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LAS ESCAMADAS, LA OFRENDA RITUAL PREFERIDA DE

LOS SANTOS PATRONES DE IXMIQUILPAN

Ángel Trejo

Las escamadas o flores de cera son la ofrenda ritual


de mayor uso, en las comunidades indígenas ñahñús
u otomíes en el Valle del Mezquital.
Foto: Conaculta

Ixmiquilpan, Hgo.- Las flores de cera son blancas y enhiestas como las bellas flores del chicalote y
son la ofrenda ritual preferida de los más de 40 santos patronos de Valle del Mezquital, entre ellos
el Arcángel Miguel, la Virgen de la Asunción, el Señor de Jalpan, el Niño de Atocha y San Nicolás
Tolentino.

Las escamadas -nombre genérico de ramilletes, cuelgas, rosarios, capillas, castillos y arcos- son
infaltables en peregrinaciones, procesiones, serenatas, mañanitas y misas. Se ofrecen a los santos
con incienso, música de bandas de vientos, dúos de guitarra y violín que interpretan viejos
minuetes, sones y canarios tocados por chirimías y cohetes.

Es una artesanía que enseñaron los misioneros agustinos a los indígenas ñahñus en la época de la
Colonia. Su elaboración desde entonces quedó en manos de artesanos que viven en las
comunidades agrarias del Mezquital, aunque en la actualidad sólo se producen en los barrios de
San Nicolás y San Miguel.

En esta comunidad, ubicada a sólo tres kilómetros del centro de Ixmiquilpan, hay una familia que
hace escamadas desde la Colonia. Su oficio pasó de padres a hijos como una estafeta inmemorial
que felizmente ha logrado supervivir en las comunidades indígenas, pese a la presencia de
ofrendas religiosas modernas.

"Es una ofrenda que gusta mucho a los santos y que sirve también para espantar las víboras de
agua (tempestades) y el granizo mediante su quema ritual con la que se solicita la intervención de
los santos para evitar que aquéllos destruyan las milpas", explica Brígido Uribe Hernández,
artesano de 80 años de edad.
Don Gido, como se le conoce en la mayor parte de las 47 comunidades, barrios y colonias de
Ixmiquilpan, heredó el oficio de su padre Rafael Uribe y hace escamadas desde que tenía 10 años.
A la fecha sigue al frente de su taller doméstico con apoyo de sus hijas Emilia y Rafaela Uribe Cruz,
su yerno Jesús Nube Ángeles y su nieta Jaqueline Nube Uribe.

"Es un oficio muy bonito con el que uno se siente en comunicación con Dios y los santos. Requiere
fe, devoción y paciencia porque en él se necesita saber torcer alambre, tallar madera, limpiar cera,
cortar papel y tratar colores", dice Brígido, quien tiene clientes de gran parte de las comunidades
de Ixmiquilpan y otros municipios del Valle del Mezquital.

La familia Uribe atiende demandas de flores de cera de mayordomías y cofradías de Texcoco,


Cuernavaca, México (La Villa), Michoacán, Veracruz y San Juan de los Lagos, pero sus mayores
entregas las hace para las fiestas de la Virgen de la Asunción (15 de agosto), del Señor de Jalpan (7
de septiembre) y de San Miguel Arcángel (29 de septiembre), patronos de Ixmiquilpan.

Cada una de las 47 comunidades ofrenda escamadas a los patronos en la parroquia de San Miguel
Arcángel, fundada en 1548. Lo hacen en grupos de dos o tres mayordomías, al cabo de los 14 días
anteriores a la fecha principal. Las procesiones recorren las calles centrales de Ixmiquilpan antes
de arribar al atrio de San Miguel.

En el caso de la fiesta patronal de la Virgen de la Asunción, la noche de 14 de agosto las


mayordomías realizan una procesión conjunta con antorchas, la cual rematan con el encendido de
grandes ollas con leña y ocote colocadas en los muros almenados del atrio de la parroquia de San
Miguel. Este paseo de "luminarias" es otra de las grandes ofrendas rituales que la etnia ñahñú
brinda a los santos cristianos.

La producción artesanal de las flores de cera comienza con la bendición previa de las candelas
nuevas y la cera residual de las escamadas ofrendadas el año anterior. Esta acción ritual es por sí
misma una fiesta, pues se oye una misa dicha por el párroco y la mayordomía organiza una comida
comunal.

Una vez en manos del artesano, las grandes candelas nuevas se


destinan intactas para servir de armazón a los ramilletes, arcos,
cuelgas, capillas o nacimientos; mientras que la cera residual se
corta en obleas para ser expuesta al sol a efecto de que se
blanquee con ayuda de jugo de limón. La exposición dura entre
cinco y siete días.

Ya blancas, las obleas se ponen a derretir en grandes cazuelas


sobre las que aplican los moldes de madera con figuras de hojas, tallos, corolas y pétalos. Una vez
impregnados con cera -a la que se añade anilina cuando se desean flores de distintos colores- los
moldes se meten al agua para desprender las figuras que habrán de formar las ofrendas.

Los ramilletes tienen como soporte un pabilo grande con brazos de alambre galvanizado a los que
se lían con hilo y aguja las flores de cera. Al cuerpo de la candela se le pegan figuras de estrellas y
ángeles de papel oropel.
Esta ofrenda es portada en pares por los mayordomos, una en cada mano, y al momento de
depositarse en los altares se le enciende la mecha. El calor de ésta provoca que las flores de cera,
prendidas en capullo o semiabiertas, se abran totalmente y ofrezcan al santo toda su belleza.

"Es una tradición muy bonita que todavía mantenemos y que esperamos conservar por mucho
tiempo", dice finalmente don Gido, quien heredó de su padre la mayoría de los moldes de sabino y
cedro y ha diseñado, por obra de su imaginación propia, alrededor de una docena.

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