más pequeñas en tanto que equivalentes
gráficos de unidades de la forma hablada.
V. Horejsi, Études de linguistique appliquée, 1972, p. 10.

186
26 - El elemento gráfico más pequeño es el grafema: a, ch en francés, t,
th en inglés, § 333.
Unidad mínima de significante que permite distinguir morfemas,
caracterizada por un conjunto de rasgos visuales discretos (p. 325).
B. Pottier, Linguistique générale, 1974.

27 - Letters (or rather graphemes, i. e. the smallest elements of the


written norm viewed as a system)...
[Letras (o más bien grafemas, es decir, los elementos más pequeños de
la norma escrita vista como sistema)...!.
J. Vachek, Written Language, 1973, p. 35.
28 - Grafema: Letra (grafema simple) o grupo de letras (grafema
compuesto) que sirve para transcribir un fonema.
R. Thimonnier, Pour une pédagogie rénovée de l’orthographe, 1974,
p.88.
29 - Grafema: “una unidad gráfica mínima, compuesta de una o varias
letras, cuya referencia es fónica o sémica. El valor fónico de los grafemas está
determinado por la correspondencia entre los elementos alfabéticos y las
unidades del sistema fonológico de la lengua. El valor sémico de los grafemas
está determinado por su correspondencia con las marcas de los sistemas
gramatical, morfológico y léxico de la lengua”.
H. Ségnin, Morphologiegrammaticale en frangais écrit, en Structure de
l’orthographe frangaise, París, 1974, p. 47-48.
30 - El ideal de la escritura alfabética sería que a cada sonido (fonema)
le correspondiera una letra (grafema) distinta y que, recíprocamente, cada
letra no poseyera más que un valor fónico (p. 24).
A diferencia de los fonemas, que son unidades de dos caras, signos, no
bastan los procedimientos distribucionalistas para discriminar los grafemas
(p. 27).
V. G. Gak, L ’orthographe du frangais, París, 1976.
31 - Grapheme: “Any minimal functional distinctive unit of writing on
whatever level of linguistics analysis”.
[Grafema: Toda unidad funcional distintiva mínima de la escritura en
cualquiera de los niveles del análisis lingüístico].
E. Pulgram, Writing without letters, 1976, p. 3.
32 - Grafema'. sust. mase. Ling. Elemento abstracto de un sistema de
escritura susceptible de ser realizado en cierto número de formas (mayúscula,
minúscula).
Larousse de la langue frangaise “Lexis”, 1977.
33 - Grafema: La unidad mínima distintiva y/o significativa de la
cadena escrita, compuesta de una letra, un grupo de letras (digrama, trigrama),
de una letra acentuada o provista de un signo auxiliar, que tiene una
referencia fónica y/o sémica en la cadena hablada.
N. Catach, L ’orthographe frangaise, 1980, p. 16.

187
34 - Graphemi n.; -s, -e; Sprachw.) Kleinste bedeutungskennzeichnende
Einheit des Schriftsystems einer Sprache, die ein oder mehrere Phoneme
wiedergibt; f und v sind -e für das Phonem F.
Brockhaus Wahrig, Deutsches Wórterbuch, 1981, s. 285.

35 - Grafema: Ling. Conjunto mínimo de letras que transcriben un


fenómeno (sic) (p. ej.: en, an, em... para /á /) o que tienen una función
morfológica (p. ej.: s del plural) o etimológica (p. ej.: p y s en temps).
Trésor de la langue fran^aise, t. 9,1981, p. 430.
36 - Se llamará grafema a la unidad mínima de la forma gráfica de la
expresión (p. 33).
Un grafema segmental es una clase de letras —grafos (Pulgram,
1951)— (realizaciones manuscritas, dactilográficas o tipográficas) definida
por su función distintiva en la cadena gráfica.
J. Anis, Pour une graphématique autonome, Langue Fran^aise, n- 59,
1983.
37 - Grafema: sust. mase., Ling. Unidad distintiva de la escritura
(análoga al fonema*). V. Lettre.
Petit Robert I, 1985.
38 - GRAFEMAS: Término genérico que designa todas las unidades de
la lengua escrita (cenemas y pleremas). Hay múltiples tipos de grafemas:
Fonogramas, o signos-fonemas; morfogramas, morfemogramas, morfonogra-
mas, o diversos tipos de signos-morfemas; logogramas, o signos-palabras;
ideogramas - En nuestra terminología, pleremas extraalfabéticos...
N. Catach, Uécriture et le signe plérémique, Modeles linguistiques,
Lille, VII, 2, 1985, p. 70.
39 - El grafema es en el nivel de la manifestación escrita de la lengua
lo que es el fonema en el nivel de la manifestación oral.
... la unidad mínima del sistema gráfico, el grafema, distinto de la letra
como el fonema lo es, mutatis mutandis, del sonido (p. 444).
M. Arrivé, F. Gadet, M. Galmiche, La grammaire d’aujourd’hui, 1986.

Discusión

J . R ey-D ebove : Cuando yo digo que el fonema A es también una palabra


—por ejemplo il a [tiene], del verbo avoir [tener, en presente, 3- pers. sing.]—
se puede decir: “el grafema A es también una palabra”. Pero ¿puede decirse:
“El grafema A es una palabra”? En el enfoque de los sistemas de escritura no-
alfabéticos, uno puede estar autorizado a hablar del grafema A. Si no se lo
toma con cuidado, la extensión de la noción de grafema nos permitiría decir
cosas como ésta.
N. C atach : En un artículo escrito en 1980, R. Martin hace un inventario de
las diversas definiciones del grafema. El da un ejemplo que yo encuentro

188
extremadamente sorprendente: el de la palabra “temps” (T.E.M.P.S.) [tiem­
po], y dice: en una primera aproximación, esta palabra tiene cinco letras, y
cinco grafemas. En una segunda aproximación, “temps” comprende dos
grafemas, puesto que sólo se reconocen como grafemas los equivalentes de los
fonemas, etc. Según mi enfoque, “temps” comprende cuatro grafemas
(T.EM.P.S. ). Como ven, de acuerdo a los análisis, esto puede diferir mucho.
J , A n ís : Pienso que el término “autonomía” quiere decir, de hecho, autonomía
de la lengua escrita y la lengua hablada dentro de la lengua. El término
“autonomismo”, a mi criterio, no está en contradicción con “interacción”.
Actualmente tenemos fenómenos donde lo escrito está primero y lo oral
segundo, por ejemplo ciertos logos ilegibles, como el de la firma de informática
y electrodomésticos NASA, con la S al revés. Por otra parte, me parece, bajo
el término de ideografía se pone, de alguna manera, todo lo que no está en la
fonografía. Se define entonces de entrada como grafema, stricto sensu, lo que
tiene una referencia fónica, y con todo el resto, lo que la señora Catach llama
“morfogramas”, “logogramas”, etc., se hace una especie de saldo, un gran cubo
de basura, si puede decirse.
E. A ndreewsky : Y o quisiera hablar de ideografía y rapidez: creo que Lucci ha
indicado hace un momento que en publicidad se tendía más o menos hacia algo
ideográfico, y como todo el mundo sabe que los publicitarios tratan de pasar
mensajes que serán captados muy rápidamente, razonando, en el límite, se
podría pensar que cuanto más ideográfico es algo, más rápido es captado. Les
voy a dar un ejemplo que no es en absoluto publicitario: en Inglaterra o en los
Estados Unidos, cuando uno cruza la calle, suele ver: “NoXing”, lo que no es
chino, ni está en un barrio chino. Simplemente, la X de Xing significa
igualmente una suerte de cruz, y como ustedes saben, cruz en inglés se dice
cross. No Xing es, en realidad, “no Crossing”, y es algo, digamos, a medias
fonológico. Esto representa sin embargo una fuerza, una “fuerza de impacto”,
sobre la comprensión de las personas, que es netamente más importante que
si se pusiera con todas las letras NO, luego C.R.O., etc. Creo que hay muchas
experiencias en psicolingüística que demuestran que una aprehensión de tipo
ideográfico de las palabras de la lengua es mucho más rápida que una
aprehensión de tipo fonológico.
J. C. P ellat : Quisiera volver sobre esta cuestión de ideografía “desván”, que
se evocaría cuando se ha agotado el aspecto fonológico. Si nos ubicamos en una
óptica de comparación de los sistemas de escritura, el enfoque propuesto por
William Haas en 1976 me parece interesante. El admite que hay un nivel de
base, que es el nivel esencial de las correspondencias. Para un sistema de
escritura dado, las escrituras cenémicas, es evidente que ese nivel es el de los
fonemas. Pero, respecto de este nivel de base, hay otros niveles que pueden
aportar suplementos. Lo que él dice para las escrituras cenémicas, como el
francés o el inglés, puede decirse a la inversa para escrituras plerémicas, como
por ejemplo el chino; allí el nivel de base no es el mismo, pero hay también
suplementos, esta vez cenémicos. Por lo tanto, cuando consideramos la
cuestión de la ideografía en la relatividad de los sistemas de escritura,
dejamos de hacer de ésta efectivamente esa especie de desván. Es algo
importante; los sistemas de escritura presentan varios aspectos a la vez.

189
V. Lucci: Estimo que no hay que pensar que sólo las escrituras fuertemente
ideográficas perm iten una lectura rápida. Términos que transcriben
fonéticamente la lengua, como mer, azur, pré, vélo [mar, azul, prado, bicicle*
ta], pueden ser reconocidos tan rápidamente como los términos muy
redundantes, a partir del momento en que hay una familiaridad muy fuerte
con estos términos. No se puede decir que ciertas escrituras permitan una
lectura más rápida que otras; creo que es la familiaridad con los términos lo
que permite hacer una lectura global, que elude la pronunciación. Estoy
seguro de que esa lectura es posible también a partir de palabras que tienen
una escritura casi fonológica.
E. A.: Si se las aprehende globalmente, se las aprehende de una manera
ideográfica; para mí, es idéntico.

Notas
1. Curso de lingüística general, p. 165 de la edición francesa; cf. Anexo
3. Las definiciones de grafema están clasificadas en el anexo en su orden
cronológico (la remisión al anexo se indicará con A. seguida del número de
orden).
2. Hjelmslev, L. (1957): Essais linguistiques II (Copenhage, 1973), p.
276.
3. Haas, W.: “Writing: the basic options”, en Writing without letters,
1976, p. 183-184. Véase también anexo, n - 19 (1970).
4. Cf. Derrida, J.: De la gramatología (1967), p. 15 ss. de la edición
francesa, y anexo 16.
5. “Las letras son signos de los sonidos, así como los sonidos en la
conversación son signos del pensamiento”, (San Agustín, De la trinidad, XV,
X, 19).
“La escritura alfabética expresa sonidos que en sí mismos ya son signos.
Consiste, pues, en signos de signos” (Hegel, Encyclopédie des sciences
philosophiques, § 459).
6. “La escritura vela la visión de la lengua: no es una vestimenta, sino
un travestimiento”. (Curso de lingüística general, p. 51-52 de la edición
francesa).
7. Letra: Signo gráfico que, empleado solo o combinado con otros,
representa, en la lengua escrita, un fonema o un grupo de fonemas.
8. Jakobson, R.: Six leqons sur le son et le sens (París, 1976), p. 78.
9. Llorach, E. A..Le langage, p. 553. Véase también R. Thimonnier 1974,
P. Imbs 1971. V. Horejsi 1972 detalla la complejidad de estas relaciones
asimétricas grafema-fonema (cf. nota 2, p. 118).
10. Uorthographe, 1969, p. 40 y 37.
11. Grafonema: “Todo par de un grafema y su contrapartida fonemática
que se corresponden en la transposición de la forma escrita de un discurso a
su forma hablada y viceversa” (E.L.A., ne 8, 1972, p. 10). Cf. también
Philologica pragensia, 1962, t. 5, p. 225-236, y Folia Lingüistica, V, 1/2,1970,
p. 186 ss.
190
12. Bazell, C. E.: The grapheme, Litera, 3, 1956, p. 43-46.
13. Langue /iYa/i9a¿se,nQ59(1983),p. 31-44. Cf, también La construction
du grapheme et ses enjeux théoriques, Archives et Documents de la SHESL,
5,1984, p. 1-46.
14. LangueFranqaise, n959, p. 41 ss. Sobre la cuestión de la puntuación,
véase Langue Frangaise, n9 45, 1980.
15. Pulgram, E.: The typologies of writing systems, en: Writing without
letters, 1976, p. 1-28.
16. Lexicón der Germanistischen Linguistik (1980), s. 146.
17. Martin, R.: Sur la défmition du grapheme, Études de langue et de
littérature franqaises offertes á André Lanly, 1980, p. 485-490.
Partiendo del doble valor del grafema, A. Macintosh 1966 establece un
paralelismo perfecto entre sus dos referencias, oponiendo “linguistic meaning”
(referencia extralingüística, “a las cosas”) a “phonic meaning” (referencia a los
fonemas) (A. 13). Este enfoque referencial es cuestionado, ajusto título, por
W. Haas 1970, quien prefiere hablar de correspondencia entre los elementos
gráficos y fónicos, en el marco de relaciones de traducción entre lo oral y lo
escrito (A. 19).
18. Pratiques, ne25,1979, p. 26. Véase tambiénL ’orthographe frangaise
(París, 1980), Réflexions sur la nature du grapheme et son degré d ’indépendance
(Liaisons HESO, n9 11, 1984, p. 1-15) y L ’écriture et le signe plérémique
(.Modeles linguistiques, VII, 2, 1985, p. 53-72).
19. Art. cit., 1985, p. 66.

191
IV

ESTRUCTURA Y TIPOLOGIA
DE LAS ESCRITURAS
12
Escrituras africanas
(Inventario y problemática)
Sim ón B attestini
(Georgetown U niversity)

Resumen
Una vez demostrada la importancia de los prejuicios ligados a las
escrituras africanas, tanto los que se apoyan en los presupuestos lingüís­
ticos y los marcos de reflexión de los especialistas como los de los diferentes
poderes coloniales y actuales, el autor examina brevemente sus consecuen­
cias psicológicas e intelectuales.
La confrontación de las definiciones de la escritura más aceptadas
y de algunas de las características de los sistemas africanos debe perm itir
afinar las clasificaciones actualmente propuestas.
La problemática que se abre sobre los inventarios geográfico,
descriptivista y funcionalista afirm a la urgente necesidad de integrar el
espacio africano al objeto de la reflexión global sobre los sistemas de
escritura.
El autor esboza luego las grandes características de estos sistemas,
así como su dinamismo: creación, difusión, evolución, desde los más
antiguos (egipcio y fenicio) hasta los más recientes.
Luego de un repaso de la situación actual, el autor evalúa las
perspectivas de una gramatología africana y de sus eventuales aplicacio­
nes, especialmente en la alfabetización, el desarrollo económico y político
y la ayuda extranjera.
Bibliografía anotada: 500 títulos.

Con una preciencia que es propia de algunos escritores,


Michel Tournier, en La goutte d’or, opone en una notable
metáfora los dos elementos de una opción a la que podría
enfrentarse Africa tarde o temprano: la representación por
medio de la imagen (fotografía pero también signos pictográficos
y logográficos) o la escritura (alfabética o silábica). Por una
parte Idriss, un joven pastor marroquí, está doblemente fasci­
nado: por la imagen que una turista tomó de él y por la imagen
que él conserva de esa turista. Por otra parte, al cabo de su vagar
195
por Europa y de la decepción de estas imágenes, llegará el
aprendizaje de la caligrafía árabe, que lo libera y le devuelve la
alegría de vivir. La moda creada por La Galaxia Gutenberg
había hecho creer en un momento en el advenimiento de lo
audiovisual sobre las cenizas de la escritura. En el movimiento
actual de renovación del interés por la descripción, la enseñan­
za y la práctica de las lenguas africanas, podemos apostar que
van a promoverse o van a reaparecer sistemas autóctonos de
escritura, alguna vez fagocitados por el alfabeto latino impues­
to por la colonización, y difundido especialmente por las
evangelizaciones. Hoy las élites africanas occidentalizadas
están imbuidas de la pretendida “perfección” del alfabeto lati­
no, y permanecen ciegas a los sistemas locales de comunicación
en el tiempo y en el espacio, y de conservación de los mensajes
y los textos que han estado o siguen estando en uso en el
continente africano. No nos corresponde juzgar este comporta­
miento de rechazo sistemático.
Actualmente en Africa, o en otros lugares del mundo, se
crean numerosos sistemas gráficos para este continente. El
sistema de notación fonética de los romanistas, luego el del
alfabeto fonético internacional han inspirado muchas escritu­
ras. Algunas lenguas ya se escribían, pero en la mayor parte de
los casos han prevalecido la necesidad de una armonización y el
sentido económico, y muchos africanos han tenido que aprender
o reaprender a leer en otro sistema distinto del suyo. Los yoruba
podían comunicarse entre sí con ayuda de mitogramas —los
aroko— o del lenguaje de tambores (las lenguas tonales se
prestan mejor que las otras a este modo de transmisión) pero los
misioneros les enseñaron el sistema Boehmer—aún en uso—y
la escuela de tipo británico, el alfabeto latino. Ninguno de estos
dos sistemas es satisfactorio para transcribir el yoruba, y son
numerosos los intentos de creación de nuevos sistemas mejor
adaptados. El objetivo primero era la conversión al cristianismo,
pero a las buenas voluntades de los misioneros se unen ahora
las de artistas, escritores, comisiones gubernamentales, insti­
tuciones internacionales o regionales, incluso sociedades de
lingüística. De ello resulta una proliferación incoherente de
sistemas, que a menudo pecan por exceso de celo o de simplifi­
cación en la representación de los sonidos, de las secuencias de
sonido, o de acumulación en un punto de la cadena hablada de
signos correspondientes a rasgos pertinentes o distintivos. La
heterogeneidad reina junto a un pluralismo sociocultural y la
196
mayor fantasía. Es demasiado tarde para soñar que Africa se
dote de un sistema único y esto tal vez no era deseable. Diversas
lenguas africanas oficiales y oficiosas han sido dotadas de un
sistema de escritura estandarizado y obligatorio para todos en
el marco de una unidad política, tales como el wolof y el somalí.
Sería deseable que por razones económicas y prácticas, en el
momento en que el uso de los ordenadores se expande, se limite
el repertorio de signos gráficos.
El inventario de los sistemas africanos de escritura que
intentamos llevar a cabo no puede sino tender a la exhaustividad.
La comunicación de los mensajes en el tiempo y el espacio y su
conservación parece haber sido siempre posible en Africa, así
como en cualquier lugar del mundo. Aún hoy, hay sistemas
condenados al olvido y otros que se crean. Estamos lejos de la
fosilización del alfabeto latino, cuya primacía es cada vez más
disputada por sistemas pictográficos o logográficos, por lo
audiovisual y actualmente por el ordenador que obedece a la
voz. Sin embargo, las élites africanas, que deben una gran parte
de sus privilegios al dominio de una lengua extranjera y a su
escritura, no tienen entre sus planes el de emprender campañas
de alfabetización, reformas de su sistema de educación o incluso
de alfabetización funcional y limitada a la supervivencia, la
educación cívica, el ejercicio de una profesión en uno de los
sistemas locales de escritura.
La alfabetización en un sistema gráfico local no es una
utopía. Si bien está muy limitada y su grafismo no parece
permitirle grandes ambiciones, puede ser muy rápida, muy
económica, fácil de enseñar y aprender. Si recordamos que han
muerto bebés nigerianos porque sus madres añadían agua sin
hervir ni filtrar a la leche en polvo para el biberón, si hemos
guardado en la memoria la muerte de varias decenas de habi­
tantes de una aldea de Costa de Marfil que habían consumido
alimento “salado” con fertilizante químico, podemos concebir
un uso moderno de estos sistemas de escritura africanos. He
aquí una lista no limitativa: código de utilización de los produc­
tos alimenticios envasados, instrucciones de uso y manteni­
miento de aparatos electrodomésticos y máquinas, instrucción
cívica básica, consejos prácticos para trabajos agrícolas, reglas
elementales de dietética y recetas de cocina, economía domés­
tica, administración comunal, reglas de conservación y comer­
cialización de productos agrícolas, artesanales, manufactura­
dos...
197
Mientras que en Europa y en América se lee cada vez
menos, la mitad de la población africana —alrededor de 200
millones de personas— utiliza la escritura coránica o uno de los
sistemas derivados llamado ‘ajami. Aproximadamente un cuar­
to de la población está en contacto cotidiano con el alfabeto
latino, y el último cuarto tiene a su disposición sistemas indíge­
nas de comunicación y conservación de mensajes muy diversi­
ficados. Hay aproximadamente noventa de estos últimos siste­
mas que, a partir de Derrida, pueden considerarse como escri­
turas. No todos derivan del tronco latino, e incluso algunos
participaron en su historia, como las escrituras egipcias o
fenicias. Estos sistemas son o han sido utilizados en dos tercios
del continente (algunos desde la antigüedad más lejana). En
Africa subsahariana he relevado unos cuarenta sistemas, mu­
chos de los cuales son escrituras en el más estricto sentido.
Otros tienen significantes no-gráficos, o son independientes de
la pronunciación de la o las lenguas que no obstante contribu­
yen a transcribir.
Que Africa haya sido considerada iletrada es una conse­
cuencia de la mentira o la ignorancia. Aunque excluyamos el
árabe utilizado en Africa desde el siglo VII, el latín especial­
mente ilustrado por la Retórica Cristiana de San Agustín, las
escrituras egipcias antiguas, el hebreo, el arameo, el púnico, el
meroítico, el líbico-berebere, el vándalo, el ge’ez, el copto, el
sabeo, el siriaco, el etiópico, el tifinagh, el nubio... como perte­
necientes al Africa llamada blanca, nos queda el mum, el vai, los
mende, el nsibidi, el somalí, el merina y el antaimoro, el zulú,
el n’ko, el djuka, el bete, el bamana, el ron, el toma, los fula, el
bassa, el oberi okaime, los yoruba y especialmente el de Oshitelu,
las escrituras secretas de los nuevos movimientos religiosos
como el kibanguismo y los innumerables sistemas de comunica­
ción y conservación de la lengua y el pensamiento.
En el inventario general de las creaciones del hombre hay
lugar para un estudio de los valores intrínsecos a estos sistemas
y para su comparación, para una descripción de sus valores
psico-sociológicos, de su origen, su historia, su lugar en el arte
africano, para el estudio de los manuscritos junto al de los
cientos de ortografías creadas desde hace menos de un siglo.
Junto a los alfabetos y silabarios están las “proto-escritu-
ras” de los gestos convencionales —los lenguajes visuales— los
de los movimientos del cuerpo en la danza y el mimo, los
lenguajes de tambores que se apoyan en un verdadero análisis
198
prosódico con constituyentes consonánticos y vocálicos, con
curvas rítmicas y melódicas, y se basan en connotaciones
compartidas. Los mitogramas que deben descifrarse como cha­
radas o fonéticamente, las pesas akan para pesar el polvo de
oro, las tapas de vasijas con figuras en relieve de los owo, los
arreglos de perlas de los ndebele, las pinturas y bajorrelieves
murales, las complejas escarificaciones y decoraciones corpora­
les, los motivos de los textiles, de los escudos, de las esteras, las
esculturas en marfil o madera, las tallas en cuernos o ramas, los
emblemas y sus configuraciones, los peinados de circunstan­
cias, los adornos, las incisiones sobre calabazas, sobre pieles,
sobre cortezas y láminas de bambúes, los sistemas de cálculo a
base de guijarros, de conchas marinas o semillas esculpidas o
no... son en un sentido otros tantos sistemas de escritura.
Una serie de artículos de David Dalby (1966, 1967,1968,
1969, 1970) y un capítulo de Gregersen (1977) constituyen
respectivamente una buena descripción (limitada al Africa
occidental) y un repaso de los sistemas mejor conocidos del
conjunto del continente. Por nuestra parte, estamos trabajando
en una obra que retoma y supera estos trabajos y muchos otros,
fragmentarios, confidenciales, publicados por africanistas de
vocaciones diversas, especialmente en la culminación de este
siglo. Además nuestro trabajo toma de la semiótica un método
de análisis de los signos verbales y no verbales de comunicación
y retoma materiales recogidos a lo largo de un tercio de siglo de
enseñanza e investigación en Africa. La descolonización es un
largo proceso que apenas está en sus inicios. Tiene como
condición previa y necesaria la de las mentalidades. Una
mirada nueva sobre los sistemas de escritura es parte de esta
descolonización profunda y general de las mentalidades y de las
instituciones. A este prejuicio surgido de condiciones históricas
se añade el que ha creado la lingüística, la cual ignoró sistemá­
ticamente la escritura durante largo tiempo.
El estudio de sus sistemas de escritura revela con frecuen­
cia, pero por razones diferentes, una mejor adaptación a la
cultura que las vio nacer, y por lo tanto una facultad máxima de
representación de la lengua, y/o una adecuación óptima a los
esquemas mentales que sustentan el mensaje, o a las condicio­
nes socioeconómicas que reinaban en el momento de su apari­
ción. La división de la situación-sustancia y la articulación de
las unidades del inventario, cuya combinación es única para un
pueblo o un grupo de pueblos, encuentran sin fatalidad ni
199
contradicción el mejor significante de significante para la situa­
ción dada en un momento dado de ese conjunto cultural.
Evaluar estos sistemas con referencia a otros que son extraños
a ellos puede no parecer legítimo, pero conocerlos antes de
condenarlos al olvido o adoptarlos y adaptarlos a las necesida­
des de la vida moderna podría ser una prueba de sabiduría.
Las condenas sin apelación de estos sistemas por las
administraciones coloniales y las autoridades actuales, sean
éstas políticas o universitarias, sorprenden por sus violencias y
su número. Reubicadas en el marco histórico de las relaciones
de Occidente con Africa, estas condenas encuentran una justi­
ficación, pero el rechazo del lingüista o del educador es más
difícil de admitir. Estas actitudes negativas respecto de los
valores africanos deben ser evaluadas a la luz de los fracasos de
los modelos económicos de desarrollo y de las estructuras
políticas heredadas de la colonización.
La arquitectura africana busca liberarse de los esquemas
conceptuales y los cánones importados y aplicados indiscrimi­
nadamente hasta épocas muy recientes en el plano de las
técnicas y los materiales. Las literaturas y las lenguas africa­
nas son cada vez más revalorizadas, y la lengua impuesta por
el poder colonial se africaniza. Los economistas relevan los
modos precoloniales de intercambio y de producción con vistas
a enraizar en ellos el desarrollo. La farmacopea africana,
inventariada, ponderada, entra en su fase de producción indus­
trial, en tanto que la investigación homeopática alcanza su
punto culminante. Las terapéuticas psicoanalíticas locales no
sólo inspiran respeto, sino también influyen en las prácticas
occidentales.
Numerosos conceptos africanistas son hoy discutidos. Casi
todos se desprenden de viejos presupuestos metafísicos denun­
ciados hace veinte años por Derrida. De una serie de oposiciones
binarias tales como naturaleza/cultura, arte/ciencia, oralidad/
escritura, colonizado/colonizador, la metafísica establece, al
menos implícitamente, que uno de los dos términos es marginal
respecto del otro, que es vulgar, inferior, o incluso que pone en
peligro la legitimidad del otro término, que, por su parte,
connota una presencia, una proximidad, una propiedad, una
identidad, una verdad, un ideal. La ideología colonialista se dio
por justificación la promoción de una parte “desfavorecida” de
la humanidad, pero negó sistemáticamente todos los valores de
los pueblos que sometía. Para poder ser colonizada, Africa debía
200
ser inculta, exótica, confusa, salvaje, misteriosa, inocente... y
evidentemente iletrada. Para probarlo, se recurrió a numerosos
medios. Africa septentrional, la que fue fenicia, egipcia, roma­
na, arabizada... incomoda. La Europa colonialista creará el
mito de un Africa blanca aislada del Africa negra por un Sahara
considerado infranqueable. La investigación africanista se pre­
tende hoy en día más crítica y más constructiva, más útil e
inclinada hacia el desarrollo. A veces el investigador inscribe
incidentalmente su trabajo en una perspectiva de rearme
psicológico.
El objetivo de nuestro trabajo es mostrar que es incorrecto
perpetuar la imagen estereotipada de un Africa sin escritura, y
más particularmente los prejuicios que se derivan de ello. Así,
decir que Africa no tiene escritura es afirmar implícitamente
que no tiene ni literatura, ni historia, ni institución estable, ni
posibilidad de un pensamiento complejo y abstracto, ni posibi­
lidad de dirigir su destino. Las potencias coloniales dominadas
por los modelos griegos y latinos, tanto en sus culturas como en
sus imperialismos, no quieren ver en Africa más que seres y
pueblos incultos.
Las escrituras africanas fueron prohibidas por el poder
colonial (por ejemplo el británico para el oberi okaime y el
francés para el mum) y por los poderes actuales (kamara en
Mali) o deliberadamente ignoradas. Algunas han sido revela­
das (mum, yoruba de Oshitelu, Vai...). Otras, clásicas, fueron
utilizadas en Africa en la antigüedad (las tres egipcias, el
griego, el fenicio, el arameo, el latín, el vándalo...). El árabe
proveerá la base de numerosos sistemas derivados denomina­
dos a menudo ‘ajami o “no-árabes” de toda el Africa islamizada.
El meroítico derivaba probablemente del egipcio, como el copto
escrito en una forma del griego conserva las huellas de esta
misma lengua, y como hay continuidad hasta hoy del fenicio
antiguo hasta el tifinagh moderno de los tuaregs, que berberes
como Mulud Mammeri se esfuerzan por modernizar y difundir.
Estas escrituras por lo general eran o son aún privilegio de un
grupo dominante o regulador, y permanecían ignoradas por las
masas. En la medida en que eran secretas, eran fuente de poder.
Su difusión plantea un problema que emerge con la moderni­
dad.
Algunas continúan provisionalmente indescifradas (la
escritura vándala, la nubia...) mientras que otras se revelan
difícilmente descifrables. Los enigmas de las innumerables
201
pinturas rupestres seguirán siendo secretos porque ésa es su
razón de ser (Poro, para una parte de nsibidi), así como las
defensas de marfil esculpidas de Benin a Nigeria y las escritu­
ras mágicas, visiblemente derivadas del hebreo y el árabe. Hay
utilizaciones “fáticas” de escrituras locales (signos nsibidi sobre
el ukara) e inspiradas por inscripciones en lengua inglesa sobre
ciertos soportes extraviados. Los signos de escritura no signifi­
can en este caso otra cosa que el poder del que emanan. No
tienen entonces ni orden ni significación en el sentido ordinario.
Mientras que el nsibidi es jeroglífico y logográfico, muchos
sistemas más recientes son silábicos y/o fonéticos (ron, mum,
vai, mende, los sistemas wolof y peul, ‘ajami...). El nsibidi, que
podría datar del siglo XVII, es utilizado por los ekoi, igbo, efik,
annang, efut, ejagham, cuyas lenguas, si bien son similares, no
dejan de ser diferentes. Los mitogramas africanos son muy
numerosos. Los más conocidos son los de los niam-niam del Alto
Nilo y los aroko de los yoruba, que han sido objeto de una
exposición en 1885 en Inglaterra. La pictografía africana es
extremadamente desarrollada. Las pinturas y los petroglifos
tienen una función comunicativa del tipo de la escritura en la
medida en que los dibujos figurativos están organizados; esta
organización contribuye a la significación y la voluntad de
significar se manifiesta a veces por medio de signos adicionales
no figurativos tales como un comentario en tifinagh o en líbico-
berbere, o incluso una línea simple o compleja que liga los
dibujos. Entonces esta última señala la sucesividad discursiva
del mensaje, cuyos dibujos representan el contenido bruto de
manera figurativa, simbólica, sugestiva, metafórica, estilizada.
Es de notar que la mitografía y la pictografía africanas pueden
transcribir los sonidos del lenguaje, las intricaciones del pensa­
miento e incluso ese condensado de la narración que Barthes
llamaba fábula, y que el significante suele ser una suma de
varios procedimientos. Los pictogramas nsibidi pueden ser de
una complejidad muy grande. Sus configuraciones registran
procedimientos jurídicos, mitos y ritos, sirven para el intercam­
bio epistolar. Su singularidad reside en poder ser leídos o
escritos independientemente de la lengua del emisor y del
receptor. Se refieren al logos, al pensamiento, al sentimiento, a
la intención, pero se apoyan en la experiencia vivida de los
interlocutores, en circunstancias culturales comunes e indivi­
duales compartidas. Un valor común es que la mitografía se
limita a un campo muy reducido de la experiencia. Se ha
202
comenzado a suponer que la extensión del uso de ciertos
símbolos podría cubrir el sur marroquí y una gran parte del
Africa subsahariana, es decir, un territorio más vasto que
Europa. Sin embargo, conviene agregar que estos signos pare­
cen ser de número limitado.
En un primer sentido, teorizar sobre las escrituras africa­
nas sería ofrecerlas como espectáculo. Intentar construir un
sistema de ideas y de herramientas que pudiera cubrir el
conjunto de las necesidades de las investigaciones y las reflexio­
nes referidas a todos los sistemas de escritura conocidos hasta
hoy es sin embargo la razón de ser de esta reunión. El inventario
de estos sistemas comprenderá algunas docenas o algunas
centenas, según la definición de escritura que manejemos.
La facultad de representar el pensamiento y/o el habla por
medio de signos simples o complejos, aislados o estructurados
entre sí, conquista del Hombre sobre su naturaleza, es el
resultado de un largo período de gestación, y Africa ofrece el
ejemplo de la contribución más antigua, más rica, más constan­
te y más injustamente desvalorizada.
Esta facultad, confundida un instante en la historia de la
Humanidad con el don de la escritura, tiene como fuente tal vez
un estremecimiento del intelecto, sin fecha ni origen geográfico.
En ningún lugar hubo probablemente rasgos de ingenio.
Sean innatos o adquiridos, los mecanismos del lenguaje
son ampliamente inconscientes y nuestra gramática es en
primer término implícita.
El hombre que habla se expresa. Se mueve en un medio
ambiente en el cual se comunica consigo mismo y con otros. Lo
que constituye el medio de la oralidad (ondas sonoras, sílabas,
palabras...) emerge primero a la conciencia en tanto que ideas,
imágenes, sentimientos. Este concurso de acontecimientos ha
podido producirse de este modo:
1 - Un individuo se dedica a escuchar el habla en lugar de
simplemente oírla y producirla. Al hacerlo, la objetiviza y toma
conciencia de la realidad física del medio. Percibe más allá del
significado una sustancia segmentable y modelable, que puede
ser codificada. De allí la conciencia de una potencialidad de
inventariar objetos diferenciados y más tarde nombrados. Este
sería el estadio de nominalización de nuevas divisiones estables
de la situación-sustancia.
2 - Experimentando, recurriendo a la repetición y las va­
riaciones, juzgando su nuevo poder según la reacción de su
203
auditorio, debe comenzar a almacenar formas de lenguaje pero
liberadas de todo contenido, formas vacías recurrentes, elegi­
das en función de su eficacia en el acto completo de la comuni­
cación. De allí la conciencia de la pertinencia de la sucesividad
y la distribución de los significantes que denotan y connotan las
divisiones de la situación-sustancia ahora extendida más allá
de la experiencia inmediata.
3 - Consciente de la realidad física del lenguaje, surgido de
una masa amorfa de ruidos, y de la importancia preponderante
para la comunicación de su puesta en formas y del orden de esas
formas, debe admitir que su nuevo poder consiste mucho más en
el dominio de las reglas de ensamblaje que en la naturaleza de
lo que ensambla: objetos siempre disponibles para nuevas
configuraciones y por ende nuevos sentidos. Luego, dominio de
un juego social de reglas implícitas introyectadas que permiten
la creatividad.
4 - En ese momento, en tanto creador de formas, tiene que
haber intentado y logrado una nueva hazaña. Habiendo libera­
do las formas de sus contenidos, puede reproducirlas con ayuda
de otros continentes. La identidad formal de los continentes les
asegura un sentido lógico análogo, idéntico o similar. Es esta
última etapa la que permite concebir el empleo de diversos
materiales naturales, extraídos del medio ambiente inmediato.
Componer un aroko yoruba y decodificarlo implica un
encadenamiento de operaciones lógicas similar a las que se
necesitan para la creación y la utilización de un alfabeto.
De allí proviene la idea de la creación y/o la disposición de
cadenas significantes en m ateriales extrem adam ente
diversificados, homeomorfos de ese otro significante que cons­
tituye el habla o en contacto directo con el logos —concebido
como pensamiento organizado y desconectado de la lengua— y
entonces se lo codifica arbitrariamente. La escritura definida
como “representación del habla por medio de signos” está
presente por todas partes en Africa, y si el continente puede ser
considerado como minusválido en este aspecto, sería más bien
por la cantidad y la diversidad de sus “sistemas semióticos”, que
a partir de Derrida pueden considerarse como escrituras.

Nota: En ocasión de su presentación, este texto fue ilustrado con 127


diapositivas, y acompañado de una bibliografía de 500 títulos.

204
Referencias bibliográficas

Dalby, D.:“An Investigation into the Mende Syllabari ofKisimi Kamara”,


Sierra Leone studies, n. s. 19, 1966, p. 119-123.
Dalby, D.: “A Survey of the Indigenous Scripts of Liberia and Sierra
Leone: Vai Mende, Loma, Kpelle, Bassa”, African Language Studies n- 8,
1967, p. 1-51.
Dalby, D.: ‘T he Indigenous Scripts of West Africa and Surinam. Their
Inspiration and Design”, African Language Studies n9 9, 1968, p. 156-197.
Dalby, D.: “Further Indigenous Scripts of West Africa: Manding, Wolof
and Fula Alphabets and Yoruba 1101/ Writing”, African Language Studies,
nQ10,1969, p. 161-181.
Gregersen, E. A.: Languages of Africa: An Introductory Survey. Lon­
dres, Gordon and Breach, 1977.

205
13
La pertinencia en grafémica
Maurice Coyaud
(C.N.R.S. - LACITO)

Resumen
Presentamos un intento de tipología de las escrituras en función de
su grado de simetría.
No concebimos la simetría dentro de un signo único, como en la M o
la V, sino siempre entre por lo menos dos signos de un sistema: así, N y Z
son simétricas. Decimos que la simetría es interna al sistema grafémico si
no ofrece ningún vínculo con el sistema fonémico; si puede observarse este
vínculo, hablamos de simetría externa. Así, la relación N/Z está en simetría
exclusivamente interna; en cambio, b/d podría ilustrar también una
simetría externa (línea convexa — o bucle— o la derecha, “labial”I línea
convexa a la izquierda, “dental”), si p/q estuvieran en la misma relación (es
decir si q correspondiera al fonema /\J'). Los dos pares se opondrían entonces
por los rasgos sonoro / sordo. El grupo bdpq está en el origen de un silabario
inventado por Evans a comienzos del siglo X IX para los esquimales y los
cris. Ejemplo único de simetría interna y externa casi perfecta.
Escrituras de signos simples y casi geométricos pueden contener
pares que se opongan por simetría externa. En tifinagh, gh : se opone a kh
: Pero es el único ejemplo. En todos los demás casos, la simetría es
puram ente interna, entre pares como m [ (en tifinagh) / d n (en Ubico). En
tifinagh tenemos incluso n | /1 | |; o bien h : / w : / k
Los ejemplos provienen de escrituras del continente eurasiático.

1 - Los silabarios japoneses comportan un signo " que


representa por sí solo el rasgo pertinente de sonoridad. Añadido
arriba a la derecha de los kana de inicial sorda (y h), permite
crear las sílabas sonoras sin introducción de signos suplemen­
tarios. Además, el signo 9 en hiragana, o NÍ/ en katakana,
leído tsu aisladamente, tiene por función indicar que la conso­
nante inicial de la sílaba siguiente es geminada: este signo
sirve, pues, para representar el rasgo pertinente de geminación
(al igual que la o) sadda en el alfabeto árabe).
El alfabeto coreano posee también un signo ^ ss, que
206
tiene por función indicar que la consonante siguiente es glota-
lizada. Un rasgo pertinente fonémico más simbolizado por un
signo grafémico especializado (la doble s). Sobre las vocales, el
rasgo pertinente de iodización se simboliza con la adjunción de
un trazo pequeño (anteriormente un punto).
El silabario creado por Evans para los esquimales de
Canadá y los cris (o crees) es una soberbia combinatoria de
rasgos pertinentes grafémicos (alto/bajo, izquierda/derecha,
redondo/agudo/recto, cantidad de ángulos) que representan los
rasgos pertinentes fonémicos de manera casi perfecta (cf. mi
artículo en el BSLP, 1986).
2 - Los caracteres chinos en su conjunto no se prestan casi
a un análisis en rasgos pertinentes geométricos y elementales.
La simetría sólo existe dentro de un carácter aislado, si se
presenta el caso. Existen pares mínimos simétricos, pero son
rarísimos, si se dejan de lado naturalmente los compuestos por
repetición de un grafema, como sol, ^ cristal; o v* boca,
mercaderías. He aquí pares simétricos: A^ser humano/A
entrar; alto/ T bajo; plancha/ id.; k t comparar/
norte (dar la espalda); sobre el carácter “árbol” se for­
man tres compuestos afectados de un índice que muestra el
lugar sensible: % raíz/ % extremidad/ no todavía. En
cantonés, una negación del verbo “haber” ^j se representa por
la ablación de una parte: f )
Además de estos ejemplos, y de las series repetitivas como
maderaI bosquecillo/ bosque, no hay utilización de
la simetría en la escritura china.
3 - En alemán manuscrito, el añadido de un acento sobre
el trazo vertical ojamba doble precisa que se trata de una u ; esto
por oposición a la n, con la cual podría confundirse. Del mismo
modo, la diéresis, en la tipografía, permite diferenciar el sonido
luí del sonido lyl. Este signo del Umlaut permite también otras
distinciones vocálicas. Rasgos pertinentes fónicos son repre­
sentados, pues, por la grafía.
En serbio manuscrito, un trazo superpuesto a un trazo
vertical produce la g ; con dos trazos verticales, la p; con tres
trazos verticales, la t. Del mismo modo, en ruso manuscrito, el
trazo sobre tres trazos verticales permite distinguir la t de la s
( IA a . U *. )

En hebreo, el punto ubicado arriba a la derecha o a la


izquierda de la V permite saber si se trata de una s o una s
207
La geometrización de caracteres de origen figurativo es
más o menos marcada según los sistemas de grafía. Es impor­
tante en birmano, donde son frecuentes las rotaciones de arcos,
simples o dobles: n ^ / u p / £ «i; ü)j/ mk.
En siamés, la ubicación de las líneas convexas (arriba/
abajo; izquierda/derecha; interior/exterior) es pertinente (cf.
Coyaud, 1987, p. 181).
En árabe, en la transcripción del árabe o de otras lenguas,
los rasgos grafémicos pertinentes son la ubicación (arriba/
abajo) y el número (0,1,2,3, 4) de los puntos consonantes (fig.
1 ). En el ogham (Coyaud, 1986) los rasgos pertinentes son:
izquierda/derecha; perpendicular/oblicuo; secante/no secante.
En numerosos signos de escritura armenia, la pertinencia es
señalada por índices unidos a los arcos o a los bastones: Us,
(/a, fe, t n, 1/ m, O ó (arcos cerrados en la parte inferior)/fi
o, íYr arrastrad a,'7) 6, p p , y t , 9*k, f c, P t fuerte, 7 gh,
P r apretada (arcos con la base en la parte superior).
4 - El problema interesante es el de la simetría, es decir la
correspondencia regular entre sistema grafémico y sistema
fonémico. El silabario esquimal es un ejemplo casi perfecto, y
por lo demás único. Como opuesto encontramos la escritura
china, donde existen alrededor de mil signos fonéticos, forma­
dos arbitrariamente. Los conjuntos de correspondencias que
forman con las sílabas fónicas son difusos. Así, 1 sirve de fonía
para las sílabas gong, kong, hongjiang, con tonos diversos. Se
pueden clasificar los sistemas de grafía según su mayor o menor
grado de simetría, en el sentido en que la hemos definido más
arriba. El silabario esquimal y la escritura están en los dos
extremos. En el medio se encuentra por ejemplo el ogham. Allí,
la simetría es evidente, pero interna, cerrada sobre sí misma: la
correspondencia con el sistema fonémico es muy débil, y se debe
sin duda al azar; así, u £ se opone a v ^ (secante/ no secante);
d j a l )r (oclusivo/no oclusivo; izquierda/derecha); =1 d a t
(dos/tres trazos; sonoro/sordo).
Asimismo, en el alfabeto ugarítico, construido geométrica­
mente, la simetría es débil, y no tiene relación con el sistema
fonémico: g T se opone a t y- ; s TT se opone ap £ / UTse opone
a/i£ .
En Okinawa se observa un atractivo sistema de marcas y
nombres de casas, de inspiración geométrica; pero no exhibe
ninguna correspondencia con los signos de la lengua, ni con los

208
caracteres chinos que transcriben esta variedad de dialecto
japonés.
5 - Se encontrará en la figura 4 un ensayo de conclusión
para una tipología de las escrituras en función de su grado de
simetría fuerte/débil, con o sin correspondencia con el sistema
fonémico.

Referencias bibliográficas

Coyaud, M.: “Les langues dans le monde chinois”. 3 vol. P.A.F., 1 1987,
208 p.; II 1992, 232 p.; III 1994, 264 p.
“Rapport au Xlle colloque de la S.I.L.F.”, Alejandría, 1985.
“Traits pertinents graphémiques (sur le syllabaire des Inuit du Cañada)”,
B.S.L.P., vol. LXXXI, 1986, p. 400-408.

Figura 1 - Alfabeto árabe (letras con puntos)

Punto Abajo Arriba

ninguno .. S iü h > w y r ./ d >

1 ............ b J j > d n ; f y
z j¿ > ^ / j» y

2 ............. y J t y q
3 ............. p J i 'y - S új 0 'i i y

S ¿I r i >
fe
4 ............. t V. d
• sJ • >

En el alfabeto árabe, la presencia, la cantidad de puntos, su posición


(arriba o abajo de la letra) desempeñan el papel de verdaderos rasgos
grafémicos pertinentes. Las letras b,y, n y t , e n su forma intermedia (medial)
tienen la misma base (un trazo vertical o asta), y sólo difieren por la cantidad
de puntos (uno para b yn, dos puntos para y y t) y su ubicación (arriba o abajo).
Del mismo modo, s y (ch francesa) no se oponen más que por la ausencia
del punto y la presencia de tres puntos en la parte superior. Asimismo, f y q
sólo se oponen por la presencia de uno o dos puntos en la parte superior (como
n y t). Los pares ain /gain y r /z se oponen por la ausencia y la presencia de un
punto en la parte superior.

En persa y en turco, la p se escribe con tres puntos debajo del trazo

209
vertical, pero en malayo antiguo se escribe con tres puntos en la parte
superior. El persa y el turco han adaptado la escritura árabe también para los
fonemas g. El malayo representa la «i con tres puntos sobre el ain, y
la por tres puntos sobre el trazo vertical. El urdu y el afgano tienen dos
maneras de representar las cerebrales (o retrofejas, que se transcriben con t
y d ; esta notación no debe confundirse con la de las enfáticas árabes, que se
transcriben también con un punto debajo de la letra latina): ya sea suscribien­
do el signo }y(t enfática árabe), ya sea añadiendo cuatro puntos al trazo verti­
cal (para t retrofleja) o a la letra d del árabe.

Figura 2 - Silabario esquimal (versión de 1976)

210
Figura 3 - Nombres de casas (Ja: go), marcas de casas (ja:
ban) en Kohama, Okinawa

kumma: fu tsím a : *b $ <3 irisíso ja: hu


'.r ,
k a :ta : *, a : r ij a : s ís o ja : uhi
lt| \ f A
takinda: ,, a : rifu isim a: ■fa t/im u ra: Mil
A % A &
n u w ara: n a risik a : h am ija: 1 iir
A Ts í f l '/ u
daik u ja: m an d ^u ra: m am uta: luiil
A * * « te Td
ifl i -
jam usi'ka: nauka: + k a im a : ^
J* í # X ■u £ s n tit.
,1i n i/im u ra : n a : ta : ju n u w a :
X t
k an ak a: > w\ irik a; t junurija:
i " ' * o $

Figura 4 - Tipología de algunos sistemas grafémicos

Escrituras de simetría
fuerte < - ..........................

esquimal ogham japonés árabe birmano chino

simetría interna + + + + +
simetría externa + débil

Definición: simetría interna: sin relación con la fonla


simetría externa: en correspondencia regular con el sistema
fonemático

Discusión

M. Dna-Kromi: Tengo la impresión de que ninguno de los expositores hace la


distinción entre sistema de escritura y sistema de ortografía. Es posible tal
vez distinguir entre un sistema de escritura, es decir un conjunto de dibujos
correlacionados que manifiestan entre sí rasgos distintivos, y un conjunto de
convenciones ortográficas, propias de la concretización de tal o cual lengua.
No cualquier trazo sobre una hoja en blanco tiene significación en sí. Luego
llegamos al nivel donde ese dibujo se pone en relación en un marco de sistema
de escritura dado; en ese marco, cobra un valor distintivo. En ese momento,
se pueden tratar todas las distinciones de tipo grafético (en ese nivel voy a

211
hablar de grafética, y no de grafemas). Luego llegamos al nivel de las
oposiciones de tipo ortográfico. Si tomo un símbolo como una S estirada, lo
aíslo de toda referencia contextual, no es nada más que un dibujo. Puede ser
simplemente algo que me sirve para atar mis cuadernos. Pero si coloco esa S
estirada en un sistema de escritura de tipo jeroglífico egipcio, aunque yo no
pueda escribir la lengua egipcia, en ese momento adquiere una significación,
por oposición a otros dibujos del sistema. En relación a otros sistemas
fonéticos, adquirirá otro valor, en correlación con los demás símbolos del
sistema. Pero si quiero escribir una lengua, le doy un valor dado, ch por
ejemplo, y en ese momento, hablaré de ortografía.
M. C oyaud : En los sistemas de escrituras de Asia oriental, se pueden
encontrar rasgos grafémicos pertinentes. Así, en japonés, en loskanas, hay un
pequeño signo llamado de “nigoli” (que corresponde a un signo de comillas,
dos pequeños puntos a la derecha), que nos permite fabricar veinte sílabas,
cuya inicial es “sonora”: BE-DE, GE o DIE, JIE. Se tienen, entonces, cuatro
consonantes sonoras señaladas mediante un signo gráfico muy simple, que
representa un rasgo fonémico pertinente. Del mismo modo, la geminación,
que es un procedimiento del sistema consonántico en japonés, se expresa
mediante un signo cenémico: el “tsu”. En coreano, la glotalización de la
consonante se expresa por medio de un signo único, dos s minúsculas;
asimismo la iodización de la vocal en coreano se expresa por medio de un signo
único; todas las vocales iodizadas se escriben simplemente añadiendo un
pequeño trazo. En árabe, también, existe el “chadda”, que es el signo de
geminación de la consonante; es un signo único que se aplica a todas las
consonantes, cualesquiera sean.
F. D esbordes : Quería preguntar si en las escrituras de Extremo Oriente de
las que usted acaba de hablar, hay fenómenos comparables a lo que resulta
cuando pasamos al sistema Braille o al Morse. ¿Qué ocurre con los rasgos que
usted llama pertinentes o grafémicos cuando se pasa a otra cosa? Me parece
en efecto que el interés de la noción de grafema, entre otras cosas, era permitir
decir que A no es el dibujo de A, aun cuando se lo considere de manera
abstracta y geométrica, es algo que puede ser ese dibujo, pero eventualmente
tal otra representación en el sistema Morse o en el Braille.
M. C.: El Morse es el mismo en todas partes. Es internacional. Lo que es
interesante en el Morse, es que hay simplemente dos unidades, la larga y la
breve, y lo que cuenta es la cantidad de estas unidades y su ubicación
respectiva, antes o después. La posición respectiva de dos signos, como en
Morse, se utiliza también en alfabetos mucho más tradicionales, como el
polaco, el húngaro, etc. La comunicación de Pellat ha mostrado muy bien que
el grafema podía tener varias definiciones y en varios modos de aproximación.
En mi artículo de 1983, yo también dejaba a la grafética el asunto de los rasgos
pertinentes puramente gráficos. Pero quisiera que se acepten, sin proferir
anatemas, varias definiciones del grafema.

212

J
14
La escritura de las palabras
comunes a dos lenguas del
mismo alfabeto: estudio
comparado del francés y el inglés
H ubert Séguin
(U niversidad de Ottawa - Canadá)

Resumen
El inglés y el francés —dos lenguas sin embargo muy diferentes—
comparten gran número de unidades léxicas para expresar nociones
comunes y designar los mismos objetos. Estas palabras comunes se
presentan bajo una forma gráfica idéntica o sim ilar determinada por un
mismo alfabeto, el latino, pero adaptado a cada una de las lenguas para
representar sus características fonéticas y morfológicas.
Un estudio comparado de 23.000pares de palabras relevadas en dos
diccionarios bilingües recientes y procesadas por ordenador da lugar a
estadísticas ilum inadoras sobre reglas de escritura específicas del francés
y el inglés.

En el marco de este Coloquio sobre el fenómeno de la


escritura, me ha parecido apropiado presentarles el estado de
mis investigaciones, emprendidas hace diez años, sobre la
comparación de formas gráficas del vocabulario común a dos
lenguas de naturaleza muy diferente, el francés y el inglés, pero
que utilizan el mismo alfabeto, el latino.
Estas investigaciones han sido efectuadas con mi colega
Raymond LeBlanc y se han podido llevar a cabo gracias a dos
subvenciones del Consejo de Investigaciones en Ciencias Hu­
manas del Canadá, a la colaboración del Centro de Informática
de la Universidad de Ottawa y a numerosos asistentes asigna­
dos a diferentes tareas: relevamientos de pares léxicos en dos
diccionarios bilingües, relevamientos de las frecuencias de
ocurrencias de las palabras de dos encuestas de vocabulario
comparables, ingreso de datos en el ordenador, programación,
verificaciones, correcciones, etcétera.
213
La razón de ser de nuestro trabajo se explica, por una
parte, por la falta de datos válidos —es decir suficientemente
exhaustivos— en el terreno de las palabras emparentadas y,
por la otra, por las necesidades apremiantes en didáctica de
segundas lenguas de devolver su importancia al aprendizaje
sistemático del vocabulario y de contar con lo ya adquirido de la
lengua materna, explotando las similitudes entre las dos len­
guas en lugar de dramatizar sus “peligrosas” diferencias.
Voy a explicar brevemente nuestro método de trabajo para
llegar luego a los resultados obtenidos hasta ahora.
En un primer momento, hemos relevado, en el Larousse
bilingüe de 1960, todo par de palabras que respondía a dos
criterios: ambas palabras tienen una forma gráfica o bien
idéntica, o bien similar; ambas palabras tienen al menos una
acepción en común. De este modo hemos obtenido una primera
lista de unas 16.000 palabras emparentadas.
En un segundo momento, para actualizar nuestros datos y
sobre todo para garantizar una mayor objetividad, tomamos
como fuente de nuestros relevamientos dos diccionarios bilin­
gües generales de entre los más conocidos y más recientes, el
Robert-Collins y el Larousse Saturne, anotando las palabras
comunes a ambas nomenclaturas o particulares a una de ellas.
Así hemos añadido a nuestra lista inicial unos 7000 pares de
palabras. El comienzo de nuestras listas se encuentra en el
Apéndice 1.
Hemos llamado homógrafos a los pares de palabras de
grafía idéntica, sin tomar en cuenta, aunque los hayamos
transcripto, los diacríticos (salvo en posición final) o los
separadores (espacio o guión entre las palabras compuestas).
Por consiguiente, no se trata en este caso de homónimos, que
son palabras de sentido diferente y de pronunciación idéntica,
como “sain, sein, seing, saint, ceint” [sano, seno, firma, santo,
ceñido, cuya pronunciación es [se] en todos los casos, T.]; no se
trata tampoco de homónimos homógrafos, que son palabras de
sentido diferente y ortografía idéntica, o de igual pronunciación
como “canon” [cañón, canon] o “voler” [volar, robar], o de
pronunciación diferente, como “Nous portions des portions” o
“Les poules du couvent couvent”* Se trata más bien de palabras
emparentadas (igual sentido, igual forma) que los ingleses
llaman “cognates” y que algunos traducen por “congéneres’ o

* Véase la explicación de estos mismos ejemplos en la página 140.

214
“cognados” o “palabras amigas”. Contrariamente a los homóni­
mos, nuestros homógrafos son pares de palabras de igual
sentido e igual grafía, cuya pronunciación es diferente en las
dos lenguas comparadas. Hemos encontrado unas 6500 de
éstas. Véase la lista de las más frecuentes en el Apéndice 2.
Un inmenso número de palabras comunes a las dos len­
guas comparadas presentan variaciones gráficas de importan­
cia diversa. De estos pares de palabras, hemos seleccionado los
que presentan suficiente similitud para ser reconocibles en la
lectura en la lengua segunda. A esos pares los hemos llamado
parágrafos. No se trata de parónimos, que son palabras casi
homónimas, es decir de sentido diferente y pronunciación casi
idéntica, como “conjecture/conjoncture” [conjetura/coyuntura]
o “éminent/imminent” [eminente/inminente]. Se trata más bien
de palabras que comparten al menos una acepción común, como
los homógrafos, pero que presentan variaciones gráficas de
orden fonético como “vehicle/véhicule” [vehículo], de orden
morfológico como “activeZy/activemení [activamente], o de am­
bos a la vez como “religiows/religiewjc” [religioso], “organice/
organiser” [organizar], etc. Hemos encontrado unos 17.000
pares de este tipo. Véase la lista de las variantes más produc­
tivas en el Apéndice 3.
Disponiendo de este amplio corpus de datos, me ha pare­
cido interesante comparar las dos lenguas bajo el aspecto de su
grafía respectiva para las mismas palabras. Le hice al ordena­
dor varias preguntas sobre el empleo de las letras, los diacríticos
y los separadores, sobre la longitud gráfica de las palabras, los
tipos de variaciones gráficas en los pares parógrafos, su produc­
tividad en cantidad de unidades léxicas, la economía de empleo
de los caracteres entre las dos lenguas para escribir estas
unidades, etc. He aquí algunos resultados parciales, dado los
límites de espacio.

215
la - Comparación del empleo de las letras (vocales)
(Véase Apéndice 4)

Rango Vocales inglesas Vocales francesas

1. E (10,47%) E (14,89%)
2. I (10,16%) I (10,07%)
3. A ( 9,24%) A ( 7,96%)
4. O ( 7,22%) O ( 6,58%)
5. U ( 3,62%) U ( 4,23%)
6. Y ( 2,17%) Y ( 0,64%)

Total de empleo (42,88%) (44,37%)

El orden frecuencial de empleo es el mismo para las seis


letras-vocales, pero varía la distribución: la E es empleada un
4,42% más en francés que en inglés; la A lo es un 1,26% más en
inglés que en francés, y la Y, el 1,53%. Esta última es poco
empleada en francés (0,64%) y lo es un poco más en inglés
(2,17%). Las vocales I, O y U tienen sensiblemente la misma
frecuencia de uso en ambas lenguas. La distancia entre la vocal
más empleada (la E) y la menos empleada (la Y) es del 8,30% en
inglés y del 14,25% en francés. Las palabras inglesas tienen una
proporción vocal-consonante del 42,88% - 57,12%, mientras que
en francés se encuentra el 44,37% - 55,63%.
Es claro que estas cifras sólo tienen valor en los límites del
corpus analizado; representan las variaciones del uso de las
letras en las variaciones gráficas que son los parágrafos; cada
una de las dos lenguas marca a su modo estas variaciones.
Debemos decir además que estas unidades léxicas son analiza­
das en su forma neutralizada como entrada de diccionario: el
sustantivo en singular, el adjetivo en masculino singular y el
verbo en el infinitivo; quedan excluidas todas las variaciones
gráficas gramaticales, numerosas en francés. Al respecto, pre­
sentamos a continuación la distribución de frecuencia de empleo
de las letras-vocales francesas en el discurso escrito (800 textos,
1.300.000 ocurrencias de letras), según Baudot (1968): E (17,38%),
A (8,11%), I (7,29%), U (6,13%), O (5,47%), Y (0,28%); propor­
ción vocales - consonantes: 44,66% - 55,34%, por lo tanto la
misma, pero la distancia entre la E y la Y es del 17,10%.

216
Ib - Comparación del empleo de las letras
(consonantes) (Véase Apéndice 4)

Rango Cons. inglesas Cons. francesas Texto francés

1. T (7,94%) R (8,37%) S (8,20%)


2. R (7,29%) T (7,73%) N (7,31%)
3. N (7,06%) N (7,20%) T (7,05%)
4. L (5,55%) S (4,94%) R (6,58%)
5. S (5,43%) L (4,78%) L (5,69%)
6. c (5,37%) C (4,36%) D (3,89%)
7. M (3,36%) M (3,64%) C (3,36%)
8. P (3,19%) P (3,06%) P (2,94%)
9. D (2,52%) D (2,24%) M (2,87%)
10. G (1,99%) G (1,82%) V (1,44%)
11. H (1,81%) B (1,64%) Q (1,15%)
12. B (1,70%) H (1,55%) F (1,10%)
13 V (1,28%) F (1,27%) G (0,99%)
14. F (1,10%) V (1,04%) B (0,90%)
15. X (0,41%) Q (0,92%) H (0,79%)
16. Z (0,38%) X (0,53%) J (0,45%)
17. K (0,27%) J (0,17%) X (0,44%)
18. Q (0,22%) K (0,16%) Z (0,11%)
19. J (0,17%) Z (0,12%) K (0,05%)
20. w (0,06%) W (0,04%) W (0,03%)

Total (57,12%) (55,63%) (55,34%)


diferencia 7,88 8,33 8,17

Las catorce primeras consonantes son las mismas en las


dos lenguas, con un orden frecuencial de empleo ligeramente
diferente. Entre las mismas seis consonantes menos frecuen­
tes, el orden es X-Z-K-Q-J-W en inglés, y Q-X-J-K-Z-W en
francés.
El orden frecuencial de empleo de las consonantes es, pues,
prácticamente el mismo; la diferencia de utilización del alfabe­
to es sin duda más marcada en el nivel de la sintagmática de las
letras.
Si se compara en francés el orden frecuencial de las
consonantes en el léxico y en el discurso, las cuatro primeras
letras son empleadas a la inversa: R-T-N-S para el léxico y S-N-
217
T-R para el discurso; la marca canónica del plural en francés
escrito motiva seguramente el primer lugar de la S.
Por último, si se considera la frecuencia relativa de la
selección de letras entre las 26 posibles para escribir las pala­
bras, la realidad está lejos de una selección teóricamente equi­
valente (3,85% de empleo por letra si cada una de ellas tuviera
igual importancia). Las mismas 11 letras, en las dos lenguas, las
vocales A-E-I-O-U y las consonantes C-L-N-R-S-T se utilizan
para escribir el 80% de las palabras. A la inversa, cinco letras
tienen en conjunto una utilidad de empleo del 1%: W-J-Q-K-Z en
inglés, W-Z-K-J-X en francés (W-K-Z-Y-J en el discurso).

2a - Com paración del empleo de los diacríticos

Es bien sabido que la escritura inglesa se las arregla sin


marcar las letras y que la francesa, en cambio, es afecta a los
diacríticos, lo cual, por lo demás, en la dactilografía de las
palabras, ocasiona una mayor posibilidad de errores y un gasto
suplementario de energía, tiempo e incluso dinero. En el caso de
la presente investigación, por ejemplo, la entrada de los diacrí­
ticos (tres operaciones por letra en lugar de una sola) y la
programación para tenerlos en cuenta en el procesamiento de
los datos han complicado la tarea, que en consecuencia ha
resultado más cara. He aquí, pues, las cifras.
De las 21.874 palabras inglesas diferentes de nuestro
corpus, sólo 78 palabras (69 homógrafos y 9 parógrafos) están
marcados con diacríticos; 62 palabras con uno solo, 15 con 2 y 1
con 3 diacríticos. Estas palabras marcadas (ej. féte, fiancé,
résumé [fiesta, novio, resumen]) han conservado excepcional­
mente la forma del préstamo, puesto que en general la escritura
inglesa elimina los diacríticos de las palabras que incorpora de
otra lengua: recent, supreme, theatre, etc.
De las 21.667 palabras francesas diferentes relevadas,
escritas con 193.412 letras, 6663 (el 30,8%) están marcadas con
diacríticos, cuyo número por palabra se reparte del siguiente
modo:

5697 palabras francesas (26,3%)


890 palabras francesas ( 4,1%)
65 palabras francesas ( 0,3%)
2 palabras francesas ( ----- ) se escriben con 4 diacríticos
1 palabra francesa ( ----- )

218
Los 6 diacríticos tienen la siguiente distribución frecuencial:

Diacríticos Homógrafos Parágrafos Total %

acento agudo 1398 5319 6717 (82,2%)


acento grave 126 405 531 ( 6,9%)
acento circunflejo 44 202 246 ( 3,2%)
diéresis 26 144 170 ( 2,2%)
cedilla 4 33 37 ( 0,5%)
tilde 1 0 1 ( - )

Totales 1598 6103 7702

2b - Com paración del empleo de las letras marcables

Letras Homógrafos Parágrafos Totales

a 4916 10.452 15.368


á 9 2 11
á 19 60 79
e 4777 16.707 21.484
é 1398 5319 6717
é 117 403 520
é 12 50 62
é 3 2 5
i 5130 14.146 19.276
i 1 25 26
i 23 142 165
0 4124 8544 12.668
5 10 50 60
u 1968 6201 8169
ü 2 17 19
c 2754 5644 8398
9 4 33 37
n 4525 9410 13.935
ñ 1 0 1

Totales:
Marcadas 1599 6103 7702
No marcadas 28.194 71.104 99.298
Marcables 29.793 77.107 107.000

219
La é representa el 87,2% de las letras marcadas. El acento
grave aparece sobre la a (11 veces) y especialmente sobre la e (520
veces). El acento circunflejo aparece sobre la a (79 veces), la e (62
veces), la i (26 veces), la o (60 veces) y la u (19 veces). La diéresis
aparece sobre la e (5 veces) y especialmente sobre la i (165 veces).

3 - Com paración del empleo de los separadores

Un separador es un signo que se utiliza para separar el


continuum de letras de una misma palabra, llamada por este
hecho “compuesta”.
Es curioso comprobar, comparando el francés y el inglés
que, en ciertos préstamos de la otra lengua, se introducen
algunos cambios en el empleo de los separadores que parecen
gratuitos. He aquí algunos ejemplos a los que he añadido en la
tercera columna ejemplos donde la grafía se ha mantenido
común.

Grafía inglesa Grafía francesa Grafía común

aboard á bord au pair


apropos á propos avant-garde
brain trust brain-trust bas-relief
checklist check-list bric-á-brac
coid cream cold-cream volte-face
weekend week-end de luxe
aide-de-camp aide de camp vice versa
etc. etc. etc.

Ambos separadores tienen la siguiente distribución fre-


cuencial:

H om ógrafos P arág rafo s Totales

fran. ing. fran. ing. fran. ing.

guión 149 153 129 123 278 27


espacio 69 66 7 17 76 83

Totales 218 219 136 140 354 359

220
La cantidad de palabras con relación a la cantidad de
separadores por palabras se presenta de la siguiente manera:

H om ógrafos P arógrafos T otales

ing. fran. ing. fran. ing. fran.

0 separador 6270 6263 15.275 15.072 21.545 21.335


1 separador 173 176 132 130 305 306
2 separadores 21 20 2 5 23 25
3 separadores 1 1 0 0 1 1

Totales 6465* 6460* 15.409 15.207 21.874 21.667

* Esta diferencia de 5 se debe a errores de tipeo en las palabras; en cuanto


al número diferente de parágrafos, el cálculo se ha hecho en función de la
cantidad de palabras (formas) diferentes en cada una de las dos columnas del
corpus y no por pares de palabras.

A pesar de algunas variantes no significativas, el empleo


de los separadores, al menos según las cifras, es prácticamente
el mismo en las dos lenguas comparadas.
Las presentes estadísticas tienen, por supuesto, un valor
relativo: su interés reside en el nivel de la comparación de las
palabras emparentadas inglés-francés, bajo el aspecto de va­
riantes gráficas dictadas por cada una de las dos lenguas.
Quedan por extraer muchos otros datos —de interés sin duda
más inmediato en didáctica de segundas lenguas— de este
vasto repertorio de pares léxicos: reglas fono- y morfografémicas,
sintagmática de las letras, condiciones de empleo de los
diacríticos, etc. Algunas dimensiones de este trabajo están ya
en curso.

Fuentes diccionarios

Larousse dictionnaire moderne franqais - anglais, Larousse Modern


Dictionary English - French. Librairie Larousse, París, 1960.
Larousse Saturne. Librairie Larousse, París, 1980.
Robert & Collins Dictionnaire franqais-anglais, English-French
Dictionary. Société du Nouveau Littré, París; Collins, London, Glasgow &
Toronto, 1978.

221
Encuestas de vocabulario

Baudot, J.: Information, redondance et répartition des lettres et des


phonemes en franqais. Informe de investigación, Université de Montréal
(mimeo), 1968.
Bureau des langues, Enquéte de vocabulaire, Fonction publique du
Cañada, Ottawa, 1966-1968 (inédito).
Kucera, H. y W. N. Francis: Present-Day American English. Brown
University Press, Providence, 1967.

Apéndice 1:
Muestra del relevam iento de pares léxicos comunes al
francés y al inglés (página 1 de 532)

LR abacus abaque -cus -que


LR abandon 17 22 abandon id. id.
LR abandon 49 135 abandonner -n -nner
LR abandoned 25 abandonné -ned -nné
LR abandonment 10 22 abandon -ment _*
LR abase 23 abaisser -ase -aisser
L abasement 2 3 abaissement -ase- -aisse-
L abate 55 abattre -te -ttre
L abatement 4 abattement -t- -tt-
L abatis abattis -t- -tt-
LR abattoir 2 abattoir id. id.
L abbacy abbatiat -cy -tiat
L abbatial abbatial id. id.
LR abbess abbesse -e
LR abbey 7 3 abbaye -ey -aye
LR abbot 2 53 abbé -ot -é
R abbreviate 1 3 abréger nr nr
LR abbreviation 1 abréviation -bb- -b-
LR abdicate 1 abdiquer -cate -quer
LR abdication 2 abdication id. id.
L abdicator abdicataire -or -aire
LR abdomen 6 7 abdomen id. id.
LR abdominal 4 4 abdominal id. id.
L abdominous 4 abdominal -ous -al
LR abduction 1 abduction id. id.
LR abductor abducteur -or -eur
L abecedarian 1 abécédaire -arian -aire
L aberrance aberrance id. id.
LR aberrant 5 4 aberrant id. id.
LR aberration 3 3 aberration id. id.
LR abhor 1 1 abhorrer -or -orrer
LR ability 87 21 habileté nr nr
LR abject 3 1 abject id. id.

222
L abjection 1 2 abjection id. id.
R abjectly 1 abjectement -ly -ement
L abjuration X 1 abjuration id. id.
LR abjure 1 abjurer -e -er
L ablactation ablactation id. id.
L ablation 2 2 ablation id. id.
LR ablative ablatif -ive -if
LR able 218 114 capable cap-
L ablet 1 ablette -t -tte
LR ablution 1 ablution id. id.
LR abnegation 1 abnégation id. id.

N.B.:Las cifras corresponden a las ocurrencias de las palabras inglesas


'a la izquierda) y francesas (a la derecha) según las dos encuestas consultadas.

Apéndice 2:
Los pares léxicos homógrafos (orden frecuencial
decreciente de las ocurrencias de las palabras inglesas)

Inglés Francés

point 638 811 point


part 622 553 part
plan 523 287 plan
present 502 237 présent
Service 454 440 Service
public 444 398 public
question 441 558 question
president 428 368 président
second 400 207 second
social 380 320 social
national 379 219 national
possible 374 416 possible
large 361 199 large
action 359 329 action
nation 353 83 nation
experience 329 286 expérience
type 319 239 type
college 308 62 college
train 308 184 train
moment 301 604 moment
office 301 78 office
cause 296 322 cause
position 296 148 position

223
note 290 55 note
local 288 120 local
age 278 222 age
art 276 247 art
support 276 16 support
issue 272 31 issue
informa tion 269 109 information
section 259 102 section
air 257 358 air
million 253 347 million
minute 250 220 minute
special 250 138 spécial
test 249 41 test
situation 247 233 situation
table 243 163 table
base 237 230 base
total 233 229 total
charge 232 125 charge
surface 229 135 surface
difference 227 118 difference
piece 221 270 piéce
six 220 0 six
unión 213 29 unión
mark 207 0 mark
nature 199 224 nature
operation 197 154 opération
regard 192 269 regard
standard 184 17 standard
source 182 135 source
attention 180 146 attention
recent 179 100 récent
volume 179 125 volume
administration 177 166 administration
normal 172 161 normal
Science 167 238 Science
central 166 74 central
reaction 166 146 réaction
etc.

224
Apéndice 3:
Los pares léxicos parógrafos (orden frecuencial decreciente
del número de pares por tipo de variación gráfica)

Inglés Francés Palabras Ejemplos

-e 1307 just, problem, system, act,


pass, period, class, m ethod,...

-c -que 747 music, catholic, specific,


democratic, electronic,...

-y -é 555 city, university, activity, quality,


possibility, difficulty,...

-y -ie 442 party, industry, theory, comedy,


machinery, tragedy, category,...

-ate -er 324 operate, separate, associate,


illustrate, particípate, isolate,...

-ive -if/-ive 283 objective, active, representative,


positive, relative, sensitive,...

-or -eur 262 major, labor, motor, interior,


professor, operator, senator,...

-a -e 252 orchestra, propaganda, utopia,


antenna, sonata, a re n a ,...

-e 195 case, sense, tone, imm ediate,...


-e -er 326 change, base, charge, trouble,...
_* -er 274 rest, present, accept, im port,...

-ize -iser 164 realize, organize, utilize,...

225
m

Apéndice 4:
Comparación de la frecuencia de las letras: palabras
emparentadas inglés-francés y discurso escrito francés

Léxico Textos

Inglés Francés Francés

Total % Total % Total %

189.480 100,00 193.412 100,00 4.314.336 100,00

A 17.503 9,24 15.458 7,99 350.067 8,11


B 3230 1,70 3167 1,64 38.687 0,90
C 10.176 5,37 8435 4,36 145.072 3,36
D 4780 2,52 4340 2,24 167.728 3,89
E 19.837 10,47 28.788 14,89 749.628 17,38
F 2085 1,10 2462 1,27 47.495 1,10
G 3768 1,99 3515 1,82 42.871 0,99
H 3432 1,81 3002 1,55 34.105 0,79
I 19.250 10,16 19.467 10,07 314.388 7,29
J 318 0,17 323 0,17 19.241 0,45
K 504 0,27 318 0,16 2125 0,05
L 10.508 5,55 9252 4,78 245.549 5,69
M 6373 3,36 7049 3,64 123.601 2,87
N 13.381 7,06 13.935 7,20 315.446 7,31
0 13.686 7,22 12.728 6,58 235.791 5,47
P 6047 3,19 5914 3,06 126.977 2,94
Q 423 0,22 1770 0,92 49.510 1,15
R 13.822 7,29 16.195 8,37 284.008 6,58
S 10.297 5,43 9545 4,94 353.890 8,20
T 15.046 7,94 14.957 7,73 304.132 7,05
U 6856 3,62 8188 4,23 264.616 6,13
V 2420 1,28 2013 1,04 62.092 1,44
W 120 0,06 86 0,04 1376 0,03
X 779 0,41 1028 0,53 19.079 0,44
Y 4110 2,17 1243 0,64 12.003 0,28
Z 729 0,38 234 0,12 4859 0,11

226

A
La term inación inglesa - OUS

Palabras In g lé s------ ----- >Francés Ejemplos

163 -OUS -eux, -euse serious


60 -ously -eusement seriously

108 -ous -e ridiculous


9 -ously -ement ridiculously

22 -ous _* ambiguous
9 -ous -é various
6 -ous -ant odorous
2 -ent conscious
7 -ique cadaverous

1 -euse scabious
1 -ere congenous
1 -el sensuous
1 -al abdominous
1 -atoire blasphemous
1 -eleux grumous
1 -ier pompous
1 -istique humorous

Los adverbios
- LY <-> - MENT

- LY o - MENT : actively completely vague ly


(79 palabras) active ment compléte ment vague ment

- LY <->- EMENT : normally calm\y ju st ly


(107 palabras) nórmale ment calme ment juste ment

- Y o - EMENT : simply probably


(87 palabras) simple ment pro&aóZement

Casos aislados : incontinent/y incontinent


instant/y instan tanément
express/y expressément
gross/y grossiérement
subt/y subt ilement
tardi/y taidivement

227
¿Habla usted francés?

D uring a recen t téte-á-téte crépes, entrée of doré w ith lé-


w ith one of m y protégés, th e dis- gum es and for dessert, choice of
cussion tu rn e d to th e raison d’étre souñlé, parfait, ta rte á la mode,
for th e ren aissan ce of French cul­ followed by café au lait.
tu re. In my gaucherie I m ade the My sp irit of largesse having
faux p as of saylng th a t bilingual- been lubricated by an apéritif, a
ism would n ever be a fait accom- carafe of vin blanc and a liqueur,
pli w ithout a com plete exposé of I bundled th e whole ensemble
th e m otives of th e bourgeoisie. into m y Coupe de Ville. Its chas-
W ith m uch élan, m y com- sis groaning u n d er th e unaccus-
panion accused m e of considering tom ed avoir du pois, th e noble
m yself one of th e élite, w hereas I c h a r io t tr a n s p o r te d u s to a
w as in fact only a nouveau riche m atinée a t the local th eater. From
bon vivant, h aving no rapport our seats in th e loges we enjoyed
w ith th e w orking class. He de- a u nique program m e presented
clared th a t for him th is was a by our corps de b allet w ith its
c a u s e c é le b r e , a n a f f a ir e lim ite d r é p e r to ire . We w ere
d’honneur, an d th e n gave m e th e tre a te d to an encore performed
choice of weapons, tim e and place. w ith considerable finesse by a
D etails of th e m élée will be v ersatile m em ber of th e troupe.
found in my m em oirs. For now a B ut I digress. I realize th a t
résum é will suffice. It w as a com­ th e béte noire of bilingualism
plete débácle. A lthough th is was m u st be overcome by people with
my debut, I quickly ren d ered the m ore savoir faire th a n I possess.
poor boy hors de com bat by ad- However, in an a tte m p t to pro­
m in isterin g a coup de gráce p ar m ote dáten te I will cheerfully
excellence. p resen t a plaque to anyone who
To celébrate I took my en- h a s th e suprem e panache to per­
tourage to a re s ta u ra n t. As the suade me to le a m one word of
buffet did not appeal, we con- French. U nlike some correspond­
su lted th e m a itre d \ On th e ad- ente, I will not seek refuge behind
vice of th e chef he recom m ended, a nom de plume.
from th e á la carte m enú, a deluxe Nat Edelstein, en una carta a
re p a st of potage du jour, pátés, The Globe and Mail

Discusión

J. A n ís : Quisiera indicar un problema que me parece tener un alcance teórico


importante. El del aspecto translingüístico de la lengua escrita. Es también
el problema del préstamo. La internacionalización del alfabeto latino permi­
te, en efecto, la circulación de unidades que son prácticamente idénticas, por
ejemplo en dos lenguas como el francés o el inglés, y se podría ampliar la
reflexión al español, el italiano, etcétera.

228
15
Reglas de inferencia de los
grafemas complejos del francés
contemporáneo
Claude Gruaz
(C.N.R.S. - HESO)

Resumen
Los grafemas del francés se sitúan, semánticamente hablando, entre
dos polos extremos: el polo plerémico (grafemas portadores de sentido) y el
polo cenémico (grafemas vacíos de sentido). E l francés comprende una
gran cantidad de grafemas formados por varias letras. Esta complejidad
estructural del grafema da prueba a menudo de la existencia de regulari­
dades entre elementos semánticamente vinculados, sean éstos léxicos,
derivativos o flexionales.
Las reglas de inferencia que hemos establecido traducen estas
regularidades. Estas asocian un grafema inferente (ej. a de lacté [lácteo],
facteur [factor]) a un grafema inferido (ej. ai de lait, faire [leche, hacer]);
la inferencia se manifiesta por la presencia de la a en el grafema ai. Las
reglas de inferencia están construidas sobre la base de un modelo
implicacional que determina la forma de los grafemas en función de las
clases de alternancia intrafamiliares a las que pertenecen.
Se examinan sucesivamente:
1 - la extensión de las reglas en sincronía; se distinguen así, entre los
grafemas inferidos, los que son motivados en francés contemporáneo y los
que han dejado de serlo (ej. ai de plaire, plaisir [placer -verbo y sustantivo]
ya no figura en una alternancia);
2 - sus cruces a través de alternancias diferentes (ej. A/E de facteur/
faire [factor, hacer] y saler/sel [salar, sal]);
3 - sus encadenamientos (ej. alternancia a/ai de sanitaire/saine
[sanitario/sana] y alternancia con nasalización de saine/sain [sana/
sano]).
Ciertas formas verbales pueden ser descriptas por medio de reglas de
inferencia, ya se trate de las desinencias o del radical. Es en particular el
caso de las marcas terminadas en E. La inferencia de las marcas tempo­
rales es paradigmática (ej. E/A de chantai/chanta [canté/cantó], ferai/fera
[haré/hará]); la de las marcas personales y modales es a la vez paradigm á­
tica (ej. é/er/ez de chanté/chanter/chantez [cantado/cantar/cantáis]) y

229
sintagmática en la medida en que ésta se funda en la presencia de
grafemas consonánticos adjuntos (ej. r, z). El radical verbal, como los
sustantivos y los adjetivos, sigue a veces las reglas de inferencia generales
{ej. alternancia E/A de naitre/naquit [nacer/nació], ausencia de alternancia
en plaire [gustar]).

La división de las lenguas entre sistemas cenémicos y


plerémicos plantea problemas de definición. La oposición
hjelmsleviana entre cenemas y pleremas retoma histórica­
mente la doble articulación del lenguaje, pero mientras que
Martinet (1970) sólo aplica esta última a lo oral, Hjelmslev
intenta tratar a la vez lo oral y lo escrito: “En el plano de la
expresión, se debe definir el fonematema y el grafematema (el
fonema y el grafema)” (1957-1971, p. 117). En este autor, la
doble articulación es tratada con la oposición entre “por una
parte, los elementos que intervienen en la formación del conte­
nido, oplerematemas (deplérés: que pueden ser llenados con un
contenido), y, por la otra, los elementos que sirven para formar
la expresión, o cenematemas (de kénos: que no pueden ser
llenados con un contenido)” (1938-1971, p. 161). En suma, la
lengua, oral para Martinet, oral y escrita para Hjelmslev,
comporta dos clases de unidades: las que son portadoras de
sentido, plerémicas, y las unidades no portadoras de sentido,
cenémicas, constitutivas de las primeras. Cenemas y pleremas
se sitúan, pues, en dos niveles distintos.
Algunos lingüistas que se abocaron a describir los siste­
mas de escritura retomaron los términos de cenema y plerema,
en un sentido en apariencia cercano. Así, según French (1978,
p. 118): “Scripts with ‘empty’ (i. e. meaningless) repraesentata
would be termed cenemic, while those with ‘full’(i. e. meaningful)
repraesentata would be termed pleremic” [Las escrituras con
repraesentata ‘vacíos’ (es decir, sin sentido) se llamarán cené-
micas, en tanto que aquéllas con repraesentata llenos’ se
llamarán plerémicas] (1976, p. 118). W. Haas (1976, p. 152)
adopta también esta definición, aunque el contenido es sensi­
blemente diferente. Al parecer, esta divergencia se debe al
hecho de que mantiene dos criterios: por una parte el de unidad
mínima y, por la otra, el de carga semántica.
Hjelmslev distingue la unidad portadora de sentido más
pequeña, es decir el morfema, como lud o unt en ludunt, para
retomar su ejemplo. Así, en el marco morfémico, el francés
resultará una lengua plerémica. Haas o French aíslan primero
230
la unidad más pequeña de la lengua escrita y se preguntan
luego si es o no portadora de sentido. Para el francés o el inglés,
esta unidad, llamada grafema por estos lingüistas, pero que
parece ser más bien la letra, no es portadora de sentido, y por
lo tanto el francés o el inglés escrito son cenémicos; en cambio,
el chino, cuya unidad mínima es portadora de sentido, es
plerémico. Según se privilegie el criterio de unidad mínima o el
de valor semántico, se llega a dos definiciones diferentes de una
misma lengua.
En uno y otro caso, nos parece fundamental un punto: el de
la definición de la unidad mínima. Para W. Haas, por ejemplo,
al parecer es la letra; un grupo tal como el que está formado por
a, i y n [que constituyen juntos el fonema /e /] en main [mano]
es un “carácter”, un “grafema idiomático” comparable por
ejemplo a “pomme de terre” [patata] en el léxico.
En el plurisistema, la unidad fundamental es el grafema,
en el sentido que N. Catach (1980, p. 17) le da a este término y
que yo resumo brevemente diciendo que pourchasser [perse­
guir] contiene ocho grafemas: p, ou, r, ch, a, ss, e y r.
Mi propósito es mostrar que esta unidad mínima de lo
escrito es, conforme a la teoría de Haas y French, efectivamente
cenémica, pero que puede tener también una carga plerémica.

El eje cenemoplerémico

Cuando se examina la escritura del francés, marco al que


nos limitaremos en este trabajo, se observa que la distinción
hjelmsleviana entre dos niveles, por válida que sea, no permite
dar cuenta de las variedades de los valores que adquiere el
grafema. La relación de inclusión que existe, en general, entre
morfema y fonema es sustituida por la de extensión cenemo-
plerémica: un grafema, único en el plano de la expresión, cubre
una superficie variable en el plano del contenido representado
por un eje cuyos extremos constituyen, uno, el polo cenémico, el
otro, el plerémico.
Encontramos así un continuum de lo (+ semántico) a lo
(- semántico) cuya existencia había señalado ya el mismo
Hjelmslev (1968-1971, p. 62-63), pero en el dominio léxico. El
aspecto plerémico se traduce o bien por un contenido verdade­
ramente semántico, o bien por una información que liga por
ejemplo una palabra a una familia.

231
La inferencia

Quisiéramos mostrar la existencia de vínculos entre gra­


femas monográmicos y grafemas poligrámicos, vínculos que
confieren a estos últimos una carga relacional, y en ese sentido
plerémica. Los trataremos a través de la noción de inferencia.
Los fonemas Id y /o/ contenidos en las palabras llel - lait
[leche] y I* 9vol - chevaux [caballos] son transcriptos por medio
de digramas. Estos no son arbitrarios, sino que están sometidos
al fenómeno de inferencia. En efecto, el grafema ai de lait
contiene a, presente en tanto que grafema monográmico en la
palabra lacté [lácteo]; asimismo, el grafema au de chevaux se
escribe con a, monograma en el singular cheval. Por definición,
planteamos que la ai de lait así como la au de chevaux es
inferida, y la a de lacté y de cheval son inferentes. Un grafema
inferido, en una palabra dada, es, pues, un grafema marcado
por la presencia de una letra que es en general el recuerdo de un
grafema pronunciado en una o varias palabra(s) vinculada(s) a
la primera por una relación de pertenencia a una misma
familia. A la inversa, un grafema inferente, en una palabra
dada, es un grafema pronunciado en esa palabra que se encuen­
tra generalmente, en forma de letra no pronunciada aislada­
mente, en una o varias palabra(s) de la misma familia.
Los pares de grafemas inferentes/inferidos se constituyen
por grafemas vocálicos (ej. citado más arriba oeau le de chapeau /
chapelier [sombrero/sombrerero]) o de las formas nasales (ej. a
+ n i ain de manuel/main [manual/mano]). El hecho de que los
grafemas sean poligrámicos no autoriza a inducir que todo
grafema poligrámico sea inferido: ph no es en ningún caso
inferido, ya que ninguno de sus componentes refiere al grafema
/. La inferencia es excepcionalmente consonántica, aun cuando
sea posible encontrar huellas en el grafema ch con c (sh queda
excluido) de bronche / bronchopneumonie o de psychismel
psychologie, pero el predominio de ch para transcribir 1*1 es tal
que el recurso a la inferencia en ese caso carece de interés.

Reglas de inferencia

La inferencia se describe mediante reglas de inferencia que


determinan la forma de un grafema a partir de las alternancias
en las que figura ese grafema dentro de una familia de palabras.
Estas reglas tienen el tipo implicacional siguiente:
232
a)X!Y=>X->x;Y->y
que se lee: Si el archigrafema X alterna con el archigrafema Y
dentro de una familia de palabras, entonces X se escribe x e Y
se escribe y.
El archigrafema es, en el plurisistema gráfico del francés,
un “grafema fundamental, representante de un conjunto de
grafemas, que están, respecto de otros conjuntos, en una rela­
ción exclusiva, correspondiente al mismo fonema o al mismo
archifonema. Ej.: O para o, ó, au, eau, etc.” (N. Catach, 1980,
p. 17).
La regla de inferencia que da cuenta del grafema inferido
ai de lait es:
(2 ) A / E = > A - > a ; E - > a i
Esta se aplica a numerosas palabras, como faire Ifacteur
[hacer/factor], maitre / magistral [maestro/magistral], braise/
brasier [brasa/brasero], clair/clarté [claro/claridad], chair/
carnassier [carne/carnívoro], raison / rationnel [razón/racional],
aimer/amour [amar/amor], faim/affamé [hambre/hambrien­
to], etc. Se observará que esta inferencia tiene orígenes históri­
cos diversos: asociación de una a y una iod latina o romance (ej.
lat. factu > faytu > fait), de la nasalización de a tónica con
diptongación ante consonante nasal (ej. lat. fame > faim ), etc.
(cf. Dictionnaire historique de Vorthographe frangaise, 11, N.
Catach et al, por aparecer), etc. Estos fenómenos, distintos
sobre el eje diacrónico, pueden describirse por medio de reglas
sincrónicas idénticas, cuando menos en su forma más general.
Algunas de estas reglas han sido desarrolladas en nuestro
estudio sobre la derivación de sufijos en francés contemporáneo
(C. Gruaz, 1988). Las que incluyen el archigrafema O son las
más características:
(3) E /O = > E - > e; O - > eau
de belle/beau [bella/bello\, jum elle/jumeau [gemela/gemelo],
batellerieIbateau [barcaje/barco], etc., y su variante:
(4) E U / 0 = > EU - > e; O - > eau
de chapelier / chapeau [sombrerero/sombrero], batelier / bateau
[barquero/barco], morceller/ morceau [trozar/trozo], agnelet/
agneau [corderillo/cordero], etc.
(5) A / 0 = > A - > a; O - > au
de cheval / chevaux [caballo/caballos], altitude / haut [altitud/
alto], etc.
La inferencia es particularmente pertinente para la trans­
233
cripción de los fonemas nasales. Así, las reglas (6 ) y (7) presiden
los grafemas in y un, que pueden reunirse, creemos, bajo el
archigrafema IN, dado que la oposición de timbre entre los
fonemas / e / y /ce / suele ser neutralizada:
(6) I / I N => I - > i; IN - > i n
(7) U / I N = > U - > u; I N - > un
La alternancia I / I N predice la grafía in (ej. fine / fin [fina/
fino]) mientras que la alternancia U/ I N predice la grafía un (ej.
commune / commun [común, femenino y masculino]).

La motivación

Los grafemas inferidos son de número finito; son (para los


grafemas no nasales):
- archigrafema E: ai, ei
- archigrafema O: au, eau
- archigrafema EU: eu, oeu
Si se define como grafema motivado a un grafema que
entra en una alternancia dentro de una familia, se observa que
no todos los grafemas inferidos son obligatoriamente motiva­
dos. Así, la ai de faire o de taire [callar] es motivada por la
existencia de palabras tales como facteur o tacite [tácito], pero
la de plaire vuelve a encontrarse tal cual en plaisir y no alterna
con ninguna a presente en las palabras que pertenencen a la
misma familia sincrónica (las palabras implacable, placet,
placide, en nuestra opinión, están separadas de esta familia a
causa de su distancia semántica con plaire en la sincronía
contemporánea, a pesar de su etimología).

Cruce de las reglas de inferencia

Algunas de las reglas de inferencia son parcialmente


homonímicas: pueden cruzarse varias reglas entre sí, es decir,
pueden presentar o bien entradas archigrafémicas idénticas y
salidas grafémicas diferentes, o bien la inversa.

Entradas idénticas - salidas diferentes

La regla (4) comparte los mismos archigrafemas con la


regla (8 ):

234
(8 ) EU/ O = > EU - > eu; O - > o
de seul / solitude [solo/soledad], peuple /populaire [pueblo/po­
pular], facteur/factoriely [factor/factorial], etc.
Es necesario entonces suprimir esta homonimia de reglas
por medio de sub-reglas contextúales. Aquí, la sub-regla contex-
tual más económica es la que especifica que la reescritura
E U ^e no se realiza más que en el caso del elemento sufijo -el-
(otros casos oiseau / oiselet [pájaro/pajarillol; ciseau / ciseler [ti­
jera/cortar con tijera]; marteau / marteler [martillo/martillar];
cháteau / castelet, chátelet [castillo/castillete]; cerueau / cervelet
[cerebro/cerebelo]). (4) se convierte entonces en:
(4') EU/ O = > EU - > e [en -el-]; 0 - > eau
y (8 ):
(8 ') EU ¡O = > EU - > eu [salvo 4']; O - > o
Del mismo modo, la regla (2) es homonímica de la regla de
inferencia ampliada (9) (por regla de inferencia ampliada en­
tendemos una regla predictiva de tipo inferencial pero que sólo
afecta a los monogramas):
(9) AJE = > A - > a; E - > e (é, é>é)
de sel/saler [sal/salar], pére /paternel [padre/paternal], frélel
fragüe [frágil], etc.
Debemos reconocer que no hemos podido encontrar en este
caso un criterio que permita suprimir la homonimia. En nues­
tra opinión, la explicación pertenece al terreno histórico: en los
siglos XVI y XVII, la sustitución de la e del francés antiguo por
la ai que recordaba la a etimológica sólo se produjo en ciertas
palabras (ej. lat. ala, fr. ant. ele, fr. mod. aile, cf. Dictionnaire
historique, 15).
Así, reglas como (2) y (9) no asumen función predictiva de
la forma ortográfica. Entonces es necesario recurrir a otra zona
del plurisistema gráfico del francés para justificar, si es que este
término conviene, la diferencia de las grafías. Esta zona es la de
los logogramas, o grafías distintivas, cuya especificidad permi­
te suprimir la homonimia. Así, si (2) y (9) no permiten predecir
la ortografía de pére (¡paternel) y de paire (¡parité) [par/
paridad], de mere (¡maternel) [madre/maternal] y de maire
(¡majorité) [alcalde/mayoría], por el contrario, el conocimiento
de esta ortografía asegura una aprehensión directa del sentido
y una entrada inmediata a la familia. Pero no se trata de un lujo
de la ortografía francesa, en la medida en que el contexto
discursivo sólo excepcionalmente autoriza a confundir cher y
235
chair [homófonos “caro-querido” / “carne”], mere y maire [tam­
bién homófonos] (la categorización y el género participan, por lo
demás, en la supresión de la ambigüedad).

Entradas diferentes - salidas idénticas

Este caso, si bien presenta una extensión mucho más


restringida, constituye en realidad el testimonio de una relati­
va inconsecuencia de la ortografía francesa. En efecto, ocurre
que una realización grafémica de dos archigrafemas correspon­
de a dos alternancias archigrafémicas diferentes. Es por ejem­
plo el caso de (2 ) y de ( 10 ):
(10) A1EU - > A - > a; EU - > ai,
de facteur/faisable [factor/factible].
Los grafemas son a y ai en ambas reglas, pero en (2) ai está
asociado al archigrafema E mientras que lo está al archigrafema
EU en (10). La regla (10) sólo cubre algunas palabras, tales
como, junto a faisable, faiseur o faiseuse [hacedor - hacedora],
las formas conjugadas faisons, faisiez [hacemos, hacíais], etc.,
y el sustantivo faisan(e) [faisán/estafador]. Hay que ver allí
también el choque entre dos tendencias ortográficas: la tenden­
cia fonetizante que, en el caso de este verbo, ha permitido
escribir fera, ferais [hará, haría], etc., es decir con e delante de
r + desinencia, y la tendencia etimologizante que ha restableci­
do ai (convertido también en algunos autores en e en faisons
hasta el siglo XVII) (L’Esclache 1668 no dudaba en escribir
fezons por faisons).

Circuitos inferenciales

La descripción de las grafías de palabras de una misma


familia sincrónica puede hacerse a través de varios circuitos de
aplicación de reglas de inferencia.
Así, el vínculo entre sanitaire y sain [sanitario/sano] puede
establecerse siguiendo dos circuitos:
- 12circuito: aplicación de dos reglas de inferencia (2 ) y ( 11 );
esta última se presenta del siguiente modo:
(11)E/ IN = > E - > a i ; I N - > ain
(2 ) determina la grafía ai de sainé a partir de a de sanitaire, y
( 11 ) infiere la grafía ain de sain a partir de ai de sainé [sana]

236
- 2 Qcircuito: aplicación de la regla única ( 12 ):
(12) A U N = >A - > a; IN - > ai
que vincula directamente a de sanitaire a ain de sain.

Inferencia de los grafemas mudos (morfogramas)

Se habrá notado que las reglas de inferencia determinan la


forma de un grafema a partir de una relación directa y no
ambigua fonema-grafema. En efecto, la regla (2), por ejemplo,
predice la grafía ai a partir de la relación fonográmica entre el
fonema ¡ai y el grafema a.
Esta propiedad permite determinar, en ciertos casos, con­
sonantes mudas finales, los morfogramas derivativos del pluri­
sistema.
Así ocurre con la siguiente regla:
(13) T¡ cero - > T - > t ; cero - > t
que da cuenta por ejemplo de la t final de petit [pequeño],
pronunciada en el femenino petite o los derivados petitesse,
rapetisser [pequeñez, empequeñecer].
Es este el caso más simple, que no requiere la presencia de
ninguna sub-regla.
Una primera dificultad surge cuando el femenino y los
derivados se construyen con adjunción de un fonema diferente
al final de la realización oral. Así, el adjetivo de color Iverl
[verde] va seguido de Itl en femenino y de Idl en los derivados (ej.
vert I verte I verdeur, verdure [verde, mase, y fem., verdor, ver­
dura]. Se observa entonces que la consonante gráfica muda que
está presente en el masculino es la que se pronuncia en el
femenino; de allí resulta la forma (13') afinada de la regla (13):
(13') T[fem.]/cero = > T - > t ; cero - > t .
Por otra parte, se puede evitar la inserción de la indicación
[fem.] introduciendo en la entrada el 3earchigrafema alternan­
te, sea:
(13") T/ DI cero = > T - > t ; D - > d ; cero - >t ,
que da cuenta de las formas verte, verdeur, vert.
La consonante gráfica que realiza cero no es siempre
idéntica a la que realiza el archigrafema alternante. Así, en
(14):
(14) CH/ cero = > CH - > ch; cero - > c
la alternancia entre ch en los derivados blanchir, blancheur
237
[blanquear, blancura] y el femenino blanche [blanca] infiere
una c muda y no una ch.
Sin embargo, las reglas de inferencia de los grafemas
mudos no son generalizables, porque la regla del mantenimien­
to de un grafema dado en posición final no se ha mantenido
sistemáticamente cuando se han fijado opciones. Así, se escribe
nid [nido] con d final ligada a la d fonográmica de nidification,
pero abri [abrigo] sin t a pesar de la t también fonográmica de
abriter [abrigar]. ¿Y qué decir de la presencia de la c muda de
tabac [tabaco] mientras que los derivados se forman con g
(tabagie) [fumadero] o t (tabatiére) [tabaquera]? Pero también
en ese caso existen regularidades que remiten, con mayor o
menor fuerza, es verdad, al fonema inferencial. Así, la alternancia
c /g de tabac Itabagie no es excepcional, puesto que estos dos
grafemas ligados vuelven a encontrarse, a pesar de un camino
histórico enteramente diferente, en la alternancia que tienen,
asociados a a con el grafema ai (ej. faireIfacteur, maitre/
magistral); en cuanto a la t de tabatiére, su presencia puede
explicarse por su alta frecuencia ante los sufijos derivativos, en
particular en la ausencia de consonante final (ej. numéro/
numéroter) [número/numerar]. Si la ausencia de d en nu [des­
nudo] a pesar de nudité [desnudez], mientras que esta d está
presente en nid a causa de nidificación, parece aberrante,
encuentra una relativa razón de ser por la existencia de la regla
de dominancia de la forma del femenino sobre la de los deriva­
dos en la determinación de la consonante gráfica muda final (cf.
verte/vert supra).

Conclusión

La complejidad real de los fenómenos gráficos del francés


contemporáneo no debe ocultar la existencia de regularidades
propiamente sincrónicas. Si bien éstas están efectivamente
marcadas por la presencia de huellas de tendencias históricas
divergentes, incluso opuestas, no son por ello menos formali-
zables. Así lo demuestran las reglas de inferencia, afinadas por
la noción de motivación, sus cruces, los circuitos descriptivos, la
inferencia de los grafemas mudos.
Si bien es indiscutible que la escritura del francés es
esencialmente cenémica, no es menos cierto que el funciona­
miento plerémico, es decir significativo, no le es ajeno. Las
unidades gráficas del francés que los lingüistas (como Haas)
238

A
califican de cenemas por lo general no están definidas: si se trata
de letras, el carácter cenémico parece evidente; si se trata de
grafemas, en el sentido de N. Catach, este carácter exige ser
afinado. Es por ello que hemos introducido la noción de eje
cenemoplerémico: un grafema como ai de faire es cenémico en su
correspondencia con el fonema /e/, pero ocupa sobre este eje una
superficie ampliada hacia el polo plerémico en la medida en que
está marcado por la presencia de la letra a que asigna a la
palabra faire una doble impronta distintiva que permite el
reconocimiento visual y la identificación semántica de faire y/er.
Decir que una escritura es cenémica da cuenta, en nuestra
opinión, de su funcionamiento dominante; esto no podría signi­
ficar que las unidades que la componen no pueden cargarse de
una información semántica o simplemente relacional. El eje
cenemoplerémico traduce la polivalencia de ciertos grafemas y
el carácter mixto inherente a una escritura como el francés.

Discusión

J.-C. P ellat: En ciertos casos, hay una correspondencia clara y reconocida,


en el caso de main / manuel, por ejemplo; en otros casos, una correspondencia
clara pero no reconocida, especialmente cuando uno de los dos términos es
especializado, técnico, poco utilizado, del tipo rondeau I rondelet [rondó/
rollizo]; y por último, en otros casos, una correspondencia opaca, que se vuelve
arbitraria como resultado de una evolución fonética y semántica, como en
repaire / repérer [guarida/localizar], dem ain/matin [mañana —día siguien­
te—, mañana —momento del día—], etc. ¿Podría pensarse en añadir esta
escala a su modelo?
C. G ruaz: Este modelo, que yo he presentado sólo bajo el ángulo grafémico,
está asociado a otro trabajo, referido al morfema. En la descripción morfémica
del francés, introduzco en particular varios niveles, el de los morfones, el de
los morfemas, etc. Lo que distingue uno del otro es la noción de sentido. El
vínculo semántico existe o no existe, y la relación es evidentemente más o
menos opaca. En los ejemplos que di, teníamos un caso de no-opacidad, el de
pére /paternel, y un caso que es mucho más opaco, el de maire I majorité. No
he insistido sobre eso, pero lo tengo absolutamente presente. Por lo demás,
esto plantea problemas delicados.
C. S orin : Me parece que hay una asimetría entre el término de inferencia, tal
como usted lo ha utilizado para “grafema inferente” e “inferido” por una parte,
y para las reglas que usted propone, por la otra. En el primer caso, la
inferencia liga dos morfemas (inferente e inferido), mientras que en el
segundo caso tenemos una relación de inferencia entre una alternancia y lo
que resulta de esa alternancia. La regla (2), por ejemplo, es establecida de esta
forma: A /E = > A - > a ; E - > a i. Tengo también una observación a propósito

239
de la regla abstracta (1). Tal como está formulada, esta regla no reproduce
verdaderamente la inferencia. Habría que tener un modo de indicar que el
grafema y inferido por la alternancia X ¡ Y comporta un recuerdo visual
preciso del grafema x con el que alterna y.
C. G.: Cuando se presenta una regla de este tipo, es claro que se presentan los
casos más generales. Pero yo he hecho alusión, creo, a reglas restrictivas,
reglas contextúales, he presentado algunas, y estoy totalmente de acuerdo en
que este tipo de reglas podría, debería y será ampliamente afinado y comple­
tado.

W. H aas : E s m uy necesario ponerse de acuerdo sobre lo que en ten d em os por


“ceném ico” y “plerém ico”. P ara mí, u n a len gu a escrita que se descom pone en
u n id ad es fu n d a m en ta les de la len gu a oral e s cen ém ica, au n cuando esta s
u n id ad es p u ed an ser a veces portadoras de sentido.

C. G.: Comprendí perfectamente que para usted, desde el momento en que


hay relación con un fonema, estamos en el caso de los cenemas, en una
articulación cenémica. Pero como acaba de decirlo, hay elementos plerémicos,
como los que marcan la concordancia. Si digo; Les grands gargons [los chicos
grandes!, la s degrand no esta en relación con ningún elemento oral [dado que
en francés no se pronuncia, T.], por lo tanto, en mi opinión, será plerémica,
pero si digo: les grands enfants [los niños grandes], esta s de grands está ahora
en relación con lo oral [puesto que aparece en la liaison con la vocal de la
palabra siguiente, T.]; ¿diremos entonces que es cenémica o plerémica?
16
Superación de la diglosia:
acercamiento del japonés escrito
y hablado en el siglo XIX
Florian Coulmas
(Georgetown University)

Resumen
Hasta mediados del siglo XIX, eljaponés era una lengua en diglosia.
La forma escrita estaba tan alejada de la forma hablada que sólo el
contexto cultural común podía justificar que se las considerara como
expresiones de una lengua única. En la lengua escrita existía una gam a de
estilos que variaban desde el chino clásico hasta el japonés clásico:
ninguno de ellos podía ser comprendido — mucho menos escrito— sin un
entrenamiento intensivo. La lengua escrita nunca puede ser idéntica a la
hablada, pero la distancia diglósica parece aun más pronunciada y difícil
de franquear en las lenguas que tienen una escritura no alfabética.
La reforma del japonés escrito durante la época Meiji (1868-1912) es
notable. Un movimiento intelectual “por la unificación de las lenguas
escrita y hablada” (genbun itchi), que formaba parte de los esfuerzos de
modernización del Japón, tuvo un éxito completo: en menos de una
generación los japoneses se liberaron del peso de los complicados estilos
escritos, sin haber abandonado su sistema de escritura.
A continuación, damos algunas de las condiciones lingüísticas de
/genbun itchi7 y sus consecuencias para una teoría de la lengua escrita.
1) Una teoría de la lengua escrita debe pronunciarse de manera
válida sobre la relación entre la lengua escrita y la lengua hablada.
2) Esa teoría debe tener una dimensión diacrónica con el fin de
explicar cómo la escritura afecta la lengua y el habla. El ejemplo japonés
demuestra que las formas escritas, más que las habladas, pueden trans­
formarse en elementos productivos en los procesos diacrónicos.
3) La noción de diglosia es una de las piedras angulares de esa
teoría, dado que la diglosia representa el caso extremo de distancia entre
la lengua escrita y hablada. No hay diglosia (en el sentido estricto del
término) sin escritura.
4) La noción de diglosia debe especificarse con respecto a los sistemas
de escritura.
No está claro aún el modo en que los sistemas de escritura diferentes

241

L
afectan la relación diglósica entre la lengua escrita y la lengua hablada.
Las tradiciones del chino y del japonés sugieren que la variedad escrita
tiende a alejarse cada vez más de la hablada; el movimiento japonés
genbun itchi por la unificación del japonés escrito y oral en el siglo XIX
demuestra también que la diglosia puede ser superada sin desechar el
sistema de escritura, aun cuando éste sea complejo.
5) U na teoría de la lengua escrita debe estar incorporada en una
teoría sociolingüística del uso de la lengua y del “alfabetismo”.

N uestra inteligente raza no puede de­


pender de un medio de comunicación débil e
incierto. Las leyes del Estado nunca pueden
preservarse en la lengua japonesa. Todas las
razones aconsejan abandonar su uso.
(Morí Ogai, 1872)

Introducción: la hipótesis del alfabeto

Con frecuencia se ha considerado el alfabeto como la piedra


angular de la civilización occidental. Al compararlo con otros
sistemas de escritura, Hegel lo llamó “por derecho propio, el más
inteligente sistema de escritura”, abordando un tema que, con
variaciones, ha sido repetido desde entonces por filósofos, lin­
güistas y pedagogos. David Diringer (1947) esbozó la teoría de
que la alfabetización general sólo puede lograrse con el alfabeto,
al que llamó sugestivamente escritura “democrática”, por oposi­
ción a la escritura “teocrática” de Egipto, cuyo dominio estaba
reservado a los servidores de Dios. Esta teoría fue elaborada
recientemente por Marshall McLuhan, por el antropólogo Jack
Goody y el retórico Walter Ong, entre otros. El núcleo de la visión
histórica que expresa es que la superioridad de Occidente reside
en el alfabeto. McLuhan (1969: 65) es muy explícito al respecto:

M ediante el signo sin sentido ligado al sonido sin sentido, hemos


construido la forma y el sentido del hombre occidental.

Para este autor era importante insistir en la “radical


discrepancia entre el alfabeto fonético y cualquier otro tipo de
escritura” {op. cit. 37), ya que su autoasignada tarea era la de
mostrar que los principales logros de la civilización occidental
deben atribuirse al alfabeto. Si bien Harvey Graff (1979) la
criticó calificándola de “mito de la cultura escrita”, esta teoría
no ha sido evaluada como debería en el contexto de la compara­
ción intercultural.
242
McLuhan se interesó en la comparación no sólo de las
culturas escritas y orales, sino también de las culturas escritas
alfabéticas y no alfabéticas. El siguiente párrafo ilustra sus
preocupaciones:
Gracias al alfabeto, los hombres se destribalizaron y se indivi­
dualizaron como “civilización”. Una cultura puede destacarse en el
plano artístico, pero sin el alfabeto fonético sigue siendo tribal, como
la china y la japonesa” (1969: 63, la bastardilla me pertenece).

Si la tomamos al pie de la letra, esta afirmación resulta


absurda y falsa. Llamar tribal a una sociedad que no sólo tiene
una refinada tradición literaria —McLuhan da ejemplos de
ello—, sino que además es la más avanzada del mundo desde el
punto de vista educacional y tecnológico, es un increíble error
conceptual.
La visión alfabética en las teorías tanto de las culturas
como del lenguaje está muy extendida y puede detectarse en los
trabajos de muchos investigadores destacados: la superioridad
del alfabeto es un axioma del pensamiento occidental. Según
esta visión, los demás sistemas de escritura están destinados a
sucumbir.1
Dado que en la educación occidental todo depende del
alfabeto, este argumento resultó atractivo y convincente para
muchos. Sin embargo, si se lo analiza con cuidado, resulta ser
un poco torpe. Para una mejor comprensión del nexo entre
sistema de escritura, lengua escrita y desarrollo social, deben
buscarse datos en contra de la hipótesis alfabética. El caso
japonés es un ejemplo conspicuo, ya que en Japón la “alfabeti­
zación” y la modernización se alcanzaron a pesar de una
escritura no alfabética muy compleja. En el presente trabajo
analizaré en detalle este ejemplo que desmiente la hipótesis
alfabética.

La escritura japonesa

En el japonés se usan dos tipos de sistemas ortográficos: los


kana y los kanji. Ninguno de ellos es alfabético. Cada kana
representa una sílaba, en tanto que los kanji (caracteres chinos)
representan morfemas. La disponibilidad de silabarios es una
clara ventaja sobre la escritura china, exclusivamente morfé-
mica. Sin embargo, los japoneses hicieron todo lo posible por
evitar el aprovechamiento de esta ventaja. De hecho, la adap­
243
tación de los caracteres chinos para escribir el japonés ha dado
como resultado un sistema engorroso, cuya complejidad sólo es
comparable a la de la adaptación acadia del cuneiforme sumerio.2
La descripción de Sansom (1928: 4) del sistema de escritura
japonés es exacta:

Vacilamos al elegir un epíteto para describir un sistem a de escritura


tan complejo que requiere de la ayuda de otro sistema que lo
explique. Sin duda, se tra ta de un fascinante campo de estudio pero,
como instrum ento práctico, seguram ente no es de los mejores.

Sansom se refiere a la práctica de los kana escritos junto


con los kanji, cuya pronunciación de otro modo sería difícil de
adivinar, incluso para un lector con un alto nivel de educación.
Dominar ese sistema y ser letrado en Japón no es, por cierto,
una hazaña menor. Sin embargo, Japón ostenta un grado de
“alfabetización” que no es inferior a los de Occidente. Induda­
blemente, no hay necesidades de la vida moderna que no
puedan satisfacerse en Japón por culpa del agobio que el
sistema de escritura representa para sus ciudadanos. Los
caracteres chinos han sobrevivido y florecen “en una sociedad
que depende tecnológicamente de máquinas de escribir,3 índi­
ces elaborados y sistemas de recuperación de información
cuantificados,”4 y su requerido y anunciado reemplazo por una
ortografía alfabética sigue siendo improbable.
El caso japonés prueba, más allá de toda duda, que los
caracteres chinos pueden estar profundamente arraigados en
una moderna sociedad tecnológica que pretende una “alfabeti­
zación” generalizada.

La cultura escrita

Para poder apreciar en toda su magnitud el esfuerzo que


implica ser capaz de leer y escribir el japonés, es útil detallar
brevemente los procesos involucrados:
1) aprender 2 x 47 caracteres silábicos de los dos silabarios
isomórficos, hiragana y katakana;
2 ) aprender las reglas ortográficas para el uso de los kana;
3) aprender la estructura gráfica básica de los caracteres
chinos (kanji);
4) aprender alrededor de 2000 kanji y sus a menudo
múltiples lecturas y significados;
244
5) aprender la diferencia entre el estilo oral y el escrito;
6 ) practicar lectura y escritura.
Las estimaciones del tiempo requerido para cumplirlos
varían .5 En la escuela se enseñan los kanji en orden decrecien­
te de frecuencia. Los 881 caracteres básicos y más frecuentes
deben aprenderse en la escuela primaria (seis años). A los
graduados de las escuelas secundarias se les exige el conoci­
miento de 2000 caracteres, y la escritura sigue siendo objeto de
evaluación en los exámenes de ingreso a la universidad. El
tiempo y el esfuerzo necesarios para dominar el japonés escrito
son mayores que los requeridos para cualquier ortografía
alfabética, aun la más difícil. Para no perder las habilidades
adquiridas, los estudiantes deben practicar regularmente. Los
2000 caracteres mencionados son esenciales para leer los
diarios y otros impresos de difusión popular, pero no bastan
para leer literatura. Además, la mayor parte de los kanji tienen
múltiples lecturas y muchos tienen múltiples significados.
Incluso los 2000 caracteres básicos de uso cotidiano {joyo
kanji), a los que se limitan la prensa y todas las publicaciones
oficiales por decreto del gobierno, implican un esfuerzo consi­
derable.
En el contexto japonés, de manera más obvia que en las
sociedades alfabéticas, dominar la escritura es una noción con
grados. Consiste, arbitrariamente, en poder leer y escribir los
2000 kanji de uso cotidiano. Sin embargo, uno puede arreglár­
selas con muchos menos caracteres, sin por ello ser considerado
un semiletrado. Los 2000joyo kanji proporcionan un criterio,
pero hay que tener en cuenta las variaciones. En el límite
superior, es difícil trazar una línea que establezca cuándo
termina la “alfabetización” básica y cuándo empieza la erudi­
ción, en tanto que en el límite inferior, hay una confusa zona en
la que el “alfabetismo” mínimo se mezcla con el “semialfa-
betismo”. La población supuestamente alfabetizada por com­
pleto incluye a los miembros de una élite que puede leer y
escribir de 4000 a 5000 kanji o más y, en el otro extremo del
continuum, aquellos que sólo conocen unos pocos centenares de
caracteres. Hay, pues, una imprecisión considerable cuando se
trata de determinar y definir el “alfabetismo” en el Japón.
Para describir adecuadamente la situación, además de la
gradación del conocimiento de kanji, se debe tener en cuenta
otra peculiaridad de la escritura japonesa. Nuestra habilidad
245
para expresarnos mediante la escritura es en general más
limitada que nuestra habilidad como lectores. Esto no sucede en
el Japón. Si un hablante de japonés no conoce en absoluto los
kanji, no puede leer prácticamente nada, pero puede expresarse
por escrito utilizando los kana, ya que, en principio, el japonés
moderno puede escribirse enteramente en kana. Con seguri­
dad, se trata de un caso hipotético, pero vale la pena notar que
un limitado conocimiento de los caracteres chinos no coarta,
como ocurre en China, la capacidad de expresarse por escrito
con fines prácticos. La escritura exclusiva de kana, o el uso
reducido de kanji, lleva el estigma de la falta de educación, pero
sigue siendo preferible a la completa incapacidad de transmitir
un mensaje escrito.
A pesar de que no hay datos exactos que documenten el
actual nivel de “alfabetismo” en el Japón, podemos suponer un
alto grado de dominio de la lengua .6 Dada la complejidad de la
escritura japonesa, se trata de algo notable. No es exagerado
decir que los japoneses han logrado la diseminación democráti­
ca de una escritura elitista. ¿De qué modo fue posible? En los
trabajos de los intelectuales japoneses durante los primeros
años del período Meiji (1868-1912), se ve claramente que no
creían del todo que se pudiera alcanzar esa meta: para ellos, era
difícil imaginar que la lengua japonesa llegara a ser un medio
apropiado para los propósitos modernos. En esa época, la
comunidad de habla japonesa vivía en una situación de diglosia,
y el umbral para transformarse en “alfabetizado” era extrema­
damente alto.

La superación de la diglosia

La forzada apertura del Japón al mundo occidental a


mediados del siglo XIX, después de años de relativo aislamien­
to, trajo consigo una crisis del lenguaje de una gravedad sin
precedentes. Para algunos de los intelectuales más destacados
de la época, parecía imposible que el japonés pudiera dar una
expresión al contenido de la cultura occidental. Mori Ogai, el
primer diplomático japonés en Washington, sorprendió a la
nación proponiendo seriamente abandonar el japonés y reem­
plazarlo por el inglés:

N uestra inteligente raza no puede depender de un medio de comu­


nicación débil e incierto. Las leyes del Estado nunca pueden

246
preservarse en la lengua japonesa. Todas las razones aconsejan
abandonar su uso (citado por Miller 1977: 42).

Otros intelectuales se preocuparon también por la inade­


cuación del japonés y por el modo en que se escribía. En el pri­
mer número del periódico Meiroku zasshi, que desempeñó un
papel crucial en el movimiento ilustrado de comienzos del pe­
ríodo Meiji, Nishi Amane abogó por la romanización del japonés
e hizo una de las más encendidas defensas de la reforma de la
lengua. “Los europeos ahora lideran el mundo” —afirmó—, y
“nada ha contribuido tanto a su preeminencia mundial en las
ciencias, las artes y las letras como sus alfabetos de veintiséis
letras” (Nishi 1873). El japonés se encontraba en franca desven­
taja debido a que:
en nuestras letras actualm ente...es impropio escribir como habla­
mos, así como es impropio hablar como escribimos, pues las gram á­
ticas del habla y la escritura en nuestra lengua son diferentes
(Nishi op.cit.).

Esta es una precisa descripción del estado de la lengua en


esa época. Hasta la Restauración Meiji, la lengua escrita
(bungo) estaba muy alejada de la lengua hablada (kógo). Coexis­
tían una variedad de estilos escritos que iban desde el chino
clásico (bun o kambun) hasta el japonés clásico (wabun), ningu­
no de los cuales podía ser comprendido, y mucho menos escrito,
sin un estudio intensivo. Si bien la lengua escrita nunca puede
ser igual a la vernácula, ni esa igualdad es necesariamente un
objetivo importante o valioso, es evidente que la amplitud de la
brecha entre la lengua hablada y escrita varía considerable­
mente de una lengua a otra. Las lenguas modernas estándar
presentan muchos rasgos de la lengua escrita en el habla, al
tiempo que permiten una variedad de estilos escritos diferen­
tes, algunos de los cuales están muy próximos a la lengua
hablada. En otras lenguas, las diferencias funcionales entre el
habla y la escritura coinciden más claramente con las diferen­
cias estilísticas. En las lenguas diglósicas como el árabe y el
senegalés (cf. Haas 1982), la diferencia entre las formas escrita
y hablada es tan grande que sólo la actitud de la comunidad
hablante justifica su reconocimiento como una misma y única
lengua. Hasta mediados del siglo XIX, existía una relación
diglósica entre el japonés hablado y el escrito.
Nishi Amane estaba convencido de que esto era consecuen­
247
cia directa del engorroso sistema de escritura japonés. Por lo
tanto, para remediar ese desafortunado estado de cosas, el
japonés debía escribirse “con el alfabeto occidental”. No sin
razón, argumentaba que “ya que la escritura y el habla seguirán
las mismas reglas, lo que es apropiado en la escritura lo será
también en el habla” (op. cit.). Actualmente, tenemos motivos
para creer que no hay una conexión necesaria entre diglosia y
sistema de escritura. El caso del árabe, entre otros, demuestra
claramente que una escritura alfabética no es una salvaguarda
contra la diglosia. Sin embargo, es perfectamente razonable
suponer que un sistema de escritura demasiado complejo favo­
rece y refuerza las diferencias entre la lengua escrita y la oral.
Es notable, pues, que los japoneses hayan logrado superar el
hiato diglósico sin sacrificar su tradicional sistema de escritura.
Algunos lingüistas japoneses sostienen, por el contrario,
que no podría haber ocurrido otra cosa, ya que el sistema de
escritura es una parte esencial de la lengua japonesa. Conside­
remos algunos de los trabajos de Takao Suzuki como un ejemplo
de esta línea de razonamiento.
Como ya señalé, desde el período Meiji hubo varias pro­
puestas para la romanización del japonés. Ninguna de ellas
tuvo éxito, pero Suzuki se enfrenta a esos embates contra la
tradición japonesa para “defender los caracteres chinos en el
japonés” (1975). Sostiene que, gracias a su transparente conte­
nido semántico, “lejos de obstaculizar la rápida modernización
del Japón, los caracteres chinos con su dualidad 7 han sido
instrumentos aptos para acelerar el espectacular progreso de la
educación japonesa” (1975:191). Esta afirmación es discutible
porque resulta verdadera a medias. Por cierto, los kanji se
prestan muy bien a la formación de terminología. Las posibili­
dades de componer casi no tienen límites y, para los lectores
educados, los kanji proporcionan matices semánticos. De modo
que Suzuki tiene razón al afirmar que los kanji fueron
instrumentales para la rápida modernización del Japón, pero
su argumento de que los caracteres chinos compuestos en
japonés son semánticamente más transparentes que los térmi­
nos técnicos de las lenguas europeas es problemático.
“Cada logograma” —explica Suzuki (1975: 182)— “evoca
en nuestra mente un significado, una idea, un concepto”. Todo
aquel que conozca los kanji, prosigue, puede por lo tanto
comprender todas las palabras compuestas. Sin embargo, esta
suposición se basa en que Suzuki no distingue etimología de
248
semántica y semántica de conocimiento fáctico, así como en la
idea de que el significado de las palabras compuestas es simple­
mente una suma de los significados de sus componentes. Saber
que ovulación deriva de la palabra latina huevo no contribuye
demasiado a mi comprensión del significado del término. Y esto
es lo que implica la afirmación de Suzuki. Alega que, mientras
sólo una persona educada podría comprender ovulación, casi
todos los japoneses podrían decir cuál es el significado de
hairan, porque esta palabra está escrita con los dos caracteres
que significan “expulsar” y “huevo”, respectivamente. Cual­
quier japonés, aunque carezca de un bagaje educacional deter­
minado, sostiene Suzuki, será capaz de adivinar el significado
de la palabra, aun cuando la vea por primera vez. Al contrario
de lo que ocurre con las lenguas occidentales con terminología
basada en el griego y el latín que sólo las personas con una
educación clásica podrían comprender, las palabras compues­
tas por caracteres chinos son comprensibles para todo japonés
porque son “semánticamente transparentes”. “Las personas
comunes pueden ver a través, observar la construcción semántica
de esas palabras sin ningún entrenamiento en chino clásico”
(Suzuki 1977:418). Es obvio que semejante argumento suena
un poco extravagante. Lo que Suzuki pretende es que los
japoneses pueden comprender los caracteres chinos compues­
tos porque sus partes están escritas con los mismos caracteres
que se usan para escribir los correspondientes morfemas japo­
neses autóctonos. Pero deben aprenderse los caracteres. Más
aún, en los compuestos, los morfemas no se adicionan de
manera predecible para dar el significado de la palabra total.
Aun cuando un lector que no conoce la palabra hairan reconozca
los dos caracteres con los que está escrita, puede no haber
comprendido en absoluto el significado del compuesto.
Lo más problemático en la descripción que hace Suzuki del
papel de la escritura en el japonés es su apresurada generaliza­
ción. No establece distinciones entre la élite con alto nivel de
educación y el hablante promedio del japonés, aparentemente
porque necesita para su argumento el apoyo de toda la comuni­
dad hablante. “En su habla” —informa a su lector occidental
(1977: 416, el subrayado me pertenece)— “los japoneses depen­
den fuertemente de la imagen gráfica del mundo que está
almacenada en su mente. Esto significa que, a menos que los
japoneses sepan cómo está escrito el mundo, es a menudo difícil
para ellos comprender lo que se dice”. Antes de que uno pueda
249
preguntarse si esto significa que los japoneses que tienen pro­
blemas con la lengua escrita también los tendrán con la lengua
hablada, o si los japoneses pueden en principio decir y compren­
der sólo lo que son capaces de escribir, Suzuki se apresura a
eliminar esta incertidumbre. En su opinión, “esta peculiaridad
lingüística acompaña el hecho sociolingüístico de que en el
Japón el analfabetismo fue prácticamente erradicado en un
estadio muy temprano de la historia moderna .8 La habilidad de
cada uno de hablar y comprender correctamente depende en
gran medida del propio conocimiento de la escritura” (ibid.). No
podemos, pues, evitar la conclusión de que hay que leer y escribir
para poder ser un hablante competente del japonés. A este
respecto, la relación entre habla y escritura es especial en los
japoneses, porque a diferencia de “las numerosas lenguas
indoeuropeas... pero también el árabe o incluso el turco otomano,
el japonés es una lengua en la cual las formas escritas contienen
más información que el sonido”(Suzuki 1977:409). El alfabetismo
generalizado es, pues, una consecuencia casi necesaria de la
peculiaridad del sistema de escritura japonés, que es capaz de
vehiculizar más información que la vehiculizada en el habla.
El argumento de Suzuki es básicamente el mismo que el
que se esgrime para demostrarla pretendida indispensabilidad
de los kanji, es decir, el trillado argumento de la homofonía. Hay
tantas palabras compuestas por caracteres sinojaponeses que
suenan igual —uno de los ejemplos favoritos es kagaku, que
significa “ciencia”y “química”— que uno no puede prescindir de
una representación escrita que las diferencie. Por la misma
razón, hay que saber leer y escribir para encontrar el camino en
la lengua japonesa. El “hecho sociolingüístico” del “alfabetismo”
generalizado no es más que algo esperable, dada esa particular
relación entre el habla y la escritura.
Este argumento, sin embargo, pone el carro delante del
caballo. El “alfabetismo” no es elevado en Japón porque la
peculiar relación entre lo hablado y lo escrito lo vuelve necesa­
rio; antes bien, ese “alfabetismo” fue logrado contra toda proba­
bilidad y a pesar de la complejidad del sistema de escritura.
Además, no se trata de que ese sistema sea indispensable
debido a los muchos homónimos, sino que esos homónimos
existen gracias a la peculiar función de los caracteres chinos en
el japonés. La mayor parte de los homónimos aparece en el
período Meiji, cuando fueron necesarios centenares de nuevos
términos técnicos (cf. Miyajima 1967). Se acuñaron con kanji
250
más que con palabras, como los elementos de una traducción de
extranjerismos. Esta es una característica especial del uso
japonés de los caracteres chinos. Si bien es también cierto que
en el chino los caracteres individuales vehiculizan más infor­
mación que las sílabas individuales, los chinos no tienen tantas
palabras compuestas por homónimos como el japonés (cf. Coyaud
1977). En un sentido, los numerosos homónimos son el precio
que los japoneses pagaron por superar la diglosia sin renunciar
a su sistema de escritura.
Retrospectivamente, ésta parece una muy sabia resolu­
ción de la crisis de la lengua a mediados del siglo XIX. Como ya
señalé, durante el período Meiji se tomaron varias medidas
para aum entar el nivel general de educación; entre ellas, el
desarrollo de un estilo de escritura más próximo a la lengua
coloquial desempeñó un papel central. Este desarrollo se cono­
ció como el movimiento gembun itchi (unificación de la lengua
escrita y hablada). Comenzó como un movimiento en pro del uso
de la lengua hablada corriente en literatura (cf. Konrad 1977).
Con el tiempo, afectó la relación entre el japonés escrito y
hablado en general. Gembun itchi fue un éxito total: en menos
de una generación, los japoneses se liberaron del engorro de los
complicados estilos de escritura en casi todo lo escrito, y desa­
rrollaron un nuevo estilo más cercano a la lengua hablada que
fue aceptado por todos. Esta fue una parte crucial en la transi­
ción del Japón de una sociedad feudal a una sociedad moderna,
ya que las dificultades de la lengua escrita se redujeron,
haciendo posible la “alfabetización” general.

Conclusión

La historia del japonés en el período Meiji es notable


porque se trata del relato de un éxito: en una época en que la
diglosia era reconocida como un obstáculo para la moderniza­
ción de la sociedad, la gran distancia entre la lengua escrita y
hablada fue reducida en gran medida por decisión consciente y
mediante la intervención en el desarrollo de la lengua. ¿Cuáles
son las posibles consecuencias de este caso para una teoría del
lenguaje escrito? Me gustaría concluir con la anticipación de
cinco tesis para el desarrollo de esa teoría:
1) Una teoría de la lengua escrita debe dar sentido a las afirmaciones
sobre la relación entre la lengua escrita y la lengua hablada.

251
2) Esa teoría debe tener una dimensión diacrónica para poder
explicar cómo la escritura afecta la lengua y el habla. El ejemplo
japonés dem uestra que las formas escritas, más que las habladas,
pueden transform arse en elementos productivos en los procesos
diacrónicos.
3) La noción de diglosia es una piedra angular de esa teoría, porque
es un caso extremo de distancia entre la lengua escrita y la oral. No
hay diglosia (en el sentido estricto del término) sin escritura.
4) La noción de diglosia debe ser específica con respecto a los sistemas
de escritura.
Actualmente no está claro de qué modo los diferentes sistem as de
escritura afectan la relación diglósica entre la lengua escrita y la
oral. Si bien las tradiciones china y japonesa de la lengua escrita
sugieren que la variedad escrita tiende a alejarse de la hablada, el
movimiento japonésgem&ím itchi tam bién dem uestra que la diglosia
puede superarse sin descartar el intrincado sistem a de escritura.
5) Una teoría de la lengua escrita debe apoyarse en una teoría
sociolingüística del uso de la lengua y el alfabetismo.

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Discusión

M . C oyaud : Entre fonía y grafía, en China, en una lengua china dada, por
ejemplo el mandarín, existe una relación vaga. Es decir que un signo
determinado corresponde generalmente a varios tipos de sílabas fónicas y
segmentales, y con los tonos. Sin embargo, la relación entre grafía y fonía en
China, en una lengua china dada, supongamos el cantonés, el oude, el
shangai, el mandarín, es una relación relativamente estable y la gente la
utiliza de manera relativamente correcta. No es del todo cierto decir que la
escritura china sirve totalmente de unificación lingüística, porque transcribe
lenguas chinas diferentes y los caracteres chinos no son los mismos en Cantón
y en Pekín. Hay caracteres especiales en Shangai y en Cantón para transcri­
bir lenguas diferentes, aunque sean de la misma familia. Por el contrario, en
Japón, los caracteres chinos son siempre ambiguos, más allá de unas treinta
excepciones. Son ambiguos con respecto a la fonía, es decir que los caracteres
chinos se pronuncian siempre al menos de dos maneras distintas, en japonés
autóctono y en sinojaponés. En el sinojaponés hay tres dialectos, y ciertos
caracteres chinos pueden pronunciarse de quince maneras distintas. Por otra
parte, hay una ambigüedad semántica, que es bastante frecuente. Los
caracteres chinos desempeñan un papel muy diferente según sean empleados
en China o en Japón. Hice un pequeño estudio sobre la ambigüedad en japonés
escrito para intentar desentrañar un poco esta situación. Usted hizo alusión
a una latinización eventual. Es inútil latinizar porque existen kanas que
transcriben fonéticamente muy bien el japonés. Pero, ¿por qué los japoneses
253
están condenados a conservar los caracteres chinos, a pesar del extraordina­
rio engorro de su escritura? Es que los caracteres chinos tienen justamente
una pregnancia semántica; expresan sentidos que no pueden expresar direc­
tamente los kanas\ hay demasiadas homofonías en japonés, de manera que
una notación puramente fonética de la lengua vuelve absolutamente imposi­
ble la comunicación, en cuanto ésta supera la lengua corriente.
F . C oulmas: Conozco su artículo de 1977 sobre los homógrafos en japonés, y en
la versión escrita de mi comunicación discuto ese punto. No pongo en duda el
hecho de que las funciones de los caracteres chinos y japoneses sean diferentes.
Pero muchas de las homofonías existen a causa de la modernización a partir
del período Meiji, es decir que la homografía y la homofonía de los caracteres
en japonés es más problemática ahora que a fines del siglo XVIII. Creo que en
el siglo XIX no constituía una razón para abandonar los caracteres chinos.
D. B randy : Usted habló de una crisis en el siglo XIX; ¿podría decirse que hay
una crisis en el Japón también en el siglo XX? ¿El problema reside principal­
mente en lo que respecta al tiempo de aprendizaje de la lengua? Usted habló
de nueve años para aprender a leer y a escribir, ¿hay un debate con respecto
a este tema? Es decir, ¿hay una pérdida de tiempo? ¿O, por el contrario, se
corresponde con el desarrollo de la inteligencia? El debate existe en Francia,
entre ciertos partidarios del latín, por ejemplo.
F. C.: La única razón de la crisis del japonés en el siglo XIX era el estado
secular del Japón (más de 200 años de aislamiento) en el momento de su
apertura hacia Occidente. No era posible hacer traducciones de literatura,
filosofía, sociología, etc. del inglés, del francés, etc. Pero el proceso de
modernización del japonés en el período Meiji fue un éxito total. Hoy la
estrategia de incorporación de nuevos lexemas es un poco distinta. En el
período Meiji, se utilizó sobre todo la estrategia de los “calcos”, pero ahora las
palabras extranjeras, sobre todo inglesas, son integradas varias veces, proba­
blemente a causa del acelerado desarrollo y también quizá porque hay
muchas comunicaciones internacionales.
P. A charo : Pienso que es un poco restrictivo decir que no hay diglosia sin
escritura. Podría citar como ejemplo un texto que mi colega Paul Valde
escribió para el volumen de homenaje a Ferguson que acaba de aparecer en
los Estados Unidos, en el cual demuestra que hay una estructura diglósica
entre el sango y creo que el yoruba, dos lenguas orales de Africa, porque una
es reconocida como posible variedad fuente de la otra y, en consecuencia, hay
efectivamente una relación diglósica que se introduce en ese caso, aunque no
haya escritura o, si la hubiera, sería de la lengua considerada como variedad
baja, que entraría en una doble diglosia, una con la variedad oral fuente, y otra
con una variedad escrita controlada. Pero el término de diglosia, incluso en un
sentido extremadamente estricto, podría aplicarse a la primera situación.
F . C.: Creo que es un problema de terminología. Personalmente, prefiero
reservar el término de diglosia a los casos en los que encontramos, para la
primera lengua, o una lengua de la misma fuente, una versión escrita y una
versión hablada. Es el caso del árabe, el senegalés, el tamul, el chino o el
japonés. Es un problema muy complejo y me gustaría discutirlo con usted.
254
S. B attestini: Ni M. Coyaud ni F. Coulmas han hablado de la manera en que
el japonés representa los tonos. Las lenguas tonales en Africa constituyen una
cuestión importante. Me gustaría saber cómo el japonés resuelve el problema
de los tonos.
M. C.: No hay tonos en japonés. Al menos, hay tonos pero no tonemas.
F. C.: En chino no se representan los tonos. Se representan las sílabas, es decir
que las sílabas tienen tonos diferentes y se diferencian en la escritura, pero
no para marcar los tonos.

Notas

1. Considérese por ejemplo lo que el sinólogo DeFrancis (1984: 286 s)


afirma acerca del sistema de escritura chino:
“La modernización de China está impedida por la dependencia de una
escritura que ha demostrado ser incapaz de producir una alfabetización
masiva y cumplir con las necesidades de la sociedad moderna”.
Nótese que el antropomorfismo no es un asunto baladí: se supone que
es la escritura lo que produce la alfabetización de las masas. La escritura
china no lo ha logrado. Con un sistema alfabético —esta sería la conclusión
implícita— la alfabetización de las masas podría alcanzarse y sería más
sencillo para China adaptarse a la vida moderna. Walter Ong hace la misma
observación, y predice que los caracteres chinos serán reemplazados por el
alfabeto dentro de no demasiado tiempo (1977: 34):
“Aunque pueda ser triste, es difícil decir de qué modo la escritura china
podría seguir sobreviviendo en una sociedad tecnológica que depende de
máquinas de escribir, índices elaborados y sistemas de recuperación de la
información.”
El mensaje carece de ambigüedad: hay que elegir entre caracteres
chinos o sociedad moderna; ambos no pueden ir juntos.
2. He descripto la estructura y función del sistema japonés de escritura
en otro trabajo. Cf. Coulmas 1981, capítulo III, 1983a, 1984; también Sato
Habein 1984.
3. Cf. nota 1. Los ordenadores personales están reemplazando rápida­
mente a las máquinas de escribir, evolución que Ong no pudo anticipar cuando
escribía, hace diez años. La computarización probablemente contribuirá al
mantenimiento de los kanji en lugar de oponerse a él.
4. No quiero insinuar que las condiciones en Japón y China sean
comparables. Que Japón mantenga los caracteres chinos en el futuro previ­
sible no significa que China pueda hacer o haga lo mismo (cf. Coulmas 1983b).
Antes bien, es importante considerar que Japón ha compartido con China la
herencia antigua de los caracteres chinos, y que disfruta de una alfabetización
generalizada, en tanto que la mitad de la población china es analfabeta.
5. En su influyente libro Nihongo [La lengua japonesa], el lingüista
Kindaichi Haruhiko (1957: 5) escribe lo siguiente:
“Los niños europeos generalmente aprenden a leer y escribir su propia

255
lengua en dos años en Italia, en tres años en Alemania, y en Gran Bretaña,
donde lleva más tiempo, en cinco. En Japón, incluso después de seis años de
escuela primaria y tres años de secundaria, un alumno no puede comprender
adecuadamente el periódico.”
6. Las más recientes estadísticas provienen de una encuesta llevada a
cabo por el Ministerio de Educación en 1955/56. Cf. Neustupny (1984) para
una interpretación de los datos.
7. Suzuki se refiere al hecho de que la mayoría de los kanji tienen una
doble lectura, una sinojaponesa que correspondegrosso modo a la pronuncia­
ción china del carácter (en el momento de su adaptación), y una japonesa, es
decir, el equivalente léxico japonés de la palabra china.
8. Suzuki no se preocupa por especificar lo que quiere decir exactamente
cuando expresa “en una etapa muy temprana en la historia moderna”. En
términos japoneses, sin embargo, la historia moderna comienza con el período
Meiji.

256
17
Sobre la escritura de los
números
W illiam Haas
(U niversidad de M anchester)

Resumen
1) Por lo general se admite que la preocupación básica de la
educación elemental es el dominio del alfabeto y de las cifras. No se trata
de un juego de niños. El aprendizaje de un sistema de escritura alfabética
y de la notación indo-árabe de los números no es algo sencillo: la tortuosa
y singular historia de cada uno de los dos sistemas lo demuestra.
2) Una comparación entre la lengua semánticamente ilim itada de
las letras y la lengua restringida de las cifras arábigas echará luz sobre
ambas. Cada una es autónoma con respecto a la lengua hablada de quien
la escribe. Pero en tanto que la lengua ilimitada de la escritura alfabética
encuentra su origen en la lengua hablada —y por esta razón mantiene con
ella estrechos lazos estructurales—> la lengua restringida de las cifras no
los tiene: es una creación artificial.
3) Las semejanzas entre ambas lenguas escritas —entre, por ejemplo,
“sesenta y nueve m il setecientos cuarenta y cinco” y “69745”— no se
explican por su derivación común de la misma lengua hablada. Si
queremos saber por qué estas dos lenguas escritas —así como la mayor
parte de las lenguas habladas— se parecen en el hecho de que eligen una
base léxica decimal para la composición de las expresiones numéricas,
encontramos la razón en el hecho no lingüístico de que los seres humanos
poseen diez dedos,
4) Existen, sin embargo, profundas diferencias entre, por un lado,
nuestras expresiones numéricas habladas, tal como están representadas
en cualquier sistema de escritura derivado, sea cenémico o plerémico, y,
por el otro, las expresiones numéricas bajo la forma que adquieren en el
sistema de cifras arábigas, no derivado de la lengua hablada. Las
diferencias más significativas son las que provienen de las divergencias en
las reglas gramaticales que rigen la composición de expresiones numéricas
complejas. Las descripciones actuales son curiosamente deficientes. Una
presentación m ás satisfactoria de las diferencias (objetivo del presente
trabajo) podría contribuir a facilitar el aprendizaje “ontogénico” de las
cifras.

257
La educación elemental general tiene como objetivo asegu­
rar el dominio de dos lenguas escritas: una, la nacional de las
letras, la otra, la internacional de las cifras. No se trata de un
juego de niños. La evolución tortuosa de esos sistemas de
escritura ha demostrado su condición radicalmente oscura.
Cada una es autónoma con respecto a la lengua hablada. Pero
en tanto que la lengua escrita alfabética encuentra su origen en
la lengua hablada y por ende mantiene con ella estrechos lazos
estructurales, la lengua restringida de las cifras no los tiene: es
una creación artificial. Existen profundas diferencias entre, por
un lado, nuestras expresiones numéricas habladas, y, por el
otro, nuestras expresiones numéricas bajo la forma que toman
en el sistema de cifras arábigas. Una presentación más satisfac­
toria de las diferencias (objetivo del presente trabajo) podría
contribuir a facilitar el aprendizaje “ontogénico”de las cifras.

1 ) La educación elemental en cualquiera de los países más


desarrollados está diseñada para asegurar el conocimiento del
alfabeto y de las cifras. A nuestros niños se les exige, pues,
aprender dos lenguas escritas: (i) una versión nacional de una
escritura alfabética amplia, y (ii) la notación internacional
restringida de los numerales indo-arábigos y de unos pocos
símbolos para las operaciones aritméticas .1
La adquisición de estos lenguajes escritos no es un juego de
niños. Su historia es una prueba de su dificultad. Cada uno ha
sido el resultado de una lenta y sinuosa evolución, favorecida
por circunstancias excepcionales. A pesar de que a los niños en
la escuela no se les exige repetir todos los pasos de esa tortuosa
evolución, no se puede evitar que al menos tengan la experien­
cia de las dificultades intrínsecas de esas técnicas básicas de la
civilización humana.

2) Los dos sistemas de escritura —la alfabética y la de los


numerales arábigos— tienen un origen y una historia muy
diferente: uno es esencialmente derivado de ciertas lenguas
orales; el otro no. El lenguaje de los numerales arábigos es una
escritura técnica original. Las dificultades del educando no son,
pues, las mismas en ambos casos.
El principal obstáculo en el aprendizaje del uso de la
escritura alfabética es la aparente inutilidad de tener que
analizar un discurso pleno de sentido en unidades que no lo
poseen. Las ventajas finales de ese ejercicio no se reconocen de
258
inmediato. Los niños no pueden prever que, una vez dominadas
las distintas correspondencias sonido-letra, todo lo que sigan
aprendiendo de la lengua hablada —de sus propiedades léxicas,
sintácticas y semánticas— encontrará una correspondencia en
el adquirido instrumento de las letras .2
Las dificultades de la adquisición del sistema numérico
son distintas. Todos los grafemas elementales de la notación
arábiga están cargados de sentido, lo cual es una ventaja. Pero
su uso —sus relaciones morfosintácticas— son nuevas. Apren­
derlas es como aprender una lengua extranjera, y no como
adquirir un dialecto escrito de la propia lengua materna. Somos
capaces de traducir desde o hacia la lengua hablada, y la
mayoría de los numerales elementales orales corresponden a
grafemas elementales, por ejemplo, “seis” a “6” o “siete” a “7”;
pero las relaciones morfosintácticas de “seis” o “siete” no en­
cuentran una correspondencia directa con las de “6 ” o “7”: una
traducción de “sesenta” por “60”, o de “seiscientos siete” por
“607” implica no sólo un extraño y en sí mismo intraducibie “0”,
sino también construcciones sintácticas no familiares.
Entre los numerosos sistemas de escritura numérica, la
notación arábiga es la más eficiente; casi ninguna notación
numérica es derivada del habla: los numerales escritos son el
más antiguo de los lenguajes artificiales .3 Es oportuno recordar
aquí algunos hechos históricos.4
Se sabe que el desarrollo de los numerales escritos ha sido,
en general, independiente de la historia de los números-pala-
bras orales. Su origen se encuentra en algo más primitivo que
las lenguas escritas u orales: derivan de las silenciosas opera­
ciones de practicar muescas sobre madera, hueso o piedra. Las
colecciones de esas muescas o trazos no son aún nombres de
números. Sólo son instancias de números, instancias que tienen
una virtud especial: pueden almacenarse y guardarse como
registros duraderos, siempre listos para aparearse con otras
instancias, con conjuntos de ovejas, de soldados o de mercan-
cías. Después de compararlos mediante una correspondencia
uno a uno, podemos afirmar con certeza que uno es igual a otro
en tamaño, o casi igual, o mucho mayor o menor; pero esas
afirmaciones no implican aún números ni numerales. La inven­
ción de nombres para conjuntos ordenados secuencialmente
debe haber tenido un desarrollo posterior, y los nombres orales
y visuales parecen haber evolucionado por separado (aunque no
sin una influencia mutua en distintas etapas).
259
Para todo sistema de numerales escrito u oral se cumple
que no puede haber un nombre simple para cada miembro de las
infinitas series de números: los nombres de todos, excepto los de
unos pocos, deben ser complejos, es decir, estar construidos a
partir de unos pocos nombres simples. Pero ocurre con frecuen­
cia que los numerales hablados y escritos no concuerdan en lo
que simplemente nombran y en lo que construyen.
Los nombres escritos de los números se desarrollarían a
partir de aquellos tempranos registros sobre taijas. La unifor­
midad de una secuencia de muescas o trazos resultaría rota si
se nombraran subconjuntos de ellas. Las secuencias de trazos
pueden servir como simples nombres visuales, gracias a los
cuales se las percibe como grupos unitarios: como unidad, par,
triple, cuádruple, y tal vez otros (como en las escrituras del
Antiguo Egipto y Babilonia), hasta modelos de tres o cuatro de
esos grupos. Pero la mayor parte de las notaciones de numera­
les escritos inventan un nuevo símbolo simple (una “cifra”) para
el conjunto que sucede a un cuarteto de trazos (por ejemplo, el
V romano, probablemente icónico de una mano, o el griego ático
T, o el trazo horizontal maya —). Este puede usarse luego para
la construcción de nombres complejos, como el IV o el VII
romanos, que corresponden a números-palabras simples. De los
diez primeros numerales simples del latín, sólo tres correspon­
den a numerales romanos simples, a I, V, X (sólo dos, si se
considera que X está construido a partir de V); el resto se
traduce mediante construcciones aditivas o sustractivas .5
El tipo inverso de disparidad tampoco es inusual. Un
sistema de escritura puede suministrar nombres simples que se
correspondan con construcciones de la lengua hablada. Cuando
los griegos, imitando una temprana práctica semítica, adopta­
ron las letras de un alfabeto secuencialmente memorizado para
que sirvieran como nombres simples de números, más de la
mitad de esas letras correspondían a construcciones complejas
en la lengua griega. Esta notación tenía la ventaja de la
brevedad, pero no proporcionaba la información que sí estaba
disponible en el griego hablado. En tanto que existen relaciones
morfológicas regulares entre, digamos,
(i) Ilevxe, 7ieyxr|Kovxa, rcevxaKÓcnoi y
(ii) Tpia, xpiaKovxa, xpiaicóaioi
no hay relaciones evidentes entre los correspondientes numera­
les alfabéticos, es decir, entre:
260
(i) e, V, <j>y
(ii) y, X, x.
Lo que queda oculto, por un exceso de cifras, es la base
decimal del sistema, algo que en griego, como en la mayor parte
de las lenguas con un desarrollado sistema oral de numerales,
está generalmente indicado mediante morfemas específicos
(como - k o v t o c o - k ó o i o i ) que sirven para indicar potencias
sucesivas de diez. Las operaciones aritméticas se efectúan más
fácilmente en griego hablado que en la notación “alfabética” de
los números. Si sabemos que “ t c É v t e (cinco)” más “ T p í a (tres)”
es igual a “ o k t í d (ocho)”, es fácil inferir que “m /n í k o v t o c
(cincuenta)” más “xpi óc k o v t o c (treinta)” es igual a “oySoií k o v t o c
(ochenta)” o que “ rc e v T O C K Ó a io i (quinientos)” más “ T p i o c K Ó o i o i
(trescientos)” es igual a “ o k t o c k ó o i o i (ochocientos)”, mientras
que no hay indicios morfológicos que permitan inferir de “e + y
= r|” que “v + X = k ” o “<)>+ x = co”.

3) La notación arábiga de numerales concuerda con la


mayoría de las lenguas habladas en el hecho de aceptar una
base decimal. Pero su construcción de nombres complejos para
números difiere al parecer de todas las lenguas habladas
porque no indica valores decimales mediante marcadores mor­
fológicos, sino exclusivamente mediante posición. Esa similitud
y esa diferencia tienen un origen no lingüístico: derivan de los
gestos y operaciones significantes.
No es difícil ver por qué la mayoría de las lenguas, orales
o escritas, aceptan una base decimal de números: todos los seres
humanos tienen diez dedos, y éstos sirvieron seguramente
como primer modelo de una secuencia ordenada, en la operación
de contar con los dedos.
La típica precisión de la notación árabe para indicar los
valores decimales en la representación de números elevados,
deriva de prácticas más avanzadas: deben rastrearse las opera­
ciones que fueron diseñadas para extender el alcance de conteo
más allá de la posibilidad de diez de una sola persona. Dos o
tres personas se combinarían, contando cada una con sus dedos:
sólo una contaría objetos ( 1 , 2 ...); la segunda contaría los
primeros conteos completos (1 x 10 , 2 x 10 ...); la tercera, los
conteos completos de la segunda (1 x (10 x 10), 2 x (10 x 10)...),
y así sucesivamente. Con esta práctica establecida, sólo tenía
que ocurrírsele a alguien que los dedos podían ser reemplaza­

261
dos por cuentas y las personas del conteo por hileras paralelas,
para que se produjera una invención capaz de ahorrar muchí­
simo trabajo: el tablero de contar o ábaco. Este instrumento, el
dispositivo para contar más antiguo, fue inventado indepen­
dientemente en diferentes épocas y lugares. En el antiguo
Egipto, Grecia, Roma, India, China, México, lo habrían usado
los comerciantes o recaudadores de impuestos, incluso sin
referencia alguna a sistemas de numerales escritos. Los símbo­
los escritos se requirieron sólo cuando se deseó mantener un
registro permanente del resultado de un conteo o cálculo. Los
nombres apropiados para los números, tanto los escritos como
los orales, ya estaban desarrollados, independientemente del
ábaco. Los griegos, por ejemplo, utilizaban su muy económico
“alfabeto” numérico. Fue apenas entre el sexto y séptimo siglo
d.C. cuando los astrónomos y matemáticos indios desarrolla­
ron una notación de números que derivaba del instrumento con
el que efectuaban sus cálculos.
Para nosotros, con el beneficio de la mirada retrospectiva,
la notación indo-arábiga resulta estar casi implícita en la
representación de los números del tablero de contar. Pero no es
así como vieron las cosas los primeros usuarios de esa herra­
mienta; de lo contrario, muchos otros habrían inventado la
misma notación. Podemos suponer que, ocasionalmente, se
hacían notas preliminares de los contenidos de un tablero,
mediante la escritura de un simple símbolo para el conjunto de
cuentas de cada hilera. El símbolo sería una cifra simple, si la
notación era en hebreo, griego, brahmi o chino estándar. Pero
las series de cifras anotadas no podían ser confiables como
registro de los números representados en el tablero. Resultaría
muy ambiguo: no sabrían si una secuencia de 5 y 3 representaba
“cincuenta y tres” o “ quinientos tres” o “quinientos treinta”,
etc .6 El hecho de que un ábaco nos permita hacer las distincio­
nes requeridas, simplemente mediante la observación de las
posiciones relativas de las hileras vacías, debe haber parecido
del todo irrelevante para la tarea de registrar un número. El
nombre de un número, oral o escrito, era el nombre de un
conjunto, y los conjuntos presentados por un ábaco eran de
ocupantes de hileras. Suponer que una notación de números
debía proveer un símbolo para la ausencia de conjunto debe
haber parecido absurdo. Desde luego, ese mismo absurdo fue
aceptado cuando el cero (0 ) se agregó a los otros nueve dígitos
para servir como signo de “no número”.
262

A
Si preguntamos por qué los matemáticos indios encontra­
ron esa idea “absurda” más aceptable de lo que lo fue para otros
usuarios del ábaco, la razón deba probablemente buscarse en el
conocimiento que tenían de la gramática sánscrita. Ochocien­
tos años antes, Panini había propuesto un signo especial para
marcar la excepcional ausencia de un signo en un lugar de una
construcción gramatical. Siguiendo a Panini, podríamos ver la
excepción inglesa sheep [oveja] de many sheep [muchas ovejas]
como sheep + 0, y clasificarla como un “sustantivo plural”, de
acuerdo con los regulares cat-s [gatos] o hors-es [caballos]. De
modo similar, si excepcionalmente (es decir, en uno de cada diez
casos), una hilera en un ábaco estaba vacía, se marcaría la
ausencia de ocupantes con cero (0). Sin embargo, había una
diferencia. Cuando el cero de Panini había cumplido con su ta ­
rea de generalización gramatical, podía suprimirse en la si­
guiente descripción completa de aserciones.7 Panini apuntaba
a una descripción exhaustiva de una lengua dada; a diferencia
de los matemáticos indios, no tenía intenciones de construir un
lenguaje artificial. Al conservar el cero como uno de los dígitos,
los indios diseñaron un sistema de numerales muy eficiente,
pero también legaron a los futuros matemáticos el problema de
la interpretación de ese nuevo numeral artificial.
La extravagancia conceptual de ese símbolo 0, que carece
de toda correspondencia en los sistemas de numerales orales,
impidió la aceptación de la notación india durante siglos.
Adoptada por los estudiosos árabes en el siglo Di, la notación no
ganó la supremacía en Europa Occidental hasta el comienzo del
siglo XVI, un milenio después de su descubrimiento. El último
triunfo de la notación —llamada “algorística” (por su elemento
principal, alKhwarizmi) o “arábiga”— se debió a los servicios
que prestó a las operaciones aritméticas. Estos servicios eran,
de hecho, inesperados, tan imprevistos como lo habían sido una
vez las ventajas del análisis alfabético para el objetivo de un
sistema general de escritura.
Ese 0, que originariamente había sido concebido como un
símbolo para una hilera vacía, para resolver las ambigüedades
que afectaban los registros provisionales del estado de una
operación en el ábaco, resultó tener muchos otros méritos
maravillosos. El primero de ellos era que cualquier número, sin
importar su tamaño, podía ahora ser representado por medio de
diez símbolos y su yuxtaposición: bastaba la ubicación para
indicar sus valores decimales. Otro de los méritos era que esa
263
representación podía adaptarse a todas las operaciones que
habían sido efectuadas con la ayuda del ábaco. De hecho, era
más fácil calcular con dígitos sobre papel que con las cuentas en
las hileras. La invención del 0 fue la inauguración de la
aritmética moderna .8
Estas ventajas técnicas, sin embargo, no fueron fáciles de
absorber. Implicaban, además del enigmático dígito 0, dos
características que eran diferentes a todo lo que podía encon­
trarse en los numerales orales o, incluso, en cualquier otra
notación escrita de números: (i) el reemplazo total de los
marcadores morfológicos de los valores decimales mediante la
posición, y (ii) una inversión del orden secuencial de la construc­
ción sintáctica. Esto último se pasa generalmente por alto en las
descripciones de los numerales arábigos.
Al construir el nombre complejo de un número a partir de
nombres simples, procedemos en una secuencia ordenada.
Digamos, por ejemplo, “sesenta y nueve mil setecientos cuaren­
ta y cinco”, comenzamos con una subconstrucción que está
marcada con “mil” y que nombra a uno de los números consti­
tuyentes; luego seguimos en orden decreciente de magnitud con
los nombres de números menores marcados con “-cientos”,
“-nta” y, por último con el no marcado “cinco”. La yuxtaposición
y coordinación de los constituyentes (con o sin “y”) significa
adición. El orden decreciente, por su parte, está determinado
automáticamente por los marcadores morfológicos y no tiene,
pues, un valor semántico independiente .9
La notación arábiga, por otro lado, construye sus nombres
complejos en la dirección contraria, es decir, en orden creciente
de magnitud, y el orden es en sí mismo distintivo. Esta diferen­
cia permanece oculta para nosotros por la facilidad que adqui­
rimos para traducir desde o hacia los numerales orales. Sólo
cuando esta facilidad nos falta, como ocurre cuando nos en­
frentamos con un número arábigo muy largo —digamos
2804643597—, la sintaxis propia de los numerales escritos se
hace patente. Si deseamos pronunciarlo, tendremos que identi­
ficar esas unidades escritas como correspondientes a los apén­
dices coordinados de un numeral oral. Esto debe hacerse comen­
zando con las unidades y procediendo, de derecha a izquierda,
en orden creciente de magnitud; ubicamos el marcador “mil”
después de tres dígitos, “millón” después de seis y, finalmente,
después de nueve dígitos, estamos listos para invertir el orden
o comenzar nuestra traducción con “dos billones”.
264
Las construcciones de los numerales arábigos se contrapo­
nen a las correspondientes construcciones del discurso. Consi­
derando el orden temporal de construcción de un numeral
complejo, por ejemplo, 69.745, comenzaríamos naturalmente
con las unidades y seguiríamos agregando (de derecha a iz­
quierda) dígito por dígito, asignándole a cada uno un valor que
está determinado por sus predecesores y es por lo tanto inde­
pendiente de la longitud del numeral: 5 + 40 + 700 + 9000 +
60000. Vemos que hay subconstrucciones de unidades cada vez
más incluyentes: 45, 745, 9745, 69.745. El sentido de cada
subconstrucción está determinado por sus constituyentes, in­
dependientemente de la longitud del numeral.
Debemos notar asimismo que no hay límites para la
extensión de numerales. Cualquier serie dada puede conside­
rarse como infinitamente extensible, pero sólo por uno de los
extremos. A condición de mantener el lugar de las unidades,
podemos continuar, de derecha a izquierda, agregando dígitos
de valores decimales cada vez más elevados, para obtener
nombres de números cada vez mayores. Este es el modo natural
en que se presenta en nuestra mente el infinito potencial de la
notación arábiga; es natural aproximarse al infinito en una
serie de magnitudes crecientes, es decir, en nuestra notación,
agregando gradualmente los términos sucesivos de derecha a
izquierda .10
Sin embargo, el orden temporal en el que se escribe un
numeral arábigo dado no es creciente, como su construcción,
sino decreciente, como su traducción oral. El orden temporal de
la escritura o lectura (de izquierda a derecha o viceversa) está
determinado por el orden temporal del discurso .11
Obviamente, existen razones prácticas por las cuales (con
números mayores) la lengua oral adopta el orden decreciente de
magnitud. Si comenzamos la compleja construcción de un
número mayor con el constituyente de valor decimal más
elevado, marcándolo como “millón” o “mil” o “cientos”, hemos
comenzado con lo que es más importante .12

4) Cuando los niños comienzan a adquirir el uso de los


numerales arábigos, tienen ya alguna experiencia de las pala­
bras-números orales, y las diferencias entre ambos sistemas
suelen confundirlos al principio. Sería útil, pues, que los maes­
tros recordaran las causas más importantes de esa confusión, a
saber: (i) el reemplazo de marcadores léxicos o morfémicos
265
mediante lugares-valor, (ii) la novedad del cero, y (iii) el orden
inverso de la construcción. Una introducción a estas caracterís­
ticas nuevas las hará más accesibles, siempre y cuando aborde
su origen operativo. Para los niños será interesante e instruc­
tivo repetir esas operaciones fundamentales.
Los diez dedos siguen siendo el modelo primario de las
unidades decimales, y la práctica del conteo cooperativo y el uso
del ábaco mostrarán el principio del lugar-valor. Al ver que sólo
la primera persona o hilera cuenta objetos, mientras que cada
persona o hilera sucesiva completa sumas de diez, los niños
aprenderán sin dificultades los lugares-valor decimales. Tam­
bién verán cómo cualquier persona o hilera, después de comple­
tar una suma de diez, queda en cero, lista para comenzar un
nuevo conteo, en tanto que su conteo será registrado por su
sucesor. Los ejercicios con un ábaco ayudarán a comprender
operaciones como el “tomar” en la adición y el “prestar” en la
sustracción, y el orden normal de la multiplicación.
Hay dos etapas críticas en la adquisición de los sistemas de
números: la primera se produce muy temprano, en el hogar o en
la escuela maternal, donde los niños hacen sus primeros contac­
tos con las palabras-números; la siguiente se produce un poco
más tarde, cuando les presentan los numerales escritos. Estos
primeros pasos son de significación decisiva para la futura
educación y desempeño laboral de un niño: pueden determinar
si el adulto se sentirá amedrentado por los números o si, por el
contrario, los encontrará útiles e interesantes. El nivel de
adquisición del sistema numérico en una sociedad, así como la
cantidad de matemáticos, científicos y técnicos que produce,
depende en gran medida de esa primera introducción de los
niños a las palabras-número y a los numerales escritos.

Discusión

F , J ejcic : Si he
comprendido bien, usted dice que en la lengua oral se utiliza
para las cifras el orden decreciente, es decir que se parte de las unidades más
grandes y no de las más pequeñas. Tengo un ejemplo bastante interesante de
dos lenguas eslavas: en una se dice cincuenta y tres y en la otra, tres y
cincuenta. Me gustaría saber si se trata de una excepción.
W. H aas : Esto tambiénsucede en otras lenguas con los números pequeños. En
alemán ^e dice “fünf und vierzig”, y creo que en árabe ocurre lo mismo. Estas
desviaciones pueden producirse, pero están reservadas a los números peque­
ños. La estructura global sigue siendo: millón, millar, centena... Las excepcio­

266
nes de este tipo, así como las variantes libres que usted mencionó para las
lenguas eslavas, pueden producirse justamente porque este orden no es
distintivo en sí mismo, sino que depende siempre de marcadores. Pienso que
si el orden escrito es decreciente, y si de golpe tenemos otra cosa en lo oral, eso
debe de plantear problemas a los niños, que deben equivocarse a menudo en
esos casos. Es una excepción gramatical.
P . A chard : ¿Puede decirse que históricamente hubo un papel de pasaje del
árabe a las lenguas latinas? Me parece recordar que en árabe lo escrito se
dispone en orden decreciente. Es decir que en la medida en que se ha
conservado el mismo sentido de escritura para los números y al mismo tiempo
una lectura invertida, tenemos en árabe una escritura de cifras que sigue el
orden creciente de la lectura, en tanto que, conservando el mismo orden pero
trasponiéndolo a una lengua latina, nos encontramos con un orden inverso.
W. H.: Es un problema bastante complicado. La diferencia entre la escritura
árabe o la escritura hebrea por un lado, y las escrituras europeas por el otro,
es que a una secuencia temporal oral le corresponde una secuencia escrita que
va, ya sea de derecha a izquierda, ya sea de izquierda a derecha. Pero esto no
impide que en árabe siempre se escribieran los números en orden decreciente,
ya que en la forma oral tienen un orden decreciente: se comienza por los
millares, por los números mayores. Entonces, si comenzaran de derecha a
izquierda, los números no estarían escritos del mismo modo que para
nosotros. Pero, en realidad, se adecúan al uso internacional, y hacen una
excepción para los números: los escriben de izquierda a derecha, en orden
decreciente, como nosotros,
F . D esbordes : Quisiera preguntar qué ocurre cuando, actualmente, ya no
leemos los números como la expresión de cantidad sino simplemente como la
expresión de orden, lo que se hace cada vez más frecuente en los números de
teléfono o los números de automóviles. Es decir que ya no se leerá sesenta y
nueve mil setecientos cuarenta y cinco, sino sesenta setenta y cuatro cinco,
dejando de lado el problema de las centenas y los millares. Me gustaría saber
cómo es posible que se tengan así dos visiones del mismo símbolo. ¿Cómo se
las distingue, en qué constituye su dificultad para los niños?
W. H.: Como usted dijo, los números de teléfono o de automóvil no designan
números. Son los nombres propios de objetos individuales. Cuando enuncio o
cito mi número de teléfono, no construyo oralmente un número que correspon­
de a un numeral arábigo escrito; lo que hago se parece más bien al deletreo de
un nombre propio. Sólo que las reglas de deletreo de la escritura plerémica de
los números arábigos son mucho más fluidas que las de la escritura alfabética
cenémica, que exige que deletreemos Haas, por ejemplo, como “ache” - “a” -
“a” - “ese”. No hacemos más que elegir una manera cómoda —poco importa
cuál— de nombrar los elementos sucesivos del numeral. Tengo la costumbre
de citar mi propio número de teléfono, 2249000, como “dos dos - cuatro - nueve
mil” (algunos prefieren “nueve cero cero cero”, o “noventa - cero cero”). No creo
que el empleo bivalente de los numerales —sea para designar números u
objetos individuales— presente dificultades de aprendizaje para los niños.
Más bien podría divertirlos.
267
F. J.: Me gustaría saber si usted tiene alguna explicación para el hecho de qup
el sistema de numeración arábigo haya llegado tan tardíamente a Europa
¿Estaría relacionado con diferencias de concepciones matemáticas o a otro
fenómeno? En un momento de su intervención, usted dijo que la numeración
árabiga se empleaba en Arabia en el siglo EX, y que recién entró en Eurona a
partir del Renacimiento.

W. H.: Los matemáticos árabes lo tomaron de los indios, y creo que éstos lo
descubrieron un poco por azar. Y si pasó tanto tiempo antes de que 10
aceptaran en Europa es, a mi entender, porque lo consideraban oscuro
extraño cuando lo comparaban con otros sistemas de numerales de la lengua
oral, incluso con los sistemas antiguos: nunca habían utilizado antes un valor
únicamente posicional para marcar los valores decimales. Esto no se encuen­
tra en ningún otro sistema, y fue posible gracias al descubrimiento del cero
Creo que esos accidentes deben de haberse producido también en la historia
de la escritura alfabética. Es inquietante pensar que tales lavances de la
civilización humana pudieron haberse debido a simples accidentes y coin
cidencias.

N. C atach : Para retomar la observación de Fran?oise Desbordes, podría


decirse que, de hecho, el sistema de numeración puede tener efectivamente
una lectura plerémica o cenémica, y también visual u oralizada y que la
escritura es muy distinta. Las matemáticas no podrían existir sin la visua-
lización, sin lo escrito. El desarrollo de las matemáticas está estrechamente
vinculado con la escritura. Creo que fue Goody quien dijo que en Africa hay
sistemas de numeración bastante complejos. La gente llega a contar mental­
mente de manera muy completa. Pero, según Goody, se desenvuelven muy
bien (por procedimientos anexos, escribiendo sobre la arena, con ábacos, etc.)
para sumar, restar, multiplicar. Poco a poco, por grupos de cinco, llegan a
suplir la multiplicación, pero no la división. A partir del momento en que se
completan, las matemáticas necesitan la visualización y la escritura. Habría
que hacer investigaciones para saber si esa doble notación, plerémica y
cenémica, visual y oralizada de los números, no está vinculada con la
unidimensionalidad, con el carácter lineal de la lengua oral. Cuando decimos
uno cero, tres, etc. para citar un número telefónico, se trata simplemente de
la lectura lineal, de tipo “alfabética”, en tanto que la lectura visual es ya
bidimensional, pluridimensional, y se la puede aprehender por morfemas. Es
interesante observar que cuando oralizamos los números, decimos uno, cero,
tres, etc., evitando los sintagmas, pero al mismo tiempo damos a cada uno de
esos números su carácter de logogramas, es decir que los aprehendemos en su
apariencia visual y los oralizamos como palabras.

W. H.. Creo que los aspectos puramente grafémicos de una escritura se


vuelven más evidentes cuando consideramos las lenguas artificiales que
evolucionaron de manera independiente. A veces, no queremos “traducir”,
por ejemplo, en las fórmulas matemáticas, donde se volvería extremadamen­
te pesado: no queremos oralizar, queremos tenerlos únicamente por escrito.
Esto se acerca al empleo de lenguajes no derivados, como el de los mapas
geográficos: si le preguntamos el camino a alguien, y nos da instrucciones muy
complicadas, le decimos: “Sería más fácil si me hiciera un plano”. En matemá­
268
ticas también nos acercamos a un empleo puramente artificial y no derivado
de la escritura.
P. A.: La numeración de tipo indo-árabe, desde el punto de vista de la
escritura, es efectivamente infinita, pero es evidente que si superamos los
miles de millones, o el billón, o los miles de billones, uno comienza a
embarullarse, y si vamos más allá, deja de ser vocalizable. Por otra parte,
desde el punto de vista del cálculo, históricamente, la base diez no se impuso
tan rápido. Tuve ocasión de leer un tratado de aritmética persa del siglo X,
creo, y si bien el principio de numeración con cero estaba totalmente adoptado,
se preferían los ábacos en base 60, que permitían ir mucho más lejos, pero que
no suponían ninguna memorización; se trataba de ábacos establecidos y que
se leían, constituidos por hojas, del tipo tablas de Pitágoras.
W. H.: Por supuesto, siempre existieron sistemas numéricos no decimales: en
francés tenemos todavía rastros de esos sistemas. Los babilonios tenían el
sistema de base sesenta que era difícil de utilizar. Actualmente, los ordena­
dores emplean el sistema binario. Los ordenadores construyen las cifras
arábigas, de derecha a izquierda, y su manera de descifrarlas es aun más
compleja. Pero no creo que pueda reemplazar el sistema decimal, porque no
es en absoluto natural para el ser humano.
P. A.: Los que programan ordenadores no utilizan el sistema binario, sino
sistemas de base ocho o dieciséis que pueden reducirse al sistema binario y
que son más cercanos al de base diez al que estamos habituados.

Notas

1. Podemos hablar de un “lenguaje” restringido de los números, porque


lo que nos preocupa aquí es (como en el lenguaje de las letras) un ilimitado
número de construcciones diferentes a partir de un número relativamente
pequeño de elementos.
2. Sobre una similar ausencia de previsión en los distintos pasos de la
evolución de las escrituras “cenémicas”, Cf. W. Haas: “Writing: the basic
options”, § 3.3. (Writing without letters, Manchester University Press, 1976).
3. Los así llamados “numerales chinos estándar” parecen ser una
excepción. En efecto, son sólo una parte del sistema general de escritura chino
y, por lo tanto, derivados en términos de un sistema de escritura “plerémico”,
así como los números-palabras de nuestro alfabeto derivan del discurso en
términos de sistema “cenémico”. Los numerales chinos más antiguos, sin
embargo, no eran derivados; el dominio de la numeración en China se basa en
la igualmente artificial notación arábiga, que se extendió en el país en el siglo
XIII.
4. En cuanto a la información relevante, estoy en deuda,passim, con W.
W. R. Ball: A Short Account of the History of Mathematics (N.Y., Dover
PublicationsInc.,4?ed., 1960);T. Dantzig:Number- TheLanguageofScience
(Londres, George Alien & Unwin, A- edición, 1968); G. Flegg: Numbers - Their
History and Meaning (Penguin Books, 1983).

269
5. La independencia sustancial de los numerales romanos no está
afectada por los préstamos del latín, como C y M. Estos numerales aparecen
en relaciones morfosintácticas que no corresponden a las de las fuentes
latinas: XC, por ejemplo, traducido como nonaginta (y no *decem de centum),
y MM dúo milla (no *mille mille). Estas discrepancias son familiares en el caso
de préstamos léxicos de otras lenguas; no son admisibles en una escritura
plerémica derivada (como la china con sus numerales “estándar”).
6. El sistema babilonio de numerales, tal vez conocido por los astróno­
mos indios, adolecía de esas ambigüedades (a pesar de algunas indicaciones
de lugares vacíos).
7. Cf. W. S. Alien, “Zero and Panini” (Iridian Linguistics 16, 106-13,
1956).
8. Ignoramos aquí otros servicios prestados por el símbolo 0 en el
desarrollo del álgebra, donde aparece con la función de representar al número
cero (Cf. A. N. Whitehead: Introduction to Mathematics, 65 ss).
9. Desvíos excepcionales del orden decreciente común en construcciones
habladas (como en alemán “funf-und-vierzig” o en árabe “khamas we-arba’in”)
carecen igualmente de relevancia semántica independiente. Pero esas excep­
ciones suelen causar dificultades en una traducción a numerales arábigos, en
los que el orden secuencial es distintivo. Para evitar que una mera alternancia
del orden adquiera valor distintivo, debemos desviarnos de la manera normal
en el que nuestra dirección de escritura o lectura corresponde al orden
temporal del discurso.
10. Al decir que es natural construir un numeral arábigo complejo en
orden creciente, no queremos negar la posibilidad de construirlo de un modo
menos natural, como lo han hecho los programadores de ordenadores por
razones propias y valederas. Lo que es natural para la mente humana no es
necesariamente conveniente para un ordenador.
11. Los hablantes del hebreo o del árabe no son una excepción. Cuando
escriben cualquier numeral “arábigo” largo, comienzan, como lo hacen al
hablar, por el valor decimal más alto. Sólo hacen una excepción con respecto
a su convención normal de adecuación al orden temporal del discurso; como
deferencia hacia el uso internacional, escriben los numerales de izquierda a
derecha.
12. A. N. Whitehead (op. cit., 198 s), al considerar “nuestro método
ordinario de enunciar números” y las razones matemáticas para revertir ese
método retórico, no parece haber notado que los numerales arábigos siguen
lo que él describe como “el método artístico inverso de presentar el término
más importante en último lugar”.

Javier R. Aguilera
Prof. de E nseffana Media
en letras - ü.N.N.E.

270
18
¿Una grafem ática autónom a?
Jacques Anís
(C.R.L. de París X Nanterre)

Resumen
A partir de la hipótesis autonomista, que asigna a la lengua una
“forma de la expresión gráfica” y una “forma de la expresión fónica”,
correlacionadas pero distintas, se esbozará una descripción del sistema
gráfico francés. Se distinguirán tres clases de grafemas: alfagramas
(alfabéticos, puram ente distintivos); topogramas (puntuacionales y tipo­
gráficos, que participan en la producción de sentido); logogramas (que
agrupan logogramas stricto sensu — unidades globales significativas— y
otros elementos que tienden al funcionamiento sintético).
A título ilustrativo, se presentarán elementos de descripción para:
a) los alfagramas: construcción de modelos abstractos de las letras;
distinción entre nodos y sates, que forman los núcleos silábicos y los
satélites silábicos; estudio de los satélites compuestos; estatuto de / “y ”/;
estudio de núcleos compuestos.
b) los topogramas: análisis de su contribución a la textualización en
tanto organizadores sintagmáticos e indicadores polifónicos.
Se deslindarán la marginalidad y la representatividad de los
logogramas.
Finalmente, se plantearán interrogantes sobre los límites y los
aportes de la grafemática autónoma.

I. Un modelo autonomista

Frente a la dualidad oral-escrito, los lingüistas pueden


adoptar, desde el punto de vista teórico, las siguientes actitudes:
a) considerar que la lengua escrita se identifica con la
lengua; esta actitud, hasta donde sabemos, no ha sido aún
teorizada, pero subyace a ciertos procedimientos de la gramá­
tica llamada tradicional;
b) considerar que la lengua oral se identifica con la lengua
y que la lengua escrita no es sino una representación deformada
271
de ella; es el fonocentrismo de Román Jakobson y de André
Martinet, que tiende a marginalizar la grafemática;
c) considerar que la lengua es fundamentalmente de natu­
raleza oral, pero que lo escrito da de ella una imagen en
definitiva bastante fluida; es el fonografismo; el procedimiento
de V. G. Gak y de Nina Catach justifica las discordancias por
ciertas especificidades funcionales de lo escrito. Se puede cali­
ficar a esta corriente de fonografismo moderado: le reconoce a
la lengua escrita cierta autonomía;*
d) considerar que la lengua existe bajo dos formas entre las
cuales la lingüística no postula ni jerarquía ni dependencia; es
en este marco donde, partiendo de una intuición de base y de
referencias teóricas que se revelaron más numerosas y más
sólidas que lo que creíamos, hemos construido un modelo
autonomista (Anís 1981,1983 y 1984), que implica una descrip­
ción inmanente de la lengua escrita: como dijo Uldall (1944, p.
16), no hay más razón en reprocharle a la ortografía no trans­
cribir la pronunciación que en la inversa: desde el momento en
que una lengua dispone de una forma escrita elaborada, debe­
mos asignarle, como lo sugiere Hjemslev, dos formas de expre­
sión. Pero la formulación teórica más elaborada de esta orien­
tación está contenida en un artículo mucho más antiguo de J.
Vachek (1939), que citaremos en la traducción de P. Caussat
(1985). El autor postula la coexistencia de dos normas: la
“norma locutoria” y la “norma escrituraria”, que deja de ser la
transposición pura y simple de la primera:

... se pasa de un sistem a secundario de signos a un sistem a primario,


dicho de otro modo, los elementos constituyentes de la norma
escrituraria dejan de emplear signos de signos, para representar
signos de cosas, (p. 102 del original alemán, p. 21 de la traducción
francesa).

Ese marco teórico conduce al autor a establecer un poco


más tarde una analogía u homología —Pulgram (1951) hablará
de paralelismo— entre grafemas y fonemas:

* En los últimos años, el debate iniciado aquí por J. Anis ha demostrado


que era erróneo ubicar las teorías de N. Catach entre las teorías fonocéntri-
cas (o fonográficas). Por el contrario, admitiendo plenamente el carácter
“plerémico” del grafema, esta autora contribuyó a que se lo reconociera en
ciertos casos como un signo a justo título (ver también su artículo más
adelante) [E.].

272
Por lo general, se admite que la lengua hablada se basa en un
sistem a de oposiciones fónicas capaz de diferenciar las significacio­
nes en una comunidad dada. Como se sabe, este sistem a se llam a
fonémico y sus unidades son conocidas como fonemas. De m anera
análoga, la lengua escrita debe fundarse en un sistem a de oposicio­
nes gráficas capaz de diferenciar las significaciones en una comuni­
dad dada. E ste es el sistem a que forma la base de la lengua escrita,
que llamamos escritura. Las unidades de este sistem a pueden
llam arse grafemas. (1945-1949, p. 87-88)

Esta definición del grafema —que parece apuntar esen­


cialmente a los grafemas alfabéticos— podría oponerse, por
ejemplo, a la de Horejsi: “la unidad mínima de la forma escrita
que no puede subdividirse en unidades más pequeñas en tanto
equivalentes de la forma hablada” (1971, p. 197), y aproximarse
por el contrario a la de Stetson, el inventor del grafema (1937,
p. 353): “el carácter estandarizado de la escritura”.
Sobre estas bases intentamos llevar a cabo, en un trabajo
de próxima publicación, una descripción del sistema gráfico
francés, del cual esta exposición sólo presentará las líneas
generales.

II - Una grafem ática autónoma

1 - Economía general del sistema

1.1. L as unidades:

El núcleo del sistema gráfico del francés está constituido


por unidades puram ente distin tiv as que llam arem os
alfagramas’, estas unidades se agrupan en unidades significa­
tivas que vehiculizan lo esencial del sentido de los enunciados.
Sin embargo, la organización sintagmática y enunciativa se
manifiesta en la cadena gráfica mediante marcadores que
contribuyen a la producción del sentido: signos de puntuación,
espacios en blanco y variantes de caracteres, que llamaremos
topogramas. Finalmente, existen grafemas que corresponden a
unidades significativas, tales como /“§, $, £”/, que son verdade­
ros logogramas; las cifras, las siglas, tal vez los mismos ...logos
(!) tienden al funcionamiento logográfico.

273
1.2. E l enfoque del sistem a

Ante todo, la fuerte estandarización y la gran normaliza­


ción de la lengua escrita parecen ser factores favorables: las
variantes fonéticas no tienen equivalentes, debido a la rigidez
de la ortografía.
Sin embargo, se sabe que la puntuación está lejos de la
unificación total; por lo general, topogramas como /bastardilla/
y /negrita/ sólo existen en el texto impreso (o en algunos textos
dactilografiados). Por otra parte, tipografía y dactilografía
destacan los caracteres, en tanto que la escritura manual más
corriente presenta un continuum comparable al continuum
fónico. Finalmente, cada manuscrito conlleva realizaciones
muy diversas de un mismo carácter, cosa que no sucede en los
textos producidos mecánicamente.
Incluso si se adopta un punto de vista puramente formal,
el estudio de las distribuciones alfagrámicas se enfrenta con el
problema del préstamo: la internacionalización del alfabeto
latino permite la integración a la cadena gráfica de palabras
exóticas como look, stress, schlitteur... es necesario apartarlas.
Por otro lado, las palabras eruditas de origen greco-latino, por
asimiladas que estén a la lengua, no dejan de constituir un
sistema particular. Se impone distinguir un margen, una peri­
feria y un centro del sistema, con el riesgo del círculo vicioso:
definir a priori reglas que el trabajo empírico debería deslindar.
Por otra parte, cuando los alfagramas se combinan con el
topograma /mayúscula/, la tradición admite la supresión de los
diacríticos. Este fenómeno, unido a las neutralizaciones lin­
güísticas de las oposiciones entre grafema desnudo y grafema
con diacrítico, sostiene la hipótesis (comparable a la que la
fonología propone para las vocales francesas) de un sistema
mínimo de 26 unidades, correspondientes al alfabeto, y un
sistema máximo de 36 unidades, incluyendo los diacríticos: /“a,
á, á, b, c, 9, d, e, é, é, é, f, g, h, i, i, j, k, 1, m, n, o, ó, p, q, r, s, t, u,
ü, ü, v, w, x, y, z7 .

2 - Los alfagramas

2.1. De la m ateria a la forma:

El grafema alfabético es una clase abstracta de realizacio­


nes materiales ografos (Pulgram, 1951): /“a”/ (léase “el grafema
274
a”) puede realizarse de múltiples maneras: a, a, a, a, A ... Una
parte de la variación está vinculada a la combinación del
grafema con un topograma asociado: /“a”/ + /mayúscula/ +
/bastardilla/ da A; pero una parte parece depender de técnicas
gráficas. ¿Es posible deslindar los rasgos distintivos que
subsumen esa diversidad? Hemos elegido como solución la
construcción de modelos abstractos intermedios que permiten
al menos avanzar en la formalización: la minúscula (o caja baja)
de imprenta, la mayúscula de imprenta, la cursiva minúscula.
Para cada uno de los tipos, nos apoyamos en las variantes más
despojadas; para los dos primeros, una lineal (o carácter bas­
tón); para el tercero, una cursiva estandarizada próxima al
modelo escolar. Es evidente que, dado que la caligrafía cayó en
desuso, las caligrafías personales son cada vez más diversificadas
y sufren la influencia de lo impreso: la escritura llamada script
separa las letras y se acerca a la lineal; en cuanto a las
mayúsculas, éstas toman las formas recargadas de la antigua
inglesa o, por el contrario, se simplifican imitando lo impreso.
Cuando se pone en práctica esta simplificación, cada
modelo puede ser descripto: una letra se definirá por la asocia­
ción y el posicionamiento de componentes elementales. Como es
obvio, las mayúsculas de imprenta, cuya altura es uniforme y
cuyas formas son geométricas, son las que mejor se prestan a tal
descripción. Si bien la economía de rasgos es menos fuerte en el
sistema fonológico, se puede poner en evidencia su pertinencia
en oposiciones como las que existen entre E y F (presencia o
ausencia de la horizontal de nivel 0 ) o entrep y q (posicionamiento
izquierdo o derecho de la vertical), o entre q y g de la cursiva
(vertical o bucle).

2.2. E stu d io form al:

Llamaremos nodos a los alfagramas que pueden por sí


solos formar una sílaba, y que constituyen, pues, los núcleos
silábicos; llamaremos sates a los que constituyen sus satélites,
a) los sates: cuando varios sates se suceden, se reparten
normalmente del siguiente modo: el primero antes de la fronte­
ra silábica, el o los demás, después. Sin embargo, los sates /“r7
y /‘TV precedidos de ciertos sates (/“b, c, d, f, g, p, t7) y /“h7,
precedido de /“c, p, t7, se debilitan y forman grupo con los sates
precedentes. Por otra parte, se observa un fenómeno análogo
para /“n7 seguida por otros dos sates: /“n7 se aglutina al sate
275
que la sigue antes de la frontera silábica. En el estudio de las
distribuciones, que hemos centrado en el problema de las
secuencias de sates, les acordamos el valor 1/ 2 : por ejemplo,
cuando se estudian los satélites compuestos iniciales y finales,
se comprueba que en el sistema central el satélite inicial oscila
entre el valor 0 (ningún sate) y 1 1/2 : dos sates forman grupo,
como en bleu, brun, chair, clou, dru, flou, glu, gris, plan, vrai\
sólo en la periferia se encontrarán dos sates fuertes, como en
pneumonie, psychiatrie, ptérodactyle, scorie, spécial, stable (to­
das palabras de origen erudito); los satélites triples también
están presentes en la periferia, siempre y cuando su valor no
exceda 2 1/ 2 : chlore, chrome, phrase, schéma... Los satélites
finales están sometidos a más restricciones que los iniciales,
incluyendo los satélites simples: en sistema central, sólo son
posibles /“c, f, 1, m, n, p, q, r, s, t, x”/; los satélites compuestos
tienen como valor máximo 11/2 (planteamos como hipótesis un
debilitamiento de /“r7 seguido de otro sate): como en rond, sang,
plomb, are, p o rt... La periferia admite satélites dobles de valor
2 , como en rapt o lest, e incluso satélites triples de valor máximo
2 1/2 , como en temps o instinct.
También pueden estudiarse las distribuciones de ciertos
grafemas: /“s”/ parece tener una distribución muy amplia,
ligada a su valor morfosintáctico: como marca de plural puede
agregarse a cualquier secuencia final: ports (centro), instinets
(periferia), a condición, sin embargo, de que el sate en posición
final absoluta no sea ni la propia /“s7, ni /“x7, ni / z7. No
tenemos tiempo aquí de entrar en el detalle, y nos contentare­
mos con señalar los sates de distribución restringida y a veces
indicar un rasgo sorprendente: /“$7 (neutralización con /“c7 en
numerosas posiciones); /“h7, sobre todo excluida del final abso­
luto, excepto en las interjecciones; /“j7, prohibida ante /“i7; /“q7
casi siempre seguida de /“u7; /“k7 y /“w7, sates marginales
(excepto para el comienzo de ciertas palabras periféricas como
las de la familia kilo); /“x7y /“z7 , que ciertas reglas de distribu­
ción nos impulsan a considerar como el sincretismo de dos sates,
el último de los cuales sería /“s7 y que, según las posiciones, se
relacionan con el centro, la periferia o los márgenes.
b) los nodos: dejaremos aquí de lado el estudio —que ya
hemos efectuado en otra parte (Anis 1981 y 1983)— del rendi­
miento de las oposiciones entre nodos desnudos y nodos con
diacríticos. Ese estudio nos ha conducido a la idea de un sistema
intermedio que neutraliza la diversidad de los diacríticos: si
276
/“a”/ vs /“á7 tiene un valor lingüístico, /“á7 vs /“á7 ni siquiera se
presenta; del mismo modo, si /“e7 vs /“é7 tiene un fuerte
rendimiento lingüístico, /“é, é, é7 forman, unos respecto de
otros, un número no significativo de pares mínimos.
Nos parece más interesante evocar el problema del estatu­
to de /“y7. Entre dos sates, se trata indiscutiblemente de un
nodo, como en /“lyre7 vs /“lire7 o /“style7 vs /“stéle7; esta
posición proviene de la periferia; la posición inicial proviene sin
duda del margen, y permite sin embargo poner en evidencia la
posibilidad de este grafema de convertirse en sate: layo-le vs l’y-
périte; en posición final absoluta, /“y”/ es marginal: sólo se lo
encuentra en los préstamos del anglosajón, comosexy o tramway,
o en la palabra aislada y —vestigio de la historia, como los
nombres de ciudad Choisy-le-Roy o Auray—, pero en todos esos
casos, se trata de un nodo; finalmente, entre dos nodos, desem­
peña el papel de dos /“i7 —¡como nos lo dijeron en la escuela
primaria!—, como lo sugieren la imposibilidad de cortar payer
y las variantes morfológicas del tipo balate, balaye. Notemos
que en esta posición pertenece, a nuestro parecer, al sistema
central.
Los nodos que se suceden se distribuyen en el caso general
entre dos núcleos silábicos distintos; sin embargo, ciertas se­
cuencias deben interpretarse como grupos y son tratadas como
tales por el silabeo. La diéresis interviene entre dos nodos para
desunirlos: ha-i\ por el contrario, en los signos dobles (cuyo uso
está en regresión) se sueldan dos nodos en un grupo:ce (margi-
nalizado) y ce (periférico en estado aislado: oedéme, central en el
grupo ceu: cceur). Un fenómeno característico del francés es la
imposibilidad de duplicación en el núcleo, y más generalmente
cierta repugnancia a la sucesión de dos nodos idénticos, como en
zoologie o créé. Los grupos dobles admitidos en el sistema cen­
tral son, en primer lugar, aquellos constituidos por /“a, e, o7,
seguidos de /“i, 1, u, ü, ü7, como en aimer, naitre, feutre, coüter\
en segundo lugar, aquellos formados por /“i, u7 seguidos de
/“e7: scierie, tenue; en final absoluto, también /“ée7: soirée. Los
grupos triples deben comportar al menos un grupo doble acep­
table (se agregará a la lista /“oe7: /“aie, eue, oie, oue, eau,
ceu7: baie, bleue, foie, houe, beau, oeuvre. Esta lista se comple­
tará teniendo en cuenta combinaciones posibles sólo después de
/“c, g, q7. Sería sin duda interesante tratar qu como una
variante de /“q7, especialmente para evitar la noción de grupo
cuádruple, necesaria si no para describir expliquai, queue.
277

3 - Los topogram as

3.1. Inventario y m aterialidad:

Entre los topogramas, ubicaremos en primer lugar los


signos de puntuación: apóstrofo, guión, coma, punto y coma, dos
puntos, punto, signo de interrogación, signo de exclamación,
puntos de suspensión, comillas, paréntesis, corchetes, raya,
raya doble; este inventario presupone evidentemente un análi­
sis funcional: consideremos en especial que la raya doble con
valor parentético es distinta del guión (materialmente confun­
dida con éste en dactilografía) y de la raya simple (que introdu­
ce el discurso referido); por el contrario, el análisis que hacemos
de la coma no nos conduce a individualizar la doble coma. Estos
grafemas están normalmente acompañados por blancos, según
reglas muy precisas, pero aplicadas con rigor sólo en la impre­
sión de calidad. Los topogramas puntuacionales no pueden
acumularse en la cadena gráfica; es imposible duplicarlos, aun
cuando las dos ocurrencias tengan valores diferentes: es bien
sabido, por ejemplo, que un punto abreviativo en final de frase
se funde con el punto frástico. Otro problema de la cadena
gráfica es la determinación del alcance de estos topogramas: los
dos puntos se apoyan en lo que sigue; el punto, en lo que
precede...
A este primer grupo se agregarán los blancos entre pala­
bras (o espacios-palabras) y entre parágrafos (a saber, el retor­
no a la línea y, facultativamente, la interlínea), así como el
subrayado y los topogramas vinculados —que se manifiestan
por la modificación de los alfagramas: /minúscula/ vs /mayúscu­
la/ /versalita/, /redonda/ vs /bastardilla/, /fina/ vs /negrita/. El
sistema mínimo (escritura manual) no dispone evidentemente
ni de la versalita, ni de la bastardilla, ni de la negrita. De esto
derivan consecuencias funcionales: los valores de estos
topogramas serán asumidos por el subrayado y las comillas, con
ciertas fluctuaciones.
Además del problema de las divergencias e interferencias
entre sistemas mínimo, intermedios y máximo, la descripción
generalizante debe dejar de lado las especificidades de los textos
y tipos de textos, los diversos espacios gráficos, que agregan a los
topogramas de base toda una serie de rasgos gráficos, como por
ejemplo el cuerpo de los caracteres, los colores, etc.

278
3.2. A nálisis funcional:

Podría parecer práctico al comienzo disociar valores pura­


mente sintácticos y valores enunciativos; vimos que era impo­
sible. Distinguimos dos categorías: lo sintagmático —que inte­
gra sintaxis y progresión temática— y lopolifónico —término al
que daremos una definición muy amplia, libremente inspirada
en los trabajos de Oswald Ducrot (en especial su obra de 1984):
todo lo que guía la interpretación de los enunciados, designa­
ción de los enunciadores, modalidades, énfasis.
a) lo sintagmático: los topogramas delimitan las unidades
y manifiestan su jerarquización: las palabras estarán demarca­
das por los espacios-palabras; el punto y coma y los dos puntos
definen las subfrases; el punto final —junto con la mayúscula
inicial—, la frase; el aparte —junto con la sangría en el modelo
estándar—, el párrafo. La noción de subfrase no es estrictamen­
te sintáctica, ni siquiera lo es la noción de frase: en realidad, una
proposición puede ser constituyente de frase o segmento frástico
(la coma la separará de los demás), subfrase o frase; el ejemplo
un poco limitado que damos a continuación muestra la promo­
ción de sintagmas al rango de frases:
P ara que una ciudad viva, hace falta un tótem. La piedra negra, el
Coliseo, la Torre Eiffel. P ara que la gente salga y dé vueltas
alrededor. P ara que se pongan las plum as, y bailen. A. Borer,
Rim baud en Abyssinie (París, Seuil, 1984), p. 47.

La mayúscula se encargará de desambiguar cuando sobre­


vengan proposiciones exclamativas e interrogativas, los signos
de exclamación y de interrogación prohíben la coma, el punto y
coma y el punto; sin embargo, cuando esas proposiciones no son
frases, ¿cómo determinar si se trata de subfrases o de segmen­
tos frásticos?
La coma es un topograma polivalente, portador de matices
enunciativos finos. Una frase elemental no lleva comas: “El
índigo daba a los menores objetos un aspecto solemne y grandio­
so” (Michel Tournier, Le coq de bruyére, Gallimard, 1978, p. 178
de la edición Folio). La coma tendrá como primera función
separar los elementos de una estructura múltiple “Sabía ahora
que esperaba, que había venido a buscarlo” (ibid., p. 115). Pero
el valor de la coma más difícil de analizar es el que adquiere
cuando afecta los sintagmas adjuntos o las aposiciones, que

279
podrían agruparse bajo el término sugerido por Damourette de
complementos ambiente. La coma separa del núcleo discursivo
de la frase (tema propio - rema propio) elementos que constitu­
yen el segundo plano: si en la frase “El chofer lo miró con
desconfianza” {ibid., p. 53), se insertara una coma después de
“miró”, el rema propio sería “miró”, en tanto que en la frase
original, el rema propio es “con desconfianza”. En frases largas,
la coma individualiza los sintagmas y resalta por sustracción el
tema y el rema propios. Notemos sin embargo que, al comienzo
de frase, la separación mediante coma de un sintagma adjunto
tiene a veces un valor tematizante: “Ayer, fui al cine” responde­
ría a la pregunta: “¿Qué hiciste ayer?” más netamente que si no
llevara coma.
b) lo polifónico: pueden distinguirse varias categorías de
valores:
- las marcas interrogativas y exclamativas: los signos
específicos son sustituidos por las marcas sintagmáticas como
la coma, el punto y coma y el punto, portadores de la modalidad
neutra declarativa y se agregan eventualmente a los jerarqui-
zadores discursivos que veremos más adelante; en el mensaje
escrito, se trata por regla general de usos retóricos que forman
parte de una puesta en escena enunciativa, de un dialogismo
expresivo: uno se sorprende de lo que ha escrito, se hace
preguntas y se responde:

Pero ¿qué lo retiene en el lugar de sus desdichas? ¿Contratos?


¡Pedazos de papel! (A. Borer, op. cit., p. 285).

- las jerarquizaciones discursivas: los dos puntos, que


marcan la continuidad y la dependencia del segmento posterior
con respecto al segmento anterior; los paréntesis y las rayas, que
afectan a elementos de segundo plano —precisiones y comenta­
rios que serán más netamente aislados de la frase mediante los
primeros—; dos puntos y paréntesis pueden actuar en cualquier
nivel sintagmático (sintagma, frase o grupo de frases);
- las marcas del discurso referido: las comillas, la raya
simple (acompañada a menudo por el aparte); la bastardilla en
el sistema máximo: la prensa la utiliza a menudo en redundan­
cia con las comillas; las comillas, como la bastardilla, pueden
tener un uso retórico: distanciamiento de un término —que se
revela a veces paradójicamente personal, como en el título de
prensa Las “querellas”del oficio— para introducir el relato de
280
un incidente ocurrido entre un editor y un escritor célebre;
- las marcas expresivas: el sistema mínimo no dispone más
que del subrayado y de la mayúscula (que afectan todo un
segmento o simplemente su inicio); el sistema máximo de
bastardilla y negrita, así como de la versalita; la bastardilla
puede suscitar ambigüedades: discurso de otro, distanciamien-
to, precaución verbal, énfasis, señal metalingüística de un
forzamiento de sentido... ¡a veces es difícil decidir! Se puede
considerar también que ciertos empleos de los signos de interro­
gación y de exclamación, así como de los puntos de suspensión,
son de naturaleza expresiva.

4 - Los logogramas

Esta categoría un poco heterogénea agrupa los signos


particulares ya citados, las cifras —de las que Pulgram ha
demostrado un funcionamiento parcial como figuras—; las
siglas, que combinan aspectos analíticos y sintéticos; los signos
de puntuación en sus empleos autónomos; finalmente, los logos
—que intervienen también en el dibujo. Los logogramas, para­
dójicamente, pueden considerarse como periféricos al sistema
—siempre transponibles alfabéticamente, son una suerte de
abreviaciones, a veces comunes a varias lenguas—, al mismo
tiempo que su naturaleza y desarrollo parecen poner en eviden­
cia características fundamentales de lo escriturario: búsqueda
de la abreviación, cosmopolitismo, separación y primacía res­
pecto de lo oral (la oralización a veces dificultosa es casi siempre
derivada).

III - Conclusiones provisionales

A) La grafemática autónoma no agota el análisis de la


lengua escrita: cierto número de fenómenos, por ejemplo ciertos
usos expresivos de la puntuación, requieren la puesta en rela­
ción con la fonía; el silabeo gráfico parece derivado del silabeo
fónico.
B) Pero desde otro punto de vista, los límites del autono-
mismo le dan a veces su fuerza: ¿no conviene renunciar a pistas
explicativas que se perderían en el puntillismo y nos obligarían
a remontarnos hasta el sistema fónico del siglo XII o incluso a
monstruos fonéticos, habida cuenta de las reelaboraciones
etimológicas y las inserciones eruditas?
281
1

C) Es sin duda indispensable para la lingüística interesar­


se en las interacciones entre fonía y grafía —decisivas sobre
todo en lingüística aplicada a la pedagogía. Simplemente,
consideramos que no se debe privilegiar ninguna de las dos
formas sino acordar la misma importancia a las influencias de
lo escrito sobre lo oral que a las influencias inversas. En cuanto
a las correspondencias grafónicas, éstas exigen ser tratadas en
términos de transposiciones, en referencia a prácticas lingüís­
ticas específicas tales como la lectura en voz alta de un texto o
la transcripción de un discurso oral.
D) Abandonemos ahora el procedimiento restrictivo para
enumerar los méritos de la grafemática autónoma: en primer
lugar, integra a la lingüística de lo escrito el campo de la letra
hasta entonces descuidado.
E) A nuestro criterio, permite también ir más lejos y
unificar el análisis de la puntuación y de los factores tipográ­
ficos.
F) Finalmente, más allá de lo que puede tratar en su
perspectiva generalizante, la grafemática autónoma apunta a
una semio-lingüística de lo escrito, una grafemática textual que
mostrará de qué modo la inscripción material del texto contri­
buye a la producción del sentido.
G) Se nos permitirá agregar en último término una obser­
vación que matizará la relativa rigidez de lo expuesto: los
trabajos recientes del equipo HESO, lo que entrevemos de la
contribución de Nina Catach a partir de su resumen, parecen ir
hacia una mayor autonomía de lo escrito; en todo caso, los
diversos procedimientos contribuirán a desarrollar la lingüísti­
ca de lo escrito. Tal debe ser el sentido de los intercambios de los
cuales la Sra. Catach ha tomado la feliz iniciativa.

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283
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Discusión

P. Cmois: Usted subrayó el hecho de que los diacríticos sólo deberían existir
para marcar una diferenciación, una oposición. Ese es uno de los aspectos de
la reforma que proponemos, retomando una propuesta de Nina Catach, que
es la de encarar a largo plazo un solo tipo de acento, podríamos decir el acento
agudo. Del mismo modo, para la simplificación de las consonantes dobles, se
podría intentar dirimir la cuestión a partir de ciertas dificultades de interpre­
tación.
S. B a tte s tin i: Hay bastante arbitrariedad en su descripción. Dio cuatro o
cinco definiciones de la sílaba y ninguna es satisfactoria.
J. A n ís : Modero mi autonomismo en ese aspecto. Pienso que, efectivamente,
hay un vínculo entre la silaba gráfica y el silabeo fónico. Charmeux, por
ejemplo, en su obra L ’Orthographe á l’école, considera que la noción de sílaba
no tiene pertinencia gráfica. Efectivamente, en la lectura, la sílaba no parece
desempeñar ningún papel. Si nos ubicamos en un punto de vista autonomista,
la manifestación material de la sílaba se resuelve únicamente en el fenómeno
de la cesura al final de la línea. Por el contrario, en lo escrito se encuentra un
funcionamiento de tipo vocal-consonante. Es imposible analizar una distribu­
ción sin tener en cuenta este dato. Una posición de repliegue consistiría en
hacer abstracción de la sílaba para referirse únicamente a la palabra que sólo
los sates pueden constituir por sí mismos: a, á, y...
H . S éguin : Le
recuerdo que en Canadá, Baudot ha realizado serios trabajos
cuantitativos sobre letras y series de letras.
C. G ruaz: Me pregunto si sus nodos y sus sates no están identificados a partir
de una relación primitiva entre letra y fonema: así, en ILL, usted reconoce un
nodo y dos sates. Su autonomismo, ¿no resulta cuestionado al hacerlo?
J. A.: Es un debate de fondo. Vachek explica —y resulta obvio— que nuestro
sistema alfabético se construyó en un principio como un sistema fonográfico.
Pero en sincronía, tenemos acceso directo al sentido a través de lo escrito, en
una lectura puramente visual. Hay allí una pregnancia de las unidades
visuales independientemente de su origen gráfico. Es cierto que las observa­
ciones actuales sobre las imposibilidades (por ejemplo l p en inicio) se
remontan a fenómenos históricos. Es posible sin embargo estudiar una
distribución y mostrar las relaciones de lo escrito sin recurrir a otra cosa. Por
ejemplo, hay una autonomización de la sílaba gráfica.

284
N . C atach : D os observaciones de orden general: todas las investigaciones son
deseables, posibles y necesarias, siempre y cuando se especifiquen los planos
en los cuales se efectúan. Así, podemos hacer estudios que llamaré “graféticos”,
sobre los grafos, oponer entre ellos los “tipemas”, caracteres manuscritos o
tipográficos, mayúsculas/ minúsculas, etc. Podemos hacer investigaciones
“grafémicas” distribucionales, también interesantes. Podemos limitarnos
únicamente al plano escrito (investigaciones unilaterales). Podemos concebir
enfoques bilaterales (entre lo oral y lo escrito) o trilaterales (entre lo oral, lo
escrito y la lengua). Pero hay que fijar muy bien sobre qué se trabaja, y
limitarse estrictamente a ese proyecto. No hay que tomar la parte por el todo,
y extrapolar diciendo que la lengua sólo es esto, o sólo es aquello. No podemos
llevar toda la lengua a una investigación estrictamente distribucional, a uno
solo de los planos en los que funciona, el escrito. Segunda observación: o se
conoce la lengua cuya escritura se estudia, o no se la conoce. En el caso de los
desciframientos de escrituras correspondientes a lenguas desconocidas, len­
guas muertas, las investigaciones “autonomistas” a las que se dedica Anis son
en cierto modo indispensables. Pero me gustaría recordar que ni siquiera
Champollion trabajó así. Lo poco de metodología que poseemos para los
desciframientos actuales no responde a los métodos que se han expuesto.
Incluso limitándose a un plano unilateral, únicamente escrito, un distribu-
cionalismo a ultranza, que se limitara a la letra, no puede bastar para
penetrar en el funcionamiento de una escritura dada. Incluso para un
desciframiento, trabajar sólo en el plano de la expresión, o en el plano de la
letra y por ende de la substancia, sería como una regresión. Me parece
necesario no olvidar que los elementos deben analizarse de manera doble, a
la vez en el plano de la expresión y en el plano de la función o valor, de cada
unidad (y no de la letra) en un sistema dado.

285
19
Cuestiones planteadas por el
árabe a una teoría general de los
sistemas de escritura
A m r H elm y Ibrahim
(Docente de la U niversidad de París VIII)

Resumen
La ausencia de transcripción de las vocales y luego su transcripción
más o menos total a través de signos diacríticos independientes del
alfabeto, así como el retorno actual, en la escritura impresa y en la
escritura de los particulares, a los signos consonánticos y semiconsonán-
ticos exclusivamente revela, en árabe, ciertas particularidades en la
relación de los usuarios con la escritura, cuya problemática intentaremos
analizar.
Una de estas particularidades es el vínculo indisoluble entre la
grafía y la gramática: el desconocimiento de esta última impide la
interpretación de la escritura en la mayor parte de los casos. Una de las
consecuencias de este fenómeno es el carácter generalmente ilegible
—excepto entre personas que se conozcan lo suficiente para “preverse”— de
toda transcripción dialectal, ya que los dialectos no entran casi nunca en
la escolarización, pero también lo es todo lo que presupone social e
intelectualmente una lectura apenas correcta y la fantástica brecha entre
lo oral y lo escrito oralizado.
Otra particularidad es la necesidad, a través de variantes que no son
únicamente caligráficas, decorativas o tipológicas, de poseer una compe­
tencia en reconocimiento de “constantes inestables”. Se subrayará por
último cómo estas “dificultades” están equilibradas por una casi total
ausencia de problemas ortográficos en el sentido en que se los entiende
tanto en francés como en inglés, y que constituyen la proyección de cierta
representación de un equilibrio particular entre, por una parte, las tres
entidades formales que son losgrafemas, los fonemas y la gramática y, por
la otra, la forma de los contenidos —en el sentido de Hjelmslev— vincula­
dos con cada una de las tres entidades.

El árabe tiene un sistema de escritura en tres niveles.


Cada uno de ellos es netamente distimto de los otros. Ya sea en
el plano formal —tipo de constituyentes gráficos (grafos)—,
286
funcional o histórico, estos niveles están jerarquizados —sólo el
primero puede aparecer sin el tercero— pero son suficiente­
mente autónomos para que sea posible considerar que cada uno
de ellos forma un microsistema que, si bien se articula con los
otros, no se confunde jamás con ellos y conserva su código
propio.
El primer nivel puede definirse como una serie de variacio­
nes sobre un trazo orientado horizontalmente de derecha a
izquierda. Estas variaciones están organizadas alrededor de 4
oposiciones pertinentes: III Continuidad vs Discontinuidad; /2/
Dentado vs No dentado; /3/ Circular u Oval vs Semicircular o
Semioval vs Cuarto de círculo o Cuarto de óvalo; /4/ Ocupación
de la parte superior del trazo horizontal continuo hipotético vs
Ocupación de la parte inferior de ese trazo; /5/ Combinación
diferente de los 4 parámetros precedentes según que la letra
esté al comienzo, en la mitad, o al final de la palabra, o se
encuentre aislada.
Este primer microsistema permite oponer 16 letras en
posición inicial o medial y 18 en posición final o aislada. Estas
letras corresponden a fonogramas polivalentes, ya que el árabe
posee, según las escuelas, 30 ó 33 fonemas. Este microsistema
fue durante mucho tiempo, si creemos a los historiadores, el
único sistema de escritura. Surgido, al parecer, de la escritura
nabatea, se habría mantenido con esta forma hasta fines del
siglo VII o tal vez sólo hasta el final de la primera mitad de ese
siglo; esta fluctuación de cincuenta años no tendría importancia
si esa época no fuera la de la constitución del principal corpus
de referencia de la lengua y la cultura árabes. La menor
variante de interpretación de ese corpus puede, aún hoy, ser
objeto de conflictos épicos en tomo de la legitimidad de los
discursos, de su enunciación y, por supuesto, de sus enunciadores.
La generalización del microsistema del segundo nivel está
tradicionalmente asociada a las iniciativas de gramáticos que
se extienden en el tiempo entre la época del califato de Alí, que
comienza en el 655, y la del califato del omeya Abdel Málék Ibn
Marawane, que concluye en el 705. Se trata de duplicar o
triplicar ciertas letras agregándoles uno, dos o tres puntos
sobre o bajo la línea horizontal. Esta serie de puntos —reescritos
en la escritura cursiva bajo la forma de punto, raya, acento
circunflejo— permiten distinguir sin ambigüedad posible todos
los fonemas de naturaleza consonántica o semiconsonántica
llevando a 28 el número de letras diferentes y reduciendo
287
considerablemente la polivalencia de los fonogramas, ya que en
cierto análisis, cada uno de ellos puede transformarse en el
equivalente exacto de un fonema. Lo que hoy se llama habitual­
mente el alfabeto árabe corresponde a esos dos niveles. La
solidaridad entre ambos parece hoy evidente, pero tal vez no sea
ocioso recordar que durante medio siglo y quizá durante todo un
siglo no fue así, y que la generalización del segundo microsistema
no se efectuó inmediatamente ni del mismo modo en todas las
zonas de lo que comenzaba a transformarse en un vasto impe­
rio. La tradición árabe comenta un gran número de historias
sabrosas sobre las confusiones a las que podía dar lugar la
extrema polivalencia fono-semántica del sistema gráfico. Esta
confusión afecta también a los intérpretes modernos de textos
antiguos. Un ejemplo dará una idea de la amplitud del fenóme­
no. Por haber leído una consonante con un punto que verosí­
milmente no existía, el orientalista B. Evetts, al trabajar sobre
un texto de fines del siglo X, en lugar de decir “Y censó a todos
los sacerdotes (...) y los sometió al impuesto” Cahsá) con X, lee
“Y mutiló sexualmente a todos los sacerdotes (...) y los sometió
al impuesto” (‘akhsá) c o n t.1
En el tercer nivel se encuentra el microsistema de vocali­
zación. Tres vocales propiamente dichas (“a” = fatha; “é” o “i” =
kasra; “o” o “u” = damma) y dos marcas de cantidad: la hamza
(golpe de glotis) y la madda (prolongación de la “a”). Es en la
articulación de este microsistema con los demás donde se
encuentran prácticamente todos los problemas y toda la espe­
cificidad del sistema de escritura de la lengua árabe, y tal vez
también de la relación entre el uso “espontáneo”—si es que esta
noción existe— de la lengua y su uso “reglado” pública o
institucionalmente.
Por múltiples razones, todas legítimas y con una restrin­
gida área indiscutible de pertinencia, pero en conjunto carentes
al parecer de una coherencia global, el tercer nivel jamás se
generalizó en la producción efectiva de textos escritos, cualquie­
ra sea la época considerada. Actualmente, si bien las marcas de
cantidad están integradas al alfabeto, las tres vocales cuya
distribución es portadora —debemos recordarlo— de una parte
suficientemente importante en cantidad y en calidad de la
diferenciación gramatical, léxica y sociolingüística para ser
indispensable tanto a la legibilidad como a la comprensión oral,
están ausentes de la casi totalidad de los textos impresos,
excepto el Corán y los textos de la escuela primaria.
288
La historia de la entrada del tercer microsistema en el
sistema general de la escritura es aun más incierta que la del
segundo microsistema, pero tres cosas siguen siendo claras. La
fijación de este microsistema está estrechamente ligada al
nacimiento de la disciplina gramatical, y la analogía es sorpren­
dente, a pesar de la diferencia de naturaleza entre la relación
de los franceses con la ortografía del francés y la de los árabes
con respecto a las vocales de su lengua; de allí que se adopte el
punto de vista de un usuario no especialista o sencillamente
poco sensible a los discursos normativos, ya sea que emanen de
las instituciones socio-políticas o de la institución lingüístico-
gramático-pedagógica...
La tradición árabe conoció en ciertas épocas una cantidad
impresionante de obras normativas, en las que a menudo es
difícil distinguir entre las “faltas” corrientemente denunciadas,
aquéllas que provienen de la diversidad de los dialectos de
origen de los hablantes, las que provienen de la evolución
inevitable de la lengua, del contacto con las lenguas y dialectos
“extraños”, y aquéllas —tal vez las más numerosas— que sólo
existen por referencia a las gramáticas de los gramáticos. Todas
las lenguas de gran difusión y con fuerte tradición gramática
conocieron este hecho, pero lo que caracteriza al árabe es que el
debate se centra casi exclusivamente en dos puntos: por una
parte, la buena transmisión en el tiempo y el espacio de la
palabra hablada; por otra, la buena oralización de un texto al
que jamás se le han dado los medios para transcribir completa­
mente dicha oralidad.
A esta contradicción constitutiva de la tradición árabe sólo
escapa —y quizá no del todo— el Corán. Todas las disciplinas
fundadoras de esta tradición, se trate de historia, de retórica o
de ese pilar central que son las ciencias vinculadas a la verifi­
cación de la autenticidad de las conversaciones atribuidas al
Profeta Mahoma (°oloum £al hadiss) se inscriben en ella.
A continuación, algunos testimonios rápidos de esta con­
tradicción: se cuenta que el Profeta prohibía que se transcribiera
su palabra cuando no se trataba de una inspiración coránica
para que no hubiera confusión entre dos fuentes de legitimidad
desigual, pero para el mismo Corán, hubo que esperar al tercer
califa Osmán para que los textos transcriptos fueran reunidos,
y transcripto el consenso de los que lo conocían de memoria. En
caso de divergencia, la oralidad de un hombre digno de confianza
siempre tenía primacía sobre una transcripción, aunque ésta
289
fuera contemporánea de su enunciador. Si bien la buena lectura
de un texto siempre ha sido valorizada, al parecer la adopción de
signos llamados “diacríticos”, indispensables para esa buena
lectura, ha tenido que enfrentar constantemente una resisten­
cia enorme, y puede arriesgarse una hipótesis con consecuencias
de peso en el plano antropológico: durante mucho tiempo, la
historia de la relación de los árabes con su lengua es también la
de su resistencia a la transcripción. La palabra más dura para
designar la deformación de la lengua (tashif) designa un error de
lectura/interpretación de los “sohof’, es decir, antiguamente los
diversos soportes en los cuales se encontraban las transcripcio­
nes. La desconfianza era tan fuerte que para verificar la auten­
ticidad de un relato referido importante, se descartaba de oficio
aquellos de los que se sabía que poseían esos “soportes”...
Paralelamente, jamás se hicieron economías, jamás se juz­
gó demasiado difícil desarrollar la flexibilidad de la lengua ára­
be, hasta hacer de ella un soporte decorativo. Pero el producto
sigue siendo a menudo ilegible... Como si las potencialidades de
esta escritura, absolutamente fonética puesto que funciona con
sus tres niveles, sólo pudieran desarrollarse a condición de que
ese desarrollo tenga semánticamente un valor funcional nulo...
Pero tal vez los signos diacríticos, y sobre todo las tres
vocales, no tengan la importancia que el observador exterior les
asigna. Más precisamente, quizá tengan una función que no es
familiar para los familiares sistemas de escritura de tipo
indoeuropeo.
Es evidente que, desde el punto de vista empírico, no
tienen la misma importancia según el nivel de decodificación en
que uno se sitúe. No habría habido jamás periodismo en el
mundo árabe si no fuera así, ya que salvo raras excepciones,
ningún diario ni revista está vocalizado y eso no parece moles­
tar a un gran número de lectores. En realidad, a partir de cierto
nivel de escolarización, es relativamente fácil decodificar para
uso personal y silencioso un texto sin vocales. Pero hace falta
una formación muy completa para leerlo en público correcta­
mente, y aun los profesionales cometen errores, incluso aqué­
llos que entrañan contrasentidos.
Hasta el presente no se ha efectuado ningún estudio serio
sobre este fenómeno, y a fortiori ninguna reflexión sobre su
significado se ha comprometido públicamente.
Es que la cuestión encierra dos posibilidades teóricas con
incidencias prácticas un poco desagradables. La primera es, si
290
puede llamarse así, la no sistematicidad de los sistemas, algu­
nas de cuyas partes funcionan fuera de su coherencia propia
—suponiendo que esa coherencia exista—, con la dificultad
derivada de tener que considerar la naturaleza de la coherencia
como provisional pero suficiente en la conjunción de sistemas
heterogéneos de decodificación. La segunda, explorada muy
superficialmente en la reflexión sobre las condiciones de posi­
bilidad de la lectura rápida, es una teoría de la previsión
lingüística. Esta supone una transformación cualitativa de una
multitud de índices de ocurrencia de los parámetros constituti­
vos de la competencia gramatical del lector nativo. Estos pará­
metros no se confunden de ningún modo con las gramáticas
sistemáticas y homogéneas, es decir “estabilizadas” en su
complejidad. Se trataría más bien de gramáticas oportunistas,
ligadas a las estrategias disponibles y accesibles, y cuya cohe­
rencia no se juzga por su aptitud para presentar un resultado
definitivo “en equilibrio”.
Según esta óptica, los deseos de reforma del sistema de
escritura árabe no parecen ser en absoluto más democráticos o
estar preocupados por la transparencia de la lengua —sobre
todo aquéllos que, en una época determinada, exigían, a seme­
janza de Turquía, pasar al alfabeto latino— sino más obsesio­
nados por una forma de racionalidad más o menos perturbada
por una complejidad de lo vivo, y más precisamente por la del
lenguaje y las lenguas, cuyo estudio muestra cada vez más que
éstos evolucionan maravillosamente en la inestabilidad, entre
una función de organización y comunicación que aseguran y
una transparencia total que rechazan.
Tres ejemplos para concluir.
La tradición cuenta2 que un gramático árabe de la época
abásida fue testigo de una agresión en la vía pública y que el
agredido le pidió que fuera su testigo de cargo contra el agresor
ante el califa. El gramático acepta y hace al califa una descrip­
ción de lo que ha visto. El califa no entiende nada de lo que el
gramático le dice y le pide que repita su testimonio en un
lenguaje más accesible. El gramático alega que no pueder
hablar de otra manera y que, de todos modos, siendo árabe en
un reino árabe, se niega a hablar en persa para hacerse
comprender.
’Al Jáhéz dice haber encontrado un día a un anciano que
intentaba instruir a un niño; con curiosidad, prestó atención a
lo que ocurría. Sin comprender nada de lo que el anciano lee en
291
un libro, se permite interrogarlo. “¿Hablas el hebreo?” —le
pregunta. “No, el árabe” —le responde el anciano. ’Al Jáhéz le
toma el libro de las manos y comprueba que se trata de un
poema árabe, y de los más bellos, pero que el anciano lo había
interpretado de tal modo que ya no pertenecía a ninguna lengua
efectivamente hablada sobre la tierra.3
Más cerca de nosotros, la correspondencia entre particula­
res nos da un ejemplo excepcional de “mezclas fuera del código”
o, más exactamente, de códigos múltiples restringidos que se
comparten a medias. En efecto, la mezcla entre dialecto y
lengua estándar —desorden amplificado por el hecho de que el
dialecto ha dejado de escribirse casi por completo (se lo utilizaba
parcialmente en textos como Las Mil y Una Noches) y, por lo
tanto, no es regido para su transcripción por códigos públi­
cos—, ausencia o distribución fantasiosa de signos diacríticos,
efecto perturbador de veleidades decorativas y consecuencias
de la desaparición de la enseñanza general de una formación
caligráfica, todo esto hace que estas letras sólo sean legibles
para aquéllos a quienes están “habitualmente dirigidas”...
A pesar de su diversidad, estos tres ejemplos correspon­
den, creemos, a una misma problemática. Ninguna teoría
general de los sistemas de escritura puede ignorarla.

Referencias bibliográficas

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A’Samarra’I, I.:Mabáhéss loghawéyya (Estudios lingüísticos). ‘Al Najaf,
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292
D iscusión
E. A ndreewsky : Las razones de la ausencia, en los textos árabes escritos, de
las letras “vocales”, ¿no son la voluntad (implícita) de conservar cierta
ambigüedad necesaria para la interpretación del texto? Necesaria, si se
considera, por ejemplo, el fracaso de una lengua como el esperanto (cierta­
mente debido a la evacuación de toda ambigüedad). La pintura clásica, se dice,
funcionaba con una imagen de la realidad que no se podía adornar, que no se
podía interpretar y que, por consiguiente, carecía de interés. En su opinión,
el árabe escrito, con las vocales, ¿no sería también bastante ambiguo y por
ende no permitiría fácilmente una interpretación no fija? ¿Es ésta una
interpretación racional? ¿Es la que usted ha querido sugerir?
A. I brahim : Sí, en gran medida. El ejemplo del esperanto está bien elegido.
Me parece que en materia de comunicación, no hay enemigo más grande que
esa voluntad positivo-racionalista de transparencia total. La comunicación
no puede situarse en un nivel único, directo, en esa representación de
ingenieros, informáticos, pues ya no es comunicación, sino transmisión de
objetos, lo que nada tiene que ver con la lengua.
F. D esbordes : Los druidas se negaban a escribir lo que se refería a su doctrina
religiosa, aunque conocían la escritura. Esto indica que había de su parte un
rechazo a la transparencia. César, que lo cuenta, no deja de sorprenderse, y
encuentra al hecho explicaciones racionales, del tipo “no dañar la memoria”,
pero no va más lejos. Por el contrario, hay una excelente interpretación en la
obra de Georges Dumezil “Le mort saisit le vivant”, que muestra que este
rechazo de transparencia va mucho más lejos que la idea que puede hacerse
un espíritu racional. Lo que significa, como usted mismo dijo, que una
verdadera comunicación no puede ser perfecta.
N . C atach : Los grupos de tres consonantes, que son el esqueleto de la mayor
parte de las “palabras” en escritura árabe, ¿pueden desempeñar un papel
“ideográfico”, es decir generador del sentido de toda la familia de palabras? Me
explico: se habla de “alfabeto” para las escrituras consonánticas y para
aquéllas que comprenden a la vez consonantes y vocales. En realidad, existen
todos los matices en las escrituras: por ejemplo para el etíope, se habla de
escritura silábica; para ciertas escrituras indias, se habla a un tiempo de
escritura silábica y consonántica. Para el árabe es aparentemente más obvio,
en general, que se trata de un alfabeto consonántico, con las notaciones
vocálicas diacríticas, que usted ha señalado. Pero, ¿es tan obvio en realidad?
Mi pregunta es la siguiente: las notaciones de raíces de palabras, tal como
existen en árabe, ¿toman para el lector un aspecto “ideográfico”, en el sentido
de que constituyen una suerte de arquetipo semántico, que es a la vez de orden
funcional en el plano de la indicación de flexiones (ya que existen flexiones
internas) y de orden derivacional? KTB, por ejemplo, ¿sería para el lector y
para el que escribe un arquetipo con aspecto ideográfico?
A. I.í Exactamente. Se puede ir aun más lejos en esta perspectiva contando
las formas efectivas que adquieren esos grupos. Tomemos un ejemplo anexo:
ciertas personas, en todo el mundo árabe, tienen una aptitud bastante grande

293
para leer textos, o las inscripciones en los monumentos, en escritura no
siempre fácil de decodificar para alguien que posee una educación moderna.
Y llegan a leerla realmente. Saben dónde están situados los grupos. Sin una
verdadera escolarización en árabe, tienen una percepción —en el sentido
literal del término— ideográfica de esa escritura, que recortan a su manera.
No sé cómo lo logran. Tampoco sé cómo muchos niños que quieren a toda costa
obtener su diploma de fin de escolaridad primaria logran constituir grupos,
independientemente de la metodología de aprendizaje de la escritura y la
lectura que recibieron, y logran reconocer, de esa manera también, la
suficiente cantidad de grupos para aprobar el examen prácticamente sin
saber leer ni escribir, en el sentido analítico del término. Es cierto también
que, en ciertos intelectuales, se produce una forma de estereotipación en la
percepción de los textos, que hace que lleguen a leer muy rápido. Si se les hace
la broma de deslizarles una frase con un contenido un poco divergente en el
interior de la página que leen, no la ven, señal de que no la han leído
realmente. Es decir que hacen grandes saltos sobre fragmentos, que no son
exactamente los de la articulación real. No quiero sacar conclusiones de este
hecho, pues habría que hacer una investigación, aún no realizada. Existe otra
dificultad: las personas no dicen del todo la verdad sobre lo que efectivamente
han comprendido, sobre todo cuando se trata de la lengua árabe, en la que la
relación con la lengua escrita es psico-político-sociál antes que lingüística;
además aun cuando fueran totalmente conscientes de ello, sería difícil relevar
lo que proviene de la mecánica del aprendizaje y lo que proviene de los hábitos
de lectura o de la verdadera comprensión del texto,
E. A.: No conozco el árabe, pero para retomar lo planteado por la Sra Catach,
me pregunto si sería posible tener una lectura ideográfica de tres consonantes
en árabe, en la medida en que hay muchos conjuntos de tres consonantes que
son homógrafos y que, tomados fuera de contexto, son totalmente diferentes.
A. I.: Ha dicho bien: si se los enuncia fuera de contexto. Justamente, cuando
los enunciamos fuera de contexto nos damos cuenta de que no han sido
percibidos de manera exacta desde el punto de vista lingüístico. La prueba de
esto es que el 80% de los hablantes del árabe no saben utilizar el diccionario,
pues éste no es alfabético, sino que está clasificado por raíces. Dicho de otro
modo, si las personas no son capaces de hacer el análisis de las palabras que
buscan, no pueden encontrarlas. Entonces hay que elegir: o estudian como
locos y se vuelven muy diestros, o permanecen externos a la lengua. No hay
nada en el medio. Además existe una resistencia enorme a nivel social cuando
se quieren hacer diccionarios más simples, con una fuerte reacción de rechazo
en todos los planos. Los grupos de tres consonantes, pues, no aparecen nunca
fuera de contexto para el común de los mortales.
También quisiera decir unas palabras a propósito de la “previsibilidad”
de la lectura en árabe. Nunca, en ninguna época, ni siquiera en la “edad de oro”
del imperio árabe musulmán (bajo Harún-el-Raschid), hubo una escolariza­
ción en una lengua única y estándar tan intensiva como la que existe ahora.
La gente se queja de una “decadencia”, no sé si esto es cierto, pero jamás hubo
tantos elementos escolarizados como ahora. Hasta el siglo XDC, numerosas
poblaciones ni siquiera estaban arabizadas. Actualmente, el índice de

294
arabización es extremadamente elevado. Pero esta situación se acompaña
también de una fuerte “estereotipación” de la enseñanza. Esto se debe a la
formación particular de los maestros, que no les permite utilizar un procedi­
miento analítico. Pero la gente aprende de todos modos. ¿Qué aprenden
exactamente? ¿Qué es lo que pueden decodificar? Bastantes cosas, si se los
compara con sus homólogos de los siglos VIII o IX. Pero Siempre funcionamos
con los esquemas de esa época, en cuanto a la descripción y a la segmentación
de la lengua. Hay una suerte de desfase muy profundo entre las prácticas
reales de la sociedad y la práctica descriptiva y docente, que es heredera de
una época totalmente distinta.

Notas

1. Cf. Ornar, p. 25.


2. Cf, Al Soyouti, citado por IDE, p. 41-42.
3. Cf. Al Asfahani, citado por °IDE, p. 63-64.

295
20
Las correspondencias fono-,
morfo- y logográmicas y el cruce
de la diacronía y la sincronía en
el plurisistema gráfico del francés
Claude Buridant
(U niversidad de Ciencias H um anas - Estrasburgo)

Resumen
La descripción del plurisistem a gráfico del francés elaborado por
N ina Catach y el equipo H ESO distingue en este sistema los fonogramas,
los morfogramasy los logogramas, en un orden que va de losgrafemas que
corresponden estrechamente a los fonemas, a losgrafemas más autónomos
de las “figuras de palabras”. Esta distinción, por importante y eficaz que
sea en el plano científico y didáctico, puede sin embargo afinarse y
completarse. El análisis que proponemos aquí intentará justificar cierto
número degrafemas heredados de grafías históricas por las corresponden­
cias que mantienen con sus variantes, detectables en bases de igual
familia. Serán examinados, a partir de algunos casos típicos fin-i en pin-
pinéde, ai-a en main-manuel, ei-é en rein-rénal, 1-u en beau-bel-belle,
cheval-chevaux-chevalet), las relaciones fono y morfográmicas estrictas
(masculino y fem enino) y am plias (radicales-derivados) e incluso
logográmicas (pouls-pulsationj. Estas relaciones nos parecen importantes
para la definición de los diferentes tipos degrafemas que la mayoría de las
veces mantienen relaciones de interdependencia profunda, en el cruce de
la diacronía y la sincronía, de lo escrito y lo oral.
>
A partir de los trabajos de N. Catach y del equipo de
investigación HESO del C.N.R.S., se ha vuelto habitual distin­
guir, en la descripción del plurisistema gráfico del francés, tres
tipo de grafemas: los fonogramas, los morfogramas y los logo-
gramas. Sin embargo, con el aporte de N. Catach, esta descrip­
ción se ha afinado en estos últimos años, ampliándose hacia un
esbozo de teoría del lenguaje escrito, teoría a la cual el presente
coloquio aporta contribuciones decisivas. En particular, gracias
a los trabajos de L. Hjelmslev1, de M. A. French2y de W. Haas3,
se ha operado una distinción capital entre cenematemas, “ele­

296
mentos que sirven para formar la expresión”, y losplerematemas,
“elementos que sirven para formar el contenido”, denominacio­
nes de Hjelmslev, que podemos sustituir por las de cenemas y
pleremas. Las unidades cenémicas están fundadas en la segun­
da articulación del lenguaje; son unidades distintivas, para lo
oral el fonema, para lo escrito el grafema que le corresponde,
que está en relación con él: el fonograma, que puede ser definido
como la unidad mínima no portadora de sentido en la cadena
escrita.4Las unidadesplerémicas están fundadas en la primera
articulación del lenguaje: son los signos-morfemas o signos-
palabras. A estos signos morfemas les corresponden, en lo
escrito, signos que pasan eventualmente —y no necesariamen­
te— por la segunda articulación, los morfogramas:
- grafemas con valor morfográmico gramatical, que dan
información sobre la función (se habla entonces de relaciones
morfográmicas estrictas): e de jolie, por ejemplo.
- grafemas con valor morfográmico léxico, que dan infor­
mación sobre el sentido en relaciones radical/derivado, pero
también en la variación del radical: d degrand pronunciada en
grandeur, por ejemplo.
En la categoría de los logogramas, con función distintiva
cuando participan en el reconocimiento gráfico de las palabras
(ej., th, y, m etimológicas de thym), existen, pues, signos-
palabras, como los ha llamado N. Catach, 3, 4, 5, por ejemplo.5
El papel del grafema puede entonces ser doble:
- en tanto que cenema, es un significante (forma escrita)
que remite a un significante (forma oral),
- en tanto que plerema, puede ser, al mismo tiempo o
separadamente, un significante de significado: á por ejemplo,
en á Paris.
El grafema puede entonces definirse en un sentido amplio,
según los términos de N. Catach, como “la unidad mínima de la
cadena escrita con una referencia fónica y/o sémica en la cadena
hablada”.
Las investigaciones más recientes llevadas a cabo por el
equipo HESO han tendido, pues, a matizar la distinción sin
duda demasiado radical, aunque muy útil en el plano pedagó­
gico, entre fonogramas y morfogramas gramaticales y léxicos.
En una respuesta durante una entrevista de la redacción de
Pratiques, después de haber recordado la distinción entre las
unidades “vacías” (cenemas, únicamente significantes) y las
unidades “llenas” {plerémicas, de primera articulación) de la
297
cadena escrita, N. Catach subraya que “los fonogramas en sí
mismos no son, la mayoría de las veces, ‘vacíos’, y entran en
redes de extrema complejidad”.6 En el mismo número de
Pratiques, C. Gruaz señala, también a propósito de la articula­
ción cenémica, la polivalencia de los grafemas, y distingue valor
fonográmico, valor morfográmico y valor etimológico, dando el
ejemplo de a en aoüt: “Un mismo grafema puede tener varios
valores o funciones; así, a de aoüt [agosto] es etimológica, pero
también fonográmica en aoütat [ácaro] y logográmica por opo­
sición a ou, houx [o, acebo, que se pronuncian igual que aoüt],
etc.”7 Cuando más adelante aborda la articulación plerémica
—en la que retoma el marco teórico y las definiciones operativas
de su tesis consagrada a La derivación del sufijo {1984)—, en el
apartado que trata del Algoritmo deformación de los morfemas
y las palabras, C. Gruaz propone reglas de alternancia que
ponen enjuego la polivalencia del grafema. Indica así, refirién­
dose a su tesis, la posibilidad de “construir reglas de determina­
ción de los grafemas en función de los fonemas alternantes. Si
se tiene la alternancia /e / / /a/, entonces el grafema que
transcribe / e / contiene una a (main / manuel; hum a in l
humanité), por el contrario, si se tiene la alternancia /e / / / e /,
entonces el grafema que transcribe 111 comporta una e, por
ejemplo plein /plénier”. “No todos los casos son tan simples,
señala C. Gruaz, pero la ligazón en la composición de un
grafema alternante es un fenómeno recurrente, aunque no
generalizado”.8 Finalmente, la exposición de C. Gruaz y de R.
Honvault, en el presente coloquio, deslinda reglas de inferencia
que traducen regularidades entre elementos semánticamente
vinculados, que asocian un grafema inferente (por ejemplo, a de
lacté, facteur [lácteo, factor]) con un grafema inferido (por
ejemplo, ai de lait, faire [leche, hacer]); las reglas están cons­
truidas según un modelo implicacional que determina la forma
de los grafemas en función de las clases de alternancia intrafa-
miliares a las cuales pertenecen.
Todas estas observaciones y estudios van en el mismo
sentido. Ponen de relieve:
1) la polivalencia o plurivalencia del grafema, que puede a
la vez corresponder a un fonema (signo cenémico) y a un
morfema gramatical o léxico (signo plerémico);
2) las regularidades en series de alternancia que ponen en
juego esta polivalencia del grafema; estas regularidades hacen
intervenir:
298
- el valor del grafema
- la motivación del grafema;
3) la fuerte cohesión de redes en las cuales se inscribe a
menudo el fonograma, y en particular el fonograma complejo,
cohesión que quedaría evidentemente destruida, entre parén­
tesis, por una ortografía de tipo fonético;
4) estas redes son el fruto de la diacronía, siempre presente
en nuestra lengua no como un residuo de sistema, sino como una
armazón esencial, una estructura fundamental que la informa
y teje un conjunto siempre vivo de relaciones coherentes y
funcionales, en el campo gráfico entre otros: las alternancias
fono-morfográmicas son los testigos de evoluciones diacrónicas
sistemáticas.
Más precisamente, varios fonogramas, y en particular
fonogramas complejos del sistema gráfico francés, tienen un
valor en el sentido saussureano del término. Para Saussure,
recordémoslo, el valor es el signo visto del lado del significado
y, en consecuencia, como término de una oposición, según la
ecuación:
valor significado

término signo
o también, la unidad lingüística significativa que pertenece al
sistema de la lengua, un término situado en un sistema de
términos similares. Todo valor
a) se define en relación con el sistema en el que es tomado,
b) está determinado por el uso que se hace de él, es decir,
por aquello con lo cual se lo intercambia, por la clase de cosas
exteriores a él que tienen ese valor.9
El valor de un grafema proviene, en este caso, de la
correspondencia o, si se prefiere, de la alternancia significativa,
morfológica o morfoléxica que establece, sobre el eje
paradigmático, con otro grafema de una palabra de la misma
familia, si se entiende por familia lo que C. Gruaz define como
un “conjunto de palabras que tienen en principio un mismo
origen etimológico y un vínculo semántico reconocido [compro­
bado] en sincronía”.10 Este “reconocimiento” es sin embargo
variable, como explicaré más adelante. El valor motiva al
grafema, es decir que permite inferirlo a partir del grafema
correspondiente de la alternancia en la que funciona, en el
sentido en que lo entienden C. Gruaz y R. Honvault, pues la
299
inferencia parte de los grafemas simples. Esta inferencia es
también explotable en el plano pedagógico, en el que la llamaría
más bien justificación. La inserción de un grafema en una red
de correspondencias morfográmicas:
- da más coherencia aún al aprendizaje y a la consolidación
de la ortografía; el niño es perfectamente capaz de comprender,
en situación, la función distintiva de lo escrito a través de morfo-
y logogramas, sobre todo porque las palabras se relacionan con
su propio campo semántico, y los morfogramas constituyen las
marcas de pertenecía de una palabra a una familia,
. - reduce los “índices de excepción” distinguidos por W.
Haas, por ejemplo, allí donde, para este autor, sólo una apre­
hensión visual (lo que él llama “look and say”) permite eliminar
la ambigüedad, sobre todo porque las dificultades en ortografía
parecen afectar, en cierta medida, más la dimensión vocálica
que la dimensión consonántica: los errores de dominante
fonográmica vocálica suelen ser los más numerosos en las
encuestas que establecen una tipología de los errores.11
La correspondencia que motiva el grafema y le da su valor
se encuentra en general:
- en la variación de la base,
- en la variación de la base con respecto al derivado.
Se apoya diacrónicamente en leyes de evolución fonética
que afectan, por ejemplo, la posición de los fonemas vocales en
las palabras de una misma familia o la competencia entre
tratamiento popular y tratamiento erudito.
Para retormar el ejemplo fait/facteur.
- el grafema ai es un fonograma correspondiente a /e/ (signo
cenémico),
- pero es al mismo tiempo un morfograma motivado por la
a de facteur, palabra de la misma familia con la que tiene una
relación grafo-vocálica.
La inferencia, para retomar este término, debe ir del
grafema simple al grafema compuesto, cualquiera sea el senti­
do de la relación base-derivado, porque justifica la selección en
los casos de grafemas en competencia correspondientes a un
mismo fonema, y porque permite eliminar la ambigüedad.
Así, están en competencia:

300
los grafem as e + consonante im plosiva
é
p a ra el fonema
é /£/
ai
los grafem as o
au p a ra el fonema /o/
eau
los grafem as é
ei p a ra el fonem a fe/
ai (en ciertas condiciones)
los grafem as e
eu p ara el fonem a /o/
ceu
los grafem as in
un (oposición I I I / /ce/ tiende
a borrarse en francés con­
temporáneo en beneficio p a ra el fonema / e /
de /e /, lo que vuelve más
necesaria la motivación
de un)
los grafem as an
p a ra el fonem a la/
en

En tanto que no hay grafemas concurrenciales, sino


subgrafemas para:

em fem me
/a/ á subgrafem as ^ - e n solennel
' aon
rt paonne

aoüt
/u/ O ou subgrafem a aou
saoul

/wa1 O oi subgrafem a oé ----------- poéle12

El esquema da cuenta de la polivalencia del grafema ai y


de su valor en tanto componente morfográmico de la alternancia
ai-a\ en fait-facteur, sería pues:

301
i : i
/e/ /a/ fónico
signo cenémico
fait facteur gráfico
t________ 7
relación morfo- signo plerémico
léxica i comprometido en
una serie

clair clarté
grammaire grammatical
etc. etc.

Sin embargo, este tipo de relación de alternancia es más o


menos evidente y reconocida en francés contemporáneo, o más
precisamente, puede situarse en diferentes niveles de reconoci­
miento. Se puede establecer así una escala que va de las co­
rrespondencias claras y recibidas por el hablante medio a las
correspondencias perfectamente legitimadas históricamente
por la etimología, pero transformadas en opacas, no identifica­
das y arbitrarias en francés contemporáneo para ese tipo de
hablante:
- correspondencia clara y reconocida: main / manuel,
- correspondencia clara pero no reconocida por un hablante
medio por desvío semántico entre base y derivado y en particu­
lar por el carácter inusitado o técnico de un elemento de la
familia:
rondeau / rondelet [rondó/regordete]
bureau / burelé [escritorio/burelado]
(La correspondencia es morfológicamente clara, pero
rondelet y rondeau no pertenecen al mismo campo semántico;
rondeau tiene un sentido técnico, ya sea como poema, ya sea en
relojería o en apicultura. En el caso de bureau / burelé, burelé
remite a bureau en el sentido antiguo de “alfombra rayada”),
- correspondencia opaca, transformada en arbitraria como
consecuencia de una evolución fonética y semántica: hablaré en
este caso de relaciones etimológicas profundas. Ya no se perci­
be, sincrónicamente, la correspondencia entre:
repaire / repérer y patrie / rapatrier
demain / lendemain y matin
main / manifeste13
302
Los diferentes niveles de la correspondencia pueden ser
ilustrados por el ejemplo de main, tal como es analizado por L.
Guilbert en La créativité lexicale, que pone de relieve la riqueza
de la familia, según una “concepción globalizadora” de la etimo­
logía que descubre una red extremadamente densa.
A la palabra main, salida de la evolución fonética primaria
del latín al romance, con sus compuestos, le corresponde el
conjunto que presenta la base man:
- ya sea bajo el elemento morfológico man, tomado directa­
mente del latín en las formas compuestas, o como parte de las
palabras derivadas del latín: manuel, manuellement; manufac­
ture, manufacturier, manufacturiére;manumission;manuscrit;
manutention, manutentionner, manutentionnaire; manucure,
- ya sea bajo la forma fonética man, en virtud de otra
evolución fonética determinada por el número de sílabas pre­
sentes en la forma latina de base, por una parte en manche 1,
“aquello en lo que se pasa la mano”, y la serie manchette,
manchón, mancheron, emmancher, emmanchure; por otra par­
te en manche 2 , “lo que se tiene en la mano”, y la serie
mancheron, démancher, emmancher, emmanchement y
remancher.
La forma man se encuentra en los diminutivos manette,
maneton, con una alternancia vocálica en menotte\ en “manier”
con su “familia” maniable, maniabilité, maniement, manieur,
remanier, remaniement, remanier, remaniable. Se la encuentra
también como elemento de composición en aquamanile, bi-
mane, pédimane, quadrumane.
En el conjunto precedente, la correspondencia morfoléxica
es perfectamente clara.
También puede serlo en las palabras de base mani> trata­
miento específico del latín en las palabras derivadas de mani­
pule: manipuler, manipulation, manipulateur, también en
manivelle.
Se ha vuelto opaca en el conjunto manifeste adj. y sust.,
manifester, manifestant, manifestation, etc. y aun más en
émanciper (emancipare < mancipare < m anucupare),
émancipation, émancipateur, etc. en el que hay que remontarse
a la etimología profunda.
La red de correspondencias no puede ser explotada en su
totalidad, sino allí donde el lazo semántico con main es clara­
mente percibido, pero esta percepción puede variar según el
nivel de competencia de los hablantes. En la perspectiva que
303
nos ocupa, la reflexión sobre la teoría de la escritura, la densi­
dad de la red paradigmática de correspondencias es una varia­
ble: si existen signos gráficos motivados por tener un valor en
el interior de un sistema, esta motivación comporta grados.
Estas redes pueden ser aprehendidas en cuadros sintéti­
cos que dan cuenta del conjunto de relaciones grafo-vocálicas o
grafo-consonánticas de morfogramas fundamentales, en los
que se encuentran a menudo las palabras más usuales del
francés relevadas en las listas de Frangais fondamental, Fran­
gais élémentaire, L ’Echelle Dubois-Buyse, y sobre todo en Listes
Orthographiques de Base y Frequency Dictionary of French
Words de Juilland: frecuentemente se integran en ricas fami­
lias que ofrecen variantes interesantes en el plano ortográfico,
ya que la “productividad” de una palabra, su capacidad para
generar una familia es un factor importante de su justificación
gráfica.14
Estos cuadros sintéticos incluyen:
- la correspondencia grafo-vocálica:
ai /a y la variante ain (aim) / an (am) + x (x representa, la
mayoría de las veces, un elemento vocálico)
ei/e y la variante ein (e) / en + x
in U (n/gn) + x
un (um )/ un + x
oeu / o
- la correspondencia grafo-consonántica:
l / u(x) correspondencia muy rica en francés contempo­
ráneo; conserva la huella de la vocalización de la l im­
plosiva15
vocal acento circunflejo / vocal + s,
o bien: vocal + consonante + vocal.
Estos cuadros, de los que damos un ejemplo en el apéndice,
sólo son aplicables al francés, pero las redes de corrésponden-
cias pueden extenderse fácilmente a las demás lenguas roman­
ces. La relación ainlan + x puede estar perfectamente justifi­
cada para un italiano, un hispanohablante o un lusohablante
por la relación que pueden establecer entre el grafema complejo
ain y el grafema a, por ejemplo en:
/e / main / mano/máo
t________í
junto a main/manuel,

304
las lenguas romances no conocieron la diptongación francesa,
que data del siglo VI.
Es concebible el interés que puede presentar esta amplia­
ción para la pedagogía de la ortografía en la enseñanza del
francés a los extranjeros de lengua romance, área que sólo
parece haber despertado hasta el presente limitadas inquietu­
des.
Este modesto trabajo, que merecería sin duda una profun-
dización,16 subraya la relación bilateral que existe entre lo
escrito y lo oral.
Varios grafemas, del fono- al logograma, están a la vez:
- en el cruce de la diacronía y la sincronía: en m ain/
manuel, ain es el testimonio de una evolución fonética que
produjo un diptongo ai nasalizado y reducido a un monoptongo,
- en el cruce de lo oral y de lo escrito: ai de main recibe su
valor de la relación que mantiene con manuel, relación que la
motiva, ya que £ la entraña ain <—a según una interferencia que
funciona en la familia, pero también en una serie sistemática en
la que funciona esencialmente la relación entre base y derivado.
Numerosos signos están así motivados en el seno del
plurisistema gráfico del francés por estar inscriptos en redes
paradigmáticas de derivación en las que se observan recurren­
cias. El componente morfográmico parece ser, pues, un compo­
nente importante de ese plurisistema, en un nivel intermedio
entre el fonográfico y el ideográfico, dado que la ortografía
francesa es, en general, un sistema fuertemente semiográfico
—como la del inglés— con un núcleo duro de fonogramas, por
cierto, pero muy pocos fonogramas “puros”. Los grafemas
polivalentes o “grafemas-cruce”, como los que hemos detallado,
a la vez cenemas y pleremas, son un testimonio de esto, y al
mismo tiempo marcan la fuerte cohesión que une lo oral y lo
escrito que se entrecruzan en una lengua L1, como lo ha
señalado N. Catach.

305
00 R elacion es grafo-vocálicas de los m orfogram as
La corresp on d en cia ai/a en fran cés
V ariac ió n m orfoléxica
V a ria c ió n m orfológica e n los d eriv ad o s
• ai / as, a
• ai / avons en la base
• sa is/sa v o n s - aim er/am our ai base / a derivado a base / ai derivado
- parentesco - aire / ariat - gras/graisse —>
etimológico profundo actionnaire/actionnariat graisser
repaire/patrie auxiliaire/a uxili ariat - bas/baisse —»
repairer/rapatrier commissaire/commissariat baisser
caisse/chásse fonctionnaire/fonctionnariat [puede ordenarse
s ecrétaire/s ecr étariat* en la variación
- air(e)/otro correspondiente de base]
prim aire/prim arité
libraire, librairie/(librariat)
gram m aire/gram m atical
pair/parité
- ait/act
fait/facteur; trait/tracteur...
- ateur
aim er/am ateur
- té
clair/clarté
- bilité
aimable/amabilité
- ain + v
domaine/domanial; grain/granulé;
laine/lanifere, lanice;
fontaine/fontanelle; haine/haír
*ju n to a secrétairerie: cf. Secrétairerie du Saint-Siége (- Consejo de Relaciones Públicas).

R elacion es grafo-vocálicas de los m orfogram as


JLa corresp on d en cia ain/a(n) en fran cés
ain(e) / an + x
ain/a Sustantivos adjetivos o ad­ ain/an
variación verbios en an + x variación
(morfo) léxica conjunto de conjunto de er iser ifier léxica en
en las bases o compuestos en derivados (movimiento (movimiento (noción en la base
los derivados -an ■+• otra base sobre base an- en término) nocional en movimiento)
en curso)
métre -ité: humain/ -ique: germain/
1) derivados plain/plani ^ sp h ére humanité germanique planifier plain/plan
écrivain/ ñcation[ital. umano; esp.
écrivailleur, [ital. piano; esp. humano;
écrivassier llano; port. plano] port. humano] -itaire: humain/
-isme: américain/ humani taire américaniser
2) bases pain/pani-fi catión américanisme germaniser panifier
faim/famine [ital. pane; esp. pan; -iste: humain/
demain port. pao] humaniste
lendemain/ -ation: bain/ -(e)aire: bain/ gain/gagner
matin balnéation balnéaire [ital.
(parentesco quadru- -eur: gain/ [ital. bagno; guadagno;
etimológico main/mane pedi gagneur esp. baño; esp. ganancia; mam
profundo) -ier/iére: pain/ port. banho] port. ganho] 1) manche
[ital. domani paniére (< manica <
esp. mañana manus)
port. amanhá] y facture -uel: main/
main/manu¿-scrit manuel
ytention 2) manche
'■mission {< manicus
[ital. mano; esp. < manus)
mano; port. máo]
■pule
main/mani ^-pulation manipuler
pulateur
^velle
N otas

1. “Essai d’une théorie des morphémes”, 1938. Retomado en Essais


linguistiques”, Les éditions de Minuit, 1971, p. 79 y 162.
2. “Observations onthe Chínese Script and the Classification ofWriting-
systems”, en Writing without Letters, Manchester University Press, 1976.
3. “Writing: the Basic Options”, en Writing without Letters.
4. Definición dada por C. Gruaz en su artículo “Phonémes, graphémes,
morphémes”, Pratiques, ne 46 Junio de 1985, p. 99.
5. “Réflexions sur la nature du graphéme et son degré d’indépendance”,
Liaisotis HESO ny 11, enero de 1984, p. 13 II. Pour une théorie du graphéme.
3. 3. Le pléréme.
6. Número 46, junio de 1985: “Questions á N. Catach et Eveline
Charmeux ou Rencontre de troisiéme type: Dialogue-duel entre chercheurs
évoluant sur des planétes différentes”, p. 14.
7. “Phonémes, graphémes, morphémes”, op. di., p. 99, C. Gruaz señala
entre paréntesis un artículo por aparecer sobre “La pluri valence du graphéme”.
8. Ibid., p. 102.
9. Cf. René Amacker, “La notion de ‘valeur’ dans la linguistique
saussurienne”, Studi Saussuriani, p. 7-43, que recuerda el conocido ejemplo
del gallón.
10. op. cit., p. 101.
11. Así, en la tipología establecida por R. Honvault en una clase de
L.E.P., encontramos boef cheveu, sin, oeuil, éteau, inventére, sin contar
fümer y abime (“Que faire en orthographe au L.E.P.?”, Pratiques, n946, p. 32-
33.
12. Aun cuando los sub-grafemas puedan eventualmente ser motiva­
dos: e de femme motivada por la e de féminin\ aon de paon parcialmente
motivada por la o de pavaner.
13. Adherimos aquí a la posición de T. Debaty-Luca sobre el carácter
“erudito” de los derivados en sincronía, criticando la posición de H. Marchand
según la cual habría que distinguir en sincronía la derivación indígena y la
derivación erudita; este autor considera principalmente el hecho de que en
inglés, francés o alemán, “most learned, scientific or technical words are
formed on the morfologic basis of Latin or Greek” [la mayor parte de las
palabras eruditas, científicas o técnicas, están formadas sobre la base
morfológica del latín o el griego] (CFS, 13,1955, p. 18). En realidad, como lo
señala T. Debaty-Luca, ya se trate de creaciones modernas por medio de
componentes eruditos, tales como insecticide o por ejemplo acétonémie,
“presencia anormal de acetona en la sangre”, o de palabras eruditas “incorpo­
radas como préstamos ya construidos”, tales como fiduciaire, proconsul o
antiquaire, la única cuestión que interesa es la de la analizabilidad o no
analizabilidad de estas formas en la lengua que se estudia, sin recurrir al
conocimiento del latín o el griego: fiduciaire es un monema, en tanto que
insecticide es motivado y sería tomado en cuenta en la descripción del sistema
a igual título que cualquier derivado, tanto en inglés como en francés”. Si

308
palabras tales como acétonémie deben ser tratadas aparte, “no deberían
incluirse en un apartado en particular consagrado a las formaciones eruditas,
sino en el marco de los vocabularios técnicos a los cuales pertenecen; en
sincronía, no hay palabras eruditas (las bastardillas me pertenecen):
acétonémie es un sintema para el médico, un monema para la mayoría de los
hablantes. Que en ciertos casos sea difícil de pronunciarse sobre el grado de
motivación de los derivados —¿régicide está en relación con roí?— es otro
problema, no específico de los derivados de carácter erudito: ¿es posible
establecer una relación estrecha entre fournée y four [hornada / homo],
vermine y ver [parásitos / gusano]? (Théorie fonctionnelle de la suffixation
(appliquée principalement au franqais et au wallon du centre). Editions “Les
Belles Letres”, París, 1986, Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Liége, Fascículo CCXLV1, p. 79, nota 10).
14. L. Verlee habla en este sentido de la eficacia de las palabras, es decir
de su mayor o menor riqueza en derivados o compuestos (Basis-Woordenboek
voor de Franze Taal, Amsterdam, Neulinhoff, 1954, concepto al cual hay que
asociar el de creatividad, es decir su capacidad actual de generar nuevos
derivados y compuestos. “Productividad” podría englobar estos dos conceptos.
Según mis conocimientos, no se han estudiado sin embargo las relaciones que
pueden existir entre la frecuencia y la creatividad de las palabras. ¿Las
palabras más frecuentes están también entre las más productivas?
15. Cf. sobre este punto mi artículo “Pour une étude diachronique du
franqais modeme: quelques propositions”, Perspectives médiévales, n° 2,
noviembre de 1976, Société de langue et de littératures médiévales d’oc et
d’oíl, p. 6-31, donde esbozo un “análisis diacrónico al revés” de la correspon­
dencia l / u(x) en francés, que luego he perfeccionado.
16. Las redes de correspondencias no están limitadas, desde luego, a los
digramas en competencia; las alternancias también se producen en los demás
grafemas: sel / saler; voile / vélaire para los fonogramas, o para los logogramas,
p de temps motivada por lap de temporel o la d depoids por la d depondérable,
a pesar de la falsa etimología, etc...

309
21
La escritu ra com o p lu risistem a,
o teoría de L prim a
N ina Catach
(C.N.R.S. - H ESO )

Resumen
Las escrituras son conjuntos de signos discretos, articulados y
arbitrarios, que permiten comunicar cualquier mensaje construido sin
pasar necesariamente por la voz natural: en este sentido, el arte rupestre,
las muescas, las marcas y micro-sistemas más antiguos son más bien
proto-escrituras que escrituras. Por el contrario, el lenguaje de los gestos,
el Braille (que es táctil y no visual), pueden ser considerados como
escrituras. Consecuencia: todo conjunto semiológico de este tipo, diferente
pero comparable en complejidad y performances al lenguaje oral, debería
merecer un análisis lingüístico del más alto nivel, lo que hasta hoy no se
ha llevado a cabo. Para nuestros tipos de lenguas en particular, se puede
comprobar la existencia de sistemas de escritura que presentan no sólo
unidades significantes específicas (formas de la expresión) sino también
unidades de primera articulación, pleremas. Aunque los mensajes trans­
mitidos o recibidos no pasen necesariamente por lo oral, están estrecha­
mente conectados con lo verbal, fundamento de todas las demás semiologías.
Por lo tanto, partiendo de los tipos de unidades y de los niveles universales
del lenguaje (fonemas, sílabas, morfemas, palabras, frases, texto), luego
seriando los aportes originales de cada escritura y de todas las escrituras
al universo del lenguaje, lograremos echar las bases de una grafemología
general. Segunda consecuencia: cualquiera sea la prioridad filogenética y
ontogenética del lenguaje oral, su relación con la escritura debería ser
considerada no en una relación dejerarquía, sino de complementariedad,
según la siguiente fórmula: Todo lenguaje Lprovisto de un oral A y de un
sistema de escritura desarrollado B se convierte en L \ según la ecuación
A x B = L > L ’.

Entre otras tareas actuales y urgentes, la lingüística tiene


la de integrar a sus preocupaciones los estudios grafémicos. La
glosemática había abierto el camino, pero han pasado años y
nada se ha hecho, o casi nada. Se admitió que el significante
gráfico podía duplicar o reemplazar el significante fónico, cons-
310
tituyendo una suerte de variación universal del lenguaje
fonémico, pero esto no interfirió en absoluto en los habituales
modos de pensar.
Actualmente se nos plantean numerosas preguntas: ¿Qué
definiciones dar de la escritura y, sobre todo, qué fronteras? En
este punto, es necesaria la ampliación a un universo más vasto,
de orden semiológico, y no es por azar si se ubican habitualmen­
te los sistemas de escritura no en la lingüística en sí, sino entre
los grandes sectores semióticos generales, códigos y señales, lo
cual, en muchos aspectos, no es totalmente satisfactorio, y
contribuye a eludir los problemas. En efecto, la escritura perte­
nece, por su modo de expresión, al mundo de la imagen, pero, de
manera excepcional, ha sabido plegarse enteramente al rigor
sistemático y altamente abstracto del universo de los signos
lingüísticos.
Igual dualidad y dificultad encontramos para situarla
entre técnica y cultura, contingencia y necesidad. Si retenemos
el hecho de que la escritura “fija el lenguaje de modo durable”,
¿por qué no considerar que el disco, la cassette, el ordenador,
constituyen también procedimientos de escritura? Si nos dete­
nemos en su aspecto “visual”, no consideraremos entonces el
Braille de los ciegos como una verdadera escritura, lo cual es
bastante incómodo.
De hecho, todo conjunto semiológico de este tipo, diferente
pero comparable en complejidad y performances al lenguaje
oral, debería merecer un análisis lingüístico, que hasta ahora
no se ha realizado.

I - Las cuatro soluciones de la escritura

Debemos admitir que la escritura, a la vez técnica e


institución, herramienta práctica e instrumento cultural del
más alto nivel, constituye en realidad una suerte de Proteo, no
sólo por sus múltiples aspectos y realizaciones concretas, sino
por sus formas sistémicas: es lo que yo he llamado las cuatro
soluciones de la escritura (Catach, 1984): se sorprenderá mucho
a un finlandés o a un serbo-croata si se le presentan las teorías
grafémicas necesarias para el análisis de los sistemas del
francés o el inglés, o incluso el italiano o el alemán. En cambio,
aceptará de buen grado la idea de que, en lo escrito, “la tinta” ha
reemplazado “al aire”, como lo decía graciosamente Uldall, y
que, de la letra al sonido, se trata de un simple cambio de
311
'

sustancia (Solución 1). El italiano o el alemán, por el contrario,


de acuerdo a nuestros tradicionales puntos de vista etnocéntricos,
aceptará hoy que, de lo oral a lo escrito, se trata más bien de dos
formas de la expresión, con suficientes diferencias específicas
para constituir dos conjuntos distintos, que corresponden al
mismo contenido (Solución 2).
Pero debemos ir más lejos: sin siquiera evocar los signos-
morfemas del chino, en nuestras propias escrituras, nosotros
tenemos lo que J. Dubois llamaba ya en 1965 “marcas escritas”,
de las que hizo un análisis riguroso. Así, en la mayor parte de
los verbos de los grupos 2- y 3e (finis, suis, veux [presente, l 9
persona singular de los verbos finir -terminar, étre / suivre -ser/
seguir- y vouloir -querer]), la relación entre los dos esquemas
verbales fundamentales:
PN + VE (pronombre + verbo)
VE + PN (verbo + pronombre)
es la siguiente:

P ersonas Fonía G rafía


(sing. y pl.) (orden inverso) (orden h abitual)

1 [z] s (x)
2 [z] s (x, z)
3 [t] t (d)

Figura 1
Marcas verbales orales y marcas verbales escritas

Lo que quiere decir que lo escrito tiende a suplir la infor­


mación en caso de posición lacunaria (aquí el orden habitual):
[- o z] PN + VE je vais á la ville PN + VE je fais un reve
[yo voy a la ciudad] [yo sueño]
[z] VE + PN vas-y VE + PN faisons un reve
[ve] [soñemos]
¿Pero qué son, en definitiva, estas “marcas escritas”? Hay
tres soluciones, tres análisis posibles: o bien se trata de simples
restos históricos, de un tiempo en que estas letras se pronuncia­
ban, lo que ya no ocurre; o bien de “marcas de legibilidad”,
puramente visuales, comparables a variantes caligráficas o
tipográficas de puesta de relieve, como “la s larga” y “la s corta”
312
de la ortografía antigua; o bien, por último, y es lo que yo creo,
se trata de “marcas gramaticales” propias de lo escrito, de una
verdadera “gramática escrita”, a la vez sincrónica y funcional,
y es, en mi opinión, lo que quería demostrar J. Dubois. ¿Por qué,
entonces, no hacer un verdadero análisis lingüístico?
¿Cómo analizar, por ejemplo, un sintagma como les enfants
riaient [los niños reían]? Según el método de Dubois, tendre­
mos:
- 3 marcas orales : [le] [pronunciación del artículo
plural] (opuesto a le [artículo
singular])
[z] de liaison;
[rije] [pronunciación del verbo en pret.
imperfecto] (opuesto a rient [verbo
rire —reír—, en presente)
- 2 marcas escritas: s de plural de enfants;
aient, marcas verbales [terminación
de imperfecto, 39 pers. pl.].
Estas marcas, o morfogramas, constituyen, como los mor­
femas de lo oral, signos de 1§ articulación, formados con un
significante y un significado específicos. Por consiguiente, en
ciertos casos, hay que admitir una Solución 3, en la cual signos
de lenguaje fonémico y signos de lenguaje grafémico son utili­
zados en el mismo plano.
Finalmente, Solución 4, puede ocurrir que, por diversas
razones, políticas, religiosas, culturales, sistema fonémico y
escritura estén tan alejados uno del otro que puedan ser
considerados como dos lenguas diferentes: esta situación se
produjo varias veces en la historia, y aún hoy, por ej.:
- el wenyan, o chino literario clásico, en relación con el
chino estándar moderno;
- el árabe literario del Corán, opuesto a los dialectos y
árabes hablados actuales, y sobre todo a los dialectos y lenguas
no semíticas de las minorías berberes, kurdas, etc.;
- el latín, en la Europa del siglo X, etc.
Estas clasificaciones generales, que tienen en cuenta datos
a la vez internos y externos de comunicación, expresan toda la
plasticidad y la relatividad de las situaciones de lectura y de
escritura. Desde luego, el enfoque particular de un sistema
dado muy raramente responderá a una sola de estas soluciones
generales. Así, la mayor parte de las escrituras europeas, en su
mayoría fonográmicas, corresponden a la Solución 2, pero
313
presentarán, en proporciones a determinar, elementos corres­
pondientes a la Solución 3. De allí surge el esquema que sigue
(fig. 2, cf. Catach 1984, p. 7).

Sustancia 1

Solución 1 Forma de la

( Sustancia 2
expresión única

Forma de la expresión 1

Forma de la expresión 2

Signo 1

Signo 2

Lengua 1

Solución 4 Lenguas
diferentes

Lengua 2
Figura 2
Las cuatro soluciones de la escritura

II - El ejemplo del francés

1 - Principio de inercia y remotivación

Un error que se comete a menudo es creer que lo que


podemos llamar “principio de inercia”, es decir la tendencia
particular de los sistemas gráficos a mantenerse idénticos en el
tiempo y el espacio, cualesquiera sean las modificaciones que
sufra la lengua fonémica, sería el único responsable de las
314
diferencias que se detectan entre lo oral y lo escrito. En efecto,
este principio de inercia constituye una característica impor­
tante de los sistemas de escritura. Cuanto más envejecen, más
desfasados se encuentran respecto del lenguaje hablado. Ade­
más, el material gráfico pasa de una lengua a otra, por présta­
mo, lo que constituye una característica menor de las lenguas
fonémicas, pero importante en los sistemas de escritura, desde
los orígenes.
Lo que habría que estudiar, por ser del mayor interés a la
vez en los planos lingüístico y psicológico, es la remotivación
constante del material de partida, el cual, también en ese caso
con una plasticidad notable, ocupa los lugares vacíos del siste­
ma, según las épocas y las necesidades.

2 - Etapas de distanciam ientos de los dos medios

Tomemos el ejemplo del francés: es sabido que, al igual que


las demás lenguas romances, nos hemos servido bien o mal del
alfabeto latino, acomodado a nuestras propias necesidades más
urgentes. Pero ¿podemos contentarnos, a lo largo de nuestra
historia, con asimilar el inventario de nuestros grafemas a las
24 letras del alfabeto latino? Con toda certeza, no. Retomando
la terminología de Hjelmslev, se trata en ese caso de una
sustancia, constituida degrafos, con los que hemos constituido
nuestros propios grafemas. Las lenguas que, en todo el mundo,
han recurrido al alfabeto latino (la mitad de la humanidad) han
hecho lo mismo.
Esto no es todo: si nos atenemos solamente a los fonogra­
mas (o cenemas, es decir “vacíos” de sentido, unidades gráficas
distintivas, de 2- articulación), y tomamos como prototipo de
base una escritura estrictamente fonológica (el A.F.I. [Alfabeto
Fonético Internacional], por ejemplo), podremos enumerar lo
que llamaremos “diferencias”, que provienen de las reglas de
aplicación, lo que nos permitirá establecer verdaderas formas
de la expresión grafémicas:
- inadecuaciones cuantitativas (dos o tres letras para un
solo grafema, o la inversa; acentos, signos auxiliares). Llama­
mos a este primer tipo de diferencias asimetrías entre los
significantes orales y los significantes escritos. Hay que añadir
allí las leyes de posición (reglas que tienen en cuenta el contexto
inmediato);

315
- inadecuaciones cualitativas (presencia en lo escrito, au­
sencia en lo oral, o la inversa). Se trata ante todo de los sistemas
de refuerzo, presentes de manera muy general en casi todos los
sistemas de escritura del mundo: blancos, puntuación, mayús­
culas, cifras y números, siglas, abreviaturas, símbolos científi­
cos y técnicos, etc. Luego, para ciertos conjuntos como el del
francés, las letras mudas, con las que hacemos un conjunto
aparte;
- letras mudas: con toda evidencia, dejamos aquí lo que
corresponde a la Solución 2 para pasar a la Solución 3.
Hemos hablado de morfogramas gramaticales, en particu­
lar verbales, cuyo origen etimológico e histórico es indudable,
pero cuyas funciones actuales son indicar respectivamente el
modo, el tiempo, la persona, etc. Debemos mencionar también
los morfogramas léxicos (vínculos entre radicales y derivados),
sobre los cuales pueden hacerse las mismas observaciones.
Tomemos una vez más el ejemplo del verbo en francés, en
particular las alternancias consonante escrita/consonante pro­
nunciada (cf. Catach 1980, p. 239):

Radical con consonante escrita Radical sin consonante escrita

t teint/teinter ai balai/balayer
[teñido/teñir] [barrido^a^rer]
rabot/raboter ain bain/baigner
[cepillo/cepillar] [baño/bañar]
d cafard/cafarder ou trou/trouer
[soplón/soplonearl [agujero/agujerear]
s damas/damasser eau créneau/créneler
[damasco/adamascar] [almena/almenarl
ais niais/niaiser an trépan/trépaner
[tonto/atontar] [trépano/trepanar]
o ís bois/boiser on amidon/amidonner
[madera/enmaderar] [almidón/almidonar]

Figura 3
Alternancias gráficas radicales/verbos en francés
(lo que es informativo es la ausencia de consonante en el segundo caso)

316
Por cierto, los contraejemplos no faltan, en particular por
el hecho de que el francés utiliza muy a menudo los derivados
en t en caso de no-presencia de una marca gráfica sobre el
radical:clou / clouter [clavo/clavetear] (junto a clouer [clavar]),
numéro / numéroter [número / numerar], etc. Pero un procedi­
miento que consistiera en ignorar o rechazar una estructura
tan completa en información gráfica como ésta, y muchas otras,
sería muy lamentable en nuestra opinión. Hoy habría que
examinar con más detalle para quién, en Francia, estos mor­
fogramas son efectivamente motivados...

III - Carácter mixto, o plurisistema de las


escrituras

Cosa curiosa, si bien estamos dispuestos a admitir que los


grandes sistemas antiguos, o exóticos, como el chino, tienen
como unidades signos plerémicos (es decir “plenos” de sentido,
siguiendo una terminología inspirada en la de Hjelmslev), no
ocurre lo mismo con nuestros tipos de escritura. Gelb mismo,
quien sin embargo fue el primero, en 1952, en querer fundar
una “teoría de la escritura” (título de la edición francesa), el
primero también en reconocer cierto carácter mixto en todos los
sistemas antiguos (calificados uniformemente de “logo-silábi-
cos”), el propio Gelb, pues, no temía afirmar que (1973, p. 21):
“El desarrollo de las formas del alfabeto m ás allá de los griegos
escapa a las perspectivas de la teoría de la escritura. Lo mejor que
podríamos hacer es rem itir al lector a esos buenos tratados de
historia de la escritura que nos han dejado H. Jensen (1935), D.
Diringer (1937) y J. G. Février (1948)...”.

Dicho de otro modo, una vez establecidos los famosos “esta­


dios”, desde la semasiografía hasta la fonografía 1desde la “pic­
tografía” hasta la logografía, la silabografía, finalmente los sis­
temas alfabéticos, no es posible ningún otro enfoque tipológico.
No tendremos tiempo aquí de hacer la revisión en profun­
didad que requeriría tal enfoque, a la vez sobre los planos
histórico y teórico. Contentémonos con mostrar sus límites, y
sus peligros, en lo que se refiere al estudio de nuestros propios
sistemas. Los últimos trabajos sobre el inglés, por ejemplo
(Sampson 1985), califican su sistema de escritura de fono-
logográfico. Por su parte, el sistema del francés podría ser
calificado de fono-morfo-logográfico (o logográmico). Mediante
317
un análisis sistémico de los hábitos gráficos del alemán, el
portugués, el español, el italiano, etc., es posible encontrar en
ellos no sólo lo que hemos llamado asimetrías, leyes de posición
y sistemas auxiliares de refuerzo, sino también, en proporciones
diversas, cierto porcentaje de signos-morfemas y de signos-
palabras (distinciones de homófonos en particular). Sería nece­
saria toda una serie de investigaciones, fundadas en un enfoque
funcional de los elementos gráficos, que permitieran establecer
a la vez una tipología más fina y más completa, y las especifi­
cidades de los diferentes sistemas.
Es por ello que, haciendo mía la importante separación
propuesta por Haas y French en escrituras (esencialmente)
plerémicas y (esencialmente) cenémicas, propongo tener en
cuenta el carácter mixto y la polivalencia fundamentales de los
signos escritos. Por carácter mixto entiendo la utilización con­
junta, en un mismo nivel, de elementos que, desde un punto de
vista funcional, corresponden a las Soluciones 2 y 3 (las más
corrientes), cenemas y pleremas. Por polivalencia entiendo la
utilización de un solo y mismo elemento ya como cenema, ya
como plerema (es el caso, por ejemplo en francés, de los elemen­
tos s, t, d, etc.). Notemos que la polivalencia es a menudo
concomitante: un mismo elemento, por ejemplo ai en ils riaient,
es a la vez fonograma y morfograma, es un morfonograma. En
nuestros tipos de escritura, este tipo de polivalencia es cosa
corriente. Es así como el inglés o el alemán, por ejemplo,
prácticamente no presentan más que morfogramas o logogramas
pronunciados, pero casi no tienen “letras mudas”, como ocurre
en el francés.

1 - Interés de una tipología general

Estos encabalgamientos, así como los de las diversas


Soluciones, o de los elementos plerémicos y cenémicos, no
deberían conducirnos a ignorar las tipologías. Y esto al menos
por dos razones:
- El carácter mixto no es un desorden: El chino, por ejemplo,
si bien utiliza tanto caracteres de signos-morfemas (morfemo-
gramas) como otros que indican la pronunciación, no se convier­
te por ello en un sistema cenémico, ya que el sentido no está
separado nunca de sus signos-sílabas. Como decía French,
citando a Y. R. Chao (1968), “el genio del lenguaje chino
[consiste en] leer sentido en toda sílaba” (French, 1976, p. 114).
318
Del mismo modo, es importante reconocer claramente el
carácter esencialmente cenémico de las escrituras europeas,
incluido el francés. Incluso nuestras letras mudas (no hablo
aquí de las que son únicamente etimológicas, o históricas, sin
valor funcional en sincronía) conservan más vínculos con lo oral
de lo que se cree, son “intermitentes”, y es ésta una de sus
razones de ser (cf. los ejemplos citados más arriba Je fais / fais-
en, fait-il [yo hago / hazlo, hace él]).
- Existen signos “puros”: Es necesaria una tipología para
clasificar, en francés por ejemplo, los morfogramas y logogramas
que pueden llamarse “puros”. Esta palabra no quiere decir que
estos signos no tomen prestados, como los demás, grafos o
“figuras” alfabéticas. Pero por ejemplo, la t de enfant, la s de
tapis [tapiz], nunca se pronuncian en liaison en el francés
actual: son “puramente” morfográrnicas, en el marco de un
análisis sincrónico, es decir que sólo se las encontrará como
fonogramas en los derivados, enfantillage [niñería] o tapissier
[tapicero]. Asimismo, pares de homófonos como a / á, ou / oú,
que comprenden sólo un fonema, escrito de manera diferente
con el único objeto de distinguir sentidos diferentes, no presen­
tan más que una función, que justifica el acento grave: la
función logográmica.
Por consiguiente, un análisis tipológico, a mi entender,
debe crear todas las categorías necesarias, estudiar en primer
lugar los casos más claros, atribuir luego a las realizaciones
concretas las diferentes especificidades observables.
Al hacerlo, hay que pensar en un modelo capaz de dar
cuenta al máximo de situaciones y observaciones de las diver­
sas escrituras.

2 - Crítica del alfabeto

Las ilusiones sobre la superioridad absoluta e inigualable


del alfabeto han fracasado. Por cierto, nadie discute que el
descubrimiento de una cantidad tan pequeña de unidades, que
puede generar la infinidad de los mensajes, no sea uno de los
más grandes inventos del espíritu humano. Algunos, incluso,
con razón sin duda, no se contentan con ver en él la economía y
la elegancia de los medios, el progreso social y democrático que
ha podido traer consigo, sino que estiman que, al igual que el
cálculo y las matemáticas, al que siempre ha estado asociado,
el alfabeto ha constituido para el espíritu humano una gimna­
319
sia irreemplazable, sin la cual las revoluciones científicas y
técnicas que se han sucedido no habrían sido posibles (Goody,
1979).
Todo esto es verdad, sin duda, pero ya no es posible ignorar
los aproximadamente 25 tipos de escritura diferentes que
existen en el mundo, de los cuales China por sí sola cubre una
población que representa la cuarta parte de la humanidad, y la
India, con los países vecinos, apenas menos. Además, se tiende
a pensar que el alfabeto, en su forma “pura”, estrictamente
fonológica, y por lo tanto ampliamente dependiente de una
norma oral preestablecida, representa un ideal; sin embargo, la
experiencia prueba lo contrario. Se trata de un prejuicio tenaz,
que se remonta a nuestras filiaciones grecolatinas.
Sin extenderme sobre este punto, y apoyándome en una
larga reflexión sobre estos problemas, me permitiré dar una
opinión personal. Si se deja de lado el indispensable examen de
las condiciones externas, las tradiciones, las necesidades, y
también las características internas de las lenguas, particular­
mente importantes en circunstancias de un pasaje a la escritu­
ra, haré una observación general: es un error obstinarse en
transcribir el detalle de superficie de una lengua. Una escritura
digna de ese nombre debería responder a cierto número de
criterios, de los que también habría que hacer una tipología.
Entre estos criterios, parece particularmente recomendable el
estudio del nivel subyacente, morfológico y léxico.
Siguiendo sus características propias, las lenguas presen­
tan o no flexiones, alternancias, paradigmas complejos. Hay
que tomar muy en serio la famosa observación de Chomsky,
según la cual “la variación fonética no está indicada cuando
puede ser predicha por una regla general” (1968, p. 99). Una
escritura, concebida para adultos cultos que conocen su lengua,
no necesita el detalle de las variaciones contextúales, de las
alternancias previsibles, menos aún, naturalmente, de las
notaciones de duración o de timbre, de las entonaciones o los
tonos, a menos, obviamente, que estas notaciones sean necesa­
rias, o incluso indispensables, para desechar ambigüedades
temibles, que horrorizan a la escritura tanto como el vacío a la
naturaleza.
Por el contrario, se ha podido observar que son las lenguas
con poca morfología, gramatical y léxica (como el chino, el
inglés, y en parte el francés), las lenguas de tendencia monosi­
lábica, que presentan numerosas ambigüedades, las que recu­
320
rren con mayor frecuencia a lo visual, a las discriminaciones de
ayuda, y no hay allí nada demasiado natural. Esas lenguas se
sienten incómodas con sus notaciones estrictamente fonológicas.

3 - ¿Cómo fijar una escritura?

Teniendo en cuenta los niveles subyacentes, la necesidad


de una economía escrituraria (en todos los sentidos del término)
capaz de contrabalancear las exigencias de información inme­
diata del lector, teniendo también en cuenta las necesidades
pedagógicas, que constituyen uno de los criterios esenciales de
toda comunicación social generalizada, cuando es posible, para
las escrituras consonánticas, y sobre todo silábicas, con adapta­
ciones diversas, y algunos refuerzos. En todo caso, si se conser­
va un alfabeto, que tiene sus ventajas, pensemos en tres
nociones fundamentales de toda verdadera escritura:
- debe ser representativa, no perderse en el detalle hete­
rogéneo de las hablas y los dialectos;
- debe preservar la palabra, no mezclarse demasiado en
sus accidentes contextúales, flexionales y derivativos;
- debe ser funcional, formar un conjunto coherente y sis­
temático, dejándole el lugar, si es necesario, a una morfología y
una aprehensión de sentido propiamente gráficas.

4 - Tipología de las unidades de lo escrito

En definitiva, me parece que dentro de una comunidad


homogénea, que conoce su lengua, cuyo nivel cultural es eleva­
do, y donde los intercambios orales y escritos están más o menos
equilibrados, los dos tipos de escritura, cenémica y plerémica,
presentan ventajas más o menos iguales. La rapidez de asimi­
lación del alfabeto (o, más bien, para cada lengua, de un
inventario de grafemas específicos, combinados con reglas de
aplicación) haría inclinarse hacia este lado. Pero agreguemos
que el espectro de las unidades cenémicas es amplio: signos-
sílabas, signos-consonantes (hasta donde sé, no tenemos nin­
gún ejemplo de una escritura fundada en las vocales), signos-
fonemas, consonantes y vocales.
El abanico de los aportes plerémicos (que en general se
añaden a o se mezclan con los primeros) presenta una variedad
aún mayor:
- Refuerzos semasiográficos, figurativos o simbólicos (lo que
321
se llama de manera inadecuada “pictogramas” e “ideogramas”),
tales como aparecen, en cantidad cada vez mayor, en nuestro
entorno (códigos viales, señalización internacional de los aero­
puertos, etc.).
- Sistemas parciales, más o menos integrados al sistema
gráfico general: puntuación, mayúsculas, abreviaturas, siglas,
etc.
- Los aportes plerémicos articulados, oglotográficos, toman
por cierto, en nuestros tipos de lengua, una sustancia “alfabética”,
pero solamente su función nos permitirá determinar su natura­
leza y su valor sistémico: signos-palabras (algunos de cuyos
elementos visuales tienen por función distinguirlos homófonos);
signos-morfemas, algunos de los cuales se confunden tan bien
con antiguos radicales que están en el límite de la composición
y la derivación (-ment [-mente], por ejemplo, en la formación
adverbial o nominal del francés), mientras que otros no son más
que “determinativos” (son las “marcas escritas” gramaticales
de las que hablaba Dubois, fig. 4).
Como ejemplo de “remotivación” de los elementos históri­
cos, ¿qué mejor ejemplo que laz final francesa, signo fonográmico
para [ts] [dz] en el origen, convertido en signo diacrítico para la
notación de la e final cerrada, luego marca de plural en los
sustantivos del tipo amitiez, libertez, y conservado finalmente
hoy como marca verbal o signo logográmico?

Morfogramas gramaticales:

género grand/grande [grande]

número grand/grands [grandes]


flexiones
modo il voit/qu’il voie
[él ve/que él vea]
tiempo nous essayons/
nous essayions
[nosotros intentamos/
nosotros intentábamos]
persona j ’aime/tu aimes
[yo amo/tú amas]
número elle aime/elles aiment
[ella ama/ellas aman]

322
Morfogramas léxicos:
nominales cri [grito]

prefijos
< verbales crie [grit-]
associer/associal [asociar/asocial]
sufijos charmant/chérement
[encantador/encarecidamente]
final enfant/enfanter [cf. crío/procrear]

< interna sain/santé/sanitaire


[sano/salud/sanitario]

composicion vinaigre/vraisemblable
[vinagre/verosímil]

Figura 4
Los diferentes tipos de morfogramas del francés (ejemplos)

5 - Definición de la escritura

Para terminar, haré una breve vuelta atrás, con un ejem­


plo de aplicación de mis tipologías: el esquema de las “cuatro
Soluciones” nos permite ahora saber dónde ubicar, por ejemplo,
la grabación en cassette, disco, video, etc., de la voz humana:
simple cambio de sustancia, por lo tanto Solución 1. Nos
corresponde ahora determinar el espectro de las “verdaderas”
escrituras a partir de la Solución 2, establecer subclases para
cada gran tipo, fijar a partir de qué grado (Solución 4) diremos
que nos encontramos ante dos lenguas diferentes, etc.
Por mi parte, mi definición de las verdaderas escrituras es
bastante limitativa, pero espero los contraejemplos, que no
tardarán en llegar, para lograr una definición más satisfactoria:
“Conjuntos de signos discretos, articulados y arbitrarios,
que permiten comunicar cualquier mensaje construido en una
lengua dada”. A mi juicio, dadas estas limitaciones, no necesi­
tamos introducir elementos anexos como “de manera durable”,
o “de manera visual”, que correrían el riesgo de chocarse contra
ciertas realidades.

323
-

IV - La teoría de L prima

Teniendo en cuenta todos estos factores, debemos volver


ahora a la pregunta que se halla en el centro de este coloquio:
¿qué lugar asignar a la escritura en el sistema de la lengua?
Si, como yo creo, la escritura duplica la lengua fonémica,
no en el sentido de que “es su doble”, sino en el sentido de que
se ha creado junto al lenguaje primero su propio lugar, que para
algunos pueblos y en ciertos contextos históricos se ha vuelto,
con objetivos específicos, tan importante como el otro, entonces
se trata en este caso de dos “lenguas”, o “variedades universa­
les” de las lenguas, que llamaremos, por razones de claridad:
lengua fonémica
lengua grafémica
Si, por otro lado, se les reconoce a ciertas escrituras la
propiedad de ser mixtas y la polivalencia de los signos, se hace
imposible quedar satisfechos con el modelo llamado de “corres­
pondencia secundaria” (modelo de secundariedad):

contenido
i
expresiones orales
'i'
expresiones escritas

o incluso con el triángulo tradicional (modelo trilateral 1):

contenido

expresiones orales expresiones escritas

Teniendo en cuenta la existencia, tanto en lo escrito como


en lo oral, de signos que dependen de la 2- articulación (cenemas),
y otros de la 1- (pleremas), habría que representarse este
triángulo, como lo hacía Vachek desde 1939, del siguiente modo
(modelo trilateral 2):

324
Lengua
(o norma lingüística universal)

norma del lenguaje hablado norma del lenguaje escrito

expresiones orales expresiones escritas

Figura 5
Esquema de Vachek
(“Zum Problem der Geschriebenon Sprache”, TCLP 8, 1939, p. 98)

Es necesario precisar también que las interconexiones son,


en general, a la vez unilaterales, bilaterales y trilaterales:
- lenguaje hablado - Lengua
- lenguaje escrito - Lengua
- lenguaje hablado - lenguaje escrito
- lenguaje hablado - lenguaje escrito - Lengua
No volveremos aquí a la noción de “la autonomía” posible
de los accesos a ambos tipos de comunicación, lo que, en mi
opinión, es incuestionable a la vez que constituye un falso
problema. A mi criterio, se trata más de una cuestión de
estrategias o de procesos que de una noción que interese al
sistema mismo.
En efecto, es posible encontrar situaciones de lectura
separadas de la lengua oral (es el caso por ejemplo de una
lengua que se puede leer, pero no oralizar, o la aproximación a
una lengua muerta, etc.). Pero no es posible imaginar, en
condiciones normales de comunicación, cómo el locutor-escritor
de una lengua dada, capaz de leer en voz alta o visualmente, de
escribir al dictado, de grabar, de leer y escribir al mismo tiempo,
etc. (las soluciones informáticas actuales son de una riqueza
notable en este respecto), en una palabra, de dominar parcial o
totalmente, a su voluntad, uno u otro medio, o de ligarlos por así
decirlo “en directo”, ¿cómo un locutor-escritor tal no tendería
puentes entre estas diversas competencias, y por ende no se
construiría, “en algún lado”, un conjunto abstracto de
interconexiones que le permitieran asegurar todos estos pasa­
jes, separada o conjuntamente?
325
Lo que he querido expresar mediante mi “modelo de L
prima”, que yo visualizo del siguiente modo (semejante a un
pentaedro, o a una pequeña casa de dos pisos):

1- articulación

2- articulación

A B
Lengua fonémica Lengua grafémica

Reglas de correspondencia
fonémico-grafémicas

Figura 6
El modelo de L prima

Este esquema puede formalizarse del siguiente modo:

TODO LENGUAJE L PROVISTO DE UN ORAL A Y DE UN SISTEMA


DE ESCRITURA DESARROLLADO B SE CONVIERTE EN L \ SEGUN
LA ECUACION A X B = L> L ’.

Referencias bibliográficas

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nQ39, nov. 1973.
Catach, N.: “L’écriture et le signe plérémique”, en Modeles linguisti-
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Aspects de l’ambiguité et de la paraphrase dans les langues naturelles, Peter
Lang (bajo la dirección de C. Fuchs), 1985, p. 73-102.
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au systéme de la langue”, en International Research in Graphemi.es and
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Catach, N.: “New Trends in Writing Systems Theories”, GURTH Round
Table 1986, Georgetown University, publicado en 1987.
Catach, N.: “Graphétique”, “Graphémique”, “Graphétique et graphémi-
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326
Catach, N. (comp.): “Les systémes d’écriture”, n9 especial, Textes et
Documents pour la classe, CNDP, 1992.
Gelb, I.J.: A Study of Writing, The Foundation of Grammatology,
Chicago, Chicago Press, 1953 [versión francesa, Pour une théorie de Uécriture,
París, Flammarion, 19731
Haas, W.: Writing without Letters, Manchester, Manchester University
Press, 1976,

Discusión

F. C o u l m a s : Usted dijo que el problema de los nombres propios en chino era


que los caracteres tienen siempre una significación. Pero hay un grupo de
cincuenta caracteres que se utilizan siempre para escribir esos nombres
propios, o las palabras extranjeras. Esos caracteres tienen una etimología,
pero cuando se los utiliza para nombres propios, para un chino, son vacíos [de
sentido]. Si me permite una analogía, el nombre Philippe, que se puede
explicar por hippos (que quiere decir “caballo”), tiene una etimología, pero se
puede decir también que el nombre Philippe, utilizado corrientemente, deja
de tener significación.
N. C a t a c h : Precisemos un poco las cosas. Ayer Coyaud dijo también que había
en chino un millar de signos que se utilizaban solamente como signos “vacíos”,
como fonogramas. Pero las opiniones sobre este punto son, cuando menos,
divergentes. French, por ejemplo, en el libro de Haas de 1976, así como
Sampson, y muchos otros, insisten sobre el hecho de que en ciertos contextos,
para los nombres propios, se utilizan efectivamente signos que son tomados
únicamente en su valor cenémico silábico, pero los mismos caracteres,
utilizados en otra parte, recobran sus sentidos. Como decía Granetya en 1934
(en La Pensée chinoise), a propósito del signo chino, “al representar la cosa, no
la pierde”. Los signos sólo son vacíos provisionalmente. Pueden adquirir ya el
valor cenémico, ya el valor plerémico. Esto depende de las personas (de su
nivel cultural), pero también de los contextos. Lo mismo sucedía, por ejemplo,
con los jeroglíficos, o ciertos caracteres mayas. Este es tino de los aspectos más
interesantes pero también más difíciles de aprehender en el análisis de las
escrituras. Pero también ocurre en la lengua oral. La regla es la pluralidad de
los sentidos y las funciones.
F. C.: Sí, es verdad. En el caso de los nombres propios, se utiliza solamente uno
de los aspectos de estos caracteres; por ejemplo, la palabra Marx se la escribe
con tres caracteres, que se leen MA-KE-SI. donde el carácter aislado MA
significa en sí mismo caballo, pero se escribe siempre la sílaba MA en todos
los contextos cenémicos (para los préstamos en particular) con el mismo
carácter MA, que ha perdido su sentido de caballo.
N. C.: Si puedo decirlo, ¡usted trae agua para mi molino! Lo que usted dice
confirma, me parece, mi teoría general de las escrituras en tanto que
plurisistemas. En chino, como en otras escrituras, encontramos también el
carácter mixto.

327
J. Anís: Ante todo quisiera manifestar mi acuerdo con el modelo propuesto por
la señora Catach. Este modelo supone un enriquecimiento mutuo de la lengua
escrita por la lengua oral, y a la inversa, y de un modo general, una
multiplicación de las posibilidades déla lengua. Un ejemplo bastante elocuen­
te podría mostrarlo, es el de las siglas, que antiguamente pertenecían a la
esfera de lo escrito; por ejemplo, una C funcionaba de manera autónoma, una
E remitía oralmente a una é, una é, una en, etc., mientras que hoy en día
tenemos una tendencia a crear siglas que sean oralizables, y que por consi­
guiente actúen a la vez en las dos dimensiones.
N. C.: Si me lo permite, hay allí restricciones de orden fonológico. Por ejemplo,
una sigla como S.N.C.F no puede entrar en una “palabra” directamente
oralizable, mientras que la sigla C.G.T. puede hacerlo, de tal modo que ha dado
incluso un derivado, cegetista. Asimismo URSSAF, etc.
J . A.: Estoy totalmente de acuerdo con usted en analizar las relaciones entre
lo escrito y lo oral de una manera sociolingüística, en términos de situaciones
de comunicación muy precisas: tomar notas de una comunicación oral, etc. Por
ejemplo, en un debate en la Asamblea Nacional, va a haber primero un texto
escrito, que va a ser depositado en el escritorio de la Asamblea; luego, la
intervención del diputado, que eventualmente va a separarse de su texto,
manifestaciones orales del público, etc., y llegamos por último a las
reelaboraciones, luego a un texto publicado. Nuestras sociedades se caracte­
rizan por estos procesos de transposición de un sistema al otro hasta
fenómenos extremadamente complejos. Por otra parte, junto a una estructura
dominante de escritura, habrá otras que van a crear procesos complementa­
rios, por ejemplo el sistema consonántico de las abreviaturas, etc. Yo quisiera
también volver sobre las estrategias de lectura. ¿Qué quiere decir leer?
¿Tomar conocimiento del sentido? ¿De qué modo? El propio alfabeto, según
Goody, puede intervenir en estructuras de memorización, en estructuras de
investigación; hay una pertinencia en el nivel de la lectura.
C. G ruaz : En ocasión de la intervención de M. Ibrahim, la señora Catach
destacó el interés de la globalidad de las marcas del radical, y retomó también
este problema en su propia comunicación. Quisiera decir que el principio del
esquema consonántico radical se encuentra también en francés, pero no
somos forzosamente conscientes de ello. Me pregunto si no estamos en
presencia de una marca universal, con toda la reserva que se requiere para
utilizar el término. Voy a dar un ejemplo, el del verbo faire [hacer] en francés.
¿Qué encontramos? Encontramos constantes: fac, faqon, facilité, fact, f, c, fct,
luego tenemos faic, faict, fie, etc. Quiero decir que hay una suerte de esquema
que es muy recurrente y en el cual no siempre se piensa. ¿Por qué? Porque de
hecho hay, creo, dos niveles de radicales: un radical morfémico, portador de
sentido, al cual, muy a menudo, se le ha adjuntado un prefijo; pero si tomamos
el radical, que llamaré, por razones de brevedad, etimológico, y se lo aísla
según criterios esencialmente distribucionales, si queremos permanecer en
sincronía, nos damos cuenta de que comporta efectivamente marcas muy
recurrentes. Nina Catach decía hace un momento que esto era tal vez más
verdadero aún en inglés que en francés. Pienso que en realidad es verdadero

328
en ambas lenguas. Habría que hacer estudios más profundos, pero no estoy
seguro de que sea, en lo escrito, más verdadero en inglés que en francés; por
la simple razón de que el inglés es una lengua que tiene dos orígenes, uno sajón
(por lo tanto germánico) y uno latino; por consiguiente, suele haber dobletes.
En todo caso, por cierto, en las dos lenguas, el aspecto “ideográfico” (entre
comillas) del radical existe, y lo mismo ocurre en lenguas en las que no se
piensa encontrarlo.
N. C.: La estructura morfemática del radical merecería ciertamente un
estudio particular. Y sobre este punto me inclino hacia J. Anis, o H. Séguin;
en particular respecto de las estructuras de los radicales monosilábicos. Hay
allí algo muy importante, al menos para el francés, pero creo que también para
otras lenguas. Merece ser destacada la importancia del monosílabo, y de la
sílaba en general. En francés, la estructura silábica es en su mayor parte del
tipo consonante/vocal (es decir sílabas abiertas), como en japonés, por lo
demás. En japonés, es prácticamente el 100%; en francés, el 80%. Al menos
hoy, porque en el siglo XVI era prácticamente también el 100%; y si hemos
recuperado el 20% de sílabas cerradas, del tipo consonante/vocal/consonante,
es porque pronunciamos cada vez más letras mudas desde el siglo XVI, y es
lo que ocurre sobre todo en los monosílabos. Pero, por otro lado, y C. Gruaz,
que ha estudiado estos problemas, lo ha confirmado en su tesis, la mayor parte
de los radicales de las familias de palabras son del tipo sílabas cerradas, es
decir consonante/vocal/consonante. Los radicales (en tanto que morfemas)
tienen, pues, en francés una estructura distinta a la de la estructura silábica
cenémica natural.
Voy a contar una pequeña anécdota, para mostrar el interés del tema.
Yo trabajo desde hace muchos años con Elisabeth Dossier, una señora de
ochenta y siete años, que quedó ciega a los cuarenta y cuatro. Ella aprendió
Braille y dedicó su vida a una revisión de ese alfabeto; y sobre todo de las
abreviaturas del Braille, que se han convertido, si me disculpan el término,
en una especie de “cubo de basura” increíble. Todas las generaciones han
añadido abreviaturas. Actualmente hay miles, y ya nadie las reconoce. Hay
abreviaturas para palabras que no aparecen prácticamente nunca, y no las
hay para palabras que aparecen con mucha frecuencia. Finalmente, ella
intentó poner orden. Un día me telefoneó, absolutamente trastornada, y me
dijo: “Acabo de leer en su Tratado que había que respetar la estructura
silábica, y que esa estructura en francés era del tipo consonante/vocal; pero
yo estoy comprobando que la mayor parte de mis abreviaturas del Braille son
del tipo consonante/vocal/consonante, es decir sílabas cerradas. ¿Qué hacer?”
Yo le dije: “Quédese tranquila: la mayor parte de las abreviaturas y de
los acortamientos de palabras en francés se construyen de ese modo. Cuando
se procede a creaciones como prof o instit, esas palabras terminan casi
siempre en consonantes. Las abreviaturas en las que usted trabaja constitu­
yen, si puedo decirlo, “logogramas” en potencia, es decir radicales que tienen
sentido, como los logogramas de otros tipos. El sistema silábico portador de
sentido (l9 articulación) no es en absoluto, ni en lo oral ni en lo escrito, el
m ismo que el sistema cenémico de la sílaba”. ¡Es así!

R. M artin : Finalmente, ¿cómo se formula su definición del grafema, en esta

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construcción compleja, donde todos los componentes se encuentran en inte­
racción?
N. C.: Es verdad, no he podido dar aún aquí una verdadera definición del
grafema, ni mi propia definición de la escritura, por otra parte. Comencemos
por ésta.
Para mí, una escritura es un conjunto de signos organizados, discretos,
articulados y arbitrarios, que permite comunicar cualquier mensaje construi­
do de cierta amplitud, sin pasar necesariamente por la vía del habla natural.
En lo que atañe al lenguaje, están allí los elementos generales de la definición
del signo, conocidos por todo lingüista, como ustedes los habrán reconocido.
Pero es muy importante para nosotros recordarlos aquí, para no hablar de
escritura a tontas y a locas, en particular, por ejemplo, porque las
protoescrituras no son verdaderamente escrituras. Así, cuando hablamos,
para las preescrituras, de conjuntos de “pictogramas”, o de “ideogramas”,
palabras totalmente inadecuadas, se trata en realidad de microsistemas, que
no son capaces de comunicar cualquier mensaje construido de la lengua
natural.
La escritura actual es, de todos los sistemas semiológicos, el único que
ha tomado casi todas sus características esenciales del lenguaje natural, con
sus diferencias, desde luego, pero de manera que, lo repito, sea capaz de
comunicar en sus elementos esenciales cualquier mensaje de una lengua
dada. Ya que sólo ligándose a una lengua dada es capaz de hacerlo; de otro
modo, caemos en la semasiografía. Así, ligada estrechamente a una lengua,
no podrá producir textos de cierta amplitud, cualesquiera sean, en todas
circunstancias (sistema generalizado) sin tomar de ella también las caracte­
rísticas específicas del signo en esa lengua, en particular sus características
de elemento arbitrario, discreto y articulado.
Pasemos ahora al grafema. El grafema, como lo he dicho desde mis
primeras definiciones, no es únicamente cenémico; puede situarse en varios
niveles. En esto, me intereso por el carácter mixto no sólo de los sistemas
europeos, sino también de los sistemas del mundo entero. Lo digo solemne­
mente: en materia de ciencia de la escritura, debemos dejar de ser eurocéntricos;
y concebir por fin una definición del grafema que no moleste a un chino, por
ejemplo, ni excluya otras lenguas, la gran mayoría, a decir verdad. Que pueda
incluir también los sistemas antiguos, cuneiformes, egipcios, mayas, aztecas,
etc., así como los sistemas más exóticos actuales, y eventualmente los
sistemas que aún no han sido descifrados. Nos hace falta hoy, pues, una
concepción amplia y plenamente integrante de la unidad gráfica mínima.
Abordaremos también lo que yo llamo la grafemología general.
Si bien es cierto (teoría de las cuatro soluciones) que, según los casos, la
escritura puede tejer sus relaciones con la lengua oral ya sea por medio de
unidades de segunda articulación (sistemas cenémicos), ya sea por medio de
unidades de primera articulación (sistemas plerémicos), ya sea, lo que es más
frecuente, por ambos a la vez, el grafema debe ser concebido como algo que
puede tomar una y otra vía.
Un paréntesis y una precisión: me estoy alejando del punto de vista de
W. Haas, según el cual el grafema debe ser juzgado como cenémico, a partir
del momento en que transcribe el fonema. Por el contrario, para mí, el grafema

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será establecido en el nivel más bajo de segmentación (es decir que se continúa
la segmentación tan lejos como es posible), pero en el nivel más alto de función:
así, en de ennui [fastidio] transcribe efectivamente un fonema, pero presenta
también un aspecto específico que recuerda la preposición-prefijo en, y por lo
tanto no es solamente una unidad cenémica. Del mismo modo, la oposición
gráfica, en inglés de sea (mar) y de to see (ver), no puede considerarse nula, so
pretexto de que ea y ee transcriben ambos el fonema. Hay allí un suplemento
gráfico pertinente y que debe ser analizado.
Otra precisión al pasar: el carácter mixto implica igualmente la
polivalencia de los signos (propiedad lingüística universal fundamental). Así,
en en ennui [tedio], ea y ee en sea [mar] y see [ver] serán morfofonogramas, a
la vez fonogramas y morfogramas, y los dos últimos presentan indudablemen­
te un tercer valor: oponen los sentidos de dos palabras diferentes, son
logogramas. Este análisis, para el inglés, es compartido actualmente por G.
Sampson: el inglés presenta una escritura esencialmente fono-logográmica.
Volvamos al grafema: la unidad de la lengua grafémica puede ser, pues,
un fonograma, un morfograma o un logograma, o los tres a la vez. En este
respecto, el francés presenta el sistema completo. Posee también, como todas
las lenguas (otro rasgo universal), lo que yo llamo, a falta de algo mejor (para
no crear todavía un nuevo término) ideogramas, que son, para mí, en los
sistemas esencialmente fonográmicos, los signos extraalfabéticos, como la
puntuación, el guión, etc. A esta definición “integrante”, hay que añadir otra,
por así decirlo, “excluyente”: serán considerados como unidades mínimas de
un sistema de escritura, cualquiera sea, todos los elementos de ese sistema
que presenten no sólo cierta frecuencia y cierta cohesión y estabilidad
(criterios distribucionales), sino cierta relación de función y sentido con los
fonemas y/o los morfemas (criterios funcionales). En consecuencia, no todas
la letras serán consideradas obligatoriamente como grafemas, y algunas
serán consideradas arcaísmos, como fuera-de-sistema. En mi opinión, se
produce allí una selección necesaria, que no tiene ya nada que ver con un
distribucionalismo a ultranza. Esta selección no debe hacerse al azar, sino en
razón de la función de un grafema dado. Es lo que yo señalaba desde 1972, en
nuestro primer coloquio (publicado en 1974): “No es posible hablar de siste­
ma gráfico... sino en la medida en que se puede justificar la elección de los
grafemas según su relación con uno u otro de los subsistemas actuales de la
lengua” (p. 97).
Para concluir, tanto sobre el grafema como sobre la teoría de la lengua
escrita en general, es cierto que la cuestión no está resuelta. Se está creando
una disciplina, una verdadera y nueva lingüística de lo escrito, enteramente
separada de la otra por un siglo de esclarecimiento entre los dos medios
humanos fundamentales. Separada pero no divorciada, al menos eso espero.
Pues mi posición, lo repito una vez más (y me ubico aquí en la tradición de los
trabajos de la escuela de Praga), es que lo oral y lo escrito constituyen en regla
general, en sincronía, dos variantes universales de una sola y misma lengua,
que a su vez se enriquece (teoría de L’ o L prima).
Personalmente, deseo que este coloquio tenga una continuación. Se
trata, a no dudarlo, de un gran primer paso en los problemas de los sistemas
de escritura y de las teorías de la lengua escrita en Francia.

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