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La potencial aplicación de una ley Anti- maras o anti- pandillas, desata nuevamente
la polémica en diferentes grupos sociales. Desde los conservadores y su enfoque
reactivo, depredador y determinista, hasta los progresistas y su enfoque de
anticipación de la violencia con visión preventiva y restitutiva. En medio de estos
dos grupos siempre aparece el fantasma del oportunismo y el populismo electoral
que no permite ver con claridad los caminos a seguir.
“La Pandilla se abandona a un tiempo sin límites ni trabas, apenas conectada por
hilachas al calendario que apresa sus ritmos y menesteres al resto de los mortales”
(Perea Restrepo 2007).
Sus lógicas no son las nuestras, sus imaginarios y subjetividades tampoco, pero
sus demandas en el grito o en el silencio sí. Aunque muchas veces vivan en un
tiempo paralelo o matrix social, la Pandilla contemporánea vive en un absoluto
relativismo atemporal, en un espacio donde la lógica del logro y de las
convencionalismo sociales esta extinto… La Pandilla se construye sobre el despojo
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social, formando en sí misma un grupo de categoría desviante, importante y
central en las dinámicas de seguridad versus la violencia organizada. Se
mantienen a distancia, obligados a quedar en la periferia de la sociedad,
cohesionando a grandes masas juveniles marginales. Aunque socialmente no sean
admitidos ni aprobados abiertamente sus atributos de movilización social, estas
ambivalencias o dobles pensamientos son permanentes en los comportamientos
sociales para con las minorías y especialmente las activas desviantes.
Febvre (2007) citado por Bauman en Miedo Líquido, vinculó la omnipresencia del
temor generado por la violencia a la oscuridad, afirmando que la misma empezaba
al otro lado de la puerta de la choza (champa, chabola, rancho, entre otros) y
envolvía el mundo existente más allá de la valla de la granja. En la oscuridad, todo
puede suceder, sin tener modo para saber qué pasará a continuación. La oscuridad
no es la causa del miedo y el peligro (como las maras o pandillas no lo son) pero sí
el hábitat natural de la incertidumbre y, por tanto del miedo. Las maras o pandillas
en su condición de minorías desviantes dilatan la fosa de las esperanzas truncadas
de miles de jóvenes que en la miseria, nos retornan en la memoria los tiempos del
miedo al conflicto armado, la persecución y el estigma social al disidente, resentido
(término acuñado por las elites para descalificar las luchas por la nivelaciones en
sociales) o rebelde.
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y lo cultural como Hugues Lagrange en su estudio fundamental del miedo lo llamó
“miedo deliberativo”. Este fotograma fijo de la mente, es el sentimiento de ser
susceptible al peligro, la vulnerabilidad y la inseguridad, reaccionando ante la
naturaleza de la amenaza con autopropulsión violenta al mundo exterior, por ser
éste un lugar peligroso, excluyente, intolerante y hostil, al cual hay que reaccionar
silenciando los temores ante los sucesos que no se pueden prevenir, solo controlar.
Consumir productos contra el miedo que nos atemoriza y asusta (seguridad
privada, pago de extorción, grupos de exterminio, armas, alarmas, cámaras entre
otros) nos hace vivir a crédito en un futuro que está fuera de nuestro control. Nos
aguarda un iceberg contra el que colisionaremos y que hará que nos hundamos en
medio de nuestras incertidumbres económicas, nucleares, ecológicas y sociales.
Un iceberg que hoy, puede ser un iceberg de terror, un iceberg de
fundamentalismo religioso, un iceberg de intolerancia ante las minorías, el cual nos
hace entrar en una acelerada implosión como civilización, desmoronando
constantemente el orden civilizado. Lo que Timothy Garton Ash llamaría “La
amenaza de la descivilización” revela como la potencial pérdida de la vida civilizada
y organizada (comida, vivienda, agua potable y un mínimo de seguridad personal)
en cuestión de horas, nos llevaría de regreso al estado de naturaleza hobbesiano, a
una guerra de todos contra todos, como ya se evidencia en muchos linchamientos
y actos violentos (caso Guatemala), contra las minorías desviantes.
Como muchos otros grupos o minorías que están invisibilizadas socialmente y que
solamente son utilizados e instrumentalizados y reducidos de diversas formas al
estado de anónimos sociales, las Maras o Pandillas buscan influir en los
comportamientos, creencias y maneras de pensar juveniles a través de sus
rituales, símbolos, ceremonias y espacio social que controlan con sus tendencias y
aspiraciones. La pandilla ejemplifica la agonía social de la sociedad y el temor a la
exclusión… su autismo revela la imposibilidad del proyecto cultural de la ciudad en
su oficio de integrar a los jóvenes y señoritas de la miseria, sumergidos en el
matrix de un barrio envuelto en la desolación social, angustiada en alcanzar las
demandas del consumo propias de la prepotente globalización neoliberal.
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jóvenes que se convierten hoy en la nueva fuente de rebelión en las ciudades. La
pandilla, como lo expresa Perea Restrepo (2007) en su libro “Con el diablo
adentro”, es una expresión de la barriada urbana, una modalidad de agrupación
juvenil existente junto a otras tantas desperdigadas entre colectivos culturales y
comunitarios, religiosos y deportivos, conformada por cientos de muchachos no
integrados a ninguna forma organizativa. Su visibilidad le echa encima multitud de
agresiones, incluyendo la persecución y el aniquilamiento.
Una guía clave de principios que orientan los procesos de construcción de paz se
basa en seis aspectos fundamentales:
La iniciativa de la ley antimaras abre el camino a una nueva reflexión. Nos lleva a
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analizar sobre estos grupos que pueden pasar de la desviación a la minoría activa.
Permite buscar y encontrar mecanismos eficaces de anticipación de la violencia
entre y contra los jóvenes y desarrollar un replanteamiento en el tema de
seguridad, entendiéndose ésta no solo como castigo, multa o destierro social, sino
como una aplicación a la vigilancia o el correctivo a través de una ley penal, el
ordenamiento de la prevención o la organización del castigo correctivo basado en
el principio de justicia restaurativa a partir del reconocimiento de la víctima y
asunción de la responsabilidad del victimario.
Es importante que cualquiera que sea la modalidad aplicada, se analice desde los
cuestionamientos como los hechos por Michel Foucault en su libro Seguridad,
territorio u población del Fondo de Cultura Económica 2006 el cual plantea:
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• ¿Cuánto costaría hacerlo?
1. Sancionar con una ley y fijar un castigo a quien la infrinja, es el sistema del
código legal, con participación binaria, dicotómica entre lo permitido y lo no
permitido, entre lo prohibido y el castigo. El mecanismo es legal o jurídico.
Estas tres modalidades o controles reguladores como les llama Foucault, nos
lleva a revisar el sistema legal contemporáneo y organizarlo en torno a nuevas
formas de penalidad y de cálculo de costos del delito o la violencia. Nos permiten
tener una visión más holística de los procesos que se funden dentro de un sistema
jurídico que bien podría ser el manifiesto en una ley casuística y de corte binario
como lo son las leyes de mano dura o leyes antimaras, planteadas en El triangulo
norte (Guatemala, El Salvador y Honduras) en la última década.
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En el fondo debemos analizar con todo este tipo de procesos jurídicos aplicados a
minorías desviantes que buscan tomar la iniciativa en corregir a un detenido que
ha infringido el orden jurídico y el social, corregirlo en el orden de reducir los
riesgos que vuelva a recaer y reducir su peligrosidad. Sin embargo, lo que
llegamos a concluir es que ha existido una verdadera inflación legal, que va
volviendo obeso e inoperante el código jurídico legal. Estamos frente a una masa
amorfa de leyes inconexas, alejadas de la realidad social que no reconocen a la
víctima y que se desconectan moralmente frente a aquellos que toman la justicia
por su mano.
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adaptadas a contextos de alta conflictividad.
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