Вы находитесь на странице: 1из 4

Sobre Pruebas y Mechones

Compartir: Facebook Twitter


En el número anterior de esta revista
(Caretas 2169), un lector identificado
como don Manuel Vásquez encuentra
contradictorio que yo haya escrito un
artículo sobre “la necesidad de verificar
informaciones en el periodismo” sin
terminar recomendándole a Toledo que se
haga la prueba del pelo.

Yo, francamente, no veo la relación entre


lo uno y lo otro. Como de hecho no la hay, debo inferir que el
señor Vásquez forzó la línea argumental para tener la excusa de
preguntarme por qué no me he sumado a la gente que le pide a
Toledo que imite a Castañeda y a K. Fujimori, entre otros, y se
corte el pelo para verificar si ha consumido cocaína o no.

La respuesta no es difícil en este caso. No he hecho tal


recomendación, ni la haré, porque no recomiendo estupideces.

Ese tipo de pruebas, de farisea y ostentosa mojigatería, solo sirve


como indicativo de que tras ellas hay por lo menos un bribón.

¿Les parece que hagamos un poco de historia?

En el debate presidencial del 3 de junio de 1990, entre Mario


Vargas Llosa y Alberto Fujimori, éste intentó descalificar al
escritor. “Usted admitió haber tenido una experiencia juvenil de
consumo de drogas” acusó Fujimori, con la estridencia nasal que
entonces era novedosa, “Eso es gravísimo para quien pretende
ser candidato a la presidencia de la república. Porque si
queremos la lucha contra el narcotráfico, quien ejerce la
presidencia de la república debe tener la moral bien limpia”.

Recuerden que un importante asesor de Fujimori en la discusión y


probable autor de ese argumento, fue Vladimiro Montesinos.

Poco después del debate, hubo líderes apristas que sostuvieron


que aquella lejana anécdota de consumo virtualmente
incapacitaba a Vargas Llosa como candidato.

Cuarenta años antes de ese evento, el asilado Víctor Raúl Haya de


la Torre fue acusado por el gobierno de su perseguidor, Manuel
Odría, de estar vinculado con el narcotráfico. Ya entonces esa era
una fea acusación y muchos buscaron la demostración pública y
ostentosa de no haber sido impregnados por aquel vicio secreto ni
por su comercio.

Es el tipo de demostraciones que proviene de una triste


genealogía. Desde los intentos de probar la “pureza de sangre”
hasta la ‘pureza’ (en este caso la impenetración) de orificios
corporales, se ha buscado pruebas supuestamente certeras que
diagnostiquen y notaricen en cada caso la ‘pureza’ o la supuesta
contaminación. Se ha mostrado testigos y certificados; se ha
enseñado sábanas manchadas con sangre; se ha examinado ciertas
huellas dejadas en el talco como se examina la cocada de las
llantas; se ha blandido un mechón de pelo como un certificado de
virtud.

Esto último me hace recordar a una notoria magistrada de la Corte


Superior de Ayacucho de hace algunos años, que se reclamaba
“virgen con certificado”. Porque virgen, cualquiera; pero,
digamos, virgen con una suerte de ISO 9000 del himen, solo unas
pocas. Asumo que en este caso, el certificado puede haber sido
correcto, y que los estándares morales que la ayudaron a tenerlo
deben haberla ayudado también, probablemente, en los casos de
tráfico de menores por los que fue acusada y en las complicidades
con Montesinos que quizá no le fueron lo suficientemente
certificadas.

LO que sucede es que en ese tipo de demostraciones, tanto la


prueba como el resultado que presuntamente diagnostica son
sinónimos de inexactitud. Y no me refiero aquí ni a la sábana ni al
talco sino, precisamente, al mechón.

Hace algunos años, un político inauguró la moda de probar


públicamente su limpieza de drogas haciéndose cortar un mechón.
Fue un caso de patética hipocresía, por decir lo menos. Es que el
mechón, en el mejor de los casos, permite diagnosticar un
consumo de hasta seis meses atrás. Si lo hiciste antes; si, por
ejemplo, hace tres años quemaste desde el cerebro hasta el bulbo
raquídeo pero paraste luego, no quedará traza en tu pelo del
siniestro que antaño devastó tus neuronas.

Dicho lo cual, tampoco es cierto que cualquier consumo de drogas


incapacite automáticamente para el ejercicio de la función
pública. En los años ochenta, precisamente, un político inteligente
y cosmopolita tuvo un protagonismo político importante; y ni sus
errores ni sus aciertos fueron atribuibles a los ‘pericazos’ con los
que eventualmente animaba su jornada.

También en esa década, un famoso discurso de inauguración


presidencial fue notable tanto por la elocuencia del orador como
por su incesante muequeo. Pero los grandes errores luego
cometidos no fueron producto del superávit de clorhidrato sino,
en todo caso, del déficit de un cierto mineral.

Consumo y narcotráfico son diferentes, como lo sabe todo


estudioso medianamente serio del crimen organizado. Algunos de
los más astutos y desalmados narcotraficantes no han probado
jamás la droga, porque su maldad necesita lucidez.

La cocaína es mala en casi todos los casos: eso sería aceptado hoy
hasta por Sigmund Freud y Sherlock Holmes, dos usuarios
efímeramente entusiastas de los tiempos tempranos e inocentes de
la droga. Pero con todo lo mala que es, no es peor que la
hipocresía y la deshonestidad.

De manera que, si el corte de mechón es más que imperfecto


como mecanismo diagnóstico, y si es usado como herramienta de
bribones fariseos, ¿qué puede servir entonces?

Si queremos tener un diagnóstico útil de los candidatos que se


ofrecen a la presidencia, hagámoslo bien. Por lo pronto, no hay
que quedarse en el pelo sino examinarles la cabeza entera,
especialmente lo que está adentro y no afuera del cráneo.

EXAMÍNENSE el cerebro antes que el pelo. El mapa vivo de las


neuronas puede contar historias más importantes que las que
refieran las cabelleras o las calvas.
Ya que estamos en eso, ¿por qué no se hacen un examen médico
integral? Los electores lo agradeceríamos. (Podemos exonerarlos
del examen a la próstata, a menos, claro, que insistan en pasarlo).

Cuando conozcamos cómo anda su cerebro y el resto del cuerpo,


debería venir el examen de a verdad: una auditoría de vida, en la
que los candidatos cuenten y certifiquen qué tienen y cómo lo
obtuvieron. Cuál es su compromiso con la democracia como valor
supremo de nuestra república y cuál con la honestidad en el
manejo de los bienes del país entero. La mentira debiera ser
descalificadora.
¿No es eso lo que habría que hacer en lugar del ridículo y la
hipocresía del mechón?
¿Le recomiendo eso a Toledo? A él y a todos los candidatos. ¿Cuántos pasarían la
prueba? Quizá los resultados nos empujarían a considerar la democracia parlamentaria
como una útil alternativa. Pero esa es otra discusión.

Вам также может понравиться