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CIELO
Yo... no sé quién soy. Tampoco sé en donde estoy ni como llegué hasta aquí. Un nimbo obscuro
eclipsa mi mente. Nada hay en mis reminiscencias. Un misterioso personaje con el epíteto de “El
Mnemonista” me ayudará a resolver el enigma de mi criptomnesia. Eso es lo único que sé. Sin
embargo, para hacer más onerosa mi tarea, ignoro la manera de encontrar a esta figura, sea quien sea.
Algo aberrante está corrompiendo a la frágil copa de cristal de mi mente. No sé qué cosa sea
pero es algo de naturaleza monstruosa. Me es difícil expresar mis sensaciones. La afasia que abacora
mi lengua me lo impide. Ni siquiera hay catacresis que me ayude a definir mis embarulladas
emociones. Sin embargo, intentaré hacerlo. Todo me parece raro. Como si perteneciera a los imperios
de la inexistencia. Como si la república de la realidad fuera reflejada a través del cristal anarquista de
Mientras cavilo estas cosas, me percato de otra anomalía. El aire que respiro presenta un olor
repugnante. No es una peste cualquiera sino un hedor increíblemente anormal, como el pútrido aroma
de una miasma que corrompe mi cuerpo y mis sentidos. Nadie más parece darse cuenta de esta
insondable fetidez. Solo yo la percibo y, tras moverme de un lugar a otro, parece seguirme a donde
quiera que yo vaya. ¿Qué significa esto? ¿Solo yo puedo olerla o acaso soy yo el que emana ese hedor
Miro a mí alrededor. Estoy en un callejón. Atrás de mí hay una pared. Enfrente veo a gente que
va y viene. Todo parece normal a excepción de un extraño y muy tenue resplandor que parece emanar
en forma de vapor del interior de los objetos en mis cercanías. Tras examinarme a mí mismo por
completo, me doy cuenta que también presento este inusual brillo gaseoso.
Me muevo hacia la salida del callejón, y al hacerlo, voy dejando en el aire una estela de
fisiogramas que desaparece en poco tiempo, como si fueran un mapa ageométrico de mis movimientos.
“¿En qué clase de estado alterado de consciencia estoy?”, me digo, “¿Por qué tengo esta clase
de alucinaciones?”.
experimental, pues aunque las imágenes y aromas que llegan a mi cerebro están completamente
Tengo la sensación de estar padeciendo este abyecto estado por horas. Tal vez por días. No lo
sé. ¿Qué clase de sustancia enteógena habrán inoculado en mi torrente sanguíneo? Ninguna dura tanto
tiempo. ¿Soy una especie de experimento cruel? ¿Una rata de laboratorio en un laberinto? ¿Soy solo un
No tengo respuestas para ello. Debo apresurarme a hallar a “El Mnemonista”. Solo él contestará
mis preguntas y nadie más. No debo perder mi tiempo. No sé cuánto más pueda resistir. Mi mente se
Reanudo mi andar y salgo rápidamente del callejón en donde estaba pero mis piernas responden
de manera extraña. Como si flotaran. Entonces, otro inquietante suceso acaece. En un instante me
hallaba situado en el fondo del callejón y al siguiente estaba en la esquina contraria del mismo. No
recuerdo el recorrido intermedio. ¿Cuál es la razón de ello? ¿Acaso he comenzado a perder más
recuerdos? ¿Que fue lo que hice o me hicieron durante ese lapso de tiempo?
Muchas preguntas y ninguna respuesta. Decidido a dar con ellas, busco la manera de orientarme
nuevamente y comenzar la búsqueda de “El Mnemonista”, así que miro la esquina del callejón, donde
“¿Ávalon?”, me pregunto yo con gran desconcierto, “¡No existe ninguna ciudad llamada
Súbitamente, todo da vueltas. El vértigo me invade. Cierro mis ojos. Doblo las rodillas un poco.
Me llevo los dedos índice y cordial de ambas manos a las sienes de mi cabeza.
La gente pasa a mi lado con indiferencia. En su ajetreado paso, algunos de ellos me rozan, otros
me empujan y algunos más me golpean. Caigo al suelo. Me sostengo sobre mis dos rodillas y una
Repentinamente, tal como llegó, el vértigo me abandona y yo me levanto con calma del suelo.
Dirijo mi vista nuevamente hacia la esquina del callejón, en busca del letrerito que decía: “Esta
Parpadeó dos o tres veces. Me froto los ojos y me acerco a la esquina donde anteriormente lo vi,
pero el cartel ha desaparecido. Lo busco en el piso. Tal vez por alguna extraña razón se haya caído de
su anterior sitio durante mi ataque de náuseas. Sin embargo, tras examinar minuciosamente el piso
¿Lo imaginé? ¿Lo aluciné? ¿Qué diferencia hay entre imaginación y alucinación? ¿Puede ser
tragos pequeños como un vino tinto. Nada de esto tiene sentido. Me siento afligido. Lleno de
incertidumbre y confusión. Deseo saber que está pasando pero presiento que eso jamás sucederá.
Me siento impelido a mirar hacia arriba, sin saber bien la causa por la cual lo hago, así que solo
Veo un cielo tan vasto, sin nubes y grande que más bien parece un océano majestuoso e
inmenso agitándose de manera perturbadora y suave. Su calmada danza me hipnotiza sin remedio y me
pierdo en su inquietante rotación y balanceo. ¡Oh, no puedo creerlo! ¡Que cielo tan hermoso e
imponente! ¡Jamás en mi vida había visto algo así! Ante tan impresionante visión iconográfica no
Las olas del cielo me arrullan. Los latidos de mi corazón se desaceleran. Me tranquilizo.
Respiro profundamente.
Sin dejar de mirar “El Océano Del Cielo”, de pronto veo algo que nuevamente me estremece.
Una figura femenina desnuda, cual Venus anadiómena desencadenada, parece emerger de lo más
profundo de él. Me quedo atónito columbrando semejante espectáculo surrealista. No lo puedo creer.
-¿Ves lo que yo veo? ¿Ves lo que yo veo? -le pregunto iterativamente, señalando
desesperadamente el cielo con mi dedo índice derecho-, ¿Lo ves? ¡¿Lo ves?! ¡¿Ves una mujer naciendo
El sujeto ni siquiera se molesta en alzar la vista. Lejos de ello, se zafa de mí con un violento
Mientras me levanto nuevamente de la acera me pongo a pensar en las anteriores palabras del
hombre.
“Tal vez solo estoy borracho”, me digo casi susurrando en mi mente, “Quizá todo este
Me gusta esa posibilidad, pero en mi interior una lúgubre voz me advierte de la naturaleza
“¡No!, ¡Estás mal!”, me advierte sin ambages esa misma voz, “Tal vez estás borracho pero no es
el alcohol lo que causa tu peculiar estado y eso lo sabes bien. Tu estado es producto de algo mucho más
siniestro de lo que aparenta. ¡Aprisa, rápido! ¡Debes de encontrar a “El Mnemonista” lo más pronto
Una vez más, dirijo mi vista hacia arriba. Allí esta ella nuevamente, en el piélago incalculable
de la inmensidad del cielo. “Venus Anadiómena”. Desnuda y hermosa. Virgen y escultórica. Húmeda y
pelirrojo cabello después de nadar. Me sonríe ligeramente. Me da la espalda, sin dejar de verme, y
después se zambulle nuevamente en el mar. Emerge y bracea rumbo a un ignoto destino. Se detiene.
¿Quién es ella? No lo sé pero me veo impelido a darle alcance y así lo hago. Camino por las
calles, procurando seguir su rastro, sin importarme ya si alguien más la ve. Esquivo a algunas personas
y me estrello contra otras tantas, pero nunca dejo de caminar tras ella.
A ratos, “Venus Anadiómena”, suspende su nado para cerciorarse que la voy siguiendo.
Súbitamente, “El Océano Del Cielo” comienza a gotear hacia abajo y empieza a llover. Primero
poco y luego mucho. Truenos y relámpagos se oyen y miran en el horizonte. En pocos minutos la lluvia
es un diluvio.
Abajo es una tormenta. Arriba una tempestad. Me es difícil seguir a mi musa. Agita los brazos
para que no la pierda de vista en medio de la borrasca. Evita las olas e interrumpe su carrera para darme
Un estrepitoso rayo cae justo frente a mí. Como vedando mi paso. Cierro los ojos. Mis oídos
parecen reventar. Retrocedo. Caigo. Una especie de parestesia se apodera de mi cuerpo. Todo oscurece.
No siento nada.
II
¿He muerto? No, no lo estoy. El hedor que antes percibía ha desaparecido. Una extraña música
de fagots parece haberlo sustituido. Algo raro ha sucedido de nuevo. Me siento como en una
belleza por doquier. Estoy sentado en una sillita, vestido informalmente. Frente a mí se halla un médico
de apariencia sibarita. También él está sentado. En sus manos sostiene un sobre cerrado. Sin decir una
-¿Qué es? -le pregunto con ansiedad al galeno, pero éste no responde. Solo imita con sus manos
Así lo hago. Me asomó a su interior. Está obscuro. Miro al médico y éste me indica con mímica
que meta la mano. Lo hago, no sin cierto recelo. Mis cejas son un signo de interrogación.
Contiene un texto que no comprendo. Parecen unos resultados clínicos. Le doy la hoja al doctor,
esperando que él pueda resolver mi duda. Él mira detenidamente la hoja, saca su bolígrafo, hace unas
anotaciones, como si fueran garabatos, y me la devuelve.
-¿No estoy drogado? -pregunto estupefacto, pero no obtengo respuesta del galeno. Solo me mira
-¿Cómo sabe que esa era mi duda? -vuelvo a preguntar pero el sujeto no responde. Pierdo la
paciencia y doy un fuerte puñetazo a un escritorio que solo hasta ese momento me doy cuenta que
¿Por qué no me responde? -le digo casi gritando-. ¿Es usted mudo? ¡Necesito que me diga algo!
¡Quiero respuestas! ¡No tengo ni puta idea de lo que me está pasando! ¡Parece que todo ha
enloquecido! ¡Nada en este lugar tiene sentido! ¡Necesito hallar a “El Mnemonista”! ¡El me aclarará
El supuesto médico solo sonríe estólidamente, sin dejar de mirarme. Su sonrisa solo me
enfurece más. Lo tomo de las solapas, lo levanto de la silla y le pregunto, apenas susurrando:
Cuando estoy a punto de darle un golpe en la cara al matasanos, las ventanas del consultorio
médico estallan abruptamente. Las esculturas de los seres feéricos se hacen añicos. Todo explota. La
III
Vuelve a haber silencio. Grito para romperlo. El eco reverbera por medio segundo. Ya no tañe
ninguna canción. Oigo unos pasos que se acercan apresuradamente. Intento moverme pero no puedo.
Tengo puesta una camisa de fuerza. Presiento que el final de mi odisea llegará pronto. Suena el
lejano sonido de unas llaves que se encajan en una cerradura. Luego el chirriar de una pesada y oxidada
puerta que se abre, rechinando larga y metálicamente. Después, el pegar de varios pares de zapatos de
La luz entra y llena a medias la ¿recámara? Mis ojos se lastiman con el resplandor. Parpadeó
hasta que los destellos ya no me hieren. Una figura se acerca hasta mí. Otras le siguen. No puedo ver el
rostro de ninguna de ellas, pues están a contra luz. Sin importar como se muevan, su faz permanece
siempre entre las sombras. En contraste, sus batas son resplandecientemente blancas.
Las siluetas hacen un círculo a mí alrededor. Sacan unas libretitas y empiezan a hacer
anotaciones. Siempre sin decir una sola palabra o emitir ruido alguno. Como si fueran una curia de
“Estás en un manicomio”.
Sus palabras me quitan los colores de la cara. Ahora todo tiene sentido. Me echo a reír.
Los seres en penumbras, aquellos cuyos rostros jamás puedo ver, dejan de escribir y me
“¡Lo sabía!”, me repito a mí mismo, “¡Todo fue siempre un delirio mío!, ¡Ja!”.
No contesto. Sigo riendo sin importarme mi entorno. El ser tuvo que repetir su pregunta para
que yo la respondiera.
Las siluetas, al oír mi respuesta, se ven unas a otras, confusas, y comienzan a susurrar entre
ellas.
-Señor –me dice la misma figura que siempre hablaba-. Usted no está loco.
Detengo mi risa en seco. Miro hacia donde me parece que están sus ojos, pues no puedo saberlo
manicomio!
-El que esté en un manicomio no significa que está loco -replicó rápida y categóricamente la
figura.
-Si no estoy loco -pregunto- ¿por qué estoy encerrado en un manicomio y con una camisa de
fuerza puesta?
-Creo que tiene usted razón -me dice con elegancia la misma figura de siempre-, ¡nada de esto
tiene sentido!
“No puede ser”, pienso para mis adentros, “Está sucediendo otra vez”.
IV
surcan por mi cabeza. Mis oídos casi revientan. Miro hacia arriba y veo una ciudad. Esa cuyo nombre
es “Ávalon”. Entonces lo comprendo. No estoy en cualquier mar. Estoy en “El Océano Del Cielo”. Veo
a unos metros de mí a “Venus Anadiómena”. Intento nadar hacia ella, y ella hacia mí, pero las grandes
olas nos lo impiden. Las gotas de agua salada se introducen en mis ojos y los enrojecen e irritan. La sal
Trago agua. Mis pulmones se anegan de ella. No puedo respirar. Tardo unos segundos en darme cuenta
planeó así. No puedo liberarme de ella. Su fuerza es descomunal. Entro en pánico. Sus uñas se encajan
en mis tobillos.
Cuando estoy a punto de perder el sentido mis pies son liberados. Desesperado, nado hacia la
superficie para poder respirar. Después de tomar aire me percato que ha habido un cambio. Estoy en
En el fondo de la gruta hay un hombre muy delgado, agazapado como si fuera un animal herido,
vestido únicamente con una túnica larga y oscura. Tiembla. En sus brazos sostiene un libro
-Si -responde él, como refunfuñando, encorvándose ante mí presencia-. Yo soy “El
Mnemonista”.
“¡Sí!”, me digo a mí mismo triunfante, “¡por fin lo he hallado!”, “Él me ayudará a saber lo que
está pasando”.
-¿Que me sucede? –pregunto, pero el anciano no responde. Solo recula aún más ante mí
presencia.
-Yo soy “El Mnemonista” -vuelve a decir el viejo, como si fuera un autómata-. Eso es lo único
que sé.
Doblo las rodillas en señal de derrota. Golpeo la arena bajo mis pies descalzos. Unas lágrimas
De pronto, fijo mi vista en el libro que sostiene. Una idea alumbra mi mente. Violentamente
arrebato su texto, a pesar de sus protestas. El tomo es pesado. Debe tener más de mil hojas. Lo abro y
enseguida lo hojeo rápidamente. ¡Nada hay escrito en sus amarillentas páginas! Busco de manera más
exhaustiva, hoja por hoja, hasta que doy con la única que parece tener algo escrito.
Las letras son difíciles de leer. Como si se movieran en una danza de grafos para encriptar su
mensaje. ¿Estoy alucinando otra vez? El anciano se resigna. Se dedica únicamente a observar
furtivamente mis movimientos. Como al acecho, a la espera de un movimiento en falso mío para
recuperar su tesoro más preciado. Tras mucho esfuerzo, logro leer algo. El epígrafe.
“¿Test de realidad?”, me digo pues me parece irracional el título. Salto de inmediato a las
siguientes líneas. Lo que a continuación leo me vuelve ateo de la razón y creyente del sin sentido. Eran
siete oraciones las que allí había escritas. Siete y nada más. Todas ellas incoherentes.
“Probar si se puede respirar con la nariz completamente cerrada”, “Probar si se tienen las
manos de un color extraño, demasiados dedos u otras anormalidades”, “Probar si se tiene una visión
perfecta”, “Probar, cuando se salta, si se cae zambulléndose en el agua”, “¿Es nuestro aspecto normal al
mirarnos a un espejo?”, “¿Nos podemos mirar la nariz con un ojo cerrado?”, “¿Los relojes indican una
hora razonable?”.
Eso era todo. No había más letras en todo el libro. Lo arrojo al piso. El octogenario lo recoge al
instante, pero algo ha cambiado en él. Su mirada ya no presenta atisbos de enajenación alguna.
-¿Aún no te das cuenta de lo que está sucediendo? –me pregunta-, ¿Puede ser posible que aún
no recuerdes nada?
-Te suplico que me digas donde estoy si es que lo sabes –imploro, por completo derrotado-. Ya
no aguanto más.
El viejo me vuelve a entregar el libro. Lo tomo y lo abro. Ahora todas sus páginas estaban llenas
de letras. ¿Cómo era eso posible? Cuando estoy a punto de comenzar a leer el anciano me interrumpe.
-El libro que sostienes en tus manos es “El Oniriconomicón”, también conocido como el
vademécum de los sueños –me dice con calma-. Como imaginaras, ¡estamos en un sueño! Nuestra
-Somos parte del “Proyecto Lucy” –explica el anciano-. Un experimento ilegal por parte de un
selecto grupo de científicos del sueño que se autonombraron “Los Onirólogos”. Ellos deseaban
controlar por completo los sueños lúcidos. Todo fue de maravilla. Lograron el dominio absoluto del
mundo onírico de un ser humano pero existía un inconveniente. El despertar. Verás, te lo ilustraré con
un par de preguntas. ¿De qué sirve dominar los sueños si no puedes dominar cuando despertarás? ¿De
qué te sirve ser omnipotente solo durante las ocho horas qué duermes? En la búsqueda de remediar este
problema, “Los Onirólogos” hallaron formas de prolongar un sueño lúcido hasta por sesenta y seis
horas, pero nunca más allá de ese lapso de tiempo Hasta ahora, nadie sabe la causa de ello. Es como
una frontera infranqueable. Entonces apareciste tú. Lograste tener sueños lúcidos por más de sesenta y
seis horas. Lo hiciste bien. Tal vez demasiado. Fuiste mucho más allá del límite. Cuando “Los
todo para traerte de vuelta pero fracasaron. Así que has estado durmiendo por semanas, meses…
esfuerzo desesperado por salvarte me introdujeron en tu sueño. ¿Te das cuenta de las implicaciones?
¡Somos los primeros seres humanos en estar soñando el mismo sueño! Al entrar en tu mundo onírico te
busqué pero nunca te encontré. Aún así, pude averiguar la causa de tu desgracia. Te habías topado con
“algo”. Hasta hoy, no sé que cosa sea ese “algo”, pero hizo que perdieras el control de tu sueño lúcido.
Te volviste náufrago de tu propio subconsciente. Al toparme yo también con ese “algo” me pasó lo
mismo que a ti. Me perdí. Por su parte, “Los Onirólogos" habían previsto una eventualidad como ésta.
Para poder sortear esta adversidad, me dieron un “TEST DE REALIDAD”. Tú, atávicamente, lo
imaginaste como “El Oniriconomicón”. Ese libro contiene una serie de oraciones que me darían pistas
para darme cuenta de estar en un sueño y poder despertar. Cuando leíste en voz alta esas oraciones
Mis emociones son un laberinto. Tengo muchas preguntas. Tantas que no se por cual empezar.
-Esos científicos del sueño de los que me hablaste, “Los Onirólogos” –digo en voz alta-, ¿Cuál
es su objetivo? ¿Qué fin persiguen para poder tener control absoluto sobre los sueños y su despertar?
-No lo sé –responde el viejo, cabizbajo-. Me temo que no lo sé. Nadie los conoce en persona.
Camino de un lado a otro de la caverna. Observo todos los detalles a mí alrededor. Me cuesta
creer que no es la realidad. Incluso parece más real que ella. Miro a los ojos al anciano.
-Ahora qué sabemos que esto es un sueño –pregunto -, ¿Cuál es el siguiente paso?
circunstancias normales, las personas tienen sueños sobre los recuerdos de cosas que sucedieron hace
días, semanas, meses, años, etc. Sin embargo, ¿Qué pasa cuando los recuerdos de hace días son sueños?
Entonces se empieza a tener sueños sobre sueños. ¿Y qué pasa cuando los recuerdos de hace semanas
son sueños? Entonces se empieza a tener sueños sobre sueños sobre sueños. ¡Y así sucesivamente hasta
llegar a años! Ese es nuestro caso. Después de estar soñando por años, los recuerdos de hace unos días,
semanas o años son, a su vez, sueños. Entre más tiempo se duerme más difícil es el despertar. Por ello,
debemos tener cuidado al momento de hacerlo. Si lo llevamos a cabo de forma incorrecta puede ocurrir
un peligroso fenómeno llamado “Falso Despertar”. Básicamente, éste consiste en que soñamos
despertar. Creeremos estar despiertos cuando en realidad estamos dormidos. Si esto sucede todo estará
perdido. Soñaremos eternamente. Jamás regresaremos.
-Existen tres clases de verdades –contesta “El Mnemonista”-. La verdad que te conviene a ti, la
verdad que me conviene a mí y la verdad que no nos conviene a ambos. Sobre estas tres verdades, o
cualquiera de sus múltiples combinaciones, se construyen mentiras que pueden manipular realidades
enteras. ¿Soy un sueño tuyo? ¡No lo sé! Tal vez tú seas un sueño mío. Tal vez ambos seamos sueños o
tal vez ninguno de los dos. Se deberá llegar al despertar para saberlo. ¿Estás listo para ello?
me atrevo a externarlo pero, en el fondo, temo ser solo un sueño. ¿Hay algo más tenebroso que ser una
ficción?
-Sí –contesto al fin, pero con inseguridad, desgano y cierta indiferencia-. Estoy listo para
despertar.
-Muy bien –dice él-. Presta atención cuidadosamente. Es algo muy complejo lo que a
Estoy acostado en una cama. Observo el techo. Parpadeo de vez en cuando. Hace trece noches
que “El Mnemonista” y yo logramos despertar, aunque no todo salió bien. Yo desperté con un
“inconveniente”.
Tras el pasar de los días, nada me sugiere que sigamos en un sueño. Al parecer, conseguimos
evitar el “Falso Despertar”. Aun así, continuaré a la búsqueda de pistas que delaten cualquier detalle
“Los Onirólogos” han ordenado que no se me deje dormir. Temen que si cierro los ojos y
duermo tengan que pasar años otra vez para hacerme despertar. De esta forma, me inyectan sustancias
para que nunca duerma. “Nadie muere por falta de sueño”. Eso es lo que me han dicho los médicos
para tranquilizarme. No podré dormir, al menos hasta que confiese el secreto para controlar el
A pesar de las drogas inoculadas en mí ser, tengo breves espacios de tiempo en los cuales sueño
con los ojos abiertos. De esta manera es que logro regresar a “Ávalon”. Allí veo a mi musa. “Venus
Anadiómena”. Nadamos y hacemos el amor en “El Océano Del Cielo”. Ella me besa dulcemente y me
dice que esto aún no ha acabado, que sea fuerte, que el estado producido por el “accidente” que sufrí al
despertar no durará para siempre, aun cuando tengan que transcurrir muchos años.
Según me ha dicho ella, “Los Onirólogos” están experimentando infamemente con fuerzas y
seres que no son cognoscibles ni tienen explicación. Estos últimos ya han celebrado un juicio sobre los
primeros y su sentencia es atroz. No quiso darme detalles del castigo, a pesar de que rogué por saberlo,
Me dice que soy un ser especial. Me dice que el mundo real es indigno de mí. Me dice que
inevitablemente llegará el día en que el despertar ya no se interpondrá nunca más entre nosotros y ya no
“Quién duerme sin soñar, bebe agua sin saciar su sed. Quien sueña sin dormir sacia su sed sin
beber agua”, me dijo ella una vez, justo antes de que regresara a la realidad.
Hoy solo estoy a la espera del día que mi cuerpo deje de ser mi prisión terrenal y me vuelva a
“El Mnemonista” no era un anciano. Era un cuadripléjico. El que dos personas hayan
compartido el mismo sueño trajo inesperadas y nefastas consecuencias. Al menos para mí. Sucedió una