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Filosofía Política II

15/04/08
Martín Céspedes, Juan Manuel

Ensayo I: La paradoja de un Liberal Paretiano en Unidad social y


bienes primarios.
Este trabajo pretende dar cuenta de algunas consideraciones que han surgido de un
acercamiento elemental a la teoría de la elección social a propósito del artículo de J.
Rawls, Unidad social y bienes primarios. A partir de la nota 11 de este ensayo, he
investigado las consecuencias que depara contra el utilitarismo como doctrina liberal la
Paradoja del Liberal Paretiano de A. K. Sen. He deshilvanado la línea argumentativa
principal de Unidad social y bienes primarios de este otro flanco de objeción contra la
teoría utilitarista. He consignado las soluciones más populares para evitar la conclusión
de Sen. Y finalmente he examinado hasta que punto y porqué están blindadas ante esta
conclusión recalcitrante otras teorías que reconocen derechos como la de R. Nocick y la
del propio J. Rawls.

En Unidad social y bienes primarios Rawls confronta su Teoría de la justicia1 y el


utilitarismo con el problema de las comparaciones interpersonales como telón de fondo.
Para la primera el problema de las comparaciones interpersonales se encuentra
entreverado con el de la concepción de la justicia, de la persona y de la unidad social.
Para la otra tal problema se resuelve, simplemente, en una función de preferencia
compartida.
La TJ parece prima facie más aparatosa a la hora de determinar un procedimiento
válido de comparación interpersonal. Un procedimiento así afecta a los cimientos de
una concepción de la justicia y depende tanto de la concepción que se tenga de la
persona como del tipo de unidad social2. Además la TJ cuenta entre sus premisas con el
presupuesto liberal. Aquel, introducido en la filosofía política moderna por Locke, Kant
y J.S. Mill entre otros, admite la existencia en una sociedad de muchas concepciones del
bien opuestas e inconmensurables3. Bajo la asunción de esta premisa ¿cómo es posible
valorar las pretensiones de los ciudadanos y concederles un peso relativo?
El utilitarismo parece entonces ganar credibilidad por la sencillez de su método. La
idea fundamental del utilitarismo es que la acción correcta es aquella que produce la
suma total de utilidad más alta posible4. La viabilidad del utilitarismo estriba igualmente
1
A partir de ahora TJ
2
Rawls, J., Unidad social y bienes primarios, 187.
3
Ibid., 188.
4
Wolf, J., Filosofía política: una introducción, (1996), 69.
Filosofía política II La paradoja de un Liberal Paretiano en Unidad social y bienes
primarios

en la posibilidad de realizar comparaciones interpersonales de utilidad pero esta no es la


única dificultad. Planteado de un modo tan tosco el utilitarismo resulta demasiado
permisivo. Puede llegar no sólo a consentir, sino a exigir ciertas acciones egoístas e
incluso a permitir la vulneración de ciertos derechos, siempre que ello acreciente la
utilidad general. En esta línea objeciones como la de la justificación utilitarista del
esclavismo o la de cabeza de turco5 tienen un efecto devastador sobre la teoría.
Sin embargo si el utilitarismo fuera capaz de integrar una teoría de los derechos
individuales muchas de estas objeciones perderían vigor.
A esta necesidad dio respuesta J. S. Mill combinando una moral utilitaria con una
noción de derecho expresada en términos de utilidad. De modo que cuando Mill se jacta
de estar prescindiendo «de la idea de derecho abstracto como algo independiente de la
utilidad»6, entiendo que no es un desprecio de la noción de derecho sino el anuncio de
un modo de derivar los derechos de la teoría del utilitarismo.
Con ello la teoría utilitarista queda provista de una carta de derechos, la misma que
casi sin cambios se agrega ulteriormente a las constituciones de las Democracias
liberales contemporáneas, como garantías del Estado de derecho.

El otro puntal de la política liberal es la economía del bienestar regida por el


principio de Pareto. El principio de Pareto es un criterio de comparación para el
bienestar social que permite pasar de un conjunto de preferencias individuales a una
preferencia social compartida. El núcleo de este principio está constituido por dos
pautas que enuncian: (a) «si todo el mundo en la sociedad es indiferente frente a dos
situaciones sociales alternativas x e y, entonces la sociedad debería ser también
indiferente; y (b) si al menos un individuo prefiere estrictamente x a y, y todo el mundo
considera al menos a x tan buena como y, entonces la sociedad preferiría a x a y»7.
Estas pautas definen una clase de resultados óptimos que quedan recogidos en el
concepto de optimalidad de Pareto, dado un conjunto de alternativas X a elegir, una
alternativa x que pertenezca a ese conjunto, será optima de Pareto si no podemos elegir
una alternativa que todo el mundo considere tan buena como x y que al menos una
persona considere estrictamente mejor que x.
Buena parte de las modernas políticas del bienestar se basan en este principio, la
conveniencia de un sistema o de un programa político se juzga en función de si alcanza
o no la optimalidad de Pareto.8

5
Ibid., 73-74.
6
J.S. Mill, Sobre la libertad, 69, (la cursiva es mía).
7
Sen, A. K., Elección colectiva y bienestar social, (1976), 37.
8
Ibid., 38.

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primarios

La primera conclusión controvertida es que el criterio paretiano está orientado hacia


la eficacia y es neutral entre distribuciones de renta9: una economía puede ser óptima
según Pareto y a la vez estar aquejada de brutales desigualdades. Más
contundentemente, «si evitar el incendio de Roma hubiera hecho que Nerón sintiese
peor, entonces dejarle incendiar Roma es un óptimo de Pareto»10.
No obstante lo más escabroso del principio de Pareto no está en lo reprobable que
pueda llegar a ser su aplicación encarnizada a las decisiones políticas de una sociedad
liberal, sino más bien en la plausibilidad lógica de tal aplicación.
Recapitulemos, el problema lacerante para las teorías que prescriben una
configuración de la estructura básica de la sociedad (TJ, utilitarismo, etc) son las
comparaciones interpersonales. En el caso del utilitarismo, un utilitarismo indirecto,
purgado de los compromisos contraintuitivos por una teoría de los derechos en base a la
utilidad estilo Mill, nos prometía una solución directa a través de una función de
preferencia compartida, sustentada en la teoría económica contemporánea con el
criterio de Pareto como piedra angular.
Pues bien, a la luz de los argumentos de Sen en La imposibilidad de un liberal
paretiano (1970) aquella expectativa se desvela ahora huera. Sen demostró que la
condición L (liberalismo mínimo, el convencimiento de que ciertas elecciones sociales
son puramente personales11) entra en conflicto con el criterio de eficiencia de Pareto
incluso en su forma débil, (si todos los miembros de una sociedad prefieren un estado x
a otro y, el primero se debe considerar socialmente preferible al segundo)12.
La paradoja de un liberal paretiano demuestra que no existe ninguna función de
decisión social que satisfaga al mismo tiempo la condición liberal (condición L) y el
criterio de Pareto. En otras palabras, la condición liberal es incompatible con la
eficiencia paretiana13. El célebre ejemplo del propio Sen ayudará a comprender la
situación:
Dos personas, un Puritano y un Lascivo tienen un ejemplar de El amante de lady
Chatterley, el Puritano quiere impedir la lectura al Lascivo y hay tres estados sociales
posibles: a) que no lo lea nadie, b) que lo lea el Puritano y c) que lo lea el Lascivo.
El Puritano quiere evitar la difusión de la novela a toda costa por su fama de obscena,
así que en primer lugar prefiere que ocurra a), de no poder evitar que alguno de los dos
la lea quiere ser él mismo, b), y en último lugar c). El Lascivo que pretende hacer
cambiar de opinión al Puritano sobre el libro de Lawrence prefiere primero b), de no ser
9
Ibid., 40.
10
Ibid., 39.
11
Ibid., 102.
12
Aguiar, F, Libertad, justicia y juegos, (2006), 5.
13
Ibid., 5.

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primarios

así juzgará un desperdicio que nadie disfrute de la obra y elegirá c), finalmente el peor
de los casos para el Lascivo es a).
La condición liberal dicta que el Lascivo lea el libro, ya que así lo desea, la sociedad
debe respetar ese deseo, por lo que c) ha de considerarse socialmente mejor que a) por
la condición L. Por la misma razón diremos que si el Puritano no desea leer el libro de
Lawrence, la alternativa a) resultará socialmente mejor que b). Entonces, si c) es
socialmente preferida a a) y a) preferida a b) obtendremos, por transitividad, que c) es
preferida a b). Pero ocurre que el criterio de Pareto impone b) sobre c) (pues b) es
preferida a c) de forma unánime por el Lascivo y el Puritano), por lo que surge una
contradicción: el criterio de Pareto lleva a la preferencia social de b) sobre c) y la
condición L a la preferencia social de c) sobre b).14La condición liberal conduce, pues, a
un resultado social subóptimo15.
Este resultado es enormemente perturbador para la economía del bienestar, pero lo
que me interesa señalar ahora son los efectos colaterales sobre una teoría utilitarista del
ordenamiento social.

El utilitarismo concibe el problema de la justicia como el de la asignación de medios


de satisfacción que produzcan la mayor suma de bienestar. Como ve bien Rawls, «esta
noción cuadra bien con una forma muy frecuentemente arraigada de ver la teoría
económica como el estudio de cómo asignar recursos escasos para promover de forma
eficiente fines dados»16 dicha forma es como ha quedado claro la bienestarista
paretiana. Por otro lado está comprometido con la condición del liberalismo mínimo,
que «exige que al menos dos individuos tengan su preferencias personales reflejadas en
la preferencia social»17, puesto que reduciendo más el número de individuos con esa
prerrogativa se permitiría una dictadura integral.
La paradoja de Sen convulsiona el corazón del utilitarismo empujándolo a tomar una
difícil decisión: derechos liberales o eficiencia paretiana.

Ante el mismo dilema se plantan las soluciones propuestas recogidas


exhaustivamente por el mismo Sen en Liberty, Unanimity and the Rights (1976) y que
pueden clasificarse en dos categorías básicas según sea su elección: las que apuntan al
debilitamiento de la condición de liberalismo mínimo, por un lado y las que se orientan
a restringir el alcance del principio de Pareto, por el otro.

14
Sen, op. cit., 104.
15
Aguiar, op. cit., 6.
16
Rawls, op. cit., 208.
17
Sen, op. cit., 103.

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primarios

El primer género de soluciones se topa con que negar la condición de liberalismo


mínimo, conlleva violar todo liberalismo, incluso las expresiones más moderadas de
libertad como la intimidad18.
Entre las del segundo género encontramos la propuesta del propio Sen que consiste
en debilitar el principio de Pareto mediante el aumento de la información a tener en
cuenta, «lo importante no es sólo saber quién prefiere qué, sino también por qué lo
prefiere»19

Hemos descubierto una profunda resquebrajadura en la línea de flotación del


utilitarismo sin embargo no es exactamente esta la vía que escoge Rawls para
sojuzgarlo. En Unidad social y bienes primarios se le concede al utilitarismo el derecho
a apelar a una función de preferencia compartida. Lo polémico llega cuando nos
percatamos de que para que una función tal sea posible es necesario tomar como
referencia una concepción vacía de la persona. Los individuos quedan reducidos a una
lista de cualidades20. Eso no es todo, como el utilitarismo considera el bien previo e
independiente de la justicia, que se deriva de aquel, en él no cabe restricción alguna a la
promoción del bien. No es difícil imaginar situaciones en las que la mayor satisfacción
se logre a costa de suspender las instituciones democráticas o las libertades básicas.
Queda así en evidencia que el utilitarismo favorece una concepción antropológica
inadecuada y una noción de la unidad social, tambaleante.
¿Cuál es el origen de estas deficiencias? Si nos paramos a pensar, del modo que creo
que Rawls lo hace, descubrimos que los males del utilitarismo radican en un supuesto
metafísico de fondo: debajo de una concepción subjetiva de la naturaleza del bien
permanece la noción de un único bien racional. Es decir que el utilitarismo, pese a las
apariencias incumple el principio piedra de toque de toda la filosofía política de la
modernidad, el principio liberal. A saber, en lugar de reconocer y hacer compatibles
muchas concepciones del bien opuestas e inconmensurables defiende, aunque bajo una
naturaleza subjetiva, la noción de un solo bien racional, la satisfacción de deseos o
preferencias.
Ahora somos capaces de ver las correspondencias entre el argumento de Sen y el
planteamiento de Rawls. Con Sen concluimos, el utilitarismo no puede ser liberal y
maximizador a la vez. Con Rawls advertimos que efectivamente el utilitarismo no es
una teoría liberal.

18
Sen, op. cit., 106-107.
19
Ibid., 107.
20
Rawls, op. cit., 206.

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Donde el utilitarismo fracasaba Rawls cree que la TJ sale airosa: En primer lugar
porque baraja una concepción de las personas mucho más admisible, un sujeto moral,
movido por un sentido de la justicia y la capacidad de perseguir racionalmente el bien21.
Segundo porque apuntala los fundamentos de una unidad social dotada de derechos y
organismos democráticos22.
Tercero porque es una verdadera teoría liberal ya que admite la posibilidad de
muchas concepciones determinadas del bien23.
Cuarto porque supera la dificultad de las comparaciones interpersonales mediante la
estipulación de un índice de bienes primarios: que uno, es un criterio público 24 con lo
que supera la objeción del conocimiento de otras mentes. Y dos, hace referencia a
bienes omnivalentes con lo que resulta conciliable con el presupuesto liberal.
Y quinto pone el acento en la cuestión de la justicia distributiva al otorgar a la parte
b del segundo principio de la justicia, principio de igualdad de oportunidades, prioridad
léxica sobre la parte a, principio de la diferencia25. Y al disponer este último tal que sólo
favorezca asimetrías que repercutan beneficiosamente sobre los más desfavorecidos.

Análogamente la prioridad del principio de libertad protege la TJ de dificultades


relacionadas con la paradoja de Sen. Desde la TJ una concepción robusta de la justicia,
permite discernir las razones de justicia de las razones de preferencia, estas últimas
quedan desalojadas del cálculo social por la primacía de la libertad, «los deseos de los
ciudadanos a este respecto carecen de fuerza legal y no afectarían a esos derechos»26.
Las libertades básicas son inalienables en tanto resulta incoherente con los principios
de justicia rehusar ejercerlas, coartarlas o subordinarlas a una preferencia social
compartida.
También R. Nozick se ha ocupado de la paradoja 27 en unos términos semejantes a los
de Rawls. El profesor de Harvard localiza el problema en el prurito reductivo de Sen
por expresar el «derecho de un individuo a escoger entre alternativas como el derecho a
determinar el orden relativo de estas alternativas»28. El remedio, claro está, es un
tratamiento alternativo de los derechos. Los derechos pasan a ser co-posibles, por lo que
entiendo, algo así como compatibles con un ordenamiento social pero nunca elementos
del mismo. Es decir, aunque coexisten con él, los derechos son anteriores a cualquier
21
Ibid., 192.
22
Ibid., 209.
23
Ibid., 209.
24
Ibid., 197.
25
Ibid., 189.
26
Ibid., 198, nota 11.
27
Nozick, R., Anarquía, estado y utopía, 167-9.
28
Ibid., 166.

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ordenamiento y marcan los límites de la elección social, en otras palabras, «los derechos
no determinan la posición de una alternativa […] en un ordenamiento social; ellos
funcionan sobre un ordenamiento social para limitar la opción que puede producir»29

Hemos visto como el teorema sobre la imposibilidad de un liberal paretiano o


paradoja de Sen pone en un brete la concepción utilitarista que informa la teoría
económica contemporánea y el espíritu de buena parte de los tratados constitucionales
de las democracias actuales. Así mismo ha quedado patente que existen diversos modos
de sortear los efectos recalcitrantes del teorema de Sen: tanto desde dentro de la teoría
utilitarista (debilitar la condición liberal, suavizar el principio de pareto), como desde el
exterior (prioridad de la libertad, derechos co-posibles). Que alternativa tomemos nos
hará contraer compromisos con un modelo de sociedad diferente. Una economía de libre
mercado más o menos preocupada por la redistribución (utilitarismo), un Estado
mínimo en el que la redistribución depende de la iniciativa particular y se hace a través
de obsequios, regalos o beneficencia (liberalismo no igualitarista) o un Estado liberal
preocupado por la redistribución (liberalismo igualitarista). Sin embargo es posible que
como he pretendido mostrar en este breve trabajo la alternativa escojamos no consista
únicamente en una cuestión de simple simpatía intelectual o militancia política.
Frecuentemente se tratará de un problema de sensatez conceptual, de consistencia
teórica. La teoría utilitarista reinó en el escenario político mundial durante más de dos
décadas sobre presupuestos poco rigurosos, en el futuro pues, tendremos que estar
atentos de las decisiones políticas que se toman en nuestro mundo.

Bibliografía

Aguiar, F., “Libertad, justicia y juegos”, IESA, CSIC, Junta de Andalucía, 2006.
Nozick, R., Anarquía estado y utopía, FCE, Mexico, 1988.
Rawls, J., “Unidad social y bienes primarios”, en: Justicia como equidad, Técnos, pp.
187-211.
Sen, A. K., Elección colectiva y bienestar social, Alianza Editorial, Madrid, 1976.
Wolf, J., Filosofía política: una introducción, Ariel, 2001.

29
Ibid., 167.

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