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Según una concepción simplificada (aunque adecuada) de las lenguas humanas, éstas
consisten en un conjunto de unidades almacenadas (un léxico) y un conjunto de reglas
para combinarlas entre sí (una gramática). En la formulación clásica de Roman
Jakobson esta visión se refleja en términos de un eje paradigmático y un eje
sintagmático. En el caso ideal el eje paradigmático estaría formado por unidades
simples (palabras) que por medio de reglas gramaticales se combinan en el eje
sintagmático para producir secuencias complejas (sintagmas, oraciones, textos). Así, la
cadena sintagmática de (1) podría dar lugar a tantas oraciones como elementos
paradigmáticos del léxico se elijan para sustituir a las categorías, como se observa en (2)
para el español:
(1) D + N + A + A + V + Adv
(2) a. Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente
b. Los obreros extranjeros cualificados trabajan afanosamente
etc.
Ya hemos visto (capítulo 2) que es muy frecuente en las lenguas que las unidades del
léxico (en esencia las palabras, véase el capítulo 1) tengan también estructura interna,
esto es, que en cierta medida las reglas o principios sintácticos que sirven para combinar
unidades paradigmáticas en cadenas sintagmáticas como las de (1) también se usen para
formar las propias palabras que, a su vez, serán objeto de elecciones posteriores en la
formación de cadenas más complejas. Así, en la oración de (2a) todas las palabras son
susceptibles de análisis interno (las estaría formado de la y s, ideas de idea y s, etc.). No
obstante, desde el punto de vista sintáctico, las palabras complejas que forman las
oraciones de (2) son en cierto modo simples, como se refleja en la representación
categorial de (1) (así, tanto árbol como extralimitación son N a efectos de las reglas
para formar un SN). Pero la desviación con respecto al caso idealizado va más lejos
todavía, puesto que las lenguas aún presentan una característica sorprendente y, hasta
cierto punto, inesperada, como es el hecho de que en ocasiones los grupos de palabras
se comporten como si fueran palabras en vez de comportarse como las frases o
sintagmas. A estos grupos de palabras que se comportan como si fueran palabras es a lo
que denominaremos descriptivamente como palabras con estructura externa (PPEE en
lo sucesivo).
Las PPEE son pues unidades que respecto de ciertas propiedades pertenecen al eje
paradigmático -esto es, que en cierto sentido son el resultado de una “única elección” en
dicho eje-, pero que formalmente representan en realidad “trozos” de estructura
sintagmática, normalmente sintagmas o frases. En términos intuitivos, una PEE es un
sintagma que funciona a ciertos efectos semánticos y formales como una palabra única.1
Las PPEE prototípicas son las unidades fraseológicas del tipo de las locuciones
españolas estirar la pata (con el sentido de ‘morir’) u ojo de buey (con el sentido de
‘ventana de un barco’).2 Las propiedades de estos dos tipos de locuciones nos servirán
para ensayar una definición del prototipo de PEE y para establecer a partir de ella una
tipología adecuada de este tipo de unidades.
Una definición de locución de gran influencia en la tradición hispánica es la del
lexicógrafo Julio Casares:
“combinación estable de dos o más términos que funciona como elemento oracional y
cuyo sentido unitario consabido no se justifica, sin más, como una suma del
significado normal de sus componentes” (Casares 1950: 170)
En tal definición se reúnen de manera sucinta las propiedades fundamentales que han
hecho que dichas unidades se hayan considerado como en cierto sentido a medio
camino entre la palabra y el sintagma3. Así “combinación de dos o más términos” alude
al carácter sintagmático de las locuciones (por lo que son como sintagmas y no como
palabras), pero esa combinación es “estable”, lo que alude a la propiedad de fijación. La
fijación se debe entender como una limitación en la configuración formal de la locución
(meter la pata, pero no meter las patas) y como una merma del potencial combinatorio
de los elementos que la integran (así, no tienen valor idiomático introducir la pata ni
meter la pierna). Así, la opacidad que presentan a la inserción de modificadores
adjetivales de sus componentes nominales (*meter la pata izquierda, *ojo de buey
macho), como si su estructura interna no fuera visible a las reglas de configuración
sintáctica, es una propiedad que atenúa el carácter sintagmático de estas unidades y las
aproxima a la noción de palabra. No obstante, como veremos, las locuciones no se
comportan exactamente como palabras en lo que respecta a ciertos procesos
morfológicos y fonológicos.
Por otra parte, Casares habla del “sentido unitario consabido” y de que éste no es “una
suma del significado normal de sus componentes”, con lo que alude a que dicho
significado es idiomático y no composicional, esto es, se refiere al hecho notable de que
el significado de, por ejemplo, la locución verbal tomar el pelo a alguien (i.e. ‘burlarse
de alguien’) o de la locución nominal talón de Aquiles (‘punto débil’) no es una función
del significado de sus componentes computada a través de las relaciones formales entre
1
Esta noción se corresponde en general con el concepto de frasema del modelo Sentido-Texto de Igor
Mel’chuk: “Un sintagma [...] es no libre o un frasema si, y sólo si, no puede construirse, a partir de un
contenido informativo dado, de manera regular y no restringida” (Mel’chuk, 2006: 14).
2
La tradición del español ha empleado una variada terminología para denominar este tipo de unidades:
frases hechas, locuciones, modismos, idiomatismos, expresiones fijas, fraseologismos, unidades
pluriverbales lexicalizadas, expresiones idiomáticas o unidades fraseológicas. Hemos escogido la última
de las mencionadas por ser una de las más frecuentes en la bibliografía actual y por su relación con la
disciplina que las estudia, la fraseología, de gran vitalidad en la lingüística hispánica actual (Zuluaga,
1980 y Corpas, 1996 son las obras fundamentales en esa tradición). Por abreviar y, también siguiendo la
tradición hispánica, denominaremos las expresiones mencionadas en el texto como locuciones, bien sean
verbales (estirar la pata) bien sean nominales (ojo de buey), bien sean de otros tipos.
3
Véase Mendívil (1990) para una revisión de definiciones en otras tradiciones lingüísticas, así como
Montoro (2006: 111) para una definición más sofisticada
ellos, como sería esperable en un sintagma libre -o como sucede en la versión literal de
nuestras locuciones (i.e. ‘agarrar el cabello de alguien’ o ‘parte posterior del pie de
cierto héroe griego’)-, sino que es un significado relativamente arbitrario, ya dado, que
se aprende de memoria. Esta es la característica más típicamente léxica de las
locuciones.
Por último, Casares también observa que dicha combinación estable de palabras
“funciona como elemento oracional”, con lo que alude a otra propiedad léxica de las
locuciones: su reevaluación funcional como palabras simples. Así, estirar la pata parece
funcionar como el verbo principal de una oración de sentido intransitivo (Juan estiró la
pata ayer) y ojo de buey parece ser el núcleo de un sintagma nominal (Se colaron por
los ojos de buey del barco). A pesar de que esto resulta intuitivamente adecuado, debe
observarse que en ambos casos, formalmente, estamos ante sintagmas y no ante
palabras, en tanto en cuanto la flexión verbal -en el primer caso- y la flexión de número
-en el segundo- (ambas señaladas con negrita en los ejemplos anteriores) no van al final
de la expresión (como sería de esperar si fueran auténticas palabras: *estirar-la-pateó,
*ojo- de-bueyes), sino en sus núcleos formales. Esto es, aunque a efectos semánticos y
de ciertos procesos sintácticos las locuciones se tratan en bloque (como si fueran
palabras), a efectos de otros procesos morfológicos y fonológicos se tratan como
auténticos sintagmas. Así pues, lo que realmente significa la afirmación intuitiva de que
las locuciones (y en general las PPEE) están a medio camino entre la palabra y el
sintagma es que para ciertos componentes de la gramática mental de los hablantes las
locuciones cualifican como palabras, mientras que para otros lo hacen como sintagmas.
Determinar si son lo uno o lo otro se convierte entonces en una tarea hasta cierto punto
arbitraria y que obliga a especificar qué tipo de componentes de la gramática están
implicados y qué jerarquía vamos a establecer entre ellos para hacer una elección, una
tarea que constituye uno de los focos fundamentales del interés teórico que despiertan
este tipo de unidades.
Por otra parte, esa acotación de la definición de Casares también implica la exclusión de
la noción de locución (así como de la más amplia de PEE) de otros fragmentos de
lengua de sentido idiomático y que también constituyen grupos de palabras estables,
tales como los refranes, dichos, enunciados fraseológicos, etc., que en general, aunque
comparten con las locuciones cierto carácter de discurso repetido (Coseriu, 1986) o de
mensaje literal (Lázaro, 1980), en modo alguno se pueden considerar PPEE en el
sentido de que no son unidades gramaticales que entren en la derivación de oraciones,
sino fragmentos de discurso ajeno.
Hemos visto que una característica esencial de las locuciones verbales, como ejemplos
prototípicos de PPEE, es que tienen drásticamente limitado su potencial combinatorio.
Así, la diferencia esencial entre un sintagma libre y un sintagma fijado es precisamente
que en este último los elementos son fijos y no resultan del resultado de la combinación
espontánea por parte del hablante, que tampoco puede alterarlos sin destruir el sentido
idiomático.4
4
Por supuesto que los hablantes sí pueden “jugar” con las expresiones idiomáticas y adaptarlas a su
discurso manteniendo la evocación del sentido idiomático. Este fenómeno se denomina
desautomatización. Así, en la oración Le pedí a mi vecino que arrimara sus anchos hombros y me echara
una mano salvadora observamos que se han desautomatizado las locuciones arrimar el hombro y echar
una mano sin que necesariamente se pierda la evocación del sentido idiomático que ambas aportan (para
un análisis de este fenómeno véanse García-Page 1989, Wotjak 1992 o Mendívil 1998). Debe distinguirse
En la visión idealizada de cómo funciona una lengua humana bosquejada al inicio de
este capítulo, el único factor que debería limitar la combinación de los elementos
paradigmáticos en el eje sintagmático, más allá de las restricciones inherentes al propio
sistema gramatical, debería ser la voluntad comunicativa del usuario de la lengua.
Las locuciones representan una limitación inesperada y drástica de esa libertad
combinatoria, en el sentido de que ciertos significados sólo se obtienen con
determinadas combinaciones fijas. Pero las locuciones no son únicamente excepciones
que empañan esa teórica libertad combinatoria irrestricta, sino que más bien habríamos
de verlas como casos extremos de toda una continuidad de restricciones combinatorias
que afectan, normalmente de manera inconsciente, a la capacidad de elección de
elementos paradigmáticos por parte del hablante, lo que representa un reto adicional
para la lexicología.
Como ha observado Bosque en el estudio que acompaña a su relevante Diccionario
combinatorio del español contemporáneo:
“No puede decirse que por encima de [las] unidades fraseológicas la lengua admita cualquier
combinación de palabras, sin más restricciones que las leyes de la sintaxis (tradicionalmente
entendidas), nuestro sentido común y nuestras apetencias individuales. [...] cuando se
examinan las conexiones entre las palabras con cierta atención, se comprueba que el sistema
lingüístico fija muchas más opciones de las que solemos reconocer explícitamente” (2004:
LXXIX)
Por supuesto, ello no implica que el uso del lenguaje siempre consista en la repetición
automática de combinaciones preestablecidas, pues es evidente que toda lengua humana
presenta la propiedad de la infinitud discreta, esto es, la productividad que permite
generar un número infinito de unidades distintas a partir de medios finitos (lo que un
autor como Chomsky, 1988, ha destacado como una de las propiedades esenciales del
lenguaje humano), sino que una parte crucial del conocimiento de una lengua, al margen
ahora de las propias reglas y principios gramaticales y de los emparejamientos
arbitrarios de sentido y sonido (incluyendo aquí buena parte de las locuciones), es la
frecuencia de aparición de ciertas palabras junto a otras. Lo que esto significa es que la
elección de un determinado término del eje paradigmático ya sesga críticamente el
elenco de sus posibles acompañantes en la construcción (aunque no de manera
determinista, como muestra de manera algo extremada el célebre ejemplo de (2a)).
Claro que afirmar que el conocimiento de una lengua incluye la frecuencia de
combinación de unas palabras con otras es algo sumamente impreciso. La frecuencia de
coaparición de dos términos bien puede responder a simples rutinas o clichés, pero
también, quizá con mucha más frecuencia que en el primer caso, a factores sistemáticos.
El problema está en diferenciar estos dos tipos de conocimiento del lenguaje por parte
del hablante. Para hacernos una idea de la dificultad podemos considerar un ejemplo
tomado del citado Diccionario combinatorio y que el propio Bosque comenta. Si
reparamos en el adverbio profundamente, observaremos que cualquier hispanohablante
admitirá que modifica de forma natural a verbos como los de (3), pero que muy rara vez
lo hace con verbos como los de (4):
este fenómeno de alteraciones que no violan la fijación (por ejemplo en expresiones con variables libres:
Juan besa el terreno que piso frente a Juan besa el terreno que pisas) y de las aparentes recombinaciones
que no son sino la alternancia de variantes léxicas (p.e. Vete a freír churros / espárragos).
¿Por qué alguien puede dormir profundamente pero no suele merecer algo
profundamente? ¿Por qué las cosas pueden cambiar profundamente pero no suelen
desarrollarse profundamente, sino que se desarrollan extensamente o ampliamente? No
está claro, pero lo que sí parece claro es que el hecho de que profundamente se combine
mucho más frecuentemente con los verbos de (3), en su diversidad, que con los de (4),
también heterogéneos, no parece que pueda explicarse como una preferencia rutinaria
que, casualmente, compartiríamos todos los hablantes nativos del español.
El mérito fundamental del diccionario dirigido por Bosque es que es un primer intento
extenso de recoger sistemáticamente las restricciones léxicas, esto es, los lazos
combinatorios que las palabras de una lengua tejen entre sí y que forman una parte
esencial y normalmente desatendida del conocimiento del lenguaje, más allá de los
casos extremos que llamamos locuciones.
Puede objetarse que muchas de estas restricciones combinatorias son producto de
nuestro conocimiento del mundo y no de nuestro conocimiento de la lengua. Así, por
ejemplo, el hecho de que pájaro sea un sujeto más probable para el verbo volar que el
nombre armario no parece que invoque propiedades lingüísticas de los elementos
implicados, sino nuestro conocimiento del mundo en el que vivimos. Y eso es correcto.
Sin embargo, como el mismo Bosque ha puesto de manifiesto en la obra citada, eso no
siempre basta. Así, observa que la preposición entre parece seleccionar en español
nombres plurales (entre los árboles), colectivos (entre el gentío) y no contables (entre
la maleza), lo que ya constituye un reseñable hecho léxico, pero para explicar los
contrastes que se presentan en (5) deberíamos quizá acudir a rasgos todavía más
afinados desde el punto de vista semántico:
Comoquiera que todas estas restricciones son específicas de las lenguas y además están
sometidas a cambio histórico y a variación dialectal, no queda más remedio que admitir
que son restricciones lingüísticamente relevantes (esto es, que proceden de nuestro
conocimiento de la lengua y no de nuestro conocimiento del mundo). Además, si esas
vinculaciones (o esas restricciones) no parten del conocimiento de la realidad y no se
pueden predecir a partir de la definición del término, en cierto modo se deben aprender
de memoria. No, claro está, de la misma manera que nos aprendemos la lista de los
emperadores romanos (con dedicación específica), sino a la vez y de la misma manera
en que se adquiere el propio léxico de la lengua, una tarea cognitiva muy diferente a la
memorización de listas de nombres.
La conclusión más relevante es que deberíamos descartar la simplificación de establecer
una frontera cualitativa entre sintaxis libre y la sintaxis fijada, pero no para concluir que
la sintaxis libre no existe (una tentación que algunas tradiciones han seguido, sin
resultados interesantes5), sino para reconocer que la sintaxis fijada va mucho más allá de
las unidades fraseológicas o, en otras palabras, que las PPEE no se pueden describir
confeccionado una lista de excepciones, sino que caracterizan de manera crucial el
léxico normal de las lenguas humanas.
Volvamos a otro ejemplo de Bosque: el verbo planear puede tener como sujeto objetos
con alas (planos). Así, planean los aviones, las gaviotas o las alas delta, pero no las
balas o las lanzas. Este paradigma no es especialmente interesante (desde el punto de
vista lingüístico) y podría ser deducido de la denotación del verbo planear. De hecho, es
5
Nos referimos concretamente al llamado modelo lexique-grammaire de M. Gross (1984). Véase
Mendívil (1994) para una reseña crítica.
posible predecir que el conjunto de sujetos típicos de verbos equivalentes en otras
lenguas será similar. Pero en español, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas,
también planean las sombras, las sospechas, las amenazas, las dudas, las incógnitas, los
peligros, los riesgos, los temores, los miedos y, como observa Bosque, pocas cosas más.
Se puede aducir que esos son usos figurados o metafóricos y, en efecto, lo son, pero ello
no implica que no formen parte del conocimiento del lenguaje compartido por los
hablantes (como conocen el significado idiomático compartido de la expresión arrimar
el hombro) ni implica que no sean, por tanto, tarea del lingüista y, más concretamente,
del lexicólogo.
Además, los llamados usos figurados no agotan el caudal de restricciones léxicas
idiomáticas. En español (otro ejemplo de Bosque) se puede decir que a alguien lo
mataron a golpes, pero no que lo hirieron a golpes (aunque sí nos pueden moler a
golpes), lo que no quiere decir que matar a golpes sea una locución (pasa lo mismo si
decimos a patadas, a tiros o a puñaladas), pero sí pone claramente de manifiesto que la
supuesta combinatoria libre está mucho más restringida y encauzada por las relaciones
léxicas paradigmáticas de lo que se ha reconocido habitualmente en la lingüística
moderna.6
Puede objetarse que este tipo de conocimiento lingüístico es distinto del estrictamente
gramatical (incluyendo el léxico) y que se trataría de hechos de norma y no de sistema
(según la afortunada diferenciación de Coseriu, 1952). Y, en efecto, es indudable que
algunas de estas asociaciones, especialmente algunos tipos de las denominadas
colocaciones en la tradición anglosajona7, se pueden interpretar como el resultado de la
repetición de hallazgos afortunados que acaban especializando el sentido de uno o de
más de uno de los términos (muchas locuciones tienen sin duda ese origen), pero eso no
sirve para todos los casos (de hecho, no sirve para la mayoría de los miles recogidos en
el Diccionario combinatorio de Bosque). Realmente sería sorprendente que la inmensa
mayoría de los hablantes de una lengua considerara afortunadas las mismas
combinaciones. No es así habitualmente, lo que explica que determinados poetas gusten
más a unas personas que a otras. La explicación de estas preferencias usuales apelando a
la frecuencia de uso no deja de ser circular, puesto que si decimos que ciertas
combinaciones se fijan y se extienden porque se usan más que otras, aún tenemos que
explicar por qué se empezaron a usar más que otras, esto es, por qué uno se puede
involucrar de lleno en una tarea pero no amar de lleno esa tarea o cualquier otra cosa.
El espacio que media entre la palabra prototípica (la simple) y el sintagma libre (aquel
condicionado únicamente por la gramática) no está poblado únicamente por las
unidades fraseológicas que hemos definido como locuciones, sino que es un espacio
complejo y abigarrado en el que se expresa centralmente la textura propia de una
lengua.
6
Como dice muy acertadamente Bosque, si alguien intentara hablar español evitando todas las
combinaciones que se describen en su diccionario no podría decir gran cosa. Quizá sea así porque, como
ha señalado Mel’chuk “un nativo habla en frasemas” (2006: 15).
7
Una definición de este controvertido concepto es la de Haensch et alii: “la tendencia sintáctico-
semántica de las palabras aisladas de una lengua a adoptar tan sólo un número limitado de combinaciones
con otras palabras entre una gran cantidad de posibles combinaciones” (1982: 251). Para una
consideración más detallada veáse Corpas (1996). Koike (2001) es un estudio detallado de las
colocaciones en español.
Desde un punto de vista descriptivo se podría presentar este espacio como un contiuum
de diversos tipos de expresiones complejas que de alguna manera gravitan entre esos
dos núcleos prototípicos.
Considérese el siguiente esquema:
1 2 3 4 5 6 7
8
Respetamos literalmente las denominaciones de las clases de la autora, así como los ejemplos. Cabe
insistir en que Ruiz Gurillo considera que esas clasificaciones son particiones arbitrarias de un continuum
“de difícil segmentación” (Ruiz Gurillo 1997: 122).
9
En las secciones siguientes vamos a emplear la misma estrategia de Ruiz Gurillo de clasificar las PPEE
en tres grandes grupos (verbales, nominales y preposicionales) en función de su núcleo puramente formal.
Pero nótese ya que existen también locuciones adjetivales (sano y salvo) que no encajan en ninguna de las
tres.
5. Tipología de las palabras con estructura externa de naturaleza verbal
En anteriores ocasiones (Mendívil 1993, 1999) hemos propuesto que todos los tipos de
PPEE verbales se podrían reducir a dos clases sintácticamente relevantes: las
expresiones reanalizadas sintácticamente y las que no lo están.
En términos muy simplificados, el reanálisis sintáctico es el fenómeno según el cual un
argumento del verbo se reanaliza como parte del predicado y deja, por tanto, de ser un
argumento sintáctico del mismo.
Consideremos la locución meter la pata. Según la hipótesis del reanálisis sintáctico la
estructura del sintagma verbal de la oración de (5a) sería la representada en (5b),
mientras que la estructura de ese sintagma verbal en un uso no idiomático, como el de
(6a), sería la de (6b):
Sin entrar ahora en consideraciones más profundas sobre el estatuto de esos dos tipos de
representaciones (ni sobre su denominación, puramente descriptiva), baste considerar
que la estructura sintáctica real es la derivada del reanálisis del objeto como parte del
predicado y que será la que la gramática use para producir una representación accesible
al interfaz con los sistemas de interpretación. Es esa representación sintáctica la que
determina que la interpretación no será composicional y la que restringe todas aquellas
operaciones sintácticas que deben acceder a los rasgos o propiedades de los argumentos
sintácticos, tales como las siguientes:
En todos los ejemplos de (8) se han producido operaciones sintácticas que requieren la
visibilidad del complemento del verbo o de sus componentes (desde la coordinación
hasta la formación de pasivas, pasando por dislocaciones, etc.) y en todas ellas ha
desaparecido el sentido idiomático.11
Sin embargo, como se ha señalado, hay otras propiedades de variación que parecen
exigir el acceso de la gramática a la estructura interna de la expresión idiomática, tales
como las siguientes:
Observamos en (9a) que se puede insertar un sintagma adverbial entre los dos
componentes de la locución y en (9b) que la asignación de rasgos flexivos se hace sobre
el verbo ignorando el reanálisis. Parece pues que en lo que respecta a estas operaciones
11
El lector familiarizado con la diferencia entre sintagmas nominales y sintagmas determinantes debe
interpretar que cuando en el texto se incluyen en los ejemplos determinantes activos (no los idiomáticos)
estamos hablando de SSDD, aunque empleemos la notación más tradicional de SSNN. En términos algo
simplificados un SD tiene por definición capacidad referencial, pero no un N. La hipótesis del reanálisis
implica que los complementos de los verbos de las locuciones no son, pese a su apariencia, auténticos
SSDD.
la estructura empleada no es la de (7a), sino alguna parecida a la de (7b). Claro que esto
puede parecer una incongruencia. Sin embargo, ninguna de las operaciones implicadas
en la obtención de los ejemplos de (9) es estrictamente derivacional desde el punto de
vista sintáctico, por lo que los dos casos de (9) son compatibles con una estructura
sintáctica real como la de (7a). Nótese que pronto, a pesar de su posición, no modifica a
estiró, sino a todo el conjunto (en realidad podría decirse que modifica al sentido
idiomático del complejo reanalizado). Ello implica que cualquiera que haya sido la regla
o proceso que ha situado pronto en la posición en la que la encontramos en (9a) lo ha
hecho basándose en información morfológica y/o fonológica (quizá por factores
rítmicos o estilísticos), pero no en la estructura sintáctica real. La estructura de (7b), la
necesaria para la obtención de los ejemplos de (9) -y de todas las oraciones en realidad-
aporta información relevante para el componente morfológico y fonológico de la
gramática, no para el interpretativo. Es lógico suponer que esa estructura de (7b) deriva
directamente de las entradas léxicas que forman la oración, en alguna de las cuales
consta la información de que estirar, cuando aparece con la pata, puede no ser literal y
exigir una habilitación alternativa del complemento, esto es, el reanálisis sintáctico.
Nótese que es esa información léxica imprescindible la que explica otros síntomas de la
propiedad de la fijación, como es la imposibilidad de conmutación de los componentes.
Así, hemos de asumir que en algún lugar del léxico mental de los hablantes se
especifica que la interpretación idiomática aparecerá cuando se vincula estirar a la pata,
pero no en los siguientes casos en los que uno de los dos elementos se sustituye por un
sinónimo o un término semánticamente cercano:
Este comportamiento evidencia que estamos ante un caso extremo de selección léxica.
De hecho, se podría decir que las locuciones son casos de interdependencia exclusiva.
El sentido de esta noción se comprenderá mejor si atendemos a uno de los tipos de
locuciones verbales que suelen aparecer en las clasificaciones y que denominaremos
especializaciones dependientes. Consideremos la expresión destacada en el ejemplo de
(12):
Este tipo de predicados complejos con verbo soporte no debe confundirse con las
expresiones idiomáticas que se han lexicalizado a partir de ellos o que simplemente se
forman, como las de (15), con un nombre desnudo, tales como las siguientes:
La presencia del determinante en (16b) pondría en serios aprietos la teoría del reanálisis
sintáctico mencionada, así como el hecho de que ese SN sea susceptible de ser elegido
por procesos sintácticos que afectan a argumentos de los verbos, como por ejemplo la
pasiva: Aquella colección de sellos fue hecha por Juan.
Sin embargo esto es una falsa apariencia (no siempre destacada en los estudios al
respecto). La diferencia entre (16a) y (16b) no es simplemente que en el primer caso no
hay determinante y en el segundo sí, esto es, no son variantes en ningún sentido
relevante de ese término, sino que son estructuras distintas: en el primer caso el nombre
colección no es un objeto directo del verbo, sino que está reanalizado con el verbo,
según el esquema de (17a), mientras que en el segundo caso una colección de sellos es
el complemento del verbo, según el esquema de (17b):
Este comportamiento pone de manifiesto que sólo un verbo que funciona como un
operador, esto es, que carece de contenido léxico sustantivo, puede admitir un nombre
eventivo desnudo, precisamente porque la incorporación del predicado nominal será la
que proporcione al complejo los papeles semánticos que asignar a los argumentos. La
aceptación de sustitución de (19b) pone de manifiesto, por su parte, que el verbo hacer
de (16b), aunque semánticamente debilitado, sigue siendo léxico, por lo que se puede
sustituir por otro.
Se entenderá ahora mejor la dificultad de evaluar la “flexibilidad sintáctica” de los
predicados complejos con verbo soporte. Si hacemos con hacer mención lo mismo que
hemos hecho con meter la pata en (8) obtenemos ejemplos agramaticales, como puede
verse en (20):
Pero se puede objetar que esos ejemplos no son prueba del reanálisis de mención porque
la agramaticalidad de la mayoría de ellos podría derivarse del hecho de que en español
los nombres desnudos no pueden ponerse en pasiva, etc., y la objeción sería en parte
razonable, aunque todavía habría que explicar el propio hecho, lo que al final nos lleva a
una hipótesis similar: que los nombres sin determinación se reanalizan con los verbos en
las circunstancias adecuadas.
Una razón de que se haya pasado por alto en buena parte de la bibliografía la posibilidad
de que la explicación de los predicados soporte esté en la incorporación sintáctica o
reanálisis, es que las contrapartes no reanalizadas de los predicados con verbo soporte sí
admiten con naturalidad las pruebas de (20) y (8), como puede observarse en (21):
(22) a. Los operadores de telefonía móvil me han tomado el poco pelo que me quedaba
b. ¿El pulso? ¡El pelo es lo que me han tomado en el Centro de Salud!
La combinación [+R –C] corresponde a las locuciones verbales, pues están reanalizadas
y tienen sentido idiomático por definición. La combinación [+R +C] correspondería a
los predicados complejos con verbo soporte, pues también están reanalizados y, sin
embargo, son composicionales, mientras que la combinación [–R +C] apunta
claramente a la sintaxis libre, esto es, a las combinaciones no reanalizadas (sin fijación
sintáctica) y composicionales. Dado que, como hemos visto, la sintaxis realmente libre
es sólo la que está exenta de selecciones léxicas, deberíamos considerar este tipo como
el que acogería a las llamadas colocaciones, esto es, expresiones como las discutidas en
la sección 3, del tipo de las siguientes: descargar la conciencia, refrescar la memoria,
trabar amistad o librar una batalla.
Por último resta la combinación [–R –C], aparentemente contradictoria, ya que la
ausencia de reanálisis sintáctico debería corresponderse con una interpretación
composicional. Y así es en efecto. Sin embargo, las especializaciones dependientes (del
tipo de hacer la cama) y las expresiones semiidiomáticas (del tipo de aguantar carros y
carretas) podrían caracterizarse con estos rasgos, en tanto en cuanto que aunque no
están reanalizadas y tienen cierta composicionalidad, uno de sus componentes es
idiomático y selecciona léxicamente al otro. Si ese componente selecciona o es
seleccionado por un término único (o un paradigma muy reducido de ellos, a diferencia
de lo que sucede con las locuciones preposicionales y adverbiales), también se pueden
considerar estas expresiones como expresiones complejas idiomáticas. Aunque no son
fenómenos idénticos, podrían englobarse en una etiqueta común que reúna las
propiedades que comparten, como podría ser la expresión colocaciones idiomáticas,
esto es, colocaciones en las que un término es idiomático y selecciona (o es
seleccionado por) el término literal.
El siguiente esquema (en el que LV está por locución verbal, PC por predicado
complejo con verbo soporte, CN por colocación no idiomática y CI por colocación
idiomática) recapitula la propuesta:
Reanálisis Composicionalidad
LV (tomar el pelo) + –
PC (hacer mención) + +
CN (librar una batalla) – +
CI (hacer la cama) – –
“los casos en los que esto sucede son incontables y no creemos que a nadie se le ocurra
incluir entre los modismos expresiones compuestas del tipo de ‘pavo real’, ‘higo chumbo’
[...] ‘tos ferina´, etc.” (Casares 1950: 214).
Hasta cierto punto la actitud de Casares es comprensible, pero no debería ocultarse que
no hay razones objetivas para considerar que, por ejemplo, tos ferina (‘enfermedad
infecciosa’) no es una expresión idiomática y que arrimar el hombro (‘ayudar’) sí lo es.
Si decimos que tos ferina es un compuesto, también habremos de decirlo de arrimar el
hombro, algo no deseable, salvo que queramos vaciar de sentido el término.
12
Como observan Piera y Varela: “toda forma denominativa debe hallarse recogida en el diccionario,
pues su significado debe aprenderse” (1999: 4411).
No es sencillo resolver el antiguo problema de los límites entre los compuestos y las
locuciones nominales. La propuesta que vamos a desarrollar brevemente es la de aplicar
los criterios de definición y clasificación que hemos desarrollado en la sección anterior.
Antes de ello cabe, no obstante, hacer una distinción terminológica importante. Dentro
de la categoría de compuestos se incluyen tradicionalmente dos tipos diferenciados: los
compuestos léxicos (o propios) y los compuestos sintagmáticos (o impropios).13
En lo sucesivo nos centraremos únicamente en los compuestos sintagmáticos, pues son
éstos los únicos susceptibles de considerarse PPEE. Los compuestos sintagmáticos se
diferencian de los léxicos en que los primeros, aunque tienen limitaciones
combinatorias análogas a las de las expresiones verbales, son sintagmas y no palabras,
frente a los compuestos léxicos que son el resultado de procesos que forman una nueva
palabra (como pelirrojo, lavacoches o astifino). Como ha señalado Val (2007), las
características léxicas esenciales de los compuestos léxicos son, fundamentalmente, la
presencia de un único acento principal y la flexión marginal. Ninguna de esas dos
propiedades se da en los llamados compuestos sintagmáticos, por lo que consideraremos
todos los compuestos nominales que no cumplan esos requisitos (esto es, los
sintagmáticos) como PPEE.14
Recordemos ahora que la propuesta que hemos desarrollado en la sección anterior
predice cuatro clases en función de la combinación de los rasgos esenciales: el reanálisis
sintáctico y la composicionalidad.
La primera combinación de rasgos [+R –C] implica compuestos sintagmáticos
reanalizados sintácticamente y de sentido no composicional, lo que apunta directamente
a las llamadas tradicionalmente locuciones nominales, esto es, compuestos
sintagmáticos fijados sintácticamente e idiomáticos.
Consideremos el comportamiento sintáctico de la expresión fin de semana (pruebas
adaptadas de Val, 1999: 4764):
Los ejemplos de (23) muestran que desde el punto de vista morfológico fin de semana
es un sintagma, dada la flexión nuclear del plural (23a) y no marginal (23b), pero
también que el complemento preposicional de semana no se puede complementar
individualmente (23c),15 que no puede llevar determinación (23d) y que el nombre fin
no se puede sustituir con un sinónimo (23e). Todas ellas son propiedades que tienen un
claro paralelismo con el que hemos hallado al examinar las locuciones verbales del tipo
de meter la pata. Así pues, pese a su apariencia composicional, fin de semana es una
locución nominal. Casos más claros serían ejemplos del tipo de lobo de mar, abogado
del diablo, talón de Aquiles, santo y seña, y un largo etcétera.
13
Véase el capítulo 2 de esta obra para un análisis más detallado y referencias bibliográficas. Como
señala Val (1999: 4759), tradicionalmente se han considerado compuestos sintagmáticos los procedentes
de lexicalización de oraciones, como bienmensabe o correveidile. Sin embargo, estos ejemplos deberían
considerarse propios en tanto en cuanto son léxicos, esto es, son palabras morfológicas aunque tengan
origen en frases.
14
Algunas formas actuales tienen variantes en cada nivel. Así guardia civil puede tener doble acento y
flexión sintagmática (guárdias civíles) o ser ya plenamente léxicos (guardiacivíles).
15
Nótese que la expresión fin de semana de vacaciones es aceptable únicamente si se interpreta que de
vacaciones modifica a fin de semana, pero no si sólo modifica a semana.
Consideremos ahora un ejemplo aparentemente muy similar como huelga de celo
(también tomado de Val, 1999). Si comparamos sus propiedades con las de (23)
observaremos un comportamiento relativamente semejante:
Aparentemente también estaríamos ante una locución nominal, pero no debe ignorarse
en este caso que el sentido sí es composicional. La resistencia mostrada en (23e) a
admitir la conmutación por un término semánticamente cercano puede indicar que se
trata de una locución, pero el contraste entre los dos ejemplos siguientes lo desmiente:
Lo que ponen de manifiesto los ejemplos de (26) es que el nombre atributivo (el
segundo elemento) no tiene independencia referencial ni puede ser objeto de
operaciones sintácticas. Nótese que, de manera análoga a lo que apreciamos en los
predicados complejos verbales, se trata de nombres desnudos. La hipótesis de que
dichos nombres estarían reanalizados sintácticamente con los nucleares (el primer
elemento) daría cuenta de tal comportamiento y, además, explicaría cómo se habilitan
sintácticamente, puesto que carecen de elementos introductores adecuados (como la
preposición de en los SSNN libres del tipo de el hijo de la portera). El segundo
elemento de estos compuestos se comporta pues como un predicado nominal que se
incorporaría sintácticamente al nombre nuclear,17 y es éste el que se proyecta como
núcleo y el que en consecuencia determina los rasgos de género y número de
modificadores y determinantes, algo que se aprecia mejor cuando el género del núcleo
es distinto al del incorporado, como se puede ver en los siguientes ejemplos:
El hecho de que sea un patrón productivo no entra en conflicto con el hecho de que
estén reanalizados, pero puede ser más controvertido afirmar que son composicionales.
El problema radica, claro está, en el carácter denominativo característico de todos los
compuestos sintagmáticos que, al asociarse a objetos y entidades concretas adquieren
propiedades semánticas añadidas a las de sus constituyentes.
16
Aceptable si lo engañoso es el hombre anuncio, no el anuncio.
17
La hipótesis de la incorporación sintáctica se podría considerar una variante de la adjunción sintáctica
que propone Piera (1995) para ejemplos del tipo de perro policía.
Si se consideran los compuestos de este tipo como no composicionales, entonces
estaríamos ante locuciones nominales (esa es, de hecho, la conclusión de Val, 2007).
En todo caso, es relevante tener en cuenta que no se trata de una clase homogénea desde
el punto de vista semántico. Val (1999) considera que hay compuestos coordinativos
(del tipo de entrenador jugador o salón comedor) en los que ambos términos
contribuyen a la denotación por igual (y que, paralelamente, suelen aceptar
pluralizaciones dobles: entrenadores jugadores), mientras que en otros casos, quizá los
más característicos, es el primer elemento el que selecciona la denotación (hombre
anuncio, camión cisterna, coche escoba). No siempre es fácil decidir a qué tipo
pertenece una forma dada. Así, por ejemplo, no es fácil decidir si una falda pantalón es
una falda o un pantalón o si una carta bomba es una carta o una bomba (o ambas cosas).
En otras ocasiones, como en hombre rana, el segundo nombre es claramente idiomático
(en este caso, pues, estaríamos ante una locución idiomática).18
Pero aun teniendo en cuenta que todo compuesto sintagmático que designa un objeto
acaba teniendo rasgos léxicos que no proceden de sus componentes (sino de los objetos
designados), aún se podría decir que, por ejemplo, la expresión carta bomba es
composicional, en el sentido de que el objeto designado, además de otras propiedades,
realmente es una carta y es una bomba (a diferencia del ciempiés, que ni tiene cien ni
son pies). Del mismo modo, un camión cisterna es un camión y lleva una cisterna o un
buque hospital es un buque y contiene un hospital. Es cierto que todas esas expresiones,
cuando se institucionalizan, añaden rasgos derivados de las propiedades de los objetos
típicos a los que se aplican, pero ello no implica que, desde un punto de vista
denotativo, no podamos decir que la expresión camión cisterna es composiconal y que
ninguno de los nombres tiene interpretación idiomática (a diferencia de hombre rana).
En fin, podría decirse que la decisión de si se trata de locuciones nominales o no es
hasta cierto punto arbitraria, pues lo relevante es que se trata de construcciones
nominales reanalizadas, esto es, PPEE de pleno derecho.19
En consecuencia, la tabla propuesta, adaptada al ámbito nominal, quedaría como sigue:
La estrategia expositiva que hemos adoptado podría sugerir que el resto de PPEE que
existen en español son preposicionales. Esto es así en buena medida, pero tras esa
economía categorial se oculta todo un mundo de complejidad gramatical. Si el lector
18
No en vano una mujer también puede ser un hombre rana.
19
Quizá el paralelismo más estrecho con los predicados con verbo soporte en el ámbito nominal esté en
las construcciones que Bosque (2001) denomina de nombre ligero (en claro paralelismo con los verbos
soporte, light verbs en la tradición anglosajona). Se trata de nombres semánticamente vagos que parecen
servir para nominalizar adjetivos. Así observa este autor que la oración Estamos atravesando
circunstancias críticas es sorprendentemente agramatical si eliminamos el adjetivo que modifica a
circunstancias: *Estamos atravesando circunstancias. La idea es que estaríamos antes una especie de
compuesto (circunstancia crítica = crisis).
repara en la clasificación de Ruiz Gurillo de los que denomina sintagmas prepositivos
fraseológicos, observará que, en efecto, todos los ejemplos propuestos (con la
excepción de cara a cara) tienen la estructura de sintagmas preposicionales (SP).20 Sin
embargo, si acudimos a criterios distribucionales y funcionales en seguida
observaremos que buena parte de ellos desempeñan funciones típicas de los adverbios
(así, a menudo se conmuta de manera casi perfecta con frecuentemente, a veces con
ocasionalmente, etc.). Esto es, las que en esa clasificación aparecen como expresiones
preposicionales han sido reflejadas en la tradición gramatical y fraseológica del español
como un conjunto mucho más complejo desde el punto de vista gramatical.21 De hecho,
la heterogeneidad de la clase “unidades fraseológicas preposicionales” es tal que
incluiría tanto una locución adverbial del tipo de a troche y moche, que tiene
propiedades claramente análogas a las locuciones prototípicas, como una locución
conjuntiva del tipo de porque.
Una buena referencia de partida es la influyente clasificación de las locuciones de
Casares (1950), que ofrecemos a continuación:
Conexivas
Prepositivas = en pos de
20
En lo sucesivo empleamos el adjetivo preposicional para designar sintagmas encabezados por una
preposición y prepositivo para los sintagmas que tienen el uso o las funciones de preposiciones (nótese
que la denominación mencionada de Ruiz Gurillo no sigue esta convención).
21
Como ha señalado Montoro del Arco en una monografía esencial sobre este ámbito (2006), el estudio
de las locuciones particulares (esto es, las que funcionan como partículas en el sentido clásico,
esencialmente las prepositivas y conjuntivas) no ha sido abordado tradicionalmente por la fraseología y la
lexicología, sino por la gramática. La razón de ello es evidente y es la causa de que, siendo un campo
especialmente complejo y abigarrado, reciban un tratamiento menos detallado en esta aportación. Por
expresarlo en los términos que inspiran la obra citada, las PPEE léxicas representan procesos de
lexicalización (conversión de sintagmas en unidades léxicas), mientras que las PEE particulares
representan procesos de gramaticalización (conversión de expresiones léxicas en elementos
gramaticales).
De estos cuatro tipos merecen mención aparte las locuciones adjetivales. Nótese que el
ejemplo de Casares no es puramente adjetival (sino que se clasifica como tal por criterio
distribucional y/o funcional), aunque sí existen locuciones propiamente adjetivales, tales
como verde de envidia, loco de remate o sano y salvo, ejemplos a los que también
cabría añadir el que Casares clasifica como participial (hecho un brazo de mar).22
El resto de expresiones (esto es, las llamadas locuciones adverbiales, prepositivas y
conjuntivas) se han tratado tradicionalmente como locuciones formadas sobre partículas
(en el sentido tradicional de “palabras sin flexión”) a pesar de que, como hemos visto,
Casares considera las adverbiales como léxicas. Esto último parece correcto desde el
punto de vista de la semántica moderna que analiza los adverbios como predicados que
seleccionan eventos. Sin embargo, los estudios más detallados ponen en seguida de
manifiesto que los criterios de distinción entre las diversas clases son difusos.23 Aunque
no es descartable que una formulación más precisa de diferenciación entre estas tres
clases pudiera revelar diferencias en la tipología interna de cada grupo, en lo sucesivo
vamos a abordarlas, bien que someramente, de manera unitaria.
Si empleamos como guía la propuesta de clasificación desarrollada para las expresiones
verbales deberíamos esperar cuatro tipos esenciales, en función de la combinación de
los dos rasgos (reanálisis sintáctico y composicionalidad).
Dado el carácter invariable de los elementos nucleares de este tipo de expresiones, el
análisis de su “flexibilidad sintáctica” proporciona la sensación inicial de que están
mucho más fijadas que las de tipo léxico consideradas hasta ahora. Sin embargo, la
hipótesis de que todas las PPEE particulares están reanalizadas podría resultar
demasiado fuerte. Por ejemplo, Pavón (1999) considera la existencia de locuciones
prepositivas que no estarían reanalizadas según nuestra definición del fenómeno.
Respecto de ellas (p.e. a cuenta de, en nombre de, a espaldas de) afirma la autora que
“no están fuertemente cohesionadas” (1999: 584). Aduce para ello los ejemplos de (30),
en los que se reflejan propiedades no esperadas en secuencias reanalizadas:
Respecto de (30a) debe observarse que en realidad se trata de dos expresiones distintas.
La que lleva determinante corresponde a un sintagma libre, como se observa en (31):
22
Aunque no podemos desarrollar más aquí el análisis de este tipo, cabe observar que su caracterización
sería análoga a las de las expresiones verbales, con variación flexiva del núcleo (verdes de envidia, sanas
y salvas) y fijación por reanálisis de los complementos.
23
Así, Montoro (2006: 150) señala que a fin de se ha considerado locución conjuntiva, locución
prepositiva o agrupación nominal, mientras que sin embargo se ha caracterizado como locución adverbial,
locución conjuntiva o marcador del discurso.
verbo rector) entonces no se puede usar el determinante, como se muestra en (31c) y
(31d), conforme a los esperado de un complejo del tipo [+R –C].
En (30b) es dudoso que en nombre de sea una locución, sino más bien un uso
idiomático de nombre (con el sentido aproximado de ‘representación’). Bien es cierto
que este ejemplo podría considerarse un caso de especialización dependiente (una
colocación idiomática en nuestros términos, esto es, [–R, –C]), en el sentido de que
nombre sólo tiene ese sentido en relación con la preposición en. Por último, en lo que
respecta a (30c) cabe recordar que ese tipo de variación no es inesperado en un
complejo sintácticamente reanalizado si consideramos que la concordancia de
categorías flexivas dentro de la secuencia reanalizada no es una operación sintáctica
sino morfológica (como en Juan hace de su capa un sayo / Tú haces de tu capa un
sayo).
No obstante, hay otros muchos tipos de locuciones particulares susceptibles de
analizarse como colocaciones, idiomáticas o no. Un posible candidato sería la expresión
a patadas (como en Abrió la puerta a patadas). Puede parecer una expresión
composicional y hasta libre (pues igualmente tenemos a tortas, a leches, a empujones,
etc.). Sin embargo, no queda claro qué aportación tiene la preposición a (en lo que
respecta a la composicionalidad) ni, sobre todo, en qué sentido se puede decir que
patadas selecciona léxicamente dicha preposición. Nuestra opción será considerar que
es un sintagma reanalizado (nótese que no se puede abrir una puerta a dos patadas, sino
de dos patadas) y composicional [+R +C].
Otro tipo de expresiones prepositivas relevantes son las del tipo de las reflejadas en los
ejemplos de (32), ejemplos que también proporciona Pavón (1999: 585) para demostrar
que se trata de “locuciones” que “no constituyen, por lo tanto, una unidad léxica, sino
que forman parte de una estructura sintagmática <P +SN>” (1999: 585), lo que no deja
de ser contradictorio:
(32) a. Fui a verle con (la) idea de decirle que me dejara en paz
b. Lo dejó en (las) manos del destino
c. En (la) opinión de Juan / En su opinión
d. En el interior de la casa / en su interior
e. Con el fin de que vengas / con ese fin
d. En (el) caso de que no estuviera aquí / En ese caso
Las diversas pruebas reflejadas en (32), así como la evidente posibilidad de alteración
de estas expresiones (por ejemplo: En la modesta opinión de quien esto suscribe o Vino
con el nada inocente fin de estrangularlo) ponen de manifiesto que estamos ante
secuencias no reanalizadas y de valor composicional, esto es, ante casos equivalentes a
las versiones no reanalizadas de los predicados con verbo soporte del tipo de hacer una
justa mención o dar un oportuno aviso). En la medida en que se estime que no son usos
de sintaxis libre, se podrían considerar ejemplos de colocaciones no idiomáticas (esto
es, [–R, +C], entidades en el umbral mismo de la sintaxis libre).
Montoro (2006: 176-178) considera, por ejemplo, que la expresión con el fin de no es
una locución ni está fijada, sino que es libre. El contraste con la muy similar a fin de,
que este autor también señala, pone de manifiesto que en el segundo caso sí estamos
ante una expresión reanalizada, aunque no está tan claro que se trate de una locución si
la consideramos composicional.
De hecho, como se refleja en la bibliografía citada, la mayor parte de las llamadas
locuciones particulares se inscribirían en las categorías [+R +C] (sintagmas
preposicionales reanalizados) y [+R –C] (locuciones particulares propiamente dichas),
en función de la composicionalidad y el sentido idiomático.
Ejemplos especialmente claros de las segundas son aquellos que incluyen términos
únicos y claramente idiomáticos, tales como a la virulé, a menudo, de ciento en viento,
a punta pala, por las buenas, por la cara (entre las consideradas habitualmente
adverbiales), en pos de, en pro de, acerca de, respecto a/de (entre las consideradas
habitualmente prepositivas) o desde el punto y hora que, toda vez que, salvo que (entre
las consideradas conjuntivas).
Ejemplos de complejos particulares composicionales o no idiomáticos serían los
siguientes: en público, a ras de, sin duda (entre las adverbiales), a fin de, a pesar de
(entre las prepositivas) y de manera que, ya que, de modo que (entre las conjuntivas).24
Así pues, el cuadro correspondiente a este tipo sería el siguiente:
1 partículas (en)
2 partículas derivadas y compuestas (porque)
3 SP reanalizados (a fin de)
4 locuciones particulares (a la virulé)
5 colocaciones idiomáticas (en nombre de)
6 colocaciones no idiomáticas (restricciones léxicas) (con la idea de)
7 sintagmas particulares libres (para Elisa, que viene el lobo)
No cabe duda de que esta breve presentación de las llamadas locuciones particulares ha
dejado numerosos tipos problemáticos sin tratar (por ejemplo conjunciones discontinuas
como ora...ora, etc.), así como muchas cuestiones abiertas sobre la segmentación, la
estructura interna y la representación sintáctica y léxica de dichas unidades.
Baste como conclusión que, a pesar de su compleja imbricación en el seno de la
gramática de las lenguas, en tanto que PPEE las llamadas expresiones particulares
merecen un capítulo esencial en el estudio lexicológico, siendo además estas
expresiones las que más claramente ponen de manifiesto la interdependencia entre el
léxico y la sintaxis de las lenguas naturales.
8. Conclusiones
Hemos comenzado considerando una visión idealizada del lenguaje humano como el
efecto de un conjunto de reglas que combinan unidades del eje paradigmático en el eje
sintagmático. También hemos sugerido que esa visión es esencialmente correcta,
aunque demasiado simplificadora. Por decirlo en términos coloquiales, las palabras
tienen la mala costumbre de no ser simples y los sintagmas una cierta querencia a
parecer palabras.
Aún así, el lenguaje es un sistema productivo, creativo y típicamente composicional.
Los fenómenos que hemos estudiado en el presente capítulo añaden a lo que se ha visto
en los anteriores que, puesto que la composicionalidad no es un patrimonio de los
sintagmas, tampoco es extraño, sino extraordinariamente frecuente, que los hablantes
hagan palabras usando la sintaxis. Hemos visto además que el conocimiento de una
lengua va todavía más allá del ya prodigioso conocimiento de las reglas de combinación
y del significado de decenas de miles de palabras, puesto que incluye además el
24
Ejemplos de adverbiales tomados de Pavón (1999) y de prepositivas y conjuntivas de Montoro (2006),
obra a la que remitimos para un análisis detallado de la naturaleza y caracterización de estas dos clases,
así como para la propuesta de una tercera (las locuciones marcadoras, del tipo de de entrada, por cierto o
a propósito). Una recopilación muy útil es la de Santos (2003).
conocimiento de qué palabras se combinan preferentemente con otras y cómo esas
combinaciones afectan al significado de los términos implicados, todo ello según reglas
y principios enigmáticos que el estudioso debe descubrir.
Todo ese abigarrado conocimiento compartido pone de manifiesto, por si no lo estuviera
ya contemplando la infinita productividad de las lenguas, que una lengua humana
cualquiera es un fenómeno tan extraordinariamente complejo que quizá sólo sea
comparable al propio cerebro humano que es capaz de adquirirlas, conocerlas y usarlas.
Las palabras con estructura externa, en su variada tipología, recogen lo esencial de lo
que tradicionalmente se ha llamado el genio de una lengua (en expresión del gran
lingüista y antropólogo Edward Sapir), esto es, el conjunto de hallazgos, preferencias,
caprichos y ocurrencias (en el mejor sentido de la palabra) de sus hablantes a través de
las generaciones.
Bibliografía
Referencias adicionales