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Diego Quintano pudo haber sido el más célebre de los innovadores del vino riojano pero se
elaborar vinos según el método de Burdeos ya en el siglo XVIII, cien años antes de la famosa
pero su recuerdo es todavía hoy una sombra oculta tras el prestigio de su propio hermano.
El relato conocido es el siguiente: Durante todo el siglo XVIII el viñedo se había multiplicado
más allá de cualquier proporción lógica en los campos riojanos. Debido a tal exceso, el precio
del vino descendía alarmantemente cuando la cosecha era buena y años había en que el
preciado líquido terminaba derramado por las calles para dejar cabida en los tinos al de la
cosecha siguiente. Aunque peores eran los años malos, porque entonces se arruinaban pueblos
enteros que contaban sus tierras por viñedos y a falta de los beneficios de la venta del vino se
quedaban sin recursos para comprar pan. Así llegaban el hambre, las epidemias y las
revueltas.
En aquel tiempo comenzaron a surgir las Sociedades de Amigos del País, cenáculos ilustrados
donde los pensadores de la época discutían y ponían en marcha iniciativas para despertar al
país de su indolencia secular. Una de ellas fue la Riojano Castellana, que identificó el problema
del vino con las dificultades que había para sacarlo de la región y dedicó sus esfuerzos a la
construcción de caminos y puentes. Otra fue la Sociedad Bascongada de Amigos del País,
mejor conectada con Europa y con algunos miembros conocedores de lo mucho que ya para
en los aspectos puramente técnicos, sus integrantes dedicaron sus desvelos al que
El vino riojano que llegaba a los almacenes y tabernas de Vitoria y Bilbao lo hacía convertido
en una mescolanza repugnante, fruto de un sistema de elaboración antediluviano y de las
desprendía tufos que se mezclaban con la propia hez del vino con cada cadencioso bamboleo
de las mulas que los acarreaban montaña arriba y abajo. La superproducción sólo se
solucionaría, pensaron, exportando el vino, pero cómo hacerlo si su calidad era infame y
La Bascongada lanzó un reto en el año 1785: Entregaría un premio “a quien mejor escribiese
sobre los medios de restablecer la feraz provincia de Rioja, sugiriendo el modo de dar salida a
su abundantísima cosecha de vinos”. Y siguiendo ese reclamo ese mismo año se trasladó a
nuestro protagonista. Tras dos años en Francia, Manuel escribiría un texto tan breve como
célebre: el Método de hacer el vino de Burdeos, con el cual ganó el premio y las alabanzas de
los ilustrados.
Si la historia que hemos relatado es la más conocida, la que lo es menos comienza en el sitio
de Gibraltar, en 1782. Allí se dejó una pierna tratando de recuperar el Peñón un cadete de las
Reales Guardias de la Infantería Española. Su nombre era Diego Quintano, quien tullido e inútil
ya para la guerra contra los ingleses regresó a su Labastida natal. Una vez en su pueblo
cambió su antiguo palacete señorial, ubicado en la cuesta que asciende hacia la plaza, por otro
caserón ubicado en el llano, casi al lado de la carretera que cruza la localidad. Era un héroe,
así que en 1783 se le entregó una pensión a cuenta de la Encomienda de Bolaños de la Orden
Dos años después se hace pública la convocatoria del premio de la Bascongada. Ningún
documento nos dice si Manuel pidió una suerte de excedencia en la catedral de Burgos para
irse a Burdeos por iniciativa propia o si fue su hermano, el nuevo hacendado, quien le pidió
que lo hiciera para aprender a hacer menos ruinoso ese negocio del vino al que se acababa de
incorporar, aunque desde luego esta segunda opción parece la más lógica. Y lo que sí está
documentado es que el mismo año de 1786, mientras Manuel se encontraba todavía en
Burdeos, Diego ya había comenzado a elaborar los vinos según el nuevo método. Un año más
tarde llegaría el reconocimiento al texto escrito por Manuel, pero lo que maravilló realmente a
los “bascongados” fue el vino que lo acompañaba, que antes de ser sometido a su ilustre juicio
había sido ya enviado a Londres en una remesa de prueba por ver si soportaba el viaje - con
éxito- y también a Vitoria, a Bilbao y a Madrid, siendo acogido en todas partes con admiración.
Diego compró más viñedos, adaptó bodegas y convenció a otros para que siguieran su
inició, gracias a un privilegio otorgado por la Corona, el comercio con los puertos de La
Habana, Veracruz y México. Los albaranes de embarque son abundantísimos hasta 1805, el
año en que la armada española fue destrozada por la inglesa en Trafalgar, y todos los firma él
como elaborador y propietario de los vinos que se marchan a hacer las Américas. Nunca
Manuel.
Hay muchas cosas sorprendentes en esos contratos de embarque: el detallismo meticuloso con
que se especifica cada mínima partida de gasto, la sorprendente cantidad de vino enviada o lo
mucho del preciado líquido que se perdía en roturas y otros accidentes, pero quizá lo más
llamativo es que Diego ya exportaba el vino embotellado en el siglo XVIII, tal como los
bordeleses habían comenzado a hacerlo en esa misma centuria. Cuando sesenta años después
empiecen a llegar los compradores franceses a Rioja huyendo de las plagas ni siquiera se les
ocurrirá embotellar el vino. Sólo cuando Murrieta y otros pioneros como el farmacéutico José
Elvira elaboren sus primeros vinos finos en Logroño, o cuando en la Rioja Alavesa se ponga en
marcha el proyecto del Medoc Alavés las botellas voverán a hacer su aparición todavía de
Pero en fin, con el éxito llegaron las desgracias. Pese al apoyo explícito de la Corte y el Consejo
de Castilla con los que contaba Diego Quintano, los cosecheros de Labastida, sumidos en una
crisis crónica, encontraron en los vinos de su vecino el enemigo a batir. Según expresaron en
vinos de Quintano suponía para ellos una desventaja comercial inaceptable porque rompía el
mercado. De ahí que, siendo imposible para la mayoría imitarle por cortedad de miras o por
falta de recursos económicos, decidieran acabar con él. Para ello reactivaron las antiguas
ordenanzas municipales, según las cuales el vino del pueblo debía venderse a los arrieros que
entraban en la localidad en un orden que se establecía por sorteo, sin poder alterarse el turno
ni variar el precio de un vino a otro. Pero ¿cómo aplicar esa mecánica medieval a unos vinos
que, a diferencia de todos los demás, necesitaban un año para salir al mercado y exigían tanto
mano de obra especializada como la compra de utensilios que solo podían encontrarse en
Francia? ¿Cómo situarlos en un plano de igualdad con otros para cuya elaboración se recurría
La trifulca entre los cosecheros tradicionales y los elaboradores “por el método de Burdeos” se
inició en 1801 y entre cartas de unos y recursos de otros duraría ya tanto como la propia
documentación que ha quedado es Manuel, de nuevo, quien asume la voz cantante dentro del
dúo de hermanos. La explicación podría ser que como religioso y hombre de ciencias de
reconocido prestigio ambos considerasen que la palabra del deán valía más que la de un militar
rentista, aunque la disección de ese reparto de papeles preferimos dejarla en manos de los
Si los vecinos de Labastida declararon una guerra sin cuartel al vino de los Quintano, otra
guerra muy distinta era la que por entonces libraban Francia e Inglaterra, con la España de
tributos a Francia mientras los ingleses le robaban la plata que venía de América, todo lo cual
Tras la debacle de Trafalgar, como apuntábamos antes, dejan de registrarse embarques de vino
de Diego Quintano hacia América, pero en 1808, con las abdicaciones de Bayona por parte de
Carlos IV y su hijo Felipe, sucede algo que terminaría de fastidiarle la vida. El ministro
Cabarrús exige a todos los funcionarios y pensionistas que cobran de las arcas del Estado
prestar juramento al nuevo rey, José Bonaparte, so pena de perder cualquier cargo, subsidio o
Diego Quintano no se niega, se limita a ignorar al emisario una y otra vez. Era militar,
podemos suponer que simpatizaba con las ideas ilustradas, pero ni mucho menos parecía
dispuesto a jurar lealtad a un rey extranjero, por lo que se le retiran los cargos que ostentaba
cuando Fernando VII le restituya su pensión pagándole los atrasos desde 1813 por haberse
mantenido fiel. Pero era tarde. Para entonces lo que pudo haber sido una revolución pionera en
el vino riojano ya había fracasado. No sabemos cuando murió Diego. Su hermano Manuel lo
hizo en Llodio en 1818. Nadie volvería a atreverse a intentar rescatar al vino riojano de su
Recuadros
esencia se limita a describir una serie de pasos que eran ya por entonces norma habitual en la
hollejos con la uva tinta para dar color al vino -en esa época la mayor parte del vino riojano
era blanco, a diferencia de lo que se pueda pensar hoy-, insiste mucho en el cuidado del
superior de la tina para no dejar escapar el gas y conseguir así “que se reconvine y una con el
vino, siendo toda la alma de este”, además de referir las distintas técnicas que emplean los
principal de ellas la cata. Menciona la necesidad imperiosa de la limpieza en las cubas a las que
se traslade el vino, la obligación de ir rellenando estas cada ocho días. Habla de la primera
una segunda trasiega, el vino estará listo para viajar a cualquier parte sin corromperse.
Pies de foto
Labastida. Tanto su proyecto vinícola como su nueva condición física aconsejaban vivir en
llano.
sus bodegas se inició la elaboración de los vinos según el método de Burdeos en 1786.
Método para hacer el vino de Burdeos Una de las dos copias manuscritas que Diego
Factura por la compra y embarque de botellas para enviar sus vinos a América. 1803