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INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA

JUAN CALVINO

ESCUELA DOMINICAL
2020

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INSTITUCION DE LA RELIGION CRISTIANA – JUAN CALVINO

SUMARIO

JUAN CALVINO AL LECTOR


AL CRISTIANISIMO REY DE FRANCIA
CAPITULO I
El conocimiento de Dios y de nosotros mismos son realidades inseparables. De qué
manera están unidos.
CAPÍTULO II
Lo que es conocer a Dios y cuál es la finalidad de este conocimiento.
CAPÍTULO III
El conocimiento de Dios se inculca naturalmente en la mente de los hombres.
CAPÍTULO IV
El conocimiento de Dios se debilita o se corrompe en parte por la ignorancia, en parte
por la maldad.
CAPÍTULO V
El conocimiento de Dios resplandece en la creación del mundo y en su continuo
gobierno.
CAPÍTULO VI
La Escritura es necesaria, como guía y maestra, para llegar al conocimiento del Dios
Creador.
CAPITULO VII
Es el testimonio del Espíritu que certifica la autoridad de la Escritura. Es perverso
decir que la autoridad de ella depende del juicio de la Iglesia.
CAPITULO VIII
Es posible por la razón humana constatar pruebas que apoyan la fidelidad y la
confiabilidad de la Escritura.
CAPÍTULO IX
Subvirtiendo todos los principios de la piedad están los fanáticos que, despreciando la
Escritura, se lanzan a seguir sus propias revelaciones.
CAPÍTULO X
Para corregir las supersticiones, la Escritura opone exclusivamente el verdadero Dios
a todos los dioses gentiles.
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CAPÍTULO XI
Es una abominación dar una forma visible a Dios. Todos los que erigen ídolos se
alejan del verdadero Dios.
CAPÍTULO XII
Dios se diferencia de los ídolos para ser El único solamente adorado y servido.
CAPITULO XIII
La Escritura nos enseña que, desde la creación del mundo, la esencia única de Dios se
contiene tres personas.
CAPÍTULO XIV
En la misma creación del mundo y en todas las cosas, la Escritura diferencia con
ciertas marcas El Dios verdadero de los dioses falsos.
CAPÍTULO XV
Cómo fue creado el hombre: las facultades del alma, la imagen de Dios, el libre
albedrío y la primera integridad de la naturaleza.
CAPÍTULO XVI
Por su poder, Dios sostiene y mantiene el mundo creado por Él, y por su providencia
gobierna su totalidad (cada una de sus partes).
CAPÍTULO XVII
Determinación del fin y del alcance de esta doctrina, para que su utilidad sea evidente
para nosotros.
CAPÍTULO XVIII
Dios se sirve de la obra de los malvados y dobla su alma para que lleven a cabo sus
propósitos, de tal manera que Él mismo se mantiene limpio de toda mancha.

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LIBRO PRIMERO DEL CONOCIMIENTO DE DIOS EN CUANTO ES CREADOR Y SUPREMO
GOBERNADOR DE TODO EL MUNDO

JUAN CALVINO AL LECTOR


Por cuanto que en la primera edición de este libro yo no esperaba que hubiese de ser
tan bien recibido, como ha placido a Dios por su infinita bondad que lo fuese, yo en él
fui breve (como lo suelen ser los que escriben libros pequeños), más habiendo
entendido haber sido de casi todos los píos con tanto aplauso recibido, cuanto yo
nunca me atreví a desear, cuanto menos esperar: de tal manera que entendía en mí
que se me atribuía mucho más de lo que yo había merecido, así me sentí tanto más
obligado a hacer mucho mejor mi deber con aquellos que recibían mi doctrina con tan
buena voluntad y amor. Porque yo les fuera ingrato si no satisficiera a su deseo
conforme al pequeño talento, que el Señor me ha dado.
Por lo cual he procurado de hacer mi deber, no solamente cuando este libro se
imprimió la segunda vez, más aún todas cuantas veces ha sido impreso, lo he en
cierta manera aumentado y enriquecido. Y aunque yo no haya tenido ocasión ninguna
de descontentarme de mi pena y trabajo, que entonces tomé, más con todo esto
confieso que jamás he quedado satisfecho ni contento hasta tanto que lo he puesto
en el orden que ahora veis: el cual (como espero) aprobareis. Y de cierto que puedo
por buena aprobación alegar que no he escatimado de servir a la Iglesia de Dios en
cuanto a esto, lo más diligente y afectuosamente que me ha sido posible: y así el
invierno pasado amenazándome la malaria de hacerme partir de este mundo, cuanto
más la enfermedad me apresaba, tanto menos me popaba, ni tenía cuenta conmigo,
hasta tanto que hubiese puesto este libro en este orden que veis: el cual viviendo
después de mi muerte mostrase el gran deseo que yo tenía de satisfacer a aquellos
que ya habían aprovechado, aun deseaban aprovecharse más.
Yo, cierto, lo quisiera haber hecho antes: más esto será asaz con tiempo si asaz bien.
He de contentarme con que este libro haga algún provecho y servicio a la Iglesia de
Dios, aun mayor del que por lo pasado ha hecho. Este es mi único deseo e intento:
como también yo sería muy mal recompensado por mi pena, si no me contentase con
que mi Dios me la aprobase, para menospreciar las locas y perversas opiniones de
hombres necios, o las calumnias y murmuraciones de los malignos y perversos.
Porque, aunque Dios haya ligado del todo mi corazón a tener afecto recto y puro de
aumentar su Reino, y de ser cierto testimonio delante de su Majestad, y delante de
sus Ángeles, que no ha sido otro mi intento ni deseo después que él me ha puesto en
este cargo y oficio de enseñar, sino de aprovechar a su Iglesia declarando y
manteniendo la pura doctrina que él nos ha enseñado: más con todo esto yo no
pienso que haya hombre sobre la tierra tan acometido, mordido y despedazado con
falsas calumnias, como yo. Y sin ir más lejos, al mismo tiempo que esta Epístola se
estaba imprimiendo yo recibí nuevas, y muy ciertas, de Augusta, donde se tenía la
Dieta del imperio, que había por allá corrido un gran rumor, que yo me había tornado
Papista: lo cual había sido en las cortes de los Príncipes con gran facilidad creído. Veis
aquí el buen pago que muchos cortesanos me dan: los cuales muchas veces han
experimentado mi constancia, y por tanto me deberían servir de abogados, si la
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ingratitud no les hubiese sido impedimento: y tanto más justamente deberían juzgar
de mí, cuanto más han conocido quien yo soy. Pero el Diablo con todos los suyos se
engañan mucho, si se piensa abatirme y desanimarme haciéndome cargo de tan
vanas y frívolas mentiras. Porque yo confió que Dios por su suma bondad me dará
gracia de perseverar y de tener una paciencia invencible en el curso de su santa
vocación: de lo cual aún ahora de nuevo yo dio muy buenas muestras a todos los
Cristianos con la impresión de este libro. Mi intento, pues, en este libro ha sido de tal
manera preparar e instruir a los que se querrán aplicar al estudio de la Teología que
fácilmente puedan leer la Sagrada Escritura y aprovecharse de su lección
entendiéndola bien, e ir por el camino derecho sin apartarse de él. Porque pienso que
de tal manera he comprendido la suma de la Religión con todas sus partes, y la he
puesto y digerido en tal orden, que cualquiera que la entendiere bien, podrá
fácilmente juzgar y resolverse de lo que deba buscar frívolas mentiras. Porque yo
confió que Dios por su suma bondad me dará gracia de perseverar y de tener una
paciencia invencible en el curso de su santa vocación: de lo cual aún ahora de nuevo
yo dio muy buenas muestras a todos los Cristianos con la impresión de este libro. Mi
intento, pues, en este libro ha sido de tal manera preparar e instruir a los que se
querrán aplicar al estudio de la Teología que fácilmente puedan leer la Sagrada
Escritura y aprovecharse de su lección entendiéndola bien, e ir por el camino derecho
sin apartarse de él. Porque pienso que de tal manera he comprendido la suma de la
Religión con todas sus partes, y la he puesto y digerido en tal orden, que cualquiera
que la entendiere bien, podrá fácilmente juzgar y resolverse de lo que deba buscar en
la Escritura, y a qué fin deba aplicar todo cuanto en ella se contiene. Así que habiendo
yo abierto este camino, seré siempre breve en los comentarios que haré sobre los
libros de la Sagrada Escritura, no entrando en ellos en largas disputas, ni
entreteniéndome en lugares comunes. Por esta vía los lectores ahorrarán gran
molestia y fastidio: con tal que vengan apercibidos con la instrucción de este libro,
como con un instrumento necesario. Mas por cuanto este mi intento se ve bien
claramente en tantos comentarios que yo he hecho, más quiero mostrado por la obra,
que no alabado con mis palabras. Dios sea con vos amigo lector, y si algún provecho
hicieres con estos mis trabajos, encomiéndame en vuestras oraciones a Dios nuestro
Padre.
De Ginebra, primero de Agosto, 1559.
San Agustín epístola 7: Yo me confieso ser del número de aquellos que escriben
aprovechando, y aprovechan escribiendo.

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AL CRISTIANISIMO REY DE FRANCIA
FRANCISCO PRIMERO DE ESTE NOMBRE, SU PRINCIPE Y SUPREMO SEÑOR,
JUAN CALVINO, PAZ Y SALUD EN JESUS CRISTO
Al principio cuando yo me apliqué a escribir este presente libro, ninguna cosa pensé
menos, Rey potentísimo, que escribir libro el cual fuese después dedicado a vuestra
Majestad: mi intento solamente era enseñar algunos principios, con los cuales los que
son tocados de algún celo de religión, fuesen instruidos en verdadera piedad. Este
trabajo tomaba yo por nuestros franceses principalmente: de los cuales yo veía a
muchos tener hambre y sed de Jesús Cristo, y veía muy pocos de ellos estar bien
enseñados. Haber sido este mi propósito, fácilmente se puede ver por el libro: el cual
yo compuse acomodándome a la más fácil y llana manera de enseñar que me fue
posible. Pero viendo yo que el furor y rabia de ciertos hombres impíos ha crecido en
tanta manera en vuestro reino, que no han dejado lugar ninguno a la verdadera
doctrina, me pareció que yo haría muy bien, si hiciese un libro, el cual juntamente
sirviese de instrucción para aquellos que están deseosos de religión, y de confesión
de fe delante de vuestra Majestad, por el cual entendieseis cual sea la doctrina,
contra quien aquellos furiosos se enfurecen con tanta rabia metiendo a vuestro reino
el día de hoy a fuego y a sangre. Porque no dudaré de confesar que en este libro yo
no haya casi recopilado la suma de aquella misma doctrina que ellos a voces dicen
deber ser castigada con cárceles, destierros, confiscación, y fuego, y que debe ser
echada del mundo.
Acusaciones Injustas Contra Los Evangélicos Perseguidos
Yo muy bien sé con cuán horribles rumores y chismes han henchido vuestras orejas y
entendimiento, a fin de haceros nuestra causa odiosa. Mas debéis considerar
conforme a vuestra clemencia que ninguna inocencia, ni en dichos ni en hechos
habría, si el solamente acusar bastase. Ciertamente si alguno por poner en odio esta
doctrina, de la cual yo pretendo daros cuenta y razón, arguyese ser ella, ya mucho
tiempo ha condenada por común consentimiento de todos los estados, y que muchas
resistencias se han contra ella dado: este tal ninguna otra cosa diga, sino que ella en
parte ha sido violentamente abatida por la conjuración y potencia de los adversarios,
y en parte maliciosamente oprimida con mentiras, engaños y calumnias. Fuerza es
que se le hace cuando cruelísimas sentencias, sin ser su causa oída son pronunciadas
contra ella: y engaño es que ella sin causa sea notada de sediciosa y malhechora. A
fin de que ninguno piense que nosotros nos quejamos sin razón, vuestra Majestad
misma puede ser testigo con cuantas falsas calumnias ella sea cada día infamada
delante de vos: conviene a saber que ella no pretende otra cosa, sino que todos los
reinos y republicas sean arruinadas, la paz sea turbada, las leyes abrogadas, los
señoríos y posesiones destruidas: y, en conclusión, que en todo haya confusión.
Con todo esto vuestra Majestad aun no oye la mínima parte: porque entre el vulgo se
han sembrado en contra de ella cosas monstruosas: las cuales, si fuesen verdad, con
muy justa razón todo el mundo la podría juzgar a ella y a sus autores dignos de mil
fuegos y horcas. ¿Quién se maravillará ahora que ella sea de tal manera aborrecida

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de todo el mundo, pues que se da crédito a tan malditas acusaciones? He aquí por
qué todos los estados de un común acuerdo han conspirado a condenar así a nosotros
como a nuestra doctrina. Los que son constituidos por jueces siendo transportados de
esta pasión, pronuncian por sentencia lo que ellos se han ya forjado en su casa, y
piensan que han muy bien cumplido con su oficio, si a ninguno hayan condenado a
muerte sino a aquel que ha sido convencido, o por su propia confesión, o por testigos
bastantes. ¿Pero de qué crimen? De esta doctrina condenada, dicen ellos. Mas ¿con
qué razón ha sido condenada? Este era el punto de la defensa: no negar la doctrina,
más defenderla por verdadera. Aquí se quita la libertad de abrir la boca.
En Defensa De La Libertad De Los Perseguidos
Por tanto, oh Rey potentísimo, yo no demando sin razón que vos mismo queráis
tomar entre manos el conocimiento de toda esta causa: la cual hasta esta hora ha
sido tratada confusamente, sin ningún orden de derecho, y con una furia impetuosa:
sin la moderación y gravedad que se debe tener en el juzgar. Y no piense vuestra
Majestad que yo pretendo con esto tratar mi defensa en particular, a fin de alcanzar
libertad de poder volver a mi patria donde yo nací: a la cual, aunque yo tengo la
afección de humanidad que le debo tener, pero según que al presente van los
riesgosos, yo no recibo gran pena en estar ausente de ella. Mas yo tomo la causa de
todos los píos, y la del mismo Cristo: la cual el día de hoy está en vuestro reino tan
menoscabada y pisada, que parece que ya no tenga remedio; y esto, más por la
tiranía de ciertos Fariseos, que por vuestra voluntad. Pero cómo se haga esto, no es
menester decirlo aquí. Séase como fuere, esto es cierto, que ella está grandemente
afligida.
Porque tanto han podido los adversarios, que la verdad de Cristo, ya que no es
destruida ni desechada, a lo menos está como cosa de ningún valor; echada al rincón,
escondida y sepultada: y la pobrecita de la Iglesia, o es consumida con crueles
muertes, o alanceada con destierros, o de tal manera amedrentada con amenazas y
espantos, que ella no ose ni aun chistar. Y aun con todo esto ellos insisten con la
rabia y furor que suelen, por dar en tierra con la pared que ellos tanto han socavado,
para al fin concluir con la ruina y estrago que han comenzado. En el entretanto
ninguno hay que se atreva a oponerse contra estas furias. Y si hay algunos que
quieran parecer favorecer de veras a la verdad, dicen que se debe perdonar la
ignorancia e imprudencia de la gente simple. Porque estos modestos de esta manera
hablan, llamando ignorancia e imprudencia aquello que ellos saben ser la certísima
verdad de Dios, e idiotas a aquellos que saben que el Señor los ha en tanto estimado
que les ha comunicado los secretos de la sabiduría celestial. ¡En tanta manera todos
se afrentan del Evangelio!
Pero vuestro oficio será, oh Rey clementísimo, no apartar ni vuestras orejas, ni
vuestro corazón de la defensa de una causa tan justa: principalmente siendo el
negocio de tanta importancia; conviene a saber, como la gloria de Dios será
mantenida sobre la tierra, como la verdad de Dios retendrá su dignidad, como el
reino de Cristo permanecerá en su perfección y ser. Cosa es esta cierto digna de
vuestras orejas, digna de vuestra judicatura, digna de vuestro trono real. Porque el
pensar esto hace a uno verdadero Rey: si él reconoce ser Verdadero ministro de Dios
en el gobierno de su reino, y por el contrario, aquel que no reina para este fin, de
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servir a la gloria de Dios, este tal no es Rey, sino salteador. Y engañase cualquiera
que espera larga prosperidad en reino que no es regido con el cetro de Dios; quiero
decir, con su santa palabra. Porque el oráculo divino no puede mentir, por el cual está
anunciado que el pueblo será disipado cuando la profecía faltare. (Prov. 29:18)
Y no os debéis desdeñar de hacer esto por nuestra bajeza. Nosotros entendemos muy
bien cuán pobrecillos, y cuán abatidos hombrecillos seamos; conviene a saber,
delante de Dios miserables pecadores, delante de los hombres menospreciados:
basura (si así os place) y estiércol del mundo, y aun cosa más vil, si más vil se puede
nombrar. De suerte que ninguna cosa nos resta de que nos podamos gloriar delante
de Dios sino su sola misericordia, por la cual sin ningún merecimiento nuestro
nosotros somos salvos; ni entre los hombres nos queda sino nuestra impotencia, la
cual manifestarla, o como quiera confesarla, es entre los hombres grandísima
vergüenza y menoscabo.
Mas con todo esto es menester que nuestra doctrina esté en más alto lugar que toda
la honra del mundo, y que permanezca invencible sobre todo poder que haya: porque
no es nuestra, sino del Dios viviente, y de su Cristo, al cual el Padre ha constituido
por Rey, para que se enseñoree desde el mar hasta el mar, y desde los nuestros
hasta los fines de la tierra (Salmo 72:8). Y de tal manera se enseñoree, que en
hiriendo toda la tierra con sola la vara de su boca (Is. 11:4), él la haga toda pedazos,
y con ella su fuerza y gloria, como si fuese un vaso de tierra (Salmo 2:9), conforme a
lo que los Profetas han profetizado de la magnificencia de su reino (Dan. 2:32ss).
Es verdad que nuestros adversarios contradicen dándonos en cara que nosotros
falsamente pretendemos la palabra de Dios, de la cual somos (como ellos afirman)
falsarios malignos. Pero vuestra Majestad, conforme a su prudencia, podrá juzgar
leyendo nuestra confesión cuán falsa sea esta acusación y cuán llena, no solamente
de una calumnia maliciosa, más aun de una grande desvergüenza. Aquí también será
bueno decir alguna cosa, la cual os provoque el deseo y atención, o por lo menos os
abra algún camino para leerla. Cuando el Apóstol San Pablo quiso que toda profecía
se conformase con la analogía o proporción de la fe, él puso una certísima regla y
nivel con que se reglase la interpretación de la Escritura. Si, pues, nuestra doctrina se
examinase con esta regla de fe, nuestra es la victoria. Porque ¿qué cosa cuadra mejor
y más propiamente con la fe, que reconocernos a nosotros mismos desnudos de toda
virtud, para ser vestidos de Dios? ¿Varios de todo bien, para ser henchidos de él?
¿Nosotros ser esclavos del pecado, para ser de él librados? ¿Ser ciegos, para que nos
dé la vista? ¿Cojos, para que nos encamine? ¿Débiles, para que nos sustente?
¿Quitarnos a nosotros toda materia de gloriarnos, para que él solo sea el glorioso,
nosotros nos gloriemos en él?
Cuando nosotros decimos estas cosas y otras semejantes, nuestros adversarios dan
voces que, si esto fuese verdad, seria destruida no sé qué ciega luz natural, las
preparaciones que ellos se han forjado para disponernos a venir a Dios, el libre
albedrío, las obras meritorias de vida eterna con sus obras de supererogación. Y esto
porque ellos en ninguna manera pueden sufrir que la honra y gloria entera de todo
bien, virtud, justicia y sabiduría resida en Dios. Mas nosotros no leemos que algunos
hayan sido reprendidos por haber sacado mucha agua de la fuente de agua viva: más
por el contrario son gravemente reprendidos los que cavaron pozos, pozos digo
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resquebrajados, y que no pueden retener el agua (Jer. 2:13). Además ¿qué cosa hay
más conforme a la fe, que el hombre se prometa a sí mismo a Dios por Padre benigno
y favorable, cuando entiende que Jesús Cristo es su hermano y amparo? ¿Que
esperar seguramente todo bien y prosperidad de Dios, cuyo amor infinito se ha en
tanta manera extendido para con nosotros, que a su propio hijo no perdonó, más
antes lo entregó por nosotros? ¿Qué reposar con una cierta esperanza de salud y vida
eterna, cuando consideramos que Cristo nos ha sido dado del Padre, en quien están
tan grandes tesoros escondidos? Aquí nos quieren coger gritando que aquella
certidumbre de fe no carece de arrogancia y presunción. Mas como ninguna cosa
debemos presumir de nosotros, así todo lo habremos de presumir de Dios, ni por otra
razón somos despojados de toda llana gloria, sino para que aprendamos a gloriarnos
en el Señor.
¿Qué diré más? Considere vuestra Majestad por menudo todas las partes de nuestra
causa: tenednos por gente la más maldita de cuantas el día de hoy vivan, si
claramente no hallareis que nosotros somos oprimidos e injuriados porque ponemos
nuestra esperanza en Dios vivo (1 Tim. 4:10), porque creemos ser esta la vida eterna
conocer a un verdadero Dios, y a aquel a quien envió: Jesús Cristo. Por esta
esperanza unos de nosotros son encarcelados, otros azotados, otros son sacados a la
vergüenza, otros desterrados, otros cruelísimamente son atormentados, otros
huyendo se escapan: todos padecemos aflicción, somos tenidos por malditos y
excomulgados, e injuriados y tratados inhumanamente. Considere vuestra Majestad
por otra parte a nuestros adversarios (yo hablo del estado eclesiástico, por cuyo
antojo y apetito todos los otros nos son enemigos) y advertid juntamente conmigo la
pasión que los mueve.
Actitudes Contradictorias de los Críticos de la Reforma
Ellos fácilmente se permiten a sí mismos y a los demás ignorar, menospreciar, no
hacer caso de la verdadera religión que nos está enseñada en la santa Escritura, y
debería valer entre nosotros; y piensan no hacer mucho al caso qué es lo que crea, o
no crea cada cual de Dios y de Jesús Cristo, con tal que con fe implícita (como ellos
llaman), que quiere decir, intricada y revuelta, sujete su entendimiento a la
determinación de la Iglesia. Ni tampoco hacen mucho caso si acontezca que la gloría
de Dios sea profanada con manifiestas blasfemias: con tal que ninguno hable palabra
contra el primado de la silla Apostólica, ni contra la autoridad de la santa madre
Iglesia. ¿Por qué, pues, ellos con tanto furor y violencia batallan por la Misa,
Purgatorio, peregrinaciones y otros semejantes desatinos, de tal manera que ellos
niegan la verdadera piedad poder consistir, si todas estas cosas no son tenidas
creídas por fe explicada (por hablar así) aunque ninguna cosa de ellas puedan probar
por la palabra de Dios? ¿Por qué, sino por cuanto su Dios es el vientre, y su religión
es la cocina, las cuales cosas quitadas, no solamente ellos piensan no ser Cristianos,
más ni aun hombres? Porque, aunque algunos de ellos se tratan delicadamente con
grande abundancia, y otros viven royendo mendrugos de pan, todos empero viven de
una misma olla, la cual sin tales ayudas no solamente se enfriaría, más aún se helaría
del todo. Por esto cualquiera de ellos cuanto es más solícito por el vientre, tanto es
más celador y fortísimo defensor de su fe. Finalmente, todos ellos desde el mayor

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hasta el menor, en esto concuerdan, o en conservar su reino, o su vientre lleno: no
hay ni uno delios que muestre la menor apariencia del mundo de celo de Dios.
Y con todo esto no cesan de calumniar nuestra doctrina, y acusar e infamarla por
todas las vías posibles para hacerla odiosa y sospechosa. La llaman nueva, y de poco
tiempo acá imaginada; dan en cara que es dudosa e incierta; demandan con qué
milagros haya sido confirmada; preguntan si sea licito que ella esté en pie contra el
consentimiento de tantos Padres antiguos y contra la antigua costumbre; insisten en
que confesemos ser cismática, pues hace la guerra a la Iglesia, o que digamos la
Iglesia haber estado muerta tantos años ha, en los cuales nunca se oyó tal doctrina.
Finalmente dicen no ser menester muchas pruebas porque por los frutos se puede
conocer cuál ella sea, pues que ha producido de si una tan gran multitud de sectas,
tantas revueltas y tumultos, y una licencia tan sin freno de pecar.
Si cierto, a ellos les es bien fácil entre la gente necia, y que es fácil de creer, mofarse
de la causa desamparada y sola; pero si nosotros también tuviésemos nuestras veces
de hablar, yo creo que su hervor, con que tan boca llena y con tanta licencia dicen
cuanto quieren, se resfriaría.
¿Es nueva esta doctrina?
Primeramente, en llamarla Nueva, ellos hacen grandísima injuria a Dios, cuya sagrada
palabra no merecía ser notada de novedad. Yo tengo por cierto que en ninguna
manera es ella para aquellos nueva, para quien Cristo es nuevo, y su Evangelio es
nuevo: más aquellos que conocen aquel sermón de San Pablo antiguo: Jesús Cristo
estar muerto por nuestros pecados, y ser resucitado por nuestra justificación, no
hallarán cosa nueva en nosotros. Cuanto al haber estado hace mucho tiempo,
escondida y sepultada, la falta estuvo en la impiedad de los hombres: ahora cuando
por la bondad de Dios nos es restaurada, debía por lo menos ser recibida en su
autoridad antigua, jure, como dicen las Leyes, postliminio.
De la misma fuente de ignorancia viene que ellos la tengan por dudosa e incierta.
Esto sin duda es lo que el Señor por el Profeta se queja que el buey conoció por su
dueño, y el asno al pesebre de su señor, más que Israel no lo conoció por él. Pero
como quiera que ellos se burlen de la incertitud de nuestra doctrina, si ellos hubiesen
de sellar su doctrina con su propia sangre, y con el peligro de sus vidas, bien se
podría entonces ver en qué estima tendrían la suya. Muy otra es nuestra confianza: la
cual ni teme los horrores de la muerte, ni aun al mismo tribunal de Dios.
El Papel de los Milagros
En cuanto al demandarnos milagros, ellos lo hacen muy mal. Porque nosotros no nos
inventamos otro Nuevo Evangelio: más retenemos aquel mismo para confirmación de
cuya verdad sirven todos los milagros que Cristo, o sus Discípulos hicieron. Pero
podrán decir que ellos tienen esto más que nosotros, que pueden confirmar su
doctrina con continuos milagros que se hacen hasta el día de hoy. A lo cual respondo
que ellos alegan milagros, los cuales podrían hacer dudar, y mal pensar a un hombre
que estuviese desinteresado y sin pasión, en tanta manera son o frívolos, o vanos, o
mentirosos y falsos, con todo esto, aunque ellos fuesen los más admirables que se
pudiesen pensar, no convendría que ellos fuesen de algún valor en contra de la

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verdad de Dios. Pues que es menester que el nombre de Dios sea siempre y en todo
lugar santificado: séase o por milagros, o por el orden natural de las cosas. Pudiera
ser que el engaño fuera más aparente, si la Escritura no nos avisara cuál sea el
verdadero uso de los milagros. Porque San Marcos dice que los milagros que los
Apóstoles hicieron sirvieron para confirmar su doctrina. De la misma manera cuenta
San Lucas que el Señor, cuando los Apóstoles hacían los milagros y portentos, dio
testimonio a la palabra de su gracia. Muy semejante a esto es lo que dice el Apóstol,
que la salud anunciada por el Evangelio ha sido confirmada por el Señor con señales,
portentos y otros diversos milagros.
Cuando nosotros oímos que los milagros deben ser sellos para sellar el Evangelio, ¿los
convertiremos nosotros para destruir la autoridad de él? ¿Cuándo oímos que ellos son
apropiados solamente para establecer la verdad, hemos de aplicarlo nosotros para
fortificar la mentira? Por tanto, es necesario que la doctrina (la cual dice el
Evangelista que debe preceder) primeramente se ha de examinar y escudriñar: la
cual si fuere aprobada, entonces podrá muy bien ser confirmada con los milagros. Y la
señal de la buena doctrina (como enseña Cristo) es esta: si ella no se inclina a buscar
la honra de los hombres, sino la de Dios. Pues Cristo afirma que tal debe ser la
prueba de la doctrina, en vano se toman los milagros, los cuales traen a otro fin, que
a hacer ilustre el nombre de un solo Dios. Es menester que nos acordemos que
Satanás también tiene sus milagros: los cuales, aunque son más ilusiones que
verdaderas virtudes, con todo esto son tales, que pueden engañar a los simples y
rudos. Los nigrománticos y encantadores han sido siempre muy afamados por sus
milagros. La idolatría de los gentiles ha sido sustentada con milagros maravillosos; los
cuales con todo esto no nos son suficientes para aprobar la superstición de los
nigrománticos, ni de los idólatras.
Los Donatistas1 con este mismo artificio abusaban de la simplicidad del pueblo,
diciendo que ellos hacían milagros. Nosotros, pues, ahora mismo respondemos a
nuestros adversarios lo que por entonces respondía San Agustín a los Donatistas. Que
el Señor nos ha hecho asaz avisados contra estos milagreros, profetizando que se
levantarían falsos Profetas, los cuales con falsas señales y diversos milagros harían
caer en error, si posible fuese, aun a los escogidos. Y San Pablo nos advirtió que el
reino del Anticristo había de ser con toda potencia, señales, y falsos milagros. Pero
dirán que estos milagros no son hechos por los ídolos, no por encantadores, no por
falsos Profetas, sino por los santos. Como que nosotros no entendamos ser esta arte
de Satanás transfigurarse en Ángel de luz. Los Egipcios en otro tiempo honraron al
Profeta Jeremías que estaba sepultado en la tierra de ellos, con sacrificios y otras
honras debidas a Dios. Cómo, ¿no abusaban del santo Profeta de Dios para sus
idolatrías? y con todo esto con tal manera de honrar su sepulcro conseguían que
pensasen que el haber sido ellos sanados de las mordeduras de las serpientes era
salario recompensa de la honra que hacían al sepulcro. ¿Qué diremos, sino que este
ha sido y siempre será un castigo de Dios justísimo al enviar eficacia de ilusión si
aquellos que no han recibido el amor de la verdad, para que crean a la mentira?

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Donatismo - Movimiento cismático comandado por Donato el Grande, obispo de Cartago (313–343). Basando sus enseñanzas
en los escritos de Tertuliano y Cipriano, sobrevaloraba a la iglesia visible y el desempeño de los sacerdotes. Con el tiempo, los
seguidores de Donato llegaron a considerarse los únicos verdaderos creyentes, provocando divisiones en el seno del
cristianismo.
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Así que no nos faltan milagros y muy ciertos, y de quien ninguno se debe mofar. Mas
los que nuestros adversarios jactan, no son sino puras ilusiones de Satanás con que
retiran al pueblo del verdadero servicio de Dios a vanidad.
El Testimonio de los Padres
Además de esto calumniosamente nos dan en cara con los Padres (yo entiendo por
Padres los escritores antiguos del tiempo de la primitiva Iglesia, o poco después)
como si los tuviesen por autores de su impiedad: por la autoridad de los cuales, si
nuestra contienda se hubiese de fenecer, la mayor parte de la victoria (no me quiero
alargar más) sería nuestra.
Pero siendo así que muchas cosas hayan sido escritas por los Padres sabia y
excelentemente, y en otras les haya acontecido lo que suele acontecer a los hombres
(conviene si saber, errar y faltar), estos buenos y obedientes hijos conforme a la
destreza que tienen entendimiento, juicio y voluntad, adoran solamente sus errores y
faltas: más lo que bien han dicho, o no lo consideran, o lo disimulan, o pervierten: de
tal manera que no parece sino que aposta su intento fue coger el estiércol no
haciendo caso del oro que entre el estiércol estaba, y luego nos quiebran la cabeza
con su importuno vocear llamándonos menospreciadores y enemigos de los Padres.
Empero tanto falta que nosotros menospreciemos a los Padres, que, si al presente
hubiese yo de tratar, muy fácil me seria probar por sus escritos la mayor parte de lo
que el día de hoy decimos. Mas nosotros de tal manera leemos sus escritos, que
siempre tenemos delante de los ojos lo que dice el Apóstol: que todas las cosas son
nuestras para servirnos de ellas, no para que se enseñoreen de nosotros: y que
nosotros somos de solo Cristo, al cual sin excepción ninguna se debe obedecer en
todas las cosas. El que no tiene este orden, ninguna cosa tendrá cierta en la fe, pues
que muchas cosas ignoraron los Padres: muchas veces contienden entre sí, otras,
ellos se contradicen a sí mismos.
No sin causa (dicen nuestros adversarios) Salomón nos avisa que no pasemos los
límites antiguos que nuestros Padres pusieron, pero no ha de guardar la misma regla
en los límites de los campos y en obediencia de la fe, la cual debe ser tal, que se
olvide su pueblo de la casa de su padre. Mas si en tanta manera se huelgan con
alegorías, ¿por qué no entienden por Padres si los Apóstoles, antes que otros, cuyos
límites y término no es lícito moverlos de su lugar? Porque así lo interpretó San
Jerónimo, cuyas palabras ellos alegaron en sus Cánones. Y si ellos aun todavía
quieren que los límites de aquellos, que ellos interpretan por Padres, sean fijos y
firmes; ¿por qué causa ellos, todas las veces que se les antoja, los pasan tan
atrevidamente?
Del número de los Padres eran aquellos de los cuales uno dijo que nuestro Dios ni
comía ni bebía y que por tanto no había menester de cálices ni platos; el otro, que los
oficios divinos de los Cristianos no requerían oro ni plata y que no agradaban con oro
las cosas que no se compran por oro. Así que ellos pasan los límites, cuando en sus
oficios divinos en tanta manera se deleitan con oro, plata, marfil, mármol, piedras
preciosas y sedas, y no piensan que Dios sea, como debe, honrado, si no haya grande
aparato externo y una pompa superflua.

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Padre también era el que dijo que él libremente osaba comer carne, cuando los otros
se abstenían por cuanto él era Cristiano. Así que pasaron los términos cuando
excomulgaron a toda persona que en tiempo de Cuaresma gustare carne.
Padres eran, de los cuales el uno dijo que el monje (o fraile) que no trabaja de sus
manos, debe ser tenido por un ladrón y salteador; otro, no ser licito a los monjes (o
frailes) vivir de mogollón, aunque sean muy diligentes en sus contemplaciones,
oraciones y estudios. También, pues, pasaron este límite, cuando pusieron los
vientres ociosos y panzudos de los frailes en burdeles, quiero decir, en sus
monasterios, para que engordasen del sudor de los otros.
Padre era el que dijo que era horrenda abominación ver una imagen o de Cristo o de
algún santo en los templos de los Cristianos, y esto no lo dijo un hombre solo, sino
aun un Concilio antiguo determinó, que lo que es adorado no sea pintado por las
paredes. Mucho falta para que ellos se detengan dentro de estos límites, pues que no
han dejado rincón que no hayan llenado de imágenes.
Otro de los Padres aconsejó que después de haber ejercitado la caridad que se debe
con los muertos, que es sepultarlos, los dejásemos reposar. Estos límites han
traspasado haciendo tener una perpetua solicitud por los muertos.
También era uno de los Padres el que afirma que la substancia y ser del pan y del
vino de tal manera permanece en la Eucaristía y no deja de ser, como permanece en
Cristo nuestro Señor la naturaleza humana junta con la divina. Pasan pues este límite
los que hacen creer que luego al momento que las palabras de la consagración son
dichas, la substancia del pan y del vino deja de ser para que se convierta, o
transubstancie (como ellos llaman) en el cuerpo y sangre de Jesús Cristo. Padres eran
los que de tal manera distribuían a toda la Iglesia solamente una suerte de Eucaristía,
y como de ella ahuyentaban a los perversos y malvados, así gravísimamente
condenaban a todos aquellos que siendo presentes no comulgasen. ¡Oh, cuánto han
traspasado estos límites! pues que no solamente llenan de Misas los templos, más
aún las casas particulares. Admiten a oír sus Misas a todos, y tanto con mayor alegría
admiten a la persona, cuanto más desembolsa, por más mala y abominable que sea.
A ninguno convidan a la fe en Cristo, ni al verdadero uso de los Sacramentos, antes
venden su obra por gracia y mérito de Cristo. Padres eran, de los cuales uno ordenó
que fuesen del todo apartados del uso de la Cena todos aquellos que se contentasen
con una sola especie del Sacramento y se abstuviesen de la otra. El otro fuertemente
contiende que no se debe negar al pueblo Cristiano la sangre de su Señor, por
confesión del cual es mandado derramar su propia sangre. También quitaron estos
límites cuando rigurosamente mandaron la misma cosa, que el uno de estos dos
castigaba con excomunión, y el otro con bastantísima razón condenaba.
Padre era el que afirmó ser temeridad determinar de alguna cosa escura o por la una
parte o por la otra, sin claros y evidentes testimonios de la Escritura. Se olvidaron de
este límite, cuando sin ninguna palabra de Dios constituyeron tantas constituciones,
tantos Cánones, tantas magistrales determinaciones.
Padre era el que entre otras herejías dio en cara a Montano que él fue el primero que
impuso leyes de ayunar. También traspasaron mucho este límite, cuando
establecieron ayunos con durísimas leyes.
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Padre era el que prohibió que el matrimonio fuese vedado a los Ministros de la
Iglesia, y testificó ser castidad el ayuntamiento con su legítima mujer. Y Padres
fueron los que se conformaron con él. Ellos han traspasado este límite cuando con
tanto rigor prohibieron el matrimonio a sus Eclesiásticos.
Padre era el que dijo, que solo Cristo debía de ser oído, del cual está escrito: “A él
oíd”. Y que no se debía hacer caso de lo que otros antes de nosotros hubiesen hecho,
o dicho, sino de lo que Cristo (que es el más antiguo de todos) haya mandado.
Tampoco se entretuvieron dentro de este límite, ni permiten que otros se detengan,
constituyéndose para sí y para los demás otros enseñadores que Cristo.
Padre era el que mantuvo que la Iglesia no se debía preferir por Cristo; porque Cristo
siempre juzga justamente, más los jueces Eclesiásticos, como hombres, se pueden
engañar muchas veces. Traspasando, pues, también este término, no dudan afirmar
que toda la autoridad de la Escritura depende del arbitrio de la Iglesia. Todos los
Padres, de un común consentimiento, y por una voz, abominaron que la santa palabra
de Dios fuese contaminada con las sutilezas de los Sofistas, y que fuese revuelta con
las contiendas y debates de Los Dialécticos. ¿Se entretienen ellos por ventura dentro
de estos límites, cuando no pretenden otra cosa en todo cuanto hacen, sino oscurecer
y sepultar la simplicidad de la Escritura con infinitas disputas y contiendas más que
sofísticas? De tal manera, que, si los Padres resucitasen ahora, y oyesen tal arte de
reñir, la cual estos llaman Teología especulativa, ninguna cosa creería menos que ser
tales disputas de cosas de Dios.
Pero ¿cuánto se prolongaría mi oración, si yo quisiese contar con cuánto atrevimiento
éstos sacuden el yugo de los Padres, de los cuales ellos quieren ser tenidos por hijos
muy obedientes? Por cierto, me falta ya tiempo y vida para contarlo. Y con todo esto,
ellos son tan desvergonzados, que se atreven a darnos en cara que hemos traspasado
los límites antiguos.
Valor de la <<costumbre>> con la verdad
Cuanto, al enviarnos por la costumbre, ninguna cosa les aprovecha. Porque se nos
haría una gran injusticia si fuésemos constreñidos por sujetarnos a lo acostumbrado.
Cierto si los juicios de los hombres fuesen los que deben, la costumbre se debería
tomar de los buenos. Pero muy de otra manera muchas veces acontece. Porque lo
que ven que muchos hacen, eso es lo que luego queda por costumbre. Y esto es
verdad, que nunca los negocios de los hombres fueron tan bien reglados, que lo que
fuese mejor pluguiese a la mayor parte. Así que, de los particulares vicios de este y
del otro se ha hecho un error general, o por mejor decir, un común consentimiento de
vicios: el cual estos hombres honrados quieren que valga por ley. Los que tienen
ojos, ven que no un solo mar de vicios ha crecido, que todo el mundo está
corrompido con tantas pestilencias contagiosas, y que todo va de mal en peor, de
suerte, que o es menester perder toda la esperanza de remedio, o se ha de poner la
mano a tantos males, y esto no menos que por medios violentos.
Y se quita el remedio, no por otra razón sino porque ya hace mucho tiempo estamos
acostumbrados y hechos a los males. Pero, aunque el error público tenga lugar en las
repúblicas de los hombres, con todo esto en el reino de Dios no se debe oír ni guardar
sino sola su eterna verdad: contra la cual ninguna prescripción ni de largos años, ni
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de costumbre anciana, ni de conjuración alguna vale. De esta manera Isaías en su
tiempo instruía a los escogidos de Dios que no dijesen Conspiración a todo lo que el
pueblo dijese Conspiración. Que quiere decir, que ellos no conspirasen juntamente
con el pueblo malvado, y que no lo temiesen, ni hiciesen cuenta de él, más que antes
santificasen al Señor de los ejércitos, y que él fuese su temor y pavor.
Así que, ahora que nuestros adversarios nos objetan tantos ejemplos como querrán, y
de los tiempos pasados y del presente, nosotros santificáremos al Señor de los
ejércitos y no nos espantaremos mucho. Séase que muchas edades y siglos hayan
consentido en una misma impiedad, el Señor es fuerte asaz para vengarse hasta en la
tercera y cuarta generación: séase que todo el mundo haya conspirado a una en una
misma maldad, Él nos ha enseñado con la experiencia cual sea el paradero de
aquellos que pecan con la multitud, cuando destruyó todo el linaje humano con el
diluvio, guardando a Noé con su pequeña familia, el cual por su fe se condena por
todo el mundo. Finalmente, la mala costumbre no es otra cosa que una pestilencia
general, en la cual no menos perecen los que mueren entre la multitud, que los que
perecen solos. Además de esto sería menester ponderar lo que en cierto lugar dice
San Cipriano: que los que pecan por ignorancia, aunque no estén del todo sin culpa,
con todo eso parecen ser en alguna manera excusables, pero los que con obstinada
herejía desechan la verdad cuando les es ofrecida por la gracia de Dios, ninguna
excusa tiene.
¿Dónde estaba la Iglesia Verdadera?
Tampoco nos apresan tanto, como se piensan, con su otro argumento, que llaman
dilema, que nos compelan para confesar, o que la Iglesia fue por algunos tiempos
muerta, o que nosotros hacemos el día de hoy la guerra contra la Iglesia. La Iglesia
de Cristo ciertamente vivió, y vivirá en tanto que Cristo reinare por la diestra del
Padre, con cuya mano es sustentada, con cuyo favor es defendida, y con cuya virtud
es fortificada. Él sin duda cumplirá lo que una vez ha prometido: que asistirá a los
suyos hasta la consumación del siglo. Contra esta Iglesia nosotros ninguna guerra
movemos. Porque de un consentimiento y acuerdo con todo el pueblo de los fieles
reverenciamos y adoramos a un Dios, y a un Cristo señor nuestro, como siempre fue
de todos los píos adorado. Pero ellos no poco se han alejado de la verdad cuando no
reconocen por Iglesia sino a aquella que ellos a ojos vistas vean, a la cual quieren
encerrar dentro de ciertos límites en que ella nunca ha estado encerrada.
En estos puntos se funda toda nuestra controversia. Cuanto, a lo primero, ellos
demandan una forma de Iglesia, la cual siempre sea visible apariencia. Además de
esto constituyen esta forma de Iglesia en la cátedra de la Iglesia Romana y en el
estado de sus prelados. Nosotros al revés, decimos que la Iglesia puede consistir sin
apariencia visible, y que forma no consiste en esta majestad que se ve, a la cual ellos
locamente tienen admiración, sino en otra muy diferente señal: conviene a saber, en
la pura predicación de la palabra de Dios, y en la legítima administración de los
Sacramentos. No pueden sufrir que la Iglesia no sea siempre mostrada con el dedo.
Pero ¿cuántas veces aconteció que ella fuese tan deformada en el pueblo Judaico, que
ninguna apariencia restaba? ¿Qué forma de Iglesia pensamos que se ve cuando Elías
se quejaba que él solo había quedado? ¿Cuántas veces después de la venida de Cristo
al mundo ha estado al rincón sin ningún lustre? ¿Cuántas veces después acá ha sido
15
oprimida con guerras, sediciones y herejías, de tal manera que en ninguna parte se
podía ver? ¿Por Ventura si ellos vivieran en aquellos tiempos, creyeran que había
Iglesia? Pero Elías oyó estar aun vivos siete mil varones, los cuales no se habían
arrodillado a Baal.
Y no debemos dudar que Cristo no haya siempre reinado en la tierra después que
subió al cielo. Mas si los fieles buscaran entre tantas calamidades alguna notable
forma de Iglesia que se viera con los ojos, ¿por ventura no desmayaran? Y cierto San
Hilario ya en su tiempo tuvo esto por gran vicio que los hombres siendo cegados con
la desatinada reverencia en que ellos tenían a dignidad Episcopal, no consideraban la
pestilencial hedentina que estaba encubierta debajo de aquella máscara, cuyas
palabras son estas: De una cosa os aviso, guardaos del Anticristo. Vosotros
embargáis mucho con el amor de las paredes buscando la Iglesia de Dios en la
hermosura de los edificios pensando que la Iglesia, unión de los fieles, esté ahí. Pues
mal lo pensáis. ¿Cómo dudáis que el Anticristo haya de tener su silla en ellos? Los
montes, bosques, lagos, cárceles y escondrijos me son más seguros. Porque en estos
los Profetas estando escondidos profetizaban.
¿Y qué es lo que el día de hoy el mundo honra en sus Obispos de mitra, sino porque
piensa ser más santos y mayores defensores de la religión aquellos que son prelados
en mayores ciudades? Quitad allá tan loco juicio. Mas contrario permitamos esto al
Señor, que pues que Él solo conoce quiénes son los suyos, que a las veces quita de
delante de los ojos de los hombres la externa forma de su iglesia. Yo confieso ser un
horrible castigo de Dios sobre la tierra. Mas si así lo merece la impiedad de los
hombres, ¿por qué nos esforzamos en resistir a la justicia divina? De esta manera en
los tiempos pasados castigó Dios la ingratitud de los hombres. Porque por cuanto
ellos no quisieron obedecer a verdad, y apagaron su lumbre, Él permitió que fuesen
ciegos en sus sentidos, fuesen engañados con enormes mentiras, y fuesen sepultados
en profundas tinieblas, de tal suerte, que ninguna forma de verdadera Iglesia se
viese. Pero entre estas y aquellas Él ha conservado a los suyos en medio de estos
errores y tinieblas, los cuales estaban encubiertos y derramados, el uno por acá y el
otro por allá. Y no hay por qué maravillarnos de esto. Porque él ha aprendido a
guardarlos aun en la misma confusión de Babilonia, y en la llama de la hornaza
ardiente.
Cuanto lo que quieren que la forma de la Iglesia sea estimada por no sé qué llana
pompa, yo, porque no quiero hacer largo proceso, lo tocaré solamente como de
pasada, cuan peligrosa cosa sea. El Papa de Roma (dicen ellos) el cual está sentado
en la silla Apostólica, y los otros Obispos que él ordenó y consagró, representan a la
Iglesia, y deben ser tenidos por tales: por tanto, no pueden errar. ¿Cómo así? Porque
son pastores de la Iglesia y consagrados al Señor. Aarón y los demás que guiaban al
pueblo de Israel, ¿cómo? ¿No eran Pastores? Aarón y sus hijos, habiéndolos ya Dios
elegido por sacerdotes, con todo esto erraron cuando hicieron el becerro. Porque
conforme a esta razón, aquellos cuatrocientos profetas que engañaban a Acab, ¿no
representarían Iglesia? Pero la Iglesia estaba de la parte de Miqueas, que era un
hombre solo y abatido, más con todo esto de su boca salía la verdad. ¿Cómo, los
profetas no representaban nombre y forma de Iglesia cuando se levantaban todos a
una contra Jeremías, y amenazándolo blasonaban ser imposible que la Ley faltase a

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los Sacerdotes, ni el consejo al sabio, ni la palabra al Profeta? A la contra de toda esta
multitud de profetas es enviado Jeremías solo, el cual de parte de Dios denuncie: que
será, que la Ley falte al Sacerdote, el consejo al sabio, y la palabra al Profeta. ¿No se
mostraba otra tal apariencia de Iglesia en aquel Concilio que los Pontífices, Escribas y
Fariseos reunieron para deliberar cómo matarían a Cristo? Váyanse, pues, ahora
nuestros adversarios y hagan mucho caso de una máscara y externo aparato que se
ve, y así pronuncien ser cismáticos Cristo y todos los profetas de Dios verdadero. Y
por el contrario, contrario, digan que los misterios de Satanás son instrumentos del
Espíritu Santo.
Y si hablan de veras, respóndanme simplemente sin buscar rodeos: ¿En qué región, o
en qué pueblos piensan ellos que la Iglesia de Dios resida después que, por sentencia
definitiva del Concilio, que se tuvo en Basilea, Eugenio Papa de Roma fue depuesto, y
Amadeo Duque de Saboya, ¿fue sustituido en su lugar? No pueden negar (aunque
revienten) aquel Concilio en cuanto a la solemnidad y ritos externos, no haber sido
legítimo, convocado no por un Papa solo, sino por dos. En él, Eugenio fue condenado
por cismático, rebelde y pertinaz, y con él todos los Cardenales y Obispos que
juntamente con él habían procurado que el Concilio se deshiciese. Con todo esto,
siendo después sobrellevado por el favor de los Príncipes, recobró su Pontificado; y la
otra elección de Amadeo hecha solemnemente con la autoridad del sacro y general
Concilio, se tomó en humo, sino que el dicho Amadeo fue apaciguado con un Capelo,
como un perro que ladra con un pedazo de pan. De estos herejes y contumaces
descienden todos los Papas, Cardenales, Obispos, Abades y Sacerdotes que después
han sido.
Aquí no se pueden escabullir. Porque ¿cuál de las dos partes dirán que era Iglesia?
¿Por ventura negarán haber sido Concilio general, al cual ninguna cosa faltó cuanto a
la majestad y muestra exterior? Pues solemnemente fue denunciado por dos bulas,
santificado por el Legado de la sede Apostólica, el cual presidia en él, bien ordenado
en todas las cosas, que perseveró en esta su dignidad y majestad hasta que fue
concluido. ¿Confesarán ellos que Eugenio con todos sus adherentes, de los cuales
ellos son santificados, fue cismático? O pues pinten de otra manera la forma de la
Iglesia, o a cuantos, cuantos de ellos son, los tendremos, aun según su doctrina, por
cismáticos, pues que a sabiendas y así queriéndolo ellos, fueron ordenados por
herejes. Y si nunca jamás se hubiera visto antes de ahora, que la Iglesia de Dios no
está atada a las pompas y apariencias exteriores, ellos mismos nos pueden ser asaz
suficiente experiencia de ello, los cuales, con tan gran sobrecejo, so título y nombre
de Iglesia, se han hecho temer de todo el mundo, aunque crean una pestilencia
mortal de la Iglesia. No hablo de sus costumbres, ni de aquellos actos execrables que
siempre por toda su vida cometen, pues ellos dicen que son los Fariseos que se deben
oír, y no imitar.
Vuestra Majestad si quisiere tomar un poquito de pena en leer con atención nuestra
doctrina, conocerá claramente que la misma doctrina de ellos, por la cual quieren ser
tenidos por Iglesia, es una terrible carnicería de ánimas, y un fuego, ruina y
destrucción de la Iglesia.
Luchas suscitadas por Satanás

17
Finalmente, ellos hacen muy mal, echándonos en cara las grandes revueltas,
tumultos y sediciones que la predicación de nuestra doctrina haya traído consigo, y
los frutos que ella el día de hoy produzca en muchos. Porque la culpa de estos males
con gran injusticia y sin razón se le imputa, la cual debería ser imputada a la malicia
de Satanás. Esta es la suerte de la palabra de Dios, que jamás ella sale a luz, sin que
Satanás se despierte y haga de las suyas. Esta es una certísima marca, y que nunca
le falta, con la cual es diferenciada de las falsas doctrinas, las cuales fácilmente se
declaran en que sin contradicción son admitidas de todos, y todo el mundo las sigue.
De esta manera por algunos años pasados, cuando todo estaba sepultado en tinieblas
oscurísimas, este Señor del mundo jugaba y se burlaba como se le antojaba de los
hombres, y como un Sardanápalo se deleitaba a su placer, sin que hubiese quien le
contradijese, ni osase decir: “Mal haces”. Porque ¿qué hubiera de hacer sino reírse y
holgarse, teniendo la posesión de su reino con gran quietud y tranquilidad?
Pero luego que la luz resplandeciendo del cielo deshizo algún tanto sus tinieblas,
luego que aquel fuerte lo salteó y revolvió su reino, entonces comenzó a despertar de
su sueño y quietud, y a arrebatar las armas. Y primeramente incitó la fuerza de los
hombres, con la cual por violencia oprimiese la verdad que comenzaba a mostrarse.
Desde que por esta vía vio que no aprovechaba, se dio a perseguir la verdad de
secreto y por asechanzas. Así que, por los Anabaptistas y otros tales como ellos,
revolvió muchas sectas y diversidad de opiniones con que oscureciese esta verdad, y
finalmente la apagase. Y el día de hoy él porfía a perseguirla con estas dos artes,
porque procura con la fuerza y potencia de los hombres desarraigar aquella verdadera
simiente, y con sus cizañas (cuanto es en él) pretende ahogarla a fin de que no
crezca, ni dé fruto.
Pero todo esto es en vano, si damos orejas a los avisos que el Señor nos da, quien
mucho antes nos ha descubierto sus artes y mañas que tiene, para que no nos
tomase desapercibidos, y nos ha armado de muy buenas armas contra ellas. En
cuanto al resto, ¿cuán gran maldad es echar la culpa a la palabra de Dios, o de las
revueltas, que los perversos y contumaces levantan, o de las sectas que los
engañadores contra ella siembran? Pero esto no es cosa nueva. Le preguntaban a
Elías si por ventura fuese él el que revolvía a Israel; Cristo tenido por los judíos como
revoltoso; acusaban a los Apóstoles de que habían alborotado al pueblo. ¿Y qué otra
cosa hacen los que el de hoy nos imputan a nosotros las revueltas, tumultos y
sediciones que se levantan contra nosotros? Pero Elías nos enseñó como habíamos de
responder a estos tales: Nosotros no somos los que sembrábamos errores, o
movíamos las revueltas, sino ellos mismos que resisten a la potencia de Dios. Y
aunque está sola respuesta sea asaz suficiente para confundir su temeridad, así
también por otra parte es menester socorrer a la flaqueza de algunos, los cuales
muchas veces acontece alborotarse con semejantes escándalos, y siendo perturbados
vacilar.
Estos, pues, para que no desmayen con esta perturbación ni vuelvan atrás, entiendan
que las mismas cosas, que el día de hoy nos acontecen, experimentaron los Apóstoles
en su tiempo. Había entonces hombres indoctos e inconstantes, los cuales (como
escribe San Pedro) pervertían para condenación suya lo que San Pablo había
divinamente escrito. Había menospreciadores de Dios, los cuales oyendo que el

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pecado abundé para que sobreabundase la gracia, luego inferían: Quedaremos en el
pecado, para que abunde la gracia. Cuando oían que los fieles no estaban debajo de
la Ley, luego respondían: Pecaremos, pues no estamos debajo de la Ley, sino de la
gracia. No faltaba quien lo llamase persuadidor del mal. Se injerían falsos Apóstoles
los cuales destruían las Iglesias que se habían edificado. Algunos por envidia y
contención predicaban el Evangelio no con sinceridad, más con malicia pensando
acrecentar la aflicción a sus prisiones. En algunas partes la doctrina del Evangelio que
predicaba no hacía mucho fruto. Todos buscaban su provecho, y no el de Jesús Cristo.
Otros se volvían atrás, tornándose como perros al vómito, y como puercos al cenagal.
Los más tomaban la libertad del espíritu para libertad de carne. Se injerían muchos
falsos hermanos, los cuales después hacían gran daño a los fieles. Entre los mismos
hermanos se levantaban grandes contiendas. ¿Qué habían de hacer en este caso los
Apóstoles? ¿Habían de disimular por algún tiempo, o del todo habían de dejar y
desamparar el Evangelio, el cual veían ser simiente de tantas contiendas, materia de
tantos peligros, ocasión de tantos escándalos? Mas entre tales angustias se
acordaban de que Cristo era piedra de escándalo y de ofensa, puesto para caída y
levantamiento de muchos. Y por señal a quien contradirían, armados ellos con esta
confianza pasaban animosamente por todos los peligros de los tumultos y escándalos.
Con esta misma consideración es menester que nosotros nos animemos, pues que
San Pablo testifica ser esta siempre la condición y suerte del Evangelio que es olor de
muerte para muerte a aquellos que perecen; aunque él fue antes ordenado a fin de
que fuese olor de vida para vida, a los que se salvan y potencia de Dios para salud a
todos los fieles. Lo cual ciertamente experimentaríamos en nosotros mismos, si por
nuestra ingratitud no echásemos a perder este tan singular beneficio de Dios. Y
convirtiésemos para nuestra destrucción lo que nos debiera ser único medio de
salvación.
Conclusión de la Defensa
Mas con vuestra Majestad vuelvo a hablar. No hagáis caso de aquellos vanos rumores
con que nuestros adversarios se esfuerzan para poneros miedo y temor; conviene a
saber, que este nuevo Evangelio (porque así lo llaman ellos) no pretende ni busca
otra cosa, que ocasión de sediciones, y toda licencia para que los vicios no sean
castigados. Porque nuestro Dios no es autor de división, sino de paz; y el hijo de Dios
no es ministro de pecado, pero si es venido al mundo para deshacer las obras del
diablo.
Cuanto a lo que toca a nosotros, somos injustamente acusados de tales empresas, de
las cuales jamás dimos ni aun la menor ocasión del mundo de sospecha. Si por cierto,
nosotros emprendemos la disipación de los Reinos, de los cuales jamás se ha oído
una palabra que huela, o vaya a sedición, y cuya vida ha sido conocida por quieta y
apacible todo el tiempo que vivimos en vuestro reino. Y los que aun ahora siendo
ahuyentados de nuestras propias casas no dejamos de orar a Dios por toda
prosperidad y buen suceso de vuestra Majestad y de vuestro reino. Si, por cierto,
nosotros pretendemos licencia de pecar sin castigo: en cuyas costumbres, aunque
hay mucho que reprender, pero con todo eso no hay cosa que merezca tan grande
injuria y reproche. Y por la bondad de Dios, no hacemos tan poco aprovechado en el
Evangelio, que nuestra vida no pueda ser a estos maldecidores ejemplo de castidad,
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benignidad, misericordia, continencia, paciencia, modestia y de todas otras virtudes.
Cosa es notoria que nosotros puramente tememos y honramos a Dios, pues que con
nuestra vida y con nuestra muerte deseamos su nombre ser santificado. Y nuestros
mismos adversarios han sido constreñidos a dar testimonio de la inocencia y justicia
política en cuanto a los hombres, de algunos de los nuestros: a los cuales ellos hacían
morir por aquello que era digno de perpetua memoria. Y si hay algunos que con
pretexto de Evangelio hacen alborotos (cuales hasta ahora no se han visto en vuestro
reino) si hay algunos que cubran su licencia carnal con título de la libertad que se nos
da por la gracia de Dios (cuales yo conozco muchos) leyes hay, y castigos ordenados
por las leyes, con las cuales ellos conforme a sus delitos sean ásperamente
corregidos, con tal que el Evangelio de Dios en el entretanto no sea infamado por los
maleficios de los malvados.
Ya ha oído vuestra Majestad la emponzoñada maldad de los que nos calumnian,
declarada en hartas palabras, para que no deis tanto crédito a sus acusaciones y
calumnias. Y yo me temo que no haya sido demasiadamente largo: pues que este mi
prefacio es casi tan grande como una entera apología: con la cual yo no pretendí
componer una defensa, mas solamente enternecer vuestro corazón para que oyeseis
nuestra causa: el cual aunque al presente está vuelto y enajenado de nosotros, y aun
quiero añadir, inflamado, pero con todo esto aún tengo esperanza que podremos
volver en vuestra gracia, si tuviereis por bien sin pasión ninguna, fuera de todo odio e
indignación leer una vez esta nuestra confesión, la cual queremos que sirva como
defensa delante de vuestra Majestad.
Pero si, al contrario, las murmuraciones de vuestros adversarios han ocupado de tal
manera vuestras orejas, que a los acusados ningún lugar se les dé para responder
por sí, y si por otra parte estas impetuosas furias, sin que vuestra Majestad les vaya
a la mano, ejercitan siempre su crueldad con prisiones, azotes, tormentos, cuchillo y
fuego, nosotros ciertamente como ovejas deputadas para el matadero, padeceremos
cuanto fuere posible, pero de tal manera que en nuestra paciencia poseeremos
nuestras ánimas, y esperaremos la fuerte mano del Señor, la cual sin duda cuando
sea tiempo, se mostrará armada, así para librar a los pobres de su aflicción, como
para castigar a estos menospreciadores, los cuales el día de hoy tan a su placer
triunfan. El Señor, Rey de los reyes quiera establecer el trono de vuestra Majestad en
justicia y vuestra silla en equidad.
De Basilea, primero de agosto de 1536.

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Lección 1 – Introducción a la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino

Breve biografía de Juan Calvino


Juan Calvino nació el 10 de julio de 1509 en Noyon (100 km de Paris), Francia, hijo
de Gerard y Jeanne Cauvin, su nombre francés era Jean Calvin, se creó en una familia
católica romana. Su madre murió cuando él tenía tres años y su padre pronto se
volvió a casar. Gerard tenía una buena posición trabajando con la jerarquía católica
romana en Noyon y planeaba que sus hijos se convirtieran en sacerdotes. Calvino era
precoz y se fue a París a los 14 años (1523) para estudiar teología y filosofía en la
principal institución educativa de Europa, la Universidad de París. Joven serio y
notablemente culto, se graduó con una maestría (1528). Cuando Calvino tenía 19
años, su padre entró en conflicto con la iglesia y le ordenó a su hijo que se convirtiera
en abogado en lugar de sacerdote. Para obedecer a su padre, se mudó a Orleans y
Bourges para estudiar derecho hasta la muerte de su padre en 1531. Calvino regresó
rápidamente a París después de la muerte de su padre para retomar el estudio de la
teología y los clásicos. En 1532, se doctora en leyes en Orléans.
No se sabe al cierto ni cuándo ni cómo fue la conversión de Calvino. Pero sí sabemos
que el 1 de noviembre de 1533 ocurrió un incidente que nos muestra que se había
operado un cambio drástico en sus convicciones religiosas. El rector de la Universidad
de la Sorbona en París, Nicolás Cop, el amigo de Calvino pronunció un discurso en
ocasión de la apertura del año académico; pero más que un discurso, era un sermón
que mostraba una clara influencia del movimiento de la reforma. En este sermón,
Nicolás Cop defendió la doctrina de la justificación por los méritos de Cristo, a la vez
que protestó contra los ataques y persecuciones de que eran objeto los que disentían
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de la Iglesia de Roma: “Herejes, seductores, impostores malditos, así tienen la
costumbre el mundo y los malvados de llamar a aquellos que pura y simplemente se
esfuerzan en insinuar el evangelio en el alma de los fieles.” Y luego añadió: “Ojalá
podáis, en ese período infeliz, traer la paz a la Iglesia más bien con la palabra que
con la espada.”
El discurso cayó como una bomba en la Universidad y en otros sectores, a tal punto
que el Parlamento inició un proceso contra él. Por otra parte, comenzó a correr el
rumor de que la mano de Calvino estaba detrás de la redacción del discurso. “Si
Calvino no escribió el discurso, por lo menos lo influyó en tono y contenido, que era
profundamente protestante.” Un mes más tarde, cuando Nicolás Cop se dirigía al
Parlamento para responder el sumario que se había preparado en su contra, un amigo
diputado le envió una nota advirtiéndole que debía escapar por su vida, pues el
Parlamento estaba siendo presionado por la Sorbona para que fuese condenado. Es
así como Calvino y Nicolás Cop deciden escapar de París. Unos 30 años más tarde, en
su Comentario de los Salmos, que data de 1557, Calvino habría de referirse a su
conversión en estos términos:
“Como fuese que estuviera yo tan obstinadamente entregado a las supersticiones del
papado que era bien difícil que se le pudiera sacar de ese lodazal tan profundo, por
una conversión súbita, Dios subyugó y llevó mi mente a la docilidad, que estaba
demasiado endurecida en tales cosas de lo que pudiera esperarse en ese período
temprano de mi vida. Habiendo recibido pues algún gusto y conocimiento de la
verdadera piedad, fui instantáneamente inflamado por un deseo tan grande de
aprovecharme de ello que, aun cuando no dejara completamente los demás estudios,
me dedicaba a ellos con menos intensidad. Y quedé muy sorprendido de que, a
medida que pasaba el tiempo, todos los que tenían deseo de la pura doctrina se
acercaban a mí para aprender, aunque yo mismo no era más que un mero novicio y
principiante. Por mi parte, puesto que era de naturaleza un poco salvaje y
vergonzosa, siempre me ha gustado el retiro y la tranquilidad, empezaba a buscar
algún escondrijo y medio de retirarme de la gente. Pero importaba poco que
cumpliera con mi deseo puesto que al contrario todos los retiros y lugares apartados
eran para mí como escuelas públicas. En pocas palabras, aunque hubiera tenido
siempre esta meta de vivir en privado sin ser conocido, Dios me ha guiado de tal
modo a través de diversos cambios que no me ha dejado nunca en reposo en lugar
alguno hasta que, pese a mi naturaleza, Él me ha llevado a la luz y me ha metido en
el asunto sin que yo quisiera.”
Cuando tenía solo 26 años, publicó su primera edición de la Institución de la Religión
Cristiana, que es su obra fundamental y una publicación fundamental de la
Reforma. Lo editó a lo largo de su vida mientras estudiaba las Escrituras y
desarrollaba la doctrina protestante.
En 1536, Juan Calvino estaba en Ginebra, Suiza, de camino a Estrasburgo, Alemania,
cuando Guillermo Farel, un predicador reformado ardiente, le suplicó que se quedara
en Ginebra y trabajara por la causa de la Reforma. A primera instancia Calvino se rehusó
y le respondió, “no me puedo quedar. Necesito encontrar un lugar silencioso donde pueda
estudiar sin distracciones.” Farel entonces fijó sus ojos en los de Calvino, puso su mano en su

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cabeza y pronunció las siguientes palabras con voz de trueno, “¡Que Dios te maldiga a ti y tus
estudios si no te unes conmigo aquí en la labor a la que Él te está llamando!”

Calvino visiblemente conmovido, se quedó quieto por unos instantes, hasta que cedió
diciendo: “me quedaré contigo en Ginebra, y me entrego a mí mismo a la buena
voluntad del Señor.” De esta manera comenzó una larga amistad entre William Farel
y Juan Calvino y su trabajo de reformar la ciudad de Ginebra.
Calvino trabajó allí dos años como profesor y pastor antes de que el Ayuntamiento lo
desterrara a él y a Farel. Calvino se instaló en Estrasburgo para pastorear a los
refugiados que habían huido de la persecución en Francia. Había permanecido soltero
hasta la edad de 31 años, pero sus colegas reformadores Guillermo Farel y Martin
Bucer le animaban a considerar la posibilidad del matrimonio por causa de su salud,
de una casa en orden y de liberarse de esas preocupaciones para servir mejor a la
iglesia. Incluso llegaron a ofrecerse para echarle una mano en el asunto, pero
después de dos intentos fallidos, la cosa quedó en manos de la providencia. Estuvo en
Estrasburgo durante cuatro años y conoció y se casó con Idelette de Bure en 1539.
Idelette de Bure, era una viuda que tenía un hijo y una hija de su matrimonio anterior
con un anabaptista2 en Estrasburgo. Calvino e Idelette tuvieron un hijo que murió a
las dos semanas de nacer. Idelette murió en 1549. Una mujer notable y una gran
ayuda para el reformador de Ginebra. Su marido la llamaba “una mujer de raras
cualidades” y “la fiel ayudante de mi ministerio”. Teodoro de Beza también la describe
como una “dama sobria y honorable”.
En 1541, el Ayuntamiento de Ginebra llamó a Calvino de regreso a la ciudad para
defender nuevamente la causa reformada. Permaneció en Ginebra hasta su muerte
en 1564 a la edad de 54 años. Conforme su pedido fue sepultado en una tumba no
identificada.
Pasó sus años en Ginebra predicando, dando atención pastoral, escribiendo, dando
conferencias, trabajando por el bienestar de la ciudad y defendiendo la teología y las
prácticas reformadas. El legado de Calvino incluye la teología reformada, que también
se ha llamado calvinismo, y varias denominaciones protestantes, como la
presbiteriana y la cristiana reformada, que tienen sus raíces más antiguas en Calvino.
Es considerado el teólogo protestante más importante de todos los tiempos y uno de
los grandes siervos de Dios que ha vivido en el pasado. 
Felipe Melanchthon lo admiraba como el intérprete más capaz de las Escrituras en la
iglesia y, por lo tanto, lo etiquetó simplemente como "el teólogo". 
Teodoro de Beza dijo: “Vivió 54 años, 10 meses y 17 días, dedicó la mitad de su vida
al sagrado ministerio. Tenia estatura mediana, la apariencia sombría y pálida, los ojos
eran brillantes hasta mismo en la muerte.”

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Anabaptista - movimiento protestante que comenzó en tiempos de la Reforma, pero distanciándose de las enseñanzas de
Lutero y de Calvino en algunos puntos importantes de doctrina y de conducta. De ellos proceden las diferentes ramas de
bautistas que existen en la actualidad. El punto central de los anabautistas fue la administración del bautismo a solos los adultos
que, habiendo tenido la experiencia de una sincera conversión, hagan confesión de su fe al recibir el bautismo.
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Y Charles Spurgeon dijo que Calvino "expuso la verdad más claramente que cualquier
otro hombre que jamás haya respirado y que conocía más las Escrituras y la
explicaba con mayor claridad".
Introducción a la Institución
“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros,
el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1Cor. 6:19) “…y por todos murió,
para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por
ellos.” (2Cor. 5:15)
Con esto en mente Juan Calvino dijo: ““Si nosotros, entonces, no somos nuestros sino
del Señor, está claro de cuál error debemos huir, y hacia dónde debemos dirigir todos
los actos de nuestra vida.”
El estudio de la institución de Calvino revela 4 características generales: 1. Énfasis
bíblica, 2. Énfasis teológica, 3. Énfasis apologética o retórica y 4. Énfasis devocional.
La palabra "devocional" probablemente sorprenda a muchos, porque muchos piensan
que la Institución más en un libro teológico que cualquier otra cosa, sin embargo, al
estudiarla ciertamente uno se da cuenta de esta característica. una de las palabras
que podemos usar para describirla. El título de la edición de 1536 era La Institución
de la Religión Cristiana que contienen casi toda la suma de la piedad (noten la
palabra de Calvino allí) y de lo que sea necesario saber sobre la doctrina de la
salvación. Aunque ese título no se conserva en las ediciones posteriores, la Institución
continúa enfatizando el aspecto devocional - el asunto de la piedad. La piedad no es
un tema del cual solo hablamos, sino que es algo que realmente debe ser parte de
nuestras vidas.
Así el estudio de la institución, uno de los legados más importantes de la fe reformada
no busca solo alimentar el intelecto sino fortalecer el alma.
A medida que avance en la lectura de la Institución, encontrarás muchas veces que
es necesario parar para reflexionar sobre lo que Calvino está diciendo y orar a Dios
para que haga realidad estas cosas en tu propia vida. El lema de toda la vida de
Calvino fue "Mi corazón te ofrezco, oh, Señor, pronto y sinceramente" (Cor meum tibi
offero, Domine, prompte et sincero).
La mayoría de los escritores del siglo XVI tenían lemas, y este fue el que Calvino
eligió para sí mismo. Para Calvino, no era sólo una cuestión de palabras piadosas
porque, al mirar su vida, vemos muchas veces que habría elegido otro camino, pero
dijo, "Pero yo no soy mío". Recuerdo que no soy mío y que he ofrecido mi corazón al
Señor. Entonces no puedo hacer nada más que lo que siento que Él quiere que haga."
Una de las biografías más antiguas de Juan Calvino se llama "El hombre que Dios
dominó", escrita por Jean Cadier. Es un título apropiado para la vida de Calvino.
Calvino no era perfecto en absoluto. Tenía sus defectos y fracasos. Podía ser alguien
irritable, crítico e incluso duro a veces con amigos y enemigos. Pero, debajo de todo
esto, había un profundo amor por Dios y preocupación por su gloria.
Más adelante llegaremos en la sección de la Institución llamada "La vida del
cristiano", allí Calvino trata del tema de la santificación, explicando de manera bíblica
y teológica cómo debería ser la vida cristiana. Calvino no solo escribió sobre eso, sino
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que también intentó exhibirlo en su propia vida. También pronto veremos en nuestro
estudio cuando Calvino habla del conocimiento de Dios, se verá que la piedad es un
requisito del conocimiento de Dios. Calvino no puede concebir que una persona pueda
conocer realmente a Dios de una manera fría e intelectual. La piedad es parte de la
definición de conocimiento. Es necesario tener conocimiento de Dios, para llegar a ser
una persona espiritual. Por lo tanto, la piedad es un requisito para el conocimiento de
Dios.

¿Por qué Calvino escribió la Institución?


Juan Calvino tenía veintiséis años cuando redactó la primera edición de la Institución
de la Religión Cristiana, que fue publicada al año siguiente, 1536. Su quinta y última
edición en latín, publicada en 1559.
La palabra latina Institutio, a veces en plural institutiones, se utilizaba con frecuencia
en los títulos del siglo XVI, con el significado de "instrucción" o "educación". De ahí
que el título de Calvino signifique instrucción en la religión cristiana.
Escribió el libro probablemente en el año 1534 o 1535, luego después de su
conversión al protestantismo. Escribió la primera edición de la Institución para
proveer instrucción a los protestantes franceses. En el libro nos dice que él mismo
está comenzando en esta ruta de estudio bíblico y teológico. Dice, "Aunque yo estaba
empezando, otros venían a mí y me pedían ayuda." Así que quería exponer, de forma
organizada, la enseñanza de la Biblia para ayudar a sus conciudadanos franceses que
se habían convertido al protestantismo a tener una clara declaración de su fe.
Publicó el libro en 1536 con ese propósito, para proporcionar instrucción a los
protestantes franceses, pero también para presentar una confesión de fe protestante
al Rey Francisco I de Francia. Tenemos ese discurso preparatorio a principio de la
Institución. En él encontramos la declaración de Calvino al Rey de Francia: "Esto es lo
que somos. Esto es lo que creemos".
No sabemos si Francisco alguna vez leyó ese material. Si lo hizo, no pareció ayudarlo
mucho. Sin embargo, Calvino quería decir que los protestantes no son extraños
extremistas, ni pondrán en peligro el país de Francia. Son creyentes de la Biblia,
gente respetuosa de la ley. Durante este tiempo, Calvino también escribía
comentarios. Su propósito era tener la Institución como una especie de introducción
teológica a las Escrituras para no tener que tratar con asuntos teológicos fuera de
contexto. Quería hacer sus comentarios bíblicos de una manera muy simple y directa
y no tener largos discursos en varios puntos para desarrollar un tema teológico, que
era la forma típica en que la teología se escribía en el siglo XVI y antes.
Francisco I (1515-1547), fue un monarca renacentista por excelencia, tenía 21 años
cuando se convirtió en rey de Francia. Era un promotor de la erudición y amaba la
ropa magnífica, gran deportista, aficionado a la caza y a los torneos, pero también
protector de intelectuales y artistas: fundó el Colegio de Francia (1530) e introdujo en
aquel país la cultura renacentista italiana (atrayendo a hombres como Leonardo da
Vinci).

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Volviendo al tema de la Institución, a la medida que la lean se darán cuenta que
Calvino está preocupado no sólo por enseñar la doctrina correcta, sino también por
ponerla en el lugar correcto.
Los cuatro títulos de los libros de Calvino son sus títulos. Los títulos de los capítulos
también son suyos. Es muy importante saber los títulos de estos cuatro libros.
Apréndelos y memorízalos tal y como Calvino los escribió porque estaba muy
preocupado por los títulos. Dos de los títulos son "Conocimiento de Dios El Creador" y
"Conocimiento de Dios El Redentor". Estas son formas abreviadas de los títulos más
completos que Calvino dio. Puedes ver cómo los cuatro libros se dividen en
tratamientos de Dios, Cristo, El Espíritu Santo y la Iglesia.

CAPITULO I – Secciones 1-3


EL CONOCIMIENTO DE DIOS Y EL DE NOSOTROS SE RELACIONAN ENTRE SÍ.
MANERA EN QUE CONVIENEN MUTUAMENTE.

1. Relación de estos dos conocimientos.


Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y
sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre
debe (puede) tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo
(hombre).
Mas como estos dos conocimientos están muy unidos y enlazados entre sí, no es cosa
fácil distinguir cuál precede y origina al otro, pues, en primer lugar, nadie se puede
contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de
Dios, en el cual vive y se mueve; porque no hay quien dude que los dones, en los que
toda nuestra dignidad consiste, no sean en manera alguna nuestros. Y aún más el
mismo ser que tenemos y lo que somos no consiste en otra cosa sino en subsistir y
estar apoyados en Dios. Además, estos bienes, que como gota a gota descienden
sobre nosotros del cielo, nos encaminan como de arroyuelos a la fuente. Así mismo,
por nuestra pobreza se muestra todavía mejor aquella inmensidad de bienes que en
26
Dios reside; y principalmente esta miserable caída, en que por la transgresión del
hombre caímos, nos obliga a levantar los ojos arriba, no solo para desear los bienes
nosotros seres paupérrimos, pidamos de allí lo que nos haga falta, sino también para
que, despertados por el miedo, aprendamos humildad.
Porque como en el hombre se halla todo, un mundo de miserias, después de haber
sido despojados de los dones del cielo, nuestra desnudez, para grande vergüenza
nuestra, descubre una infinidad de oprobios; y por otra parte no puede por menos
que ser tocado cada cual de la conciencia de su propia desventura para poder, por lo
menos, alcanzar algún conocimiento de Dios.
Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, y
finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que, en ninguna otra parte,
sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los
bienes y pureza de justicia; por lo cual, ciertamente, nos vemos impulsados por
nuestra miseria a considerar los tesoros que hay en Dios.
Y no podemos de veras tender a Él, antes de comenzar a sentir descontento de
nosotros. Porque ¿qué hombre hay que no sienta contento descansando en sí mismo?
¿Y quién no descansa en sí mientras no se conoce a sí mismo, es decir, cuando está
contento con los dones que ve en sí, ignorando su miseria y olvidándola? Por lo cual
el conocimiento de nosotros mismos no solamente nos aguijonea para que
busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la mano para que lo hallemos.

2. El hombre en presencia de Dios.


Por otra parte, es cosa evidente, que el hombre nunca jamás llega al conocimiento de
sí mismo, si primero no contempla el rostro de Dios y, después de haberlo
contemplado, desciende a considerarse a sí mismo.
Porque estando arraigado en nosotros el orgullo y soberbia, siempre nos tenemos por
justos, perfectos, sabios y santos, a no ser que con manifiestas pruebas seamos
convencidos de nuestra injusticia, fealdad, locura y suciedad; pero no nos
convencemos si solamente nos consideramos a nosotros y no a Dios, el cual es la sola
regla con que se debe ordenar y regular este juicio.
Porque como todos nosotros estamos por nuestra naturaleza inclinados a la
hipocresía, cualquier vana apariencia de justicia nos dará tanta satisfacción como si
fuese la misma justicia. Y porque alrededor de nosotros no hay cosa que no esté
manchada con grande suciedad, lo que no es tan sucio nos parece limpísimo mientras
mantengamos nuestro entendimiento dentro de los límites de la suciedad de este
mundo; de la misma manera que el ojo, que no tiene delante de sí más color que el
negro, tiene por blanquísimo lo que es medio blanco u oscuro.
Y todavía podremos discernir aún más de cerca por los sentidos corporales cuánto nos
engañamos al juzgar las potencias y facultades del alma. Porque si al mediodía
ponemos los ojos en tierra o miramos las cosas que están alrededor de nosotros, nos
parece que tenemos la mejor vista del mundo; pero en cuanto alzamos los ojos al sol
y lo miramos fijamente, aquella claridad con que veíamos las cosas bajas es luego de

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tal manera ofuscada por el gran resplandor, que nos vemos obligados a confesar que
aquella nuestra sutileza con que considerábamos las cosas terrenas, no es otra cosa
sino pura tontería cuando se trata de mirar al sol.
De esta misma manera acontece en la consideración de las cosas espirituales. Porque
mientras no miramos más que las cosas terrenas, satisfechos con nuestra propia
justicia, sabiduría y potencia, nos sentimos muy ufanos y hacemos tanto caso de
nosotros que pensamos que ya somos medio dioses.
Pero al comenzar a poner nuestro pensamiento en Dios y a considerar cómo y cuán
exquisita sea la perfección de su justicia, sabiduría y potencia a la cual nosotros nos
debemos conformar y regular, lo que antes con un falso pretexto de justicia nos
contentaba en gran manera, luego lo abominaremos como una gran maldad; lo que
en gran manera, por su aparente sabiduría, nos ilusionaba, nos apestará como una
extrema locura; y lo que nos parecía potencia, se descubrirá qué es una miserable
debilidad. Veis, pues, como lo que parece perfectísimo en nosotros mismos, en
manera alguna tiene que ver con la perfección divina.

3. Ejemplos de la Sagrada Escritura (El hombre ante Dios)


De aquí procede aquel horror y espanto con el que, según dice muchas veces la
Escritura, los santos han sido afligidos y abatidos siempre que sentían la presencia de
Dios.
Porque vemos que cuando Dios estaba alejado de ellos, se sentían fuertes y
valientes; pero en cuanto Dios mostraba su gloria, temblaban y temían, como si se
sintiesen desvanecer y morir.
De aquí se debe concluir que el hombre nunca siente de veras su bajeza hasta que se
ve frente a la majestad de Dios.
Muchos ejemplos tenemos de este desvanecimiento y terror en el libro de los Jueces y
en los de los profetas, de modo que esta manera de hablar era muy frecuente en el
pueblo de Dios: "Moriremos porque vimos al Señor" (Jue.13:22; Is. 6:5, 24:23; Ez.
1:28 y 3:14 y otros lugares).
Y así la historia de Job, para humillar a los hombres con la propia conciencia de su
locura, impotencia e impureza, aduce siempre como principal argumento la
descripción de la sabiduría y potencia y pureza de Dios; y esto no sin motivo. Porque
vemos cómo Abraham, cuanto más llegó a contemplar la gloria de Dios, tanto mejor
se reconoció a sí mismo como tierra y polvo (Gn.18:27); y cómo Elías escondió su
cara no pudiendo soportar su contemplación (1 Re. 19:13); tanto era el espanto que
los santos sentían con su presencia. ¿Y qué hará el hombre, que no es más que
podredumbre y hediondez, cuando los mismos querubines se ven obligados a cubrir
su cara por el espanto? (Is. 6:2).
Por esto el profeta Isaías dice que "el sol se avergonzará y la luna se confundirá,
cuando reinare el Señor de los Ejércitos" (Is.24:23 y 2:10, 19); es decir, al mostrar
su claridad y al hacerla resplandecer más de cerca, lo más claro del mundo quedará,
en comparación con ella, en tinieblas.
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Por tanto, aunque entre el conocimiento de Dios y de nosotros mismos haya una gran
unión y relación, el orden para la recta enseñanza requiere que tratemos primero del
conocimiento que de Dios debemos tener, y luego del que debemos tener de
nosotros.

Lección 2 – Libro 1 – El conocimiento de Dios como creador y como gobernante


soberano del mundo
Esta oración de Calvino es apropiada para comenzar estos capítulos:
“Dios Todopoderoso, Tú criaste los cielos y la tierra para nuestro bien. Nos diste
testimonio a través de tu siervo Moisés que tanto el sol como la luna están debajo de
nosotros, y sus recursos los usaremos como si fueran nuestros sirvientes. Concede
entonces, por tus muchas bendiciones, que podamos ser elevados y llegar a tu
verdadera gloria, para que podemos adorarte con pura simplicidad y entregarnos por
completo a Ti. Que cada vez más seamos iluminados para buscar la justicia y
esforzarnos por glorificar tu nombre en la tierra, llegando finalmente a esa gloria
bendita preparada para nosotros en el cielo por Cristo nuestro Señor. Amén."
El primer libro se centra en el conocimiento de Dios y, más particularmente, de Dios
como Creador. Los capítulos iniciales consideran la medida en que la gente puede, o
conoce a Dios, o sabe de Él sin el beneficio de una revelación especial (las Sagradas
Escrituras también conocida como revelación judeocristiana). Después de una serie
de cortos capítulos sobre nuestra conciencia natural de Dios (caps. 1-4), hay un
capítulo sustancial sobre la revelación de Dios en la creación (cap. 5). Después de
mostrar que la naturaleza sólo es suficiente para hacernos inexcusables, Calvino
entonces se vuelve a la revelación de Dios en la Escritura y el papel del Espíritu Santo
para dar testimonio de ella (caps. 6-9). Esto nos lleva a un relato del verdadero Dios
- Padre, Hijo y Espíritu Santo - que no debe ser confundido con los dioses paganos y
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que no puede ser representado por imágenes externas (caps. 10-13). Dios es El
Creador y Calvino dedica capítulos a la creación en general (principalmente ángeles y
demonios, cap. 14) y a la humanidad en particular (cap. 15). Finalmente, tres
capítulos están dedicados a la providencia de Dios, Su soberano gobierno sobre la
historia (caps. 16-18).

Cap. 1 – Conocer a Dios y conocernos a nosotros son cosas relacionadas


Lo que encontramos en las 3 primeras secesiones nos presentan mayormente dos
principios:
En cuanto a lo primero, debe demostrarse, no sólo que hay un Dios, al que es
necesario que todos honren y adoren, sino también que Él es la fuente de toda
verdad, sabiduría, bondad, justicia, juicio, misericordia, poder y santidad, para que
aprendamos de Él a escuchar y a esperar todas las cosas. Debe reconocerse,
entonces, con alabanza y agradecimiento, que todas las cosas proceden de Él.
En cuanto al segundo, revela nuestra ignorancia, miseria y maldad; nos induce a la
humildad, a la desconfianza y al desprecio de nosotros mismos; inflama en nosotros
el deseo de buscar a Dios, seguros de que en Él reside todo nuestro bien, del que nos
vemos vacíos y desnudos.
Algunas enseñanzas que podemos aprender en estas 3 primeras secciones:
Que en suma el conocimiento verdadero puede resumirse en dos verdades que es el
conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo, esto será un tema constante
en toda consideración de los escritos de Calvino.
El más elevado pensamiento o conocimiento que el ser humano pueda tener, este
conocimiento verdadero se da cuando uno llega a tener conocimiento de Dios y de su
propia persona. La terminología conocimiento aquí no es una referencia al
conocimiento teórico sobre Dios y nosotros, sino más bien es el conocimiento
personal y existencial de Dios y de nosotros.
¿Qué es "conocimiento de Dios"? En primer lugar, es conocimiento práctico. Calvino
nos dice en el Libro I y muchas veces a través de la Institución que el conocimiento
que tenemos de Dios es el verdadero conocimiento, pero es un conocimiento limitado.
La expresión que le gusta usar es esta: "Conocemos a Dios en la medida que se ha
revelado a nosotros, no como es en Sí mismo." ¿Se ha dado cuenta de eso? No
conocemos a Dios tal como es en Sí mismo. No podemos esperar conocer a Dios en
Su en Su esencia, sino que solo conocemos a Dios como Él se ha revelado a nosotros.
Hay muchas cosas que no necesitamos saber de Dios y hay muchas cosas que no nos
ha revelado. En realidad, conocemos muy poco de Su esencia considerando que Su
inmensidad es algo inalcanzable, pero lo que ha sido revelado es suficiente para que
tengamos un verdadero conocimiento de Él que nos conduce a ver Su grandeza y
nuestra pequeñez.
El hombre solo podrá llegar a tener un conocimiento de su propia persona a la medida
que tenga conocimiento de Dios. Es cierto que el hombre nunca alcanza un

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conocimiento claro de sí mismo si no ha mirado primero el rostro de Dios y luego
desciende de contemplarlo para escudriñarse a sí mismo.
¿Por qué necesitamos el conocimiento de Dios? Porque a menos que primero miremos
el rostro de Dios, nunca veremos que nuestras vidas están llenas de "suciedad, locura
e impureza". La razón por la que no podemos vernos a nosotros mismos con precisión
sin ver a Dios primero es porque creamos nuestra propia visión del "bien" por la cual
juzgamos todo. Menciona una ilustración de esta condición diciendo que si a alguien
sólo se le muestran objetos negros puede creer que un objeto blanco sucio está
limpio. Continúa afirmando que si no miramos más allá de la tierra para ver lo que es
bueno y correcto podemos creer que somos "semidioses".
Pero cuando miramos a Dios y vemos Su perfección absoluta (moral), entonces
podemos poner nuestras vidas en una perspectiva apropiada.
La conclusión en la sección 3 presenta varios ejemplos bíblicos, muchos pasajes del
A. T. donde vemos personajes que van desde Abraham, pasando por Job hasta Isaías,
los cuales cuando tienen un revelación de Dios, de quien Es, se humillan y reconocen
su completa miseria e indignidad, pues están lejos de conformarse a Su carácter.
Pudiéramos agregar otros pasajes como lo vemos en el N.T., “Simón Pedro cayó a los
pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, ¡pues soy hombre pecador!
(Luc. 5:8)
Termina con la convicción de la necesidad que tenemos de a diario profundizar en
nuestro conocimiento de Él.
¿Cuáles son los dos aspectos del conocimiento verdadero?
¿Puede el hombre conocer a Dios sin conocerse a sí mismo?
¿Qué le pasa al hombre cuándo recibe conocimiento de Dios?
CAPÍTULO II
EN QUÉ CONSISTE CONOCER A DIOS Y CUÁL ES LA FINALIDAD DE ESTE
CONOCIMIENTO.
2.1. Dios conocido como Creador.
Yo, pues, entiendo por conocimiento de Dios, no sólo saber que hay algún Dios, sino
también comprender lo que acerca de Él nos conviene saber, lo que es útil para su
gloria, y en suma lo que es necesario. Porque hablando con propiedad, no podemos
decir que Dios es conocido cuando no hay ninguna religión ni piedad alguna. Aquí no
trato aún del particular conocimiento con que los hombres, aunque perdidos y bajo
maldición en sí, se encaminan a Dios para tenerlo como Redentor en nombre de
Jesucristo nuestro Mediador, sino que hablo solamente de aquel primer y simple
conocimiento a que el perfecto concierto de la naturaleza nos guiaría si Adán hubiera
perseverado en su integridad. Porque, aunque ninguno en esta ruina y desolación del
linaje humano sienta jamás que Dios es su Padre o Salvador, o de alguna manera
propicio, hasta que Cristo hecho mediador para pacificarlo se ofrezca a nosotros, con
todo, una cosa es sentir que Dios, nuestro Creador, nos sustenta con su potencia, nos
rige con su providencia, por su bondad nos mantiene y continúa haciéndonos grandes
31
beneficios, y otra cosa muy diferente es abrazar la gracia de la reconciliación que en
Cristo se nos propone y ofrece.
Porque, como es conocido en un principio simplemente como Creador, ya por la obra
del mundo como por la doctrina general de la Escritura, y después de esto se nos
muestra como Redentor en la persona de Jesucristo, de aquí nacen dos maneras de
conocerlo; de la primera de ellas se ha de tratar aquí, y luego, por orden, de la otra.
Por tanto, aunque nuestro entendimiento no puede conocer a Dios sin que al
momento lo quiera honrar con algún culto o servicio, con todo no bastará entender de
una manera confusa que hay un Dios, el cual únicamente debe ser honrado y
adorado, sino que también es menester que estemos resueltos y convencidos de que
el Dios que adoramos es la fuente de todos los bienes, para que ninguna cosa
busquemos fuera de Él.
Lo que quiero decir es: que no solamente habiendo creado una vez el mundo lo
sustenta con su inmensa potencia, lo rige con su sabiduría, lo conserva con su
bondad, y sobre todo cuida de regir el género humano con justicia y equidad, lo
soporta con misericordia, lo defiende con su amparo; sino que también es menester
que creamos que en ningún otro fuera de Él se hallará una sola gota de sabiduría, luz,
justicia, potencia, rectitud y perfecta verdad, a fin de que, como todas estas cosas
proceden de Él, y Él es la sola causa de todas ellas, así nosotros aprendamos a
esperarlas y pedírselas a Él, y darle gracias por ellas. Porque este sentimiento de la
misericordia de Dios es el verdadero maestro del que nace la religión.
2.2. La verdadera piedad.
Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el conocimiento de Dios
produce. Porque mientras que los hombres no tengan impreso en el corazón que
deben a Dios todo cuanto son, que son alimentados con el cuidado paternal que de
ellos tiene, que Él es el autor de todos los bienes, de suerte que ninguna cosa se debe
buscar fuera de Él, nunca jamás de corazón y con deseo de servirle se someterán a
Él. Y más aún, si no colocan en Él toda su felicidad, nunca de veras y con todo el
corazón se acercarán a Él.
2.3. No basta conocer que hay un Dios, sino quién es Dios, y lo que es para nosotros.
Por tanto, los que quieren disputar qué cosa es Dios, no hacen más que fantasear con
vanas especulaciones, porque más nos conviene saber cómo es, y lo que pertenece a
su naturaleza. Porque ¿qué aprovecha confesar, como Epicuro, que hay un Dios que,
dejando a un lado el cuidado del mundo, vive en el ocio y el placer? ¿Y de qué sirve
conocer a un Dios con el que no tuviéramos que ver? Más bien, el conocimiento que
de Él tenemos nos debe primeramente instruir en su temor y reverencia, y después
nos debe enseñar y encaminar a obtener de Él todos los bienes, y darle las gracias
por ellos. Porque ¿cómo podremos pensar en Dios sin que al mismo tiempo pensemos
que, pues somos hechura de sus manos, por derecho natural y de creación estamos
sometidos a su imperio; que le debemos nuestra vida, ¿que todo cuanto
emprendemos o hacemos lo debemos referir a Él? Puesto que esto es así, se sigue
como cosa cierta que nuestra vida está miserablemente corrompida si no la
ordenamos a su servicio, puesto que su voluntad debe servirnos de regla y ley de

32
vida. Por otra parte, es imposible ver claramente a Dios, sin que lo reconozcamos
como fuente y manantial de todos los bienes. Con esto nos moveríamos a acercarnos
a Él y a poner toda nuestra confianza en Él, si nuestra malicia natural no apartase
nuestro entendimiento de investigar lo que es bueno. Porque, en primer lugar, un
alma temerosa de Dios no se imagina un tal Dios, sino que pone sus ojos solamente
en Aquél que es único y verdadero Dios; después, no se lo figura cual se le antoja,
sino que se contenta con tenerlo como Él se le ha manifestado, y con grandísima
diligencia se guarda de salir temerariamente de la voluntad de Dios, vagando de un
lado para otro.
2.4. Del conocimiento de Dios como soberano fluyen la confianza cierta en Él y la
obediencia.
Habiendo, de esta manera, conocido a Dios, como el alma entiende que Él lo gobierna
todo, confía en estar bajo su amparo y protección y así del todo se pone bajo su
guarda, por entender que es el autor de todo bien; si alguna cosa le aflige, si alguna
cosa le falta, al momento se acoge a Él esperando que le ampare. Y porque se ha
persuadido de que Él es bueno y misericordioso, con plena confianza reposa en Él, y
no duda que en su clemencia siempre hay remedio preparado para todas sus
aflicciones y necesidades; porque lo reconoce por Señor y Padre, concluye que es
muy justo tenerlo por Señor absoluto de todas las cosas, darle la reverencia que se
debe a su majestad, procurar que su gloria se extienda y obedecer sus
mandamientos. Porque ve que es Juez justo y que está armado de severidad para
castigar a los malhechores, siempre tiene delante de los ojos su tribunal; y por el
temor que tiene de Él, se detiene y se domina para no provocar su ira.
Con todo no se atemoriza de su juicio, de tal suerte que quiera apartarse de Él,
aunque pudiera; sino más bien lo tiene como juez de los malos, como bienhechor de
los buenos; puesto que entiende que tanto pertenece a la gloria de Dios dar a los
impíos y perversos el castigo que merecen, como a los justos el premio de la vida
eterna. Además de esto, no deja de pecar por temor al castigo, sino porque ama y
reverencia a Dios como a Padre, lo considera y le honra como a Señor; aunque no
hubiese infierno, sin embargo, tiene gran horror de ofenderle. Ved, pues, lo que es la
auténtica y verdadera religión, a saber: fe unida a un verdadero temor de Dios, de
manera que el temor lleve consigo una voluntaria reverencia y un servicio tal cual le
conviene y el mismo Dios lo ha mandado en su Ley. Y esto se debe con tanta mayor
diligencia notar, cuanto que todos honran a Dios indiferentemente, y muy pocos le
temen, puesto que todos cuidan de la apariencia exterior y muy pocos de la
sinceridad de corazón requerida.

33
Lección 3 – Libro 1, cap. 2 – Conocer a Dios: en que consiste y cuál es su razón de
ser
Uno de los textos bíblicos que bien reflejan las palabras de Calvino es Rom. 1:18-32.
Lo que Calvino nos enseña es que hay una necesidad que sobrepasa el mero hecho de
saber que Dios existe, nuestra mayor necesidad es conocerlo de tal manera que
sepamos como debemos vivir para glorificarlo: “también (necesitamos) comprender lo
que acerca de Él nos conviene saber, lo que es útil para su gloria…”
El hombre aun en su estado de miseria y pecado es dotado por Dios con la capacidad
de tener ciertos conocimientos o percepciones de Su carácter, de Sus obras, lo que
debería conducir al hombre a humillarse delante de Él en adoración.
Hay dos tipos de conocimiento que se puede obtener de Dios, 1º es este primer y
simple conocimiento donde el hombre en el estado de pecado al contemplar la
creación puede llegar a entender que Dios es El Creador y Sustentador de todas las
34
cosas, y que todo beneficio que experimentamos en esta vida procede de Él. El 2º
conocimiento de Dios es un conocimiento especial o particular, que es aquel que solo
viene a través de Cristo que es el conocimiento salvífico. Es decir, el conocimiento
que el hombre puede obtener al mirar la creación de Dios no es el mismo
conocimiento que puede obtener solo por medio del Redentor, Cristo.
¿Por qué a Dios se debe adoración? Calvino contesta diciendo que debemos honrar a
Dios porque Él es la fuente de todo bien, El sustentador y gobernador del universo.
En lo que respecta a la humanidad en general, Dios la gobierna con su justicia y su
juicio, soporta a la humanidad en su misericordia, la vela protegiéndola y le ofrece
sabiduría, luz y verdad. Debemos esperar que delante de todas estas cosas los
hombres lleguen a dar gloria a Dios.
Calvino dice que no podemos decir que hay algún conocimiento de Dios sin religión o
piedad. Por religión podemos entender el deber de toda creatura en adorar a Dios y
por piedad un temor reverente hacia Dios.
Así esta conciencia de que Dios es el creador y sustentador de todas las cosas debería
conducir el hombre a la adoración.
Calvino luego define la piedad como "esa reverencia unida al amor de Dios que
induce el conocimiento de sus beneficios" Afirma que hasta que los seres humanos
reconozcan que le deben todo a Dios, que Dios es el autor de todos sus bienes y que
solo pueden establecer su felicidad en Él, nunca se entregarán completamente a Dios
(y en esencia de veras nunca llegarán a conocer a Dios).
Todavía acerca del conocimiento de Dios, Calvino nos aclara que no basta con tener
un conocimiento esotérico o filosófico de Dios, sino que el conocimiento que de Él
tenemos nos debe primeramente instruir en su temor y reverencia, y después nos
debe enseñar y encaminar a obtener de Él todos los bienes, y darle las gracias por
ellos.
Este temor y reverencia tiene que ver con nuestra condición de criaturas de Dios
(hechuras de Sus manos), y con nuestro deber de reconocerlo en todo, evitando a
pensar en Dios como algo de la imaginación sino más bien poniendo los ojos en Él tal
como Él se ha manifestado.
La humanidad solo puede ver a Dios claramente a través del lente de la relación
apropiada entre Dios y la Criatura. Según Calvin, una mente piadosa ni siquiera
especulará sobre cómo podría ser esa relación. En cambio, la mente piadosa pensará
solo en el único Dios verdadero y se entregará a confiar en Dios. Esta confianza
llevará a la persona piadosa a reconocer a Dios como juez y salvador; juez de los
impíos y salvador de los fieles. 
Finalmente, una persona piadosa no vivirá en pecado, no por temor al castigo, sino
por su amor y reverencia por Dios.
Con eso ya se puede entender que:
- Debemos reconocer que le debemos todo a Dios.
- Que toda buena dadiva procede de Dios.

35
- Que no debemos buscar nada más allá de Él.
- Qué Dios no abandona Su creación.
- Qué no hay Dios como Él o no hay Dios a parte de Él.
- Este conocimiento debería conducirnos a temer y a reverenciarlo.
- Cualquier conocimiento que no sea como Dios lo ha manifestado, puede hasta
llenar la mente de información, pero no conduce a un conocimiento verdadero
de Él.
- A menos que nuestro contentamiento este en Él, nunca nos entregaremos
verdadera y sinceramente a Él.

CAPÍTULO III - EL CONOCIMIENTO DE DIOS ESTÁ NATURALMENTE ARRAIGADO EN


EL ENTENDIMIENTO DEL HOMBRE.
3.1. La religión es un hecho universal.
Existe en las mentes humanas y, en efecto, por instinto natural, algún sentido de la
Deidad, consideramos que es indiscutible, ya que el mismo Dios, para evitar que
cualquier hombre pretenda la ignorancia, ha dotado a todos los hombres un cierto
conocimiento de su Divinidad, cuyo recuerdo renueva constantemente y amplía de
vez en cuando, para que todos desde el más pequeño hasta el mayor, entiendan que
hay Dios y que es su Creador, y que puedan ser condenado por su propia conciencia
cuando no le adoran ni consagran su vida a su obediencia.
Si la ignorancia acerca de la esencia de Dios se encuentra en algún lugar, el mejor
ejemplo seria sin duda entre los pueblos incultos (aislados) que casi no poseen noción
de la humanidad. Pero como dice el filósofo Cicerón (el cual fue pagano), no hay
36
nación que sea tan bárbara, ni pueblo tan brutal y salvaje que no esté convencido de
la existencia de que hay Dios.
Incluso aquellos que no parecen demasiado diferentes de las bestias salvajes poseen
también alguna idea de religión, como cierta semilla de religión. En lo cual se ve cuán
adentro este conocimiento ha penetrado en el corazón de los hombres y cuán
hondamente ha arraigado en sus entrañas.
Y puesto que desde el principio del mundo no ha habido región, país, ni ciudad o
familia que haya podido pasar sin religión, en esto se ve que todo el género humano
confiesa tácitamente que hay un sentimiento de Dios esculpido en el corazón de los
hombres.
Y, lo que, es más, la misma idolatría da suficiente testimonio de ello. Porque bien
sabemos qué duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y hacer más caso de otros
que de sí mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un pedazo de madera o de piedra,
antes que ser conocido como hombre que no tiene Dios alguno a quien adorar,
claramente se ve que esta impresión tiene una fuerza y vigor maravillosos, puesto
que en ninguna manera puede borrarse del entendimiento del hombre. De tal manera
que es cosa más fácil vencer el orgullo, como de hecho se destruye, que pasarse sin
religión, porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde su
orgullo y se somete voluntariamente a cosas vilísimas, para de esta manera servir a
Dios.
3.2. La religión no es un medio de oprimir al pueblo.
Por tanto, es un absurdo lo que algunos dicen: que la religión ha sido inventada por la
astucia y agudeza de ciertos hombres sutiles para de este modo tener a raya al
pueblo sencillo y hacerle cumplir su deber, siendo así - como ellos dicen - que ni los
mismos que enseñaban a los otros a servir a Dios creían en su existencia. Es verdad,
lo confieso, que muchísimos hombres astutos e ingeniosos han inventado muchas
cosas en la religión para mantener al pueblo en una devoción e infundirles miedo, a
fin de poderlos tener más obedientes; pero jamás se les hubiera ocurrido, si el
entendimiento de los hombres no estuviera dispuesto y firmemente persuadido a
adorar a Dios, lo cual era una semilla para inclinarlos a la religión. Así mismo no es
creíble que aquellos que astutamente engañaban a la gente ignorante y sencilla, bajo
título de religión, no tuviesen algún residuo de religión, sino que careciesen del todo
de ella. Porque, aunque antiguamente surgieron algunos, y aún hoy en día surgen no
pocos que niegan que haya Dios, sin embargo, mal de su grado, quieran o no, sienten
lo que no querrían saber.
3.3. Los que con más fuerza niegan a Dios, son los que más terror sienten de Él.
De ninguno se lee en la historia que haya sido tan mal hablado ni tan
desvergonzadamente audaz como el emperador Cayo Calígula. Sin embargo, leemos
que ninguno tuvo mayor temor ni espanto que él, cada vez que aparecía alguna señal
de la ira de Dios. De esta manera, a despecho suyo, se veía forzado a temer a Dios,
del cual, de hecho, con toda diligencia procuraba no hacer caso. Esto mismo vemos
que acontece a cuantos se le parecen. Porque cuanto más se atreve cualquiera de
ellos a mofarse de Dios, tanto más temblará aun por el ruido de una sola hoja que

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cayere de un árbol. ¿De dónde procede esto sino del castigo que la majestad de Dios
les impone, el cual tanto más atormenta su conciencia, cuanto más ellos procuran
huir de Él? Es verdad que todos ellos buscan escondrijos donde esconderse de la
presencia de Dios, y así otra vez procuran destruirla en su corazón; pero mal que les
pese, no pueden huir de ella. Aunque algunas veces parezca que por algún tiempo se
ha desvanecido, luego vuelve de nuevo de forma más alarmante; de suerte que, si
deja algún tiempo de atormentarles la conciencia, este reposo no es muy diferente
del sueño de los embriagados y los locos, los cuales ni aun durmiendo reposan
tranquilamente, porque continuamente son atormentados por horribles y espantosos
sueños. Así que los mismos impíos nos pueden servir de ejemplo de que hay siempre,
en el espíritu de todos los hombres, cierto conocimiento de Dios.
3.4. Todos tienen conciencia de que existe un Dios.
Esto, pues, deberán tener por seguro todos aquellos que juzgan rectamente: que está
esculpido en el alma de cada hombre un sentimiento de la Divinidad, el cual de
ningún modo se puede destruir; y que naturalmente está arraigado en todos esta
convicción: que hay un Dios. Y que de esta persuasión está casi como vinculada a la
médula misma de los huesos, la contumacia y rebeldía de los impíos es suficiente
testimonio; los cuales, esforzándose y luchando furiosamente por desentenderse del
temor de Dios, nunca, sin embargo, logran salirse con la suya. Aunque Diágoras y
otros como él, hagan escarnio de cuantas religiones ha habido en el mundo; aunque
Dionisio, tirano de Sicilia, robando los templos haga burla de los castigos de Dios, sin
embargo, esta risa es fingida y no pasa de los labios adentro; porque por dentro les
roe el gusano de la conciencia, el cual les causa más dolor que cualquier cauterio.
No intento decir lo que afirma Cicerón: que los errores se desvanecen con el tiempo,
y que la religión de día en día crece más y se perfecciona; porque el mundo, como
luego veremos, procura y se esfuerza cuanto puede en apartar de sí toda idea de Dios
y corromper por todos los medios posibles el culto divino. Únicamente digo esto: que,
aunque la dureza y aturdimiento, que los impíos muy de corazón buscan para no
hacer caso de Dios, se corrompa en sus corazones, sin embargo, aquel sentimiento
que tienen de Dios, el cual ellos en gran manera querrían que muriese y fuera
destruido, permanece siempre vivo y real. De donde concluyo, que ésta no es una
doctrina que se aprenda en la escuela, sino que cada uno desde el seno de su madre
debe ser para sí mismo maestro de ella, y de la cual la misma naturaleza no permite
que ninguno se olvide, aunque muchos hay que ponen todo su empeño en ello. Por
tanto, si todos los hombres nacen y viven con esta disposición de conocer a Dios, y el
conocimiento de Dios, si no llega hasta donde he dicho, es caduco y vano, es claro
que todos aquellos que no dirigen cuanto piensan y hacen a este objetivo, degeneran
y se apartan del fin para el que fueron creados. Lo cual, los mismos filósofos no lo
ignoraron. Porque no quiso decir otra cosa Platón, cuando tantas veces enseñó que el
sumo bien y felicidad del alma es ser semejante a Dios, cuando después de haberle
conocido, se transforma toda en Él. Por eso Plutarco introduce a un cierto Grifo, el
cual muy a propósito disputa afirmando que los hombres, si no tuviesen religión, no
sólo no aventajarían a las bestias salvajes, sino que serían mucho más desventurados
que ellas, pues estando sujetos a tantas clases de miserias viven perpetuamente una
vida tan llena de inquietud y dificultades. De donde concluye que sólo la religión nos

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hace más excelentes que ellas, viendo que por ella solamente y por ningún otro
medio se nos abre el camino para ser inmortales.
Lección 4 – Libro 1, cap. 3 – El conocimiento de Dios está naturalmente arraigado en
el entendimiento del hombre.
El ser humano es religioso por naturaleza, pero no quiere saber de Dios.
En este capítulo, Calvino defiende su punto de vista de que el conocimiento de Dios
ha sido implantado en las mentes humanas y que, desafortunadamente, ese
conocimiento en la mente del pecador es afectado aún más por una combinación de
ignorancia y malicia. 
Calvino escribe un poco más sobre esto en su comentario sobre Juan 1:5 “Y la luz brilla
en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.”, donde afirma que “Hay dos partes
principales en esa luz que aún permanece en la naturaleza corrupta. En todos se
siembra alguna semilla de religión, y también la distinción entre el bien y el mal está
grabada en su conciencia”. En otras palabras, la caída simplemente ha corrompido
nuestra naturaleza humana en lugar de haberla extinguido. 
Calvino comienza con la afirmación de que la conciencia de que hay Dios es un
instinto dentro de cada ser humano. Esto es así porque Dios ha "implantado" en
todas las personas una "cierta" conciencia de la majestad divina de Dios. Para apoyar
esta afirmación, Calvino se refiere a Cicerón que, siendo pagano, creía que la gente
de todas las naciones, independientemente de su salvajismo o barbarie, cree en algún
concepto de Dios, como demuestra el hecho de que los seres humanos colocarán
sobre sí mismos imágenes hechas de madera o piedra, en lugar de no tener ningún
Dios. El resultado de esto es que todos los seres humanos pueden ser condenados
justificadamente por Dios porque no han respondido apropiadamente a esta
conciencia de Dios en su interior.
I. Características de este conocimiento natural:
a. Es universal
1. Está presente en todos los hombres indistintamente
2. La falta de adoración a Dios hace que el hombre sea inexcusable
3. Esta característica está presente incluso entre pueblos aislados de la sociedad
civilizada
II. Es notado en todos los tiempos y lugares
a. La idolatría es una prueba de esta universalidad
1. Ningún hombre se humilla voluntariamente ante algo fuera de sí mismo
2. Rendir culto a madera, piedra evidencia una intensa e inerradicable impresión de lo
divino
Calvino entonces argumenta en contra de aquellos que afirman que no hay ningún
Dios en absoluto y que la religión fue inventada para controlar a los demás, la religión
es parte de la humanidad. Mientras que Calvino estaría de acuerdo en que la gente
39
añade muchos elementos no bíblico a la religión con el fin de controlar a las personas,
pero la religión en sí misma es una respuesta natural a que Dios ha plantado una
semilla de la existencia de Dios en la mente de las personas. Incluso cuando la gente
se esfuerza por negar la existencia de Dios.
Calvino afirma que esto será inútil, porque están "atrapados" por la semilla que Dios
plantó. Incluso los ateos, afirma, "sienten un indicio de lo que desean no creer".
Además, Calvino cree que Dios golpea deliberadamente sus conciencias cuando
intentan huir de él. Calvino compara a los que profesan no creer en Dios con una
persona que ha consumido demasiado alcohol y no puede encontrar descanso en el
sueño porque "están continuamente perturbados con sueños terribles y espantosos".
Calvino concluye el capítulo argumentando que aquellos que afirman no creer en Dios
todavía luchan por liberarse del temor de Dios, probando así que la semilla de la
presencia de Dios está dentro de ellos. Calvino continúa afirmando que el sentido de
Dios no es algo que se aprende en la escuela, sino que se aprende desde el vientre de
nuestra madre. Y aunque muchas personas intentan olvidar a Dios, la naturaleza no
permitirá que la semilla se desvanezca. 
La vergüenza de todo esto es que a medida que las personas empujan la religión cada
vez más lejos, se vuelven aún más miserables que las “bestias salvajes”.
Resumen:
Lo que encontramos en este capítulo es la creencia fundamental de Calvino basado en
Rom. 1:18… de que todas las personas pueden ser consideradas inexcusables por su
falta en reconocer la grandeza y dignidad de Dios en ser adorado una vez que Dios ha
implantado en ellos la idea de lo divino. 
Se les puede considerar culpables pues tienen un conocimiento innato de Dios:
“porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo
hizo evidente.” (Rom 1:19). 
1. ¿Se comprende el argumento de Calvino de que una semilla de divinidad reside en
cada ser humano?
2. ¿Crees que los que no creen en Dios luchan con esta idea? ¿Por qué o por qué no?
3. ¿Crees que las personas que no creen en Dios son peores que las que creen?

CAPÍTULO IV - EL CONOCIMIENTO DE DIOS SE VE MITIGADO O CORROMPIDO, EN


PARTE POR LA IGNORANCIA DE LOS HOMBRES, Y EN PARTE POR SU MALDAD.
4.1. La experiencia muestra que Dios ha implantado de manera secreta una semilla
de la religión en todos los hombres, por otra parte, la experiencia muestra que con
gran dificultad se hallará uno entre ciento de los hombres en que la conserve en su
corazón para hacerla fructificar; no se hallará ni uno solo en quien madure y llegue a
la estación deseada para dar fruto a su debido tiempo. Porque sea que unos se
desvanezcan en sus supersticiones, o que otros a sabiendas maliciosamente se

40
aparten de Dios, todos degeneran y se alejan del verdadero conocimiento de Dios. De
aquí viene que no se halle en el mundo ninguna verdadera piedad.
En cuanto a lo que he dicho, que algunos por error caen en superstición, no significa
que su ignorancia les excuse de pecado, porque la ceguera que ellos tienen casi
siempre está acompañada de vano orgullo y terquedad. Su vanidad, juntamente con
su soberbia, se manifiestan en que los hombres miserables no alzan sus ojos más allá
de sí mismos, como deberían hacerlo para buscar a Dios, sino que todo lo quieren es
medir a Dios según la capacidad de su comprensión humana que está totalmente
desprovista de sensibilidad, no preocupándose, verdaderamente y de hecho, de
buscarlo, no hacen con su curiosidad más que dar vueltas a vanas especulaciones.
Por esta causa no lo entienden que es Dios quien se revela, sino lo imaginan lo que
con su propia arrogancia se lo han fabricado.
En este abismo abierto, no pueden dar un paso sin precipitarse a la destrucción.
Porque todo cuanto de ahí en adelante emprendan para honrarle y servirle, no les
será tenido en cuenta, porque no es a Dios a quien honran, sino a lo que ellos en su
cabeza han imaginado.
Pablo expresamente condena esta maldad diciendo que los hombres, "creyendo ser
sabios, se hicieron necios" (Rom. 1:22). Y poco antes había dicho que "se
envanecieron en sus imaginaciones", pero, a fin de desbaratar cualquier excusa de su
culpa, añade que han sido cegados, porque no contentándose con sobriedad y
modestia sino arrogándose más de lo que les convenía, voluntariamente y a
sabiendas, fueron entenebrecidos; asimismo por su perversidad y arrogancia se han
hecho insensatos. De donde se sigue que no es excusable su locura, la cual no
solamente procede de una vana curiosidad, sino también del deseo licencioso y de la
confianza desmedida que los envanece.
4.2. La expresión de David (Sal. 14:1, 53:1), "El necio ha dicho en su corazón: No
hay Dios", se aplica principalmente a aquellos que, como se verá más adelante,
sofocan la luz de la naturaleza y se embrutecen intencionadamente como veremos
más adelante.
De hecho, vemos a muchos que después de endurecerse con su atrevimiento y
costumbre de pecar, arrojan de sí furiosamente todo recuerdo de Dios, el cual, sin
embargo, por un sentimiento natural permanece dentro de ellos y no cesa de
instarles desde allí. Y para mostrar cuán detestable es esta locura, dice David que
explícitamente niegan que haya Dios; no porque le priven de su esencia, sino porque
despojándole de su oficio de juez y proveedor de todas las cosas lo encierran en el
cielo, como si no se preocupara de nada. Porque no hay cosa que sea tan contrario a
Dios, que quitarle el gobierno del mundo y dejarlo todo al azar, cerrando los ojos y
los oídos, para que los hombres pequen a rienda suelta, cualquiera que dejando a un
lado todo temor del juicio de Dios tranquilamente hace lo que se le antoja, este tal
niega que haya Dios.
Como justo castigo a los impíos, después de que han cerrado sus propios ojos, Dios
hace que sus corazones se enturbien y pesen, y, por lo tanto, viendo, no ven (Sal.
10:11). David, de hecho, es el mejor intérprete de su propio significado, cuando dice
en otra parte, el malvado no tiene "temor de Dios ante sus ojos," (Sal. 36:1-2); y, de
41
nuevo, "Ha dicho en su corazón, Dios se ha olvidado; esconde su rostro; nunca lo
verá." Así, aunque se ven obligados a reconocer que hay algún Dios, sin embargo, le
roban su gloria al negar su poder.
Porque, como declara Pablo, " si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede
negarse a sí mismo." (2 Tim. 2:13); Él siempre permanece en la misma condición y
naturaleza. Así estos malditos, que se han forjado un ídolo muerto y mudo, sin virtud
alguna, son justamente acusados de negar a Dios.
Además de esto, hay que observar que, aunque luchan con sus propios sentimientos
o convicciones, y desearían no sólo desterrar a Dios de sus mentes, sino también del
cielo, pero su insensibilidad no puede evitar que sean arrastrados ante el tribunal
divino. Sin embargo, como no hay temor que les refrene de precipitarse
violentamente en la cara de Dios, mientras se ven apresurados por ese impulso ciego,
no se puede negar que su estado de ánimo predominante con respecto a Él es el
olvido brutal.
4.3. De este modo desaparece la vana defensa con que muchos emplean para
justificar su superstición. Piensan que para servir a Dios basta cualquier deseo de
religión, por absurdo que sea; pero no observan que la verdadera religión se debe
conformar a la voluntad de Dios como a una norma infalible, puesto que Él nunca
puede negarse a sí mismo, y que no es un fantasma que se transforma según el
deseo y capricho de cada cual.
Porque se hace evidente que las mentiras y engaños de la superstición se enreda
cuando pretende hacer algún servicio a Dios. Terminan por conceder valores a las
cosas que Dios no valora, e ignoran las que manda y dice que le agradan. Pero
menosprecian y abiertamente las rechazan. Así que todos cuantos quieren servir a
Dios con un culto ficticio, no hacen más que adorar y venerar sus propias fantasías
delirantes, honran y adoran sus desatinos, pues, de hecho, nunca se atreverían a
burlarse de Dios de esta manera, si primero no se imaginaran un Dios que fuera igual
que sus desatinados desvaríos.
Por lo cual el Apóstol dice que aquel vago e incierto concepto de la divinidad es pura
ignorancia de Dios: “Pero en aquel tiempo, cuando no conocíais a Dios, erais siervos
de aquellos que por naturaleza no son dioses.” (Gál. 4:8). Y en otra parte declara que
los efesios estaban completamente "sin Dios en el mundo" (Ef. 2:12), cuando
vagaban sin ningún conocimiento correcto de Él. Poco importa, al menos en este
aspecto, que se sostenga la existencia de un solo Dios o de una pluralidad de dioses,
ya que, en ambos casos por igual, al apartarse del Dios verdadero, no queda más que
un ídolo ridículo. Queda, pues, concluir con Lactancio 3 que no hay religión verdadera
si ella no va acompañada de la verdad.
4.4. Hay también otro mal, y es que los hombres no hacen gran caso de Dios si no se
ven forzados a ello, ni se acercan a Él sino son llevados a la fuerza, y ni aun entonces
le temen con temor voluntario, nacido de reverencia a su divina Majestad, sino
solamente con el temor servil que el juicio divino exige, juicio que, por la
imposibilidad de escapar, se ven obligados a temer, pero que, mientras temen, al
mismo tiempo también odian. Por lo cual lo que dice Estacio, poeta pagano, se encaja
3
(Instit. Div. lib 1,2,6): "No es auténtica ninguna religión que no esté de acuerdo con la verdad".
42
muy bien en este contexto de irreligión, a saber: que el temor fue el primero que
trajo a los dioses en el mundo. Los que aborrecen la justicia de Dios, querrían
sobremanera que el tribunal de Dios, levantado para castigar sus maldades, fuese
destruido. Llevados por este deseo luchan contra Dios, que no puede ser privado de
su trono de Juez; no obstante, temen, porque comprenden que su irresistible
potencia está para caer sobre ellos, y que no la pueden alejar de sí mismos ni escapar
a ella.
Y así, para que no parezca que no hacen caso en absoluto de Aquél cuya majestad los
tiene cercados, quieren cumplir con Él con cierta apariencia de religión, sin dejar
entretanto de contaminarse con toda clase de vicios, y de añadir y amontonar
abominación sobre abominación, hasta violar totalmente la santa Ley del Señor y
echar por tierra toda su justicia; y no se detienen por este fingido temor de Dios,
para no seguir en sus pecados y no vanagloriarse de sí mismos, y prefieren soltar las
riendas de su intemperancia carnal, a refrenarla con el freno del Espíritu Santo.
Pero como esta sombra de religión (apenas merece ser llamada sombra) es falsa y
vana, es fácil deducir cuánto difiere este confuso conocimiento de Dios de aquella
piedad que se infunde en el corazón de los creyentes, y de la que sólo brota la
verdadera religión. Sin embargo, los hipócritas quieren, con grandes rodeos, llegar a
creer que están cercanos a Dios, del cual, no obstante, siempre huyen.
Porque debiendo estar toda su vida en obediencia, casi en todo cuanto hacen se le
oponen sin temor alguno, y tratan de apaciguarlo con unos pocos sacrificios
insignificantes; mientras deberían servirlo con integridad de corazón y santidad de
vida, se esfuerzan por procurar su favor por medio de artimañas frívolas y
ceremonias sin valor. Y lo que es aún peor, con más desenfreno permanecen
encenagados en su hediondez, porque esperan que podrán satisfacer a Dios con sus
vanas ofrendas; y encima de esto, en lugar de poner su confianza en Él, la ponen en
sí mismos o en las criaturas, no haciendo caso de Él. Finalmente se enredan en tal
multitud de errores, que la oscuridad de su malicia ahoga y apaga del todo aquellos
destellos que relucían para hacerles ver la gloria de Dios. Sin embargo, queda esta
semilla4, que de ninguna manera puede ser eliminada o arrancada de la raíz, a saber:
que hay un Dios. Pero ella está tan corrompida, que no puede producir más que
frutos malísimos.
Mas, aun así, se demuestra lo que al presente pretendo probar: que el sentido de la
Deidad está naturalmente grabado en el corazón humano, en el hecho de que los
mismos réprobos se ven obligados a reconocerlo. Mientras todo les va bien, pueden
bromear y burlarse de Dios, y llegan a hablar pertinaz y locuazmente en menosprecio
de su poder; pero si alguna desgracia cae sobre ellos, les fuerza a buscar a Dios, y a
repetir vanas oraciones, sin embargo, probando que no eran enteramente ignorantes
de Dios, sino que habían reprimido perversamente sentimientos que debían haberse
manifestado antes.

Lección 5 – Libro 1, cap. 4 – El conocimiento de Dios se ve mitigado o corrompido en


los hombres, en parte por la ignorancia y en parte por su maldad.
4
Semen Religionis – la semilla de que Dios existe y deber ser adorado.
43
“Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles.” (Rom 1:22-23)
Tenemos cuatro divisiones en el cap. 4, donde después que Calvino establece el
hecho de un sensus divinitatis o semen religionis, como aquello que es nuestro por lo
que Dios hace, ahora pasa a detallar lo que sucede cuando nosotros, en nuestros
pecados, nos apoderamos de él. Lo que sucede, en una palabra, es la perversión.
Una vez que nos apoderamos de la verdad que Dios nos da a cada uno de nosotros,
en nuestros pecados nos fabricamos un dios a nuestra propia imagen. Al hacerlo,
procedemos a construir una religión en torno al dios o dioses falsos que hemos
creado. Cada una de estas respuestas es la reacción inevitable, para aquellos que
permanecen en Adán, al conocimiento de Dios implantado en nosotros, y estas
respuestas siguen, de nuevo, la presentación de Pablo en Romanos 1:18... Hablando
de cómo es que suprimimos la verdad de Dios, y en rebelión los pecadores cometen
culpablemente toda forma de idolatría y abrazan todo tipo de superstición. No sólo
eso, sino que en lugar de temer al Dios que conocen (Rom. 1:19, 21), "no desisten de
contaminarse con toda clase de vicios, y de unir la maldad a la maldad, hasta que en
todos los aspectos violan la santa ley del Señor y disipan toda su justicia."
La palabra superstición empleada por Calvino trae el significado de toda creencia que
carece de fundamento verdadero, es un sinónimo para toda forma de idolatría que es
cualquier creencia en cualquier cosa que pueden atribuir poder sobrenatural, sea que
les traiga suerte o que también pueda traerles mala suerte o maldición.
La semilla de la religión implantada por Dios en el hombre con la caída fue
degenerada y es degenerada más y más, porque no puede madurar en el corazón del
hombre para producir fruto de vida eterna sin una actuación de la gracia de Dios. Por
eso el hombre entregado a sí mismo, dejado en su propia condición de pecado busca
una religiosidad que es muerta y desconectada de Dios, pero no le falta revelación de
parte de Dios y por eso es inexcusable. Algunos están sumergidos en diferentes
formas de idolatría, mientras que otros en rebelión intencional contra Dios.
El hombre es inexcusable porque su idolatría independiente de la forma que tenga
involucra orgullo y obstinación, conlleva en medir a Dios según la mente limitada y
mancillada por el pecado, donde el hombre piensa que puede determinar quien es
Dios, de Su existencia y de la forma que debe ser adorado. El máximo que alcanza
este corazón degenerado es un conocimiento desordenado guiado por la curiosidad
que conduce a una falsa fe y una falsa adoración.
Por eso la depravación no es solo un conocimiento deturpado, sino que una
consciente rebelión contra Dios. El necio dice en su corazón no hay Dios, Sal. 14:1, el
corazón endurecido y depravado quiere eliminar todo recuerdo de Dios. Una negación
que rechaza Su gobierno y providencia en el mundo. En su incoherencia niegan a
Dios, pero están dispuesto a confiar en cualquier ídolo vacío y muerto como si pudiera
concederles alguna seguridad.
La verdad bíblica dice que los hombres se hicieron vanos en sus razonamientos y su
necio corazón fue entenebrecido… Rom. 1:21. Eso no significa que el hombre deje de

44
ser religioso y que no sienta la necesidad de adorar, pues para eso ha sido creado. Lo
que se ve es que levantan opiniones vagas y erróneas acerca de Dios. Piensan que
pueden acomodar la divinidad a sus gustos y preferencias. No pueden comprender
que toda religión es falsa a menos que esté fundamentada en la verdad de Dios, y
que toda adoración es ofensa a Dios, a menos que sea por medio de Jesucristo.
Finalmente concluimos que el hombre termina en una vida de hipocresía. Niegan a
Dios, pero cuando confrontados por sus juicios temporales se ven forzados a
acercarse a Él no porque lo quieren, sino para obtener alivio del sufrimiento. Tratan
de demostrar una apariencia religiosa pero que es destituida de un corazón
regenerado. Fingen temor de Dios, pero al mismo tiempo aman sus vicios y su vida
perversa. Por eso esa falsa religión nunca es acompañada de un cambio genuino de
vida. No dejan de "contaminarse con toda clase de vicios, y de unir maldad sobre
maldad... hasta violar la santa ley del Señor y Su justicia...".
No tienen ninguna piedad verdadera (reverencia y amor a Dios).
En resumen, lo que nos enseña este capítulo es que, aunque Dios ha sembrado la
semilla de la religión en todos los seres humanos, con la caída el hombre no puede
desarrollar esta religiosidad de forma verdadera y en conformidad con la voluntad de
Dios, y por eso lo que sucede es que el hombre entregado a si mismo se degenera y
corrompe el verdadero conocimiento de Dios. No hay verdadero temor de Dios, sino
que cada uno fabrica su propio dios en presunción y arrogancia. Queda claro las
palabras de Pablo que dice “profesando ser sabios, se volvieron necios…”, pensando
rendir culto a Dios, lo deshonran y provocan Su ira. Cuando confrontados por los
juicios temporales de Dios, piensan que pueden aplacarlo con meros rituales
disociados de una fe genuina, piensan que Dios se impresiona con sus esfuerzos y
ofrendas.
Enojados con Dios piensan que pueden borrarlos de sus mentes y conciencias, pero
cuanto más lo intentan más se acerca el momento donde tendrá que afrontar el
tribunal de Dios y la justicia reservada a los impíos.
1. El conocimiento de Dios suprimido por la ignorancia, conduce que los hombres
caen en la superstición e idolatría. Tales personas, sin embargo, son inexcusables,
porque su error va acompañado de orgullo y terquedad.
2. La terquedad es compañera de la impiedad.
3. Ningún pretexto puede justificar la superstición. Esto se demuestra, primero por la
escrituras y en segundo lugar por la propia razón.
4. Los impíos nunca se acercan voluntariamente a la presencia de Dios. De ahí su
hipocresía. De ahí también que su sentido de la Deidad no conduzca a ningún buen
resultado.
CAPÍTULO V - EL PODER DE DIOS RESPLANDECE EN LA CREACIÓN DEL MUNDO Y EN
EL CONTINUO GOBIERNO DEL MISMO.

5.1. Dios ha impreso las señales de su gloria en todas sus obras.

45
La suprema la felicidad y bienaventuranza en esta vida consiste en conocer a Dios, Él,
a fin de que ninguno quede privado del camino por donde ir hacia esta felicidad, no
solamente plantó la semilla de la religión de que hemos hablado en el corazón de los
hombres, sino que de tal manera se ha manifestado en esta admirable obra del
mundo y cada día se manifiesta y declara, que no se puede abrir los ojos sin verse
forzado a contemplarlo.
La esencia de Dios, ciertamente, es incomprensible, trascendiendo por completo todo
pensamiento humano; pero en cada una de sus obras su gloria está grabada en
caracteres tan brillantes, tan distintos y tan ilustres, que nadie, por muy torpe y
analfabeto que sea, puede alegar su ignorancia como excusa. De ahí que el salmista
exclame con perfecta verdad: "Se cubre de luz como de vestidura, Que extiende los
cielos como una cortina." (Sal. 104:2); como si dijera que Dios se vistió por primera
vez con un traje visible cuando, en la creación del mundo, desplegó esos gloriosos
estandartes, en los que, a cualquier lado que nos volvamos, contemplamos sus
perfecciones visiblemente retratadas. En el mismo salmo, el salmista compara
acertadamente los cielos expandidos con su tienda real, y dice: “Él es el que pone las
vigas de sus altos aposentos en las aguas; el que hace de las nubes su carroza; el
que anda sobre las alas del viento; que hace de los vientos sus mensajeros, y de las
llamas de fuego sus ministros.” (Sal. 104:3-4)
Y como la gloria de su poder y sabiduría es más refulgente en las alturas, muchas
veces el cielo es llamado su palacio.
En cuanto a lo primero, a cualquier parte que miremos, no hay cosa en el mundo, por
pequeña que sea en la que no se vea lucir ciertos destellos de su gloria. Y no
podríamos contemplar de una vez esta grandísima y hermosísima obra del mundo sin
quedar confusos y atónitos por la intensidad de su resplandor. Por eso, el autor de la
Epístola a los Hebreos describe elegantemente los mundos visibles como imágenes de
lo invisible (Hebreos 11:3), la elegante estructura del mundo que nos sirve como una
especie de espejo, en el que podemos contemplar a Dios, quien de otro modo es. Por
la misma razón, el salmista atribuye el lenguaje a los objetos celestes, un lenguaje
que todas las naciones entienden (Salmo 19:1-2), siendo la manifestación de la
Deidad demasiado clara para escapar a la atención de cualquier pueblo, por obtuso
que sea. El apóstol Pablo, expresando esto aún más claramente, dice: “Lo que de
Dios se conoce les es manifiesto, porque Dios se lo manifestó. Porque las cosas
invisibles de él desde la creación del mundo se ven claramente, siendo entendidas por
las cosas hechas, su poder eterno y divinidad” (Rom. 1:20).
5.2. Sabios e ignorantes pueden admirar en la creación la sabiduría de Dios.
Las pruebas de su maravillosa sabiduría son innumerables, así en, el cielo, como en la
tierra. Ellas nos testifican de su admirable sabiduría y poder. No me refiero solamente
a los secretos de la naturaleza que requieren particular estudio, como son la
astrología, la medicina y toda la ciencia de las cosas naturales; me refiero también a
los que son tan notorios y palpables, que el más inculto y rudo de los hombres los ve
y los entiende, de suerte que es imposible abrir los ojos sin ser testigo de ellos. Es
verdad que los que han entendido, o al menos gustado, las artes liberales, con esta
ayuda pueden entender mejor los misterios secretos de la divina sabiduría.

46
Sin embargo, ningún hombre, aunque los ignore, está incapacitado para discernir
tales pruebas de la sabiduría creadora, que pueden hacer que estalle la admiración
por el Creador. Investigar los movimientos de los planetas, determinar sus
posiciones, medir sus distancias y averiguar sus propiedades, exige habilidad y un
examen más cuidadoso; y donde se emplean estos medios, como la Providencia de
Dios se despliega más plenamente, es razonable suponer que la mente toma un vuelo
más elevado y obtiene vistas más brillantes de su gloria.
Lo mismo ocurre con la estructura del cuerpo humano. Determinar la conexión de sus
partes, su simetría y belleza, con la habilidad de un Galeno, requiere una agudeza
singular; y sin embargo, todos los hombres reconocen que el cuerpo humano lleva en
su cara tales pruebas de ingenio que son suficientes para proclamar la admirable
sabiduría de su Hacedor.
5.3. El hombre testifica de la sabiduría de Dios
Por esta causa, algunos de los filósofos antiguos llamaron, no sin razón, al hombre,
microcosmos, que quiere decir mundo en miniatura; porque él es una rara y
admirable muestra de la gran potencia, bondad y sabiduría de Dios, y contiene en si
maravillas suficientes para ocupar nuestras mentes si no desdeñamos el
considerarlas. Por eso Pablo (Hch. 17:27-28), después de decir que aun los ciegos
palpando pueden encontrar a Dios, añade inmediatamente que "no está lejos de cada
uno de nosotros"; cada hombre tiene dentro de sí una evidencia indudable de la
gracia celestial por la que vive, se mueve y tiene su ser. Pero si, para aprehender a
Dios, no es necesario ir más allá de nosotros mismos, ¿qué excusa puede haber para
la pereza de cualquier hombre que no se tome la molestia de mirar a sí mismo para
poder encontrarlo?
Por esta razón David, después de haber celebrado en pocas palabras el admirable
nombre del Señor y su majestad, que por doquiera se dan a conocer, exclama (Sal.
8,4): "¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?"; y (Sal. 8:2) "De la boca
de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza”. Pues no solamente propone al
hombre como un claro espejo de la obra de Dios, sino que dice también que, hasta
los niños, cuando aún son lactantes, tienen suficiente elocuencia para ensalzar la
gloria de Dios, de suerte que no son necesarios oradores. Esta es la razón por la que
David no duda en presentarlos como plenamente instruidos para refutar la locura de
quienes, por orgullo diabólico, quisieran extinguir el nombre de Dios. De ahí también
el pasaje que Pablo cita de Arato: "Somos linaje suyo" (Hechos 17:28), los excelentes
dones con los que nos ha dotado atestiguan que es nuestro Padre. Del mismo modo,
otros poetas, por instinto natural y, por así decirlo, al dictado de la experiencia, los
poetas paganos lo llamaron padre de los hombres. Nadie, en efecto, se dedicará
voluntaria y gustosamente al servicio de Dios si no ha probado previamente su amor
paternal, y no ha sido seducido por ello para amarlo y reverenciarlo.
5.4. La ingratitud de los que niegan a Dios.
Sienten cuán maravillosamente obra Dios en ellos, y su propia experiencia les habla
de la gran variedad de dones que deben a su liberalidad. Quieran o no, no pueden
dejar de saber que éstas son pruebas de su divinidad, y sin embargo las reprimen
interiormente.
47
Aquí se descubre la gran ingratitud de los hombres, que teniendo en sí mismos y en
su entorno tantas bellas obras de Dios, y un almacén con tesoros de valor
inestimable, en lugar de darle gracias, como están obligados a hacer, ellos se inflan
de mayor orgullo y presunción. Sienten cuán maravillosamente obra Dios, en ellos, y
la experiencia les muestra con cuánta diversidad de dones y mercedes su liberalidad
los ha adornado. Se ven forzados, a despecho suyo, quieran o no, a reconocer estas
pruebas y signos de la Divinidad, que, sin embargo, ocultan dentro de sí mismos. No
tienen ocasión de ir más lejos que ellos mismos, con tal de que no se apropien de lo
que les ha sido dado desde el cielo, apagando la luz destinada a exhibir a Dios
claramente a sus mentes.
Y, lo que es peor, a en la actualidad, viven en el mundo muchas mentes monstruosas,
que sin vergüenza alguna se esfuerzan por destruir toda semilla de la Divinidad
derramada en la naturaleza humana, como medio para suprimir el nombre de Dios.
¿Puede haber algo más detestable que esta locura del hombre, que, encontrando a
Dios cien veces tanto en su cuerpo como en su alma, hace de su excelencia en este
aspecto un pretexto para negar que haya un Dios? Tales gentes no dirán que
casualmente se diferencian de los animales, pues en nombre de una Naturaleza a la
cual hacen artífice y autora de todas las cosas, dejan a un lado a Dios. Los rápidos
movimientos del alma, sus nobles facultades y sus raras dotes, revelan la agencia de
Dios de una manera que haría imposible la supresión de la misma, si los epicúreos,
como tantos cíclopes, no la utilizaran como un terreno de ventaja, desde el cual librar
una guerra más audaz con Dios.
¿Pues qué? ¿Será menester que para gobernar a un gusanillo de cinco pies concurran
y se junten todos los tesoros de la sabiduría celestial, y que el resto del mundo quede
privado de tal privilegio? Sostener que hay órganos en el alma que corresponden a
cada una de sus facultades, está tan lejos de oscurecer la gloria de Dios, que más
bien hace que se muestre más. Que responda Epicuro, qué concurrencia de átomos,
cocinando carne y bebida, puede formar una porción en desechos y otra en sangre, y
hacer que todos los miembros por separado desempeñen su oficio con tanto cuidado
como si fueran otras tantas almas actuando de común acuerdo en la superintendencia
de un cuerpo.

Lección 6 – Libro 1, cap. 5 – El poder de Dios resplandece en la creación y en el


permanente gobierno del mundo.
Un breve repaso de lo que hemos visto hasta aquí y hacia dónde vamos. Calvino
continúa su discusión sobre las diversas formas en que los seres humanos deberían

48
tener algún conocimiento de Dios. Ha argumentado que el conocimiento de Dios ha
sido implantado en nuestras mentes, pero ese conocimiento ha sido corrompido por la
ignorancia y por la maldad. Calvino propone ahora que podemos conocer a Dios a
través del mundo que nos rodea.
La claridad de la autorrevelación de Dios nos despoja de toda excusa, como la
conciencia de la deidad implantada divinamente en todo hombre, la revelación diaria
de Dios en la elaboración del universo está destinada a proporcionarnos el
conocimiento de Dios; éste es el objetivo último de la vida bienaventurada.
Este capítulo, el más largo de los cinco que hemos estudiado, se ocupa de explicar
cómo es que el conocimiento de Dios se revela a través de lo que Dios ha hecho.
La enseñanza de Calvino aquí busca contestar las siguientes preguntas:
¿En qué lugar del mundo creado se puede percibir la presencia de Dios y su obra
creadora?
¿Por qué es correcto que Dios juzgue a toda la humanidad?
¿Cómo confunde la gente al creador con la criatura?
Este capítulo consta de dos partes:
I. La primera, que ocupa las diez primeras secciones, que divide todas las obras de
Dios en dos grandes clases y aclara el conocimiento de Dios que se muestra en cada
clase. La primera clase se trata en las primeras seis secciones y la otra en las cuatro
secciones siguientes.
II. La última parte del capítulo muestra que, como consecuencia de la extrema
estupidez de los hombres, esas manifestaciones de Dios, por muy claras que sean, no
conducen a ningún resultado útil. Esta última parte, que comienza en la undécima
sección, continúa hasta el final del capítulo.
Secciones:
5.1. La esencia invisible e incomprensible de Dios, hasta cierto punto se hace visible
en sus obras a todos los hombres.
Dios ha dejado las huellas o marcas de Su gloria in cada centímetro del universo.
Toda Su obra es una clara revelación de Su existencia. Por eso, poder conocer a Dios
es la mayor bienaventuranza del ser humano y debe ser su objetivo final. Para este
fin Dios ha colocado en todo ser humano la simiente de la religión, e hizo más
dejando Su revelación en Sus obras de manera que todo está evidente delante de sus
ojos todos los días.
Aunque la esencia del Dios infinito es incomprensible para los hombres finitos, las
marcas de su gloria en la naturaleza son tan obvias que incluso los hombres que no
tuvieron lo que llamamos de educación formal y académica, ellos en su ignorancia
pueden ser testigos de la sabiduría y gloria de Dios, por eso nadie será excusable
delante de Él.
“Porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo
hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno
49
poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo
creado, de manera que no tienen excusa.” (Rom 1:19-20)
Son innumerables las evidencias, tanto en el cielo como en la tierra, que declaran su
maravillosa sabiduría, todo está expuesto a la vista de todos.
5.2. Esto lo declara la primera clase de obras, a saber, los admirables movimientos de
los cielos y la tierra, la simetría del cuerpo humano y la conexión de sus partes; en
resumen, los diversos objetos que se presentan a todos los ojos.
Es importante entender que nadie queda sin testimonio de la gloria de Dios. Aquellos
que tienen la gracia de poder estudiar y comprender misterios más profundos en las
diferentes áreas del conocimiento (medicina, biología, astronomía, ciencias humanas,
etc.), ellos tienen mayor oportunidad de contemplar los misterios de la sabiduría
divina.
Pero Dios no se oculta a nadie, incluso aquellos que viven en contextos aislados y
privados de estos conocimientos, que solo cuentan con el auxilio de sus ojos, también
ellos tienen más que suficiente, además de las obras externas de la creación, cada
ser humana tiene un cuerpo creado que expresan a través de su simetría y estructura
la sabiduría y gloria de Su Creador.
“¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo
cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de
gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has
puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo,
las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares.
¡Oh, SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!”
(Salmo 8:4-9)
5.3. La formación del hombre manifiesta la gloria de Dios.
Aun que el hombre sea solo una pequeña parte de la creación, el hombre es una
revelación del poder, de la bondad y de la gloria de Dios.
Tanto los incrédulos como las escrituras afirman la verdad que el hombre fue creado
por Dios, por eso Pablo menciona lo que dijeron poetas paganos en Hech. 17:28,
“porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de vuestros
mismos poetas han dicho: "Porque también nosotros somos linaje suyo."
Todo hombre frente la creación y la providencia de Dios debería ser conducido a
amarlo, adorarlo y servirlo.
Pero nadie lo hará de buen grado sin que El propio Dios haya cambiado su disposición
para amarlo en cambio.
Pero con solo contemplarnos y ver como hemos sido creado y como subexistimos ya
sería suficiente para que no tengamos ninguna excusa delante de Dios.

5.4. La rebelión de los que se apartan de Dios no es más que una ingratitud hacia Su
Creador.

50
La vergonzosa ingratitud de despreciar a Dios, quien, de tantas formas, se manifiesta
en nosotros. La ingratitud es aún más vergonzosa al contemplar que a pesar de que
toda buena dadiva viene de Dios, los hombres en lugar de volverse a Dios se vuelven
hacia a sí mismos, con orgullo y amor propio, suprimiendo todo impulso de darle
gloria a Dios, se atribuyen a ellos mismos todo mérito.
La rebelión de los hombres es tan vergonzosa que, recibiendo tantas bendiciones de
lo alto, niegan a Dios y buscan destruir la semilla de Dios presente en ellos. En lugar
de dar gloria a Dios, lo rechazan y lo sustituyen por la naturaleza (cosas creadas).
Lo ridículo que llega en el hombre en su rebelión: Somos criaturas asombrosas, pero
con frecuencia pensamos que somos el pináculo del universo. Viendo toda la
providencia de Dios, llegamos a creer y decir que todo es impulsado por el azar.
“Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles… porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y
adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos.
Amén.” (Rom 1:22-23, 25)

51
5. Los poderes y acciones del alma, una prueba de su existencia separada del cuerpo.
Pruebas de la inmortalidad del alma. Objeción de que el mundo entero es vivificado
por un alma. Responder a la objeción. Su impiedad.
6. Conclusión de lo que se ha dicho, a saber, que la omnipotencia, la eternidad y la
bondad de Dios pueden aprenderse de la primera clase de obras, es decir, aquellas
que están de acuerdo con el curso ordinario de la naturaleza.
7. La segunda clase de obras, a saber, las que están por encima del curso ordinario
de la naturaleza, proporcionan una clara evidencia de las perfecciones de Dios,
especialmente su bondad, justicia y misericordia.
8. También su providencia, poder y sabiduría.
9. Pruebas e ilustraciones de la Majestad divina. El uso de ellos, es decir, la
adquisición del conocimiento divino en combinación con la verdadera piedad.
10. La tendencia del conocimiento de Dios a inspirar a los justos la esperanza de una
vida futura y recordar a los malvados los castigos reservados para ellos. Su
tendencia, además, a mantener vivo en el corazón de los justos el sentido de la
bondad divina.
11. La segunda parte del capítulo, que describe la estupidez tanto de los sabios como
de los ignorantes, al atribuir a la fortuna todo el orden de las cosas y las admirables
disposiciones de la divina Providencia.
12. De ahí el politeísmo, con todas sus abominaciones, y las interminables e
irreconciliables opiniones de los filósofos sobre Dios.
13. Todos culpables de rebelarse contra Dios, corrompiendo la religión pura, ya sea
siguiendo la costumbre general, o el consentimiento impío de la antigüedad.
14. Aunque irradiados por las maravillosas glorias de la creación, no dejamos de
seguir nuestros propios caminos.
15. Nuestra conducta es totalmente inexcusable, la torpeza de la percepción es
atribuible a nosotros mismos, mientras se nos recuerda plenamente el verdadero
camino, tanto por la estructura como por el gobierno del mundo.

52
https://www.apuritansmind.com/the-reformation/an-overview-of-calvin
%E2%80%99s-%E2%80%9Cinstitutes-of-the-christian-religion%E2%80%9D-by-c-
matthew-mcmahon/
http://www.johncalvinforeveryone.org/chapter-41.html

CAPÍTULO V -

Lección 6 – Libro 1, cap. 5 –

53
Si decodificamos esto, Calvino está afirmando que el verdadero conocimiento de Dios
no son reflexiones esotéricas sobre Dios, sino que implica saber cómo debemos
relacionarnos con Dios, así como porqué debemos relacionarnos con Dios. Continúa
diciendo que este tipo de conocimiento es mayor que el “conocimiento primordial y
simple” (p. 40) que cualquier ser humano podría obtener acerca de Dios al mirar la
naturaleza misma, incluso si Adán no hubiera pecado (Calvino creía que no solo los
seres humanos se corrompieron en la caída de Adán, sino que la naturaleza también
se corrompió) . E incluso si alguien pudiera ver a Dios en la naturaleza, no sería el
mismo conocimiento que uno tendría al conocer a Dios a través de Jesús como
redentor.

              Luego, Calvino procede a ofrecernos una serie de razones por las que
debemos honrar a Dios. Estos incluyen que Dios es la fuente de todo bien,
sustentador y regulador del universo. En lo que respecta a la humanidad, Dios la
gobierna con su justicia y su juicio, soporta a la humanidad en su misericordia, la vela
protegiéndola y le ofrece sabiduría, luz y verdad. Debemos esperar en estas cosas y
luego, cuando lleguen, dar gloria a Dios. Calvino luego define la piedad como "esa
reverencia unida al amor de Dios que induce el conocimiento de sus
beneficios"(pág.41). Afirma que hasta que los seres humanos reconozcan que le
deben todo a Dios, que Dios es el autor de todos sus bienes y que solo pueden
establecer su felicidad en él, nunca se entregarán completamente a Dios (y en
esencia llegarán a conocer a Dios). ).

              A continuación, Calvino se enfrenta a aquellos que creen que pueden tener
alguna forma objetiva de ver a Dios; en cierto sentido, estudiar a Dios como un
científico estudia un error. Sostiene que este es un conocimiento inútil porque no nos
enseña el temor y la reverencia ni nos impulsa a depender de Dios. La humanidad
solo puede ver a Dios claramente a través del lente de la relación apropiada entre
Dios y la Criatura. Según Calvin, una mente piadosa ni siquiera especulará sobre
cómo podría ser esa relación. En cambio, la mente piadosa pensará solo en el único
Dios verdadero y se entregará a confiar en Dios. Esta confianza llevará a la persona
piadosa a reconocer a Dios como juez y salvador; juez de los impíos y salvador de los
fieles. Finalmente, una persona piadosa no pecará, no por temor al castigo, sino por

54
su amor y reverencia por Dios.

              Reflexión: Juan Calvino a menudo ha sido retratado como un teólogo rígido


y enojado que creía en un Dios rígido y enojado. Nada podría estar más lejos de la
verdad. El Dios que Calvino nos llama a conocer es alguien que ama, guía, sostiene y
se preocupa por la creación y la humanidad. Este es el Dios que juzga a los impíos
para asegurar que se lleve a cabo la justicia y el que salva a los que Dios
llama. Calvino también aclara que si bien nuestra respuesta a Dios incluye temor
(reverencia), debe basarse en nuestro amor por Dios. Calvino quiere que la gente
conozca a Dios de una manera relacional; en un sentido como padre e hijo. Por tanto,
la teología de Calvino es siempre práctica. Está destinado para el uso de personas
reales que tratan de llegar a conocer un verdadero Dios vivo con el fin de vivir vidas
que reflejan los deseos de Dios. Preguntas:

             

1. ¿Qué opinas de las razones de Calvino para llegar a conocer a Dios?


2. ¿Cómo definiría la piedad?
3. ¿Por qué crees / no crees que es importante llegar a conocer a Dios de esta
manera?

eambién descubren su necesidad de conocer a Dios más plenamente

Por tanto, aunque entre el conocimiento de Dios y de nosotros mismos haya una gran
unión y relación, el orden para la recta enseñanza requiere que tratemos primero del
conocimiento que de Dios debemos tener, y luego del que debemos tener de
nosotros.

55
Concluye el capítulo, como suele hacerlo, ofreciendo ejemplos bíblicos. Enumera
múltiples pasajes del Antiguo Testamento en los que la gente, desde Abraham,
pasando por Isaías, hasta Job, ven a Dios por lo que es, y llegan a comprender que
no están en la misma liga moral que el creador. También descubren su necesidad de
conocer a Dios más plenamente

Calvino nos muestra que nuestro conocimiento de Dios está de alguna manera ligado
a nuestro conocimiento de nosotros mismos. Él nos dice que es difícil saber cuál viene
primero, pero pues por la constitución del ser humano, por la maravilla del cuerpo y
de la mente humana somos convencidos de Su existencia.
Por otro lado, nuestro estado de miseria consecuencia de la caída nos hace mirar a
Dios con la esperanza de encontrar la sabiduría verdadera, la virtud santa, la plenitud
de toda bondad y la pureza de la rectitud.
Pero no podemos aspirar seriamente a Dios sin antes encontrar desprecio por quienes
somos y por la condición en que nos encontramos delante de Él. Por eso presenta
varios ejemplos bíblicos de personas que alcanzaron este conocimiento de ellos
mismo tras alcanzar el conocimiento de Dios.
La miseria es la mano de la providencia que nos hace esperar solo en Dios.

Sin conocimiento del "yo" no hay conocimiento de Dios, ya que nuestra verdadera
sabiduría se limita casi enteramente a la forma en que estos se relacionan entre sí.
Debemos tener un sólido conocimiento de Dios y un correcto conocimiento de
nosotros mismos.

http://www.fpcbirmingham.org/classes-and-events.html
http://www.johncalvinforeveryone.org/chapter-2.html
http://www.johncalvinforeveryone.org/uploads/2/2/3/0/22303298/book_1_chapter_1
.pdf
56
http://www.ketoctin.org/institutes
https://www.apuritansmind.com/the-reformation/an-overview-of-calvin
%E2%80%99s-%E2%80%9Cinstitutes-of-the-christian-religion%E2%80%9D-by-c-
matthew-mcmahon/

Book One: The Knowledge of God the Creator


• The Knowledge of God and That of Ourselves Are Connected. How They Are Interrelated (Chapter
I)
- Without knowledge of self there is no knowledge of God
- All the knowledge and wisdom we possess consists in two parts:
- Knowledge of God.
- Knowledge of self.
- Our very being is nothing but subsistence in the one God.
- From the feeling of our depravity and corruption, we recognize that the true light of wisdom, sound virtue,
full abundance of every good, and purity of righteousness rest in the Lord alone.

Libro Uno: El Conocimiento de Dios el Creador


- El conocimiento de Dios y el de nosotros mismos están conectados. Cómo están
interrelacionados (Capítulo I)
- Sin conocimiento de sí mismo no hay conocimiento de Dios
- Todo el conocimiento y la sabiduría que poseemos consiste en dos partes:
- Conocimiento de Dios.
- Conocimiento de uno mismo.
- Nuestro propio ser no es más que la subsistencia en el único Dios.
- Desde el sentimiento de nuestra depravación y corrupción, reconocemos que la
verdadera luz de la sabiduría, la sana virtud, la plena abundancia de todo bien, y la
pureza de la justicia descansan sólo en el Señor.

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator

Así, la necesaria afirmación de Calvino de que los dos conocimientos están


inextricablemente unidos. Están inextricablemente unidos porque el hombre es
ineradicable y eternamente imagen de Dios.
En cuanto pensamos que no somos imagen, sino realidad independiente, tenemos
una visión sesgada e ilusoria de lo que somos.
Lo que significa es que, a menos que nos veamos a nosotros mismos contra el telón
de fondo de la santidad de Dios, nunca nos veremos a nosotros mismos por lo que y
lo que realmente somos. Este es el principio que subyace al resto de lo que Calvino
quiere decir en el libro 1, y especialmente en los siguientes tres capítulos.

57
https://www.apuritansmind.com/the-reformation/a-short-summary-of-calvins-
institutes-by-dr-c-matthew-mcmahon/

http://www.johncalvinforeveryone.org/chapter-2.html

58

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