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Los católicos ortodoxos tienen en cuenta que deben asegurar que su teología
es fiel al Magisterio de la Iglesia. También generalmente, saben que sus ideas
filosóficas deberían estar en armonía con el espíritu de la Iglesia. Y saben que
deben intentar vivir de acuerdo a las enseñanzas morales de la Iglesia. Todo
esto, por supuesto, es un sine qua non. Pero aún hay más, un vasto espacio
frecuentemente obviado, un área crucial para la formación de una auténtica
mentalidad católica.
Pero para Belloc, todas estas características son, en el mejor de los casos,
marginales:
“Hay una cultura protestante y una cultura católica. La diferencia entre
las dos es la principal diferencia que divide un tipo de europeo del otro.
La frontera entre las culturas católica y protestante es la amplitud del
escote, comparada con la cual todas las demás son secundarias.”
Para algunos, incluso para algunos católicos, esto podría verse como una
forma de ver las cosas propia de mentes estrechas. Pero no lo es si la Fe es
realmente auténtica. Tal como Jesucristo tiene significado universal, así lo tiene
Su Iglesia (por lo que es propiamente llamada Católica, o Universal) y así la
civilización promovida por esa Iglesia. Incluso hoy, cuando apenas queda
alguna o ninguna cultura católica vibrante, debemos pensar en términos de Fe
sobre las realidades socio-políticas, no en términos de accidentes como el tipo
étnico de una persona o el éxito financiero de una nación. Consideremos la
sentencia de Belloc sobre el capitalismo del ensayo “Fe y capitalismo industrial”
en el mismo volumen:
Puede no ser universal, pero encontramos este tipo de mentalidad por todas
partes en derredor. Cuántas veces hemos intentado discutir sobre la Fe con
nuestros vecinos o compañeros de trabajo para ser respondidos, no con
contraargumentos, sino con una absoluta falta de interés, con indiferencia hacia
los grandes problemas de si Dios existe o cómo las cosas llegaron a existir o
qué hay tras la muerte. O, en el mejor de los casos, somos tratados con esa
labia psicologista, informándonos de que aceptamos los argumentos filosóficos
de la existencia de Dios solo porque necesitamos que sean verdad – el
argumento “muleta”. Esta es la mentalidad moderna en acción.
¡La mentalidad burguesa! Es este un tema del que no hemos oído hablar
mucho desde que los comunistas levantaron la bandera blanca de la rendición.
¿La obra de Dawson está limitada en su aplicación a los años ’30, cuando se
publico por primera vez?¿No somos todos felizmente burgueses ahora, todos
defensores del capitalismo? Escuchemos a Dawson: “Hay una discordancia
fundamental entre la civilización burguesa y la cristiana y entre la mentalidad
del burgués y la de Cristo”. Ya no hay necesidad de hacer apologética frente a
la contrapropaganda comunista, pero permanece el gran problema de conocer
y vivir la verdad. Y Dawson, como Belloc, vió que la forma de vida promovida
por la fe católica y la forma de vida asumida por la cultura moderna occidental
son incompatibles.
En 1935, cuando Dawson publicó por primera vez este ensayo, pudo advertir a
los contemporáneos católicos:
Olsen, quien ha escrito para el New Oxford Review, ofrece una muy buena
introducción, especialmente para americanos, al problema de la conexión entre
religión y cultura. Ambos, Belloc y Dawson, por ejemplo, asumen que una
cultura necesita tener una base fundamental religiosa. Pero en los USA no
hemos estado nunca cómodos con esta idea. Muchos elementos de la vida
americana, empezando por los Padres Fundadores y la Primera Enmienda a la
Constitución, han interpretado la religión en America bien como un asunto
enteramente privado o, en tanto que se hace público, algo absolutamente
insípido. La nación inscribe “Tenemos fe en Dios” (In God we trust) en sus
monedas mientras permite el asesinato de millones de niños nonatos y excluye
rigurosamente el discurso religioso serio de la vida pública. La religión civil
americana se caracteriza por el consabido y sinsentido “Dios os bendiga” (God
bless you) pronunciado con tanta frecuencia por los políticos al final de sus
discursos.
Es patente que en USA no hemos disfrutado jamás tal orden social cristiano, ni
nunca lo hemos deseado. Es cierto que en el pasado hubo un cierto consenso
pan-protestantista sobre muchos asuntos. Pero la lectura de la tradición política
americana permite ver el pequeñísimo papel – si es que existe – que Dios tiene
allí. Hay, por supuesto, referencias al “Dios de la naturaleza”, y al “Creador” en
la declaración de Independencia. Pero ¿de que importancia, en última
instancia, son estas menciones a Dios? ¿Puede alguien reclamar
persuasivamente que la tradición pública americana ha usado realmente los
conceptos doctrinales cristianos en el entendimiento y la discusión de los
acontecimientos públicos?
Una cosa es, por supuesto, admitir que, en un continente dividido por las
religiones, es imposible establecer una res publica cristiana. Pero es algo muy
diferente celebrar esta imposibilidad – considerar, como lo hicieron los
Fundadores, la multiplicidad de sectas religiosas como un bien positivo, como
algo que ayudaría a evitar que cualquier “facción” dominase la vida pública.