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Topología y psicoanálisis

Juan David Nasio

A la memoria de Pierre Soury

"Me atormento con el problema de averiguar cómo es posible


representar de manera plana, bidimensional, algo
tan corporal como nuestra teoría de la histeria".
S. Freud, Carta a Breuer del 29 de junio de 1892.

La interdicción de lo imaginario ha hecho mucho mal a los psicoanalistas en su trabajo


de pensar lo real. No es seguro que uno deba pronunciarse contra la imagen en favor del
decir o del número. Tratándose de lo real psíquico, la cuestión sigue siendo: ¿qué
diferencia hay entre pretender decir eso real con conceptos, escribirlo con números y
mostrarlo con artificios imaginarios?

La introducción de la topología por Lacan en la década de 1960, en particular las


elaboraciones recientes sobre los nudos, constituye en mi opinión una tentativa de
aprehender lo real con recursos imaginarios y -lo veremos-, más que imaginarios,
fantasmáticos; recursos que llamaré artificios topológicos. Esta manera de abordar la
topología, que tiene más relación con el dibujo que con el cálculo, con la pizarra que
con el papel, con la mostración que con la demostración, contraría la creencia según la
cual hacer topología es, para los analistas, hacer ciencia. Para trazar una línea de
demarcación entre la topología clásica y la nuestra habría que proceder como en el caso
de la lingüística e inventar un nombre, por ejemplo topologería (estoy convencido de
que la invención del término 'lingüistería' ha sido benéfica para disipar muchos
malentendidos).

Dicho esto, queda por saber si el interés de los psicoanalistas por la topología
corresponde a una especie de refinamiento excesivo, de preocupación por problemas
ultramenores, fragmentarios y sin consecuencias, lo que sería propio del período final,
agonizante, de una teoría, o bien si al contrario este interés corresponde a la
reconstitución, abierta por Lacan, de una nueva estética trascendental conforme a la
experiencia, no del sujeto del conocimiento, sino del sujeto del inconciente.

Pero, ¿qué es esto real que exige disponer de una topología para abordarlo, y de qué
topología se trata? Respondamos en dos lenguas ligeramente diferentes, una freudiana,
lacaniana la otra.

Freud suponía dos mundos reales e ignotos, uno exterior, e interior, psíquico, el otro.
Apoyándose en Kant se congratulaba con la conclusión de que, de los dos, sólo lo real
interior tenía posibilidades de ser cognoscible (1).

Una doble observación complicará esta simple división de mundos. En primer lugar, si
es que uno puede aprehender lo real interno, para ello hace falta un dispositivo exterior,
pero dependiente de las condiciones de eso mismo real interno. Este dispositivo técnico
no es para Freud el concepto, el pensamiento o el conocimiento, sino la experiencia
psicoanalítica misma. Ahora bien, estos dos mundos aparentemente separados se
interpenetran en la relación analítica en la forma cruzada de un quiasmo que liga el
deseo del paciente con el del psicoanalista. La frontera es tan dilatada que absorbe a los
dos mundos que ella separa.

Y después, segunda observación: al final de su vida, Freud llegó a concebir de otra


manera la división interior-exterior. Sin desarrollarlo verdaderamente, admitió que el
aparato psíquico tenía extensión en el espacio, y que el espacio a su vez era la
proyección de este aparato (2).

Sin embargo, a pesar de estos últimos cuestionamientos, la obra freudiana y, en general,


los psicoanalistas cuando practican el análisis siguen escombrados con esa intuición
indesarraigable según la cual el psiquismo es un adentro limitado por una superficie (la
piel) vuelta hacia lo real exterior.

A la dualidad de los reales freudianos sucede una topología lacaniana que pone en juego
relaciones más precisas. En lugar de dos reales se trata de uno solo, unívoco, sin
división, definido esencialmente por su modalidad de ser imposible de representar, y en
el cual el psicoanálisis sitúa la dimensión del sexo de agotamiento imposible. Frente a
lo real está el sujeto; y entre los dos, el conjunto de los recursos con que el sujeto
aborda eso real del sexo: recursos referidos a los significantes y recursos referidos al
objeto a. Los primeros recursos se llaman síntomas, los segundos, fantasmas. Así, entre
el sujeto y el sexo se encuentra una serie de relaciones causales, en general paradójicas,
constitutivas de lo que el psicoanálisis llama la realidad. De esta realidad psicoanalítica
procura dar razón la topología.

Cuatro relaciones, más bien cuatro parejas paradójicas de conceptos que definen la
realidad son recreadas, puestas en escena por nuestros artificios topológicos.

He aquí brevemente cada una de esas parejas, y el ser topológico que las figura:

1. La demanda y el deseo, figurados por el toro;

2. el sujeto dividido y su decir -un decir significante-, figurados por la banda de


Moebius-,

3. un significante y los otros, figurados por la botella de Klein, y

4. por último, el sujeto en su relación con el objeto (fantasma), figurado por el cross-cap
(esfera provista de un cross-cap).

Retomemos cada una de esas parejas puntualmente, en la forma de una pregunta:

1. La primera pareja atañe a la cuestión de la repetición. ¿Cómo aceptar que sea


preciso repetir dos vueltas para regresar al punto de partida y comprobar que algo se ha
perdido, cuando en apariencia no se ha hecho más que renovar el mismo gesto? Sin
embargo, para perder verdaderamente hace falta en efecto dar dos veces la vuelta. Me
explico: la primera vuelta corresponde al trazado de una repetición local llamada
demanda, mientras que la segunda comprende la serie continua de esas repeticiones. De
esas dos vueltas resulta el deseo. La demanda, en su expresión más simple (figura 1), es
un mensaje dirigido al Otro, que vuelve al sujeto en su forma invertida, pero sin que el
cuerpo resulte afectado, es decir, sin que nada se desprenda de la pulsión. Hace falta
que la primera vuelta de una demanda local se encuentre con la vuelta de una
segunda demanda para que haya en efecto separación; o también, no habrá deseo
mientras no hayan sido enlazadas demandas (al menos dos) que formen una serie
continua. El toro nos permite pensar el trazado de dos vueltas continuas («ocho
interior») y el agujero central que así se obtiene, el puesto del objeto faltante del deseo
(figuras 2 y 3).

Fig. 1: Una demanda local.

Fig. 2: Serie de demandas en un toro: 1, 2, 3, n...

Fig. 3: Ocho interior o plano de la serie de demandas en el toro.

2. La segunda pareja atañe a la cuestión del sujeto. ¿Cómo ocurre que seamos sujeto en
el momento en que no somos más que un decir y, simultáneamente, que seamos el
sustento ausente de las futuras repeticiones? 0 también, ¿Cómo ocurre que seamos otro,
que cambiemos por el solo hecho de decir? El ser topológico introducido desde hace
tiempo en la teoría lacaniana y que figura esta antinomia del sujeto es la banda de
Moebius. En lugar de definir el sujeto, la banda de Moebius nos lo muestra. Pero sería
falso identificar directamente el sujeto con la banda y decir, señalándola: he aquí el
sujeto. No; lo que nos interesa en la banda de Moebius es que su propiedad de tener un
solo borde cambia si se opera en ella un corte mediano (al menos es el caso para una
cinta que tiene una sola semitorsión). En ese momento, es decir en el momento de cortar
siguiendo la línea mediana de la banda y describiendo con las tijeras una curva cerrada
(que vuelve a su punto de partida), la banda propiamente dicha desaparece; el resultado
es una cinta que ya no es una banda de Moebius (figuras 4 y 5).

Fig. 4: Banda de Moebius.

Fig. 5: Cinta no moebiusiana, obtenida tras el corte.

No basta entonces con representar el sujeto en el espacio; es menester también el acto


de cortar, de trazar una curva cerrada. El acto de decir es del mismo orden porque el
significante determina, hiende al sujeto en dos: lo representa y, representándolo, lo hace
desaparecer. Es cortando la banda como se puede decir: he aquí el sujeto.
3. La tercera pareja atañe a la cuestión del nexo, que es tan difícil imaginar, entre un
significante y el resto de la cadena significante. Es dificil imaginarlo porque se trata de
aprehender cómo un conjunto de elementos significantes sólo tiene consistencia a
condición de que en él falte uno y, sobre todo, de que ese uno faltante se encuentre en el
exterior del conjunto o bien constituya su borde. La cadena significante consiste si, y
sólo si, un significante le "ex-siste", como su borde. Y no obstante, cuando uno intenta
acotar esta lógica del par significante -S1 (el Uno) y S2 (el conjunto)-, en el momento
de la aparición de un síntoma en el curso de la cura por ejemplo, se impone enseguida el
problema de la relación entre esta formación del inconciente (el síntoma) y el
inconciente mismo. La buena respuesta, aunque mal formulada, sería: no hay
inconciente salvo ahí donde hay síntoma, ni antes, ni después. Se habría podido utilizar
la expresión «inmanencia» y formular también: el inconciente es inmanente al
significante-síntoma. Ni una ni otra de estas fórmulas es adecuada para figurar la lógica
de la relación entre un significante y los otros. Recurramos entonces a la topología. La
referencia aquí no es el corte, sino lo que se llama la circunferencia de retroceso de la
botella de Klein. La familia de curvas constitutivas de la trama de esta superficie sigue
un movimiento tal que, replegándose sobre ella misma, toma en determinado lugar la
forma del gollete de una botella. A primera vista, esa circunferencia de retroceso
correspondería entonces al gollete, es decir al contorno de un agujero. En verdad,
topológicamente esta circunferencia es parametrizable, por toda la superficie, como si el
gollete fuera parametrizable así en la base, en el cuello, como en cualquier otro punto
del cuerpo de la botella. Para nosotros, la circunferencia de retroceso representa la
excepción, S1, que puede aparecer en cualquier punto de la superficie y que condiciona
su sostenimiento.

Fig. 6: Botella de Klein.

4. Por último, la cuarta pareja atañe a la cuestión de la relación del sujeto con el objeto
(cuestión esta la más cercana a los dos reales freudianos). ¿Cómo comprender que el
sujeto pueda incluir en él un objeto -y al mismo tiempo incluirse en un objeto- que le es,
no obstante, radicalmente exterior y heterogéneo? En otras palabras. ¿Cómo
comprender que eso que llamamos fantasma no sea una imagen en el interior de la
economía psíquica del sujeto, sino un aparato, una edificación que se distribuye, se
extiende en la realidad confundiéndose con ella? Es el hecho de mostrarnos que el
adentro y el afuera son una sola y misma cosa lo que confiere su valor al cross-cap.
Sigamos a una hormiga que parta de un punto de la cara anterior del lóbulo izquierdo,
por ejemplo; ella pasa por la línea de falsa intersección y repentinamente se encuentra
sobre la cara posterior e interior del lóbulo derecho, hasta encontrar nuevamente,
siempre sobre la cara interior, pero por delante, la línea de falsa intersección. Entonces
sale hacia atrás del lóbulo izquierdo, sobre su cara exterior, recorre esa cara posterior y
después la anterior hasta llegar a su punto de partida. De esta manera habrá pasado del
exterior al interior y del interior al exterior sin haber comprobado límite alguno, sin
haber atravesado ninguna frontera. Para la hormiga no habrá habido diferencia entre un
supuesto interior y un supuesto exterior de nuestra superficie (3). Si ahora consideramos
este trayecto de la hormiga como el trazado de un corte en doble lazo, habrá recortado el
cross-cap en dos partes: una banda unilátera de Moebius, que representa al sujeto, y un
disco bilátero, que representa al objeto a. De este modo obtenemos los tres elementos de
la articulación del fantasma, propuestos por Lacan: el sujeto (S tachada), el corte (<>) y
el objeto a.

Fig. 7: Recorte de la esfera provista de un cross-cap.

Cada uno de estos seres geométricos (salvo el toro y en cierta medida la banda) que
acabamos de mostrar es el resultado de cierto forzamiento operado por la subsunción de
una superficie abstracta en el espacio ambiente euclidiano. La superficie abstracta es en
sí irrepresentable en nuestras dimensiones intuitivas habituales (4), Como no sea
forzándola y produciendo una representación no regular, bastarda, de una superficie que
sólo existe como variedad de un espacio abstracto. Lo vemos bien: la topología con la
cual los psicoanalistas piensan y trabajan no es ni la topología general, ni la algebraica.
Aunque afín a la topología combinatoria, es en última instancia una topología
particularísima, que caracterizaré como mostrativa y fantasmática. No trabajamos con
ecuaciones, números y letras, sino con tijeras, tizas y caucho.

Ahora bien, estos seres, estos lugares, ¿son reales o ficticios? Ni lo uno ni lo otro. Son
artificios singulares, efectuaciones espacio-temporales que, a la manera de un teatro
especial, dramatizan la paradoja: la separación del deseo pasa a ser un agujero, el
itinerario repetitivo de las demandas sigue el trazado de un ocho (doble lazo), o aún, el
significante de la excepción (S1) toma la forma del gollete de una botella. Son como
elementos intermediarios entre el dominio topológico estricto, del que proceden, y las
parejas de conceptos paradójicos de la teoría analítica. No constituyen verdaderas
superficies porque, en virtud de su inmersión en el espacio ambiente, son
representaciones no regulares; tampoco son conceptos, según la acepción usual, puesto
que su sentido ni se explica ni se demuestra: sólo se muestra. Se muestra dibujando,
cortando o pegando.

Pero sería un error creer que esta superficie que no es tal, y que este concepto efectuado
singularmente en el espacio, estos mixtos, como los llamaría Albert Lautman (5), son la
metáfora, buena o mala, de la paradoja. No ilustran la paradoja, sino que son su mismo
ser. No se dirá que el concepto del sujeto es ilustrado por la banda de Moebius, sino,
insisto, se mostrará la banda y, cortándola por el medio, se dirá: este es el sujeto. El
artificio no designa el ser del sujeto: lo es (6). No se lee tampoco la representación, sino
que se la practica, y es esta práctica la que le da su sentido. El sentido está en el uso de
la representación. Ahora bien, cuando uno dice uso, dice también malogro y fuga. Lo
que escapa cuando uno trabaja con esos mixtos topológicos es el cuerpo.
Entendámonos: no el cuerpo como extensión ni como imagen, sino como lugar parcial
de goce: goce de la mirada y del tacto. Practicar la topología significa tratar con el
cuerpo la representación y, en ese mismo acto, inscribir esa práctica en el conjunto de
nuestras producciones fantasmáticas. ¿Qué es, en efecto, el fantasma, si no una acción,
un obrar hasta confundirnos con lo poco de cuerpo que perdemos?

A pesar de las objeciones que pudiera plantear este abordaje clínico (7), de la
topologería, tengo dos razones para persistir. La primera: ¿por qué no aplicar a nuestra
práctica de la topología el concepto de goce que empleamos en el trabajo con nuestros
pacientes, y decirnos que la parte de goce que esta práctica conlleva (mirada v tacto) es
sólo la transformación del goce presente en la cura bajo la forma del fantasma? Es como
si uno pudiera hablar de trasmisión fantasmática de una práctica a otra. La topología que
nosotros trabajamos no escapa al apotegma lacaniano: «No existe metalenguaje». En
otros términos, no hay lenguaje (aunque sea el del manejo de los seres topológicos) que
no sea desbaratado por el goce.

La segunda razón que me lleva a persistir en la topología atañe a lo imaginario de los


psicoanalistas. ¿En qué puede la práctica con los objetos topológicos trasformar en los
psicoanalistas que a ella se entregan las condiciones de su imaginario? ¿Y en qué
medida eso imaginario modificado, adaptado a las exigencias de la topología, llevará al
psicoanalista a escuchar de otra manera a sus analizados y a su propia experiencia?
Parto de la suposición de que, en el analista que maneja con frecuencia estos artificios,
la familiaridad que llega a adquirir con ellos puede habituarlo poco a poco, si no a
percibir, al menos a imaginar hasta cierto punto un espacio otro, más próximo a la
representación topológica de lo real psíquico. Ya no se trataría de pretender eliminar la
intuición en beneficio de un supuesto formalismo topológico, sino de trasformarla.
Acaso entonces el ejercicio de la topología permita abrir el campo de un nuevo
imaginario, ligado a la experiencia del inconciente.

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NOTAS:

(1) «No obstante, nos dispondremos satisfechos a experimentar que la enmienda de la


percepción interior no ofrece dificultades tan grandes como la de la percepción exterior,
y que el objeto interior es menos incognoscible que el mundo exterior» (S. Freud, Lo
inconciente, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, vol. 14, 1979, pág.
167).

(2) Nuestro supuesto de un aparato psíquico extendido en el espacio..., (S. Freud,


Esquema del psicoanálisis, en op. cit., vol. 23, 1980, pág. 198).
"La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico.
Ninguna otra derivación es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant,
nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso". (S. Freud,
«Conclusiones, ideas, problemas», en op. cit., pág. 302).

(3) En nuestro capítulo 8, infra, pág. 164, retomaremos este ejemplo de la hormiga, así
como la indistinción entre interior y exterior.

(4) Como lo escribe J. Petitot en una introducción esclarecedora sobre la geometría


hiperbólica: "La Superficie es abstracta en la medida en que no existe inyección regular
de ella en el espacio", Prefacio al libro de I. Hermann, Parallélisme, París: Denoél,
1980. pág. 34.

(5) A. Lautman, Structure et existence en mathématiques, Hermann, París, 1938, pág.


107.
(6) En este sentido, y en una fórmula general, diríamos que el ser de lo psíquico, el
estatuto ontológico del psiquismo, es precisamente la topologería analítica.

(7) Término con el cual Pierre Soury había calificado nuestro proyecto en ocasión de un
debate sobre este texto.

Texto extraído de "Los ojos de Laura" (el concepto de objeto a en teoría de J. Lacan),
Juan David Nasio, capítulo 6, editorial Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1988.
Edición original en francés: Aubier, 1987.
Selección y destacados: S.R.

Con-versiones, julio 2006

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