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HISTORIA DE MÉXICO II.

PRIMERA UNIDAD
Propuesta de instrumentación presentada por:
Patricia Carpy Navarro
Juan de Dios García Rivera
Román Arturo Sánchez Morales
Luis Serrano Alfonso
Plantel Azcapotzalco.
noviembre de 1997.

ESTADO OLIGÁRQUICO Y SOCIEDAD EN MÉXICO:

LA DICTADURA DE DíAZ 1876-1910.

TEMÁTICA

1.1.DE LA NO REELECCIÓN A LA DICTADURA: PORFIRIO DÍAZ EN EL PODER. 1876-


1910
—El triunfo del Plan de Tuxtepec: los gobiernos de Díaz y Manuel González
—La dictadura y las ejes del sistema político de Díaz: represión. conciliación, centralización y paz
social.
—Los grupos y la ideología política de la dictadura: los tuxtepecanos y el liberalismo, los científicos
y el positivismo.
—Entre Europa y los Estados Unidos: diplomacia y política durante la dictadura de Díaz.

Soportes Didácticos.

Lecturas Propuestas para los alumnos.


1.1.-REVUELTAS Andrea. México: Estado y modernidad. México, UAM pág.125-153.

ACTIVIDADES
A) Una vez que haz leído con detenimiento el texto, resuelve lo más ampliamente el siguiente
cuestionario.
¿Cómo se dio la modernización de la economía en el régimen de Díaz?
¿Cómo se configuró la élite burocrática que ayudo a Díaz a gobernar?
¿Cuales fueron los mecanismos que utilizó Díaz para controlar a la sociedad?
¿Cómo pudo Porfirio Díaz concentrar , centralizar y mantener el poder durante tantos años?
¿Cuáles son las características que adopta la modernidad porfirista?
¿Por qué se puede decir que el régimen de Díaz adopta la forma de un despotismo moderno?
TEMÁTICA

1.2. DE LA EXPANSIÓN CAPITALISTA A LA CRISIS:

MÉXICO EN EL CONTEXTO IMPERIALISTA MUNDIAL: 18761910.


—La culminación del proyecto agrario del liberalismo: política agraria. tenencia de la tierra y
latifundismo en el porfiriato.
—Las bases del proyecto del crecimiento económico: la inversión extranjera, los ferrocarriles y el
fortalecimiento del mercado interno.
—La estructura económica: componentes, diversidades regionales y las crisis de 1903 y 1907.

Soportes Didácticos.

Lecturas Propuestas para los alumnos.


1.2.-GILLY Adolfo. La revolución interrumpida. pág. 15-63 (Ed.Corregida y aumentada, 1994).
1.2.- SÁNCHEZ Morales Román Arturo. El contexto mundial del porfiriato. pág.48-57.(“Las
inversiones norteamericanas en México”)
1.2.-WOBESER, Gisela Von. La culminación del proyecto agrario del liberalismo política
agraria. tenencia de la tierra y latifundismo en el porfiriato.

ACTIVIDADES
A) Una vez que haz leído con detenimiento el texto, resuelve lo más ampliamente el siguiente
cuestionario.
¿De qué manera se extendieron las haciendas en el norte del país?
¿Por qué acentuaron la concentración de la tierra las Leyes de Reforma y las leyes de baldíos?
¿En que consistió la política de Díaz de puertas abiertas al capital extranjero?
¿Cuál era la importancia de la inversión extranjera en México. Analízala por actividad
económica?
¿De qué manera se planearon y se construyeron las líneas férreas?
Ubica alguna de las inversiones extranjeras en el aspecto agrícola.
¿Cómo se manifestó la competencia petrolera entre las compañías norteamericanas e inglesas?

TEMÁTICA

1.3. ESTRUCTURA SOCIAL

MOVIMIENTOS, OPOSlClÓN Y CRISIS DEL RÉGIMEN DE DÍAZ. 1876-1910.


—Propietarios agrícolas; empresarios y banqueros: rancheros, campesinos e indígenas; las
diversidades regionales de la revuelta agraria.
—El crecimiento urbano, nuevos actores sociales y sus luchas: clase obrera y clases medias.
—La oposición al régimen entre 1901-1908: los círculos liberales, el PLM, Cananea y Río Blanco.
De la entrevista Díaz-Creelman al Partido Antirreleccionista.

Soportes Didácticos.

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Lecturas Propuestas para los alumnos.
1.3.-VANDERWOOD, Paul J. Desorden y progreso. Bandidos, policías y desarrollo mexicano.
pág. 187-205.
1.3.- SÁNCHEZ Morales Román Arturo. El contexto mundial del porfiriato. pág.58-62.
1.3.- BLANQUEL, Eduardo. Así fue la Revolución mexicana. México, CONAFE, 1985, vol I, pág.
133-135

ACTIVIDADES
A) Una vez que haz leído con detenimiento el texto, resuelve lo más ampliamente el siguiente
cuestionario.
¿Cuál era la situación económica y social de México entre 1900-1907?
¿Cuáles fueron las causas y consecuencias que llevaron a México a la adopción del patrón oro en
1905?
¿Cómo repercutió el pánico financiero mundial de 1907 en nuestro país (económica y socialmente)?
¿En qué sectores se empezaron a manifestar los primeros levantamientos social?
¿Cómo respondió Díaz a estos levantamientos?
¿Cuál era la situación de las clases trabajadoras durante este periodo?
¿Cuál era la situación de los trabajadores de Cananea?
¿Describe cuál fue la respuesta del Gobierno y propietarios al levantamiento] trabajadores de
Cananea?
¿Describe en que otros lugares y sectores se dieron levantamientos después de lo acontecido en Río
Blanco y cuáles fueron sus consecuencias?
Explica los aspectos básicos de la entrevista Díaz-Creelman.

TEMÁTICA

1.4. CULTURA Y VIDA COTIDIANA DURANTE EL PORFIRIATO.


—De la reafirmación nacional al modernismo.
—La modernización de las instituciones educativas.
—Literatura, artes plásticas y vida cotidiana: entre el elitismo y lo popular.

Soportes Didácticos.

Lecturas Propuestas para los alumnos.


1.4.-GONZÁLEZ, Navarro Moisés. Sociedad y cultura en el porfiriato. México, CONACULTA,
pág.23-52.
1.4.-SÁNCHEZ Morales Román Arturo. El contexto mundial del porfiriato. pág.23-32.(“Sociedad
y cultura”)
1.4.-AGUILAR, Luis Miguel. et. al. Historia Gráfica de México. siglo XIX-II.

ACTIVIDADES
A) Una vez que haz leído con detenimiento el texto, resuelve lo más ampliamente el siguiente
cuestionario.
¿Cuál era el estado de la población de México durante el porfiriato?
Describe brevemente en que estado se encontraba la Ciudad de México durante el período?
Explica los problemas de salud que generó el Tifo.

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¿En que consistió la política de migración del porfiriato?
Elabora un esquema describiendo la composición social de México en este período.
Analiza la situación de los indígenas durante el porfiriato.
¿En qué consistió el afrancesamiento de la sociedad porfirista?
Menciona algunos integrantes del grupo de los Científicos.
¿Cómo vivían los peones en las haciendas?

BIBLIOGRAFÍA PARA EL PROFESOR.


AZAR, Héctor, et al, Cultura mexicana (1492-1992), México, Seminario de Cultura, 1992.
COSIÓ VILLEGAS, Daniel. Historia Moderna de México. México, Editorial Hermes, 1979, IX
vols.
FLORESCANO, Enrique. (Coordinador) Atlas histórico de México. México, siglo XXI Editores,
1988, 226 pp.
GILLY, Adolfo, La Revolución interrumpida. México, Editorial ERA, 1994.
GUERRA, François Xavier, México: del antiguo régimen a la Revolución, México, Fondo de
Cultura Económica, 1988. 2 tomos.
HART, John Mason, El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana,
México, Alianza, 1992.
HERNÁNDEZ PADILLA, Salvador. El magonismo: historia de una pasión libertaria. 1900-1922.
México, Ediciones Era, 1984, 203 pp.
HNIGTH, Alan. La revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. México,
Ed Grijalbo, 1996, 2 tomos.
LEÓN Portilla, Miguel, (coord.), Historia de México, 16 vols., México, Salvat, 1986.
MONSIVAIS, Carlos. et. al. En torno a la cultura nacional. México, Instituto Nacional
Indigenista, Número 51, 1976, 222 pp.
RUIZ CASTAÑEDA, María del Carmen, et. al. La vida y la cultura en México al triunfo de la
República en 1867. México, Ediciones de Bellas Artes, 1967, 257 pp.
RUIZ RAMÓN, Eduardo. México: La gran rebelión 1905-1924. México, Ediciones Era, 1984, 444
pp.
RUTHERFORD, John. La sociedad mexicana durante la revolución. México, El Caballito, 1987,
366 pp.
VALADES, José C. El porfirismo. Historia de un régimen. México, UNAM, 1987, 3 vols.
ZEA, Leopoldo. El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia. México, 1968,
Fondo de Cultura Económica, 481 pp.

Actividades Generales
A fin de motivar y diversificar el proceso cognoscitivo de los estudiantes; que comprendan
que la enseñanza-aprendizaje va más allá del salón de clase y desarrollen habilidades, se sugiere
elegir una o dos actividades de cada una de las que se enlistan, de las cuales deberán rendir un
informe o realizar un trabajo que demuestre su grado de aprendizaje
—FOTOGRAFIA:Archivo Casasola y todo lo susceptible de obtenerse de enciclopedias, periódicos,
revistas, con fines de ambientación.
—VISITA a museos ex-haciendas y monumento.
—MUSEOS.
De la Revolución Mexicana.
La casona de la Revolución Mexicana.

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Castillo de Chapultepec.
Del Caracol de Chapultepec.
De las Intervenciones.
La Casa de Carranza
—EX-HACIENDAS: Texcoco "Molino de Flores", etc.
—EDIFICIOS. Palacio de Bellas Artes; Banco de México; Guardiola; Casa de los Azulejos;
Correos; El Centro Histórico de la Ciudad; Archivo General de la Nación (antes Palacio de
Lecumberri), etc.
—MONUMENTOS. Hemiciclo a Juárez, diversos ubicados en el Centro Histórico y Paseo de la
Reforma.
—PELíCULAS.: México Bárbaro. La sal de la tierra. La rebelión de los colgados. Cananea. La casta
divina. Biografías del poder. Porfirio Díaz. El vuelo del águila.
—OBRAS DE TEATRO.: El Extensionista de Santander.
—MÚSICA.- Mariana, Tomochic y Mátalos en Caliente.
—NOVELAS Heriberto Frías. TOMOCHIC. y Kenneth Turner MÉXICO BÁRBARO.
—ELABORACIÓN DE UN GLOSARIO
—REVISIÓN Y ANÁLISIS DE LOS MAPAS (VER ANEXOS.)

ANÁLISIS DE UNA CARICATURA DEL PERIODO.

Objetivos:
Describir y explicar una caricatura. sacar los limites y el interés de este genero.

El profesor, de acuerdo con el grupo, dseleccionara una caraicatura para realizar el estudio.

A) Situar la caricatura.
Autor _______________________________________________________________
Contexto_____________________________________________________________
Datos de publicación de la caricatura. ______________________________________
Régimen político de la época _____________________________________________
Publicada en:
periódico ________revista________libro________cartel________otro________

B)Describir y analizar la caricatura.

Naturaleza
Política __________.¿Por qué? ________________________________________
Social __________. ¿Por qué? ________________________________________
Religiosa. _________¿ Por qué?
revista ____________ libro _______________ cartel __________otro ________

C)Sujetos.
¿Hay varios personajes? _______
¿Una acción? _________
¿Un lugar? _________
Describe a los personajes
_________________________________________________________________________

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________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
_______________________________
¿Cuáles son sus deformaciones?
___________________________________________________________________

________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________

D)Composición.
¿Hay una significación particular?
____________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
_______________
________________________________________________________________________________
________________

E) Interpretación.
¿Cuál es el fín buscado por el autor?
_________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________
¿Qué representa la deformación del personaje?
__________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________
¿Qué relación puede tener con Porfirio Díaz?
__________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________

F) Alcance de la caricatura (su interés).


¿En qué esta caricatura es significativa de la época.
______________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________
¿Cuál ha sido el destino del autor?
__________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________

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¿La íuente donde se ubica la caricatura a sido objeto de persecución judicial?
_________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________________________________________________________
________________________________

CRONOLOGÍA
1876. (16 de noviembre). Triunfo de Díaz en la batalla de Tecoac. (20 de noviembre). Lerdo
abandona la presidencia, y la ciudad de México,desterrándose.
(24 de noviembre). Porfirio Díaz, presidente interino.
1877. (5 de mayo). Díaz presidente Constitucional.
1879-83. Rebelión campesina el la huasteca potosina.
1881. (10 de diciembre).Manuel González, Presidente electo.
1883. Reforma de los artículos 60 y 70 Constitucional, para reprimir a la prensa.
1883 y 1894. Leyes de Baldíos, que propician el despojo de las tierras de las comunidades
campesinas.
1884. Díaz presidente.
1888. Se inaugura el ferrocarril de Laredo a la Ciudad de México.
1892. Protesta estudiantil en la ciudad de México. Participan entre otros, los hermanos Flores
Magón).
Creación del "Partido Científico".
Crisis económica, especialmente en la plata. Se prolonga hasta 1895.
1893. Luchas estudiantiles contra la reelección de Díaz.
Aparece "El Demócrata, en la ciudad de México, con la colaboración de los Flores Magón. Ese año
la represión lo desaparece.
1894 Levantamiento de Tomóchic en la sierra de Chihuahua. El ejército arrasa prácticamente al
pueblo.
1894. Levantamiento en Guerrero, encabezado por el cura de Zunpahuacan , Felipe Castañeda.
Temosachic, cerca de Tomóchic, se levanta y corre la misma suerte. e 1896. Levantamiento de
Soteápan, y en Papantla (Veracruz).
Se publica "El imparcial", de corte gobiernista, dirigido por Reyes Spindola.
1898. Protesta anticlerical de Camilo Arriaga (descendiente de Ponciano), provoca su dimisión en el
Congreso.
1899. Ayuda de Arriaga a Juan Sarabia, que publica "El Demócrata". Antonio Díaz de Gama
enciende protestas estudiantiles en San Luis Potosí.
1900. Se organiza el Club Liberal Ponciano Arriaga, en San Luis Potosí.
(agosto). Aparece el primer número de Regeneración.
Primer Congreso y tundación del Partido Liberal Mexicano, en San Luis Potosí.
Levantamiento campesino en Acaponeta y Compostela (Nayarit).
Llega a México el futuro "Rey del Petróleo", Eduardo Doheny.
1901. Ultima campaña contra los cruzoobs yucatecos.
1902. Flores Magón arrienda y edita "El hijo del ahuizote.
(12 de septiembre). Represión a los Flores Magón.
1903. (marzo). Se flinda el Club Liberal "Redención", y aparece el periódico Excélsior, en el que
colabora Ricardo Flores Magón.
1904. (noviembre). Segunda época de "Regeneración", en San Antonio Texas. (diciembre). Díaz se
reelige por sexta vez.

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1905. Levantamiento en San Luis Potosí, encabezado por Vicente Cedillo, en Minas Viejas.
1906. (junio). Huelga de Cananea, Sonora.
(Julio). Se publica el Programa del Partido Liberal Mexicano.
1907. Masacre en Río Blanco, Veracruz.
1907 Los ferrocarrileros fundan la Gran Liga de Empleados de Ferrocarril , que llego a unificar a 15
000 obreros.
Crisis económica.
1908. (enero). Entrevista Díaz Creelman.
(mayo). Levantamiento organizado por el Partido Liberal Mexicano.
Pearson funda la Mexican Eagle, empresa petrolera.
Conflictos ferrocarrileros.
1909. Praxedis Guerrero publica "Punto Rojo", en El Paso, Texas.
Aparece "La Sucesión Presidencial", de Madero.
El General Bernardo Reyes presenta su candidatura para Vicepresidente de la República.
Club Central Antirreeleccionista, con Vázquez Gómez, Madero y Mata.
Francisco 1. Madero presenta su candidatura a la presidencia.
Es nombrado presidente del Consejo de Anenecuilco, Emiliano Zapata.
Se funda el Ateneo de la Juventud.
1910. Manifiesto de los jefes yaquis a Porfirio Díaz.
Madero es arrestado en San Luis Potosí.
(junio). Díaz es declarado Presidente por 7º vez, Corral Vicepresidente.
( julio 22). Madero sale de la cárcel.
(septiembre). Fiesta del Centenario de la Independencia.
Se reedita "Regeneración", en San Luis Potosí.
(5 de octubre). Plan de San Luis Potosí, llamando al pueblo a levantarse en armas para el 20 de
noviembre. El lema: "Sufragio efectivo, no reelección".
Fuente: COLMENARES, Ismael et. al.. Cien años de lucha de clases en México, editorial
Quinto sol, Página 127-128.

EVALUACION
NOTA: Propuesta de evaluación tomada del trabajo de los profesores Bernal González,
Hector, Huerta González, Susana y Serrano Alfonso , Luis. “El Porfiriato”. Diplomado 1995. La
historia métodos proceso y recursos.
Pasar de calificar a evaluar es ver la enseñanza-aprendizaje como proceso que se inicia con la
primera clase y termina con la última clase. En consecuencia en la evaluación se considerarán todas
y cada una de las actividades que el alumno realice dentro y fuera del aula.
Incluirá desde su asistencia y puntualidad hasta la disposición del alumno en la integración del
grupo, equipos y el compromiso y realización de las tareas. Destaca la importancia de la
autoevaluación y evaluación por acuerdo de equipos y grupo, de tal manera que se procure eliminar
los exámenes tradicionales.
Si los alumnos aceptan responsabilizarce en parte de su propio aprendizaje y evaluación y el
profesor los apoya, organiza y además crea condiciones lúdicas y gratificantes para su realización,
lo mas probable es que entre los protagonistas se establezca prácticamente un compromiso
académico y ético que pueda ayudar a construir un sentimiento de pertenencia grupal en la medida
en que todos sean parte activa en ese espacio académico existente.
La practica educativa como proceso específicamente instrumentado. en el salón de clases
implica la participación consciente organizadora y orientadora del profesor en la estructuración del

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aprendizaje y del conocimiento. El qué, para qué, porqué y cómo se va a aprender, así como los
criterios académicos para establecer la evaluación y calificación del curso, son aspectos que los
alumnos deberán conocer y compartir desde su inicio.
Por ejemplo si le unidad que se trata de impartir en un momento dado corresponde al
programa Historia de México II y particularmente a El Porfiriato, la elaboración de un trabajo sobre
este periodo histórico crea las posibilidades para que los estudiantes de manera activa adquieran un
conocimiento básico pero significativo relativo al tema, y además pueda engendrar un efecto
multiplicador en los mecanismos de asimilación que se expresarán en las distintas actividades que
los alumnos deberán realizar dentro y fuera de clases, como la búsqueda de fuentes de información,
la consulta en medios impresos, la asistencia a espacios y recintos donde existan testimonios
históricos de la época referida, ya sean museos, bibliotecas o edificios públicos.
Los alumnos deberán tener claridad sobre los hechos o acontecimientos y sus circunstancias y
esto implica que el profesor realice una exposición comentada de la unidad y puntualice los temas
específicos que se incluirán en el trabajo colectivo, formulando también un guión que facilite a los
estudiantes la elaboración de su propio trabajo y que precise las fuentes de información mínimas a
las que deberá recurrir dejando abierta la posibilidad a otras, de tal manera que el trabajo ya escrito
contemple los contenidos señalados en el guión, especifique la bibliografía, hemerografia y otras
fuentes de información utilizadas, citas de pie de página y las conclusiones del equipo.
Para que todo esto suceda es prudente instrumentar un curso-taller en donde el aprendizaje se
construya colectivamente en el grupo y con los equipos de trabajo que se integren. Aquí los alumnos
buscarán, en las diversas fuentes, información sobre cada uno de los puntos que constituyan el
guión, de tal manera que las distintas interpretaciones históricas del Porfiriato se confronten, y si es
el caso, generen polémica, retos y problemas que podrán ser socializados en el aula y que al ser
analizados y resueltos se concreten en el entendimiento pleno del suceso y en la elaboración del
trabajo.
En el curso-taller, los estudiantes son sujetos activos en la medida que existe la tarea
permanente de investigar, lo cual permite que aún cuando el profesor exponga, los alumnos puedan
participar abierta y espontáneamente ya sea expresando sus ideas o para reafirmar el conocimiento,
pensando, elaborando notas, fichas de trabajo o localizando material de apoyo como láminas,
fotografías, documentos, videos, revistas, etc.
La practica participativa debe ubicar a los alumnos en la comprensión de que la función del
docente es parte de su propio proceso de aprendizaje, además de que éste lo viven conjuntamente lo
cual también debe permitirles reconocer los esfuerzos y habilidades propias y de cada uno de sus
compañeros, de la experiencia grupal y opinar hasta la asignación de calificaciones numéricas de
cada sujeto participante y de la totalidad del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Para lo anterior, cada equipo posee una tarjeta de seguimiento diseñada específicamente
para registrar cada aspecto importante de la participación y aprendizaje de los alumnos integrantes,
ésta facilita la asignación de las calificaciones, ya que permite la visualización total de la trayectoria
individual y grupal de cada alumno. La tarjeta se divide en columnas, la primera señala los nombres,
la segunda la asistencia dentro y fuera del salón, la tercera registra la elaboración de tareas, fichas y
notas, que podrán ser parte de los contenidos del trabajo, la cuarta esta destinada a participaciones
internas, la quinta a las aportaciones individuales o grupales al trabajo cotidiano y la última
especifica la calificación promedio.
Para la evaluación se utiliza la parte posterior de la tarjeta. Habla de cómo vivió el equipo la
experiencia de aprendizaje y su opinión al respecto del desempeño académico del profesor. Estos
son dos aspectos importantes que deben ser considerados a fin de mejorar permanentemente la
práctica académica.

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El trabajo ya entregado y revisado, obtiene una calificación que es determinada por el
cumplimiento de los criterios que se establecieron para su elaboración. Las calificaciones registradas
en las tarjetas de seguimiento se utilizaron para establecer por ponderación la calificación definitiva
de la unidad.
Cuando hemos preguntado a los alumnos qué piensan y cómo vivieron su experiencia de
aprendizaje de la Historia, respecto a la dinámica de trabajo planteada, la respuesta en términos
generales ha sido positiva. Hecho que nos permite observar que la vivencialidad y la participación
activa en cada una de las partes del proceso de enseñanza-aprendizaje son puntos clave para el
desarrollo de una práctica educativa que se pretende participativa, liberadora y crítica y que da
sentido al saber hacer que plantea el proyecto C.C.H.

HISTORIA DE MÉXICO II.

PRIMERA UNIDAD

ESTADO OLIGARQUICO Y SOCIEDAD EN MÉXICO:

LA DICTADURA DE DíAZ 1876-1910.

TEMÁTICA

1.1.DE LA NO REELECCION A LA DICTADURA: PORFIRIO DIAZ EN EL PODER. 1876-


1910

REVUELTAS Andrea. México: Estado y modernidad. pág.125-153.

El porfirismo
Con la llegada de Porfirio Diaz al gobierno (1876), solamente se produjo un desplazamiento
del ala burocrática civil hacia el ala militar, lo que significó asimismo un relevo generacional, pues
los milítares eran más jóvenes. El proceso de consolidación del Estado, que se había iniciado desde
el advenimiento de la República restaurada, se continuó y acrecentó: centralización administrativa y
política; reforzamiento del poder ejecutivo, aplastamiento de las minorías étnicas, integración de
regiones, llegada de capitales extranjeros, etcétera.
La modernización de la economía
La consolidación del Estado porfirísta coincidió con la búsqueda de nuevos mercados para el
capital internacional y la necesidad que tenía éste de encontrar en los países a donde dirigía sus
inversiones una institución política sólida que garantizara la paz interna y la estabilidad
indispensables para asegurar el éxito de las operaciones financieras y comerciales. Hasta ese
momento los débiles gobiernos que se habían sucedido mostraron una enorme inestabilidad política
y una gran incapacidad financiera, por lo cual no habían sido capaces de resolver los problemas de la
deuda pública. Juárez se había visto en la obligación de declarar la suspensión de pagos y
desconocer los débitos del grupo rival (muchas de las invasiones imperialistas que el país sufrió
tuvieron como excusa endeudamientos no pagados).
A su vez, el Estado tenía interés en estimular el intercambio comercial porque -frente a la
inexistencia de un mercado interno, un presupuesto disminuido por las barreras aduanales que
establecían los estados y una pésima administración que consumía sus ingresos en el mantenimiento

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de una ávida casta burocrática y militar-, sólo tenía como fuente principal de entradas las aduanas y
los empréstitos extranjeros.
Por otra parte, las teorías liberales sobre el laisser faire económico dejaron el campo abierto y
libre al capital extranjero; pero, aunque proclamaban la no ingerencia del Estado, éste intervino para
crear la infraestructura necesaria a los inversionistas. Es así como, para facilitar el intercambio con
el exterior, tuvo que actuar para suprimir las alcabalas y aduanas interiores, tarea nada fácil porque
encontró múltiples resistencias por parte de los estados y, de hecho, varios intentos fracasaron. Esto
no se logró sino hasta 1895 y para ello se hizo necesario introducir ciertas reformas a la Constitución
federal Por demás es decir que esta acción no sólo benefició el intercambio mercantil, sino favoreció
también la centralización del poder y el incremento de sus ingresos.
Por las mismas necesidades, el Estado se vio impelido a instaurar un sistema de moneda
nacional y una legislación comercial homogénea, con lo cual nuevamente salió bonificado, pues la
acuñación de monedas y en general la creación de un sistema financiero y hacendario más efectivo
hizo crecer sus funciones y aumentó su personal.
La construcción de medios de comunicación -ferrocarril, telégrafos, etcétera- sirvió también a
ambos, pues con ellos se facilitó la circulación de mercancías y el Estado tuvo un control más
efectivo sobre el país (desplazamiento más rápido del ejército, por ejemplo). Asimismo, la creación
de esta infraestructura generó una actividad constructora que proporcionó jugosas ganancias a la alta
burocracia y a los empresarios ligados a ellos -como lo vimos en el caso de Escandón.
Este tipo de “modernización”, denominado por algunos como “crecimiento hacia afuera” o
como “modelo de acumulación de determinación exógena”, estimuló las actividades que interesaban
directamente el capital extranjero —explotación de materias primas, minería, producción agrícola—,
generando una modernización localizada en ciertos núcleos urbanos y en ciertas regiones
agroexportadoras, lo que propició el surgimiento de una capa de sectores medios y proletarios; pero
no tenía en cuenta las necesidades reales del país y por lo tanto no implicó un proyecto nacional.
Dejó de lado cuando no las violentó, a las grandes mayorías campesinas e indígenas y trajo consigo
una sobreexplotación y dilapidación de recursos no renovables. En consecuencia, bajo una fachada
de modernidad, progreso y prosperidad, la desigualdad social, económica y regional se acentuó aún
más. Por otra parte, la integración al mercado mundial significó para el país sufrir los efectos de sus
ciclos económicos; la prosperidad de la belle époque que conoció el capitalismo occidental a finales
del siglo XIX y principios del XX repercutió sobre el crecimiento productivo del país; pero también
tuvieron impacto las crisis, que comenzaron a sentirse en la primera década de este siglo y no
dejaron de influir en el malestar que precedió a la revolución de 1910.

El Estado y la Nación
La estrecha colaboración entre el capital extranjero y la élite política en el proceso de
conformación del Estado porfirista colocó a esta última en una situación de gran dependencia
respecto al primero. No obstante, para lograr una consolidación efectivia, el Estado y su éllte
dírigente tenian necesidad de elaborar representaciones mítico-ideológicas que dieran cohesión y
fundamento al concepto de nación mexicana. Esta tarea correspondió a los intelectuales quienes,
como ya hemos indicado, empezaron a manifestar esta preocupación inmediatamente después de
haber sido establecida la República restaurada1. Desde aquel tiempo los mitos políticos han tenido
dos vertientes: la primera, inserta dentro de la mitología de tipo revolucionario, adoptó las ideas de

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No puede olvidarse que en la idea de nación se manifiesta un fenómeno bastante complejo. Su uso político se entremezcla con la
aspiración auténtica de búsqueda de una identidad y de una expresión cultural propia. Empero, aquí nos interesa subrayar el
concepto de nación y de nacionalismo en general como elemento que utiliza y manipula el Estado para afianzar su poder.

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modernidad y progreso para legitimar la acción del Estado; la segunda intentó crear una identidad
mediante la indagación en las raíces del pasado y, siguiendo esta dirección de búsqueda de mitos
fundacionales, terminó por recuperar y apropiarse los mitos que ya antes habían elaborado los
criollos desplazados.2
Comenzó entonces un proceso sistemático de mitificación de la historia: después de tres siglos
de oscurantismo y fanatismo, la nación independiente se habla abierto a las luces de la razón y del
progreso, la lucha entre conservadores y liberales había terminado por abrir el camino a la
modernidad contra las fuerzas retardatarias; Hidalgo —que no habla sido muy apreciado por los
antiguos liberales, quienes lo habían considerado un cura fanático y revoltoso con su estandarte
guadalupano— se volvió “el padre de la patria”; poco a poco se fueron olvidando las críticas que en
sú momento los periódicos hicieron a Juárez por el tratado MacLane-Ocampo y su persona se
transfiguró en la del “benemérito de la patria” (dentro de esta línea se escribió entre 1884-1889, bajo
la dirección de Riva Palacio, México a través de los siglos).
Con el tiempo también surgieron análisis e interpretaciones —que no carecían de interés y
valor—, pero en los que poco a poco, bajo una visión positivista, se fue configurando una ideología
estatista, según la cual para resolver los problemas del país se necesitaba un Estado fuerte,
centralizado, y un ejecutivo poderoso aunque limitado por los preceptos constitucionales.3
Por lo demás, hay que precisar que el concepto de nación no sólo es una idea que surge en el
momento de la Independencia como proyecto de los sectores medios ilustrados -por lo tanto ajeno a
las demandas de las masas campesinas que combaten por la tierra y mayor justicia social- y que
poco a poco se vuelve proyecto de una nueva clase que asciende al poder y como tal lo impone a los
demás sectores sociales; también concentra y expresa profundas aspiraciones populares en búsqueda
de una identidad colectiva que el Estado y su burocracia saben utilizar para fortalecerse y
consolidarse. Una de las características de los burócratas es la de lograr, como si fueran camaleones,
confundirse con la nación y en consecuencia ocultar sus intereses personales y de grupo; “forjar la
patria”, “trabajar por el bien de la nación en nombre del progreso y en pos de la modernidad” son
lemas tras los cuales ocultan y protegen sus ambiciones y voluntad de poder. Sin embargo, este
discurso, por retórico que sea, les es necesario e indispensable, pues les otorga una base de
legitimidad frente al pueblo y justifica su función, a la vez que les da la fuerza que les permite
enfrentar a sus “aliados” y rivales. Por tal razón, la dependencia económica respecto del extranjero y
la necesidad de crear una idea de nación colocaron al Estado en una situación ambigua y
contradictoria (que continúa el Estado posrevolucionario).

2
André Reszler nos dice, refiriéndose a los mitos políticos modernos: "Es de los archivos del mito de donde el político, el hombre de
partido o el teórico, extraen los relatos, las leyendas o los 'hechos' históricos, que les permiten fundar su cultura —su cultura
política— y darle al poder con que cuentan o al que aspiran, su legitimidad, su esplendor y a veces su grandeza. (...) Los mitos
fundacionales —o mitos de los orígenes— se refieren a los hechos fundadores del Estado. (...) A esta vasta categoría de mitos
pertenecen (...) en suma toda representación mítica de un acto creador inicial que sigue poseyendo un valor prescriptivo cierto.
Los mitos revolucionarios (incluimos en esta familia de mitos a los mitos del progreso) están estrechamente asociados a la
reorientación de la sensibilidad moderna desde el siglo XVII, y apuntan hacia el futuro —lo desconocido, la creatividad
prometeica de un hombre futuro por su sola trascendencia real." Reszler, A., Mitos polticos modemos, Mexico, FCE, 1984, pp.
282-284.
3
Entre las obras escritas en este período, pueden mencionarse: Sierra, Justo, (comp.), México: su evolución social, 1900-1902;
Rabasa, Emilio, La Constitución y la dictadura, 1912; Molina Enríquez, los Grandes problemas nacionales, 1909. Para un
mayor conocimiento del pensamiento de estos intelectuales véase el excelente trabajo de Hale, Charles A, La transformación del
liberalismo en México a fines del siglo XIX, México, Vuelta, 1991.

12
La configuración piramidal del poder.

La élite burocrática: modernidad y tradición4


Con Porfirio Díaz la élite militar llegó a los puestos de mando desplazando a la burocracia
juarista-lerdista; ahora bien, una vez instalada en el Estado terminó a su vez por burocratizarse. La
reorganización de la administración pública, la centralización de funciones, etcétera, dieron lugar al
crecimiento de esta capa social, misma que asumió una configuración de tipo jerárquico en cuya
cumbre dominaba el poder personalizado de Diaz, al que rodeaba una élite política eminentemente
privilegiada que ocupaba los más altos puestos de la administración. En la base, la masa de los
pequeños burócratas medraba con las migajas del presupuesto. Mientras en la cima el poder
“paternalista” poco a poco se fue sacralizando, a su alrededor la élite burocrática, valiéndose de sus
funciones, inició un rápido enriquecimiento mediante concesiones para realizar obras, operaciones
fmancieras, compañías de deslinde de tierras, etcétera, que no excluían el fraude y la corrupción.
En 1880, cuando todavía el sistema de poder no estaba completamente cristalizado, se inició el
ascenso de una nueva generación que iba a desempeñar un papel muy importante y que fue conocido
como grupo de los “científicos”, los que pasaron a ocupar, al lado de los viejos liberales
sobrevivientes del movimiento de Reforma y otros líderes del ala burocrática lerdista, sus primeros
escaños en el Congreso; en su mayoría provenían de las clases medias urbanas, muchos ejercían
profesiones liberales y hablan iniciado su carrera en la política como periodistas; más tarde se
enriquecieron rápidamente en la función pública y actuaron de intermediarios del capital extranjero
y como financieros.5 Ese grupo y unos cuantos más terminaron por conformar una élite cortesana de
no más de medio centenar de individuos, que poco a poco se fue cerrando, monopolizando el poder
hasta que la revolución de 1910 vino a barrerlos de sus puestos.
Hablando en nombre del progreso, la civilización, la modernidad, valiéndose de una
terminología positivista, justificaban operaciones financieras que por su intermediación realizaba el
capital extranjero. Ahora bien, ya instalados en el poder, el impulso modernista se quedó en
expresión retórica y la consolidación de su dominio les permitió reasumir hábitos tradicionales de
poder y prestigio, acumulando tierras y predios urbanos, volviéndose más bien rentistas que
empresarios, llevando un tren de vida suntuario que recuerda aquél que habían llevado españoles y
criollos desplazados del poder.6
¿Como explicar esta aparente contradicción entre el discurso moderno y las prácticas
tradicionales de la élite porfirista? Es cierto que se trata de un grupo que no ha cuajado todavía como
clase en el sentido moderno, sino que se encuentra aún en formación. En la propia sociedad europea
ciertos grupos de la burguesía emergente, al ascender y lograr ubicarse en la sociedad cortesana,
terminaron por imitar a la nobleza, retomando hábitos y usos de esta última, en un contexto en el
que el prestigio y riqueza eran aún los valores predominantes.77 En el caso de México, en un marco

4
Para un estudio detallado de la élite porfirista, véase Guerra, François-Xavier, México: del antiguo régimen a la revolución,
Méxiico, FCE, 1988, t. 1, pp. 59-125.
5
Véase Historia general de México, México, El Colegio de México, 1976, t. III, pp. 222-226.
6
Octavio Paz los describe asl: "Esos grandes señores amantes del progreso y de la ciencia no son industriales ni hombres de empresa:
son terratenientes enriquecidos por la compra de bienes de la Iglesia o en los negocios públicos del régimen. En sus haciendas los
campesinos viven una vida de siervos, no muy distinta a la del período colonial." (Paz, Octavio., México en la obra de Octavio
Paz, p. 66.)
7
Así, Badie y Birnbaum nos dicen refiriéndose a la sociedad del antiguo régimen, en la que sobre el plano de prestigios y de riqueza
dominaba fuertemente la visión de la aristocracia: "profundamente impregnada por el ejemplo de esta última, tenía demandas
motivadas más por razones sociales que capitalistas, y sus pretensiones económicas se orientaban mas hacia el comercio de cortas
miras que a un verdadero negocio". (Badie y Birnbaum, Sociologie de l’Etat, pp. 137-138.) Norbert Elías, asimismo, al estudiar la
estructura social del mismo período (antiguo régimen), señala la existencia de una burguesía estamentaría que se acerca e imita a
la sociedad cortesana, frente a otra burguesía que es profesional y no cortesana. (Elías, Norbert., La sociedad cortesana, p. 219.)

13
muy diferente y con grupos sociales que no tienen los rasgos de los europeos, como ya hemos
indicado, resulta que las condiciones de explotación y opresión de la inmensa mayoría de
campesinos e indígenas eran tales, que suministraban a la élite un modo de vida eminentemente
privilegiado y que, por consiguiente, ésta no tenía interés en cambiar; la propiedad latifundista les
proporcionaba riqueza, poder y status y no exigía los riesgos de las aventuras empresariales. Así,
Carlos Pacheco, en aquella época secretario de agricultura, decía en 1878:
Nuestros capitalistas son pocos y sus capitales exiguos. La riqueza privada resulta de lo
exorbitante de la renta y no de la importancia del capital. Las condiciones económicas de nuestra
producción agrícola [...] la han puesto de tal modo al abrigo de toda competencia, que el agricultor
obtiene facilmente para un capital corto cuantiosas rentas con perjuicio del consumidor. La facilidad
misma con que se obtienen esos beneficios, y la esperanza que este estado de cosas se perpetué,
inclina a la prodigalidad, impide el aumento del capital por la acumulación sobrante de la renta, y en
caso de economía, ésta es una economia muerta que no se utiliza generalmente en fomentar otro
género de producción acaso más aleatorio y seguramente menos remunerativo.88
Sin embargo, la dinámica transformadora y modernizadora se hacía presente a través del
mundo capitalista en expansión que venía a tocar a las puertas de la sociedad tradicional. De fuera
venían ideologías, modas, técnicas, mercancías, industrias y, a pesar de todas las resistencias y los
elementos tradicionales que persistían y persisten aún, poco a poco la práctica de la élite se
trausfiguró.
Ahora bien, mientras el político mestizo prefiere identificarse con los mitos revolucionarios y
busca en la ideología de la modernización y el progreso un fundamento de legitimidad —aunque
en la práctica asume hábitos y costumbres tradicionales— muchos estudiosos extranjeros,
principalmente anglosajones, insisten en subrayar los elementos tradicionales que perduran hasta el
presente en la praxis política sin percibir que éstas han sido incorporadas a la modernidad sui
generis que nos caracteriza. Woodrow Borah, entre otros, afirma lo siguiente:
Si discutimos sobre las herencias del pasado que subsisten en los siglos XIX y XX, debemos
tener claro que los sistemas de valores, las ideas, las instituciones y otros elementos que integran
dichas herencias persisten hoy con grados variantes de fuerza y función.9
Es cierto que para un análisis que intenta seguir la manera cómo se fue conformando una
modernidad que no logra del todo superar lo tradicional, resulta esencial tomar en cuenta el enorme
papel que tiene la institucionalización de ideologías, creencias, representaciones, como modelos de
pensamiento y de comportamiento que pasan a formar parte del imaginario colectivo y son herencias
del pasado; es así como podemos atribuir al peso de la tradición el que el espíritu empresarial no sea
el rasgo que caracteriza -hasta nuestros dia~ a los nuevos ricos que produce la casta gobernante.
Ahora bien, el imaginario colectivo no es algo inerte e inmutable, como parecieran hacerlo creer las
interpretaciones mencionadas, sino que está sujeto a cambios al irse enriqueciendo con nuevas
experiencias que desplazan a las anteriores o se integran a ellas aunque esta transformación puede
tener un ritmo lento; de esta forma, las actitudes, valores e ideas de modernidad y progreso -junto
con las prácticas capitalistas- terminan en cierta forma por incorporarse al imaginario social sin que
por lo tanto el peso de lo tradicional desaparezca, creándose entre los dos polos una tensión
permanente.

8
Pacheco, Carlos, Memoria, México, 1878 t. I, pp. IX y X, citado en Valadés,El porfirismo, historia de un régimen, pp.. 73-74.
9
Borah, W., "Rasgos novohispánicos en el México contemporáneo", Plural, núm. 10, julio de 1975, pp. 22-26. Entre otros autores
que afirman lo mismo, citemos a: Richard Morse, La herencia de América Latina; Roger Hansen, La política del desarrolla
mexicano; Raymond Vernon, El dilema de la economía de México; Stanley y Barbara Stein, La herencia colonial de América
Latina.

14
La organización estatal de la sociedad y los mecanismos de control
Al mismo tiempo que, en interacción con el capital extranjero, el Estado fue organizándose y
organizando las funciones administrativas y fiscales, concentró el poder e instituyó mecanismos de
control sobre la sociedad en los cuales se mezclaron rasgos tradicionales y modernos. El proceso se
llevó a cabo no sin que dejara de haber tropiezos y dificultades; el propio Porfirio Díaz no tenía al
principio la misma habilidad política que iba a mostrar en los años posteriores. En el primer periodo
(1876-1888), las resistencias y oposiciones fueron más evidentes.

El sistema electoral
Después del golpe militar, la primera preocupación de Diaz fue la de organizar elecciones. Por
una parte, este acto continuaba una tradición hispánica, como lo apunta Morse al referirse a la
historia del siglo XIX en la que prevalece “la anarquía un tanto disfrazada por la antigua costumbre
de legalizar y legitimar todo acto público que habla sido una fuerza de cohesión tan importante para
el antiguo imperio”;10 por otra, este acto también se convirtió en un excelente instrumento
burocrático que, al mismo tiempo que legitimaba el poder usurpado, permitía, a través del escenario
electoral, extender el control político mediante los arreglos y cohechos que finalmente conducían a
la imposición de los candidatos designados previamente por Díaz; así, a la vez que servía de fachada
democrática, facilitaba la extensión del poder central sobre los poderes de las élites locales.
Continuando con las viejas prácticas, los candidatos victoriosos no debían su triunfo a ningún
reconocimiento popular, puesto que el pueblo estaba ausente de las lides electorales. Foster,
representante diplomático de Estados Unidos, en un informe al departamento de Estado sobre las
elecciones 1878, afirmaba lo siguiente:
El nuevo Congreso se compondrá casi exclusivamente de amigos y sostenedores de la
administración [...], aunque el sufragio es universal de acuerdo con la Constitución, muy contados
son los habitantes que han participado en las eleccíones [...]. la oposición invariablemente acusa que
la lista de la administración está ya hecha en las elecciones nacionales, por empleados y favoritos
del gobierno y distribuida a los gobernadores o comandantes militares en los estados. Muy a
menudo acontece que los diputados vienen de distritos que ni siquiera han visitado, por ejemplo, uno
de los más prominentes miembros del último Congreso fue electo por un distrito del estado del que
no era oriundo ni en el que había residido.11
Con el tiempo, la maquinaria de imposición electoral se fue perfeccionando. Diaz y una
camarilla de cortesanos designaban a los candidatos para las cámaras y gubernaturas, después se
procedía a organizar “la campaña electoral” que se volvió una especie de ritual del poder, que
incluía giras, mítines, discursos, promesas del candidato, el cual finalmente era confirmado
mediante un simulacro de votación, al que por lo general sólo acudían aquellos que tenían la
obligación, como la base burocrática de los ministerios. Este espectáculo público permitía a Díaz
hacer asimismo pequeños cambios con los que recompensaba o castigaba a los miembros de su élite
sumisa, la que, como habíamos dicho, se fue petrificando, “asfixiada por falta de renovación”, según
Bulnes, quien nos indica también los años que tenían en el poder algunos de los miembros de la élite
al estallar la revolución en 1910. El promedio de ellos habla gozado del puesto público más de
quince años; el secretario de Relaciones tenía 26 años en el puesto; el de Guerra, 19; los

10
10 Morse, Richard, "La herencia de América latina", Plural, núm. 10; pp. 33-42.
11
Foster a Evarts, México, 3 de agosto de 1878, Papers, núm. 749, pp.568-569; citado por Valadés, op. cit., t. 1, pp. 32-33.

15
gobernadores de Querétaro y Tlaxcala dirigían sus estados tras sucesivas reelecciones desde hacia
26 años.12

Una sociedad piramidal


La configuración de la sociedad que surgió en el porfirismo continuó la forma piramidal y
vertical que se habla conocido en la época virreinal En la cima, Diaz y sus élites burocráticas,
latifundistas y empresarios ligados al capital extranjero; más abajo, una clase media urbana que para
1910 en un 70 por ciento vivía del gobierno, según una apreciación de Bulnes; a esta clase media se
sumaban otros habitantes de la ciudad, como obreros y artesanos, y un sector medio campesino
formado por rancheros; abajo de esta capa, se encontraba la inmensa masa de campesinos indígenas.
Si bien el Estado, al centralizar y concentrar su poder, impuso una cierta configuración social,
muchas de las transformaciones, cambios e innovaciones que se produjeron ya no dependieron de él
sino de las fuerzas capitalistas que se implantaban y que organizaron el espacio físico y social de
acuerdo con sus intereses y los del mercado mundial. Se produjo en consecuencia un crecimiento
urbano, en particular de la ciudad de México, que acaparó las actividades burocráticas, comerciales,
financieras y de la incipiente industria. Se desarrollaron también los centros productores de materias
primas de exportación; así la producción de cobre de Cananea aumentó e hizo evolucionar a esta
ciudad gracias a los requerimientos de la industria eléctrica yanqui. Todo eso creó una imagen de
progreso, prosperidad, modernidad, que en cierta forma recordaba a la que se generó a finales del
siglo XVIII, pero nuevamente se trataba de un auge más bien superficial que favorecía a una ínfima
minoría situada en la cúpula del poder piramidal y que excluía a las mayorías. Esta apariencia de
bienestar y estabilidad encubría desigualdades, represiones y aplastamiento de todo lo que se
rebelaba y oponía, imagen que el Estado, enajenado por su propia ficción, llegó a confundir con la
misma realidad, tal como nos dice Bulnes: El gran desarrollo de México se debía a nuevos
descubrimientos de sabios extranjeros y a fenómenos económicos extranjeros que influían
poderosamente en la vida económica de México; el general Diaz creyó que ese desarrollo emanaba
de los decretos, leyes, reglamentos, circulares, estadísticas e informes del señor Limantour.”13

La maquinaria política
La manera como se fue concentrando y centralizando el poder del Estado y la forma como
mantuvo la relación de dominio sobre la sociedad fue configurando una práctica política del poder
que va a perdurar con modificaciones e innovaciones como veremos, en el México posrevoluciona
rio.
Se pueden distinguir dos etapas: en la primera, que llega hasta fines de la década de los
ochenta, las luchas y resistencias de los diferentes sectores de la sociedad son más agudas, incluso
llega a existir cierta actividad en la Cámara de diputados y los gobernadores conservan en sus
regiones un margen de autonomía; más tarde, consolidada la maquinaria política, sin que
desaparezcan las rebeldías campesinas de tipo local y se produzcan de vez en cuando violentas
luchas obreras, la vida política oficial estará completamente manipulada y controlada. Veamos
algunos aspectos:
Las luchas entre las diferentes facciones de la burocracia fueron muy vivas durante los
primeros años, los partidarios del antiguo presidente Lerdo de Tejada siguieron hasta 1879

12
Bulnes, Francisco., El verdadero Díaz y la revolución, México, Stylo, 1945, pp. 356-357. Sobre las prácticas electorales, puede
verse también la descripción de la campana del candidato oficial a gobernador del estado de Morelos en 1909, en Womack, John,
Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo Veintiuno Editores, 1979, pp. 8-35.
13
Bulnes, Francisco, El verdadero Díaz,,p. 230.

16
intentando sublevarse; para aplastar ese tipo de oposición, Diaz empleó dos métodos: la represión
brutal o la incorporación. En 1879, en un momento en que se manifestaba un malestar en varios
estados y se temían levantamientos, mandó fusilar sin formación de causa a un grupo de lerdistas:
“aprehendidos in fraganti, ¡mátalos en caliente!”, fue la frase que determinó la suerte, según se dijo,
de los oposicionistas. Este acontecimiento, que causó una gran indignación en el país, cumplió el
cometido de intimidación que se proponía. Nos ilustra también sobre la forma cómo se procedía
para integrar a los oposicionistas renegados; el eminente poeta Salvador Díaz Mirón (1853-1928),
en ese entonces critico independiente, encabezó a los que acusaban a las autoridades por esos
crímenes; incluso los llegó a retar a duelo. Tiempo más tarde, en 1884, se enfrentó en la Cámara a
Justo Sierra, quien defendía el orden burocrático, mientras Díaz Mirón, identificado con los
sufrimientos del pueblo, clamaba por la justicia y la libertad para los explotados y oprimidos. Siguió
siendo crítico de Diaz hasta que terminó preso; su estadía en la cárcel calmó su actitud opositora y,
una vez fuera, inició bajo la mirada benevolente y protectora de Díaz una bien retribuida carrera
burocrática, lo que sin embargo no quita mérito a su obra poética.
—El mismo procedimiento de integración se realizó con el clero y los conservadores
sobrevivientes, los cuales, vencidos, terminaron por aceptar una posición dependiente y subordinada
en el seno de la cúpula piramidal. Estado e Iglesia olvidaron los antiguos agravios y compartieron
contentos jugosos negocios. Así, el obispo Gillow ya mencionado, obtuvo una concesión para
construir un ramal del ferrocarril; en asociación con el secretario de Gobernación, suegro de Díaz,
subcontrató una compañía norteamericana quien llevó a cabo la construcción de la vía, misma que
después fue vendida al gobierno.14
En el grupo que rodeaba a Díaz también eran muy evidentes las luchas y rivalidades, en
particular entre el ala militar y el ala burocrática encabezadas en un primer momento por el general
Manuel González y por Justo Benítez, respectivamente; Díaz jugaba y sacaba provecho de las dos,
pero terminó por inclinarse por Manuel González, a quien designó presidente para el período 1880-
1884. La facción perdedora, sometida y resignada, fue recompensada con puestos en el senado,
pensiones, negocios o gubernaturas. (Más tarde en la segunda época el general Reyes fue el
representante del ala militar y de poderes regionales, y Limantour, cabeza de la burocracia y del
poder central.)
En el primer período del régimen porfirista, las Cámaras ofrecieron cierta vida participativa,
en la que se escucharon las voces de las facciones burocráticas rivales y también los reclamos de los
representantes de intereses regionales que resistían a la expansión del poder central; más tarde,
cuando éste se consolidó, se convirtieron en meras cajas de resonancia que sólo ratificaban
formalmente los deseos y disposiciones que Diaz ya había tomado. Además “se llegaba a los puestos
por la humildad, el disimulo profundo de la ambición, por la comedia de un poco de cretinismo, por
una físonomía de estupefacto, afirmada con voz débil de plegaria; el general Díaz acostumbró a los
mexicanos a que nunca conocieran nombramientos de funcionarios antes de haber sido hechos [por
él] “15
Para los opositores recalcitrantes se usó la represión de la que no estuvo excluida la tortura.
Para aplastar los estallidos locales de campesinos en demanda de tierra, que rápidamente se
transformaban en guerras contra los propietarios, así como para sofocar las rebeliones indígenas, que
sin embargo fueron más o menos constantes, se creó un cuerpo de rurales y se utilizó con
prodigalidad la “ley fuga”.

14
Véase Valadés,José El porfirismo, t. II, p. 54.
15
Bulnes. Francisco, El verdadero Díaz..., p. 195.

17
—La política frente a los indígenas siguió siendo la de arrebatarles sus tierras mediante las
compañías deslindadoras de terrenos baldíos, y de exterminarlos sin merced cuando se rebelaban.16
—El movimiento obrero comenzó a manifestarse en el último tercio del siglo XIX; ya en
1872, se produjeron varias huelgas importantes y con el tiempo se crearon diversas asociaciones; en
ellas se dejaban sentir las influencias de las ideologías revolucionarias europeas aportadas por
algunos inmigrantes. Dos tendencias se van perfilando en su seno: una “moderada”, que pide
protección al Estado, otra más radical e independiente e influida por el anarquismo. José Revueltas
observa las siguientes características en la naciente clase obrera mexicana: “falta de confianza en sí
misma, en sus fuerzas y en su significación social, de una parte, y de la otra, por su tendencia a
compensar este desvalimiento mediante la protección y ayuda del Estado”.17 Porfirio Diaz había
hecho vagas promesas de tipo social en el plan que había lanzado para tomar el poder; esto le había
conquistado la simpatía de algunos grupos de obreros, más tarde el Estado porfirista adoptó frente a
ellos la misma táctica que le había servido para otros grupos minoritarios: represión o integración
que se realizaba por medio de subvenciones, aunque conforme el régimen se fue anquilosando se
optó cada vez más por formas represivas. 18 Así, el Verdadero Círculo y Congreso de Obreros,
creado en 1884, percibió una ayuda del Estado para desarrollar cooperativas agrarias, las que
sobrevivieron hasta mediados de la década de los noventa (intervención estatal que contradecía la
política del laisser faire económico y se aproximaba más bien a la seguida por Bismarck), política
que abandonó después. Aunque el gobierno logró adquirir un control casi completo sobre el
incipiente movimiento obrero, siguió subsistiendo y luchando una tendencia independiente de tipo
anarco-sindicalista, cuyos resultados empezaron a manifestarse ya desde 1881 y con mayor
intensidad en 1885, en que se produjeron una serie de huelgas. Los conflictos siguieron estallando
en la siguiente década y se hicieron más violentos en el nuevo siglo (recuérdese que Río Blanco y
Cananea precedieron a la revolución). El hecho de que la mayoría de las fábricas fueran propiedades
extranjeras y que patrones y capataces también lo fueran hizo que se generara un sentimiento
antiextranjero, principalmente antiyanqui, mismo que contribuyó más tarde a la formación del
nacionalismo posrevolucionario.

La prensa y la educación
Sin abolir el principio de la libertad de expresión, Porfirio Díaz ejercía un control efectivo
sobre los medios de comunicación; a pesar de que la prensa se jactaba de ser independiente, cuando
menos las tres cuartas partes recibían subvenciones directas o indirectas del Estado (suscripciones,
anuncios, monopolio del papel de rotativo que detentaba la fábrica de San Rafael, etcétera). La
oposición que se permitía a la prensa era la autorizada expresamente o aquella en la que había un
consentimiento tácito; a veces, la crítica le servía a Díaz para arreglar cuentas de un grupo contra
otro, por ejemplo, dejó que los reyistas hablaran de la corrupción de los científicos.
Dentro de ese contexto, sin embargo, hubo algunos casos de valiente impugnación, como la
que se expresó en el Diario del Hogar, dirigido por don Filomeno Mata; pero por lo general se exiló
o asesinó a los periodistas independientes que, a decir verdad, no fueron muchos. El periodismo
servía de escalón para darse a conocer y comenzar a ascender en la escala burocrática; un cronista de
la época afirmaba:

16
De acuerdo con François-Xavier Guerra, el despojo de tierras a los pueblos varío de ritmo durante el régimen portirísta. Hasta la
última década del siglo XIX. privó una especie de compromiso mediante el cual los pueblos pudieron conservar parte de sus
tierras comunales; esta situación cambió por presiones económicas y a partir de 1880 se atacó a la propiedad de los pueblos.
(Guerra, op. cit, t. I pp. 228-234.)
17
Revueltas, José. Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, México, Era, 1980, p. 125.
18
Ver Hart, J.., El anarquismo y la clase obrera 1860-1831, México, Siglo Veintiuno Editores, 1980, PP. 99-111.

18
Pocos escritores escapaban al influjo de las autoridades, contados los que no recibían dádivas
aunque todos se ufanaban de una sospechosa independencia, cantando incesantemente la fuerza y la
gloria del que apellidaban el cuarto poder [...] En su solicitud de utilidad sólo acuden al periodismo
los que buscan por medio de la publicidad de sus talentos un empleo en el gobierno, un sillón en las
cámaras o un puesto saliente en cualquier administración.19
El intelectual también vivia al amparo del Estado, medrando en la burocracia y los más
afortunados en los puestos diplomáticos. Valadés nos dice: “Cada joven que en las aulas, en lo
político, en la literatura, surgía con talento era acarreado sin titubeo alguno al porfirismo, y en él
hacíasele un burócrata”20 Dentro de ese contexto político de control, de oportunismo y corrupción,
era difícil que pudiera surgir un pensamiento impugnador e independiente; la crítica, cuando existió,
siempre fue “constructiva”, crítica cortesana “a su majestad”, que intenta advertir y señalar —en el
caso de los más inteligentes— los males más graves y los remedios para evitar que el régimen se
hundiera.
La idea de modernidad y progreso, de un país próspero, un Estado fuerte y un presidente
benefactor, no sólo se difundió a través de la prensa. La escuela también fue vehículo que
contribuyó a reforzar esa imagen a la vez que fue instrumento esencial para transmitir los valores de
la cultura moderna.21
Esta imagen de estabilidad y prosperidad alcanzó su expresión culminante en el derroche y
esplendor que revistieron las fiestas con las que se celebró el centenario de la Independencia, en
momentos en que las fuerzas telúricas de la revuelta popular anunciaban ya el derrumbe del
régimen.

LA DECADENCIA Y LA CAÍDA DEL RÉGIMEN PORFIRISTA


Evidentemente el problema de fondo era la tremenda injusticia social, que colocaba en la
cúspide de la pirámide a una minoría enriquecida y que gozaba de grandes privilegios, y en la base
la inmensa mayoría marginada y pobre. José Iturriaga señala la ausencia de un trabajo riguroso que
proporcione cifras precisas sobre la estructura de la sociedad en el siglo XIX; hay pocos datos y
están dispersos; de acuerdo con el primer censo de 1895, que él cita, el 90.78 por ciento de la
población podía considerarse como perteneciente a la clase popular (de los cuales el 76.61 por ciento
era rural y lo demás urbano), 7.78 por ciento a las clases medias y 1.44 por ciento a las clases altas,
con diferencias enormes entre esta última y las otras.22
Los brotes de violencia campesina fueron frecuentes durante todo el régimen porfirista; en
visperas de la explosión revolucionaria, fueron los campesinos de Morelos, encabezados por Zapata,
quienes con las armas en la mano y la ocupación de las tierras recordaron ese problema esencial. A
éste se sumaron muchos más: el descontento regional contra el centralismo autoritario, las
rivalidades del norte más “americanizado” frente al sur más tradicional, las escasas vías de ascenso y
realización para las clases medias, los efectos de la crisis económica, la cerrazón de una élite
anquilosada y envejecida, aferrada al poder y completamente alejada de la realidad, dividida por

19
Olavarría, Enrique, "Reseña histórica", citada en Valadés, op cit., t.II, p. 78.
20
Valadés, C., op. cit, t,I, p. 405.
21
F.X. Guerra concede un papel fundamental a la educación impartida por el Estado en la transmisión de los valores de la cultura
moderna y nos ofrece un minucioso estudio del proceso educativo durante el porfiriato, época en la que se opera una transferencia
de las responsabilidades educativas de la sociedad al Estado, quien fue asumiendo la dirección y control de la enseñanza; las
reformas educativas que se llevaron a cabo estuvieron marcadas por la influencia de las que había hecho en Francia Jules Ferry.
Véase Guerra Op cit., t. I pp. 394-443.
22
Ver Iturriaga, J., La estructura social de M~xico, México, FCE, 1951.

19
disputas y rivalidades de clanes, enceguecida por la propia enajenación que el poder provoca y, en el
trasfondo, los intereses norteamericanos siempre en acecho y actuando en la sombra.
El Estado consolidado alrededor de Diaz fue muy elogiado en su momento por su apariencia
de estabilidad y progreso, situación que favorecía sin duda al inversionista extranjero y a los
sectores minoritarios, como élites, clases medias, así como ciertos grupos de obreros
industrializados.
La apariencia de prosperidad reforzaba la opinión de que el sistema era bueno, de que requería
un Estado fuerte y autoritario como mal menor pero necesario. La imagen paterna-lista represiva y/o
integradora -nueva versión del despotismo ilustrado virreinal- que respetaba las formas democráticas
y liberales, fue rápidamente propagada por los ideólogos, contribuyendo con eficacia a la
fetichización del “ogro filantrópico”.
La consolidación del Estado porfirista trajo como consecuencia el fortalecimiento de la capa
burocrática, proveniente de los sectores medios; la que aun cuando continuó utIlizando un lenguaje
moderno, en la práctica reforzó sus hábitos tradicionales patrimonialistas, que generaron una
complicada red de dependencias y lealtades o “deslealtades”, como dijo Bulnes, quien analizando
las causas del ocaso de Díaz describió así al régimen:
Un país burócrata es por excelencia un país de desleales. Es un sistema donde el primero de
los grandes negocios es la explotación de los empleos públicos, donde casi todo el mundo está
dispuesto a vender su alma al gobierno [...], donde el patriotismo tiene dos voluntades: devorar al
país y digerir bajezas [...], donde la costumbre más respetable es mentir con el descaro de un
demente obsceno, y donde los cerdos flacos son sacerdotes de idealismos democráticos para cebarse
con rapiña insaciable.23
Si la masa burocrática sólo veía su interés —medrar tranquilamente con el presupuesto y no
perder el empleo—, en su cima la élite dirigente, sin abandonar formalmente el concepto liberal del
Estado, actuó para crear las condiciones que permitierón la implantación del capitalismo externo.
Terció también, bajo el manto de la democracia y la libertad, para controlar ideológica y
políticamente a la sociedad y evitar que surgiera una auténtica sociedad civil participativa; intervino
incluso en el control manipulado del movimiento obrero, aunque muy pronto abandonó esa práctica,
así como había renunciado a las promesas populistas que lo llevaron al poder, en favor de la
represión contra todo intento de manifestación de independencia de este sector.
Instalada ya en el poder, esta élite se congela y se petrifica; las luchas, intrigas y rivalidades
por intereses mezquinos entre sus diferentes grupos, les nubla la vista y les impide ver la realidad
del país, sus carencias, sus problemas, sus demandas. La enajenación del poder marea a Díaz y sus
cortesanos, quienes sólo son capaces de percibir la imagen fetichizada que los espectáculos rituales
del poder les dan de sí mismos, como bien afirma nuevamente Bulnes: “[Porfirio Díaz], perdida toda
proporción de sentimiento, de sensación y aun de realidad misma, termina por tratar de gobernar un
mundo imaginario con seres de carne y hueso.”24
Esta situación no deja de tener algunas analogías con la que existía en vísperas de la
revolución francesa, de acuerdo con la descripción que hace Norbert Elias (lo que, sin embargo, no
debe hacernos olvidar las diferencias que hemos señalado, en particular la de una clase media que no
tiene base económica):
No se puede entender bien la explosión de violencia si exclusivamente se examinan las
coacciones que pesan sobre las capas bajas que finalmente se sublevan; sólo se la puede entender si

23
Bulnes, F., Toda la verdad acerca de la revolución menicana, México, Insurgentes, 1960 (la edición oríginal, en inglés, data de
1916).
24
Ibid,p. 113.

20
se contemplan también las coacciones a las que están sometidas asimismo las capas superiores
contra las cuales se dirige la explosión de violencia.
Y más adelante:
Cuando [...] la fuerza social de los diversos grupos relativamente más débiles que hasta
entonces hablan estado excluidos del acceso al control de los monopolios centrales del Estado, [...]
se hacen socialmente más fuertes en comparación con las capas hasta ahora privilegiadas, entonces
sólo hay, en esencia, tres posibilidades de resolver los problemas que derivan de tal cambio en el
equilibrio del poder. La primera es la admisión institucional de los representantes de los grupos que
se están haciendo socialmente más fuertes [...].La segunda es el intento de mantener en su actual
posición subordinada a los grupos que van adquiriendo mayor importancia, con concesiones, sobre
todo económicas, pero sin darle aceeso a los monopolios centrales. La tercera se basa en la
incapacidad socialmente condicionada de las élites privilegiadas para darse cuenta de que ha
cambiado la situación social y, por consiguiente, las relaciones de poder. En Francia, como más
tarde en Rusia y en China, las élites monopolistas preindustriales del antiguo régimen siguieron este
tercer camino [...] su atención quedaba absorbida por las escaramuzas y combates no violentos que
tenían entre si por el reparto de las oportunidades sociales producidas. Bloqueaba también su
capacidad de darse cuenta de los desarrollos de la sociedad global, que conducían a un incremento
de las oportunidades de poder y de la fuerza social de las capas hasta entonces marginadas, la
petrificación de las élites.25

LA MODERNIDAD PORFIRISTA
Puede afirmarse que el porfirismo, como primera forma que asume la modernidad en México,
presenta las características generales de toda modernización tardía, a saber: proviene
fundamentalmente del exterior y se impone —a través de la integración/desintegración de culturas a
las que domina, destruye o subordina, transforma y utiliza— sirviéndose de diversos medios, entre
ellos: a) la coacción y la violencia, principalmente económica y política; b) la mimesis o imitación
mediante la cual se adoptan ideologías y hábitos culturales en general. En este último caso, juega un
gran papel la seducción que ejerce la modernidad sobre las élites nativas.
El hecho de que la modernidad no sea producto de un desarrollo interno sino que provenga del
exterior, que se imponga, se adopte o imite, le da una configuración diferente.
En el nivel económico observamos en este período el surgimiento de una producción
capitalista, pero no de manera que hubiera permitido la conformación de un mercado nacional
(como sucedió en Europa), sino en forma de enclaves directamente ligados a los intereses del
mercado mundial.
Estas nuevas actividades capitalistas al insertarse en el seno de una sociedad tradicional en
muchos casos no desplaza a las antiguas formas de explotación sino las integra y hace coexistir con
formas de trabajo modernas (podemos ver, como ejemplo, la producción azucarera que incorpora la
actividad de técnicos modernos que trabajan en los ingenios a la de peones acasillados que cultivan
la caña de azúcar).
Con frecuencia la actividad económica moderna destruye a la sociedad tradicional al
despojaría de sus tierras, lo que obliga a sus miembros a emigrar e incorporarse a las nuevas
actividades.
Los nuevos grupos sociales que nacen como resultado de la modernización económica, y que
Guerra nombra “pueblo nuevo”, no son todavía clases en el sentido moderno, adoptan ideologías así

25
Elías, N., La sociedad cortesana, pp. 355 y 358-359.

21
como modelos de vida modernos pero están fuertemente marcados por formas de relación
tradicional a la que los liga un profundo pasado histórico.
En el nivel político observamos igualmente la adopción de ideas y modelos que vienen del
exterior. El uso por parte de las élites de un nuevo discurso (moderno) sirvió para legitimar las
ambiciones de poder del sector que terminó por conquistarlo y que impuso al país el nuevo proyecto
modernizante. Sin que esto quiera decir que la ideología moderna haya sido completamente
asimilada, de esta manera las nociones de ley, democracia, de Estado de derecho, de participación
social si bien están incorporadas al vocabulario, en la práctica tienen una vigencia más bien limitada,
sin que lleguen a incorporarse profundamente en el imaginario y la praxis social; se manifiesta desde
entonces una escisión entre las leyes y la realidad que Guerra denomina “ficción democrática”.
La nueva forma política moderna (Estado liberal) absorbe e integra, sin abandonar el lenguaje
moderno, prácticas tradicionales de poder (patrimonialistas y clientelares).
Hay que añadir que la sociedad tradicional (holista) acepta la contradicción entre el discurso
modernizante y la praxis porque en su historia ha predominado la presencia de un Estado fuerte que
permite sólo una participación social limitada; además, en su imaginario y desde la colonia, la
noción de ley cumplió una función más bien ritual que efectiva. Baste recordar la práctica de
“obedezco pero no cumplo”, que fue la fórmula con la que recibían las autoridades coloniales las
leyes y disposiciones venidas de ultramar. La distancia que mediaba entre la metrópoli y la colonia
había hecho que se dispusiera que el cumplimiento de las leyes se rcahzara hasta donde la prudencia
aconsejaba.26 Esas costumbres legitimaron la infracción de la ley, por lo tanto esta última pasó a
formar parte en cierta manera, del ritual del poder y no de su práctica.
Hay que indicar asimismo, que la modernización política porfirista pareciera inspirada en
aquella surgida durante el régimen de Bonaparte III, que describió magistralmente Maurice Joly. Por
la posible influencia que el bonapartismo pudo tener en la constitución del régimen porfirista y más
tarde, en el posrevolucionario, detengámonos en este texto.
Hemos hecho hincapié en que la burguesía europea instauró su poder reivindicando el derecho
a la participación política y al establecimiento de mecanismos mediante los cuales pudiera expresar
sus demandas y limitar el poder del soberano, tales como el Parlamento y las asambleas
representativas. Luchas que tuvieron como resultado la elaboración de toda una serie de postulados
de participación democrática (formulados teóricamente por el pensamiento poiltico liberal) y que
terminan por instituir una tradición democrática que pasó a formar parte de la práctica social. Sin
embargo, ya en el siglo XIX la propia burguesía empezó a advertir el riesgo que se genera cuando se
ejerce una participación democrática efectiva: el de perder el poder. Por lo tanto, la burguesía se vio
confrontada al problema de conciliar la profunda tradición y participación democráticas con las
exigencias de la práctica capitalista de un gobierno fuerte y autoritario.
De los medios gracias a los cuales puede implantarse un poder despótico manteniendo sin
embargo una apariencia democrática y liberal, en el que la violencia brutal sin desaparecer
desempeña un papel secundario, nos habla Maurice Joly a través de un diálogo ficticio entre
Maquiavelo y Montesquieu, haciendo un análisis crítico de los mecanismos de control y
manipulación que empiezan a practicarse en el periodo bonapartista.27

26
El rey y el Consejo de Indias gobernaban por medio de "reales órdenes" que debían ser "obedocidas" pero no ejecutadas a causa de
subrepción (falta de información por ocultamiento de la verdad) o de obrepeción (información positivamente falsa); de lo cual se
derívaba la fórmula "si nuestra carta contiene algo que pueda portar perjuicio a un tercero, vaya contra la ley, las costumbres o el
derecho, que se obedezca sin ejecutar" (citado en Bravo Ugarte, Historia de México. La Nueva España, México, Jus. 1941, t. II,
p. 119).
27
Joly, Maurice, Dialogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu,
México, Seix Barral, 1981.

22
Lo esencial de esos nuevos procedimientos, de esas nuevas técnicas del poder radica en que
sin cambiar las instituciones políticas (de carácter liberal) se instaure un gobierno despótico que
domine a una sociedad pasiva y dependiente.
“No se trata hoy en día, para gobernar, de cometer violentas iniquidades, de decapitar a los
enemigos, de despojar de sus bienes a nuestros súbditos, de prodigar los suplicios; no, la muerte, el
saqueo y los tormentos físicos sólo pueden desempeñar un papel bastante secundario en la política
interior de los Estados modernos [...]. En nuestros tiempos se trata no tanto de violentar a los
hombres como desarmarlos, menos de combatir sus pasiones políticas que borrarlas, menos de
combatir sus instintos que de burlarlos, no simplemente proscribir sus ideas sino de trastocarlas,
apropiándose de ellas.”28
Para conseguirlo es necesario:
Disminuir, apagar el sentido critico y la conciencia: “debilitar el espíritu público hasta el punto
de desinteresarlo por completo de la idea y los principios con los que hoy se hacen las
revoluciones”.
Fomentar una apariencia democrática, de progreso, justicia, bienestar general: “crear
instituciones ficticias que correspondan a un lenguaje y a ideas igualmente ficticias”.
Confiscar el lenguaje de la oposición y transformarlo en retórica vacía de contenido:
“arrebatar a los partidos la fraseología liberal con que se arman para combatir al gobierno. Es
preciso saturar de ella a los pueblos hasta el cansancio, hasta el hartazgo”.
—Manejar a la opinión pública, “aturdiría, sumiría en la incertidumbre mediante asombrosas
contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de
movimientos diversos, extraviaría insensiblemente en sus propias vias”.29
El fin último y esencial de esas maniobras es arrebatar a la sociedad toda especie de
expresión independiente ideológica y práctica; al mismo tiempo, reforzar al Estado enmascarando el
poder y la violencia bajo una imagen paternalista. Para ello se deberá “aniquilar las fuerzas
colectivas e individuales, desarrollar en forma desmesurada la preponderancia del Estado, convertir
al soberano en protector, promotor, remunerador”.
Muchos son los procedimientos, “los medios de acción” de los que se sirve el Estado para
consumar su objetivo, su “obra oculta”, es decir, afianzar y acrecentar su poder a la vez que debilitar
el de las clases sociales, sometiéndolas y haciéndolas dependientes.
—Es menester recuperar e incorporar al Estado todo aquel que sobresale, intelectuales o
líderes: “el poder [...] debe atraer a su seno todas las fuerzas y todos los talentos de la civilización en
que vive. Deberá rodearse de publicistas, abogados, jurisconsultos, de hombres expertos en tareas
administrativas, de gentes que conozcan a fondo todos los secretos y todos los resortes de la vida
social. “30
Es útil para lograr esas medidas contar con el apoyo popular, que se conquista mediante
hábiles manipulaciones en las que “el arte de la palabra” tendrá un primerisimo lugar, pues se
actuará constantemente en función del “beneficio” del pueblo, del “bienestar público”; y siempre
pensando en este último, se establecerá un vasto sistema de obras públicas, que a la vez que será
fuente de enriquecimiento para los funcionarios que los administren por medio de la especulación y
el soborno, suministrará trabajo al pueblo, el que se acostumbrará a depender del Estado.
Con el fin de conservar el sistema despótico, sin abolir por ello las instituciones liberales que
se fundamentan y legitiman en el derecho constitucional siempre vigente, las técnicas modernas

28
Ibid. pp. 53-54.
29
Ibid. pp. 55.
30
[Ibid. pp. 58.

23
inducen a no destruir directamente estas instituciones (libertad de prensa, sufragio, organización
judicial, órgano legislativo, libertades individuales, etcétera), sino a obrar por “sendas oblicuas,
rodeos, combinaciones hábiles, en lo posible exentas de violencia” y de esta manera, lograr
neutralizar o anular el poder de estas instituciones, así como su independencia crítica, respetando sin
embargo las apariencias. Veamos algunos de estos procedimientos:

USO, CONTROL Y MANIPULACIÓN DE LA INFORMACIÓN.


La prensa tiene un papel fundamental en las sociedades modernas; su desaparición seria “una
imprudencia peligrosa”. Hay que dejarla existir pero usando medios para dirigirla o neutralizarla,
manipulando y controlando a la información y a la opinión e incluso permitiendo una “oposición
ficticia”; o bien implanlando una serie de requisitos que deberán reunir los periódicos para ser
autorizados, así como la instauración de medidas fiscales que sirvan para castigar o premiar,
presiones que favorecerán la autocensura.
Crear periódicos que dependerán de la subvención del gobierno, unos serán abiertamente
oficialistas, otros ejercerán una oposición -aparente- que no atacará jamás “las bases ni los
principios” esenciales del gobierno, limitándose a realizar “una polémica de escaramuzas, una
oposición dinástica dentro de los límites más estrictos”. Por este medio, a la vez que se obtiene una
apariencia de libertad, se dirige y se manipula a la opinión. Nadie podrá decir entonces que no
existen libertad de prensa y de expresión: “el resultado, ya considerable por cierto, consistirá en
hacer decir a la gran mayoría: no ves acaso que bajo este régimen uno es libre, uno puede hablar;
que se le ataca injustamente, pues en lugar de reprimir como bien podría hacerlo, aguanta y
tolera”.31
EL SUFRAGIO. Es una conquista de los tiempos modernos que si se ejerciera libremente
podría minar las bases del dominio al servir de instrumento a la oposición; se trata entonces, no de
impedirlo, sino de que se realice de tal manera que, en lugar de destruir, consolide al poder. Entre las
medidas pertinentes para realizar esto, pueden mencionarse las siguientes:
a) los candidatos, aun los de oposición, deberán comprometerse con el gobierno, hacer un
juramento de fidelidad y el que no lo acepte no será electo; b) los agentes del gobierno se
consagrarán a hacer triunfar a los candidatos oficiales; c) se prohibirán reuniones de la oposición,
pero no las de los candidatos oficiales; d) los centros para votar se organizarán de tal modo que se
eviten los contactos que pudieran consolidar una oposición, y con el mismo fin se arreglarán las
circunscripciones electorales; e) se sustituirán las boletas de votación, pero este medio “debe
utilizarse con la mayor prudencia”; f) se prometerán obras a las comunidades que se muestren
favorables y, a la inversa, no se hará nada en las regiones hostiles; g) el parlamento estará siempre
organizado de manera que los diputados oficiales formen una mayoría compacta y sean dirigidos por
un presidente digno de confianza.32
EL PARLAMENTO. El sistema parlamentario, a pesar de todo, podría amenazar la
estabilidad, frenar al gobierno, paralizar sus acciones. Por eso, hay necesidad de despojarlo de toda
independencia política: a) la iniciativa de las leyes dependerá dcl ejecutivo; b) la asamblea
legislativa conservará sólo el derecho de aceptarlas o rechazarlas; c) para neutralizar el poder de
dichas asambleas, habrá que controlar el número de representantes, aumentarlos o reducirlos según
convenga, a fin de tener siempre una mayoría absoluta e incondicional; el nombramiento de los
presidentes que dirigen las sesiones dependerá del ejecutivo; no habrá sesiones permanentes, se

31
Ibid. pp. 109-112.
32
Ibid. pp. 141-147.

24
restringirán sólo a algunos meses; d) se abolirá la gratuidad del mandato legislativo, la recepción de
un emolumento servirá para incorporar al diputado en el Estado.33
El régimen que describe M. Joly y al que denomina despotismo moderno —que no es
democrático pero tampoco una dictadura brutal— tiene mucho parecido al que se implantó durante
el porfirismo (así como al posrevolucionario) y que algunos intelectuales calificaron como “tiranía
honrada” (Francisco Cosmes), “dictadura democrática” (Emilio Rabasa), “buena dictadura”
(Francisco Bulnes), “dictablanda” (Daniel Cosio Villegas).
Podemos concluir entonces que el Estado porfirista adopta formas modernas como las que
describe Maurice Joly y que denomina despotismo moderno, a las que integra prácticas tradicionales
(patrimonialistas y clientelares). Esta situación se prolonga en el Estado posrevolucionario.

HISTORIA DE MÉXICO II.

PRIMERA UNIDAD

1.2. DE LA EXPANSION CAPITALISTA A LA CRISIS:


GILLY Adolfo. La revolución interrumpida. pág. 15-63 (Ed.Corregida y aumentada, 1994)

El desarrollo capitalista
Mucho más que cualquier otro país de América Latina, México logró su independencia de
España a través de una guerra de masas cuyas figuras máximas, los curas Miguel Hidalgo y José
María Morelos, eran a la vez representantes del ala jacobina de la revolución. Pero como en los
demás países latinoamericanos, la Independencia no la consumó y la inicial organización del país
independiente no la hizo el ala jacobina, sino las tendencias conservadoras que eliminaron a ésta en
el curso de la lucha y a favor del descenso de la intervención de las masas.
México sufrió en tierra propia el embate de la expansión inicial del capitalismo
norteamericano. En 1847, Estados Unidos invadió el país y se apoderó de la mitad de su territorio
(en un movimiento comenzado años antes con la guerra de Texas), unos dos millones de kilómetros
cuadrados que hoy constituyen los estados de Texas, Nevada, Utah, Colorado, Nuevo México,
Arizona y Califorñia. Cuando aún el capitalismo inglés ascendía en su dominación sobre el mundo y
sobre América Latina en particular, el joven capitalismo norteamericano conquistó su espacio vital
interno arrebatando tierras mexicanas al estilo de las antiguas guerras de conquista. El despojo fue
legalizado por el Tratado de Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848.
Pasaron casi diez años antes de que, de ese desgarramiento que hasta hoy marca la memoria
mexicana, surgieran las fuerzas y la conciencia nacional que iban a organizar las bases del México
moderno. Su centro fue la figura de Benito Juárez y el grupo de políticos liberales que lo rodeaba, su
sustento social sectores de una burguesía emergente que buscaba una nueva inserción en el comercio
mundial y una reorganización del mercado y del espacio internos mexicanos.
En 1855 la revolución de Ayutla llevó al Partido Liberal al poder. Su programa se proponía
abrir paso a la organización del desarrollo capitalista del país. Para ello, era necesario suprimir las
trabas jurídicas a la generalización de las relaciones capitalistas y a la ampliación del mercado,
comenzando por el mercado capitalista de las tierras. Los liberales dictaron en 1856 la ley de
desamortización, que prohibió que las corporaciones religiosas y civiles poseyeran bienes raíces

33
Ibid. pp. 84.

25
(fuera de los indispensables para sus funciones) y dispuso que esas propiedades fueran vendidas a
sus arrendatarios, calculando su valor por la renta al 6% anual, o en caso de que éstos no las
compraran, a quienquiera hiciera la denuncia de esos bienes. La ley pretendía crear una clase de
pequeños propietarios agrarios, pues iba dirigida no sólo a poner en circulación en el mercado las
tierras del clero sino también las de las comunidades indígenas, liquidando la antigua estructura de
la propiedad comunal.
Los principios liberales de la Reforma fueron confirmados en la Constitución de 18573 Eran
los inicios de los años en que en toda América Latina, con las peculiaridades propias dictadas por el
desarrollo anterior de cada país y por su incipiente inserción en el nuevo mercado mundial, iban a
echarse los fundamentos jurídicos de la organización nacional burguesa, generalmente mucho más
avanzados en los principios que la madurez real de las fuerzas sociales y del desarrollo económico y
cultural de la nación que pretendían organizar.4 En ese sentido, también los principios jurídicos de la
Constitución de 1857 eran, en cierto modo, los de un país todavía imaginado, un sueño al cual la
realidad no correspondía pero debería algún día corresponder, una utopía liberal que encendía y
guiaba la imaginación de sus autores pero no se encarnaba sino parcialmente en sus métodos y en
sus relaciones con el país real.
El clero y los grandes latifundistas agrupados en el Partido Conservador se sublevaron contra
las leyes de Reforma. Tuvieron el apoyo ideológico del papa Pío IX, que declaró “nulas y sin valor”
tanto las leyes como la Constitución mexicana. La guerra de Reforma, iniciada entonces y
continuada en la guerra contra la intervención francesa, duró hasta 1867. El triunfo de los liberales
abrió el camino al México capitalista. El país la entonces, en sus dos millones de kilómetros
cuadrados, entre ocho nueve millones de habitantes.
En 1862 y 1863 los conservadores habían recibido el apoyo de las tropas invasoras francesas,
que llevaron al trono como emperador de México a Maximiliano de Habsburgo. Como es bien
sabido, la aventura imperial de Napoleón III en México (contra la cual Estados Unidos, velando por
sus propios intereses, dio apoyo a los liberales mexicanos) terminó con el retiro de los ejércitos
franceses y el fusilamiento de Maxímiliano junto con los dos generales mexicanos que dirigían sus
tropas, Miramón y Mejía, en junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, alturas de Querétaro.
Como en todas las luchas del periodo de ascenso burgués, también la incipiente burguesía
mexicana tuvo que movilizar el apoyo de la población y recurrir a los métodos jacobinos para barrer
las instituciones y estructuras heredadas de la Colonia que impedían su desarrollo. Marx definía al
jacobinismo como el modo plebeyo de arreglo de cuentas con los enemigos feudales de la burguesía.
La tendencia juarista, en su lucha contra el clero, los terratenientes y la invasión francesa,. se apoyó
en una guerra de masas y en su curso dictó medidas aún más drásticas, como la nacionalización de
los bienes de la Iglesia en 1859. Ésta disponía la separación completa de la Iglesia y del Estado, la
secularización de todas las órdenes religiosas, la supresión de las congregaciones religiosas y la
nacionalización de las propiedades rústicas y urbanas del clero. La radicalidad del liberalismo
juarista ha marcado desde entonces profundamente la estructura formal de la juridicidad mexicana,
en una peculiar simbiosis con la persistencia profunda de la religiosidad popular. Ha marcado
también el pensamiento (a veces sin que ellas alcancen a reconocerlo) de todas las corrientes de
izquierda mexicanas que han tenido arraigo en la realidad nacional.
Pero el principal resultado de las leyes de Reforma no fue el surgimiento de una nueva clase
de pequeños agricultores propietarios, que no puede ser creada por ley, sino una nueva
concentración latifundista de la propiedad agraria. Aquéllas no sólo se aplicaron a las propiedades
de la Iglesia. Las tierras de las comunidades agrarianas indigenas fueron fraccionadas en los años
siguientes en aplicación de esas leyes y se, dividieron en pequeñas parcelas adjudicadas a cada
campesino indio. Estas no tardaron en ser adquiridas a precios irrisorios o arrebatadas directamente

26
por los grandes latifundios vecinos. Durante decenios los latifundios crecieron devorando las tierras
comunales de los pueblos indios, particularmente en la región central, la más poblada de México, y
convirtiendo a los campesinos de las comunidades en peones de los terratenientes.
Un camino diferente siguió la formación de los latifundios en el norte de México, región poco
poblada y marginal en el desarrollo colonial, sin población indígena sedentaria y con vastas, áridas y
montañosas extensiones de tierras donde las tribus nómadas de indios resistieron a los colonos
blancos y mestizos, particularmente en Sonora y Chihuahua, hasta mitad de los años ochenta del
siglo xix. Allí las tierras fueron conquistadas y conservadas en lucha constante con los apaches y se
constituyó, junto a grandes latifundios como los de Luis Terrazas en Chihuahua (que llegó a reunir
unos dos millones de hectáreas), un conjunto de propiedades medianas y relativamente pequeñas -
ranchos y pequeñas haciendas-sobre las cuales surgió, aquí si, una clase media rural. (No hay que
olvidar, sin embargo, que en 1870 los estados norteños de Sonora, Sinaloa y Baja California tenían
sólo el 3% (le la población total del país.)
De este modo se fueron extendiendo las relaciones capitalistas en el campo mexicano durante
toda la época de Poríirio Díaz, cuyo mandato se inició en 1876 y duró, con sucesivas reelecciones,
hasta el estallido de la revolución de 1910: siete lustros en total. Tuvo un solo cuatrienio de
errupción -1880-1884- en que cedió el gobierno a un hombre de su confianza, el general Manuel
González, su compadre.
En ese periodo se dictaron las leyes de colonización, bajo las cuales se formaron las llamadas
“compañías deslindadoras”, que debían delimitar tierras baldías y traer colonos extranjeros para que
las trabajaran, dando ellas con el tercio de esas tierras como pago de su trabajo. as compañías,
pertenecientes a una pequeña oligarquía ligada al gobierno, deslindaron hasta 1906 cerca de 49
millones de hectáreas, es decir, la cuarta parte del territorio del país.
En realidad no había tal cantidad de tierras baldías: las compañías fue-una de las formas del
despojo violento de tierras a los campesinos ios, a los pueblos y comunidades campesinos. Los
inmensos latifundios de la región central incluían poblados enteros en su territorio, cuyos habitantes
automáticamente eran considerados trabajadores o peones de la hacienda. En el norte, los poblados
de agricultores y colonos, imbuidos de una fuerte tradición de autonomía municipal y regional con
respecto al lejano gobierno central del país, comenzaron a entrar en conflicto con el proceso de
extensión de las haciendas después del fin de las guerras apaches en 1885 y especialmente en los
últimos años del siglo XIX y los primeros del XX.
El objetivo de esta gigantesca operación de despojo de tierras -que aparecia continuando, bajo
formas y con fines diferentes, los despojos de la época colonial no era solamente constituir grandes
propiedades agrarias -sino también disponer de jornaleros libres, carentes de toda propiedad fuera de
su fuerza de trabajo. El capitalismo, para abrirse paso en el centro de México, necesitaba liquidar las
tierras comunales, así como en los ricos valles sonorenses del Yaqui y del Mayo necesitaba arrebatar
sus fértiles tierras a las tribus indias e incorporar a sus hombres como fuerza de trabajo en las
propiedades constituidas a sus expensas.
Similar despojo violento de las tierras comunales, en condiciones diferentes, había hecho el
capitalismo en sus comienzos en Inglaterra, en España, en Alemania. Como había ocurrido entonces
en estos países, tampoco en México los campesinos cedieron sus tierras en paz. Los pueblos indios,
aferrándose a su tradición, a su organización comunal y, cuando los poseían, a los títulos virreinales
que la reconocían, resistieron, organizaron revueltas, fueron masacrados, volvieron sobre sus tierras
para volver a ser rechazados a las montañas. Nacieron bandidos “justicieros” y leyendas campesinas:
todavía hoy la cruz que recuerda la muerte de Heraclio Bernal, el Rayo de Sinaloa, en las afueras de
la capital del estado de Sinaloa, tiene todos los días flores frescas. La moderna propiedad agraria

27
latifundista, forma de la penetración capitalista en el campo mexicano, tuvo que avanzar en
constante guerra con los pueblos.
Así como para liquidar las estructuras feudalés de la propiedad eclesiástica los liberales
tuvieron que emplear las formas y los métodos plebeyos del jacobinismo, después, para liquidar la
propiedad comunal, tuvieron que acudir, contra los campesinos, a métodos violentos de apropiación
y despojo; es decir, a los métodos bárbaros de la acumulación originaria capitalista en todas partes.
Este proceso combinó las relaciones de producción capitalistas con formas y relaciones
precapitalistas de dependencia de los peones hacia la hacienda; con el dominio local y regional de
hacendados y caciques como señores de horca y cuchillo; con la subsistencia de formas de
producción precapitalistas como las comunidades agrarias indias que resistieron hasta el fin; y hasta
con formas esclavistas de explotación de la mano de obra como las existentes en plantaciones de
henequén en Yucatán o en las plantaciones de tabaco del Valle Nacional, en Oaxaca, donde los
indios yaquis y~de otras tribus, despojados de sus tierras en Sonora luego de dura resistencia
armada, eran enviados por familias y pueblos enteros -mezclados con otros deportados, como
pequeños delincuentes comunes, vagos y desocupados, descontentos políticos y hasta enganchados
contratados con las promesas de altos salarios durante una borrachera -a trabajar como esclavos y a
morir de agotamiento, inanición y fiebres.
Pero a diferencia de la etapa inicial de formación del capitalismo en Europa, este proceso
ácelerado de acumulación en México a expensas de las formas económicas precapitalistas se
combinó con el periodo de expansión mundial del capitalismo. En ese sentido, sus rasgos se
asemejan, en algunos casos, a los del despojo de los indios norteamericanos; y en otros a las guerras
coloniales de los países imperialistas: pero en una guerra colonial llevada por el gobierno de los
terratenientes y la burguesía mexicanos en su propio país y contra su propio pueblo.
Eso fue la guerra del yaqui, en los decenios del setenta y del ochenta del siglo XIX, en la cual
ejército y colonos blancos armados arrebataron a la tribu el valle del río Yaqui, una de las zonas de
mejores tierras del estado de Sonora, mediante una guerra de exterminio. Los yaquis, encabezados
por su cacique José María Leyva, Cajeme, y a la muerte de éste por Tetabiate, se defendieron en una
lucha heroica y sin esperanzas, como todas las antiguas guerras de los pueblos agrarios contra la
penetración violenta y sangrienta del capitalismo. Les arrebataron el valle para entregarlo a
terratenientes y empresarios agrícolas mexicanos y norteamericanos magníficas tierras para el
cultivo del algodón, del azúcar y de otros productos de exportación- , mientras los hombres, mujeres
y niños que no pudieron huir a mantener una resistencia de decenios en las zonas áridas de las
montañas (o no se pacificaron como peones y fuerza le trabajo de las nuevas haciendas) fueron
deportados por familias enteras a perecer en las plantaciones del Valle Nacional o de Yucatán.
El ejército federal llevó una guerra similar contra los mayas de Yucatán, para arrebatarles sus
tierras y extender las grandes plantaciones de henequén, importante producto de exportación por ese
entonces. Muchos mayas desalojados de sus tierras fueron embarcados y deportados como
trabajadores esclavos a Cuba, para las plantaciones azucareras. Ese fue el “nacionalismo” inicial de
la burguesía mexicana.”
Esta apropiación y despojo de territorios inmensos resultó en una gigantesca operación de
transferencia de la propiedad o de la posesión de las tierras en todo el país. Ella se realizó a través de
una multitud de pequeñas guerras locales de las haciendas contra los pueblos, apoyadas por los
cuerpos represivos del Estado o por sus propias guardias privadas contra la resistencia tenaz de los
campesinos, que defendían unas veces la tierra y otras las aguas poderoso instrumento de
dominación una vez puestas bajo el control del terrateniente.
Las fuerzas de represión que condujeron estas acciones fueron por un lado el ejército federal -
la “federación”, como aún llaman los campesinos al ejército- y por el otro la policía rural o Guardia

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Rural al servicio de los terratenientes y de los caciques o jefes políticos locales. La incorporación al
ejército o al contingente destinado al ejército -la leva- era en si misma un método más de represión,
principalmente en las ciudades, pues los incorporados iban a desaparecer o morir en las campañas de
“pacificación”, y la pena para quien fuera calificado de “agitador” era ser incorporado a la leva.
Los guardias rurales fueron integrados con gente de confianza de los terratenientes, a cuyas
órdenes estaban de hecho, y en buena parte con antiguos bandoleros -muchas veces campesinos sin
tierra forzados a convertirse en bandidos- a los cuales el régimen de Díaz ofreció plazas en la
Guardia Rural, absorbiéndolos en el aparato represivo y suprimiendo del mismo golpe una buena
parte del bandolerismo que hacía azaroso el tránsito por los caminos mextcanos. De este modo,
como siempre, las fuerzas utilizadas contra los campesinos fueron los mismos campesinos
incorporados por las buenas o por las malas a los cuerpos de represión.
Esta guerra interior, apoyada jurídicamente en las leyes liberales de la época juarista y
materialmente en el instrumento que al mismo tiempo las cumplía y las negaba, las fuerzas armadas
del porfiriato, fue respondida con constantes alzamientos campesinos, algunos de los cuales
levantaron como bandera utopías socialistas.
El más conocido de ellos fue la rebelión de Julio Chávez López en Chalco, estado de México.
Allí el socialista utópico griego Plotino Rhodakanaty, llegado al país en 1861 con la convicción de
que México era la tierra para promover las comunas agrícolas donde se materializarían sus ideas,
había fundado en 1865 la Escuela del Rayo y del Socialismo, a la cual se sumó luego el anarquista
Francisco Zalacosta. Esas ideas, como las de tantos otros ideólogos del campesinado mexicano, eran
afines a las de los populistas revolucionarios en Rusia, donde ya en 1861 Alexandr Herzen había
unido las dos grandes palabras de la revolución agraria, Tierra y Libertad. Chávez López, su
discípulo en esos años, se sublevó a principios de 1868 y con un grupo de campesinos, que pronto
sobrepasaron el millar, comenzó a invadir haciendas en Texcoco, San Martín Texmelucan, TIalpan y
el estado de Morelos.
El gobierno desató una represión que abarcó al campesinado de la zona y se llegó a resolver la
deportación a Yucatán de pueblos enteros, como Chicoloapan, acusados de colaborar con los
rebeldes. A principios de 1869, habiendo logrado eludir esta represión, Chávez López escribía desde
Puebla a Zalacosta: “He llegado hasta acá. Hay mucho descontento entre los hermanos porque todos
los generales quieren apoderarse de sus tierras. ¿Qué le parecería a usted que hiciéramos la
Revolución Socialista?” La prensa de la capital reclamaba entretanto la intensificación de la
represión, informando que los insurrectos recorrían los campos “proclamando guerra a los ricos y
reparto de tierras de las haciendas entre los indígenas”.
El 20 de abril de 1869 Julio Chávez López, resuelto a dar una bandera programática a su
movimiento -que había continuado creciendo- lanzó en Chalco su Manifiesto a todos los oprimidos
y los pobres de México y del universo. El caudillo campesino estaba desde luego influido por la
ideología fourierista de Rhodakanaty (cuyo pacifismo lo había alejado de estos conflictos), pero su
método combinaba la acción directa de origen anarquista de Zalacosta con la más antigua tradición
campesina frente a la opresión: el levantamiento armado.
El Manifiesto denunciaba la explotación de los campesinos por los hacendados, el gobierno y
la Iglesia, el despojo de las tierras de los pueblos por las haciendas -lo que cuarenta años después, en
la misma región, sería bandera de la revolución zapatista-, el robo en las tiendas de raya, la
esclavitud de las deudas trasmitidas de padres a hijos, los jornales miserables, y lanzaba el mismo
grito que casi un siglo antes habían lanzado Tupac Amaru en Perú y Tupaj Catan en Bolivia: los
hacendados, “los que nos piden resignación”, son también “los que con toda paciencia nos han
explotado: han comido opíparamente del sudor de nuestra frente”.
El Man/fiesto resumía en estos párrafos los objetivos del movimiento:

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Hermanos nuestros:
Queremos el socialismo, que es la forma más perfecta de convivencia social; que es la filosfía
de la verdad y de la justicia, que se encierra en esa tríada inconmovible: Libertad, Igualdad y
Fraternidad.
Queremos destruir radicalmente el vicioso estado actual de explotación, que condena a unos a
ser pobres y a otros a disfrutar de las riquezas y del bienestar; que hace a unos miserables a pesar de
que trabajan con todas sus energías y a otros les proporciona la felicidad en plena holganza.
Queremos la tierra para sembrar en ella pacíficamente y recoger tranquilamente, quitando
desde luego el sistema de explotación; dando libertad a todos, para que siembren en el lugar que más
les acomode, sin tener que pagar tributo alguno; dando libertad para reunirse en la forma que más
crean conveniente, formando grandes o pequeñas sociedades agrícolas que se vigilen en defensa
común, sin necesidad de un grupo de hombres que les ordene y castigue.
Queremos abolir todo lo que sea señal de tiranía entre los mismos hombres viviendo en
sociedades de fraternidad y mutualismo y estableciendo la República Universal de la Armonía.
¡Pueblo mexicano! Este es nuestro plan sencillo, que haremos triunfar en alguna forma y en
pos del verdadero triunfo de la libertad. Seremos perseguidos, tal vez acribillados: ¡no importa!,
citando en nuestro pecho laten esperanzas. Qué más tenemos en nuestra vida sino morir antes que
seguir perpetuando el agobio de la miseria y de los padecimientos. Se nos desprecia como liberales,
se nos mancilla como socialistas y se nos condena como hombres. Es indispensable salvar el
momento y levantar nuestros esfuerzos en torno de esa sacrosanta bandera de la revolución
socialista, que dice desde lo más alto de la República: Abolición del gobierno y de la explotación.
Alcemos nuestra cara buscando con serenidad nuestra salvación, que radica en nosotros mismos.
Poco después de publicar su manifiesto, Chávez López fue apresado por las tropas del
gobierno, pero logró escapar ayudado por los campesinos. Continuó su campaña atacando
haciendas, ocupando pueblos, quemando los archivos municipales y recolectando armas y dinero.
Finalmente, las tropas federales del general Ramón Cuéllar, que habían asolado los pueblos de la
región donde encontraba apoyo la revuelta, lograron sorprender a Chávez López, apresarlo y
dispersar a sus gentes. El caudillo campesino fue conducido a Chalco y fusilado el 10 de septiembre
de 1869, por orden del gobierno de Juárez, en el patio de la Escuela del Rayo y del Socialismo.
Francisco Zarco comentó este asesinato legal con argumentos que un siglo después -¡1968!-
otros periodistas menos famosos que él seguirían usando para justificar la represión contra los
revolucionarios:
Julio Chávez López ha terminado su carrera en el patíbulo. Invocaba principios comunistas y
era simplemente reo de delitos comúnes. La destrucción de su gavilla afianza la seguridad de las
propiedades en otros muchos distritos del estado de México. En este estado, como en otros muchos
de la República, tiempo vendrá en que sea preciso ocuparse de la cuestión de la propiedad territorial;
pero esto por medidas legislativas dictadas con estudio, con calma y serenidad, y no por medios
violentos y revolucionarios.
Benito Juárez, como lo haría después Porfirio Díaz, reprimió implacablemente éste y todos los
alzamientos campesinos. También en el interior de México el capitalismo penetró “chorreando de
arriba abajo sangre y mierda por todos sus poros”, por medio de la violencia, los asesinatos, el robo,
la rapiña, el engaño y las masacres permanentes.
Pero éste era su proceso normal de desarrollo en México en las condiciones de la vigorosa
expansión mundial del capital entre 1870 y 1910. Puede así decirse que el primer impacto del
capitalismo moderno sobre México fue la pérdida de la mitad del territorio nacional, objeto de la
expansión de Estados Unidos. El siguiente fue la extensión interior de las relaciones capitalistas
durante el porfiriato, es decir, la separación de los productores de sus medios de producción y en

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consecuencia la pérdida del resto del territorio mexicano para sus antiguos poseedores, los
campesinos indios. Esas tierras se concentraron en manos de un puñado de propietarios nacionales y
extranjeros a través de métodos de rapiña que en nada difieren de los descritos en 1912 por Rosa
Luxemburgo al analizar las guerras coloniales en La acumulación del capital.
Esta guerra de las armas era, sin embargo, sólo la ola visible en la superficie de una marea de
fondo más poderosa y arrasadora que la acción de cualquier ejército: la guerra de las mercancías, la
penetración de las relaciones mercantiles en la economía mexicana a partir de la aceleración de la
extensión mundial del capitalismo central y su ingreso en la era del imperialismo. Este proceso
reconoce ciclos de expansión, especie de pulsaciones del capital central a través de ondas a las
cuales corresponden más o menos ajustadamente las transformaciones en los paises
latinoamericanos y en México.
De este modo, durante el porfiriato el proceso de separación de los productores con respecto a
sus medios de producción, el paso a una regulación generalizada de la fuerza de trabajo y de la
extracción del producto excedente (plusproducto) a través de relaciones mercantiles (salariales), va a
operarse también mediante las formas múltiples de ruina y desaparición de los pequeños
productores-propietarios, agrarios o urbanos (artesanos), y de la consiguiente concentración de la
propiedad sin violencia armada aparente. Este aspecto aparece oscurecido en los historiadores de la
escuela liberal herederos del pensamiento positivista, que resaltan por el contrario aquellos aspectos
de despojo y expoliación con los cuales se ha escrito la “historia negra” del porfirismo.
En realidad, el tránsito del periodo juarista de la Reforma y la República Restaurada al periodo
porfiriano, particularmente a partir de la afirmación en el poder de Porfirio Díaz y sus sucesivas
reelecciones después del interregno de Manuel González (1880-1884), coincide con bastante
precisión con el tránsito en el mercado mundial del capitalismo de libre competencia a la era del
imperialismo.
La Nueva España, cuyas riquezas habían sido uno de los factores determinantes en la
conformación del primer mercado mundial en el siglo xv’ bajo el impulso del capital mercantil,
vivió con las guerras de Independencia una ruptura generalizada del equilibrio económico alcanzado
a fines de la Colonia y de su modo de inserción en el mercado mundial, ya sacudido a inicios del
siglo XIX por la penetración irresistible de mercandas, especialmente británicas, a través del
contrabando. Siguieron los primeros decenios de vida independiente hasta pasada la mitad del siglo,
conocidos en México como en otros países de América Latina como el “periodo de la anarquía” y
caracterizados por la quiebra del poder central (mantenido sólo formalmente) y su fragmentación en
formas feudales, el predominio de los caudillos militares regionales, el repliegue de la economía
sobre los ámbitos locales y en parte sobre la autarquía y el autoconsumo, el estancamiento o el muy
aleatorio desarrollo del comercio, la dificil formación y lento ascenso, a partir (le los años cuarenta
aproximadamente, de una burguesía comercial y de sus representantes políticos urbanos.
Esos años, en que estos países parecen vivir un lento proceso de crecimiento autónomo y de
limitada pero progresiva acumulación interior de capital, son aquellos en que el capitalismo de libre
competencia está conquistando su espacio en los paises centrales. Su símbolo es la extensión de la
red de ferrocarriles en Europa y poco después en Estados Unidos. Su impacto político geográfico
significa para México, ya lo hemos visto, la pérdida por invasión y despojo de la mitad de su
territorio original.
En ese periodo, que se prolonga aproximadamente hasta los años sesenta del siglo XIX, la
producción directa de plusvalor por la gran industria se limita casi exclusivamente a Europa
occidental y Estados Unidos. No existe suficiente capital para exportar, aunque ya han comenzado
algunas limitadas inversiones fuera del ámbito de los países centrales. El proceso de acumulación
originaria sigue dominando la lógica de la acumulación de capital en los países periféricos y

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destruyendo sólo muy gradualmente la intrincada red de la producción artesanal urbana y
campesina. Los medios de comunicación son todavía insuficientes a escala mundial (y mucho más
en los países menos desarrollados) debido al rezago de la revolución industrial en la industria del
transporte con respecto a sus progresos en la industria manufacturera.
México vive en los años cincuenta y sesenta su proceso de organización nacional bajo la égida
de la burguesía juarista. El Estado crea las condiciones jurídico-políticas (leyes de Reforma,
Constitución de 1857, fortalecimiento del poder central pasando incluso por encima del federalismo
constitucional) para el desarrollo capitalista y la consolidación nacional de su propio mercado
interior. Las ideas liberales son el reflejo político de estas condiciones de desarrollo, mientras en los
conservadores encarna en líneas generales la tenaz resistencia de las clases agrarias (y sus clientes)
en las viejas formas de producción.
Sobre este proceso comienza a hacerse sentir, a partir de los años setenta, la nueva expansión
del capital central que ya ha conquistado y consolidado sus ámbitos europeos con la unificación
nacional de Alemania y de Italia, y su espacio norteamericano con la guerra de Secesión. Esta
expansión alcanza su pleno impacto en México a partir de la década del ochenta. Su heraldo más
aparente es la vertiginosa extensión de la red fenoviana entre 1881 y 1884, que luego de haber
crecido de 666 kilómetros en 1876 hasta 1 080 kilómetros en 1880, salta a 5 891 kilómetros en 1884
(para luego mantener un ritmo de crecimiento no tan intenso pero fuertemente sostenido hasta los
veinte mil kilómetros circa 1910).
El mundo entraba en la era del imperialismo, que determinaría en adelante la forma de
inserción del país en el nuevo mercado mundial y en el proceso de acumulación a escala igualmente
mundial, así como las nuevas formas de explotación del trabajo: hacienda porfiriana moderna y
economía de plantación, desarrollo industrial en ciertas ramas (ferrocarriles, textiles, alimentación,
luego electricidad), nuevo auge y modernización de la industria minera, ruina del artesanado y del
pequeño productor campesino, proletarización y pauperización con la presencia permanente de un
fuerte ejército industrial de reserva (con la consiguiente y persistente determinación a la baja del
salario en México).
Así, la historia del México porfiriano es, en esencia, la historia del proceso de conformación y
desarrollo impetuoso del capitalismo nacional en las condiciones de la expansión mundial del capital
en la era de ascenso del imperialismo; y, en consecuencia, la historia de la acumulación de las
contradicciones que condujeron a la formación social mexicana al estallido revoluctonario de 1910.
Dicho en términos más abstractos, es la historia del prolongado equilibrio dinámico que transcurre
entre dos revoluciones: una, la Reforma, que le da origen y engendra las condiciones de su
existencia, crecimiento y expansión; la otra, la Revolución Mexicana, engendrada por la crisis en
que desembocan y buscan resolverse las contradicciones inherentes a ese proceso.
El verdadero tesoro que los conquistadores españoles encontraron en lo que luego sería el
territorio mexicano fue, como es bien sabido, la fuerza de trabajo educada y disciplinada en las
sociedades despótico-tributarias prehispánicas, la innumerable masa de los constructores de las
pirámides y los canales de riego, los que en Mesoamérica habían edificado “la Tebas de las siete
puertas” y habían reconstruido “Babilonia, varias veces destruida”, según diría Bertolt Brecht.
A partir de esa masa, la economía mexicana, de la Colonia a la República, puede concebirse
como la sucesión de las formas de organización de esa fuerza de trabajo por las clases dominantes
para la extracción del producto excedente, sucesión en la cual se van transformando tanto el sistema
de dominación como la fuerza de trabajo misma. La encomienda constituye la fase inicial y
transitoria que articula directamente, a través de los conquistadores, al imperio español (y a través de
él al capitalismo incipiente de Europa occidental) con las comunidades agrarias indígenas, anterior
base de sustento y de producción de excedente para las castas dominantes de los regímenes

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despótico-tributarios arrasados por la conquista. Esta articulación directa, como un engranaje que
pretendiera combinar los dientes de una gran rueda de hierro con una frágil rueda de madera,
provoca en el transcurso de algo más de un siglo una de las mayores catástrofes de la historia: la
desaparición por exceso de trabajo, enfermedades, hambre y destrucción sistemática del equilibrio
de sus antiguas condiciones de existencia, intercambio con la naturaleza y reproducción, de
alrededor de un 90% de la población indígena encontrada por los españoles a su llegada. Sus huesos,
sus múscu1os, sus nervios, sus pensamientos, sus dioses y sus vidas se habían trasmutado, casi
literalmente, en la masa de metales preciosos que, pasando por España, aceleraron fantásticamente el
impulso inicial con que el capitalismo europeo estaba entrando al mundo.
Utilizada por los españoles como mano de obra gratuita, a través del tributo en trabajo, para
construir ciudades, palacios y templos, la fuerza de trabajo indígena continuaba reproduciéndose en
la comunidad agraria y era ésta la que, fundamentalmente, proveía de productos alimenticios y de
servicios domésticos a las clases dominantes, españoles y restos asimilados de la nobleza indígena.
Pero era sobre todo en la explotación de las minas, fundamento y motor de toda la empresa colonial,
donde esa mano de obra era exclusiva e indispensable. El sistema de encomienda, al mismo tiempo
que aseguraba su utilización forzada en todas esas tareas, no ponía límites a su explotación y
devoraba sus vidas con la misma rapidez e intensidad con que las galerías de las minas iban
devorando maderas y bosques enteros en las regiones mineras. Sumadas las enfermedades a la
superexplotación, pronto la caída vertical de la mano de obra obligó a suspender las grandes
construcciones, a buscar un régimen de abastecimiento de alimentos que no proviniera del solo
aporte de la comunidad indígena y a reorganizar el suministro de fuerza de trabajo y de materiales y
provisiones a las minas.
Es en este proceso donde se constituye el sistema de hacienda, que será durante dos siglos y
medio, a través de sucesivas transformaciones, el centro de gravedad de la economía mexicana; o, en
otras palabras, el principal instrumento de regulación para la utilización de la fuerza de trabajo y la
extracción y acumulación del producto excedente, incluso del producido en las comunidades
indígenas subsistentes, del mismo modo como la industria extractiva continuará siendo el principal
canal para la transferencia al exterior de una parte sustancial de ese plusproducto. Este papel explica
la indiscutible vitalidad de la hacienda como unidad económica y, por un largo periodo, su
funcionalidad para la reproducción y la estabilidad del sistema.
La hacienda vino a introducir el engranaje intermedio indispensable para evitar que la veloz y
dura rueda dentada de hierro constituida por la minería, las exigencias del mercado mundial
capitalista en formación y la constitución de una rica clase dominante en las ciudades coloniales,
continuara destruyendo los dientes de la rudimentaria y lenta rueda de madera de la comunidad
indígena, principal centro de reproducción de la fuerza de trabajo y de extracción del producto
excedente, en trabajo o en productos. La hacienda, institución agraria española transformada en su
adaptación a la Colonia, se difunde desde el siglo XVII y se consolida en el siglo XVIII, como el
elemento central que regula el uso de la fuerza de trabajo y termina con su despilfarro y consiguiente
agotamiento. Del periodo de abundancia de mano de obra se ha pasado a otro en que los diferentes
sectores de la economía -ciudades, minas, haciendas-desarrollan diversos expedientes para atraer y
fijar su propia mano de obra, entre ellos una progresiva extensión del salariado y de su forma híbrida
y subsidiaria, el peonaje por endeudamiento.
En este sistema en movimiento, la hacienda tiene su mano de obra fija -peones, sirvientes,
incluso artesanos como herreros, carpinteros, albañiles y hasta obrajes textiles -y al mismo tiempo
absorbe y repele, según los ritmos estacionales de los trabajos del campo, a la mano de obra
proveniente de las comunidades indígenas. Esta fuerza de trabajo continúa reproduciéndose sobre
todo en el ámbito de la comunidad, su plus-producto se succiona a través de la hacienda, que a su

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vez produce insumos y alimentos para las minas, para las ciudades y para si misma. La supuesta
autarquía o economía cerrada que algunos atribuyen a la hacienda no puede dar cuenta de que en
torno a ella, durante la Cólonia y hasta la Independencia, gira ya un mundo de la economía que a
través de la exportación de metales preciosos se vincula directamente con el mercado mundial.
Pero esta hacienda colonial, donde ya se presenta formas imperfectas o mixtas de trabajo
asalariado combinadas con formas de dependencia servil, no es todavía la moderna hacienda
porfiriana que desarrolla el sistema de plantación y produce tanto para el mercado interno como
directamente para el mercado mundial. Entre la primera y la segunda se alzará el hiato de la
desintegración de la economía colonial, el periodo de las guerras de Independencia y de la anarquía,
la desintegtación de la misma hacienda colonial y la reconstitución capitalista del sistema de
hacienda después de la revolución liberal y durante el porfiriato.
La hacienda colonial se constituye sobre tierras en parte abandonadas por la extinción de sus
habitantes, o se apodera de las buenas tierras comunales, pero al mismo tiempo necesita dejar vivir a
la comunidad agraria con la cual establece un metabolismo en donde ambas coexisten. Tiene así una
notable elasticidad ante los altibajos del mercado de productos y de mano de obra. Puede replegarse
hacia el autoconsumo o expandirse hacia una mayor producción mercantil según los ciclos de la
economía y actuar así como un elemento regulador y a la vez conservador dentro del sistema.
Esa hacienda es también una institución de poder y, para la población campesina mayoritaria,
la encarnación y el centro mismo del poder de las clases dominantes. No se trata de la soberanía
fragmentada del feudalismo, sino de la fragmentación delegada del poder central del virreinato. La
combinación entre las guerras napoleónicas en Europa y las revoluciones de Independencia en
América Latina destruyó al Estado colonial como prolongación del Estado absolutista español. Pero
la revolución de Independencia en México no alcanzó a crear otro poder central suficientemente
cohesionado y con control sobre el conjunto del territorio nacional. La fragmentación del poder en
las haciendas se prolonga, entonces, bajo la República, con el agregado de que vastos sectores de la
sociedad campesina escapan también al control de las debilitadas haciendas y se repliegan sobre el
poblado indígena autosuficiente.
La figura del hacendado sigue personificando aquel poder, junto con sus mayordomos y
administradores. La hacienda tiene cárcel, iglesia, sacerdote y controla y distribuye para sus
dependientes los premios y las penas de esta tierra y del más allá: como en el feudalismo, en la
mente de las clases agrarias no se establece una distinción entre las instituciones políticas y
económicas, fundidas ambas en el poder agrario discrecional y omnímodo del hacendado.
Esta función pasa luego, transformada, de la hacienda colonial a la hacienda porfiriana, y la
convierte así, a los ojos del campesinado, en la materialización de la opresión y en consecuencia en
el objeto mismo sobre el cual se abate para destruirlo la furia revolucionaria campesina a partir de
1910. El mismo impulso con que los plebeyos de París tomaron la Bastilla en 1789, llevó a los
campesinos mexicanos a tomar por asalto las múltiples bastillas de las haciendas porfirianas, de
modo tal que la revolución aparece después, en la memoria oral de muchos soldados campesinos de
los ejércitos revolucionarios, como una serie de tomas de haciendas antes que como un abatimiento
del poder central del Estado.
Pero la hacienda porfiriana, a diferencia de la colonial, se constituye y se articula mucho más
directamente sobre las demandas de un mercado interno y un mercado mundial donde el dinamismo
de la acumulación capitalista impone las normas. Esto cambia su relación y sus exigencias hacia la
fuerza de trabajo, aunque la tradición y la persistencia de la memoria de los seres humanos transmita
de la primera a la segunda muchas de las formas de dominación y de subordinación.
En medio de disputas, luchas y conflictos permanentes con los hacendados por tierras, aguas,
bosques, pastos y mano de obra, las comunidades campesinas habían logrado cierta estabilidad

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conflictiva en su relación con la hacienda colonial. La nueva hacienda capitalista, constituida a partir
de las leyes de desamortización, va a lanzar cada vez más agresivamente un asalto renovado sobre
las comunidades, mostrando un hambre de tierras muy superior al de la hacienda colonial,
acicateado por la necesidad de liberar mano de obra despojando a las comunidades de sus medios de
producción y obligándolas a lanzar al mercado su fuerza de trabajo. La comunidad, sin embargo,
continúa manteniendo en buena medida su función de organismo social de reproducción de esa
fuerza de trabajo, aun bajo las formas sucedáneas de la familia campesina y de los pueblos
despojados parcial o totalmente de sus tierras.
Esta hambre devoradora de tierras, que es en verdad hambre de fuerza de trabajo y de su
producto, el plusvalor, va a mover la guerra de las haciendas contra los pueblos y las tribus
indígenas que hemos mencionado antes, y va a suscitar la resistencia múltiple de los campesinos,
materializada en innumerables revueltas y otras formas menores de resistencia activa o pasiva cuyos
métodos, ideologías y móviles son continuación y actualización de la antigua guerra defensiva del
pueblo mexicano contra sus explotadores agrarios, urbanos y metropolitanos.
Por otro lado, también la hacienda porfiriana llega a alcanzar cierto equilibrio en la utilización
de la fuerza de trabajo. Ese equilibrio está hecho de coerción estatal y privada sobre los trabajadores
pero también de aceptación por parte de éstos del marco establecido de sus relaciones con la
hacienda y de la división de los mismos trabajadores en múltiples categorías ligadas con el
hacendado por lazos diferentes de dependencia y reciprocidad. Esta compleja red de relaciones
sociales agrarias cotistituye el basamento rural de lo que sería conocido como la “paz porfiriana”.
En líneas generales, las haciendas tenían cuatro clases de trabajadores:
a] Los peones de residencia permanente o peones acasillados, cultivadores agrícolas, vaqueros,
pastores o artesanos que vivían permanentemente en la hacienda. Recibían un salario, completado
por el derecho a cultivar una pequeña parcela en la hacienda, a apacentar animales en las tierras de
éstas y a una ración anual de maíz. Cultivaban la tierra o cuidaban el ganado de la hacienda, y a
veces debían realizar tareas domésticas y aun salir a pelear por la hacienda. Generalmente eran una
minoría de la mano de obra.
b] Los trabajadores temporales, que podían ser habitantes de pueblos indígenas y comunidades
agrarias o pequeños propietarios que debían completar los ingresos de su parcela. El modo de pago
era variado, pero incluía también una parte salarial.
Entre los trabajadores temporales figuraba otra categoría, la de los llamados indios vagos, que
era fuerza de trabajo migratoria que se trasladaba buscando trabajo temporal en diferentes haciendas,
en minas o en la ciudad, a cambio de una remuneración en salario.
cl Los aparceros, que vivían en la hacienda y recibían de ésta en aparcería tierras de cuyo
producto una parte iba en pago a la hacienda y la otra constituía el ingreso propio del aparcero.
Generalmente el pago en especie se completaba con pago en trabajo.
d] Los arrendatarios, que pagaban en especie o en dinero por el arriendo de una extensión
variable de tierras y a veces hasta de un rancho entero, y podían a su vez -como también los
aparceros- contratar trabajadores.
Cada una de estas formas se combinaba con las otras y presentaba variedades muy grandes. De
este modo, surgían contradicciones entre uno y otro tipo de trabajadores que dificultaban su
unificación frente al hacendado y podían llevar incluso a enfrentamientos - por ejemplo, entre
peones acasillados, más ligados a la hacienda, / trabajadores temporales provenientes de pueblos y
comunidades- todo lo cual tornaba sumamente complejo el modo de dominación.
Estas relaciones, existentes ya en la hacienda colonial, son retomadas y combinadas en formas
diferentes en la hacienda porfiriana, bajo la penetración creciente de las relaciones mercantiles y
salariales y la ligazón cada vez más directa de las haciendas más dinámicas al mercado de materias

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primas y de capitales. Éstas se combinan, en una variedad incontable de formas propias de cualquier
periodo de transición, con la persistencia de las haciendas tradicionales.
Pero en una sociedad donde, sobre todo a partir de 1880, crecen las ciudades, las líneas
férreas, las industrias manufacturera y extractiva, el sistema bancario, la circulación monetaria, son
particularmente las haciendas productoras de azúcar, ganado, algodón, henequén, café y otros
productos solicitados por el mercado mundial de materias primas en expansión las que definen más
nítidamente los rasgos capitalistas de la hacienda porfiriana, siempre combinados con relaciones
precapitalistas de dependencia que, junto al salario, mantienen ligada a ella a la fuerza de trabajo.
Por su índole misma, esta combiñación varía de caso en caso y resulta dificil de precisar y
generalizar.
Con estas salvedades, podemos registrar la siguiente descripción de una hacienda típica de la
zona central de México, donde había mayor abundancia de fuerza de trabajo y donde las haciendas
producían sobre todo para el mercado interno productos como maíz, trigo y pulque.
La hacienda se componía generalmente de un casco central, rodeado a veces por altos muros
protectores, en donde estaba la gran casa del propietario (con las comodidades y lujos de la
aristocracia terrateniente), las casas del administrador y los emplead¿s (habitaciones de clase media),
las oficinas, la tienda de raya, la iglesia, la cárcel, las trojes, los establos y la huerta para la
alimentación de los señores y sus dependientes inmediatos; a veces, también una escuelita para los
hijos de los empleádos.
La tienda de raya vendía los productos de consumo a los peones: tela burda, maíz, frijol,
jabón, aguardiente, etcétera, a precios casi siempre mayores a los del mercado. Estos productos se
adelantaban al peón a cuenta de sus jornales, que así sólo en parte, a veces mínima, recibía el pago
en moneda. Este pago con mercancías no sólo aumentaba las ganancias del patrón a costa del peón,
sino que mantenía a éste atado a la hacienda a través de las deudas contraídas en la tienda de raya o
por los préstamos del hacendado al peón en ocasiones especiales: casamiento, nacimientos, gastos
fúnebres, enfermedad. La deuda generalmente sobrepasaba las posibilidades de pago del peón y se
trasmitía de padres a hijos. Si el peón endeudado abandonaba la hacienda, era traído de regreso por
los rurales, acusado de robo y sujeto a castigo. Pero no sólo la deuda o el temor al castigo, sino
también relaciones de dependencia arraigadas en costumbres, cultura y tradiciones fuera de las
cuales no aparecía otro horizonte social, ligaron durante mucho tiempo al peón con el hacendado.
Cuando una perspectiva alternativa, real o aparente, irrumpió con el movimiento revolucionario, la
consiguiente agitación de los ánimos hizo saltar en pedazos la sumisión y el pasivo consenso.
Se ha discutido e investigado, con resultado contradictorio, sobre la verdadera extensión de
esa forma de fijación de la fuerza de trabajo a la hacienda que es el peonaje por endeudamiento. Su
importancia parece haber variado según las épocas y las regiones, lo mismo que la de otras formas
de trabajo más o menos forzado. Sin embargo, hacia el final del porfiriato la subsistencia general de
ésta y otras manifestaciones más o menos encubiertas de relaciones de dependencia personal había
acentuado el aspecto conservador y retardatario del sistema de hacienda ante los ojos de las fuerzas
más dinámicas de la sociedad -incluidos hacendados que ya eran empresarios modernos y
típicamente capitalistas, como la familia Madero- y lo hacía aparecer como la encarnación misma
del atraso y el anquilosamiento de las relaciones sociales y políticas contra los cuales unificó su
embestida el movimiento revolucionario de los años siguientes.
El gran portador, el símbolo mismo de la penetración del capitalismo en el territorio mexicano
fue el ferrocarril. País de geografla abrupta, con su región más poblada, el altiplano central, rodeada
de montañas, con escasos ríos navegables y esto sólo en algunos tramos, México no podía constituir
su moderno mercado interior sin resolver el problema de las comunicaciones. La solución,
obviamente, era la sustitución de los caminos de arrieros, carretas y diligencias por una red

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ferroviaria. Pero ésta sólo pudo llegar a hacerse realidad tangible cuando las exigencias y las
disponibilidades de capital de los paises centrales así lo determinaron. La primera concesión para la
construcción de un ferrocarril en México se otorgó a un rico comerciante veracruzano en 1837, el
cual construiría la vía sobre la ruta México-Veracruz. Ésta fue efectivamente la primera línea, la del
Ferrocarril Mexicano, México-Puebla-Veracruz, pero sólo fue inaugurada el lº de enero de 1873,
después de varios e infructuosos cambios de concesionarios. Hasta 1869 la línea incompleta tenía
sólo 205 kilómetros de extensión, y en los cuatro años restantes hasta 1873 se completaron los 424
kilómetros del total de la vía. En 1876, cuando Porfirio Díaz ocupó la presidencia en México había
666 kilómetros de vías férreas, de las cuales 114 utilizaban mulas como fuerza de tracción Entre ese
año y 1880, compañías locales a través de concesiones de los gobiernos de los estados, construyeron
226 kilometros mas
La gran transformación se produjo a partir de 1880 con la irrupción del capital extranjero, que
las ofertas de los gobiernos mexicanos no habían logrado atraer mientras no lo pusieran en
movimiento las necesídades de la expansión del capital central. En los años siguientes, el desarrollo
fue vertiginoso: 1 086 kilómetros en 1880, 1 661 en 1881, 3 583 en 1882, 5 308 en 1883, lo cual
significa una tasa de crecimiento anual, para cada uno de esos años, de 21.6%, 52.9%, 115.7% y
48.1% respectivamente. Para 1887 la red ferroviaria llegaba a los 7 680 kilómetros, en 1890 tenía ya
9 558 kilómetros y en 1900, al voltear el siglo, alcanzaba casi los catorce mil kilómetros. En 1910,
año final del porfiriato, México tenía 19 205 kilómetros de líneas férreas. La red no creció mucho
desde entonces, para llegar a los aproximadamente veintitrés mil kilómetros de hoy
Los ferrocarriles ftieron constituidos y explotados por empresas norteamericanas e inglesas.
Como en todas partes -salvo en Inglaterra- , recibieron enormes concesiones en tierras y en dinero
de parte del Estado. Este se comprometió con los inversionistas a pagarles subvenciones que
variaban entre seis mil pesos por kilómetro de vía construido en terreno llano y veinte mil pesos por
kilómetro en terreno montañoso; a cederles el aprovechamiento gratuito de las tierras
“indispensables” para construir las vías; a autorizarles la utilización del trabajo obligatorio de las
poblaciones por donde atravesara la vía, a cambio de salarios que no pasaban de los cincuenta
centavos por día; a eximir de impuestos durante veinte años a sus capitales así como de derechos
aduaneros a los materiales que importaran; en varios casos, a permitirles organizar en sus lineas su
propia policía interior, con las mismas atribuciones que las policías del Estado.
La red ferroviaria se extendió desde el centro del país hacia los puertos, en especial los del
Atlántico (golfo de México), y hacia la frontera norte, cubriendo los antiguos trayectos de las rutas
comerciales históricas marcadas por la geografla, la economía y la exportación; pero ahora esta
última destinada a alimentar los reclamos de materias primas del mercado mundial de la era
imperialista, cualitativamente más dinámico y exigente que todo lo conocido en el pasado. Así,
mientras la primera ferrovía mexicana sigue la ruta más tradicional del comercio exterior de la
Nueva España, la de México-Veracruz, las nuevas grandes líneas a partir de los años ochenta del
siglo XIX se conectan directamente con los ferrocarriles de Estados Unidos en la frontera entre
ambos paises.
Vistas en un mapa conjunto, las redes ferroviarias de los dos países no parecen ser sino una
sola, y vistos los movimientos de progreso de sus construcciones respectivas no se presentan sino
como un solo movimiento; o más bien, el crecimiento de los ferrocarriles mexicanos del norte
aparece como la continuación de la extensión de los ferrocarriles estadounidenses hasta su frontera
sur. De este modo, los ferrocarriles fueron también heraldos de un proceso de integración de ambas
economías y de subordinación de la mexicana a la estadounidense que ha ido atravesando diferentes
fases y prosigue hasta nuestos días con mayor profundidad e intensidad que entonces.

37
La red ferroviaria, en general más densa en las regiones más pobladas y con mayor vida
económica del centro del país, transformó obviamente las regiones por donde pasaba, alteró los
mercados locales y los precios, modificó las pautas de la propiedad territorial valorizando las tierras
cercanas a las vías, determinó una movilidad mucho mayor de las mercancías y de la misma fuerza
de trabajo, implantó una industria moderna y sin resabios artesanales. El ferrocarril, en el centro
mismo de la actividad económica del país, proletarizó campesinos y artesanos para su construcción
y su operación y acentuó, según por donde pasara su trazado, la desigualdad por regiones
característica del desarrollo del país.
Ahí donde fue pasando, el ferrocarril cambió la vida local y aceleró la desintegración de las
antiguas costumbres y normas de la vida campesina. Aceleró también el proceso de despojo de
tierras de los pueblos indígenas característico del porfiriato y generó, en consecuencia, movimientos
de resistencia y alzamientos campesinos.
El trazado de los ferrocarriles sirvió también para un fin político: consolidar la dominación del
gobierno central, permitiéndole enviar tropas rápidamente a puntos lejanos para sofocar cualquier
sublevación. Así lo hizo, por ejemplo, contra la huelga textil de Río Blanco. La unificación nacional
adquiría así no sólo su contenido económico sino también su contenido político capitalista: la
posibilidad de centralizar y concentrar el uso de la represión.
En 1905, el ministro sin cartera porfiriano Pablo Macedo escribía que ahora el gobierno tenía
medios para hacer frente rápidamente con sus tropas a cualquier resistencia o rebelión antes de que
se extendiera. Al contrario de lo que sucedía algunos lustros antes, decía, ahora “el gobierno de la
República puede, merced a los ferrocarriles, hacer sentir su autoridad y su fuerza hasta los más
lejanos confines del territorio mexicano y reprimir cualquier asomo de perturbación o de revuelta en
menos días que meses eran antes necesarios para alcanzar el mismo fin”. En pocos años más, este
maravilloso “invento” represivo se transformó en su contrario: los ferrocarriles se convirtieron en
los caminos de la revolución.
Sin que las empresas constructoras y el régimen de Díaz hubieran alcanzado siquiera a
sospecharlo, el trazado ferroviario determinó las principales líneas de movimiento y de
abastecimiento de los ejércitos revolucionarios, permitió sus avances fulminantes desde el norte
sobre el centro del país y confirió así un papel extraordinario a los trenes en la revolución mexicana,
hasta llegar a identificar inseparablemente su imagen con la de los desplazamientos, las ofensivas,
las batallas, los triunfos y las derrotas de la revolución. El ferrocarril acentuó las características de
extrema movilidad de la lucha armada (determinadas también por la existencia de vastos espacios
despoblados) y generalizó sus alcances, contribuyendo a los grandes desplazamientos militares y
humanos que, entre otros factores, rompieron el aislamiento y la quietud campesinos y forjaron el
carácter del país y de su pueblo.
Visto en su conjunto, el proceso de constitución del mercado interno, de integración de la
economía en el nuevo mercado mundial y de desarrollo de la producción capitalista durante el
porfiriato aparece como un único movimiento cuyo notable dinamismo se expresa en múltiples
indicadores.
Junto con los ferrocarriles~se expande todo el sistema de comunicaciones: los telégrafos que
van junto con las líneas férreas, los caminos donde disminuye y a veces hasta se extingue el
bandidismo, los puestos, los correos, y se inauguran en las principales ciudades las redes de
alumbrado electrtco y de agua potable.
El país se urbaniza. Entre 1895 y 1910, las ciudades con más de veinte mil habitantes pasaron
de 22 a 29 y su población conjunta aumentó en un 44%. En el mismo periodo la población urbana
pasó del 9.2% al 11% del total. Este proceso, como todos los demás, fue desigual, pues mientras
viejas ciudades mineras disminuyeron su población (Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato),

38
centros como Torreón (a partir de su conversión en un empalme ferroviario a fines del siglo),
Chihuahua y Monterrey crecieron fuertemente en el norte, como lo hicieron Veracruz y Mérida en la
región del golfo y también en forma más moderada, pero sostenida, México, Aguascalientes y
Toluca en el centro y Guadalajara en occidente. Se van afirmando cada vez más en las ciudades los
centros de decisión política del país.
La circulación monetaria experimentó un crecimiento tal que por sí solo bastaría para definir
el dinamismo de la penetración de las relaciones mercantiles en el país en ese periodo. El monto de
la circulación monetaria, que apenas superaba los 25 millones de pesos en 1880-81, llegó a 86
millones en 1893-94 y a 310 millones en 1910-11: en treinta años se había expandido mas de once
veces, mientras en ese mismo periodo el nivel de los precios al mayoreo había aumentado sólo dos
veces. En pesos por habitante, la circulación creció de 2.46 pesos en 1880-81 a 20.37 pesos en 1910-
11, aunque este proceso también fue muy desigual según las regiones. Mientras a principios del
porfiriato la moneda metálica era el medio circulante exclusivo, a partir de los años ochenta se
difundió el uso de billetes en las zonas de mayor actividad económica y a partir de los noventa el
uso de los depósitos bancarios a la vista. En 1910, la moneda metálica componía el 38% del
circulante, los billetes otro 38% y los depósitos el 24%. El sistema bancario se expandió (la
mayoría de sus capitales eran de propiedad extranjera, aunque una parte provenía de fondos
acumulados en el país por inversionistas del exterior). Se abolieron definitivamente las alcabalas o
aduanas locales (en 1896) y el régmen fiscal fue modernizado y centralizado.
El comerio exterior sufrió una profunda transiormación. En treinta y tres años, entre 1877 y
1910, la exportación por habitante se multiplicó por cuatro y la importación por un poco menos de
tres. En cifras globales el monto de las exportaciones aumentó en seis veces, a una tasa promedio de
6.1% anual, y el de las importaciones en cerca de tres veces y media, a una tasa promedio de 4.7%
anual. También cambió la composición del comercio exterior. En las exportaciones crecieron
proporcionalmente las demás mercancías con respecto a los metales preciosos (plata sobre todo),
predominantes al inicio del porfiriato (65% del total en ese entonces). Empezaron a figurar los
metales industriales y se sumaron, en el rubro de productos agrícolas, café, ganado y garbanzos a
productos más tradicionales como henequén, pieles y maderas. En las importaciones tuvo lugar un
proceso de sustitución de bienes de consumo manufacturados al desarrollarse la industria local,
mientras las materias primas y los bienes de capital subieron del 47% en 1889 al 57% en 1910. La
importación de maquinaria creció en un 170% entre 1888 y 1910.
La planta industrial y el aparato productivo se expandieron y se modernizaron sostenidamente:
“Los medios de pago con que pudo contar el país gracias al crecimiento de las exportaciones y a la
entrada de capitales extranjeros, permitieron adquirir en el exterior las máquinas, materiales para
construcción, equipos y otros bienes que se requerían. Estos elementos llegaron acompañados de
sistemas más eficientes para trabajar, que dependieron, primero, del empleo de motores de vapor a
base de carbón de piedra como combustible, y en una fase posterior, de la fuerza motriz de la
electricidad. Las grandes innovaciones técnicas aparecieron sobre todo en la minería y la
metalurgia y en las industrias de transformación que se desarrollaron en los principales centros
urbanos. A esas actividades se asoció, precisamente, el surgimiento de la industria eléctrica, en la
primera década del siglo xx, y cuyos primeros pasos datan de los años ochenta. Los 165 mil
kilómetros de capacidad instalada con que ya contaba México en 1910 eran sólo un comienzo en el
desarrollo de esta fuente de energía”.
También la distribución geográfica de la capacidad instalada de la industria eléctrica en 1910
contribuye a dar una idea de la desigualdad de este crecimiento iñdustrial en el país: el 80% se
concentraba en la zona centro, el 10.4% estaba en la zona del golfo de México, el 6.5% en la zona
norte y tan sólo el 3.5% en las zonas del Pacífico norte y sur.

39
En este desarrollo fue decisivo el flujo de los capitales del exterior, sobre todo a partir de los
años ochenta cuando comenzó a haber plétora de capitales de los países céntrales del mundo
capitalista en busca de campos de inversión. Hacia 1884, las inversiones extranjeras en México
ascendían a unos 110 millones de pesos. En 1911, alcanzaban 3 400 millones de pesos (el peso, que
a comienzos del porfiriato estaba a la par con el dólar, se encontraba al dos por uno en 1905, año en
que se abandonó el patrón plata -base tradicional del sistema monetario mexicano - por el patrón
oro).
Esas inversiones se distribuían en 1911 en los siguientes campos: ferrocarriles, 33.2%;
industrias exttractivas, 27.1% (minería y metalurgia, 24%; petróleo, 3.1%); deuda pública, 14.6%;
comercio y bancos, 8.5% (bancos, 4.9%; comercio, 3.6%); electricidad y servicios públicos, 7%;
explotaciones agropecuarias y forestales, 5.7%; industria de transformación, 3.9%. Del total de
inversiones extranjeras, el 62% correspondía a capitales europeos (en un 90% ingleses y franceses) y
el 38% a capitales norteamericanos. Pero México absorbía entonces sólo el 5.5% del total de
inversiones europeas en el exterior, y en cambio estaba recibiendo el 45.5% de las inversiones
externas de Estados Unidos. Al mismo tiempo, mientras el capital europeo diversificaba sus campos
mexicanos de inversión, el norteamericano se concentraba en aquellas ramas estrictamente
complementarias con su propia economía: ferrocarriles e industrias extractivas.
Estas proporciones, naturalmente, habían ido variando desde inicios del porfiriato y
combinándose en proporciones diversas con el capital nacional. En la industria textil, principal
industria de transformación de la época, el capital francés provenía en parte de la metrópoli y en
parte de empresas comerciales francesas que luego revertían a la industria los capitales acumulados
en el país. Esa misma combinación entre capitales del exterior, reinversión de empresas extranjeras
en el país y capitalistas mexicanos dio origen a otra de las importantes industrias mexicanas de
entonces: la siderurgia.
El capital mexicano se concentraba en las industrias de alimentos y bebidas y también en el
pequeño comercio, en el cual también aparecían españoles, turcos, armenios y chinos. Las artesanías
eran, indudablemente, mexicanas. En cuanto al capital y al poder económico de las clases
poseedoras mexicanas, se concentraban en su mayor parte en el sector terratenlente, en sus
haciendas ganaderas, azucareras, algodoneras, cafetaleras y en grandes y medianos ranchos de
agricultura de exportación, aunque también hubo inversiones extranjeras en latifundios del norte y
en plantaciones de algodón, caucho, caña de azúcar y café.
La concentración de la tierra había alcanzado cifras enormes. Según el censo de 1910, México
contaba con 15 160 400 habitantes, sobre un territorio de 1 972 546 kilómetros cuadrados. El 80%
era población rural, en poblados de menos de cinco mil habitantes. La población económicamente
activa ascendía a 5 272 100 personas, de las cuales 3 592 100 (el 68.1%) trabajaban en el sector
agropecuario. El censo registraba 834 hacendados. Éstos eran los dueños del territorio nacional: 167
968 814 hectáreas estaban en sus manos.
En los años del porfiriato se constituyó definitivamente la clase más joven y más moderna de
México: el proletariado. Sus antecedentes pueden buscarse en los trabajadores de las manufacturas
textiles posteriores a la Independencia; en los mineros que desde la Colonia trabajaban en parte por
salario y en parte bajo el sistema de “partido” por el cual al trabajador correspondía una parte del
mineral extraído; o en los trabajadores cigarreros, reunidos en grandes manufacturas (en el año
1800, la de la ciudad de México contaba con siete mil trabajadores) desde que el gobierno virreinal
estableció en 1764 el estanco del tabaco.
Pero estas ramas, en rigor, forman parte del largo proceso de preparación y engendramiento, a
partir de origenes campesinos y artesanales, de la nueva clase proletaria que recibió su impulso
decisivo con la formación del sistema de la gran industria (en torno a la cual debió girar la minada

40
de pequeños talleres subsistentes) y la generalización del trabajo asalariado como único medio de
subsistencia de una clase de trabajadores desprovistos de toda propiedad salvo la de su fuerza de
trabajo. Bajo la República Restaurada y en los primeros años del porfiriato este proceso tomó forma
definitiva y a partir de los años ochenta y noventa del siglo XIX se volvió dominante y determinante
(lo cual no significa aún numéricamente mayoritario) en el conjunto de las relaciones laborales.
Desde sus orígenes en la conquista y la Colonia, la fuerza de trabajo mexicana ha crecido bajo
una poderosa sobredeterminación: una gran abundancia de mano de obra proveniente del inagotable
fondo campesino, lo cual ha incidido hasta hoy, por un lado, en un despilfarro permanente de esa
fuerza de trabajo (en un desprecio de la vida humana convertido desde la gran fusión y confusión de
la conquista en un rasgo cultural y en una específica ideología indoespañola de la muerte, que el
capitalismo ha reciclado en su provecho para perpetuar como norma cotidiana una increíble
desprotección de la vida y la salud de sus trabajadores); y, por otro lado, en una permanente
determinación a la baja del salario, presionado siempre por la afluencia de un desmesurado ejército
industrial de reserva desde el campo hacia las industrias. Esta es una de las razones que explican las
grandes dificultades que, durante generaciones, han encontrado los asalariados mexicanos para su
organización sindical y sus conquistas y la relativa facilidad con que sus dirigentes pueden escapar a
su control y convertirse en burócratas con hábitos despóticos.
Pero al mismo tiempo esa fuerza de trabajo asalariada, nutrida sobre todo a partir de los años
1870 de los procesos concomitantes de desintegración de las comunidades agrarias y de
descomposición del artesanado en unos pocos patrones capitalistas por arriba y en muchos obreros
asalariados por debajo, ha desarrollado desde sus orígenes, y aun desde su prehistoria,
ininterrumpidos esfuerzos de organización marcados también por la doble herencia de las ideologías
solidarias de la comunidad campesina o de los compañeros del taller artesanal.
La avanzada de estas tendencias estuvo desde un comienzo en aquella rama de la economía
mexicana ligada a partir de sus origenes al mercado mundial y determinada por éste: la minería. En
ella se concentraron más que en ninguna otra los procesos de innovación tecnológica y de inversión
y acumulación de capital. En ella se fue formando un proletariado temprano, con estrechos lazos con
el campesinado y con la comunidad agraria tanto por sus orígenes familiares como por la índole
específica de las industrias extractivas. Desde la Independencia hasta la revolución de 1910, los
proletarios y protoproletarios mineros alimentaron las filas de las revoluciones mexicanas y pusieron
al servicio de éstas el conocimiento y el arrojo propios de su oficio, ambos particularmente
adecuados para las coyunturas de combate.
Algo posterior es el desarrollo del proletariado textil, cuyas primeras fábricas surgieron con la
incipiente política industrializadora esbozada por el Banco de Avio desde 1830. Peró esos
establecimientos, sobre todo hilanderías, se articulaban entonces con una cantidad de talleres
artesanales en los cuales persistía la antigua organización de la producción de tejidos. También aquí
es sobre todo a partir del porfiriato cuando adquieren su impulso decisivo la gran industria textil y el
surgimiento del moderno proletariado en esta que será, por mucho tiempo, una de las bases
fundamentales de la organización obrera en México.
Pero el proletariado moderno hace realmente su entrada en el escenario de la lucha de clases
mexicana con los trabajadores del ferrocarril, primera gran industria capitalista desde su origen
mismo, sin herencias artesanales, que implica una revolución en la organización del trabajo y en la
organización del espacio económico y productivo del país. El ferrocarril, cuya construcción
convierte a campesinos en proletarios y cuya operación y reparación se nutre en parte de la mano de
obra formada en los oficios artesanos pero sobre todo educa nueva mano de obra completamente
industrial, introduce disciplina, mentalidad industrial y los gérmenes de métodos de organización
obrera cualitativamente diferentes de la herencia de las luchas artesanas. Decimos los gérmenes

41
porque inicialmente los trabajadores, colocados ante una organización del trabajo eminentemente
moderna, nuevas formas de la división del trabajo, recomposición de los viejos oficios y habilidades
adquiridos en los talleres artesanales o protocapitalistas, desplazamientos y migraciones forzadas
(por razones de trabajo) o voluntarias (por la ampliación incluso territorial del mercado de trabajo),
nuevas enfermedades profesionales y accidentes de trabajo y diferentes escalas salariales,
encuentran una gran dificultad para asimilar la conciencia de esta situación y para organizar en
consecuencia su lucha salarial y sindical.
Pero el ferrocarril va a engendrar inexorablemente, en un plazo no demasiado largo, las
primeras luchas industriales en gran escala del proletariado mexicano sin resabios de métodos e
ideologías artesanales, en otros sectores persistentes y hasta indispensables.
La industria ferrocarrilera, junto con la minera a partir de la modernización que ésta sufre en
los años 1890 con el renovado influjo de inversiones extranjeras, fue también un punto excepcional
de transmisión de las experiencias de un proletariado con más antigua tradición de lucha y mayor
experiencia de vida industrial y de organización sindical: los trabajadores de Estados Unidos.
Los estadounidenses venían como técnicos y como obreros especializados. En la medida en
que eran mejor pagados y gozaban de ciertos privilegios en razón de su calificación y de su mayor
poder de negociación por su organización y sus conquistas en Estados Unidos, se producían
fricciones con los trabajadores mexicanos, mal pagados y discriminados por las empresas
ferrocarrileras y mineras. Pero la otra cara de la medalla, que frecuentemente se olvida, es que
también trajeron su ideología sindicalista revolucionaria y la comunicaron a los mexicanos, con
quienes mantuvieron lazos de solidaridad de clase más estrechos de. lo que informan las historias
oficiales. Ellos estuvieron entre los primeros en hacer huelgas contra las empresas estadounidenses,
ejemplo fértil para la experiencia y la iniciativa de los mexicanos. A esto debe agregarse que, del
mismo modo, muchos mexicanos iban a trabajar a Estados Unidos y regresaban a este lado de la
frontera con las ideas y los métodos de lucha y organización allá utilizados, en un intercambio
incesante que se nutrió de uno de los periodos más radicales de ascenso de los trabajadores de
Estados Unidos y particularmente de sus destacamentos extremadamente combativos en la costa
Oeste. Desde el norte y desde los puertos, las ideas, el imaginario y los métodos del sindicalismo
revolucionario tuvieron en la formación de la conciencia de los trabajadores mexicanos una
influencia que todavía hoy perdura difusa y persistente.
Nuevas industrias de punta crecieron en el último decenio del porfiriato, como la siderurgia y
especialmente la industria eléctrica, que vinieron a fortalecer al proletariado de la gran industria, aun
cuando numéricamente éste continuara siendo una minoría no sólo entre la fuerza de trabajo en
general sino también entre los asalariados de fábricas y talleres en particular.
Durante los años del porfiriato los salarios siguieron curvas diferentes según las ramas de la
producción, aunque en general la tendencia indica un descenso entre 1877 y 1892, luego un ascenso
hasta 1898 y finalmente un nuevo y pronunciado descenso hasta 1911, año en que resultan inferiores
a los de 1877. La excepción la constituye la minería, que necesitaba atraer mano de obra a regiones
donde ésta era escasa, como las del norte de México, y requería a la vez obreros calificados para las
nuevas técnicas de extracción y beneficio del mineral introducidas sobre todo a partir de los años
1890.
Estas desigualdades salariales tienen que ver también con el desarrollo desigual del mercado
de trabajo y con el dinamismo de la economía por ramas y por regiones. Entre 1895 y 1910, el
crecimiento de la fuerza de trabajo fue superior al de la población en los estados del golfo, del norte
y del Pacífico norte, mientras se registró una tendencia inversa en el centro y sobre todo en el
Pacifico sur, verdadera zona deprimida. Los mayores salarios y el crecimiento minero, agrícola y
fabril del norte atrajeron la fuerza de trabajo a la agricultura algodonera moderna de La Laguna, a

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las minas de Chihuahua y Sonora, a la ciudad industrial de Monterrey, a aquellas regiones cuya
burguesía y pequeña burguesía capitalistas serían la fuerza dirigente de la tendencia triunfadora en la
revolución de 1910.
La organización obrera en México tuvo sus origenes en las estructuras y las modalidades de
organización de los artesanos y se fue diferenciando de ellas en un proceso relativamente
prolongado y desigual según las ramas de industria y las regiones durante todo el periodo de ascenso
del capitalismo bajo el porfiriato. Aun así, la influencia de las ideologías y los métodos del
artesanado urbano tuvieron fuerte incidencia sobre el proletariado industrial hasta los años mismos
de la revolución mexicana, y en ocasiones aún más allá.
Las primeras formas de organización, especialmente después de 1867, pero también antes,
fueron el mutualismo y las cooperativas, a través de las cuales los artesanos no sólo defendían el
producto de su trabajo sino que también desarrollaban una actividad cultural y elaboraban, en
reuniones, periódicos y publicaciones, una ideología que iba del liberalismo juarista al humanismo
cristiano y al socialismo utópico y, posteriormente, en los lindes con la organización
específicamente proletaria, al anarquismo.
Estas organizaciones y sus ideas recibieron la influencia temprana de la Comuna de París.
Aunque mal conocida en sus comienzos y difamada por la prensa burguesa, la influencia social de la
revolución de los proletarios de Paris en 1871 se extendió a México como a la mayoría de los países
de Europa y América. La propaganda de la Primera Internacional y los comuneros dispersados por el
mundo a raíz de la represión trajeron hasta las agrupaciones artesanas y las embrionarias
organizaciones obreras de México, de América Latina y de Estados Unidos las ideas y los
programas de la Comuna. Estas ya no eran sólo las utopías igualitarias y los sueños de una
República de la Armonía basada en la cooperación y la justicia propios de la ideología generada por
los pequeños productores libres, sino el proyecto político inicial del proletariado industrial en sus
intentos por conquistar el poder y reorganizar la sociedad. Esa influencia se prolongaría y se
conjugaría con el desarrollo del proletariado a partir de los años 1880, contribuyendo al largo y
desigual proceso de separación de sus ideas y formas organizativas con respecto a las provenientes
del campesinado y el artesanado (cuya influencia sobre la incipiente conciencia obrera continuó
prolongándose, no debe olvidarse, debido a la incesante incorporación a la industria de fuerza de
trabajo de origen campesino y artesanal).
En 1872, a fines del periodo juarista -Juárez murió en ese año-, apareció el periódico El
Socialista, “destinado a defender los derechos e intereses de la clase trabajadora”, según decía su
encabezado. El 10 de septiembre de 1871, El Socialista publicó los estatutos generales de la
Asociación Internacional de Trabajadores. En su número 6, agosto de 1871, había aparecido la
proclama dirigida por los obreros franceses de la Comuna a los alemanes. En el número 39, en junio
de 1884, publicó el Manifiesto Comunista, en una tirada de diez mil ejemplares. En sus páginas dio
a conocer regularmente noticias de la Internacional y del movimiento obrero europeo y
norteamericano. Aparte de ser uno de los iniciadores de la prensa obrera mexicana, la sola
publicación del Manifiesto Comunista bastaría para asegurar a El Socialista su título de precursor. El
periódico desapareció en 1888, cuando la represión del porfiriato (y los límites propios de la
ideología de las bases artesanas de la cual surgía) hicieron imposible su subsistencia.
En 1874 apareció el periódico La Comuna, que posteriormente se transformó en La Comuna
Mexicana, con un total de 48 números bajo ambos títulos. La Comuna defendía el reparto agrario y
hacia suya la demanda aplicada por los comuneros de Paris en 1871: la supresión del ejército y su
sustitución por una guardia nacional. En otros artículos (entre ellos, la serie “Cartas comuneras”), el
periódico defendió las acciones y las reivindicaciones de la Comuna de París.

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En septiembre de 1872 formalizó su primera directiva el Gran Circulo de Obreros, primera
central obrera del país, que se extendió sobre todo entre los trabajadores textiles y en sectores
artesanales. En junio de 1872, cuando ya estaba en actividad el gran Círculo, había estallado la
huelga de barreteros de la mina de Real del Monte, contra una reducción salarial. Tres años y medio
después, al realizar su primer congreso, el Gran Círculo tenía 35 sucursales, las principales de ellas
en los centros textiles de Puebla, Contreras y TIalpan. Desde la fundación del Gran Círculo, El
Socialista apareció como su órgano oficial. De este modo la organización, aunque negaba estar
interesada en la política, combinó desde un principio el carácter sindical con las preocupaciones, las
acciones y la prédica política.
En marzo de 1876 el Gran Círculo de Obreros realizó el Primer Congreso Obrero de México,
al cual asistieron delegados de las 35 filiales entonces existentes. El Socialista publicó la
convocatoria y la información semanal del desarrollo de las sesiones. La principal conclusión
programática del Congreso fue un manifiesto donde se mezclaban las reivindicaciones artesanas y
obreras, conforme a la composición del Gran Círculo y a la evolución de la ideología de sus
integrantes.
En el manifiesto aparecían los puntos siguientes: 1] Instrucción para los trabajadores; 2]
Establecimiento de talleres cooperativos; 3] Garantías politicas y sociales; 4] libertad para elegir a
los funcionarios públicos; 5] Nombramiento por el gobierno de “procuradores obreros” para
defender los intereses de los trabajadores; 6] Salarios fijados por estados, con intervención de los
trabajadores; 7] Celebración de exposiciones industriales de artesanos. Y el punto siguiente pedía
textualmente esta forma elemental de la escala móvil de salarios: “Art. 80: La variación del tipo de
jornal, cuando las necesidades del obrero lo exijan, pues así como los capitalistas alteran el valor de
sus mercancías, en los casos en que lo juzgan conveniente, también el obrero tiene el derecho de
hacer subir el precio de su trabajo, hasta conseguir llenar con él sus necesidades particulares y
sociales”.
El Congreso había sido precedido por huelgas de obreros y de trabajadores de los talleres
artesanales durante el año 1875. En enero de ese año, hubo una serie de huelgas en fábricas textiles
del valle de México, que reclamaban sobre todo la “abolición de las veladas”, es decir, la reducción
del horario de trabajo que era de seis de la manana a nueve de la noche, a doce horas de seis a seis
suprimiendo así las tres últimas horas de trabajo nocturno aunque tambien aparecían pedidos de
aumento de salarios o contra los despidos Los obreros solicitaron la intervención del presidente de la
republica para que mediara a su favor mientras la prensa de la época invocando los priincipios
liberales se oponía a cualquier intervencion del gobiemo en los conflictos entre capital y trabajo. Los
trabajadores textiles no lograron finalmente imponer sus demandas. En este conflicto la dirección
del Gran Círculo intervino, no como portavoz de las demandas de los obreros, sino como mediadora
entre éstos y los empresarios.
En mayo de 1875 entraron en huelga los trabajadores artesanos de los talleres de sombrerería.
Fue decretada por la sociedad mutualista que agrupaba a los sombrereros, contra una reducción de
salarios resuelta por los patrones. La huelga se prolongó y recibió el apoyo de otros sectores. El
Gran Círculo se solidarizó con los huelguistas y, según acuerdo publicado en El Socialista, organizó
la colecta de contribuciones entre sus afiliados para sostener a los huelguistas. A fines de julio los
sombrereros obtuvieron satisfacción a sus demandas y levantaron la huelga.
En 1878 el anarquista Francisco Zalacosta, que diez años antes había participado en la Escuela
del Rayo y del Socialismo de Chalco y había tenido como discípulo a Julio Chávez López, fundó el
periódico La Internacional, que proclamaba una perspectiva radical de revolución social y publicó,
en varios de sus números, documentos sobre la Comuna de Paris y noticias del movimiento obrero
europeo.

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En 1879 el Gran Circulo se dividió. Algunos de sus fundadores acusaron a los nuevos
dirigentés de ser agentes del gobierno y El Socialista cesó de ser el órgano del Círculo. El periódico
convocó a un Congreso Obrero a fines de ese año. El 13 de diciembre se realizó una manifestación
de obreros y artesanos por las calles de México para inaugurar el Congreso. La manifestación iba
encabezada por una bandera roja, y otras muchas banderas rojas se mezclaban con las mexicanas a
lo largo del desfile,junto con carteles con leyendas como “Centro Socialista de la Confederación
Mexicana” y “Alianza indígena. Ley agraria”. El Congreso Obrero, a pesar de las banderas, aprobó
un programa inocuo y apoyó a un candidato de oposición, Trinidad García de la Cadena, contra el
candidato sostenido por Porfirio Díaz en la inminente elección presidencial de 1880. El Gran
Circulo, por su parte, Sostuvo esta última candidatura.
Ambas organizaciones, después, languidecieron y terminaron por desaparecer cuando se
afianzó la dictadura de Diaz, tanto por la represión oficial contra los intentos de organización obrera
como a causa de su propia política confusa ante el gobierno. Esta descomposición del Gran Círculo
marcaba también el fin de una época y coincidía con los inicios del impetuoso desarrollo capitalista
de los años ochenta y noventa del siglo XIX. Bajo este impulso crecería el joven proletariado
industrial que debería encontrar en el proceso sus propias formas de organización sindical, sobre
todo a través de los obreros ferrocarrileros, textiles y mineros.
En 1887 se organiza la Sociedad de Ferrocarrileros Mexicanos, en Nuevo Laredo. En 1888 un
obrero ferroviario que había trabajado varios años en Estados Unidos, Nicasio Idar, funda la Orden
Suprema de los Empleados Mexicanos de Ferrocarril, en cuyas formas de organización se trasluce la
influencia de los sindicatos estadounidenses de entonces. Después de tres años la Orden es destruida
por la represión del gobierno de Díaz. En 1897 los ferrocarrileros vuelven a organizarse en la
Confederación de Sociedades Ferrocarrileras de la República Mexicana. A ella se van sumando otras
organizaciones como la Unión de Mecánicos Mexicanos de Puebla, la Unión de Caldereros
Mexicanos de Aguascalientes, la Unión de Forjadores Mexicanos y la Unión de Carpinteros y
Pintores del Ferrocarril. Todas ellas confluyen en 1904 en la Gran Liga Mexicana de Empleados del
Ferrocarril, ya casi en vísperas de las grandes huélgas precursoras de la revolución de 1910.
Una vez afirmada la dictadura de Porfirio Diaz, sobre todo a partir de su reelección en 1884, la
norma fue la represión contra toda forma de organización obrera. Sin embargo, en los cinco lustros
que van entre 1876 y 1911 han quedado registradas unas 250 huelgas, como testimonio de la
continuidad ininterrumpida de las pequeñas y grandes luchas de resistencia obrera contra el
capitalismo en ascenso. Esa resistencia cotidiana tendió el puente entre las iniciales organizaciones
artesanales y obrero-artesanales con sus ideologías cristianas, liberales y socialistas utópicas, y los
sindicatos obreros que se van afirmando en la primera década del siglo xx, donde aun persisten
resabios de aquellas ideas pero se diíunden mucho más nítidamente las anarquistas,
anarcosindicalistas, sindicalistas revolucionarias y socialistas.
Entre esos movimientos, estuvo la huelga de 1881 de más de mil obreros de Toluca que
trabajaban en la construcción del ferrocarril. Estuvo también el motín obrero que estalló en Pinos
Altos, Chihuahua, en enero de 1883. El capital de esta mina era estadounidense; su gerente también.
Los obreros cobraban cincuenta centavos diarios y reclamaron que se les pagaran semanalmente y
en efectivo. La empresa resolvió pagarles por quincena, mitad en efectivo y mitad en vales para la
tienda de raya. Con un pretexto cualquiera, se produjo un enfrentamiento entre un obrero y un
guardia de la empresa, en que ambos murieron. La empresa y las autoridades locales organizaron
guardias blancas para reprimir. Al otro día el administrador quiso calmar una manifestación de
protesta y lo mataron de un balazo. En los días siguientes, un oficial del ejército enviado para la
represión organizó un consejo de guerra que en un solo día juzgó y condenó a muerte a cinco

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obreros por “asesinato, lesiones, sedición, daño en propiedad ajena y conato de incendio”. Los cinco
fueron fusilados inmediatamente y otros sesenta fueron condenados a trabajos forzados.
La mayoría de las huelgas que han quedado registradas en ese periodo fueron en fábricas
textiles. hubo unas 75 huelgas en ese gremio. Le siguen los ferrocarriles, con 60 huelgas, y los
cigarreros con 35. En las minas hubo aproximadamente una docena de huelgas; y una cifra igual
tanto en tranvías como en panaderías. Bajo la superficie de la “paz porfiriana” y del orden y el
progreso positivistas del capitalismo ascendente, estos movimientos muestran la persistencia de las
luchas obreras y campesinas, la tenacidad de sus empeños organizativos, la maduración de su
pensamiento y sus ideas.
En las peculiaridades nacionales de este desarrollo del capitalismo mexicano y de su
integración en el moderno mercado mundial, maduraron las fuerzas y la combinación de fuerzas que
después irrumpieron en la revolución y le dieron su carácter. La característica más general que
explica sus formas es su desarrollo desigual y combinado. León Trotsky expone esta característica
en el primer capítulo de su Historia de la revolución rusa, titulado “Particularidades en el desarrollo
de Rusia”:
Los países atrasados asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones
avanzadas. Pero eso no significa que sigan a estas últimas senilmente, reproduciendo todas las
etapas de su pasado. La teoría de la reiteración de los ciclos históricos -procedente de Vico y de sus
discípulos- se apoya en la observación de los ciclos de las viejas culturas precapitalistas y, en parte
también, en las primeras experiencias del capitalismo. El carácter provincial y episódico de todo el
proceso hacía que, efectivamente, se repitiesen hasta cierto punto las distintas fases de cultura en los
nuevos núcleos humanos. Sin embargo, el capitalismo implica la superación de estas
consideraciones. El capitalismo prepara, y hasta cierto punto realiza, la universalidad y permanencia
en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la posibilidad de que se repitan las formas
evolutivas en las diferentes naciones. Obligado a seguir a los paises avanzados, el país atrasado no
Se ajusta en su desarrollo a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los paises
históricamente rezagados -privilegio que existe realmente- está en poder asimilar las cosas o, mejor
dicho, en verse obligados a asimilarías antes del plazo previsto, saltando por alto una serie de etapas
intermedias. Los salvajes pasan bruscamente de la flecha al fusil, sin recorrer la senda que separa en
el pasado esas dos armas. Los colonizadores europeos de América no tuvieron necesidad de volver a
empezar la histoná por el principio. Si Alemania o Estados Umdos pudieron dejar atrás
económicamente a Inglaterra fue, precisamente, porque ambos países venían rezagados en la marcha
del capitalismo. Y la anarquía conservadora que hoy reina en la industria carbonera británica y en la
mentalidad de MacDonald y de sus amigos es la venganza por ese pasado en que Inglaterra se
demoró más tiempo del debido empuñando el cetro de la hegemonía capitalista. El desarrollo de una
nación históricamente atrasada hace, forzosamente, que se confundan en ella, de una manera
característica, las distintas fases del proceso histórico. Aquí el ciclo presenta, enfocado en su
totalidad, un carácter irregular, complejo, combinado.
Claro está que la posibilidad de pasar por alto las fases intermedias no es nunca absoluta;
hállase frecuentemente condicionada en última instancia por la capacidad de asimilación económica
y cultural del país. Además, los paises atrasados rebajan siempre el valor de las conquistas tomadas
del extranjero al asimilarías a su cultura más primitiva. De este modo, el proceso de asimilación
cobra un carácter contradictorio. Así, por ejemplo, la introducción de los elementos de la técnica
occidental, sobre todo la militar y manufacturera, bajo Pedro I, se tradujo en la agravación del
régimen servil como forma fundamental de la organización del trabajo. El armamento y los
empréstitos a la europea —productos indudablemente de una cultura más elevada— determinaron el
robustecimiento del zarismo que, a su vez, se interpuso como un obstáculo en el desarrollo del país.

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Las leyes de la historia no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco. El
desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela en parte alguna
con la evidencia y la complejidad con que lo patentiza el destino de los paises atrasados. Azotados
por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos.
De esta ley universal del desarrollo desigual se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado,
calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas
del camino y a la combinación de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin
acudir a esta ley, enfocada naturalmente en la integridad de su contenido material, sería imposible
comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera sea
su grado.
Al llegar 1905, año de auge del porfiriato, la “paz social” reinaba oficialmente en el país. Las
huelgas y los sindicatos obreros estaban prohibidos por ley. La “agitación” se castigaba con el
contingente, la deportación a las plantaciones, la cárcel o la ley fuga. Los alzamientos campesinos
habían sido reprimidos con masacres y la “pacificación” de las etnias rebeldes parecía concluida. No
había oposición organizada, salvo pequeños núcleos como los magonistas perseguidos, encarcelados
o exiliados, y el poder del Estado central cubría todo el país. La resistencia de la población
campesina y urbana, es cierto, continuaba sordamente por todas partes. Pero no parecía alterar la
superficie oficial.
México se había modernizado en la economía, en la administración estatal, en la cultura, y una
clase dominante de terratenientes e industriales se había consolidado en el poder y había generado su
propia representación política, los llamados “científicos” que rodeaban a Porfirio Díaz, en cuyas
mentalidades y cuyo programa la filosofia positivista había sustituido al liberalismo de los años
sesenta y setenta del siglo XIX. Los “liberales viejos” habían sido desplazados por los liberales
conservadores y los científicos de José Yves Limantour. Este progreso capitalista estaba apoyado en
el sostenido crecimiento de la productividad del trabajo y en consecuencia del producto excedente y
de la acumulación de capital, sobre todo a partir del decenio de 1880. El positivismo, ideología que
expresaba la convicción de que ese progreso sería continuo e indefinido, presidía también la
organización de las nuevas instituciones educativas, entre ellas la Universidad Nacional de México y
la Escuela Nacional Preparatoria de los centros artísticos y culturales y de los establecimientos
represivos, como el moderno edificio panóptico de la cárcel de Lecumberri, sólida construcción
acorde a los principios de Jeremias Bentham inaugurada a inicios del siglo en pleno esplendor
porfiriano.
No sólo México, sino también el mundo capitalista, vivían la Belle Époque, y su brillo se
reflejaba, dentro del movimiento socialista, en las teorías de Bernstein y en el parlamentarismo
socialdemócrata europeo.
Era natural entonces que en diciembre de ese año de 1905 el Congreso la Unión, en sesión
solemne, concediera a Porfirio Díaz el Cordón al mérito Militar, en cuyá medalla en oro y piedras
preciosas estaba inscrita esta leyenda: “Pacificó y unificó al país”.
Era natural pero, sin embargo, era tarde. El auge tocaba a su fin, aunque ellos no lo supieran, y
en el otro extremo del mundo los obreros y campesinos rusos habían comenzado a apagar las luces
de la fiesta. Era 1905, el año de la primera revolución rusa. En San Petersburgo la huelga general y
los consejos recién creados por los trabajadores anunciaban el comienzo de las grandes revoluciones
del siglo. La etapa de paz burguesa abierta con la derrota de la Comuna de París en 1871 estaba
terminando. La crisis económica mundial de 1907 confirinó esos anuncios. El porfiriato, cuyo
ascenso, consolidación y auge habían transcurrido precisamente entre la Comuna de París y la
revolución rusa de 1905, no tardaría en sentir el contragolpe.

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WOBESER, GISELA Von“La agricultura en el porfiriato”pág. 255-299, en: ROJAS, Teresa.
(Coordinadora) La agricultura en tierras mexicanas desde sus origenes hasta
nuestros dias. México, Ed.Grijalbo, 1991. (Los noventa,71)

INTRODUCCIÓN
En 1876 la rebelión de Tuxtepec llevó al poder a Porfirio Díaz y a un grupo de personas,
quienes rigieron los destinos del país durante los siguientes treinta y cinco años. La continuidad y la
estabilidad política de este período, al que se ha llamado porfiriato, permitieron que se diera una
serie de cambios estructurales, que transformaron la economía del país e hicieron posible el
crecimiento de la mayoría de los renglones productivos. De acuerdo con las estimaciones de
Fernando Rosenzweig, el producto creció a una tasa de 2.7 por ciento, mientras la población total lo
hizo a razón de l.4 por ciento. Pero este crecimiento fue desigual y contradictorio y estuvo sujeto a
retrocesos, lo que ocasionó un estancamiento de la economía al comenzar la segunda década del
presente siglo.
La agricultura no quedó excluida de este proceso, antes bien los cambios que en ella se dieron
modificaron en muchos aspectos las estructuras heredadas de la colonia, lo que permitió una
expansión agrícola. Pero esta expansión, asimismo, fue desequilibrada, ya que implicó logros en
ciertas áreas y estancamiento y retroceso en otras.
Entre los principales logros se cuentan un aumento considerable de los cultivos comerciales
destinados al mercado interno, así como de los de exportación, la diversificación de la producción,
el mejoramiento de las especies, el crecimiento del área cultivada mediante la incorporación de
extensas zonas que antes estaban baldías, la introducción de nuevas técnicas de cultivo, la
propagación de implementos modernos y maquinaria agrícola y la expansión del mercado, tanto
nacional como internacional.
La agricultura se convirtió en una actividad lucrativa, que generó divisas para el país y ayudó
a equilibrar la balanza comercial, mediante la exportación de una amplia gama de productos
agropecuarios. Pero el desarrollo agrícola estuvo acompañado de profundas contradicciones. El
crecimiento de la producción no fue sostenido, ya que experimentó grandes fluctuaciones. Además,
quedaron excluidos de él los cultivos básicos, cuya producción sufrió un estancamiento, lo que
obligó al gobierno porfifista a realizar importaciones periódicas de granos que aumentaron durante
el régimen.
Otro problema fue que únicamente algunas de las regiones del país resultaron beneficiadas, las
demás permanecieron al margen. Esto creó un desequllibrio entre las zonas avanzadas y las
atrasadas. Además, la riqueza que generó la agricultura se concentró en pocas manos, sin favorecer a
la gran mayoría de la población. Proliferaron los latilundios, de manera que la mayor parte de la
tierra aprovechable estaba en manos de seis mil a ocho niil personas, mientras la mayoría de los
campesinos perdió el acceso a ella. Esto contribuyó a que la sociedad se polarizara aún más de lo
que había estado antes; unos cuan tos llegaban a ser cada vez más ricos, mientras el resto era cada
vez más pobre.
La población rural, que constituía la mayoría del país, fue la más afectada. La pérdida de las
tierras comunales y la reducción de la producción de alimentos básicos tuvieron como consecuencia
que, a fines del porfiriato, sólo uno de cada diez pueblos estaba en condiciones de autosostenerse.
Esto quiere decir que casi todos los campesinos tenían que emplearse como jornaleros para
sobrevivir y debían acudir al mercado para proveerse de alimentos.
Durante el porfifiato, se acentuaron los rasgos capitalistas de la economía. La agricultura se
comercializó y se hizo más dependiente de las fluctuaciones del mercado. El aumento de la
participación en el mercado mundial condicionó al agro a los vaivenes de la economía internacional.

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La introducción de tecnología y capital extranjeros crearon una creciente dependencia de estos
bienes y endeudaron al país con el exterior. El desarrollo de la gran empresa agraria contribuyó a la
proletarización del campo y al debilitamiento del campesinado.
Los cambios que sufrió la agricultura estuvieron en íntima relación con el proceso general de
transformación que experimentó la sociedad durante el periodo. Uno de los factores fundamentales
fue el crecimiento de la población, de alrededor de 9.5 millones en 1877 a 15 millones en 1910. Es
decir, en 33 años aumentó el 63 por ciento. Los centros urbanos, por su parte, aumentaron en
número y pasaron de 22 a 29 y su población en conjunto creció 44por ciento. Este notable
incremento permitió la expansión de los mercados urbanos y regionales, a la vez que proporcionó la
mano de obra necesaria para aumentar la producción. La industria creciente absorbió materias
primas, tales como el algodón, y engrosó la población que dependía del mercado para satisfacer sus
necesidades.
El mejoramiento de las comunicaciones, mediante la construcción de una red ferroviaria y la
ampliación de las instalaciones portuarias, facilitó el intercambio de productos dentro del territorio
nacional, así como su exportación a Europa y Estados Unidos. La abolición de las alcabalas permitió
la integración de un mercado nacional. La expansión de la energía eléctrica dotó a la agricultura de
la fuente energética indispensable para la modernización tecnológica.
A causa de la estabilidad política entraron capitales y tecnología extranjerosy se afianzaron las
relaciones comerciales internacionales. La creación de un sistema bancario moderno proporcionó
capital para la agricultura y la reorganización fiscal generó fondos que se utilizaron para crear obras
de infraestructura.
En el terreno legal, las leyes de Reforma constituyeron el fundamento sobre el cual se edificó
la agricultura porfiriana. La libre empresa, la propiedad privada y la libertad de comercio
permitieron el desarrollo de la hacienda y el latifundio. La ley de desamortización de la propiedad
comunal fomentó la agricultura comercial y debilitó la de autosubsistencia, a la vez que puso a
disposición de empresarios particulares enormes extensiones de tierra. Este fenómeno fue acentuado
por la ley de deslinde de terrenos baldíos. Las leyes de colonización propiciaron la inmigración de
un gran número de extranjeros, quienes desempeñaron un papel activo en la agricultura.
Durante el porfiriato la sociedad siguió siendo fundamentalmente agraria. A pesar de la
expansión de las urbes y la creciente industrialización, a fines del periodo, de los 15 millones 160
mil habitantes a que ascendía el total de la población del país, 12 millones 216 mil vivían en el
campo; casi el 80 por ciento.
La población rural era heterogénea y estaba formada por grandes, medianos y pequeños
propietarios, minifundistas, comuneros, arrendatarios y aparceros, trabajadores de las haciendas,
empleados rurales y por personas que sólo estaban ligadas indirectamente al campo. Los pequeños
propietarios y los minifundistas, así como los comuneros, los arrendatarios y los aparceros
constituían el campesinado. Eran formalmente libres e independientes y explotaban la tierra
principalmente para el autoconsumo.
La distribución geográfica de la población rural era muy desigual. La zona más densamente
poblada era la meseta central, mientras el norte del país y las costas estaban escasamente pobladas.
El reparto desigual de la tierra y los diferentes sistemas mediante los cuales se le explotaba
dieron origen a diversos tipos de asentamientos y a diferentes complejos productivos. Las unidades
de producción que comprendían un mayor número de tierras y que acaparaban los mejores recursos
eran las haciendas. A éstas se les llamaba latifundios cuando eran muy extensas. La explotación de
la tierra a través de la hacienda era privada y su finalidad era comercial. Los pobladores que
resultaban beneficiados con este sistema eran una pequeña minoría.

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En segundo lugar estaban los ranchos, que tenían una finalidad semejante a la de las
haciendas, pero eran menores en extensión y su dominio sobre su entorno era menos severo.
Se ha calculado que la población rural sin tierras representaba alrededor del 80 por ciento. La
mayoría de estas personas vivían ligadas a la economía de la hacienda, ya sea como trabajadores
residentes o eventuales o como arrendatarios o aparceros.
Los campesinos que tenían acceso a la tierra, y que, por lo tanto, eran independientes, vivían
en pueblos o en pequeñas comunidades rurales. En algunos casos lograron conservar el sistema
comunal y explotaban la tierra en conjunto. El resto de los campesinos eran pequeños propietarios o
minifundistas.
En los pueblos, asimismo, residían personas que no estaban ligadas directamente al campo.
Esta población semirural estaba formada por comerciantes, clérigos, técnicos, artesanos y algunos
profesionistas, tales como los médicos y los maestros de escuela.

LA AGRICULTURA CAMPESINA
Los pueblos en donde vivía la mayor parte de los campesinos, por lo general, eran pequeños,
aun cuando su densidad aumentó durante el periodo. La mayoría se localizaba en las tierras
templadas y frías del altiplano central; estaban menos pobladas las zonas calientes de las planicies
costeras y casi despobladas las extensas llanuras desérticas del norte. Muchos pueblos se localizaban
en lugares inaccesibles, en las laderas de las montañas o en cañadas profundas. Las tierras que
ocupaban, casi siempre, eran de menor calidad que las de las haciendas vecinas, y el agua de riego
de la que disponían era escasa.
Los campesinos cultivaban principalmente alimentos básicos para el autoconsumo y para su
comercialización en los mercados locales. Producían maíz, frijol y chile, y en los huertos familiares
sembraban legumbres para complementar su dieta. Sólo en algunas regiones cultivaron productos
comerciales, en pequeña escala, tales como café, cacao y caña de azúcar. Dichos productos los
vendían a los hacendados de la región, para que éstos los comercializaran o los colocaran en los
mercados regionales.
La agricultura campesina sufrió pocos cambios durante el porfiriato. Se siguieron empleando
las mismas técnicas de cultivo y los mismos implementos de trabajo que se usaban desde la época
colonial. Los campesinos carecían del capital que les hubiera permitido modernizar su
infraestructura, construir obras de riego, adquirir maquinaria moderna y diversificar su producción.
Los apoyos gubernamentales fueron nulos en este terreno.
Los campesinos tradicionalmente explotaban la tierra en forma comunal. Cada pueblo poseía
tierras que eran trabajadas en conjunto por todos sus miembros. Pero, a raiz de las leyes de
desamortización de la propiedad comunal, que se pusieron en práctica desde la época de la reforma
y que se aplicaron con mayor rigor durante el porfiriato, los pueblos fueron obligados a abandonar el
sistema comunal. Algunos pusieron resistencia a esta inedida y siguieron explotando la tierra en
conjunto, pero fueron una minoría. La mayoría tuvo que vender sus tierras. Esta situación fue
aprovechada por los especuladores y condujo a la pérdida paulatina del control sobre el suelo por
parte del campesinado.
A raíz de la instrumentación de la propiedad privada, en los pueblos aumentó la estratificación
interna y se acentuaron las diferencias entre los miembros de la comunidad. Algunos pobladores
tenían y explotaban pequeñas parcelas o ranchitos, mientras que la mayoría había perdido el acceso
a la tierra.
Pero aun aquellos campesinos que tenían tierras, con frecuencia no lograban cubrir sus
necesidades alimentarias porque muchas parcelas eran muy pequeñas y la tierra de mala calidad. A
esto se añadía la falta de capital y que la explotación de terrenos demasiado pequeños no era

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rentable económicamente. De acuerdo con los datos de Frank Tannenbaum, de 14 pueblos del estado
de Puebla, los habitantes de cuatro tenían en promedio parcelas de menos de una hectárea, y en otros
cuatro pueblos, de una a dos hectáreas. En el estado de Oaxaca la situación era aún más drástica, ya
que de 31 pueblos, 15 poseían menos de una hectárea, y cuatro de una a dos hectáreas.
Otras vías por medio de las cuales perdieron tierras los campesinos fue el deslinde de terrenos
baldíos y la colonización. Muchas tierras cayeron en manos de particulares porque carecían de
títulos de propiedad. Se calcula que pasaron a poder de las haciendas y de las compañías
deslindadoras más de 800. mil hectáreas de tierras comunales.
Por otra parte, la población rural aumentó en forma continua durante el porfiriato, lo que
agudizó la escasez de la tierra. Hacia 1910 sólo el 10 por ciento de las familias de campesinos poseía
tierras; más de tres millones de campesinos carecían de ellas.
Los campesinos recurrieron a diversos mecanismos para proporcionarse medios de
subsistencia. La mayoría se empleó como peones en las haciendas. Algunos trabajaban sólo
eventualmente, durante determinado número de días, semanas y meses, y después regresaban a sus
pueblos. Otros se quedaban a vivir en las haciendas en forma permanente.
Aquellos campesinos que disponían de más recursos alquilaban tierras a las haciendas o las
tomaban en aparcería. Estas tierras solían ser de poca calidad y, por lo general, eran de temporal, ya
que las mejores eran explotadas directamente por el hacendado. Había contratos de aparcería que
incluían semillas, implementos agrícolas y bestias de trabajo. Los contratos eran por periodos de
tiempo cortos y el pago se hacía en dinero o en especie. En algunos casos los arrendatarios y
aparceros estaban obligados a desempeñar algunas tareas para la hacienda.
Los grupos de campesinos que se establecían en términos de una hacienda llegaban a ser tan
numerosos que formaban comunidades extensas. A éstas se les denominó rancherías.
Otra alternativa para los campesinos era emigrar a las ciudades. Allí, las posibilidades de
empleo se ampliaron durante la época porfinana, gracias a la creciente industrialización, pero sólo
era pequeño el porcentaje del campesinado que podía ser absorbido por las urbes.
La falta de posibilidades impulsó a muchos a emigrar a Estados Unidos. A pesar de que allí se
les explotaba, las condiciones eran mejores que las que tenían en México. El número de las personas
que emprendió el éxodo fue creciendo, en 1900 era de 78 mil y en 1910 había aumentado a 116 mil.
Es decir, en el lapso de diez años creció 67 por ciento.
La pérdida de la capacidad de autosostenerse, aunada a los despojos de tierras, el sistema
represivo de la hacienda y la desintegración del sistema comunal, produjo una situación de
descontento entre los campesinos. Esta se manifestó a través de numerosas rebeliones campesinas
entre 1876 y 1886. Las revueltas se dieron en diferentes partes del país y muchas eran capitaneadas
por caciques y caudillos que perseguían fines políticos, junto con reivindicaciones campesinas.
Fueron célebres las sublevaciones de los grupos indígenas, apaches, yaquis y mayos, tanto por la
ferocidad con que lucharon, como por la forma sangrienta en que fueron reprimidos. Los
levantamientos cesaron hacia 1886 porque, a partir de ese momento, el gobierno ganó el control
sobre las fuerzas represivas de los estados. En 1910 el descontento reprimido brotó con gran fuerza,
dando inicio a la revolución mexicana.

Los ranchos
Los ranchos eran unidades agrícolas intermedias entre las explotaciones campesinas y las
haciendas. Su producción podía estar destinada tanto al autoconsumo, como a la comercialización.
Su extensión, por lo general, era reducida, ya que contaban sólo con unas cuantas hectáreas.
Unicamente los ranchos ganaderos del norte abarcaban un número de hectáreas mayor.

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En una misma zona, los ranchos siempre eran menores que las haciendas y tenían una
producción inferior. Contaban con menos tierra e infraestructura. Además, las tierras que ocupaban,
eran, por lo general, de peor calidad que las de las haciendas vecinas y casi siempre carecían de agua
de riego. Era frecuente que los ranchos dependieran de las haciendas en algunos aspectos; por
ejemplo, para arrendar sus tierras, usar sus potreros o recolectar leña en sus bosques.
Había ranchos que formaban parte de una hacienda, debido a que las haciendas, en su afán
expansionista, con frecuencia incorporaron dentro de sus límites a propiedades más pequeñas. A
veces estos ranchos seguían funcionando en forma semiantónoma.
La mayoría de los ranchos eran mixtos; es decir, se practicaba en ellos la agricultura y la
ganadería, aun cuando la producción se podía inclinar más a una u otra rama. La agricultura y la
ganadería se complementaban. Los animales se usaban para la carga y la tracción y fertilizaban el
suelo, mientras los productos agrícolas servían de sustento para los animales y los trabajadores. El
ganado menor y las aves de corral constituían un complemento dietético y suministraban’ productos
útiles para la economía ranchera.
Los ranchos agrícolas estaban dedicados a la producción de alimentos básicos, principalmente
maíz, frijol y legumbres. En muchos casos lo que producían, apenas era suficiente para sostener a la
familia del ranchero. Los excedentes eran colocados en el mercado. Los ingresos modestos que se
obtenían de su venta se empleaban para adquirir los productos que no se explotaban en el rancho y
para pagar las obligaciones fiscales y religiosas. Los ranchos ganaderos colocaban sus productos en
los mercados regionales o los vendían a intermediarios.
La mayoría de los ranchos eran trabajados por los mismos dueños, con el auxilio de sus
familiares. Sólo ocasionalmente empleaban mano de obra asalariada.
El ranchero vivía del producto que cosechaba y tenía pocos excedentes. Sin embargo, su
economía se caracterizaba por un modesto bienestar, que estaba en contraste con la pobreza en la
que vivían los peones y muchos minifundistas.
El patrón de asentamiento de los ranchos podía ser disperso o concentrado. En el primer caso,
los ranchos estaban aislados, ya que se encontraban en las cañadas de los ríos, en pequeños valles
entre las montañas y en rincones apartados. Aprovechaban reducidas áreas de cultivo y, por lo
general, estaban lejós de los centros urbanos y de las principales vías de comunicación. En el
segundo, los ranchos estaban uno junto a otro, en grupos de varias decenas o centenares de familias.
El área que ocupaban en conjunto era extensa. Este tipo de asentamiento tenía la ventaja de que los
rancheros podían unirse para emprender acciones en común y para defenderse contra los embates del
exterior.
La distribución de los ranchos en el territorio de la república fue desigual. Los estados de
mayor concentración eran Jalisco, Michoacán y Guanajuato. En ellos se ubicaba alrededor de la
tercera parte del total de ranchos. Les seguían Sinaloa, Chihuahua, Durango, Tamaulipas y Nuevo
León. La expansión agroganadera en estos estados norteños fue un fenómeno típico del porfiriato.
La menor densidad de ranchos se daba en donde la influencia indígena era muy fuerte y, por lo
tanto, prevalecían los pueblos y los minifundios: en el Distrito Federal, Morelos, Tlaxcala, Puebla,
Oaxaca, Tabasco y Yucatán.
El rancho se expandió notablemente durante el régimen, tanto en su número como en la
extensión de tierras que ocupaba. De acuerdo con Moisés Sánchez Navarro, en 1877 había 14705
ranchos, en 1900 eran 32 557 y en 1910 sumaban la fabulosa cifra de 48 635;( Las cifras esiadísticas
que manejan diferentes autores no son uniformes. Esto se debe, entre otros problemas, a
discrepancias en las mismas fuentes, que aparentemente provienen del hecho de que se aplicaron
diferentes criterios al levantar los censos) es decir, durante el periodo porfiriano su número se
triplicó.

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Los ranchos eran mucho más numerosos que las haciendas; en promedio la proporción era de
cinco a uno, pero en muchos estados era mayor. Sólo en Yucatán y en Tlaxcala había más haciendas
que ranchos. A pesar de esto, la extensión territorial que en conjunto ocupaban los ranchos era
mucho menor que la de las haciendas.
Muchos ranchos aumentaron en extensión mediante la incorporación de nuevos terrenos, pero
también fue frecuente que a su vez fueran incorporados a las haciendas y perdieran su
independencia.
En el centro, el rancho se benefició de la desamortización de los bienes comunales, porque
cuando estas tierras entraron en el mercado muchas fueron adquiridas por rancheros. En el norte, su
economía creció gracias al deslinde de terrenos baldíos y a la colonización, que hicieron posible que
extensas zonas, antes baldías, pudieran ser explotadas.
La tecnología que se empleaba en los ranchos era la heredada de la colonia. Había pequeños
adelantos, como por ejemplo, una reja de metal para el arado, pero muchos rancheros seguían
utilizando rejas de madera. Como animales de tiro se prefería a los bueyes sobre las mulas, porque
se adaptaban mejor a los terrenos difíciles y eran más fáciles de alimentar. La mayoría de los
ranchos carecía totalmente de infraestructura hidráulica y las tierras eran explotadas mediante
temporal. Sólo en algunas partes tenían pequeñas presas o jagúeyes.
No hubo un progreso en las técnicas de cultivo y en la crianza de animales, no se mejoraron
las especies, ni se introdujeron nuevas variedades, tampoco llegaron a los ranchos los nuevos
implementos agrícolas, ni la maquinaria. Estos avances estuvieron reservados a las haciendas.
A pesar de su situación marginal, los ranchos desempeñaron un papel importante en la
economía, ya que produjeron un alto porcentaje de los alimentos básicos que se consumían en el
país.

LAS HACIENDAS
Durante los años que nos ocupan se conjugaron diversos fenómenos económicos, políticos y
sociales que permitieron que la hacienda llegara al punto culminante de su desarrollo y se
convirtiera en el sector dominante del agro. La política económica porfirista estuvo encaminada a
apoyar a la agricultura comercial. La totalidad del capital que se invirtió en el campo durante el
periodo se canalizó hacia la hacienda; se expidieron leyes favorables a los terratenientes, tales como
las de deslinde de baldíos y las de colonización, que permitieron el surgimiento de nuevas haciendas
y la expansión de las existentes; se fomentó la introducción de nuevas técnicas agrícolas,
implementos y maquinaria, así como nuevas variedades de plantas y animales, y se crearon escuelas
agrícolas.
El incremento de la población fue favorable para las haciendas por-que les proporcionó mano
de obra abundante, lo que permitió un aumento considerable de la producción. El alza poblacional
también hizo posible que se expandieran los mercados regionales y citadinos. El crecimiento de las
urbes y la industrialización contribuyeron en este fenómeno.
Los avances en los medios de comunicación y la supresión de las alcabalas agilizaron la
comercialización de los productos. Por último, la estabilidad política hizo posible que se estrecharan
las relaciones con el extranjero, lo que permitió la entrada de capital y tecnología y dio lugar a que
aumentara la participación de México en el mercado internacional.
A lo largo de los 35 años que duró el porfiriato la hacienda se expandió notablemente. Según
Moisés Sánchez Navarro, su número aumentó 69 por ciento; de 5 869 en 1877 a 8 431 en 1910. La
mayoría de las haciendas nuevas se ubicaba en los estados norteños y en las costas; ocupaba zonas
que antes habían estado baldías.

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Las haciendas no sólo aumentaron en número, sino también en cuanto a la superficie de tierra
que ocupaban. Los terratenientes trataban de acaparar la mayor extensión posible, con el fin de
aumentar la producción y contar con diferentes tipos de suelo y suficiente agua. Procuraban ser
autosuficientes y, por lo tanto, incorporaban tierras destinadas al cultivo de productos de
subsistencia, pastizales para la crianza de ganado, bosques para el suministro de leña y de otros
recursos. Además, tenían áreas de reserva que se mantenían baldías hasta el momento en que eran
requeridas.
Otras razones para expandir las tierras eran obtener el control sobre los medios de
comunicación, aniquilar a los competidores y privar a los campesinos de los medios dc subsistencia
para obligarlos a emplearse en la hacienda. En resumen, a través del acaparamiento de tierra los
hacendados pretendían lograr el control económico de una región.
La legislación porfirista fue favorable a la concentración de tierras. En las zonas pobladas,
donde el suelo estaba muy fraccionado, como en el altiplano central y en Oaxaca, la tierra empezó a
circular mediante la desamortización de bienes comunales. Muchos terrenos que pertenecieron a las
comunidades se pusieron a la venta y fueron adquiridos por rancheros o hacendados.
En las regiones escasamente pobladas, como las extensas zonas semiáridas del norte y las
costas, donde abundaban terrenos desocupados, los instrumentos legales que se utilizaron para
adquirir tierras fueron el deslinde de baldíos y la colonización. En 1883 se expidieron unas leyes
para ratificar a las compañías deslindadoras (que existían desde 1875) e impulsar la colonización.
Las compañías, en su mayoría norteamericanas, tenían la función de deslindar y poner en venta
todos aquellos terrenos que no tenían propietario o que carecían de títulos de propiedad. En pago les
correspondía la tercera parte de las tierras deslindadas. Mediante una ley de 1894 se declaró
ilimitada la extensión de tierra que podía poseer un sólo individuo.
Con base en esta legislación cayeron enormes extensiones de tierra en manos de latifundistas.
Estos, en su mayoría, eran extranjeros, en particular estadounidenses. Tenían derecho de asentarse
en territorio mexicano gracias a las leyes de colonización. Luis Huller se apropió de la mitad de Baja
California, Hearst adquirió tres millones de hectáreas en Chihuahua, Green se apoderó de los
terrenos cupríferos de Cananea y los Rockefeller se adueñaron de la región del hule, para citar sólo a
los más destacados.
En zonas donde el suelo estaba muy fraccionado muchos hacendados recurrieron a la compra
de ranchos y haciendas para ampliar los límites de sus propiedades. Por eso era frecuente que un
latifundio se compusiera de diferentes unidades productivas, que en ocasiones funcionaban en forma
semindependiente.
Gracias a los factores descritos la hacienda creció en forma desmedida. Se apoderó
paulatinamente de las mejores tierras y recursos acuíferos. En el norte del país y en las zonas
tropicales de las costas su influencia fue aplastante. Se calcula que había estados donde le pertenecía
el 80 por ciento de la tierra. En el centro su importancia fue un poco menor, porque allí una parte de
las tierras seguía en manos de los campesinos.
Entre los grandes latifundistas destacaban, además de los extranjeros a los que ya me referí,
los Terrazas en Chihuahua, Olegario Molino en Yucatán, Lorenzo Torres en Sonora, los García
Pimentel en Morelos, los Garza y los Martínez del Río en Durango, Iñigo Noriega y Dante Cuzi en
Michoacán, José Escandón en Hidalgo y Justino Ramfrez en Puebla.
La extensión promedio que comprendía cada una de las haciendas era distinta en diferentes
regiones de la república. Dependía de la concentración poblacional, del fraccionamiento de la tierra,
su calidad y el uso que se le había dado desde la época colonial, del tipo de cultivo y de los medios
de comunicación.

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Las haciendas ganaderas del norte, por ejemplo, eran muy extensas, mientras las de zonas
como Morelos e Hidalgo, donde la tierra estaba muy fraccionada y había una gran concentración
demográfica, eran mucho más reducidas. Moisés González Navarro calculó que la extensión
promedio de las haciendas en Coahuila, Durango, Chihuahua y Nuevo León era de 5000 hectáreas,
en Sonora y Baja California de 2000 y 3000, y en Yucatán, Tabasco, Chiapas, Hidalgo, Tlaxcala y
Puebla de 1000 a 2000.
Los latifundios superaban considerablemente esos promedios. Mac Cutehen Mac Bride estima
que 300 haciendas abarcaban, por lo menos, 10000 hectáreas cada una; 116 alrededor de 25000; 51
alrededor de 30 000 y otras 11 más de 100000.
Había latifundios tan extensos que se requerían varios días para atravesarlos. Por ejemplo, el
de Los Cedros, en Zacatecas, abarcaba 754912 hectáreas y el de San Blas, en Coahuila, alrededor de
395767. La parte oriental del estado de Morelos estaba enteramente en manos de la familia García
Pimentel, propietaria de las haciendas azucareras de Santa Clara Montefalco y Santa Ana Tenango,
que abarcaban aproximadamente 68 181 hectáreas.
Una excepción fue el estado de Oaxaca, donde la mayor parte de la tierra cultivable
permaneció en manos de los campesinos, en su mayoría indígenas, y donde las haciendas no
comprendían más de 4000500 hectáreas.
La infraestructura física de las haciendas aumentó a la par que su expansión territorial.
Grandes cascos, que comprendían la casa habitación, los corrales, las oficinas, los cuartos dedicados
a la producción, los albergues de los peones, las trojes y la capilla, fueron levantados en esa época.
A la vez se renovaron y reconstruyeron los que databan de la época colonial y del sigio XIX. Los
hacendados más acaudalados adornaban las haciendas con hermosos jardines, estanques, salones de
baile y terrazas, y acondicionaban palenques y plazas de toros, con la finalidad de crear
esparcimiento y hacer agradable la estancia en el campo.
Las haciendas, además de acaparar las mejores tierras, lograron el control sobre las aguas.
Casi todos los distritos de riego estaban en sus manos, dejando a los ranchos y a los pueblos sólo en
posesión de tierras de temporal. El perfeccionamiento de la tecnología hidráulica, aunado a una
mayor disponibilidad de capital, permitió un mejor aprovechamiento de los recursos acuiferos
existentes. Los hacendados construyeron presas para almacenar agua y acueductos mediante los
cuales traían el liquido desde distancias de varias decenas de kilómetros. Una red de canales de riego
y acequias distribuía el agua dentro de las propiedades.
El desarrollo tecnológico de algunas haciendas fue notable en esta época, pero no fue un
fenómeno generalizado. Sólo los hacendados que disponían de amplio capital y que estaban
establecidos en puntos geográficos estratégicos se pudieron beneficiar de los medios de
comunicación, de las nuevas fuentes de energía, de los implementos agrícolas modernos y de las
máquinas. La mayoría de las haciendas siguió operando de una manera tradicional, teniendo que
sortear los mismos problemas que en épocas pasadas. Adelante me referiré al desarrollo tecnológico.
La distribución de las haciendas en el territorio mexicano era desigual. Los estados donde
había el mayor número eran, en orden de importancia, Yucatán y Chiapas, Tabasco, Guanajuato,
Nuevo León, Jalisco, Estado de México y Puebla. Entidades con pocas haciendas eran Baja
California Sur, Sinaloa, Nayarit, Aguascalientes y Quintana Roo.
Había diferentes tipos de haciendas. Las maiceras y trigueras operaban en forma similar a
como lo habían hecho desde la época colonial. Las primeras se asentaban principalmente en el
centro del país, en Puebla, el Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Oaxaca y Michoacán, y las
segundas en Jalisco, Guanajuato y Chihuahua.
Las haciendas ganaderas, que desde la época colonial se ubicaban en la periferia, ocupaban los
estados norteños y las costas. Las pulqueras se localizaban en Hidalgo y en Tlaxcala, tal y como lo

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habían hecho desde el siglo XVIII. Los ingenios azucareros se encontraban en Morelos, Jalisco y
Veracruz.
A principios del porfiriato el mayor número de haciendas algodoneras se ubicaba en Veracruz,
pero con el desarrollo del imponente complejo de La Laguna, Durango y Coahuila se convirtieron
en los estados algodoneros más importantes.
El arroz se expandió en forma notable en las haciendas de Michoacán, Morelos, Colima y
Querétaro.
En el norte de Yucatán, y en menor medida en Campeche, se desarrollaron numerosas
haciendas henequeneras, que permitieron que Yucatán se convirtiera en el estado más rico de la
república. En contraposición, el ixtie se explotaba en los estados norteños, Tamaulipas, Coahuila,
San Luis Potosí y Nuevo León.
En las zonas calurosas del sur del país surgieron numerosas haciendas de productos tropicales.
El café se cultivó en Veracruz y Chiapas, el cacao en este último estado y en Tabasco, la vainilla en
Veracruz y el añil en Chiapas y Oaxaca. Asimlsmo, surgieron haciendas dedicadas a la explotación
frutícula en diferentes partes del país. En los últimos incisos, dedicados a la producción, volveré
sobre este tema.
El acaparamiento de tierras y aguas, aunado a la disponibilidad de capital, a las facilidades
fiscales y al apoyo gubernamental, hizo posible que la hacienda desempeñara un papel hegemónico
en el agro.
Controlaba la producción y los precios, manipulaba los mercados y ejercía un dominio severo
sobre la población agrícola, que en su mayoría dependía de alguna manera de ella.

LA AFLUENCIA DE CAPITAL PARA EL AGRO


La expansión de la agricultura comercial sólo fue posible gracias a una gran disponibilidad de
capital. Éste provino tanto del sector interno como del externo. En términos generales, las haciendas
tradicionales, es decir las cerealeras, ganaderas, pulqueras y azucareras, permanecieron en manos de
mexicanos y operaron principalmente con capital mexicano, mientras las dedicadas al cultivo de
productos tropicales pertenecían a inversionistas extranjeros y funcionaban con capital foráneo.
La mayor parte del capital mexicano que se invirtió en el agro no provenía de la agricultura,
sino tenía su origen en el comercio, la minería y las manufacturas, renglones económicos éstos que
se desarrollaron ampliamente durante el porfiriato, bajo el naciente capitalismo. La mayoría de los
grandes hacendados tenía intereses, por lo menos, en uno de estos sectores económicos, aparte de la
agricultura. Además hay que recordar la participación de los capitales, que entraron en circulación
por la desamortización de los bienes eclesiásticos.
Durante el porfiriato surgió, junto con el hacendado tradicional, un nuevo tipo de empresario
capitalista nacional, que se caracterizó por una explotación más racional de sus unidades
productivas. Operaba con un gran monto de capital, lo que le permitía obtener buenas ganancias; su
producción estaba enfocada hacia los cultivos comerciales y de exportación, no hacia los alimentos
básicos; colocaba sus productos en los grandes mercados nacionales e internacionales y operaba con
tecnología moderna, lo que permitía obtener los mayores rendimientos.
La inversión extranjera contribuyó en forma significativa al desarrollo de la agricultura, aun
cuando sólo representó el 5.7 por ciento del monto total de la inversión en México. Los capitales
extranjeros provenían de Estados Unidos, Inglaterra y Francia y, en menor medida, de Alemania.
Los inversionistas extranjeros invirtieron principalmente en los nuevos cultivos de exportación y en
la ganadería. El capital que aportaban provenía tanto del ahorro en sus países de origen, como de
una acumulación hecha en México, en otros sectores. En el primer caso, las ganancias generalmente

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se remitían al país de origen, mientras que en el segundo, cuando menos una parte solía permanecer
en México.
El gobierno de Porfirio Díaz fomentó la inversión directa de capitales extranjeros en el agro.
Concedió facilidades a los inversionistas para adquirir tierra y mano de obra y, con frecuencia, los
eximió del pago total o parcial de impuestos. En el norte del país surgieron extensas haciendas
ganaderas en manos de estadounidenses; en la zona de Tapachula, en Chiapas, alemanes
establecieron fincas cafetaleras; la extracción del chicle y del hule de la selva tropical estuvo en
manos de norteamericanos; españoles y cubanos eran los dueños de las fincas tabacaleras de Valle
Nacional, en Oaxaca, y compañías de Estados Unidos establecieron las primeras plantaciones de
plátanos, sandías y cítricos e invirtieron en la industria azucarera.
La agricultura asimismo se vio estimulada por la inversión indirecta de capital extranjero. Por
ejemplo, las haciendas henequeneras de Yucatán permanecieron en manos de mexicanos, pero
operaban con capital extranjero.
Finalmente, es importante señalar que en la época porfiriana aumentó la disponibilidad de
capital para los agricultores, gracias a la creación de un sistema bancario moderno, fundado casi en
su totalidad con capital extranjero. Este incluía bancos de emisión, hipotecarios y refaccionarios, y
tenía casas matrices o sucursales en todas las ciudades importantes del país. Los bancos concedieron
crédito a los agricultores y contribuyeron así a solucionar uno de los problemas más agudos del
agro.

EL DESARROLLO DE LA TECNOLOGÍA AGRÍCOLA


Durante el siglo XIX se llevó a cabo en Europa y en Estados Unidos la llamada revolución
industrial, que se caracterizó por la aplicación de los nuevos inventos tecnológicos a diversos
sectores de la vida. Entre éstos destacaban el uso de la fuerza de vapor, la electricidad, el telégrafo,
el ferrocarril, el telar mecánico y el automóvil.
En el campo de la agricultura surgió una serie de máquinas e implementos que sustituían o
complementaban el trabajo del hombre y de las bestias y que permitían economizar esfuerzo y
tiempo. Los arados se perfeccionaron. Se fabricaron de hierro forjado, lo que los hizo más
resistentes y permitió su uso en suelos duros. Mediante la adaptación de una vertedera se logró
penetrar mejor en la tierra y pulyerizar los terrones. Se inventaron máquinas que llevaban a cabo los
diferentes pasos del proceso agrícola: cultivadoras, segadoras, trilladoras, desgranadoras, cortadoras
de paja y empacadoras. A la vez, se diseñaron nuevos modelos para el procesamiento de diversos
productos agrícolas, tales como molinos de trigo y de arroz, trapiches de azúcar, desfibradoras y
secadoras, entre otros.
En los paises industrializados estas innovaciones tecnológicas se difundieron con gran rapidez.
Se tenían los medios para llevarlas a cabo y las máquinas venían a resolver el problema de la escasez
de mano de obra que padecían. En México algunas de las innovaciones se introdujeron desde la
segunda mitad del siglo XIX, como el telégrafo y el ferrocarril, pero fue en el porfiriato cuando la
tecnología moderna se difundió en forma masiva.
El gobierno de Porfirio Díaz concebía el progreso en función de la modernización y, por lo
tanto, introdujo la electricidad, construyó una amplia red de ferrocarriles, amplió el sistema
telegráfico e importó vehículos y maquinaria.
En el terreno de la agricultura se valió de diferentes medios para promover la adquisición y el
uso de los nuevos implementos y maquinaría. Editó folletos, propagó sus ventajas en revistas de
agricultura, montó exposiciones y dio exhibiciones prácticas en el Colegio Nacional de Agricultura
y en algunas unidades productivas de vanguardia. En su empeño fue apoyado por las casas
comerciales que vendían la maquinaria en México. A la vez, impulsó la fabricación nacional de

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implementos y máquinas, que se hacía imitando los diseños extranjeros. Esta se restringió a los
modelos sencillos, ya que los más complicados siempre fueron de importación.
Así, gracias a los esfuerzos gubernamentales y una mayor disponibilidad de capital, se logró
una incipiente tecnificación de la agricultura. Esta se produjo dentro de un marco reducido y se
limitó a las zonas más prósperas del país, mientras el resto quedó marginado del desarrollo
tecnológico. Algunas de las grandes haciendas lograron adquirir las máquinas más adelantadas de su
época, esto era cosa de prestigio, pero la gran mayoría de las unidades productivas y los pueblos
carecieron totalmente de maquinaria moderna.
Las áreas que experimentaron un mayor avance tecnológico fueron las relacionadas con el
procesamiento de materias primas. Se emplearon máquinas para desfibrar el henequén, para la
molienda del arroz, para la fabricación del azúcar y para moler el trigo.
A fines del siglo XIX el gobierno mexicano hizo una encuesta en toda la república sobre la
utilización de maquinaria agrícola. Aun cuando ésta no parece haber sido muy exhaustiva, el
resultado es significativo. Un gran número de estados, a saber Baja California, Chiapas, Hidalgo,
Jalisco, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa y Zacatecas, carecía por completo de
maquinaria e implementos modernos. En estos estados la mecanización, aparentemente, no era
rentable. El técnico agrícola Karl Kaerger calculó que en Jalisco el costo de la producción
aumentaba en 8 por ciento si se empleaban máquinas para cosechar. Esto se debía a que la mano de
obra era muy barata.
En el resto de los estados sólo había algunas trilladoras, aventadoras y desgranadoras, de
fabricación extranjera o nacional. En las zonas azucareras se usaban molinos de azúcar extranjeros y
contadas haciendas tenían maquinaria de vapor. Los implementos que habían logrado una mayor
difusión eran los arados extranjeros y sus imitaciones nacionales.
El desarrollo tecnológico no se limitaba a la maquinaria y a los implementos agrícolas; incluía
asimismo la aplicación de nuevas técnicas de cultivo, el mejoramiento de semillas y de plantas, la
utilización de fertilizantes naturales y químicos, un mejor conocimiento del ciclo biológico de las
plantas, mejores técnicas de irrigación y una mejor administración del trabajo, entre otros muchos
factores. Durante el régimen se lograron grandes adelantos en estos renglones. El desarrollo de
nuevos cultivos implicó el aprendizaje de nuevas técnicas. Extensas zonas que antes sólo se
aprovechaban para la ganadería, como la región de La Laguna, se habilitaron para la agricultura
mediante una moderna infraestructura hidráulica. Los niveles de producción de la mayoría de los
artículos de exportación y de un gran número de productos de consumo interno aumentaron en gran
medida, gracias a mejores técnicas de cultivo.
Sin embargo, igual que en el caso de la maquinaria, los adelantos técnicos sólo estuvieron al
alcance de una minoría, ya que el resto de la población no disponía de los medios ni de la
preparación para poder beneficiarse de ellos. Varios eran los obstáculos que se imponían a la
modernización. En primer término, la mecanización no constituía una necesidad porque había una
abundante mano de obra barata. Sólo en el procesamiento de las materias primas se hizo
indispensable (molinos, desfibradoras y trapiches). La segunda razón es que la maquinaria era muy
costosa. Aparte de los gastos de adquisición y los impuestos, que eran altos, estaban los costos del
transporte y la instalación. Esta última representaba un problema debido a la falta de técnicos
calificados en el país. El arraigo a prácticas utilizadas durante siglos por una gran parte de la
población agrícola era otro factor que inhibía la modernización tecnológica. Los nuevos
implementos, así como fertilizantes y semillas, eran vistos con desconfianza porque se contraponían
a las costumbres tradicionales.

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Otro factor que frenó el desarrollo tecnológico fue la ausencia de infraestructura en amplias
regiones del país. La franja del Pacifico era la menos favorecida en cuanto a comunicaciones,
energía eléctrica y sumínistros de materias primas.
Por último, cabe recalcar que la tecnificación estuvo al servicio de los artículos de exportación
y de algunos productos de consumo interno, como el azúcar y el arroz, pero no benefició a los
productos básicos cuya producción, como vimos anteriormente, disminuyó en forma drástica.

EL TRABAIO
El número de personas que dependía de la hacienda para vivir creció durante el porfiriato, a
raíz del aumento de la producción agrícola comercial y de la pérdida de los medios de subsistencia
de un amplio sector de la población. De acuerdo con Fernando Rosenzweig, la fuerza de trabajo
ocupada en la agricultura representaba alrededor de 65 por ciento de la ocupación total del país en
1910.
Los sistemas de trabajo que prevalecían eran los mismos que se empleaban desde la época
colonial (trabajadores residentes, trabajadores eventuales, arrendatarios y aparceros), pero las
relaciones de trabajo se agudizaron y adoptaron características diferentes en diversas regiones del
país. Estas diferencias se debieron a las condiciones particulares de cada región y a la relación que
existía entre la oferta y la demanda de los trabajadores.
De acuerdo con Friedrich Katz, se pueden establecer tres zonas donde el trabajo adoptó
modalidades diferentes: la zona del centro, productora de cereales, que contaba con una numerosa
población campesina y cuya producción estaba orientada principalmente hacia el consumo interno;
la zona del norte, región tradicionalmente minera y ganadera, escasamente poblada, donde había
surgido una vigorosa agricultura comercial; y la zona del sur, dedicada principalmente a los cultivos
tropicales de exportación, que también estaba poco poblada y donde las comunidades indígenas
habían logrado mantener algunos de sus privilegios comunales.
En la zona del centro aumentó el número de trabajadores disponibles. Desde la colonia esta
región era la más poblada y, a consecuencia del crecimiento demográfico y de la disminución de
tierras, muchos campesinos no contaban con medios para autosostenerse y tenían que alquilar su
fuerza del trabajo. Ello produjo una gran oferta de mano de obra, misma que provocó un
empeoramiento de las condiciones de trabajo. Los salarios se estancaron y las prestaciones
disminuyeron. Las raciones de maíz, que tradicionalmente se daban a los trabajadores como parte
del salario, se hicieron más pequeñas y en algunas haciendas desaparecieron. Además, muchos
trabajadores fueron despojados de las pequñas parcelas que la hacienda solía poner a su disposición
porque los hacendados dieron un uso más intensivo a la tierra. Otra forma de explotar más a los
trabajadores fue prolongar los horarios de trabajo y suspender algunos de los privilegios que
gozaban.
También las condiciones de los arrendatarios y de los medieros se hicieron más duras. Fueron
frecuentes los aumentos de las rentas, los contratos de aparcería y de mediania se hicieron en
términos menos favorables para los pequeños agricultores y se les restringió el uso de diversos
recursos naturales de la hacienda, tales como pastos, agua y leña.
Esta situación se tradujo en una disminución real del poder adquisitivo del trabajador, quien, al
perder el suministro de las raciones y las parcelas familiares, tenía que acudir a la tienda de raya o al
mercado para adquirir maíz y los demás insumos de primera necesidad. Ello quiere decir que estaba
al arbitrio de las fluctuaciones de precios y de las alzas desmedidas. La situación era agravada por
una marcada inflación. Dichos factores produjeron un descenso en el nivel de vida de los
trabajadores, lo que provocó actitudes de protesta, bandolerismo y una abierta resistencia á través de
múltiples revueltas agrarias.

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En el sur y sureste las condiciones de trabajo aún eran mucho peores. El desarrollo de la
agricultura de productos tropicales, henequén, cacao, café y tabaco, requirió de un suministro
creciente de mano de obra. Pero la región se encontraba escasamente poblada y los habitantes de los
pueblos se negaban a trabajar en las haciendas, porque muchos habían logrado conservar algunas
tierras comunales y no tenían necesidad de emplearse. Así, la obtención de fuerza de trabajo
constituía uno de los principales problemas de las haciendas de la zona. Se resolvió mediante la
fuerza y la coacción. El gobierno, interesado en el desarrollo de la naciente agricultura de
exportación, movilizó grandes contingentes de población hacia las fincas tropicales. Se enviaron a
los indios yaquis y mayos, despojados de sus tierras en Sonora; de todos los rincones del país se
condujeron reos y “vagos”, que eran personas que la justicia reclutaba por estar desocupados, y se
gestionó la inmigración de trabajadores coreanos, chinos e italianos. Estos últimos sin buen
resultado. Además, cada hacienda disponía de los llamados “enganchadores”, que eran personas
encargadas de conseguir trabajadores para la hacienda. Los enganchadores iban a los pueblos o a las
ciudades y allí, mediante falsas promesas, engaños y adelantos en dinero, convencían a campesinos
pobres o a la plebe citadina para que fueran a trabajar a las fincas.
Una vez que los trabajadores llegaban a las haciendas eran explotados despiadadamente.
Particularmente en las haciendas henequeneras de Yucatán y en las tabacaleras del Valle Nacional
en Oaxaca, las condiciones de trabajo llegaron a ser semejantes al esclavismo. Mediante el sistema
de peonaje por deudas, basado en adelantos reales o ficticios de dinero, se retenía a la fuerza a los
trabajadores en las plantaciones. No había escapatoria posible, y el trabajador que había ingresado
en ellas permanecía allí hasta su muerte, lo mismo que sus descendientes. La explotación era tan
desmedida que morían, por lo general, a los pocos años o, en ocasiones, meses de haber llegado a las
haciendas. Eran frecuentes los intentos de fuga, pero un sistema de persecución bien organizado,
apoyado por el gobierno local, casi siempre los hacía infructuosos.
Las fincas cafetaleras no requerían de una mano de obra permanente tan abundante, y allí la
explotación fue menos rigurosa. A ellas acudían temporalmente indios de Los Altos de Chiapas.
La evolución de las condiciones de trabajo en la zona del norte fue completamente opuesta a la
del sur, a pesar de que el norte también adolecía de escasez de mano de obra, producto de la
despoblación de esa área. La gran oferta de empleos en las minas circundantes y del otro lado de la
frontera, en Estados Unidos, aunada a las buenas condiciones laborales que imperaban allí,
obligaron a los agricultores a adoptar una estrategia radicalmente opuesta a la practicada en el sur, la
de atraer a los trabajadores mediante el mejoramiento de las condiciones de trabajo.
Este mejoramiento consistió principalmente en el aumento de los salarios y en la contratación
voluntaria. Los trabajadores tenían además plena libertad de movimiento. Muchos hacendados
ofrecían prestaciones adicionales, como la cesión de una parcela para el cultivo y de casa y corral, el
permiso para usar determinados recursos de la hacienda y la entrega de raciones de maíz o de otros
alimentos.
Las condiciones de los arrendatarios y de los medieros también fueron mejores que en el resto
del país, las rentas eran menores y el porcentaje de la cosecha que se otorgaba al mediero más alto.
Fue en el norte donde se dieron, en algunas haciendas, los primeros intentos de mejorar la
condición social de los trabajadores mediante la implantación de escuelas, servicio médico y
viviendas mejoradas. Los esfuerzos de Francisco 1. Madero en esta dirección son conocidos.
Por último, cabe recordar que el empeoramiento de las relaciones de trabajo en la mayor parte
de la república, unido a la pérdida de tierras y de la capacidad de autosostenerse de un amplio sector
de la población, así como las frecuentes crisis agrícolas, la creciente inflación y alza de los precios,
produjeron una tensión social que estalló en 1910, dando inicio a la revolución.

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EL MEJORAMIENTO DE LAS COMUNICACIONES
Uno de los avances más notables durante el porfiriato se dio en materia de comunicaciones.
Antes de este periodo, la abrupta topografía y la falta de ríos navegables habían limitado la
comunicación a estrechas veredas, intransitables en algunas épocas del año. El transporte, que se
llevaba a cabo sobre el lomo de mulas o caballos, era lento y sumamente costoso. Al iniciarse el
porfiriato sólo se contaba con alrededor de 640 kilómetros de rieles de ferrocarril y al concluirse se
había aumentado a casi 20 000 kilómetros. Además se desarrollaron los puertos y se construyeron y
mejoraron algunos camínos.
La agricultura destinada al consumo interno resultó muy beneficiada con esta infraestructura.
El ferrocarril permitió que los fletes se abarataran hasta en 80 por ciento. Esto tuvo como
consecuencia que se ampliaran los mercados y disminuyeran los precios. Productos pesados de
escaso valor como, por ejemplo, los cereales, ahora se podían transportar de un lugar a otro, cuando
antes ello era incosteable y sólo se hacía en épocas de crisis. Por lo tanto, se intensificó el comercio
entre diferentes provincias, lo que permitió que se integrara, de una manera paulatina, un mercado
nacional con centro en la ciudad de México.
Junto con el ahorro en fletes se daba un ahorro en tiempo. El transporte por ferrocarril era
mucho más rápido que el paso de las mulas. Este hecho benefició en particular a los productos
perecederos, como el pulque, la leche, las frutas y las legumbres. En el caso del primero, por
ejemplo, las haciendas situadas alrededor de la ciudad de México se fueron expandiendo a medida
de que avanzó la construcción del ferrocarril, porque este nuevo medio de comunicación permitió
que se llevara el pulque a la ciudad desde sitios más alejados, sin que se descompusiera en el
trayecto.
Asimismo, la agricultura de exportación pudo florecer gracias a los medios de comunicación.
El ferrocarril llevaba los productos a la frontera norte o a los puertos de embarque. La construcción
de nuevos puertos y el mejoramiento de los existentes facilitaban la salida de la mercancía a
ultramar. Por ejemplo, en Yucatán se hizo el puerto de Progreso para exportar el henequén.
Las principales líneas de ferrocarril comunicaban las costas y los Estados Unidos con el
centro. Las rutas se trazaron de acuerdo con las prioridades económicas que establecía el gobierno
de Díaz y las condiciones que imponían los inversionistas norteamericanos y europeos. Como el
ferrocarril se construyó casi en su totalidad con capital extranjero, las compañías extranjeras
tuvieron injerencia en la planeación y en el trazo de las líneas. Naturalmente las diseñaban de
acuerdo con sus intereses, orientados hacia el comercio exterior. El transporte ferrovíario por sí
mismo casi nunca les dejó utilidades, pero las pérdidas se compensaban ampliamente con las
ganancias que obtenían en el terreno comercial.
Por esta razón, sólo aquellas regiones que poseían un atractivo comercial para los extranjeros
fueron dotadas de ferrocarriles y las zonas de marginación económica permanecieron
incomunicadas. La región mejor comunicada era la del centro, que contaba con 2.1 kilómetros de vía
construida por cada 100 kilómetros cuadrados de territorio. Le seguía la zona norte y después la del
golfo de México. La zona peor comunicada era la del Pacífico sur, ya que sólo contaba con 0.4
kilómetros de vía construida por cada 100 kilómetros cuadrados. La zona del Pacífico norte tenía
una amplia red ferroviaria, pero todas las líneas conducían a Estados Unidos, para exportar materias
primas, principalmente minerales, y la región estaba incomunicada con el centro y sur del país.
En las regiones más desarrolladas las rutas ferroviarias fueron complementadas con los
llamados trenes Decauville o trenes de mulitas, para el tráfico local. Estos se componían de un
sistema de rieles portátiles y de pequeños vagones tirados por mulas. Donde terminaba la vía del
tren, el transporte se seguía haciendo sobre el lomo animal.

61
Otros factores que estimularon el desarrollo del comercio nacional e internacional de
productos agropecuarios fueron la abolición de las alcabalas en 1895, que agilizó el paso de una
provincia a otra y abarató los productos, y la implantación de una extensa red telegráfica por todo el
país, que facilitó la intercomunicación entre las diferentes plazas.

LA PRODUCCION DE CULTIVOS BÁSICOS


Si bien durante el porfiriato la agricultura creció en promedio a un ritmo de 0.65 por ciento
anual, este crecimiento se debió a la expansión de los productos de exportación y de los cultivos
comerciales de consumo interno, pero no al desarrollo de la agricultura de cultivos básicos. Esta
última sufrió un retroceso, que tuvo consecuencias graves para el país. El retroceso se debió
principalmente a la política económica del régimen y al afán de lucro de los hacendados. El
gobierno porfiriano estimuló el cultivo de aquellos productos que prometían elevadas ganancias,
pero dejó a un lado a la agricultura de subsistencia. Las tierras que provenían del deslinde de
baldíos, de la desamortización de bienes comunales y de la venta de las haciendas del clero, así
como los capitales, la mano de obra disponible y los estímulos fiscales fueron puestos a merced de
la agricultura comercial.
Mientras tanto, los productos agrícolas de subsistencia, principalmente el maíz, el frijol y el
chile, fueron relegados a las tierras más pobres y carecieron de capital y de tecnología moderna.
Inclusive fue frecuente que tierras que solian cultivarse con maíz se destinaran a variedades que
prometían mayores ganancias, por ejemplo, al henequén, al arroz o al algodón. Esto tuvo como
consecuencia que la producción de los cultivos de subsistencia disminuyera.
Como se dijo anteriormente, el cultivo de los artículos de primera necesidad estaba
principalmente en manos de campesinos, que consumían una parte de la producción y surtían a los
mercados locales. Los mercados regionales y urbanos eran abastecidos por las haciendas y los
ranchos.
El maíz siguió siendo, a pesar de su producción decreciente, el principal cultivo del país,
debido a su alto consumo. Constituía el alimento básico del grupo indígena y de las personas de
escasos recursos. Asimismo lo consumían las clases elevadas y servía de alimento para el ganado.
Ocupaba la mayor extensión cultivada de la república y se encontraba prácticamente en todos
los sitios, gracias a su adaptabilidad a diversos climas y alturas. En 1877 representaba el 52 por
ciento de la producción agrícola total; en 1894 el porcentaje había bajado a 42 por ciento y en 1907
sólo era el 33 por ciento. Los estados productores más importantes en 1877 eran: Jalisco (14 por
ciento), Guanajuato (9 por ciento), Michoacán, México, Puebla y Oaxaca (8 por ciento cada uno), o
sea aquellos en los que predominaba la agricultura campesina.( Estos datos y los que se darán a
continuación sobre producción están tomados de: López Rosado, Diego, Historia y pensamiento
económico de México, UNAM, Mexico, 1968. Los relativos a la distribución de la producción
agrícola están basados en Nettel Ross, Rosa Margarita, Geografla agrícola estatal de México en el
siglo XIXx, tesis de Licenciatura de la Facultad de Filosofía y Letras, 1977. los porcentajes se
refieren a la producción global nacional.) En 1900 destacaban Veracruz (13 por ciento), Jalisco
(11.7 por ciento), Puebla y Guanajuato (9.7 por ciento cada uno).
La producción maicera estuvo sujeta a fluctuaciones a lo largo de la época porfiriana, con una
tendencia general a la baja que se inició desde la época de la reforma. De acuerdo con los datos de
Diego López Rosado, en tanto que en 1867 la producción global fue de 2730622 toneladas, a partir
de ese año empezó a disminuir, hasta llegar a sólo 1 385 715 toneladas en 1892. Durante los años
siguientes se recuperó; sin embargo después de 1897, cuando alcanzó 2398764 toneladas, volvió a
tomar un rumbo descendente que prosiguió hasta fines del porfinato.

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La disminución de la producción provocó una escasez, que a su vez ocasionó la elevación de
los precios. Durante los años de baja producción la tendencia a la alza del precio se agudizaba,
provocando situaciones de cnsts. Las crisis agrícolas fueron frecuentes; las principales se dieron en
los años 1892-1893, 1896-1897, 1902, 1905, 1906 y 1909-1910.
El frijol era, con el chile, el segundo producto alimenticio en importancia. Se cultivaba junto
con el maíz, en una misma milpa o rotando ambos cultivos.
Los principales estados productores de frijol eran, en 1877: Jalisco (11 por ciento), Guanajuato
(9 por ciento), Oaxaca (8 por ciento), Puebla (8 por ciento), México (8 por ciento) y Michoacán (7
por ciento). En 1900 Puebla aumentó su producción hasta representar el 15.5 por ciento, en segundo
lugar estaban Aguascalientes y Jalisco con el 10 por ciento cada uno, seguidos por Veracruz (9.9 por
ciento) y Sonora (7.6 por ciento).
La producción del frijol estuvo sujeta a fluctuaciones similares a las que experimentó el maíz.
Su tendencia general asimismo fue a la baja. En 1877, cuando se inició el porfiriato, se cosecharon
210068 toneladas; quince años después, en 1892, la producción se había desplomado y llegó sólo a
80 000. Durante los años siguientes hubo una recuperación, ya partir de 1895 se dio un fuerte
ascenso. En 1901 se alcanzaron 180442 toneladas. En la primera década del siglo XX nuevamente
decayó la producción, manifestando una tendencia a la baja constante. La disminución de la
producción estuvo acompañada de una alza en el precio, que tenía su origen en la gran demanda de
este producto básico.
La producción de chile experimentó fluctuaciones similares a las del maíz y el frijol, pero más
acentuadas. En 1877 se produjeron 7252 toneladas de chile seco y 46223 de verde. En 1894 sólo se
obtuvieron 3603 toneladas de seco y 9781 de verde. Para 1907 la producción se había recuperado,
llegando a 44559 de verde y 7 163 de seco.
El segundo cereal en importancia fue el trigo. Se consumía principalmente en los centros
urbanos y en aquellas regiones que contaban con una alta concentración de población española,
como el norte del país. Lo producían tanto los campesinos, que lo sembraban durante el ínvierno
después de haber cosechado el maíz, como los hacendados y rancheros. Los principales estados
productores, eran: Jalisco (26 por ciento), Chihuahua (14 por ciento) y Guanajuato (10 por ciento)
en 1877, y Guanajuato (26.9 por ciento) Jalisco (17.4 por ciento), Michoacán (15.7 por ciento),
Sonora (8.1 por ciento) y México (7.3 por ciento) en 1900.
También la producción de trigo estuvo sujeta a fluctuaciones, con una marcada tendencia a la
baja. Su comportamiento fue similar al del maíz. Al iniciarse el periodo se cosecharon 338 683
toneladas anuales y en 1896 la producción disminuyó a 193 653. Posteriormente volvió a subir,
llegando a 292 661 toneladas en 1907.
El tercer cereal en importancia fue la cebada, que se utilizaba como forraje y, durante los
últimos años del porfiriato, para la fabricación de cerveza. Su demanda disminuyó a consecuencia de
la reducción de la arriería, que se dio por la expansión del ferrocarril. A la reducción de la demanda
correspondió una baja en la producción: de 232334 toneladas en 1877 disminuyó a 144097 a fines
del periodo.
En 1877 la cebada se cultivaba principalmente en Tlaxcala (27 por ciento), Coahuila (16 por
ciento) y Puebla (12 por ciento). En 1900 los estados productores más importantes eran Puebla (50.5
por ciento), México (18 por ciento), Hidalgo (11.7 por ciento) y Tlaxcala (6 por ciento).
Cultivos de menor importancia que, sin embargo, aumentaron durante el porfiriato fueron el
garbanzo y la papa. El primero se cultivaba en Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Chihuahua y el
segundo en Tlaxcala, Puebla, Distrito Federal, Jalisco y Veracruz.
Para cubrir las necesidades alimentarias de la población, el gobierno tuvo que hacer periódicas
importaciones de maíz y de trigo, mismas que fueron en aumento a razón de 2 por ciento anual. A

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fines del porfiriato, de 1910 a 1911, se importaron 229 873 toneladas de maíz y 131 751 toneladas
de trigo. Pero, asimismo, se exportaba maíz por un monto casi equivalente al que se importaba.
Estos desajustes se debían a una falta de integración del mercado.
Debido a estas dificultades, los precios de los artículos de primera necesidad aumentaron de
manera considerable. Entre 1900 y 1910 el del maíz subió 90.8 por ciento; el del frijol, 64.3 por
ciento, y el del trigo, 60.4 por ciento. Esto afectó principalmente a las clases bajas, cuya
alimentación consistía en un alto porcentaje de cereales.

LOS CULTIVOS COMERCIALES DE CONSUMO INTERNO


Entre los cultivos comerciales de consumo interno que fueron impulsados por el gobierno
porfirista y cuya producción aumentó durante el periodo destacan el arroz, el algodón, la caña de
azúcar, los agaves y algunos productos hortícolas y frutales.
Los primeros intentos de introducir arroz en México se hicieron en la época colonial, pero fue
durante el porfiriato cuando el cultivo se generalizó. Su demanda aumentó con rapidez, ya que gozó
de una pronta aceptación entre la población y se incorporó en pocos años a la dieta mexicana. Se
consumía tanto en las urbes como en las zonas rurales, al grado de convertirse en un platillo
nacional.
En un principio el arroz se importaba, pero pronto surgieron campos arroceros en regiones que
contaban con suficiente agua de riego y con un clima caluroso. Su cultivo se extendió por toda la
república; en 1877 los principales estados productores eran Colima (12 por ciento), Morelos (10 por
ciento) y Yucatán (8 por ciento) y en 1900 lo fueron Michoacán (27.3 por ciento), Morelos (27.1 por
ciento), y Querétaro (10.2 por ciento).
El arroz se cultivaba principalmente en las haciendas, ya que éstas poseían agua para su riego
y los capitales necesarios para su cultivo a gran escala. Requería de obras de riego y molinos para su
procesamiento.
Los agaves para fabricar bebidas alcohólicas ocuparon un lugar importante dentro de la
producción agrícola porfiriana. Su volumen aumentó, en contraposición con el de los alimentos
básicos. La bebida más importante fue el pulque, que se producía a partir del maguey y se procesaba
como pulque “fino” y como tlachique, que era más corriente. Un segundo rango ocuparon el tequila
y el mezcal. Durante la mayor parte del periodo se amplió la demanda de estas cuatro bebidas, que
en conjunto experimentaron un crecimiento anual del 4 por ciento.
El aumento de la demanda se debió al crecimiento de la población urbana, principal
consumidora de estas bebidas, y al alcoholismo que se fue extendiendo en las ciudades.
Durante el régimen también se expandió la producción hortícola. El ajo, la cebolla y el
jitomate se cultivaron a gran escala, en diversos sitios de la república, y el Distrito Federal ocupó un
lugar importante en su producción. El crecimiento fue posible gracias al aumento de la demanda
urbana y a la creciente exportación de esos productos a Estados Unidos y Canadá. La construcción
de las líneas de ferrocarril facilitó su transporte hasta la frontera.
Asimismo, la producción comercial de frutas se vio fuertemente impulsada durante este
periodo. La Secretaría de Fomento otorgó facilidades a los productores e importó diversas plantas,
con objeto de mejorar las variedades. Trajo, por ejemplo, almendros de California, higos de Esmirna
y ciruelas de Francia y España.
Así surgieron extensas plantaciones de frutales, cuyo capital, en muchos casos, era extranjero.
Entre las frutas que recibieron un mayor impulso se cuentan la naranja, la lima, el limón, el plátano
y la sandía. Veracruz fue el estado que llevó la delantera en la producción de frutales; en segundo
lugar estaban Jalisco, Michoacán, Puebla, México, Oaxaca y Yucatán.

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En Chihuahua y Coahuila se cultivó la vid, pero su producción no alcanzó a cubrir la demanda
interna. En las zonas tropicales se producían piñas, mameyes, zapotes, mangos y guayabas, entre
muchas otras variedades. Estas frutas estaban destinadas principalmente al consumo local y sólo los
excedentes llegaban a los mercados regionales y citadinos. Los frutos de clima templado, como
manzanas, peras, frambuesas y chabacanos, se daban en la Mesa Central y estaban destinados a los
mercados de las grandes urbes del centro del país.
Entre las materias primas agrícolas destinadas al consumo interno destacaban la caña de
azúcar, el algodón, el tabaco y el cacao. Su producción aumentó, principalmente durante los últimos
años de porfiriato, como consecuencia de las medidas proteccionistas estatales de la expansión de la
red ferroviaria y del incremento de la demanda.
Entre ellas, la que experimentó un desarrollo más notable fue el algodón, cuya producción
aumentó 242 por ciento entre 1892 y 1910. El incremento de la población y la paulatina pérdida de
la costumbre campesina de elaborar por cuenta propia la vestimenta de la familia hicieron que
creciera la demanda de telas y de prendas de vestir. Las fábricas textiles proliferaron y se
convirtieron en la rama industrial más importante del país.
A pesar del aumento de la producción, ésta no cubría cabalmente la demanda nacional, lo que
propició un aumento sostenido de su precio, mismo que entre 1900 y 1910 fue de 76 por ciento. El
algodón faltante era sustituido mediante importaciones de Estados Unidos, que sin embargo
disminuyeron a lo largo del porfiriato, hasta llegar a ser insignificantes.
Para hacer frente a las necesidades de los centros fabriles se abrieron nuevas zonas de cultivo
en diferentes partes del país. En 1877 Veracruz era el mayor productor (42 por ciento): seguido por
Durango (12 por ciento) y Coahuila (10 por ciento). Sin embargo, en 1900, como resultado de la
fabulosa expansión que experimentó La Laguna durante el periodo porfirista, el 44.7 por ciento de la
producción nacional se cultivó en Durango, y el 27.8 por ciento en Coahuila. En tercer lugar estaba
Nayarit con 12.6 por ciento.
La producción de la caña de azúcar también aumentó durante el porfiriato, a razón de 163.5
por ciento entre 1892 y 1910. Esto fue posible gracias a la mayor demanda interna de azúcar y de
productos derivados que surgió a raíz del aumento de la población. De la caña de azúcar se fabricaba
azúcar blanca refinada para los estratos elevados y azúcar no refinada (panela, mascabado) para el
consumo popular. Además, se elaboraba aguardiente de caña en proporciones crecientes, así como
conservas y dulces. La producción de caña de azúcar estuvo destinada principalmente al mercado
interno, ya que la saturación del mercado mundial por una parte, y la elevada demanda interna por la
otra, no hacían rentable su exportación a gran escala. Sólo se exportaban pequeñas remesas, que
fluctuaban entre 5000 y 15000 toneladas anuales.
El precio del azúcar estuvo sujeto a fluctuaciones cíclicas severas, similares a las que este
producto venía experimentando desde la época colonial. Su tendencia general, sin embargo, fue al
alza, pasando de alrededor de 1.25 pesos la arroba en 1777 a 2.25 pesos en 1900. Este aumento
benefició a la industria.
El cultivo y procesamiento de la caña era sumamente costoso porque requería de instalaciones
complejas, abundante mano de obra, irrigación y animales de trabajo. La mayor parte de la caña se
cultivaba en las grandes haciendas, que tenían las instalaciones fabriles junto a los campos de
cultivo y podían procesar la caña casi inmediatamente después del corte. Los hacendados que
disponían de suficiente capital dotaron a sus unidades productivas con instalaciones y maquinaria
modernas.
La producción se distribuía en diferentes partes de la república. En 1877 los productores más
importantes se oncentraban en los estados de Morelos(19 pot ciento), Michoacán (12 por ciento),
Oaxaca (10 por ciento) y Puebla (7 por ciento). Para 1900 la industria azucarera de Morelos había

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crecido notablemente y su producción representaba el 39 por ciento; en segundo lugar estaba Jalisco
(16.6 por ciento) y en tercero Veracruz (8.8 por ciento). El azúcar que se producía en el interior del
país era para el consumo nacional, mientras que el de las costas se exportaba.
La producción de tabaco aumentó durante la época porfiriana a un ritmo similar al del azúcar,
pero su crecimiento no fue sostenido, ya que tuvo que sortear muchas dificultades. El mercado era
reducido, porque la demanda interna sólo crecía muy lentamente, y era difícil colocario en el
mercado exterior, debido a que su calidad era inferior a la del tabaco producido en otros países,
como Cuba.
A esto se añadían los problemas que implicaba su cultivo. Sólo ciertas regiones eran
favorables para su desarrollo y hubo sitios donde se plantó sin obtener buenos resultados. Otro
problema era la falta de capital, necesario para la adaptación y modernización de las instalaciones, y
de mano de obra calificada.
Las zonas tabacaleras más importantes estaban situadas en Veracruz, donde se cultivó el 45
por ciento de la producción nacional de 1877 y el 54 por ciento de la de 1900. El segundo estado en
importancia era Jalisco, con 32 por ciento y6 por ciento respectivamente.
La mayor parte de la producción tabacalera se comerciaba en estado natural y no como
artículo manufacturado. Una excepción la constituyó el estado de Nayarit, que a principios del sigio
XX empezó a fabricar cigarrillos en gran escala. Casi todo el tabaco se consumía internamente y
sólo se exportaba una cantidad modesta a Alemania, Dinamarca e Inglaterra.
La producción de cacao se mantuvo estancada durante los primeros quince años del porfiriato
y fue en la segunda mitad de dicho periodo cuando experimentó un crecimiento notable;
duplicándose entre 1907 y 1912. Pero aun entonces su crecimiento no fue continuo, ya que estuvo
sujeto a retrocesos. Estos se debieron a diferentes problemas, entre los que resalta el carácter
especulativo del mercado. Había grandes variaciones en cuanto a la demanda y los precios eran
sumamente fluctuantes.
El cacao se cultivaba en regiones húmedas y fértiles. La zona de producción más importante
era la del istmo de Tehuantepec, que abarcaba los estados de Chiapas y Tabasco. En 1877 el
segundo aportó el 73 por ciento de la producción nacional y el primero el 25 por ciento. En 1900 la
participación de Chiapas creció a 46 por ciento y la de Tabasco representó el 53 por ciento.

LA AGRICULTURA DE EXPORTACIÓN
La agricultura de exportación aumentó notablemente durante el porfiriato, a un ritmo anual del
6.45 por ciento. Constituyó el sector más avanzado de la agricultura en cuanto a técnicas de cultivo,
infraestructura, tecnología y productividad, en el que se invirtió el mayor monto de capital. Ello se
debió, en gran medida, a que la expansión de la agricultura de exportación formó parte de la política
económica del régimen. A través de ella se esperaba aumentar la productividad, estimular el ingreso
de divisas en el país y equilibrar la balanza comercial.
Así, el gobierno concedió facilidades a los inversionistas. Puso a su disposición enormes
extensiones de tierra, que provenían, en su mayoría, del deslinde de baldíos y de la desamortización
de los bienes comunales. Esto permitió el surgimiento de nuevas zonas agrícolas, como las que se
asentaron en las márgenes de los río~Yaqm. y Mayo. Brindó su apoyo para la utilización de la mano
de obra y permitió, en algunos sitios como Yucatán y Oaxaca, la más despiadada explotación de los
trabajadores.
Asimismo, fomentó el establecimiento de agricultores y empresarios agrícolas extranjeros en
el país y propició la entrada de capitales foráneos. A través de la Secretaría de Fomento impulsó la
agricultura y la ganadería mediante la importación de nuevas especies, semillas mejoradas, plantas,
abonos e insecticidas. Proporcionó información técnica.sobre agricultura a través de la publicación

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de panfletos, folletos y manuales prácticos. Dio estímulos fiscales, como la liberación de impuestos
que temporalmente gozaron el café, el azúcar y el algodón. Por último, mejoró las comunicaciones
al crear una importante red ferroviaria y ampliar la infraestructura portuaria.
La expansión de la producción agrícola hizo posible que México aumentara su participación
en el comercio internacional, que anteriormente había sido muy raquítica. El momento era propicio
porque el mercado mundial se encontraba en expansión. Estados Unidos y los países
industrializados de Europa demandaban cada día una mayor cantidad de materias primas y bienes de
consumo, provenieñtes de las regiones tropicales. Las materias primas, como el henequén, el ixtle, el
hule, las maderas tropicales y los colorantes, se utilizaban en la pujante industria como componentes
de bienes manufacturados, mientras que los productos de consumo interno iban directamente al
mercado. Entre estos últimos destacaban algunos productos alimenticios como el café, el cacao y la
vainilla, que se habían incorporado a la dieta diaria de sus habitantes. Gracias a la elevada demanda
aumentaban los precios, lo que a su vez producía elevadas ganancias.
México tenía una serie de características que hacían atractivo un intercambio comercial para
los países europeos y para Estados Unidos. Poseía un extenso y variado territorio, que producía una
amplísima gama de productos naturales. A la vez, constituía un mercado importante para la
colocación de productos manufacturados, asi como para la inversión de capitales. La estabilidad
política y la apertura del gobierno de Díaz eran una garantía para que el intercambio comercial fuera
favorable a sus intereses. A estas ventajas se unía una posición geográfica estratégica: cerca de
Estados Unidos y no demasiado lejos de Europa. Por último, la constante devaluación de la moneda
mexicana, producto de la devaluación internacional de la plata, constituía una ventaja adicional, ya
que significaba una disminución en los precios.
A la agricultura de exportación se le ha llamado agricultura “especulativa” porque implica
riesgos elevados, su desarrollo es incierto y está sujeta a las continuas fluctuaciones del mercado
mundial. Cuando la economía internacional se encuentra en auge la agricultura de exportación se
desarrolla en forma paralela, pero cuando se presentan periodos de retroceso resultan afectados los
paises exportadores. Así, por ejemplo, la depresión de 1907 tuvo efectos negativos sobre todos los
países que intervenían en el comercio mundial.
Además, la suerte que corría cada uno de los productos era variable, y estaba sujeta a
fluctuaciones. Éstas se derivaban principalmente de la relación que existía entre la oferta y la
demanda, en determinado momento. Cuando la demanda de un producto aumentaba y la oferta se
mantenía estable o disminuía, su cotización se elevaba y el agricultor encontraba buenas
posibilidades para vender a un precio conveniente. Pero cuando la demanda bajaba y la oferta se
mantenía estable o aumentaba, la situación se invertía. Disminuían los precios y se volvía muy
difícil colocar los productos en el mercado. Hubo algunos cuya demanda se redujo tanto que
resultaba imposible venderlos. Tal fue el caso del henequén, cuando se empezaron a utilizar las
fibras sintéticas, y de los colorantes, cuando se descubrieron las anilinas. En ambos casos la baja de
la demanda significó la ruina de la producción mexicana.
Por otra parte, cuando la demanda se mantenía estable pero la oferta aumentaba, ya fuera a
consecuencia del aumento de la producción nacional o del ingreso al mercado de otras naciones
competidoras, también bajaban los precios y las condiciones del mercado se volvían desfavorables.
De 1876 a 1883 los precios de un gran número de productos mexicanos de exportación se
mantuvieron altos, porque la oferta era reducida. Pero cuando su producción aumentó y estuvo en
condiciones de cubrir la demanda internacional, bajaron los precios y su tendencia a la baja se
sostuvo hasta 1885. Esta disminución a su vez ocasionó una baja en la producción.
De una manera general, puede decirse que durante los primeros años del porfiriato existió una
situación favorable para las materias primas en el mercado mundial: la demanda era elevada y, por

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ende, los precios eran altos. Pero hacia los años ochenta la situación empezó a cambiar a favor de las
manufacturas. Estas experimentaron un aumento en los precios, mientras que las materias primas
iban a la baja. México resultaba doblemente afectado por esta tendencia: percibía menos por sus
productos de exportación y tenía que adquirir a un mayor costo los productos manufacturados que
importaba. Esta situación se mantuvo durante el resto del periodo.
Entre los productos agrícolas más importantes que México exportó en esos años se cuentan el
henequén, el café, el ixtle, el caucho y la vainilla. Un segundo rango lo ocupaban las maderas
preciosas, el chicle, diversas plantas curtientes, las oleaginosas, las resinas, algunas plantas
medicinales, el garbanzo, el plátano, la sandia y los cítricos, entre otros.
El primer producto de exportación fue el henequén. Durante el porfiriato experimentó un
crecimiento sostenido, aumentando más de once veces el monto de la producción. Llegó a
representar el 10 por ciento de las exportaciones totales del país.
Su cultivo se llevó a cabo en el noreste de la península de Yucatán, de donde provenía, en
1877, el 72 por ciento de la producción global y, en 1900, casi el 100 por ciento. En pequeña escala
se le cultivó también en Campeche.
El rápido crecimiento de la producción henequenera fue posible gracias al aprovechamiento de
la infraestructura existente. Las haciendas agroganaderas de la región fueron transformadas en
haciendas henequeneras, usándose las tierras, la mano de obra y las instalaciones para el nuevo
cultivo. Esto tuvo como consecuencia que la producción de alimentos básicos se redujera
drásticamente y, en lo sucesivo, éstos tuvieran que ser importados para cubrir las necesidades
alimentarias de la población.
La producción henequenera fue la rama agrícola que representó el mayor avance tecnológico
del país. Hacia principios del nuevo siglo funcionaban alrededor de mil máquinas de vapor, así
como un gran número de desfibradoras. Yucatán contaba con 256 kilómetros de vías de ferrocarril y
13000 kilómetros de vías para trenes de transportación local. La tecnología era dependiente del
exterior, ya que la maquinaria era importada y los técnicos eran extranjeros.
El henequén se comerciaba casi exclusivamente como materia prima. Los intentos de
industrializarlo fracasaron, y sólo se mantuvieron algunas pequeñas manufacturas, que elaboraban
cuerdas, jarcias, costales y algunos otros artículos para el mercado nacional.
Toda la producción se destinaba a Estados Unidos, que era su únicó comprador. En dicho país
se utilizaba el henequén para hacer hilo para engavillar, que se usaba en el proceso de mecanización
de la cosecha de trigo. Como la producción de trigo norteamericano iba en aumento y la
mecanización avanzaba a pasos acelerados, la demanda estadunidense de henequén era cada vez
mayor. Había consorcios americanos que tenían el monopolio de la comercialización de la fibra, que
la industrializaban y colocaban sus excedentes en el mercado mundial. Ellos controlaban la
producción a través del suministro de crédito y maquinaria a los henequeneros. Estos últimos
dependían del apoyo exterior, porque sufrían una escasez crónica de capital, entre otras razones,
porque el henequén tarda siete años para empezar a producir y, por lo tanto, la recuperación del
capital invertido es muy lenta.
Los precios también eran controlados por los consorcios americanos. Durante la primera
década se mantuvieron elevados, pero posteriormente bajaron, perjudicando a la industria. Los
henequeneros trataron de romper el monopolio estadounidense, pero fracasaron.
A pesar de la dependencia externa y de las fluctuaciones en los precios, el henequén produjo
ganancias fabulosas, que convirtieron a Yucatán en uno de los estados más ricos de la república.
Desafortunadamente el progreso y la riqueza sólo beneficiaron a la clase dominante. Los campesinos
vivían en la miseria y los trabajadores de las haciendas tenían una condición semejante a la
esclavitud.

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El segundo producto agrícola de exportación fue el café. El gobierno fomentó su cultivo
mediante la introducción de nuevas variedades y de técnicos extranjeros. Además, dio estímulos
económicos y fiscales a los cafetaleros y los dotó de tierras y de mano de obra.
Se hicieron notables avances en el conocimiento de las técnicas de cultivo, ya que el café se
encontraba en plena etapa de experimentación. Se tuvo que probar cuáles eran los mejores suelos y
el clima más apropiado para su cultivo. Se experimentaron abonos y se buscaron los árboles que más
se adecuaban para dar sombra a los cafetales. Además, fue necesario desarrollar nuevos métodos
para la siembra, la poda, la cosecha, el almacenamiento y la desecación del grano.
El productor principal era Veracruz, que en 1877 aportó el 74 por ciento de la producción
nacional y en 1900 el 59.2 por ciento. Otros estados cafetaleros importantes eran Colima, Oaxaca y
Chiapas. Este último producía el 18.2 por ciento en 1900.
El café estaba destinado principalmente al mercado exterior y llegó a representar entre 4 y 6
por ciento del total de las exportaciones mexicanas. El principal destinatario era la Unión
Americana. Sólo una tercera parte de la producción se consumía en el país. El café que abastecía al
mercado nacional provenía principalmente del interior del país, mientras que el de las costas se
exportaba.
La producción de café experimentó una tendencia a la alza durante el porfiriato, aun cuando
ésta no fue sostenida y estuvo sujeta a fluctuaciones. La cifra más elevada se logró en 1908 con 35
162 toneladas. Al igual que la mayoría de los productos de exportación, sufrió desajustes en cuanto
a la demanda y los precios. Estas fluctuaciones llegaron a afectar seriamente a los productores
nacionales.
La explotación del chicle, o goma de mascar, aumentó tanto durante el periodo porfiriano que
llegó a ocupar el quinto lugar entre los productos agrícolas de exportación. Se exportaba
principalmente a Estados Unidos, donde se impuso la costumbre de mascar chicle entre un amplio
sector de la población.
El chicle se extraía del árbol del chicozapote, que crecía como planta silvestre en las selvas
tropicales del sureste del país. Al comenzar el periodo lo explotaban en forma modesta los
habitantes de las regiones selváticas, para el consumo nacional. Se extraía de las frutas, en las cuales
se hacían unas incisiones cuando todavía estaban verdes. Después de un tiempo brotaba de las
ranuras una resina aromática: el chicle.
Su explotación a gran escala fue llevada a cabo por empresarios, en su mayoría extranjeros,
que adquirieron amplias extensiones de selva tropical. Desarrollaron un método que permitió
obtener la resina directamente del tronco del árbol, lo cual aumentó el volumen de producción y
disminuyó los requerimientos de mano de obra. Desafortunadamente, a la vez, causó la destrucción
de innumerables árboles, que sucumbían ante una explotación despiadada. El gobierno no tomó
ninguna medida para protegerlos, tal y como sucedió con muchos otros recursos naturales.
Al igual que el chicle, la explotación del árbol del hule, a partir del cual se obtiene caucho, se
desarrolló en grande durante el porfiriato. Aunque en 1877 la producción era aún muy reducida, a lo
largo de lós primeros seis años su volumen aumentó siete veces, ante el estímulo del alza
considerable de su precio. En esa primera época el caucho sólo se extraía de árboles silvestres. Pero
como éstos no eran muy abundantes, y se les explotaba inmoderadamente, se fueron extinguiendo.
La disminución de los árboles obligó a los huleros a internarse cada vez más en la selva. Esto
dificultó la explotación y aumentó los gastos de operación y de transporte, lo que ocasionó una baja
en la producción entre 1883 y 1896.
Para remediar esta situación e impulsar la producción del hule, la Secretaría de Fomento
celebró contratos con tres particulares para sembrar 15 millones de árboles de hule en las costas de

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Oaxaca, a finales de la década de los ochenta. El gobierno les otorgó un subsidio de tres centavos
por cada planta y les dio estímulos fiscales.
El ejemplo cundió y un gran número de inversionistas, entre ellos muchos norteamericanos,
compraron terrenos para establecer plantaciones huleras. Esto produjo un aumento significativo de
la producción durante los últimos años del régimen.
El ixtle, fibra que se obtiene de la planta de la lechuguilla, crecía en forma silvestre en los
estados de Tamaulipas, San Luls Potosi,’ Coahuila yDurango. Su explotación creció de manera
acentuada durante el porfiriato, aun cuando no fue sostenida debido a su precio fluctuante. En 1877
se produjeron 2231 toneladas, volumen que en sólo cinco años se incrementó a más del doble. Se
exportaba, sin industrializar, a Estados Unidos y Alemania, que absorbían casi la totalidad de la
producción. Tamaulipas aportó el 59 por ciento del total en 1887 y el 243 por ciento en 1900.
La producción de vainilla también aumentó durante el porfiriato. Se extraía de las zonas
selváticas, en donde crecía en forma silvestre. Los principales estados productores eran Veracruz y
Tamaulipas, que en 1877, aportaron, respectivamente, el 52 y el 43 por ciento de la producción
global. Hacia finales del periodo disminuyó la importancia de Tamaulipas y casi el 100 por ciento
provenía de Veracruz. En pequeña escala se cultivó en Puebla.
La importancia de los colorantes disminuyó durante el periodo que nos ocupa. Esto se debió a
que se redujo su demanda en el mercado internacional, como resultado de la sustitución de los tintes
naturales por anilinas de origen químico. Durante los primeros años todavía aportaron cuantiosas
ganancias al país, pero a finales del siglo XIX las entradas por este rubro ya eran insignificantes. El
producto que se pudo sostener más tiempo en el mercado fue el palo de Campeche, debido a que su
explotación se llevaba a cabo a gran escala y su precio no era muy elevado. Algunos colorantes
desplazados en el mercado internacional, tales como la cochinilla y el añil, se lograron colocar
parcialmente en el mercado interno.
Los productos mencionados eran los más importantes, pero también se exportaban: diversas
materias primas, como la goma de mezqulte, la cera de Campeche y la goma de copal; curtientes,
como el cascalote; algunas oleaginosas, como el coco y el ajonjoli; la raíz del zacatón; el guayule;
maderas preciosas; el garbanzo y diversas plantas medicinales. Además había muchos productos que
sólo se exportaban ocasionalmente.

LA GANADERíA
Al igual que la agricultura, la ganadería se expandió durante el porfiriato. La mayoría de las
especies aumentó en número, creció el índice de comercialización de los diversos productos
pecuarios, se expandió el mercado, aumentó la exportación y creció la demanda interna de carne y
de pieles.
Esas condiciones favorables produjeron un aumento del número de reses, cabras y caballos.
De acuerdo con los datos que proporcionan Hans Pohí y Hans-Günther Mertens, entre 1878 y 1907
el ganado bobino aumentó casi 75 por ciento, el caprino se triplicó y el caballar aumentó en dos
terceras partes. Sólo el ovino disminuyó, a consecuencia de una reducción de la demanda y la
contracción del mercado externo.
CUADRO 8
NÚMERO DE CABEZAS DE GANADO EN LA REPÚBLICA MEXICANA
año reses cabras ovejas caballos
1878 6500000 2256531 5970771 1532628
1902 10210186 5631626 3476045 2042284
1907 11000000 6912189 3886859 2683068
Fuente: Pobl, Hans y Hans-Günther Mertens, Op. Cit

70
El aumento de la producción se debió principalmente a la introducción de capital extranjero en
la ganadería. Las inversiones de capital se hicieron en las grandes haciendas. Allí los ganaderos
pudieron mantener cientos de miles de cabezas mediante la siembra y el almacenamiento de forrajes
y pastos artificiales. El suministro de agua se logró mediante la construcción de obras hidráulicas,
tales como pozos, acueductos y canales. Las reservas de agua y de forrajes garantizaban la
preservación del ganado en épocas de sequía.
Para aumentar la productividad los ganaderos trataron de mejorar las especies criollas, que
eran de mala calidad y bajos rendimientos, mediante la importación de pies de cría de Estados
Unidos y Europa. A pesar de que los logros en este terreno fueron lentos, después de algunos años
se tuvieron resultados positivos. Otro terreno en el que se lograron avances fue en la lucha contra las
plagas y enfermedades del ganado. El gobierno creó algunos institutos para estudiar los principales
padecimientos. Pero la disponibilidad de capital se limitó a las grandes haciendas ganaderas; en la
mayor parte del país la ganadería se siguió practicando con todos los impedimentos que la
caracterizaban tradicionalmente.
El segundo factor que hizo posible el aumento de la producción ganadera, fue la expansión del
mercado, tanto interno como externo. Con ello la ganadería adquirió un sentido mercantil, del que
antes había carecido. La demanda interna de pieles y cueros se mantuvo, y aumentó la exterior.
Gracias a esto se acrecentaron las exportaciones de pieles.
La demanda de carne, que durante los primeros años porfifianos fue bastante restringida,
aumentó en forma gradual durante el resto del periodo. Esto se debió principalmente al crecimiento
de la población urbana y al desarrollo de los medios de transporte, que permitieron un traslado
rápido del ganado, en pie o en canal, al lugar de consumo. La demanda de sebo, asimismo, se
mantuvo elevada, ya que la disminución de la fabricación de velas, resultante de la introducción de
la luz eléctrica, fue compensada por la expansión de las industrias jabonera y farmacéutica, que
también utilizaban este producto.
La industria lechera sólo logró un desarrollo muy precario, porque las especies montaraces
producían poca leche y los ganaderos no contaban con las instalaciones adecuadas para estabular el
ganado. Hubo, sin embargo, algunos establos modernos, equlpados con los implementos más
avanzados de la época. En ellos se desenvolvió la elaboración de productos lácteos.
Las zonas ganaderas más importantes se localizaban en el centro y el norte del país. En Sonora
y Chihuahua se ubicaban las grandes haciendas ganaderas, que se extendían a lo largo de varios
miles de hectáreas. En Nuevo León el suelo estaba más fraccionado y dominaba el rancho de
medianas proporciones. Unidades pequeñas se extendían por toda la república ylos pequeños
propietarios tenían modestos rebaños de ganado menor, para complementar sus ingresos.

CONCLUSIÓN
Los problemas estructurales de la economía porfirista se agudizaron al comenzar el nuevo
siglo e influyeron en forma negativa en la agricultura. Diversos fenómenos coyunturales
contribuyeron a dicho proceso.
La disminución en la producción de alimentos básicos se acentuó por las malas cosechas,
principalmente en 1897 y 1898. La escasez de alimentos produjo hambre y afectó el nivel de vida de
las personas de escasos recursos, que constituían alrededor del 80 por ciento de la población.
Rosenzweig calculó que el consumo de maíz por habitante disminuyó de alrededor de 150
kilogramos al año hacia 1895, a 140 kilogramos durante los últimos años del porfiriato.
En el medio rural el deterioro del nivel de vida de la población campesina se debía a la baja
real del salario de los trabajadores agrícolas, así como a que su acceso a la tierra se había reducido a

71
causa del aumento demográfico, de la expansión desmedida de la hacienda y del rancho, y del
acaparamiento de tierras por las compañías deslindado-ras y por particulares.
Por otra parte, hacendados y rancheros también pasaron por una época crítica. La agricultura
de exportación se vio seriamente dañada por la reducción de la demanda y la caída de los precios de
varios productos en el mercado internacional, entre ellos el henequén, el café y la vainilla. Amplias
zonas del país resultaron perjudicadas.
A la vez que disminuyó la exportación de productos agrarios, aumentó la importación de
productos básicos. Esto contribuyó a que la balanza comercial fuera desfavorable para México,
principalmente en 1903, 1907 y 1908, cuando las importaciones superaron en mucho a las
exportaciones.
La constante y progresiva disminución del valor de la plata redujo las reservas del país y
motivó la devaluación del peso mexicano, que perdió alrededor de 100 por ciento de su valor
durante el periodo prerrevolucionario. El deslizamiento de la moneda estuvo acompañado de una
severa inflación y de un encarecimiento del crédito. Estos factores incidieron negativamente en la
agricultura, debilitaron el sistema y, a la postre, influyeron en la caída del dictador Porfirio Díaz en
1911.

SÁNCHEZ Morales Román Arturo.El contexto mundial del porfiriato. pág.48-57.

LAS INVERSIONES NORTEAMERICANAS EN MEXICO.


Durante el porfiriato se logró mantener el “Orden” tan deseado por el régimen, sin embargo
ante la falta de capitales se tomó la decisión de traerlos de fuera para lograr la tan esperada
transformación capitalista, los préstamos y la inversión extranjera iniciaron la explotación de los
recursos naturales de México; considerando, sin embargo, que su presencia debía ser temporal ya
que la riqueza producida permitiría rescatar estas actividades. Como es de todos conocido, esto no
sucedió siendo invadido el país por el capital extranjero aprovechando las grandes facilidades
otorgadas por el gobierno de Díaz.
El problema era cada día mayor por el hecho de que el norteamericano era el más importante;
con un 38% del total, además,debemos recordar que en esa época la mayor parte del capital
norteamericano invertido en el exterior se encontraba en México. Sólo a partir de la Primera Guerra
mundial cambio este panorama.
ESTADOS UNIDOS.- Inversión en el exterior en dólares en 1890.
México----------------------- 202 millones.
Canadá----------------------- 190 millones.
America Central y Sur ------- 50 millones.
Cuba------------------------- 49 millones.
Poco más del 40 % del capital que Estados Unidos invertía en el exterior, se encontraba en
México. Veamos como estaba distribuida por ramas de actividad.

1.-Ferrocarriles.
La introducción y extensión de los ferrocariles se mantuvo bajo control norteamericano, ya
que los Estados Unidos lograron unir sus líneas troncales con las de México, para aprovechar la
producción mexicana de materias primas, pasando por puertos, zonas densamente pobladas o
mineras, dejando sin comunicación muchos rincones del país. La presión para lograr estos objetivos
se hizo patente desde los primeros años del porfiriato, hasta el grado de que el embajador de México
en Washington, Zamacona, decía al presidente Diaz en una carta. “Puede usted estar seguro de que

72
si no entran los rieles,entrarán las bayonetas.” Entraron los rieles, de tal manera que en 1902,
México contaba con 15,135 kilómetros de vías férreas.
El gobierno de Juárez inicia la construcción de Ferrocarriles, que se verán impulsados durante
el gobierno de Porfirio Díaz. Cuando Díaz llegó al poder en 1876, México no contaba más que con
640 kilometros de vías ferroviarias, de las cuales 424 pertenecían al Ferrocarril Mexicano y otros
114 utilizaban mulas por fuerza motriz en vez de máquinas de vapor. Antes de que Porfirio Díaz
decidiera la construccion de ferrocarriles el gobierno de Lerdo había analizado la situación, pero en
lo general, se tenía gran desconfianza de la mayoría de los grandes capitales norteamericanos
para llevar a cabo la obra, aunque Ignacio Mariscal, representante diplomático mexicano en
Washington, quien fue interrogado respecto a la oposición que había en México contra las empresas
norteamericanas, especialmente las ferrocarrileras, y sobre la actitud del Presidente Lerdo y del
Congreso para con los Estados Unidos y sus inversiones, respondió afirmando que la actitud de
Lerdo era siempre favorecedora de toda empresa benéfica al país sin fijarse en la nacionalidad de
ella. Sin embargo, en el caso particular de la construcción de vías férreas que se enlazaran con las de
Estados Unidos es donde se oponía radicalmente Lerdo.
Durante los primeros años de gobierno de Porfirio Díaz, se mantuvo la misma actitud recelosa,
aunque las presiones fueron creciendo, hasta el grado que el embajador de México en Washington,
Licenciado Manuel María Zamacona le escribió una alarmante carta al Presidente Díaz, en relación
a la actitud de los inversionistas norteamericanos que deseaban concesiones ferrocarrileras en
nuestro país. Es hasta que el gobierno de Díaz logra la autorización del Congreso para la
construcción de Ferrocarril por parte de empresas norteamericanas cuando las relaciones mejoran.
El día 13 de septiembre de 1880, se firmaron concesiones a poderosas compañías americanas
para la construcción de vias férreas, algunas de ellas propiedad de los ferrocarriles del sur de los
Estados Unidos. De esta manera, se introducen, durante el gobierno de Porfirio Díaz y Manuel
González las principales vias férreas del país, a tal grado que hacia 1911 pertenecian a los
norteamericanos dos tercios de las líneas construidas y gozaban de concesiones con un plazo
máximo de noventa y nueve años.
La red del ferrocarril fue ampliada de 1,074 kms a 24,681 kms.En cambio, el descuido de la
construcción de carreteras, refleja la orientación de la vialidad en las exportaciones.
Destacaban en 1910 las siguientes líneas: El Ferrocarril Mexicano y el interoceánico que
uniendo a México al puerto de Veracruz, ponían en contacto al país con los principales puertos
norteamericanos. El Ferrocarril Central y el Nacional que competían por el tráfico internacional
entre Estados Unidos y México. El ferrocarril Internacional que tocaba la frontera norteamericana en
piedras negras, se unía a la línea del Ferrocarril Central en la ciudad de Torreón
La inversión en ferrocarril no debe verse como un hecho aislado de una inversión
norteamericana en cualquier negocio, sino como una inversión estratégica que no buscaba construir
vías de comunicación para México; su interés era conectar zonas productoras de materias primas en
México con los ferrocarriles norteamericanos para llevarlos al mercado de los Estados Unidos, lo
que haría de México una prolongación del mercado interior norteamericano.
Se entienden las críticas a la planeación de la red ferrocarrilera ya que fue planeada para servir
a los intereses estratégicos americanos, los de los inversionistas extranjeros, y al comercio
internacional, concretándose a ir a los puertos, a los minerales y a algunas regiones productoras de
frutas tropicales, duplicándose a empresas rivales en lugar de haber sido proyectados para cubrir las
necesidades internas del país.
Algunos investigadores sostienen que el control del ferrocarril no era norteamericano ya que
en 1885 sólo controlaban el 68% y tendía a disminuir, lo que es cierto, pero el trazo de la red
ferroviaria, como lo argumentamos arriba, no beneficiaba a México sino a Estados Unidos que

73
necesitaba materias primas que nuestro país debía aportar, pues con preferencia se tenían en cuenta
los intereses estadounidenses; si coincidían con las necesidades mexicanas mejor. Pero en primer
lugar estaba la resolución de los problemas norteamericanos, por ejemplo, realizar la comunicación
de Texas al Pacífico y la de Arizona también al Pacífico, largamente acariciada por nuestros
vecinos, al fin se obtuvo del gobierno mexicano.
Cuando el gobierno de Díaz se propuso recuperar el control del ferrocarril, ya las líneas
estaban trazadas, pero estaban cayendo en manos de los monopolios norteamericanos, lo que
agravaba la situación; El ferrocarril Central, por ejemplo, dominado por la Standard Oil, adquirió en
1901 el de Monterrey a Tampico y cuando en 1903 el Interoceánico (México-Veracruz por Jalapa)
expidió una nueva serie de acciones por un millón de libras esterlinas, que pretendió adquirir el
Nacional que corría de la capital a Nuevo Laredo y que dominaba la casa Speyer, para tener también
una salida al mar, Limantour se apresuró a obtenerlas para el país.
A partir de ese momento esta será la tónica del gobierno de Díaz entre 1898-1910, planeación
de las red ferrocarrilera a partir de las ideas de Limantour y fusión de pequeñas empresas que se
movían ante la perspectiva de que monopolistas norteamericanos controlaran los ferrocarriles, por lo
que se decide crear en 1908 la compañía gubernamental Ferrocarriles Nacionales de México.
No podemos olvidar que la penetración norteamericana trajo efectos inmediatos, no sólo en la
economía mexicana, sino también en aspectos sociales, recordemos que los conflictos obreros más
importantes fueron contra negociaciones extranjeras: El Boleo, Cananea, Rio Blanco, Pedriceña,
Velardeña y los ferrocarriles. Una de las razones más importantes, es el hecho de que con los
ferrocarriles no sólo penetró el capital extranjero sino que los mejores puestos fueron ocupados por
norteamericanos que hacian valer sus derechos, pues ya tenían experiencia sindical adquirida en las
poderosas hermandades ferrocarrileras de los Estados Unidos.

2.- La inversión en el aspecto agrario.


Al revisar uno de los problemas básicos de la revolución mexicana, la tenencia de la tierra,
encontramos que es necesario introducir en el estudio la presencia del capital extranjero, a pesar de
que la inversión en tierras ocupa el tercer lugar, después de los ferrocarriles y la Minería, los
extranjeros ocupaban más de la cuarta parte de las tierras, siendo los norteamericanos los que mayor
presencia tenían. Las concesiones de Díaz a las empresas llegaron a alcanzar alarmantes
proporciones, por cuanto los especuladores extranacionales adquirieron enormes extensiones del
territorio nacional.
Según estadísticas norteamericanas, casi toda la Baja California estaba en manos de la
compañía norteamericana Hartford de Connecticut. La península de una superficie un poco mayor a
150,000 kilómetros cuadrados, fue tasajada de un extremo a otro y de mar a mar, incluyendo en las
concesiones otorgadas a extranjeros, hasta las islas de sus litorales. También en la península de la
Baja California, la Colorado River Land Co., poseía 325,364 hectáreas en el norte y en el sur la
compañía The California México poseía 786,782 hectáreas; la del Boleo 598,561 y la Sud-Pacífico
Do. 218,000 Hectáreas.
La concentración de la propiedad de la tierra se agrava si consideramos el hecho de que había
ochocientos treinta y cuatro hacendados y tal vez nueve millones de campesinos sin tierra, llevando
una vida miserable.
Además del control directo de la tierra, los inversionistas extranjeros también comercializaban
los productos penetrando cada vez más en la agricultura tropical comercializando la goma, el café y
el cañamo, la industria guayulera estaba controlada por la United States Rubber Company de Nueva
York.

74
En el proceso de concentración de tierras, la política de terrenos baldíos fué muy importante
ya que fue este mecanismo el que permitió que los norteamericanos adquirieran tierras
principalmente en el norte del país.
Revisemos algunos aspectos concretos de la concentración de tierras en manos extranjeras, por
ejemplo, el Tlahualillo, compañia agrícola industrial angloamericana, que poseía 18 000 hectáreas
sembradas de algodón y trigo y que contaban con agua del Río Nazas.
En el estado de Chihuahua, como ya lo hemos mencionado, la familia Hearst, magnate de los
periódicos poseía un rancho más extenso que el estado de Rhode Island, otro ejemplo. Además del
latifundio de Terrazas había en Chihuahua otros como Rancho Viejo, de la Compañía del Noroeste
de México, con 1.997,514 hectáreas; como los terrenos de la Mexican Western Railyway Co. con
988,757 hectáreas. Esto nos permite explicar en parte porque los inversionistas norteamericanos no
desechaban la vieja idea de anexarse algunos Estados del norte del país, y también se entiende que
uno de los mecanismos usados haya sido el de la formación de compañías deslindadoras que les
permitieron apoderarse de grandes extensiones de tierra, como accionista de una de las compañías
deslindadoras Hearst había adquirido 7 millones de Hectáreas en Chihuahua. Este fenómeno no sólo
sucedía en el norte del país, sino que pasaron a ser propiedades de casas extranjeras fincas de café,
bosques inmensos de maderas finas o de construcción, ingenios de azúcar y otras no menos
importantes negociaciones agrícolas, en Tabasco, Chiapas, Campeche, Veracruz. Inicialmente fue la
explotación de las maderas finas lo que los atrajo, como la caoba, posteriormente el hule, café y
plátano fueron quedando en manos de extranjeros en el estado de Tabasco, proceso que afectó a las
comunidades agrarias que fueron desplazadas, alterando toda la vida de las comunidades
organizadas en torno a la tierra y al trabajo agrícola. Hasta Tabasco llegó el poderio de Hearst, el
multimillonario empresario norteamericano, que poseía 106,000 hectáreas dedicadas a la
explotación de madera y al cultivo de hule. Con el mismo objeto de producción, Carlos David de
Ghest, también norteamericano, tenía 56,690 hectáreas y Felipe B. Martel, 87,745. La Uspanapa
Land Co. de capital norteamericano, poseía 18,588 hectáreas dedicadas al cultivo de caña, como
también lo estaban 15,687 hectáreas propiedad del norteamericano Enbry Fulton.
El estado de Veracruz también resultó sumamente atractivo para los norteamericanos, quienes
iniciaron la penetración aún antes de conocer la importancia que en riqueza petrolera tenía el Estado,
junto con los ingleses, adquieren tierras a costa de los terrenos de las comunidades agrarias de la
región, ya sea por concesiones directas de Porfirio Díaz o por venta, como en el caso de los
hermanos Limantour propietarios de aproximadamente 50,000 hectáreas en el cantón de Minatitlán,
de los cuales al poco tiempo vendieron la mayor parte a la empresa norteamericana Cargill Lumber
Co.
En el Estado de Durango se dio un relativo fracaso para los norteamericanos cuando
Rockefeller y Aldich no pudieron comprar al gobierno los terrenos guayuleros, sin embargo,
consiguieron que se les arrendaran por largo tiempo.
En Sonora, enormes compañías de bienes raíces como la Compañía Constructora Richardson,
se aprovecharon de las favorables concesiones que otorgaba el gobierno de Porfirio Díaz para
adquirir tierras. En 1905, tan sólo en la jurisdicción consular de Hermosillo, funcionaban más de
doscientas empresas norteamericanas de diversas dimensiones, y que eran amenaza permanente para
las tierras de los indios, principalmente en el Valle del Yaqui donde la Compañía Richardson
deslindó las tierras baldías, adquiriendo 76,000 Hectáreas y, además, adquiriendo derechos
otorgados por el gobierno mexicano, sobre las aguas del Río Yaqui.
Tan gran participación de los norteamericanos en la economía agrícola del país, empezó a
crear naturales recelos, ya que más de 40 000 norteamericanos vivían y trabajaban en México se
creyó que eventualmente México podría seguir el mismo camino que Texas, además de que la

75
absorción por el capital extranjero de grandes extensiones de terrenos agrícolas no beneficiaba al
país y por el contrario propiciaba la continuación del sistema de peonaje, con diferentes tonalidades,
puesto que en el sur del país fue más acentuado que en el norte, las razones fueron que el
aislamiento geográfico y las falta de industria en el sur propició el aumento del peonaje por
endeudamiento, mientras que en el norte, la proximidad con Estados Unidos y la creciente demanda
de brazos en las minas y en la industria debilitaron el peonaje.

3. Petróleo
Esta invasión de capitales llegaba particularmente a sectores como la minería y el petróleo, en
las que, en 1910, el 90% de la inversión fija provenía del exterior. La importancia del petróleo en
1910, era creciente, de tal manera que los inversionistas norteamericanos se enfrentaron duramente a
Díaz cuando éste dió cierta preferencia a la Shell de origen inglés, pretendiendo generar cierto
equilibrio. Se ha llegado a afirmar que esta actitud de Díaz fue un factor determinante del apoyo que
las compañías petroleras norteamericanas brindaron a la revolución de 1910.
Fue tan importante la inversión petrolera que ésta aumento de 1.5 millones de dólares en 1897,
a 50 millones de dólares en 1908, fue sobre todo en las zonas de Veracruz y Salina Cruz, Oaxaca,
donde se hicieron las primeras exploraciones petrolíferas. Como ya mencionamos fueron
básicamente Inglaterra a través de la Royal Dutch -Compañia de petróleo El Aguila- que controlaba
el 60% de la producción nacional de petróleo, y dos empresas norteamericanas, la Standard Oil de
New Yersey, y la Sinclair Pierce que dominaban otro 36%, las que tenían dominado el mercado
petrolero. El desarrollo de la producción petrolera fue muy importante; en 1900-1901, se obtuvieron
5,173 barriles, y para el año de 1910-1911 la producción alcanzó 8,093,439, con lo que México pasó
a ser uno de los principales productores de petróleo en aquella época, no obstante todas las
ganancias, salvo pequeñísimos impuestos, fueron a parar a manos del imperialismo inglés y
americano.

4.- La deuda pública.


Este problema también fué importante, ya que al finalizar el porfiriato, la deuda externa del
país ascendía a 50 millones de libras esterlinas, 250 millones de pesos, es decir, diez veces el nivel
de 1886, aunque en este sector se concentraban los inversionistas europeos, controlando los
norteamericanos sólo el 12% del total. A pesar de ello, las reclamaciones por daños a ciudadanos
norteamericanos, y préstamos forzosos durante el período revolucionario, le dieron armas al
gobierno norteamericano para realizar presiones también en ese sentido.

76
HISTORIA DE MÉXICO II.

PRIMERA UNIDAD

1.3. ESTRUCTURA SOCIAL

MOVIMIENTOS, OPOSlClÓN Y CRISIS DEL RÉGIMEN DE DÍAZ. 1876-1910.

VANDERWOOD, Paul J. Desorden y progreso. Bandidos, policias y desarrollo


mexicano. pág. 187-205.

LA MONTAÑA RUSA LLAMADA CAPITALISMO


Reinaba por doquier una sensación de precariedad, tanto en el mismo gobierno como entre sus
benefactores y víctimas. Los obreros y trabajadores en general sentían igual que los acomodados la
fragilidad del orden público.
Todo marchaba bien en el país aparentemente; había paz casi completa [...] Todo eso era
verdad; pero también lo era que no había nada preparado para lo porvenir, y que la sociedad,
advirtiendo que la paz y el bienestar que disfrutaba no tenía sólido fundamento, sentíase muy
inquieta y no veía más que oscuridades y peligros para el día en que don Porfirio llegase a faltar [...]
Los pueblos tienen duración ilimitada, y no pueden contentarse con buenas situaciones efímeras;
necesitan las estables, duraderas [...]34
El diputado Francisco Bulnes, agudo observador de la realidad nacional, tenía razón, pero
fueron las oscilaciones del capitalismo mundial y no la muerte de Díaz las que resquebrajaron
fatalmente la fachada del orden porfiriano. Aunque la real expansión económica y la novedad del
cambio habían absorbido por cierto tiempo una parte de la tensión, la economía empezó a correr por
una montafía rusa después de 1900, lo cual condujo al desorden y culminó en la Revolución. Los
rurales trataron de contenerla, pero la organización misma fue víctima de la creciente
desorganización. De ahí la paradoja: el frenético impulso hacia el desarrollo desplazaba a personas,
que entraban en la fuerza de policía y eran entonces empleadas para someter a sus compatriotas, que
reaccionaban a la misma fuerza. Nuevamente orden y desorden: dos caras de la misma moneda.
La dictadura de don Porfirio no se deslizó hacia el abismo de una manera continua, sino que
descendió a saltos y sacudidas. Los breves restablecimientos no tardaban en sufrir los embates y en
ser ahogados por reversiones que el Presidente no podía dominar, aunque sí se le achacaba el
empeoramiento de las condiciones. Una marcada devaluación de la moneda y la depresión mundial
en 1890-1894 casi llevaron a México al caos, pero el ministro de Hacienda, Limantour, redujo el
gasto público y aumentó los impuestos lo suficiente para mantener a flote al país hasta que el
siguiente movimiento ascendente pudiera estimular la confianza y las inversiones. Unos cuantos
anos después, México volvía a retroceder. Allá por 1903, eran muchos los mexicanos que habían
empezado a perder la fe en el régimen. Los márgenes de beneficio se habían reducido para los
acomodados, y los pobres se habían hundido más aún en la pobreza, la desesperanza y los
desafueros.35
Después de 1900, los países más industrializados gozaban, si bien con cierta inquietud, de
nuevas condiciones comerciales que favorecían a los productos manufacturados frente a las materias

34
López-Portillo y Rojas, Elevación y caída, pp.. 247-248.
35
Reynolds, Mexican economy, p. 25; Anderson, Workers and politics, pp. 21-22; Landes, Unbound Prometheus, p. 78; Meyer,
Problemas campesinos, p. 223; W. Arthur Lewis, The evolution of the international economic order, pp. 47-52; Randall,
Comparative economic, pp. 177-178.

77
primas. Las minas mexicanas producían más, pero con lo que producían se podía comprar menos.
Los empresarios nacionales modernizaban sus instalaciones, eliminaban empleos y en el proceso
sacaban del mercado a los competidores. El creciente costo de materias primas como el algodón y
las limitaciones de un mercado del consumo empantanado en la vida de subsistencia, recortaban
mucho las ganancias. El crecimiento comercial e industrial anual continuaba, pero a un ritmo más
lento a medida que finalizaba la década. Las recesiones recurrentes golpeaban la tambaleante
economía, y la crisis de la plata, que iba en aumento, y el pánico financiero mundial de 1907 iban
empujando al país hacia la.crisis.36
Hasta mediado el siglo XIX, México era el principal productor de plata del mundo. 80% de
toda la plata en circulación provenía de México, pero en Estados Unidos hubo descubrimientos de
minas, después de 1860, que redujeron bastante la hegemonía de México e hicieron bajar los precios
de la plata. La reducción del ingreso en México se intensificó después de 1870, cuando una nación
tras otra adoptaban el patrón oro. La plata se fue depreciando en relación con el oro entre 1873 y
1902, y cosa peor aún para México: padeció fluctuaciones tan caprichosas que ocasionaron una
inflación y dieron al traste con la planificación presupuestaria.37
Los precios cambiaban diariamente, dependiendo del comportamiénto de la plata frente al
precio del oro, y los mexicanos de todos los niveles pagaban las consecuencias. La ganancia de 15%
en la inversión en plata en 1890 se redujo, por los declinantes valores de ésta, a sólo 4% para 1905.
Una importación por la cual en 1877-1878 un mexicano pagaba 89 cents costaba 40% más en 1911.
Medido por el rasero del dólar, el peso bajó de par a 50 cents en ese mismo período. Las cobijas que
costaban 3.45 dólares cada una en Estados Unidos se pagabán a 6 dólares en México. El café
costaba tres veces más en México que en Estados Unidos, y la leche dos veces más. Un galón de
petróleo costaba 12 cents en Estados Unidos y 40 en México. Un trabajador estadunidense ganaba
por lo menos cinco veces ,el salario de un trabajador mexicano comparable. Las rentas y el alimento
subieron muy por encima de la capacidad de los mexicanos comunes y corrientes; un obrero tenía
que trabajar seis meses para comprarse una cama. Los trabajadores ya no podían comprar
mantequilla, azúcar, cerveza ni café, sino sólo tortillas, cebollas, chiles y pulque. Para muchos
resultaba ya más ventajoso pedir limosna que trabajar.38
El costo de la vida para el mexicano común y corriente fue aumentando lenta e irregularmente,
pero para los más acomodados subía rápidamente y a grandes trancos. Las tiendas pequeñas
cerraban por quiebra y los salarios del nivel medio no bastaban para su acostumbrado tren de vida,
buena parte del cual comprendía artículos importados. Las reducciones financieras costaban a los
burócratas sus empleos, y los agricultores de producción comercial no podían permitirse la
adquisición de máquinas. Los capitalistas en agricultura tropical, henequén y ganado vacuno, que
vendían sus productos en oro y pagaban su mano de obra en plata, salían ganánciosos. Pero los
empresarios del ferrocarril, que pagaban en oro el material rodante y recibían pagos de pasaje en
plata, iban hacia la bancarrota. El temor de que uno u otro magnate estadunidense, como Edward
Harriman, pudierá comprar a los tambaleantes inversionistas ferrocarrileros y establecer un
monopolio de las comunicaciones nacionales, hizo a Limantour, en 1905, negociar con varios

36
D'Olwer et al., Porfiriato: vida económica, 2, pp. 639-642, 658-660; Reynolds, Mexican economy, p. 137; Anderson, Workers and
politics, pp. 29-30; Meyer, Problemas campesinos, pp. 222-225; Cumberland, Madero y la Revolución, pp. 23-24.
37
David M. Pletcher, "Fall of Silver", pp. 34-42; Delorme, "Political Basis", pp. 185 ss.; Aston, "Limantour", pp. 119-130;
Kemmerer, Modern currency, pp. 467, 475-477, 484-488; Valadés, Porfirsmo, I, pp. 109-110; Andrew, "Mexican Dollar", p.
321; Ochoa Campos, Revolución mexicana, I, p. 240; Randall, Comparative economic, p. 176.
38
Gaines, "Silver Standard", pp. 277-284; Delome, "Political Basis", pp. 191 ss.; Pletcher, "Silver", pp. 50-52; Rosenzweig,
Porfiriato; vida económica, 2, pp. 425, 699; Butt, "Where Silver Rules", pp. 3-9, 16; Kemmerer, Modern currency, pp. 497-501;
Thompson, People of Mexico, pp. 353-354; Ramón E. Ruiz, Labor and the ambivalent revolutionaries, 1911-1913, p. 11..
(Todos los precios de este párrafo están en dólares y centavos estadunidenses.)

78
inversionistas el dominio mexicano sobre las líneas principales Era bueno para México, pero mala
señal. Los empresarios extranjeros se habían dado cuenta de que era arriesgado invertir en México.39
La inflación, la enorme deuda nacional y el frenético saqueo de los recursos nacionales para
reducir la brecha del intercambio con el extranjero llevaron a México hacia el patrón oro en 1905 y
estabilizaron por breve lapso los negocios, pero dejaron al país precisamente mucho más vulnerable
a las tormentas económicas internacionales. Cuando ocurrió el pánico financiero mundial de 1907,
los bancos y las agencias de inversiones cancelaron los préstamos y redujeron el crédito. Limantour
mandó a los bancos mexicanos estrechar su línea de crédito y recoger las hipotecas pendientes. Los
hacendados acostumbrados a préstamos fácilmente renovables se encontraron atrapados con deudas
infladas y los pequefios comerciantes perdieron su fuente de crédito. Una depresión en los precios
mundiales del henequén arruinó a los cultivadores de Yucatán. El mercado internacional del cobre y
otros metales se derrumbó, y para el otoño de 1907 cientos de mineros habían quedado sin trabajo
en Hidalgo, Durango, Sonora y Oaxaca. Tan sólo Pachuca tuvo doce mil mineros desempleados
deambulando por las calles desesperados y frustrados. El cierre de la fundición American Smelting
and Refining, de la empresa Guggenheim y de las minas de cobre de Río Tinto dejó sin empleo a
casi otros dos mil trabajadores en Chihuahua. La economía del estado se tambaleó al recibir el
golpe. En 1909, los comerciantes de Chihuahua comunicaban ventas de 10-30%. La producción de
plata disminuyó allí l4%. En otras regiones las fábricas de textiles se fusionaron, para después
hundirse en la bancarrota. Los propietarios trataron de impedirlo recortando los salarios y
reduciendo la cantidad de fuerza dc trabjo. Estas reducciones dejaron sin empleo a los mexicanos no
sólo en su propio país sino también en Estados Unidos.40
Don Porfirio estaba hondamente conturbado. Se calculaba que unos veintidós mil mexicanos
habían emigrado a Estados Unidos, para trabajar, en la temporada 1906-1907; ahora regresaban en
su mayor parte con las manos vacías. Las compañías estadunidenses pagaban el pasaje en tren a los
mexicanos hasta El Paso; desde allí, los desempleados caminaban con su amargura a cuestas los 320
km que quedaban hasta Chihuahua. En los primeros meses de 1907, hasta dos mil braceros fueron
expulsados de Estados Unidos por los oficiales de migración de El Paso. Díaz rogó a los hacendados
que dieran trabajo a los migrantes, y algunos lo hicieron, pero la sequía y las nevadas insólitamente
fuertes de 1908 y 1909 hicieron la vida aún más miserable a los frustrados repatriados. En
Chihuahua, la peqúeña chispa de la revolución maderista cayó sobre yesca.41
Para entonces, ya se habían manifestado graves estallidos de violencia que eran un reto a la
autoridad porfiriana; los mineros del cobre en Cananea, los trabajad6res textiles en Río Blanco, los
campesinos de los alrededores de Acayucan y los liberales radicales en Viesca. Los rurales se
esforzaban en sofocar la cosa, y cuando no podían, el ejército se encargaba de dar su despiadada
respuesta al desorden con una represión brutal y sangrientas lecciones. La dura mano del dictador en
respuesta a la incipiente agitación indicaba la estrechez de su visión nacional. Seguía viendo las

39
Weyl, "Labor Conditions", p. 36; Butt, "Where Silver Rules", pp. 3-6; McCaleb, "Public Finances", p. 182; Kemmerer, Modern
currency, p.488; Pletcher, "Fall of Silver", pp. 40-47; Bernardo García Martínez, "La Comisión Geográfico-Exploradora",
Historia Mexicana 24, núm. 4 (abril-junio de 1975), p. 509; Gaines, "Silver Standard", pp. 280-286; Anderson, Workers and
politics, p. 31; Michaels and Bernstein, "Modernization'', p 691; Cockroft; Precursores intelectuales, p. 38.
40
Vernon, Mexican Development, p. 54; Cumberland, Madero y la revolución. p. 21. González Navarro, "Braceros", p. 264;
McCaleb, "Public Finances", pp. 187-188; Renderson, "Félix Díaz", pp. 43-45; Ruiz, Ambivalent revolutionaries, pp. 8-9; Robert
Sandels, "Antecedentes de la Revolución en Chihuahua", Historia Mexicana 24, núm. 3 (enero-marzo de 1975), p. 398; Juan
Felipe Leal, "El Estado y el bloque en el Poder en México, 1867-1914", Historia Mexicana 23, núm. 4 (abril-junio de 1974), p.
720; Mark Wasserman, "Oligarqula e intereses extranjeros en Chihuahua durante el porfinato", HistoriaMexicana 22, núm. 3
(enero-marzo de 1973), p.314; Hu-DeHart, "Yaquis", p. 89; Friedrich Katz, "Peasants in the Mexican Revolution of 1910", en
Joseph Spielberg y Scott Whitvford (eds.), Forging nations: a comparative view of rural ferment and revolt, p. 70; Mark
Wasserman, "Oligarchy and Foreign Enterprise in Porfirian Chihuahua, 1876-1911", pp. 282-288.
41
Sandels, "Antecedentes", pp. 396-397.

79
condiciones contemporáneas como un caudillo militar de mediados del siglo pasado y no como un
progresista del siglo xx. La modernización tal vez afectara a don Porfirio, pero no lo hizo cambiar.
Siempre había desempeñado el papel de patrón benévolo, y profesado y aun dado muestras de
preocuparse por sus paisanos del común, al mismo tiempo que sacrificaba el verdadero bienestar de
éstos en beneficio de los capitalistas que mantenían su dictadura personal. El único alivio para el
pueblo, la única apariencia de justicia, era la apelación directa al dictador, que respondía con
impulso político inmediato. Algunos auguraban mejoría para el hombre común, pero la mayoría no.
Y a medida que las condiciones fueron empeorando y las víctimas se fueron organizando, los ruegos
se transformaron en quejas, después en demándas y luego en protestas.42
Don Porfirio se mostraba compasivo, pero no mejoraba nada; si acaso proponía soluciones,
que no lo eran, envueltas en beatería. A medida que el desorden arreciaba, el dictador optaba por la
fuerza más que por la transigencia; cambio de estilo y talante que acabaría por costarle la
presidencia. La obsesión que tenía por la sedición al final se adueñó de él. Naturalmente, primero
habíá empleado la fuerza bruta. Pero las tragedias de Tomóchic y Papantla habían ocurrido después
de una larga y genuina búsqueda de transacción. Ahora era diferente: nada de transigencias. Aplastar
a los rebeldes. Para la mayoría de los mexicanos, la fuerza inflexible fue mucho más allá de lo que el
pueblo estaba acostumbrado a ver en su gobierno. El gobernante quebrantaba su contrato con ellos.
La crueldad se unía a la brutalidad y lanzaba un grito de combate en el momento en que los obreros
de las fábricas se estaban organizando y empezaban a plantear sus quejas.
Los altibajos de la economía mexicana, el pueblo que perdía en la lucha contra la inflación, y
los apremios de los congresos católicos por un lado y los propagandistas anarquistas por el otro,
lanzaron a los proletarios de la nación a la militancia en la primera década del siglo que empezaba.
Los trabajadores como clase estaban desorganizados, pero de fábrica en fábrica tenían mucho en
común: salarios bajos, deducciones arbitrarias, normas de seguridad ineficaces, ninguna prestación
de salud ni contra accidentes, jornadas de trabajo de quince horas, reglas opresoras de las
compañías, castigos inmerecidos, tratamiento preferente a los extranjeros y burdas intrusiones en su
vida privada.43
Las sociedades de ayuda mutua y aun las huelgas todavía no alcanzaban mucho relieve. En
1900, por ejemplo, las reducciones salariales en la mayor fábrica de textiles de Puebla fueron causa
de una huelga que se difundió rápidamente a las plantas vecinas. Más de tres mil obreros
descontentos dejaban el trabajo. Los líderes laborales pedían al gobernador que se ocupara del caso,
pero él se negó y tras de dos semanas de rumiar su descontento, los trabajadores volvieron a sus
telares e hilados sin que nada hubiera cambiado. Pero las crecientes dificultades forjaron sindicatos,
y para 1906 los obreros textiles de Orizaba habían formado el Gran Círculo de Trabajadores Libres
y estaban difundiendo su organización por los estados vecinos.. Mucho más al norte, en Cananea,
Sonora, los trabajadores del cobre, la Unión Liberal Humanidad, estaban ya poniendo a prueba al
cuerpo directivo.44
La Cananea Consolidated Copper Co. S.A. de Cananea era propiedad de William Greene,
inveterado jugador yanqui que quebraba y se restablecía continuamente, hasta que se sacó la lotería

42
Para opiniones de Díaz respecto de los trabajadores véase Anderson, Workers and politics, pp. 36,122-124,127-128,142, 157-158;
Martin, México of the XXth Century, 2, p.215; Alexius, "Army", pp. 281-282.
43
Jean A. Meyer, The cristero rebellion: the Mexican people between Church and State, 1926-1929, pp. 9-10; Anderson, Workers
and politics, pp. 44-46, 50-55, 59, 88-89, 92-94, 138-188; Alberto Bremauntz, Panorama social de las revoluciones de México,
pp. 137-138; David C. Bailey, Viva Cristo Rey The cristera rebellion and Ckurch-State conflict in México; pp. 14-19; Ruiz,
Ambivalent revolutionaries, pp. 7-10.
44
Alexius, "Army", pp. 279-280; Anderson, Workers and politics, pp. 95, 103-108, 127-128; Niblo, "Political Economy", pp. 100-
101, 105-113, 135-145; Ochoa Campos, Revolución mexicana 2, pp. 137-138, 271; Bremauntz, Panorama, pp. 137-138; Cosío
Villegas, Porfiriato: vida politica, 2, p. 720.

80
con una mina de cobre inmediatamente debajo de Naco, una población partida en dos por la frontera,
entre Sonora y Arizona. Cananea era una verdadera población propiedad-de-una-compañía, con
unos veintitrés mil habitantes, de ellos más o menos mil estadunidenses y los demás mexicanos, y
una fuerza policiaca privada para mantener separados a los antagonistas. Greene pagaba bastante
bien, 3 pesos diarios, pero los mexicanos recibían su paga en plata y los estadunidenses en oro, lo
que daba a los segundos el doble de poder adquisitivo por la misma cantidad de trabajo. Y los
salarios en plata no iban más allá de la tienda de la compañía, donde los mexicanos tenían que
comprar a precios exageradamente altos por falta de competencia comercial local.45
En mayo de 1906, la gerencia supo que los mexicanos de Cananea pensaban ir a la huelga.
Unos policías disfrazados de campesinos se mezclaron con los mineros y confirmaron que querían
un aumento de 2 pesos diarios por una jornada de ocho horas. Los liberales radicales ansiosos de
derribar a Díaz soplaban sobre las brasas. El 31 de mayo, rumores de despidos precipitaron una
manifestáción ilegal de centenares de mineros y, a continuación, una marcha hacia la sede de la
compañía. ¿Disparos? ¿Quién tiró primero? Eso sólo importaba para saber a quién se le echaría la
culpa de las consecuencias. Murieron dos capataces estadunidenses, junto con cosa de una docena de
huelguistas. La mitad de los policías de la población se negaron a enfrentarse a los alborotadores, y
así se recurrió al gobernador Rafael Izábal, que radicaba en Hermosillo, la capital del estado.
Izábal movió todas sus palancas. Lo único qúe sabía era que había que mantener el orden o
responder ante el Presidente, y entonces metió a 40 rurales en un tren y se dirigió a Cananea por
Naco. También envió un telegrama al jefe militar de la zona, el general Luis Torres, pidiéndole
refuerzos; envió a las tropas de seguridad del “ruso loco”, Kosterlitsky, galopando por el desierto de
Magdalena hasta el lugar de los hechos, y solicitó la ayuda de Estados Unidos -quizá militar, pero
para algunos civil-, aunque después lo negó. Todos convergían en Cananea.
Unos doscientos estadunidenses, armados y furiosos: doctores, abogados, borrachos, parientes
de los que trabajaban en Cananea, el propio Greene y Tom Rynning, que mandaba los rangers de
Arizona, se unieron al gobernador en Naco. La llegada de los estadunidenses empeñados en dar una
lección no hizo más que empeorar las cosas en Cananea. Y allá estaban frente a frente cientos de
huelguistas beligerantes y los gringos, ansiosos de pelea, con los rifles listos y alguna bala silbando
por encima. Los rurales montados formaban la única barrera entre ellos. Kosterlitsky había solido
cooperar con Rynning a ambos lados de la frontera, pero Cananea era un asunto estrictamente
mexicano. Kosterlitsky ordenó a los gringos que se fueran para su casa y, aunque de mal humor,
volvieron a su tren y salieron de México. Los rurales y el ejército detuvieron a los mineros y les
confiscaron las armas. Calma en Cananea.46
En la ciudad de México, don Porfirio estaba enojado y alarmado. Los acontecimientos de
Cananea, complicados por la intrusión estadunidense, habían dejado a la dictadura una mala fachada
nacional e internacional. El Presidente tenía que saber la verdad para decidir qué había que tapar,
pero el retorcido Izábal envió tantas explicaciones contradictorias que sólo consiguió enmarañar más
las cosas. Díaz se concentró en dos problemas: 1] ¿qué hacer con los presos?, y 2] ¿cómo explicar
satisfactoriamente la intervención estadunidense? Izábal y Torres aconsejaban ejecuciones políticas.

45
Coolidge, Fighting men, pp. 213-216; Anderson, Workers and politics, p. 110; Herbert O. Breyer, "The Cananea Incident", New
Mexico Historical Review 13, núm. 4 (octubre de 1938), Pp. 390-392; El Imparcial, 26 de junio de 1906, pp.1, 3; Hermosillo,
Sonora, Archivo General del Estado de Sonora, Ramo de Gobernación, tomo 2184, Exp. Originales de la huelga. (En adelante
citaremos: Archivo de Sonora.)
46
Anderson, Workers and politics, pp. 110-111; Archivo de Sonora, tomo 2184, Exps Mensajes cambiados; Cartas y telegrarnas;
Huelga de Cananea; Diversas listas y relaciones; Disturbios políticos relacionados con la huelga y posteriores a ella; Cartas,
proclamas y discursos de los liberales; El Heraldo de Cananea, 9 de junio de 1906, p.1; Hart, Anarquismo y clase obrera, pp.
121-124. México, D.F., Patronato de la Historia de Sonora, Archivo Histórico, vol. 22, núms. 174-295, y vol 23, núms. 1-299. (En
adelante lo citaremos como Patronato de Sonora.)

81
“Es una buena ocasión para castigar a los periodistas [que habían apoyado la huelga].” Pero don
Porfirio sabía qué hacer: “Es imposible fusilar a los agitadores, porque eso causaría una conmoción
en el país. Digan al juez que les aplique la sentencia máxima y los envíe a San Juan de Ulúa.” 47 El
viejo dictador todavía era capaz de pensar como un zorro.
Los periódicos mexicanos exigían una explicación de la intervención. Díaz había temido lo
peor y había rechazado un ofrecimiento de ayuda militar del gobierno de Estados Unidos, pero los
soldados yanquis habían sido trasladados, como medida de precaución, del fuerte Huachuca, en
Arizona, a Naco. El dictador, por medio de su vicepresidente, había enviado un cable a Naco,
dirigido a Izábal, diciéndole que no aceptara ayuda extranjera de ningún tipo, pero el telegrama llegó
demasiado tarde. Izábal iba ya camino a Cananea con el tren cargado de intervencionistas
estadunidenses. Don Porfirio urdió una cortina de humo: exigió a Izábal un telegrama donde dijera
que los estadunidenses que llegaron a Cananea eran individuos sin organización militar. Que la
gente de la frontera siempre llevaba armas de fuego y que Izábal alegara que no tenía facultades para
impedir que pasaran a México, pero que cuando llegó a Cananea les impidió participar en los
sucesos y les hizo volverse inmediatamente a Estados Unidos.
La mentira se estampó en la cabecera del periódico del gobierno, El Imparcial: “El territorio
nacional no ha sido invadido.”48
Sólo quienes estaban obligados a creer a don Porfirio pudieron haber quedado satisfechos con
aquella explicación transparentemente falsa. Un periódico de Orizaba, El Cosmopolita, decía que si
bien la penetración del territorio nacional era una cosa, también era cierto “que los mexicanos
habían sido villanamente asesinados por yanquis durante la huelga de Cananéa”.49 Los
estadunidenses, naturalmente, consideraban que la zacapela había sido en defensa propia. Pero de
cualquier modo que se mirara, lo de Cananea era una ignominia para la nación y un ejemplo gráfico
de la excesiva autoridad porfiriana. Cananea dio una causa común a los descontentos de la nación.
Llevaban mucho tiempo de compartir los mismos problemas, pero sin objetivos comunes; ahora
tenían una visión más urgente de un México que respondiera a sus necesidades.
Los políticos radicales hicieron cuanto pudieron para que las cosas no se enfriaran. El Partido
Liberal, con sus dirigentes exiliados en Estados Unidos, planeaba rebelarse contra la dictadura el 16
de septiembre de 1906, en conmemoración de la independencia nacional. La fecha pasó sin que
sucediera nada, salvo el acostumbrado fervor patriótico, pero diez días después los radicales
atacaban la pequeña población de Jiménez, en Coahuila, con la intención de hacer que prendiera un
alzamiento nacional. No llegó ayuda, y el ejército pronto desalojó a los rebeldes, pero en los días
siguientes se produjeron estallidos menores en Veracruz y Tamaulipas, y los auxiliares de la policía
rural acorralaron a los sospechosos cerca de la frontera, en Ciudad Juárez y en Agua Prieta, por
ejemplo. Las revoluciones rárameñte tienen un estallido cabal y total, pero echan brotes acá y allá.
Díaz cortó los brotes.50

47
El Diario del Hogar, 16 de junio de 1909, pp. 1-2; Archivo de Sonora, tomo 2184, Exp. Mensajes cambiados, y Exp. Pliego;
Patronato de Sonora, vol. 22, núms. 174-295, y vol. 23, núms. 1-299. Las citas son del Archivo de Sonora, tomo 2184, Exp.
Mensajes cambiados. De Corral a Izábal, 8 de junio de 1906 y Patronato de Sonora, vol. 22, núms. 224-226; De Izábal a Corral, 2
de junio de 1906.
48
El Diario Oficial, México, D.F., 28 dejunio de 1906, p.1; El Imparcial, 6 dejunio de 1906, p.1; 29 de junio de 1906, pp.1, 3;
Archivo de Sonora, tomo 2184, Exp. Mensajes cambiados; Patronato de Sonora, vol. 22, núms. 221, 228, 236-238; vol. 23, núm.
12. La cita es del Patronato, vol. 23, núms. 51-53. De Corral a Izábal, 6 de junio de 1906.
49
El Cosmopolita, Orizaba, 24 de junio de 1906, citado en Ánderson, Workers and politics, p. 114.
50
Cosío Villegas, Porfiriato: vida politica, 2, p.733; Anderson, Workers and politics, pp. 119-120, 202-204; Alexius, "Army", pp.
299-300; Ochoa Campos, Revolución Méxicana 2, pp. 250-252; Edward M. Conlcy, "The Anti-Foreign Uprising in Mexico",
The world today, 1906, pp. 1059-1062; Hart, Anarquismo y clase obrera, p. 125.

82
Pero la rebelión no moriría. La atmósfera de rebeldía alentaba al pueblo a actuar, a saldar
cuentas viejas y a decidirse por algún bando en las nuevas disputas. Unos ciento cincuenta indígenas
del cantón de Acayucan, en el sur de Veracruz, donde las nuevas plantaciones de caña exacerbaban
disputas de tierras ya enconadas, hicieron una incursión en la comunidad de Soteapa a fines de
septiembre. Con piedras, palos y machetes causaron grandes destrozos y le dieron duro a los rurales
allí acantonados antes de que éstos los pusieran en fuga con las armas de fuego. Los liberales,
sintiéndose apoyados, echaron leña al fuego. A los dos días volvieron los indígenas, esta vez con
rifles, y mataron a varios empleados municipales. Se dispersó a los rebeldes, pero consiguieron
aliados en Minatitlán, donde era odiado el jefé político por su brutal aplicación de la leva. Los
indígenas saquearon las arcas del municipio. de Ixhuaflán, y el desorden hizo erupción en Jaltipan.
Los rebeldes recibieron apoyo de unos comerciantes que aprovecharon la ocasión para venderles
rifles,y también convirtieron un antiguo cañón naval en un improvisado cañón de campaña. Ahora
estaban listos para habérselas con el ejercito —y Díaz los complació—. No se trataba de una
querella ordinaria; se trataba de un desafio armado a la autoridad porfiriana, con claras
implicaciones políticas de saqueo.51
Los combatientes, unos trescientos cincuenta indígenas contra dos-cientos soldados, chocaron
el 4 de octubre en Soteapa. El ejército fue quien tuvo más pérdidas, pero ganó el encuentro, y
expulsó al enemigo hacia una resistencia guerrillera en una zona tropical. Díaz ordenó que se
persiguiera a los indígenas con especial vigor. No los quería dispersos, sino detenidos y castigados,
para que la “semilla” de la resistencia ya no pudiera germinar. Se llevaron allá cañones y
ametralladoras, pero el material pesado de guerra no suele ser decisivo en las zonas tropicales.
Inútilmente los federales pasaron meses tratando de aprehender a los rebeldes, a pesar de que
recibieron ayuda de otros indígenas ansiosos, por muchas razones añejas, de poner en un brete a sus
paisanos. En efecto, los indígenas parecían más ansiosos que los soldados por capturar a los
bandidos-insurgentes. Era inevitable que se produjeran algunos arrestos, no todos de individuos
relacionados con los sucesos de Soteapa. El dictador quería ejemplos. El jefe político de Acayucan
recomendaba ejecutar a los cautivos, pero el Presidente temía repercusiones y ordenó que se les
juzgara en Veracruz, donde el gobernador cambió a los jueces para estar seguro de que el que llevara
las causas fuera “activo, inteligente y leal al régimen”. Los convictos desaparecieron de una vez por
todas, probablemente en los campos de trabajos forzados de Yucatán. 52
El alzamiento de Soteapa tensó aún más las ya desgastadas costuras de la dictadura. Otra grave
ruptura se produjo en enero de 1907 en Río Blanco, donde los trabajadores textiles habían estado
aumentando sus demandas y la gerencia estaba lista para pelear. Un alza de 50% en los precios del
algodón había reducido tan radicalmente los márgenes de beneficio, que al empezar 1906 los
industriales de Puebla redujeron los salarios de sus empleados en las fábricas. Hubo huelgas,
contrarrestadas después por un cierre. Don Porfirio sostuvo el derecho de los trabajadores a la

51
APD, Leg. Lxv, núms. 002525, 1 de octubre de 1906; 002629, 3 de octubre de1906; 00312-00316, y 000462 [enero de 1907]; El
Imparcíal, 3 de octubre de 1906, p.1; EI Nacional, 15 de febrero de 1959, pp. 3 y 9; 22 de febrero de 1959, pp. 3 y 8 Mexican
Herald, 3 de octubre de 1906, pp. 1-2; 4 de octubre de 1906, p. 2; El País, 2 deoctubre de 1906, p. 1; Alexius, "Army", pp. 291-
294; Padua, Movimiento revolucionario, pp. 8-12; Jalapa, Veracruz, Archivo General del Estado de Veracruz, Leg. 1906,
Exps.passím; Trens, Veracruz, pp 378-385.
52
APD, Leg. LXV, núms. 002541, 2 de octubre de 1906; 002554, 2 de octubre de 1906; 002591, 2 de octubre de 1906; 002616, 2 de
octubre de 1906; 002717, 6 de octubre de 1906; 003335, 25 de octubre de 1906; 003496, 31 de octubre de 1906; Leg. LXVI, núm.
000381, 3 de enero de 1907; El Imparcial, 3 de octubre de 1906, p.1; Períodico Oficial, Veracruz, 6 de octubre de 1906, pp.1-2;
El Nacional, 15 de febrero de 1959, pp.3, 9; 22 de febrero de 1959, pp.3, 8, Mexican Herald, 3 de octubre de 1906, pp.1-2; 4 de
octubre de 1906, p.2; La patria, 7 de octubre de 1906, p.1; El País, 7 de octubre de 1906, p.1; ElDictamen, 2 de octubre de 1906,
p.2; 8de octubre de 1906, p.2; 8 de octubre de 1906, p.2; 11 de octubre de 1906, p.1; Alexius, "Army", pp.291-294; AGN, Leg.
1906, Exp. Partes.

83
huelga pero advirtió que el gobierno tenía la intención de echar mano de “todos sus recursos, toda su
organización política, todo su ejército, toda su autoridad” para garantizar que los individuos que
desearan ir al trabajo atravesaran los piquetes de huelga para llegar hasta sus máquinas.53 Como
siempre podía encontrarse o inventarse un “trabajador deseoso de trabajar” para anular a los piquetes
cuando el gobierno quería provocar un enfrentamiento, los obreros en huelga podían esperar lo peor.
La enconada disputa creció e hizo crisis, y para diciembre casi dos tercios de las fábricas del
país estaban cerradas, lo que dejaba sin empleo a treinta mil trabajadores en veinte estados. El
mismo Díaz tenía que intervenir. Su arbitraje condujo a una componenda el 3 de enero de 1907, que
fue aceptada por los trabajadores de Puebla y Tlaxcala, pero en Orizaba la solución provocó un
debate. Cuando los empleados llegaron a la planta de Río Blanco en la mañana del 7 de enero pará
empezar su primer día de trabajo en dos semanas, se toparon con compañeros dispuestos a proseguir
la huelga. ¿Qué ocurrió después? Empujones, rechiflas, pedradas. Un obrero cayó y fue pisoteado.
Gritos de desafio frente a la tienda de la compañía que estaba al otro lado de la calle y después
disparos, probablemente hechos por temerosos empleados de la tienda. Los obreros la asaltaron,
saquearon y quemaron. Llegó la policía, seis rurales montados dirigidos por el jefe político, Carlos
Herrera, pero no hicieron nada para disuadir a los alborotadores. Herrera siguió en la silla y
contempló la destrucción. Los rurales, mandados por el teniente Gabriel Arroyo, tampoco se
movieron.54
Las fuerzas de infantería de la vecina Orizaba pronto contuvieron la agitación en Río Blanco,
pero el alboroto resultó contagioso. Los obreros quemaron las tiendas de la compañía en las vecinas
Nogales y Necoxtl, pero allí los soldados respondieron con balas. Al terminar la jornada había
dieciocho trabajadores muertos y once heridos, y las detenciones sumaron cientos al perseguir el
ejército a los espantados oreros y sus familias por las laderas en torno. Entonces Díaz se encargó
personalmente del asunto: estaba harto de agitadores obreros.55
El general Rosalino Martínez, subsecretario de Guerra, bajó del tren, en Orizaba, en la mañana
del 8 de enero con refuerzos de la capital y órdenes del Presidente de castigar con severidad a los
dirigentes del tumulto. Iba acompañado del coronel Francisco Ruiz, el verdugo del dictador, que
remplazó a Herrera como jefe político. Su objetivo era la represión brutal. Al anochecer, Martínez
tenía a seis hombres identificados como los jefes de la huelga, y al día siguiente los mandó ejecutar
sin proceso en las carbonizadas ruinas de las tiendas de la compañía que se suponía habían
contribuido a destruir. Otros obreros fueron obligados a presenciar las ejecuciones. Como los
soldados prosiguieron vigorosamente su redada, las bajas aumentaron. Se decía que los vagones
plataforma del ferrocarril llevaban montones de cadáveres qué serían echados en el puerto de
Veracruz para pasto de los tiburones. Exageraciones, sin duda, pero los enemigos del gobierno
querían desacreditar al régimen cuanto fuera posible. Es probable que a consecuencia de los sucesos
de Río Blanco murieran entre cincuenta y setenta personas, y tal vez pasaran de un centenar. Cientos
más debieron quedar heridos, y no se puede calcular cuántos terminaron en prisiones y campos de
trabajo.56 Porfirio Díaz había demostrado que no se podía retar su poder sin exponerse a rudas
represalias, pero ¿calculó cuánto le costaba eso a su dictadura?

53
Anderson, Workers and polític, pp. 138-146, 148,155.
54
Cosío Villegas, Porfirato: vida política, 2, pp. 718-719; Anderson, Workers and polítics, pp. 138-146 y 150-155; Moises González
Navarro, "Las huelgas textiles en el porfiriato", Historia Mexicana, 6 núm.2, octubre-diciembre de 1956, p. 85; AGN, Leg.718,
Exp. Huelga de las fábricas; Exp. Huelguistas.
55
Anderson, Workers and polítics, pp.267-269; AGN, Leg. 718, Exp.Huelga de las fábricas; Exp. Huelguistas.
56
El Imparcial, 8 de enero de 1907, p.1; 9 de enero de 1907, pp.1-2; l0 de enero de 1907, pp.1-2; 11 de enero de 1907, pp.1-2; 12 de
enero de 1907, p.2; 16 de enero de 1907, p.2; El Dictámen,:, 6-7 de enero de 1907, p.1; 8-9 de enero de 1907, p.1; 10-11 de enero
de 1907, p.1; 14-15 de enero de 1907, p.2; 18 de enero de 1907, p.1; El Tiempo, 4 de enero de 1907, p.2; 5 de enero de 1907, p.2;
6 de enero de 1907, p.2; 9 de enero de 1907, p.2; 10 de enero de 1907, p.2; 15 de enero de 1907, p.2; 16 de enero de 1907, pp.2-3;

84
La investigación oficial de las deficiencias del jefe político Herrera y los rurales comandados
por Arroyo en el enfrentamiento con los disturbios de Río Blanco se empantanó en mentiras y
acusaciones mutuas entre los principales implicados. Herrera decía que Arroyo y éste que Herrera.
El jefe político acusaba a los guardias de no haber obedecido sus órdenes de reprimir a los
agitadores, pero Arroyo sostenía que Herrera tenía órdenes de que los policías no trataran a los
trabajadores con rigor. Había antecedentes de tales sentimientos en Herrera. El gobierno hubiera
resuelto aquellas contradicciones en 1890 de modo mucho más enérgico que lo que podía permitirse
en 1907. El jefe político tenía un aliado en el gobernador, que era un amigo importante de la
dictadura. Por otra parte, no convenía dañar la reputación de los rurales subrayando su renuencia a
reprimir los desórdenes. Entonces, los hombres del cuerpo volvieron a sus ocupaciones y Arroyo fue
cesado calmadamente. Herrera perdió su puesto de jefe político, pero no el privilegio político en el
estado.57
El gobierno se cuidaba, pero no podía borrar las manchas de sangre que Río Blanco había
dejado en la sociedad, y los mexicanos estaban empezando a llevar cuenta de nuevos incidentes de
violencia, como los de Tepames, Velardeña y Oaxaqueña. Los funcionarios porfirianos originaron
escándalos sensacionales con sus brutalidades y daban más armas contra el régimen. Es dificil saber
si aquellos subordinados estaban siguiendo la visible dirección del dictador o si tales
acontecimientos sólo recibían más luz pública a consecuencia de las huelgas. Dos campesinos, los
hermanos Suárez, Marciano, de veintiún años, y Bartolo, de diecinueve, fueron ejecutados después
de un pequeño encuentro con la policía en Tepames, Colima. La averiguación de los asesinatos se
retrasó un año, pero finalmente arrojó sentencias de muerte para el ex jefe de policía del pueblo y
tres de sus cómplices culpables por el asesinato de los hermanos Suárez. Es dudoso que las penas
llegaran siquiera a determinarse, pero los periodistas no olvidaron a Tepames y lo que simbolizaba.
Y así informaban que “Tepames... sucedió de nuevo en [tal y tal lugar]...” y los lectores entendían 58
Velardeña fue aún más notorio, porque en ese caso se trataba del ejército, de un notable jefe
político y de los rurales guardianes de la paz. Como Cananea, Velardeña era una población
propiedad-de-una-compañía, que era creación de Guggenheim, inversiones en cobre. Cosa de un
millar de mineros, dirigidos por su popular sacerdote, Ramón Valenzuela, desfilaron alegremente
por la población en aquella fatídica tarde de abril de 1909, en dirección de los alrededores, donde
tenían la intención de quemar una figura de Judas. En realidad se trataba de un encuentro social con
una delgada capa religiosa. Por alguna razón, el jefe militar de la localidad, José Antonio Fabián,

17 de enero de 1907, p.2; Anderson, Workers and polítics, pp.163-164; Alexius, "Army", pp.284-285; Daniel Gutiérrez Santos,
Historia militar de México; 1876-1914, pp.40-42; Florencio Barrera Fuentes, Historia de la revolución mexzcana: la etapa
precursora, pp.213-222; Carlo de Fornaro, México tal cual es: comentarios por Carla de Fornaro, p.57; Moisés González
Navarro, "La huelga de Rio Blanco", Historia Mexicana 6, núm. 4, abril-junio de 1957, pp.510-532; AGN, Leg.718, Exp.Huelga
de las fabricas y Exp.Huelguistas; El Clarín, Orizaba, 9 de julio dc 1959, p.2, Washington, D.C., National Archives, Records of
the Department of State, Consular Reports for Mexico, Numerical Case Files, 1906-1910, vol.356, case 3916, Report of
William W. Canada, US Consul en Veracruz, 2 de febrero de 1907; Correspondencia relativa a la huelga de Río Blanco en
Orizaba, enero de 1907; Luis Araiza, Historia del movimiento obrero mexicano, pp.11, 126; Hart, Anarquismo y clase obrera,
pp. 130-134.
57
APD, Leg. LXVI, núms. 000018, 000109-000113 y 000118, todos del 7 de enero de 1907; 000159 y 000165-000174, 8 de enero de
1907; 000255, 11 de enero de 1907; Alexius, "Army", p.284; González Navarro, "Huelgas" p.88 Anderson Workers and politics,
pp.133,146,163-166,176, 197; ElPaís, l2 de enerodel907 p.1 EI Imparcial, 13 de enero de 1907, p.1;16 de enero de 1907, p.2 El
Dictámen 14 15 de enero de 1907, p.2; 18-19 de enero de 1907, p.1; El Tiempo, 12 de enero de 1907, p.2, 16 de enero de 1907,
pp.2-3; US Department of State, Consular Reports forMexico, Numerical Case Files, 1906-1910, vol. 356, case 3916,
correspondencia Orizaba Para la declaración de Herrera, véase Trens, Veracruz, 6, pp.394 398 para la política federal y estatal
después de la represión, véase Trens, Veracruz, 6, pp. 398-404.
58
La Evolución, 18 de mayo de 1909, p.1; 30 de mayo de 1909, p.1; 9 de junio de 1910, p.4; 16 de junio de 1909, p.4; 25 de agosto
de 1910, p. 4; EI Diario del Hogar, 15 de mayo de 1909, p.1; MéxicoNuevo, 27 de abril de 1909, p.2;30 de abril de 1909, pp.1-2;
10 de mayo de 1909, pp.1 y 4; 21 de mayo de 1909, p.2; 24 de mayo de 1909, pp.1-2.

85
decidió manifestar su autoridad. Quizá estuviera celoso de la gran estima que sentían los habitantes
por el sacerdote. Con cuatro rurales flanqueándolo, Fabián se opuso abruptamente a la procesión por
contravenir a las Leyes de Reforma, que prohibían las manifestaciones religiosas fuera de las
iglesias. Era una táctica frecuentemente usada por los funcionarios locales que deseaban hacer sentir
su peso; la Iglesia era un blanco fácil. En este caso, el sacerdote replicó y la multitud cambió
feamente de talante. Siguieron amenazas y pedradas. Los rurales dispararon sus rifles al aire y
recibieron un diluvio de piedras en respuesta. El jefe y sus hombres corrieron para ponerse a
cubierto en el recinto extranjero, cerca de la fundición, y los mineros celebraron su partida con una
orgía de saqueo e incendio que destruyo la ciudad pero no afectó los intereses estadunidenses.59
El gobernador de Durango determinó hacer frente por la fuerza. Los subordinados de don
Porfirio parecían haber aprendido poco de Cananea, Río Blanco y demás. Todos querían demostrar
al dictador que eran capaces de dominar el desórden. Como el jefe de la policía del estado pudo
reunir sólo a treinta hombres para ir a Velardeña, el gobernador pidió al ejército sesenta soldados de
reluerzo. Se les unieron los rurales, comandados por el teniente Antonio Calvillo. Y un jefe político,
Jesús González Garza, se ofreció para coordinar la represión. El gobernador aceptó; decisión fatal,
porque era fama que a su gran influencia política González Garza añadía la crueldad. Efectivamente,
lo habían trasladado de Puebla a Durango a causa de sus excesos. Ahora iba a ganarse el título de
“Tigre de Velardeña”.
Cuando llegaron las tropas de seguridad, Velardeña estaba en calma. Se habían producido
muchos destrozos, pero los rijosos estaban domados, y sin duda espantados. González Garza decidió
que no podía volver a la capital del estado “sin hacer algo”. Por consiguiente se designó
arbitrariamente a cuarenta y ocho hombres como instigadores del tumulto, y el jefe político escogió
a quince de ellos para fusilarlos.
Las ejecuciones se realizaron en los dos días siguientes. Primero un grupo de cuatro, después
siete y luego los otros cuatro. Las víctimas, con las manos amarradas por detrás, fueron llevadas a
punta de bayoneta hasta el borde de una cepa abierta, y las balas les hacían caeren la fosa común.
Los hijos y esposas, histéricos, a pesar de los disparos se mantenían asidos de los acusados. Pero los
rurales se aseguraron de que las ejecuciones se hicieran sin interferencia ni resistencia.60
El gobernador telegrafió a Díaz el 12 de abril que la misión de Velardeña se había cumplido
con éxito. González Garza añadía que sus “procedimientos algo enérgicos” habían puesto fin al
desorden, y don Porfirio contestó: “Gracias.” Pero las noticias de la matanza se difundieron
rápidamente. El Tiempo informaba que después de los fusilamientos el jefe político ordenó que se
silenciaran los detalles del enterramiento y que las familias de las víctimas fueran transportadas a
otros estados. El San Francisco Call mencionaba treinta muertos, muchos heridos y no pocas
propiedades estadunidenses destruidas. Debido a las implicaciones internacionales, el gobierno tuvo
que aparentar una averiguación a fondo de los sucesos.61
Se exhumaron los cadáveres de los mineros para verificar los fúsilamientos; todo era cierto.
Los funcionarios menores que habían mandado los pelotones de fusilamiento decían que lo habían
hecho por ordenes del jefe político. Los abogados de González Garza lo situaban muy lejos de
Velardeña en los días de la matazón, pero el testimonio del teniente de rurales puso las cosas en

59
AGN, Leg. 711, Exp. Velardeña; México Nuevo, 20 de mayo de 1909, p.1.
60
Patronato de Sonora, vol. 52, núms. 123-168, 292; AGN, Leg. 711, Velardena; La Evolución, 9 de junio de 1909, p.1; 16 de junio
de 1909, p.2; El Correo de Jalisco, 16 de abril de 1909, pp.1-3; 21 de abril de 1909, p.1; 1 de mayo de 1909, p.1; El Diario del
Hogar, 24 de abril de 1909, p.1; México Nuevo, 21 de mayo de 1909, p.2; 9 de julio de 1909, p. 1.
61
APD, Leg. LXVHI, núm. 001543, 11 de abril de 1909; núm. 001554, 12 de abril de 1909; AGN, Leg. 711, Exp. Velardena; El
Tiempo, 4 de junio de 1909, p. 2; 5 de junio de 1909, p. 2; 9 de junio de 1909, p. 2; 12 de junio de 1909, pp.2-3;13 de junio de
1909, p.2.

86
claro, considerándolo “un charro de verdad, inteligente y de buen comportamiento”. El sacerdote
Valenzuela quiso suicidarse en su celda de la cárcel, lo dejaron salir bajo fianza, pero se le seguía
acusando de sedición, robo e incendio. El jefe militar que había prendido la conflagración parecía
que andaba ocultándose por la sierra de Oaxaca.62
La Suprema Corte de México dictó fallo condenatorio contra el jefe político, el oficial de
rurales y dos autoridades municipales, e impuso la pena de muerte a cada uno de ellos, pero es
probable que las sentencias no llegaran a ejecutarse. González Garza por lo menos quedó en
libertad. Después de salir Díaz de la presidencia, su sucesor, Madero, puso al “Tigre de Velardeña”
al mando de las operaciones del ejército en Tampico, el vital puerto del golfo. Durante la lucha por
el poder presidencial en febrero de 1913 -la Decena Trágica-Madero mandó llamar a González
Garza a México para encargarle la dirección de la penitenciaría de donde se habían fugado los
adversarios del Presidente. Cuando asesinaron a Madero y quedó en su puesto Victoriano Huerta, el
Tigre ascendió a general y fue gobernador y comandante militar de Michoacán. Los revolucionarios
que llevaron a Huerta al exilio a mediados de 1914 dispersaron al ejército federal y juzgaron a
González Garza por delitos políticos en Michoacán. El “Tigre de Velardeña” fue entonces ejecutado
por soldados que antes mandara.63 Los enredos y paradojas de la política mexicana pueden
describirse, pero son dificiles de comprender.
Velardeña confirmó lo peor, conocido y sospechado, de las preocupaciones morales y sociales
porfirianas, pero los que debían al régimen sus puestos y su bienestar todavía aplaudieron la
decisión del dictador de mantener el orden y defender sus ganancias. Mientras Díaz demostró su
habilidad en tal empeño, estuvo políticamente seguro. Hubo críticas pero no indignación en 1908
cuando unos pocos cientos de indígenas yaquis levantiscos y miles de pacíficos fueron deportados
de su patria chica de Sonora y enviados a Yucatán y el sur de México, necesitados de mano de obra.
Los empresarios de Sonora no acogieron muy bien la pérdida de sus trabajadores, por lo tanto Díaz
ganó y perdió con aquel traslado.64 Tampoco hubo protesta digna de mención cuando los rurales
literalmente doblaron las espadas golpeando peones para que cumplieran sus tareas en la plantación
de caña Oaxaqueña, en Veracruz.65 Los capitalistas, acosados por desquiciantes cambios
económicos, temían que resurgieran las turbulencias de principios del siglo pasado si Díaz, ya casi
de ochenta años, moría en el puesto, y por eso le apremiaban para que designara un sucesor.66
Mientras tanto, dejaban al dictador manejar las compuertas contra el desorden, y no osaban admitir
cuán alto era el’oleaje del sentimiento nacional contra él.

62
La Evolución, 30 de mayo de 1909, p.1; 2 de junio de 1909, p.1; 6 de junio de 1909, p.1;11 de junio de 1909, p. 1;13 de junio de
1909, p. 2; 30 de junio de 1909, p.1; 25 de julio de 1909, pp. 2-3; 29 de octubre de 1909, p. 3; Patronato de Sonora, vol. 53, núms.
123-168; Memoria de Gobernación, 1908-1911, p. 13 y Documentos núms. 46-47, pp. 37-43; El Diario del Hogar, 14 de mayo
de 1909, p. 2; México Nuevo, 10 de junio de 1909, p.1; 18 de junio de 1909, p. 5; 4 de julio de 1909, p. 4; 9 de julio de 1909,
pp.1, 8; 6 de agosto de 1909, p.7.
63
La Evolución, 6 de agosto de 1909, p. 2; México Nuevo, 6 de agosto de 1909, p. 7; “Jesús González Garza”, en Diccionario
Porrúa de historia, biografía y geografía de México 1, p. 839.
64
Hu-De-Hart, "Yaquis", pp. 84-89; APD, Leg. XXXIII, núm. 000109, 26 de enero de 1908; Patronato de Sonora, vol. 19, núm.
187,18 de febrero de 1905; Beene, "Corral", pp.122-124; Antonio Manero, El antiguo régimen y la revolución, pp. 188-189;
Evelyn Hu-De-Rart, "Resistance and Survival: A History of the Yaqui People's Struggle for Autonomy, 1533-1910", pp. 322-326,
368.
65
AGN, Leg. 980, Exp. Juan J. Jiménez; Alexius, "Army", pp. 294-299; APO, Leg. LXV, núms. 004455-004456 y 004504-004505,
28 de diciembre de 1906; Leg. LXVI, núms. 000019, 000065-000069 y 000121-000122, 7 de enero de 1907; RDS, 812.00/1032,
el Commander of USS Tacoma al Acting Secretary of Navy and Department of State, 20 de marzo de 1911.
66
Alfonso Taracena, Porfirio Díaz, pp. 152-153; Moses, Railway revolution, p. 13.

87
SÁNCHEZ Morales Román Arturo.El contexto mundial del porfiriato. pág.58-62.

Las entrevistas Diaz-Taft y Diaz-Creelman.


Estos son algunos de los problemas que provocaron que las relaciones del gobierno de Díaz
con su vecino del norte se fueran deteriorando en la primera década del siglo, y que culminaran con
su caída del poder en 1911, un papel importante lo jugo el hecho de que no pudo contar con el apoyo
de su aliado del norte, aunque realizó diversos intentos para lograr un acercamiento, uno de ellos la
entrevista con Taft en la que buscaba su fortalecimiento. Para acudir, Díaz informa al Congreso de la
invitación que le hizó Taft para celebrar una entrevista en la frontera mexicana, misma que se
realizó del 16 al 18 de octubre de 1909, don Porfirio manifiesta que es la primera vez que un
presidente de Estados Unidos visita México.
La entrevista se realizó en medio de gran publicidad, aunque fué negativa porque durante la
misma, se negó el Presidente mexicano a prorrogar el permiso para que la flota norteamericana
siguiera ocupando la Bahía Magdalena; por las negociaciones de la presa del Río Colorado, las
activas gestiones del régimen para la devolución del Chamizal, la protección que México dio al
presidente Zelaya de Nicaragua.
Aunque el asunto principal que trataron ambos presidentes fue sobre la neutralidad que los
Estados Unidos deberían guardar respecto a los enemigos de Díaz refugiados en los Estados Unidos.
Lo que fue reconocido públicamente por Taft en una carta en la que afirma que “la única petición
que usted me hizo, y antes de la movilización, fue que se incitara a los varios oganismos del
gobierno y al gobernador de Texas a mantener las leyes de neutralidad, violadas, en opinión de
usted, por las expediciones que se organizaban en Texas contra el gobierno mexicano de entonces.”
No será la única vez que el gobierno mexicano le manifieste a Estados Unidos la solicitud de
que vigile y persiga a los emigrados políticos, lo que patentiza la dependencia del gobierno
mexicano al norteamericano. La petición se repetirá constantemente, por ejemplo, cuando Creel
solicita “que el gobierno de Estados Unidos intervenga con toda energía para impedir en su territorio
cualquier reunión hostil a México, toda `acaparación’ de armas y municiones, cualquier acto, en
suma, que viole las leyes de neutralidad, garantía con que cuentan las naciones amigas de Estados
Unidos.”
Entre algunos historiadores existen controversias sobre el punto, algunos consideran que el
gobierno de los Estados Unidos estaba deseoso de apoyar a Díaz pero no podían violar la
Constitución de los Estados Unidos, sin embargo, si tomamos en cuenta los conflictos que Díaz ha
enfrentado con el vecino país es posible creer que había un descontento con el Gobierno de Díaz lo
que explica que las peticiones de aplicar las leyes de neutralidad, como el memorandum de fecha 11
de enero de 1911 enviado por De la Barra en donde “llamaba la atención del Departamento de
Estado,acerca de que en El Paso Texas, se hallaban concentradas importantes grupos revolucionarios
armados,” eran respondidas cada vez de manera más insolente, el gobierno de Estados Unidos decía
Knox titular del Departamento de Estado no podía aceptar el cargo de que los revolucionarios
infringían despreocupadamente las leyes de neutralidad; antes bien, estaba dispuesto a proceder
contra ellos si se presentaban las pruebas necesarias.
Quedó claro en la entrevista que el periodista norteamericano Creelman le hizo a Porfirio Díaz
que, por un lado, le resultaba más importante a Díaz la opinión de los norteamericanos, y que se
encontraba dispuesto a abandonar el poder ante un país que ya estaba maduro para ejercer la
democracia.
Es importante recordar que la importancia de la entrevista radica en el hecho de que los dos
principales movimiento organizados contra la dictadura de Díaz parten prácticamente de momentos

88
posteriores a la realización de la misma. Me refiero a la lucha del Partido Liberal Mexicano,
(Magonismo) y del Maderismo.

Madero y el PLM frente a los Estados Unidos.


Es significativo que frente a dos enemigos del régimen de Díaz, la actitud norteamericana
fuera totalmente distinta, mientras que el movimiento magonista fue duramente perseguido en los
Estados Unidos, fué clara la actitud de condescendencia ante los maderistas.
Buscando en los antecedentes del magonismo podríamos encontrar alguna explicación,
recordemos que una de las principales huelgas de las postrimerías del porfiriato se realiza en una de
las principales actividades de los norteamericanos, la minería, en 1906, el P.L.M. se ve envuelto en
una importantísima huelga en Cananea, propiedad de William C. Greene, que empleaba a 5,360
mexicanos y 2,200 extranjeros, pero mientras que a los mexicanos les pagaba sólo tres pesos de
plata, a los extranjeros les pagaba el doble. Esta es una de las causas que va a originar una huelga
rota finalmente con el apoyo de Díaz y con la invasión directa de Rangers traídos de Texas por el
propio gobernador de Sonora, Izábal, aquí se podría ya notar que este movimiento no era nada
agradable a los ojos de los empresarios norteamericanos.
El otro acontecimento importante que podríamos ubicar es el levantamiento magonista de
1908, que tenía por objeto derrumbar el poder porfirista y que se prolonga hasta 1911, y que tuvo
como uno de su principales episodios las tomas de Tijuana y Mexicali en Baja California. Aquí será
arrinconado y eliminado gradualmente el magonismo por un movimiento de pinzas que realizan por
un lado Porfirio Díaz y por el otro los empresarios norteamericanos como Otis, que acusan al P.L.M.
de ser un movimiento filibustero para aislarlo de la opinión pública.
Un caso muy diferente será la actitud que los empresarios asumen, cuando menos en su
primera etapa, con Madero a quien consideran “un pararrayos que conjura las revoluciones en los
campos y las calles.” Era sabido que los preparativos para entrar a México con armas se realizaban
en San Antonio, Texas, desde ahí, Madero, Carranza, Abraham González, Aquiles Serdán y otros se
preparaban para incendiar la mecha revolucionario, sin embargo, a pesar de las presiones porfiristas,
los maderistas no fueron molestados, se ha llegado a sostener que incluso los intereses petroleros
estaban detrás de Madero financiando la revolución, esto es algo que no ha podido comprobarse, lo
cierto es que las compañias norteamericanas estaban cansadas de la política de equilibrio seguida
por Díaz que frente a los norteamericanos habia apoyado a los petroleros ingleses.

BLANQUEL, Eduardo. Así fue la Revolución mexicana. México, CONAFE, 1985, vol I,
pág. 133-135

La entrevista Creelman.

Repercusiones de una entrevista


Los días 3 y 4 de marzo de 1908, el influyente diario oficioso El Imparcial, de la Ciudad de
México, reproducía “casi íntegro” y en español el texto de la entrevista que el presidente Porfirio
Díaz había concedido, seis meses antes, al periodista James Creelman, y que el Pearson Magazine
de Nueva York había publicado lujosamente en su número de ese mismo mes. Las primeras
reacciones ante tal acontecimiento fueron muy variadas. Los más suspicaces llegaron a dudar que la
entrevista hubiera tenido lugar realmente. Los nacionalistas se sintieron ofendidos por haber sido
extranjero el medio usado por el presidente para transmitir su pensamiento. Otros creyeron
enfrentarse a un mensaje cifrado y traslucieron el temor que les producía la posibilidad de equivocar
su interpretación. Algunos más, sin creer totalmente sinceras las palabras de Diaz, pensaron usarlas

89
como aval de sus propias actividades políticas. Sin embargo, la mayoría de los mexicanos -entre
quienes estuvieron por cierto muchas de las grandes figuras de la política nacional- desconocieron la
entrevista o la ignoraron a conciencia.
Pero lo que sí resultó claro fue que, a partir de su aparición, la entrevista se incorporó
definitivamente a la vida política mexicana; aunque también fue verdad que lo publicado por El
Imparcial no tuvo un eco ni general ni inmediato. Durante varios meses la atención que mereció la
entrevista fue esporádica y los comentarios suscitados fueron pocos y en general superficiales. Otras
exégesis demasiado sutiles acabaron ignorando lo substancial de las declaraciones del presidente, es
decir, su propósito de no volver a reelegirse y su creencia en que la nación estaba lista para una vida
de plena libertad política.
Ciertamente los conceptos se desvanecían un tanto en un texto demasiado prolijo, entre
histórico y apologético, cuya idea fundamental era dmostrar que la obra del general Diaz, si no había
liquidado una realidad compleja donde coexistían “dos civilizaciones” una modernísima y otra
arcaica, y donde un México viejo y otro nuevo quedaban “cara a cara”, sí representaba, a pesar de
todo el hito más importante del desarrollo nacional.

Un balance para la historia


En tan inusitado documento político, el general Díaz ensayaba un balance aceptablemente
objetivo de su obra de gobierno. Decía que su larga permanencia en el poder y la insignificancia de
los disidentes implicaba la aceptación tácita de su estilo personal de gobernar. Recordaba haber
recibido un país belicoso, socialmente dividido y en quiebra, que devolvía 27 años después,
pacificado, arimónico, solvente y con sólidos “elementos de esitabilidad y unión”, gracias a “la
educación”, “la industria” y “el comercio”, y a una naciente clase media que, en México, como en
“todas partes, forma los elementos activos de la sociedad” y de la cual “extrae la democracia a sus
propagadores y a sus adeptos”. Con el realismo propio de quien está seguro de los resultados últimos
de su obra y por ello, como apuntó Creelman, “está más allá de la necesidad de ser hipócrita”, el
presidente Díaz admitía que sus métodos de gobierno habían sido muy “duros, inflexibles”, y que
para evitar el derramamiento de “mucha sangre” había sido “mejor derramar algo de sangre” si,
además, la derramada era “maligna” y la que se “salvó” era “la sangre de los buenos.” Reconocía
que la paz implantada por él era una paz forzada”, “pero de todo punto necesaria”, para que “la
Nación pudiera al fin regenerarse, pensar y trabajar”. Aceptaba que el país no vivía ni podía haber
vivido un régimen verdaderamente democrático, pero al mismo tiempo aseguraba que el largo
ejercicio de un poder incontestable, no había “amenguado” sus “ideales políticos”, sino por “el
contrario”, lo había convencido de que la democracia “trae consigo los verdaderos y únicos
principios de un buen gobierno, aunque en realidad sólo sean practicables en los pueblos que han
llegado a su pleno desarrollo”.

90
HISTORIA DE MÉXICO II.

PRIMERA UNIDAD

1.4. CULTURA Y VIDA COTIDIANA DURANTE EL PORFIRIATO.

SÁNCHEZ Morales Román Arturo.El contexto mundial del porfiriato. pág.23-32.

SOCIEDAD Y CULTURA.
Tomando como punto de partida, la sociedad actual encontraremos muchas diferencias, en
primer lugar el número, la población no pasaba los 15 millones de habitantes, distribuidos
fundamentalmente en el campo, algunas ciudades como, Guanajuato, Guadalajara, Puebla y la
Ciudad de México, descollaban por su importancia política o económica, sin embargo, distaban
mucho de ser lo que hoy son, la Ciudad de México, no había rebasado la antigua “traza” que desde
la época colonial le dieron los españoles, fuera de ella vivían los vagos y desempleados que llenaban
las prisiones y que eran reclutados por el ejército para engrosar sus filas, se les designaba con el
nombre genérico de pelados, típico producto de la política económica del régimen que venía
despojando a los campesinos de sus tierras. La Ciudad de México no rebasaba los 200 mil
habitantes, muy pocos de ellos profesionistas, de entre ellos poco más de mil abogados, pero no más
de 150 Médicos auxiliados por 34 farmacéuticos y 23 parteras, por cierto que no había tortillerias,
pero si corrales y 8 baños para caballos, más de 500 pulquerias pero sólo 14 librerias, esto nos da
una idea de el estilo de vida de la época.
En cuanto a la composición de la población, el Censo de 1910 habla de que la población está
dividida en tres partes casi iguales, una tercera parte integrada por indigenas, otra por mestizos y
otro por blancos de distinta procedencia; muchos de ellos extranjeros, los que configurán uno de los
muchos males de los que se presentaron durante el porfiriato, lo que Luis Cabrera llamó “el
extranjerismo”, si eran empresarios protegidos y apoyados por sus embajadores o mexicanos
descendientes de esa nacionalidad, se decia por ejemplo que Limantour se comporto siempre como
representante de los intereses franceses, así la ley era sumamente cruel con el mexicano, sobre todo
si era indio, como un caso claro de esto recordemos la presecución a la que son sometidos lo Yaquis,
y no sólo porque nos transmita la información un periodista simpatizante de los Magonistas -John
Kennet Turner- sino por confesión expresa de uno de los principales escritores de los Científicos,
Bulnes, quien no niega el trato a los Yaquis pero si lo justifica, afirma; que “el dictador sostuvo
contra ellos una lucha de más de 20 años empleando métodos de terror que superaron a lo hecho por
los propios Yaquis, pero ello -afirma Bulnes- era para defender a la nación mexicana,” pues los
Yaquis pretendían ser una “Nación” que defendía un territorio, Díaz no podia aceptar esto, eran sólo
mexicanos a los que Díaz les propuso dotar de tierras para que las trabajaran de manera individual
como cualquier otro mexicano, pero rehusaron, “era imposible que el General Díaz se sometiera
humildemente” -insiste Bulnes- a las exigencias de una tribu, para resolver el problema Díaz actuo
con “benevolencia”, en lugar de exterminarlo, a lo que se opuso el Dictador, o de ceder, lo que era
humillar a la civilización frente a los “salvajes” Díaz los trasplantó de Sonora a Yucatán; no nos
confundamos, todo lo dicho en el párrafo anterior es una opinión de Bulnes, connotado “científico”
que a pesar de sus tendenciosas afirmaciones, nos da una idea de las condiciones sociales en que
vivieron durante este período los campesinos, sobre todo indigenas, no olvidemos que la guerra
contra los Mayas en Yucatán revistió la misma crueldad.
La vida de los mestizos en las haciendas no era mejor que la de los indigenas, comúnmente
vivían en cuadrillas miserables, donde una casa era un sólo cuarto de cuatro por cinco metros, donde

91
las familias vivían en condiciones insalubres. Además de que los peones estaban sujetos por deudas
y obligados a obtener sus artículos de primera necesidad en las “tiendas de raya”, donde el precio de
los alimentos era siempre superior a los del mercado. Vigilados por guardias armados de las propias
haciendas, ningún peón era libre de elegir siquiera un nuevo patrón; poco se valoraba su vida y su
dignidad, se creía que un caballo y una mula tenían un valor muy superior a la de los peones a los
que se les juzgaba como perezosos y borrachos. Los campesinos no soportaron esta situación
resignadamente, a pesar de la politica de “pan y palo” del Dictador, las rebeliones fueron constantes
a lo largo del período, podemos mencionar entre otras:
1877, rebelión en la Sierra Gorda de Quéretaro; en 1879 Juan Santiago en la zona de
Tamanzunchale -San Luis Potosí- ;en Sonora en 1891 los Mayos comandados por Santo; en 1892
cuando las tierras de Tomóchic fueron entregadas a la Chihuahua Mining Company, se da un
levantamiento de la población.
Lo único que salvaba a grupos de indigenas era que su territorio o se encontraba en alguna
zona inhóspita y\o fuera de los lugares donde el ferrocarril penetraba en busca de materia prima para
la industria extranjera, los Yaquis para su infortunio si estaban en una zona codiciada por
empresarios extranjeros, al igual que Tomochic, pero una buena parte del país se mantuvo fuera de
la dictadura, mientras no se desarrollara alguna industria de exportación básica en este capitalismo
dependiente de la economía extranjera; cuando la demanda del henequén presiona en Yucatán, los
Mayas sufren las consecuencias, cuando la industria del azúcar demanda más productos, Morelos y
Veracruz son invadidos por el capital extranjero, cuando el petróleo inicia su reinado Tamaulipas y
Veracruz sufren el acoso; con todo podemos afirmar que será el norte del país el más asediado por el
“Orden y Progreso” porfirista.
La falta de respeto de las autoridades a los Derechos Humanos de los campesinos y los
indigenas, puede explicarse en una actitud de desprecio de la sociedad urbana hacia ellos y en
general hacia lo “mexicano”, es notorio -por ejemplo- el uso de nombres sajones o franceses por
parte de algunos porfiristas, en la posada de los Montalvo adoptaron nombres como Jack, Dick,
Ellick, Hal, Netty Quintero, Lilly Rubio y Patty Miranda. Se llegaba al colmo de que siendo
mexicanos fingían no saber español y hablaban en un mal aprendido inglés o francés, nos informa
Rutherford de dos mozalbetes relamidos, uno educado en Francia que en lugar de firmar con su
nombre Raúl Duval, escribia Raoul du Val. Esto los hacia ver como personas “decentes”, palabra
que a estas alturas había adquirido ya un nuevo significado, aristocrático, en este sentido también
admiradores de Europa, es un ejemplo típico la decoración de la casa de Pablo Montalvo, quien
invierte parte de su inmensa fortuna hecha en el negocio del pulque y el tequila, en la decoración de
su casa, tremendamente exagerada, llena de servidumbre, con muebles estilo europeo, tapices y
sedas, todo traido de Europa. Esta actitud llevo también a los habitantes de la Ciudad a sostener una
actitud de desprecio hacia los provincianos.
Su ropa era traida especialmente de Europa, moda a la que por supuesto no escapaban los
gobernantes, que usaban chalecos y pantalones a cuadros, que salían en su mayoria de las tijeras de
sastres franceses como Duvernard o Sarre.
En este marco es entendible la actitud de los gobiernos del período en favor de los extranjeros,
son numerosos los intentos depués de consumada la independencia para atraer pobladores
extranjeros a México, Santa Ana, Maximiliano, Juárez y posteriormente Díaz van a insistir en la
colonización extranjera, alemanes en primer lugar, o de otra nacionalidad pero europeos, no
asiáticos.
En la educación también se sintió la influencia europea, Francia fué la más favorecida, en
1888 la enseñanza se organizo conforme al modelo francés, un año después el ministro Baranda
organiza el Primer congreso Pedagógico Nacional; la influencia de Augusto Comte se notará de

92
inmediato la filosofía positivista es el sostén de la Escuela Nacional Preparatoria. Labor titánica la
educativa, con un analfabetismo que supera el 70% , y otro tanto de niños en edad escolar que no
acuden a la escuela. Para el régimen no será tan importante que todos conozcan las nuevas
tendencias europeas, pero si les interesa que el positivismo les permita justificar su régimen de
estabilidad a ultranza, importante papel en este aspecto desempeñaran los científicos. Sostienen los
“Científicos” que la obra de pacificación debe ser el objetivo primordial del gobierno, “el pueblo
mexicano prefiere un poco de paz”, el darwinismo social apoyado en las ideas de Spencer, les
permitira justificar a los cientificos, el que unos deban mandar y otros obedecer con respeto a los
más “aptos”, escuchemos al jefe de los “cientificos” Limantour en 1901.”... los débiles, los mal
preparados, los que carecen de elementos para consumar victoriosamente la evolución,tienen que
sucumbir, cediendo el campo a los más vigorosos, o que por las características de su modo de ser
lograron sobreponérseles y pueden transmitir a su descendencia las cualidades a las que debieron la
supremacía.”
Este grupo estaba constituido por: Justo Sierra, Enrique C. Creel, Ramón Corral, Joaquín D.
Casasús, José Yves Limantour, Alfredo Chavero, Sebastián Camacho, Francisco Bulnes, Pablo
Macedo. A partir de 1892, cuando se constituyen oficialmente, se declaran partidarios del “Orden y
el Progreso”.
El Positivismo es utilizado en términos de política militante, es traido a México para servir a
un determinado grupo político, que interpreta al positivismo desde su particular posición de clase.
En los últimos años de gobierno de Díaz, esta posición fué discutida y combatida desde el
Ateneo de la Juventud, grupo formado en su propio seno, jovenes que no aceptaban las ideas que se
les habían pretendido inculcar. “el positivismo de Comte y de Spencer -dice José Vasconcelos, uno
de los líderes de este grupo- nunca pudo contener nuestras aspiraciones...”
El porfirismo y el grupo político llamado de los “Científicos” se apoyaban en el positivismo
como intrumento ideológico para justificar sus prerrogativas, en Spencer y Darwin buscaban
argumentos para justificar la explotación de los indigenas a quienes juzgaban de irredimibles e
incapaces de derrocar al despotismo de Díaz, e incapaz de opinar y defender sus intereses, no son
los indios los más aptos, y en la lucha por la vida deben de sucumbir.
Claro que algunos positivistas no aceptarán el hecho de haber servido al porfirismo, José
Torres decía que se confundia la doctrina con la filosofía positivista, o sostendrán -como Bulnes-
que los científicos no se beneficiaron de las prerrogativas de Díaz, lo cierto es que el decir popular
hablaba de un grupo que todo lo pretendia justificar con “la ciencia”, y esta tradición popular los
ligaba con Díaz y la opresión.

LA CULTURA DE LOS LETRADOS Y LA CULTURA POPULAR.


Antes de abordar este tema es necesario hacer una aclaración, cuando usamos el término
cultura, lo estamos haciendo en su sentido antropológico, entendiendo por ella “todo lo que el
hombre produce en sociedad”, esto quiere decir que el sentido no se restringirá a los productos
sociales elaborados por la literatura o la arquitectura, para mencionar algunos, sino que el término
debe ampliarse, en la medida de lo posible a la vida cotidiana del México porfiriano.
En literatura, encontramos un proceso de retroceso en cuanto al papel que se le asignaba a la
literatura, que anteriormente pretendió ser utilizada con fines de aprendizaje para fomentar el
espíritu civico, pero en la medida en que el positivismo se fué consolidando, la literatura fué
desplazada por la “ciencia”, primero habíamos de formar patria para poder después escribir poesía.
El porfiriato interrumpe la cruzada del nacionalismo literario y la obra literaria de los modernistas
sale de las escuelas para refugiarse en los periodicos y en la asociaciones literarias, de las que se
fundan en este período- 1800 a 1900- 207 asociaciones.

93
Desafortunadamente la literatura modernista comparte las características elitistas del
porfiriato, afirma Nervo que sólo escriben para los que escriben, se afianza la idea de la aristocracia
del saber y se niega la posibilidad de una cultura nacional, el proceso de afrancesamiento es
vertiginoso. Se adopta un gusto por el artificio y la visión cosmopolita; entre los principales
escritores podemos mencionar a Manuel Gutiérrez Nájera, José Peón Contreras, Amado Nervo,
Manuel José Othon, Luis G. Urbina, José Juan Tablada y Salvador Díaz Mirón, con temas que se
alejaban de los problemas de su momento. Afortunadamente la novela abordó temas más cercanos a
la realidad, asoma la cara el costumbrismo y algunos problemas sociales en las obras de Manuel
Payno, Federico Gamboa, Rafael Delgado y Emilio Rabasa.
Se vive también una buena época en relación a los estudios históricos, obras como las de
Joaquín García Icazbalceta y Luis González Obregón.
Dentro de las organizaciones literarias podemos mencionar al Liceo Hidalgo en su tercera
etapa iniciada en 1884, promovida por Ignacio Manuel Altamirano y a la que asistieron inicialmente
escritores como José Tomas Cuellar, Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza y Francisco Pimentel,
entre otros.
Los libros y los periodicos nos dan informes sobre las características de los mexicanos de
aquella época, El Museo de Prieto, Los mexicanos pintados por sí mismos, de Hilarión Frías y Soto,
entre otros, además de su Album fotográfico nos dan cuenta de los personajes de la época, la
Traviata o mujer ligera, el poeta, la viuda, el pelado, el sacristán, el bandido, los pollos. La sociedad
va cambiando vertiginosamente, la introducción del ferrocarril comunicará muchas regiones y
eliminará antiguas profesiones como las de los arrieros, oficio muy común y concurrido ; más de
4,470, según Pérez Hernández.
La vida en las haciendas se consume en la pobreza de las chozas, construidas con zacate, y
dota con utensilios de barro, ollas cantaros, comales; esteras de palma y un metate, indispensable
para moler el maíz. El real diario que cobran los peones apenas les alcanza para sobrevivir comiendo
arroz, frijoles y tortillas de maíz con chile, además de atole en el desayuno y la cena; la carne es lujo
sólo dominical, su ropa se compone de camisa y calzon de manta guaraches y sombrero de palma,
los patrones los consideraban -al decir de Ignacio Ramírez- “una caña que se exprime y se
abandona”.
Las ciudades se han llenado de prostitutas, pillos, vagos y lisiados de guerra. el Estado buscará
resolver el problema por medio de la creación de la beneficencia pública. Hospicios, Hospitales y
Monte de Piedad entre otros.

GONZÁLEZ, Navarro Moisés. Sociedad y cultura en el porfiriato. México, CONACULTA,


pág.23-52.

EL TRASFONDO HUMANO

El registro civil.67.
Creado por las Leyes de Reforma, el registro civil despertó una desconfianza general; la
incultura y la apatía de extensos sectores populares contribuyeron en gran medida para que se
ignoraran sus beneficios; además de que la población del país, dispersa en localidades lejanas y mal
comunicadas, dificultaba sobremanera la buena marcha de las inscripciones. Nadie creía necesario
consignar los nacimientos; en cambio, las defunciones eran generalmente registradas, sobre todo en

67
Publicado en Moisés González Navarro, Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida social, México, Hermes, 1957, t. IV,
pp. 12-17

94
los pueblos donde había autoridades que debían legalizar los enterramientos. Por otra parte, el
matrimonio, el concubinato y la ceremonia religiosa eran las fórmulas tradicionales que resolvían
satisfactoriamente, para muchos, el problema de la convivencia.
Por fortuna, los gobernadores de los estados reconocieron muy pronto los principales
obstaculos con que tropezaba el registro civil: fanatismo, apatía, ignorancia, pobreza, escasez de
oficinas e indolencia de los encargados de llevarlo a cabo. Todos coincidieron al señalar el desprecio
que el matrirnonio civil suscitaba en la población, y la bajísima cifra de los nacimientos registrados.
En una localidad veracruzana, por ejemplo, no se asentó en todo un año una sola acta de nacimiento.
Para agravar la situación, el registro parroquial no se hallaba en buenas condiciones y así lo hizo
notar por entonces el gobernador de Sinaloa. La prensa católica admitió expresamente una cierta
decadencia del registro parroquial, debido a la falta de sacerdotes, a la libertad de cultos y a la
indiferencia religiosa. En varias ocasiones, las autoridades eximieron de la sanción judicial
correspondiente a todos los remisos, con el resultado poco satisfactorio de que en el plazo acordado
se inscribieran los nacimientos ocurridos en varios años anteriores. Una condonación de este género,
realizada en Puebla el año de 1896, produjo raquíticos efectos, y sólo en 1902 se obtuvo un éxito
mayor. En el Distrito Federal, a la condonación iba añadida una amenaza de multa de cinco a 50
pesos para las omisiones futuras, y el gobernador creó una policía especial para que localizara a los
remisos, con la alarma consiguiente de muchas personas “honorables por todos conceptos” que
temian ser encarceladas, ignorando que la sanción era exclusivamente pecunaria. Mucho fue el
espiritu cívico de los obreros agrupados en las sociedades mutualistas: la llamada Unión y
Concordia recomendó a sus socios el cumplimiento de las órdenes dadas por el gobierno, y con toda
justicia su conducta fue calificada como “digna de imitación”.
Como quiera que sea, no transcurrió el tiempo en vano: hacia 1890, 30 años después de su
creación, algunas autoridades reconocían un progreso evidente en las tareas del registro civil, y otras
se declaraban plenamente satisfechas de su buen funcionamiento. En algunos estados se atribuyó la
mejoría a que las inscripciones eran gratuitas; en otros, al aumento progresivo de las oficinas de
registro, fundadas, en algunas ocasiones hasta en ranchos y haciendas; y la ilustración del nuevo
clero mexicano, que dejó de oponerse a las disposiciones oficiales, también fue un factor decisivo.
La iniciativa personal de algunas autoridades locales también contribuyó al éxito de esta ardua
empresa nacional, echando mano de recursos más o menos objetables: en Chihuahua, por ejemplo,
la delación particular dio un magnífico resultado, ya que el 50 por ciento de las multas impuestas a
los reacios era para los denunciantes; y en Tamaulipas se exigía el acta de nacimiento como
requisito indispensable para la inscripción de los niños en las escuelas públicas, asignándose una
multa de cinco a 50 pesos a los directores de los planteles que violaran esa disposición. En 1904 el
Ejecutivo de Zacatecas declaró que el registro civil había alcanzado en su entidad una perfección
racional. Sólo entre las clases más humildes y de manera excepcional, dejaba de registrarse algún
caso de nacimiento, matrimonio o deceso.

Cuadro 1. COEFICIENTE DE NATALIDAD Y MORTALIDAD


1877-1886 1910
Entidades Natalidad Mortalidad Natalidad Mortalidad
Coahuila 33.58 32.15 56.18 24.91
D¡strito Federal 22.08 44.27 24.48 42.80
Guanajuato 21.74 33.15 20.12 39.42
Guerrero 40.63 40.42 35.02 25.90
Jalisco 47.81 40.10 43.48 33.05
Michoacán 16.31 26.33 28.17 37.61

95
Morelos 39.98 56.82 43.62 43.24
Nuevo León 36.79 27.34 34.88 25.50
Tabasco 13.75 13.81 43.02 26.06
Veracruz 14.15 21.88 31.90 22.41

Fuente: Memorias de los estados, años correspondientes.


Al comparar las cifras que aparecen en este cuadro, se advierte la notable mejoría alcanzada
por el registro civil en Coahuila, Guerrero, Morelos, Veracruz y Tabasco: por primera vez deja de
observarse el hecho absurdo de que la mortalidad supere a la natalidad. En el Distrito Federal el
registro de nacimientos sigue siendo muy deficiente, y la desproporción entre natalidad y mortalidad
se acentúa porque la autoridad tomaba conocimiento siempre de defunciones, ya que los cadáveres
no podían ser sepultados sin certificado correspondiente.
El reglamento de la Dirección General de Estadística obligaba a los ministros de cualquier
culto a informar mensualmente el número de nacimientos, defunciones y matrimonios en que
intervinieran, pero no se llegaba a considerar la presentación de los documentos civiles como
requisito previo de las ceremonias religiosas. Aunque en Yucatán ya se había implantado esa
exigencia, el gobernador de Oaxaca renunció a seguir su ejemplo tomando en cuenta la separación
existente entre la Iglesia y el Estado; las autoridades de Tabasco, Guerrero y Colima también se
detuvieron ante semejante obstáculo.
En 1881 el gobernador de Coahuila, Evaristo Madero, prohibió la celebración de bautizos y
matrimonios sin la presentación previa de las actas del registro civil, y anunció una sanción de multa
de 25 a 100 pesos o un mes de cárcel para los infractores. Los párrocos de Saltillo se opusieron a
estas disposiciones por la vía del amparo, y el juez del Distrito resolvió en su favor en lo que se
refería al bautizo, y en contra respecto al matrimonio. Un periódico capitalino criticó abiertamente.
la dualidad de este fallo, ya que la naturaleza de ambos actos era igual; juzgó muy grave, además,
que los estados legislaran sobre esta materia. Por su parte, la Suprema Corte de Justicia declaró que
el amparo era improcedente “por no existir hecho reclamable de la autoridad ejecutora, ni gozar de
garantías individuales las corporaciones religiosas”.
Poco tiempo después, este amparo motivó un curioso incidente cuando un párroco de Saltillo
se negó a oficiar en una ceremonia de bautizo en que Evaristo Madero fungía como padrino. La
Revista de Monterrey y La Patria, periódicos liberales, censuraron la actitud del sacerdote, y La
Voz de México la defendió con estos tres argumentos: el canónico, que autorizaba al sacerdote a
proceder como juzgara conveniente; el constitucional, porque según el artículo 50 de la ley
fundamental, nadie estaba obligado a trabajar sin su pleno consentimiento, y el que llamó de sentido
común, con que terminaba en tono agresivo: “No metas tu hoz en sembrado ajeno. Si eres, oh Sr.
Madero, enemigo de la Iglesia, ¿cómo quieres ser recibido por ella como amigo y protector?”
Como era de esperarse, la discusión subió de tono, haciéndose cada vez más general y
enconada. Algunos periódicos liberales volvieron a insistir en la necesidad de que el matrimonio
civil precediera al religioso, pero alguno sostuvo la vieja tesis liberal de la separación absoluta entre
la Iglesia y el Estado: “¿Con qué derecho impondríamos a los curas ni a nadie, obligaciones que no
serían remuneradas de ninguna manera?” En esto estaba de acuerdo La Voz de México, aunque por
muy distintos motivos: si el Estado no concedía ningún valor a los enlaces religiosos, no había razón
para multar a quienes los celebraban sin someterse a la ceremoma civil, ya que ninguna ley
sancionaba a las uniones libres.
Poco después algunos periódicos liberales juzgaron oportuno recordar que, en 1860, el obispo
Linares había ordenado a sus fieles que el enlace religioso fuera celebrado una vez que se
cumplieran las disposiciones del gobierno respecto al contrato civil. Con ese mismo espíritu

96
conciliador, el obispo de Puebla acababa de redactar una pastoral que ponía término a las
discusiones en materia de precedencia. Pero un periódico católico reprodujo la carta del obispo
Linares para demostrar que el prelado se había limitado a indicar a los sacerdotes que no presentaran
oposición y resistencia “a que los interesados ocurran antes o después al registro civil”.
En 1887, seis años después del incidente de Saltillo, varios jueces civiles informaron al
gobernador de Guerrero que algunos párrocos seguían oponiéndose al registro de los nacimientos, y
pidieron autorización para impedir que los bautizos se efectuaran antes de que se cumplieran los
trámites civiles. El Ejecutivo del estado ordenó que se aplicaran a los remisos las sanciones penales
vigentes, pero no aceptó la proposición de los jueces por respeto a la “independencia de la Iglesia”.
Y la polémica siguió adelante. Por su parte, los periódicos católicos insistieron en su argumento
predilecto: si para el Estado la Iglesia no existe, resulta ilógica la obligación de anteponer el registro
civil a la ceremonia religiosa. Y como la prensa liberal volviera a citar el ejemplo de algunos
eclesiásticos progresistas los clericales esgrimieron para su defensa dos circulares —una de 1862 y
otra de 1868— en que la Secretaría de Gobernación declaró que la precedencia obligatoria del
matrimonio civil era contraria al espíritu de las Leyes de Reforma.
Todavía en 1897, El Imparcial atribuía las deficiencias del registro civil a la oposición del
clero y a la “repugnancia” con que las “últimas clases” veían a la autoridad, y propuso como
remedio el nombramiento de inspectores especiales en el Distrito Federal. Después de consultar los
registros de las vicarias, estos inspectores debían hacer una visita a los hogares remisos para explicar
allí la conveniencia y las ventajas de aquel registro. En unos diez años quedaría resuelto, según El
Imparcial, el problema de la educación popular a este respecto. Pocos meses después el mismo
periódico declaraba que la Iglesia, al parecer, no se oponía ya al registro, y el problema seguía
siendo puramente educativo: del gobierno se esperaba todo, “pero, en cambio, no se le pasa nuestra
tarjeta de presentación”. En Jalisco se inscribía la sexta parte de todos los matrimonios efectuados
en la república por la sencilla razón de que el arzobispo Pedro Loza había dispuesto expresamente
que la ceremonia civil precediera a la religiosa.
Como uno de los mayores males que causaba la prioridad del matrimonio religioso era la
frecuencia de la bigamia y del abandono del hogar, un diario católico reconoció que la Iglesia debía
someterse a la prioridad del registro civil, pero sin faltar por ello a sus eternos e inmutables
principios, ni rebajar su dignidad”. Otro diario declaró entonces que no tenía ningún interés en hacer
de aquella cuestión un asunto “metafísico”, y que no le importaba en lo mas minimo que se llamara
simple contrato al matrimonio civil: lo urgente era remediar la situación presente y futura de
“muchos hijos sin padres y muchas esposas sin esposos.”68

68
Informe leido por el C. Gobernador del Estado, Ingeniero Blas Escontría, en la apertura del tercer periodo de sesiones del XX
Congreso Constitucional, la noche del 15 de septiembre de 1904, y contestación del C. Presidente del Congreso, Ingeniero José
Maria Espinosa y Cuevas, San Luis Potosí, Tipografía de la Escuela Industrial, 1904, p. 8; Anales del Ministerio de Fomento de
la República Mexicana. 1877, México, Imprenta de Francisco Díaz de León, 1877, vol. 3, p. 302; El Tiempo, 27 de julio de 1889,
15 de septiembre y 3 de noviembre de1893; El Imparcial, 28 de agosto de 1897, 8 de marzo de 1898, 30 y 31 de agosto de 1900,
26 de julio de 1901 y 18 de abril de 1910; Memoria que presentó el C. Gobernador del Estado de Zacatecas, C. Garcia, al
Honorable Congreso del mismo, septiembre de 1900 a febrero de 1904, México, Tipografía de los Sucesores de Francisco Díaz
de León, 1905, p. 421; Lo voz de México, 5 y 19 de abril, 3 y 17 de mayo y 16 de julio de 1882; Memoria que presentó el
ciudadano gobernador Evaristo Madero a la Honorable Legislatura, Saltillo, Imprenta del Gobierno, 1882, p. 17; La Libertad,
21 de febrero de 1879; Mensaje presentado al Honorable Congreso por el gobernador del Estado de Guerrero el 1 de marzo de
1882; y contestación del presidente del Honorable Cuerpo, Chilpancingo, Tipografía del Gobierno, 1887, p. 14; Diario de los
debates de la Cámara de Diputados (DDd), Xv' Congreso Constitucional, vol. III, p. 144; El Pais, 15 de abril de 1910.

97
Inmundicia metropolitana69
Además de habitaciones antihigiénicas, pobladores enemigos del baño, agua insuficiente y
alimentos impuros, la ciudad de México ostentaba calles inmundas, atarjeas malolientes y otras
muchas lacras semejantes. Apenas iniciado el porfiriato, la prensa comentaba: “Si seguimos así, va a
ser preciso establecer en cada esquina una agencia funeraria.” México, al decir de El Monitor
Republicano, era una “cloaca con honores de ciudad”. “No hay ciudad en el mundo que pueda
competir con la nuestra en lo antihigiénico, en lo insalubre, en lo mortífero”, escribía por su parte
Juvenal en 1883. El dinero del Ayuntamiento parecía gastarse íntegra-mente en el Jockey Club y en
hermosear la calle del 5 de Mayo, en embellecer el jardín del atrio de la catedral y en las fiestas
cívicas, sin que quedara lo suficiente para efectuar la limpieza de la ciudad. Esta mala distribución
de los fondos municipales dio lugar a enconadas críticas. Llegó a decirse que el Ayuntamiento
cuidaba únicamente de mantener limpia una acera de la ciudad: la de “la casa del señor presidente”.
En 1896 El Tiempo señalaba que los munícipes hacían ya la limpieza de las calles, pero sólo para
tenerlas relucientes mientras se celebraba la quinta reelección de Díaz.
“Antes la higiene que la estética”: tal era el lema de la prensa oposicionista. El Ayuntamiento
debía dedicar su atención a los barrios pobres y no al ornato de las zonas residenciales en que
habitaban los ricos. En 20 años de régimen porfiriano esta situación se modificó muy poco. En 1897,
con excepción de algunas calles céntricas de los barrios de San Cosme y Arquitectos, limpias
mientras no lloviera, el resto de la ciudad estaba lleno de basura, tierra suelta y estiércol.
Se dijo que la ciudad de México podía llegar a ser tan limpia como Puebla y Guadalajara, si
los rateros que merodeaban en ella fueran obligados a barrer las calles. Alguien sugirió también que
la insalubridad capitalina debía ser combatida con pequeños y útiles remedios, como el de poner un
cobertizo en la plaza principal para resguardo de los albañiles que se pasaban allí horas y horas a la
intemperie cuando no tenían trabajo; adelantándose a una crítica posible, el autor de la idea no
censuraba esta costumbre de los albañiles mexicanos, que en todo caso no hacían más que seguir el
ejemplo de sus colegas de París. Un viajero procedente de Europa elaboró, en octubre de 1897, un
extenso catálogo de sugestiones para mejorar los servicios públicos de México en bien de la salud de
sus habitantes. Entre otras cosas, pedía la esmerada limpieza de las calles; la prohibición del servicio
nocturno de pipas en el centro de la ciudad; la construcción de albañales; la limpieza de las atarjeas,
que debía hacerse de las diez de la noche a las cinco de la mañana, con un sueldo de quince centavos
en lugar de doce para los que trabajaran en ella; que se contruyeran lavaderos públicos y se
plantaran árboles en calles y plazas; que se hiciera obligatorio el uso del pantalón (aunque fuera de
dril); que las pulquerías se cerraran a las seis de la tarde; que el Consejo Superior de Salubridad
vigilara la pureza de los comestibles y que se aceleraran los trabajos del desagüe para que fueran
concluidos en dos años (todavía tardó tres). Terminaba el ilustre viajero su enumeración de miserias
grandes y pequeñas pidiendo que hubiera en cada comisaría un carrito especial para transportar a los
ebrios. En 1899 volvió a señalarse la necesidad de anteponer la higiene al ornato, ya que desde los
tiempos del presidente Lerdo de Tejada no se había notado mejora alguna en la mayoría de las calles
citadinas.
Hasta los documentos oficiales corroboran la insalubridad capitalina. Con gran pesimismo, el
médico Miguel Jiménez predijo en 1877 que, de seguir así las cosas, en un plazo de 30 años
“México sería completamente inhabitable”. Y en 1883, el presidente Manuel González reconoció
que las condiciones higiénicas de la metrópoli empeoraban “de día en día”. Al año siguiente, el
secretario de Gobernación, Carlos Díez Gutiérrez, resumió en estos términos el problema:

69
Publicado en Moisés González Navarro, Historía moderna..., op. cit., pp. 96-102.

98
Es muy lamentable el estado de atraso en que se encuentra ese ramo de la república, y choca
más en la capital, donde por ser la residencia de los poderes federales y estar concentrado en ella el
gran movimiento científico e industrial del país, era de esperarse que se hubieran planteado las
mejoras que ha alcanzado el progreso humano para el saneamiento de las grandes ciudades. Mas,
desgraciadamente, todo está aún por hacer. Los principios científicos de la higiene apenas son
conocidos por algunos sabios, siendo para el resto de los habitantes y para las autoridades
municipales casi desconocidos, o al menos no practicados, pues generalmente sólo se observan
algunas reglas aisladas, inspiradas por el empirismo, y que nunca podrán formar un código sanitario
suficiente para una población tan numerosa y radicada en un sitio donde las condiciones del suelo
han aglomerado las mayores causas posibles de insalubridad. Hasta nuestros días sólo han existido
disposiciones transitorias de policía, o reglamentos sanitarios incompletos, olvidados y caídos en
desuso, porque los agentes inferiores de la autoridad política rara vez se ocupan de exigir su
cumplimiento. Por otra parte, una lamentable y extraviada interpretación de los principios
constitucionales ha originado que se pretendan abrigar, bajo las garantías individuales, las más
flagrantes infracciones de policía, aun de aquellas que originan graves daños a la población y que
mantienen en ésta enfermedades endémicas que sólo por benignidad de nuestro clima no hacen
mayores estragos de los que lamentamos hoy.
Los inspectores del Consejo Superior de Salubridad, en un estudio que les fue encomendado,
informaron a fines de 1892 y principios de 1893 acerca de las condiciones higiénicas del Distrito
Federal: en el cuartel I se advirtió una resistencia general a la vacuna: los niños eran escondidos por
sus padres, como si se tratara de un castigo; pero gracias a la constancia de los vacunadores y a la
disposición oficial que cerraba las puertas de las escuelas a los niños no inmunizados, se consiguió
que la mayoría de las personas se sometieran al reglamento, “si no voluntariamente, sí al menos con
menores resistencias”. La inspección de 303 casas demostró que en 283 había tifo; doce estaban en
pésimas condiciones higiénicas; en cuatro había garrotillo; viruela en tres y escarlatina en una. La
elevada proporción de enfermos de tifo se explicaba, según los informantes, porque en ese cuartel se
había aglomerado “la parte más desgraciada de nuestro pueblo”; otra de las causas de semejante
insalubridad era el mal estado de las atarjeas.
Respecto al cuartel II, se informó que el tifo no disminuía con las lluvias, como se observaba
en otras partes de la ciudad; antes que construir atarjeas, era indispensable cegar las numerosas
zanjas que cruzaban el barrio, así como pavimentar plazuelas y callejones, y dotarlo de agua potable.
En 117 de las 486 casas visitadas por los inspectores se descubrió la presencia del tifo. También la
mayoría de los habitantes del cuartel III debía ser vacunada por la fuerza. El mayor número de
enfermos de tifo correspondía a las casas que tenían albañales cubiertos, pero comunicados con las
habitaciones. En las vecindades de este sector llegaban a vivir desde 16 hasta 20 personas en una
sola habitación.
En el cuartel IV la población se aglomeraba en cuartos estrechos, húmedos y mal ventilados,
que servían también de cocínas. Los comunes colectivos eran verdaderas cloacas, y como en 21
calles no había atarjeas, los excrementos se acumulaban en las zanjas por negligencia de los vecinos
o por la insuficiencia de las pipas encargadas de recogerlos. Entre otras cosas, el inspector del
cuartel pidió que se hiciera obligatoria la construcción de casas de vecindad altas y bien ventiladas,
con patios pavimentados con material impermeable.
La parte sur del cuartel V estaba en buenas condiciones:casi todas las calles empedradas, con
tuberías para el agua potable y atarjeas; en la del norte, en cambio, urgía prolongar las atarjeas,
construir comunes, desazolvar caños y zanjas y proveerlos de agua abundante. En el cuartel VI la
campaña contra la viruela estaba bien organizada, pero urgía cegar la zanja de Campo Florido y
clausurar la cárcel de Belem, que era un foco de infección; en Indianilla debían mejorarse las casas

99
de madera y cegar todas las zanjas. En contraste con los anteriores, el cuartel VII tenía amplias
calles de once metros de ancho, y de un total de 195, 73 tenían atarjeas; las restantes sólo estaban
trazadas o tenían muy pocos habitantes. Aunque el desagüe ofrecía serias deficiencias, era uno de
los menos insalubres de la ciudad. Por último, en el cuartel VIII se observaban marcados contrastes:
mientras la mayoría de la población habitaba en “series de cuartitos de madera, paralelas unas a
otras, en lugares bajos, sin pavimento, y sin haber arreglado lugares comunes, ni haberlas surtido del
agua suficientemente”, en la calzada de la Reforma, Bucareli, Artes, Donato Guerra y Ejido, había
“suntuosos palacios y casas confortables, donde el código sanitario y la higiene tienen nada o poco
que pedir”. En la zona de barracas había tifo, pero la viruela desapareció de todo el cuartel.
A Tacubaya la cruzaban tres arroyos que recibían las basuras y las materias fecales, y que en
tiempo de secas eran verdaderos focos de infección; el mercado y el rastro eran pésimos. En
Cuajimalpa hubo una grave epidemia de tifo, y en Tlalpan e Ixtapalapa eran muy frecuentes las
enfermedades infectocontagiosas porque la gente vivía en verdaderos muladares, y muchas veces los
sanos usaban la ropa de los enfermos; además, la escasez de médicos y la abundancia de curanderos
agravaban la situación. En Xochimilco, que tenía un rastro muy primitivo, una epidemia de tosferina
se extendió rápidamente porque sus habitantes vivían con tal promiscuidad en cuartos y chozas que
el aislamiento de los enfermos resultaba imposible. En Guadalupe Hidalgo quedaban un sinfín de
cosas por hacer: un buen panteón, el desecamiento de los pantanos, la limpieza de las zanjas y la
construcción de atarjeas, o por lo menos la compra de carros que recogieran las materias fecales por
la noche. Plantar árboles era también una necesidad inaplazable.
Las nuevas inspecciones realizadas en 1904 y 1906 de-mostraron que en materia de higiene la
capital había avanzado muy poco. El cuartel 1 seguía sin atarjeas, y en el II las curtidurías, las
fábricas de cola, de almidón y sebo continuaban laborando con grave perjuicio de la poblacion. Los
arrabales y los dormitorios públicos eran igualmente antihigiénicos. El cuartel III, como el II, pedía
con insistencia la desaparición de las lavanderías de chinos, pero la inauguración del mercado de La
Lagunilla se mencionaba como un sintoma de progreso. Entre 1904 y 1906 no hubo ningún cambio
en el cuartel IV. En el V, a pesar de la epidemia de tifo de 1905, hubo un “extraño” descenso de
mortalidad; sin embargo, no tan extraño, pues de todas las zonas habitadas por gente pobre, el
cuartel V era el que se hallaba en mejores condiciones higiénicas. En los restantes cuarteles la
situación seguía siendo la misma, a pesar de las urgentes y reiteradas peticiones de los inspectores.70

La ciudad de los palacios71


Al iniciarse el porfiriato pocas calles capitalinas estaban empedradas; el agua escaseaba y era
preciso surtirse de ella en las fuentes públicas con vasijas no siempre limpias; pocas casas contaban
con excusados, desde luego las de vecindad carecían de ellos, esto obligaba al uso de recipientes

70
El Monitor Republicano, 5 de enero de 1877, 27 de julio y 25 de octubre de 1883, 12 de junio y 16 de julio de 1886, y 21 de enero
de 1891; La Voz de Méxco, 7 de mayo de 1882; El Tiempo, 23 de septiembre de 1887, 9 de enero de 1890, 26 de agosto de 1891,
11 de septiembre de 1895, 26 de agosto y 20 de diciembre de 1896, 17 de febrero y 8 de octubre de 1897; El Pais, 30 de agosto de
1900; Informes y manifiestos de los Poderes Ejecutivo y Legislativo. 1821-1904 (IM), México, Imprenta del Gobierno Federal,
1905, vol. 11, p. 264; Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento,
Colonización, ladustria y Comercio de la República Mexicana, Vicente Ríva Palacio, diciembre de 1876-noviembre de 1877,
México, Imprenta de Francisco Diaz de León, 1877, p. 218; Memoria que el Secretario de Estado y del Despacho de
Gobernación presentó al Congreso de la Unión, diciembre l880-noviembre 1884, México, Tipografía de Gonzalo A. Esteva,
1884, PP. XCVII y XCIX; Boletín del Consejo Superior de Salubridad. 1892-1893, t. 1, México, PP. 484, 486 y 521; Memoria
del Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal correspoadiente al periodo transcurrido del 1 de julio de 1903 al 31 de
diciembre de 1904, presentada al señor Secretario de Estado y del Despacho de Gobernación, México, Talleres de Tipografia,
Encuadernación y Raya-dos de Pablo Rodríguez, 1906, vol. fl, PP. 378, 518 y 532.
71
Publicado en Moisés González Navarro, Población y sociedad en México, México, UNAM, 1970, vol. I, pp.143-147.

100
móviles que eran vaciados por la noche a un vertedero tras la puerta de entrada de las casas.72
Aunque al finalizar esa época los progresos sanitarios eran grandes, el desagüe, el drenaje, la
introducción del agua potable, etcétera, poco mejoraron las casas de vecindad con sus pisos de
madera apolillada o de tierra húmeda, lumbre y excremento al lado de la comida, albañales
pestilentes, estrechisimos cuartos en que se hacinaba gente de toda edad y sexo con animales
domésticos, y con carencia casi total de baños y lavaderos.73 Según el censo de 1900, en algunas
vecindades de la ciudad de México se alojaban de 600 a 800 personas; una séptima parte (13 199) de
las 92 405 familias censadas ese año carecían de hogar permanente. El médico Domingo Orvañanos
partió del axioma de que la mortalidad aumentaba en relación con la densidad de la población; no
eran de extrañar, por tanto, los altísimos coeficientes de mortalidad en los cuarteles II y VIII, en los
que existía mayor aglomeración. En efecto, en 1895 el coeficiente nacional de mortalidad fue 31.0;
el del Distrito Federal 43.0, pero 65.0 el del cuartel II y 54.4 el del VIII.74
En 1911 y 1912 la población era menos densa a medida que se alejaba del centro de la ciudad.
Las industrias nocivas se localizaban en los cuarteles más pobres: en el 1, carente aún de las obras
de saneamiento y habitado por “el pueblo más bajo de nuestra sociedad”; había hornos de ladrillos
en las colonias de la Bolsa y Valle Gómez; las autoridades sanitarias consideraron urgente empedrar
las calles, introducir agua potable y atarjeas, y quitar los muladares. El cuartel II lo habitaban
personas de la clase media y pobre, la mayor parte de las casas de vecindad se encontraba en malas
condiciones higiénicas, al oriente y al sur del cuartel la población por ser más pobre vivía más
aglomerada. Las industrias nocivas abundaban en este cuartel pese a las repetidas quejas del Consejo
Superior de Salubridad: curtidurías, fábricas de “cola” en las calzadas Cuitláhuac y la Viga,
depósitos de hilacha para fabricar papel y cartón en las plazas de San Lázaro, Jamaica y el callejón
de San Antonio Abad. Entre las casas notoriamente insalubres destacaban las de los barrios, los
pueblos y los dormitorios públicos. Urgía mejorar la provisión de agua potable y proseguir las obras
de saneamiento, porque los caños estaban descubiertos. También era preciso castigar enérgicamente,
en cumplimiento del Código Sanitario, a los egoístas propietarios de las casas insalubres, incluso
destruir todas las barracas, particularmente las de las plazuelas de la Candelaria y Misioneros;
trasladar con mayor facilidad a los enfermos de afecciones infectocontagiosas y aislar a los
sospechosos de estas enfermedades; prohibir la venta de carnes y alimentos descompuestos en la
Candelaria; evitar el exagerado desaseo, especialmente del mercado de la Merced.
El cuartel III, excepto la colonia Peralvillo, era uno de los mejores, contaba con calles
pavimentadas, drenaje y agua “en bastantes buenas condiciones”, no había en él industrias nocivas.
También el cuartel IV figura entre los menos insalubres, salvo la necesidad de mejorar el servicio de
limpia, pavimentar algunas calles, poner en servicio varias atarjeas y, sobre todo, cercar el Hospital
Homeopático, para impedir que los transeúntes vieran los cadáveres y a los enfermos pasearse en
paños menores. El cuartel V se vio invadido por epidemias de tifo en 1910 y 1911; se recomendó el
empedrado de algunas calles, la construcción de varias atarjeas, la provisión de agua potable al norte
de las calles de Degollado y la urbanización del barrio de San Simón.
En el cuartel VI, en cambio, especialmente en la inconclusa colonia de los Doctores, por falta
de urbanización las casas carecían de las reglamentarias instalaciones sanitarias. La población más
pobre de este cuartel habitaba el perímetro comprendido entre las calles de Doctor Río de la Loza, el
Hospital General y las calzadas del Niño Perdido y la Piedad. El cuartel VII padecía algunas

72
Boletín del Departamento de Salubridad Pública, t. 1, segunda época, México, Talleres Linotipográficos de F.S. Soria, enero-
diciembre de 1921, p. 23.
73
Moisés González Navarro, Historia moderna...,op. cit., pp. 94 y 133.
74
Ibid., PP. 87-89.

101
industrias nocivas en la colonia industrial, todavía no urbanizada, del Chopo, en donde los desechos
de las fábricas se arrojaban en lotes o zanjas próximas. Urgía, por tanto, urbanizar esta colonia,
completar la construcción de la atarjea en la calzada Nonoalco para cegar las acequias, secas en gran
parte, del llano de Nonoalco y junto al malecón del Rio Consulado. Además, era preciso impedir que
en la parte suburbana se continuaran construyendo cuartuchos aislados o vecindades, en el extenso
terreno situado entre la calzada Nonoalco y el Río Consulado.
Enclavadas en la rica zona residencial del cuartel VIII (colonias San Rafael, Juárez, Roma y
Condesa) se encontraban el barrio y la colonia de Romita y el pueblo de San Miguel Chapultepec,
sin albañales, atarjeas, agua, alumbrado, pavimento, etcétera. Además de cegar los restos de las
acequias y zanjas, se necesitaba destruir las barracas y chozas, cercar los predios urbanos carentes de
barda, evitar la cría y engorda de cerdos dentro del perímetro del cuartel, clausurar varias casas
viejas, etcétera.
En los otros municipios del Distrito Federal fue muy frecuente. la petición de drenaje;
Mixcoac, por ejemplo, se quejaba de que en el propio centro de esa ciudad el río se había convertido
en un pantano, porque se utilizaba tanto como inodoro como para el lavado de la ropa. También
pedían agua potable; saneamiento de cárceles, rastros y mercados; traslado de los panteones del
centro de las poblaciones, etcétera. Coyoacán puso especial empeño en que se pavimentaran las
calles y se quitaran los numerosos basureros que había en ellas; San Angel en que se obligara a los
dueños de las fábricas a que dotaran de excusados las casas de sus obreros; Xochimilco pedía luz
eléctrica, mejora no sanitaria pero muy “digna de mencionarse por el adelanto que entraña para una
población”. Para la municipalidad de Ixtapalapa se pedía acelerar la educación, tan retardada, de los
habitantes, para que pudiese estimar, conservar y usar todos estos beneficios.
El aumento de la población estaba presente, con frecuencia explícitamente, en todas estas
quejas y peticiones.
En marcado contraste con esta lastimera letanía, Cuajimalpa fue entusiastamente elogiado por
su aire “vivificante y depurador”, causa de la “admirable” salud y longevidad de sus moradores,
junto con la “morigeración de sus costumbres y su poca inclinación a los inconvenientes que ofrece
la vida capitalina; ellos, a diferencia nuestra, mantienen su vida vegetativa, cuidándose de pasar una
cerebral intensiva agotante”.75
También Tialpan gozó fama, hasta los comienzos de la Revolución, de ser una de las regiones
más sanas del Distrito Federal, razón por la cual fue preferido lugar de veraneo de las familias
acomodadas de la capital.76

También del tifo77


Hasta ahora se ha visto cómo han desaparecido dos epidemias (cólera y peste bubónica) y dos
endemias (fiebre amarilla con recrudecimientos epidémicos y viruela); la fiebre amarilla por sus
posibles consecuencias exteriores, con ayuda extranjera, la viruela con fuerzas propias. Ahora se
estudiará cómo el DDT ha contribuido a vencer otras dos de las más graves endemias: el tifo y el
paludismo. Aquél en 1893 causó 17 534 muertes (3.69 por ciento del total de las defunciones), 4 539
(1.17 por ciento) en 1903, 669 (0.18 por ciento) en 1922, 1 066 (0.23 por ciento) en 1937, 712 (0.17
por ciento) en 1950 y sólo 70 (0.02 por ciento) en 1964. El coeficiente de la mortalidad causada por
el tifo disminuyó de 15 en 1893 a 3.91 en 1903, 0.47 en 1922, 0.60 en 1937, 0.30 en 1950, y 0 en

75
Memoria de los trabajos ejecutados por el Consejo Superior de Salubridad en el año de 1911 (MCSS 1911), México, Imprenta de
A. Carranza e Hijos, 1912, pp. 163 y 181; Memoria de los trabajos ejecutados por el Consejo Superior de Salubridad en el año
de 1912 (MCSS 1912), México, Imprenta de A. Carrnza eHijos, 1913, pp. 72,101 y 114.
76
Boletin del Departamento de Salubridad Pública, núm. 1, México, Cultura, 1925, p. 138.
77
Publicado en Moisés González Navarro, Población y sociedad..., op. cit., pp. 327-331.

102
1964. En 1903 el más elevado coeficiente correspondió al Distrito Federal (11.27), en la propia
capital las diferencias fueron considerables de un barrio a otro: en la recién fundada colonia Juárez
fue sólo seis, frente a 19 en el cuartel más antiguo y populoso, lo que parecía confirmar la
observación del médico Domingo Orvañanos de que el medio propicio para el desarrollo del tifo
eran los lugares densamente poblados, de tierra fría o templada. En 1907-1911 de 22,220 enfermos
hubo un 22 por ciento de defunciones; en particular en la ciudad de México, en el semestre octubre
1910-marzo 1911, de 3 992 enfermos hubo un 18 por ciento de muertos, y en el semestre octubre
1911-marzo 1912, de 1 234 enfermos murió el 19 por ciento, de acuerdo con los datos de Eduardo
Liceaga.78
Actualmente el tifo es una enfermedad dominada; lograrlo ha sido unas historia larga y difícil.
El día último del año de 1910 el Consejo Superior de Salubridad propuso a la Secretaría de
Gobernación un proyecto similar al del rey Eduardo VII de Inglaterra, cuando aún era príncipe de
Gales, para transformar Londres. Liceaga señaló la necesidad de destruir varias manzanas de los
cuarteles I y II, “los más deplorables de la ciudad”, demoler las casas de vecindad de esos cuarteles
“en los que se desarrolla primero el tifo”, abrir amplias avenidas y construir parques y jardines.
También se sanearían las colonias Santa Julia, Romita, Indianilla, la Bolsa, Valle Gómez y Maza y
se aumentaría la dotación de agua y se completaría el drenaje. Ciertamente no se conocía aún el
germen del tifo, pero sí que años antes se le había vencido con sólo desinfectar las sobrepobladas
escuela correccional masculina y la cárcel de Belem. La penitenciaría, “modelo de limpieza”, en
cambio, en sus diez años de vida no había registrado ningún caso de infección. Aunque las
estadísticas de 1880-1910 mostraban una relación entre la abundancia de las lluvias y el
decrecimiento del tifo, éste se había visto disminuido en 1910 (pese a haber sido más lluvioso que
otros años) por el gran número de clientes que, con motivo de las fiestas del centenario de la
Independencia, recibieron las casas de huéspedes, los mesones y los dormitorios públicos: “es decir,
donde van las gentes más pobres”. Asimismo, en el periodo 1884-1893 murieron 3 238 personas de
tifo en la ciudad de Guanajuato, cuando sólo se contaba con siete litros de agua diarios por persona;
sin embargo, sólo hubo 119 muertos en la década siguiente cuando se dispuso de 145 litros por
persona, gracias a la presa de la Esperanza. De acuerdo con esa experiencia, tal vez el tifo
desapareciera en la ciudad de México cuando ésta tuviera 400 litros por persona en todos los barrios.
Se desconocía el germen del tifo, pero se sabia que los piojos lo trasmitían; sin embargo, esto
no significaba que debiera esperarse a que todas las casas y sus moradores fueran limpios, máxime
que ya había una parte “considerable” de la ciudad en “condiciones verdaderamente ideales”, sobre
todo en los cuarteles VI y VIII, especialmente en las colonias Juárez, Roma y Condesa. Éstas
disponían de calles amplias, asfaltadas, con banquetas de cemento, las casas de vecindad eran
diferentes a las del cuartel II, no había hospitales, mercados, comercio al menudeo; es decir, motivo
de acumulación de gente o de basura. Casi todos sus habitantes eran personas educadas,
acomodadas, aseadas en sus vestidos y ropa de cama. En esos lugares, por tanto, el Consejo de
Salubridad no tenía necesidad de intervenir, pero sí en las porciones de los cuarteles 1, II, III, IV V y
VII precisamente donde la epidemia se presentaba con mayor intensidad.
Liceaga relacionó la etiología de esta enfermedad con el problema social: alimentación, aseo,
vestido y habitación. A quienes tacharon su plan de anticientífico y antihigiénico, replico insistiendo
en los elementos etiológicos: aglomeración en habitaciones estrechas y sucias, insuficiente

78
Anuario de 1930, México, Departamento de Estadística Nacional, 1932, pp.120-127; Anuario Estadístico de los Estados Unidos
Mexicanos, 1940, México, Dirección General de Estadística, 1954, pp. 204-209; Anuario Estadístico de los Estados Unidos
Mexicanos, 1964-1965, México, Dirección General de Estadistica, 1967, pp. 80-82, 91-93; Moisés González Navarro, Historia
moderna..., Op. cit., pp. 64-66; Moisés González Navarro, Estadísticas sociales del Porfiriato, 1877-1910, México, Dirección
General de Estadística, 1956, p. 26; DDd, Op. cit, XXV Congreso Constitucional, vol. V; p. 25.

103
ventilación, escaso alimento y malas condiciones de salud de las personas. De ahí que esta
enfermedad recibiera el nombre de tifo de los campamentos, de las prisiones, de los hospitales, de
los buques, de las plazas sitiadas, del hambre, etcétera. Era la consecuencia obligada de guerras,
pérdidas de cosechas, “y de todas las calamidades públicas, que hacen venir a la miseria al mayor
número de gente”. Reconoció que la aplicación íntegra de su plan exigía modificaciones profundas,
éstas eran obra del tiempo
...y necesitan, si han de realizarse prontamente, enormes, enormisimas sumas de dinero, y
como atañe por otra parte a la cuestión social, a la que se refiere a mejorar las condiciones de la
clase pobre y que tiende a modificar su alimentación y sus hábitos de aseo, se comprende la
dificultad de realizarlas en poco tiempo.
Aunque la gravedad de la epidemia obligó a una aplicación sólo parcial del plan, de todos
modos la mortalidad disminuyó de una manera muy marcada”. En efecto, la morbilidad en 1911 fue
de 4 174, de sólo 2244 en 1912; la mortalidad de 933 y 375, respectivamente. Parte de esa campaña
fue el baño de 545 varones y 1 907 mujeres, y la ministración de ropa a los familiares de los
enfermos (398 hombres y 1 309 mujeres), la diferencia entre los sexos se explica porque
generalmente los hombres estaban fuera del hogar: esta diferencia es mucho menor en la población
infantil: fueron bañados 547 niños y 59l niñas, se suministró ropa a 482 niños ya 507 niñas. Los 3
509 baños, “dados los hábitos de desaseo de nuestro pueblo bajo” le pareció una “cifra bastante
elevada” a Salubridad.79
Como complemento de esa campaña en las puertas de las casas de los enfermos se colocaron
carteles anunciando la existencia de enfermos de tifo; y que sólo el Consejo Superior de Salubridad
estaba autorizado a quitar, por otra parte, se obligó a los propietarios a “hacer en corto plazo las
obras de fácil ejecución encaminadas a sanear las casas”. En fin, el tifo no sólo se combatió por sí
mismo, sino como una defensa preliminar frente a una posible invasión de cólera; en esta tarea se
recurrió al auxilio de la Cruz Roja, al arzobispado, las conferencias de San Vicente de Paul, los
principales centros comerciales e industriales y las compañías ferrocarrileras y de tranvías
eléctricos.80
En el año de 1911 murieron 331(22.0 por ciento) de los 4 174 enfermos de tifo del Distrito
Federal; en el cuartel VI este porcentaje ascendió al 42.0 por ciento, en correspondencia con su
mayor coeficiente de mortalidad (65.43), el más elevado del Distrito Federal (12.91). La
comparación entre la morbiletalidad y la mortalidad muestra que no se cumplieron los temores de
Liceaga sobre la alta peligrosidad del cuartel I (morbiletalidad del 16 por ciento y coeficiente de
9.58), pero sí en el 11(28.0 por ciento de morbiletalidad y coeficiente de 25.11); se cumplió el
vaticinio de Liceaga sobre la bondad del cuartel VIII, en donde la mortalidad fue sólo 6.36, pero la
morbiletalidad ascendió a una quinta parte. Sin embargo, en algunas municipalidades foráneas los
coeficientes fueron aún más bajos que en el cuartel VIII de la ciudad de México: Milpa Alta (0.61),
Tíalpan (2.59), Ixtapalapa (4.49) y Xochimilco (5.32). En suma, conviene comparar las condiciones
sanitarias de los cuarteles y municipalidades con estos coeficientes.81

La politica colonizadora82
Población escasa y deficiente, y tierra abundante, fértil y baldía, eran las dos premisas en que
se basaba la necesidad de atraer la inmigración extranjera que pasara de la potencia al acto las

79
MCSS 1911, op. cit., pp. 14-18; MCS5 1912, op. cit., pp. 13-14, 19-20.
80
MCSS 1911, op. cit.,pp 36 y 117.
81
Ibid, pp 73-246 y 291.
82
Publicado en Moisés González Navarro, La colonización en México, México, Talleres de Impresión de Estampillas y Valores,
1960, pp. 1-9.

104
legendarias riquezas del pais.83 Instrumento de esta acción fue la política colonizadora del porfiriato
que, en términos generales, puede caracterizarse de la siguiente manera: atraer por cuenta del
gobierno a los colonos, dotarlos de tierras compradas a los particulares, primero y, después, tomadas
de los baldíos; pagarles el transporte y refaccionarlos con los implementos necesarios. Más tarde, y
ante los fracasos de la colonización oficial y la prosperidad de algunas de las colonias creadas por
particulares, el gobierno aseguraba que la colonización oficial sólo había buscado dar ejemplo y
estimulo a las empresas privadas y hasta inducir a los colonos a que vinieran por cuenta propia,
como ocurría en Argentina. El gobierno renunció a la colonización oficial al final; reconoció su
fracaso, y afirmó que ayudaría con la remoción de los obstáculos mayores, es decir, con medidas
indirectas que facilitaran la colonización privada.
En agosto de 1877, Vicente Riva Palacio, como ministro de Fomento, inquirió a los
gobernadores de los estados las posibilidades de la colonización: en la parte inicial de su
cuestionario expuso la política oficial declarando que el gobierno estaba resuelto a “hacer toda clase
de sacrificios para atraer a los extranjeros honrados y laboriosos y procurar su establecimiento y
radicación en nuestro privilegiado suelo”.84 En su Memoria de ese año, Riva Palacio explicó que los
recursos naturales hacían de México un país riquísimo, si bien la escasez de brazos impedía
explotarlos. Era, entonces, necesaria la inmigración; pero atraerla requería fuertes desembolsos, cosa
imposible para un gobierno que, como el de Díaz, apenas se iniciaba. Eran menester también
comunicaciones fáciles y baratas y que la masa del pueblo sintiera las necesidades de una
civilización moderna. Pudo surgir la duda de que si era necesario esperar a que se dieran esas
condiciones, y no fueran los colonos mismos quienes las conquistaran, ¿a qué venían cuando ya
estuvieran resueltos los problemas más arduos?
La Libertad aprobó el celo con que Riva Palacio acometió el problema de la colonización,
pues era “axiomática” su necesidad para consolidar la paz y crear un gobierno fuerte, capaz de una
acción homogénea que condujera pronto a ampliar las vías de comunicación, de suprimir las
alcabalas, acabar con los malhechores, etcétera.85 El ingeniero José Covarrubias explicaba en 1907
que para atraer la inmigración se requerían ciertas condiciones previas: algún grado de explotación
de la riqueza pública, fáciles comunicaciones, pues era en balde esperar, como hasta entonces, que la
inmigración creara esas condiciones.86
Algunos pensaban que el éxito de la colonización dependía de que el problema de las
comunicaciones estuviera ya resuelto, en particular con los ferrocarriles, otros, a la inversa, juzgaban
que el éxito de la colonización iba a depender de las comunicaciones; mientras Justo Sierra creía ver
en todo esto un círculo vicioso, Enrique Chávarri, Juvenal, pensaba en 1880 que los ferrocarriles, al
abreviar las distancias, harían “efectiva la colonización”87 la “savia” de la colonización, en efecto,
debería seguir al tendido de las vías férreas, pues empleando inteligencia, actividad y dinero, ellas
transportarían bien pronto a México los inmigrantes que por ahora iban a Estados Unidos.88 Luis del
Toro dudaba, todavía en 1896, que los ferrocrriles carecieran de una sólida base sin la inimgración.89
Justo Sierra creyó que al iniciarse en 1884 la construcción de las grandes líneas troncales de los

83
Para un estudio detallado de los fundamentos de la xenofilia y de la xenofobia en esta época, véase Moisés González Navarro,
Historia moderna..., op cit.,pp. 134-184.
84
Boletin del Ministerio de Fomento de la República Mexicana, t. 1, julio-diciembre de 1877, México, Imprenta de Francisco Díaz
de león, 1878, p. 129.
85
La Libertad, 14 de septiembre de 1878.
86
El Imparcial, 21 de febrerode 1907.
87
El Socialista, 18 de agosto de 1880.
88
La Libertad, 20deseptiembre de 1881.
89
El Monitor Republicano, 11 de abril de 1896.

105
ferrocarriles, se había roto ya el círculo vicioso.90 El presidente Díaz reconoció en 1880 que hasta
entonces no había tenido buen éxito la colonización, si bien confiaba en que al ser conocidos en el
extranjero los recursos del país, surgiría una corriente de inmigrantes y, con ellos, el país lograría un
precioso contingente de trabajo, capital e inteligencia. Para el ministro Carlos Pacheco, si bien el
ideal era la inmigración privada, la ayuda inicial del gobierno era necesaria para fundar el prestigio
de México, y con el tiempo, esa ayuda se pagaría con usura.”91 En el año de 1882, declaró que se
habían llevado mexicanos a las colonias recién fundadas para ligarlas a la vida del país y asegurar el
mestizaje. Muy poco tiempo después el entusiasta general Pacheco -“el secretario de Fomento más
activo que ha tenido México”92 —pedía, el 1 de abril de 1883 a los presidentes municipales, noticias
sobre tierras para colonos, y explicaba que los grandes sacrificios pecuniarios, hechos para traer
colonos canarios e italianos, demostraban que México acogía a los extranjeros. Traspuesto ese
punto, Pacheco creía necesaria la inmigración atraída por particulares. El problema de la falta de
tierras, sin embargo, quedaba en pie, pues ni el gobierno podía comprarlas, ni podía esperarse el
término del deslinde de los terrenos baldíos.
El general González explicó al terminar en 1884 su periodo, las dificultades de los primeros
ensayos colonizadores hechos por Pacheco con italianos, en una forma que contrasta con el
optimismo de su ministro. Atribuía el fracaso a que los colonos creyeron que los fondos públicos, y
no su esfuerzo propio, resolvería todos los problemas; esto, unido a la crisis por la que pasó la
economía oficial, desorganizó las colonias, aun cuando algunas pudieron sobrevivir.93
Carlos Pacheco, en un documento escrito en 1887 para defender la colonización de Baja
California cuya redacción se atribuyó a Bulnes, Sierra y Sosa,94 contrarió algunos puntos de su
programa inicial. Afirmó, por ejemplo, que la población nacional no podía aumentar por el simple
movimiento natural, debido a que los indios disminuían de una manera rapidísima, y el número de
mestizos, aun cuando crecía, no bastaba para compensar la pérdida de la población indígena; así el
aumento de nuestra población en los últimos 20 años, Se debía principalmente a la inmigración: “si
cerramos nuestros puertos y nuestras fronteras, la despoblación del territorio sería tan rápida como
segura”.95 Lo cierto es que la población mexicana crecía por la excedencia de la natalidad sobre la
mortalidad, a pesar de que en algunos casos las cifras del registro civil indujeran a creer lo contrario;
además, la inmigración era, ya desde entonces, inferior a la emigración. Cuando se planteó una vez
más el dilema, Pacheco se declaró, en desacuerdo con su progratna anterior; por la inmigración
oficial y no por la privada, y con un optimismo consecuente con su errada idea sobre el porqué
aumentaba la población en México:
La paz, la tolerancia religiosa, la seguridad pública, nuestra ley de extranjería y la baja de
nuestros impuestos arancelarios, serán bastantes a desviar hacia nosotros, como ya empieza a
suceder, esa poderosa corriente humana de inmigración que ha hecho la prosperidad norteamericana
y que está engrandeciendo a Uruguay, a Chile y a la Argentina. Pero no puede bastarnos con eso. La
masa europea dispuesta a emigrar es considerable, pero sólo una pequeña parte puede hacerlo con
sus propios recursos. El resto no vendrá cualesquiera que sean las ventajas que, una vez llegada,
podamos ofrecerle, porque carece de elementos propios. Y aún la pequeña fracción capaz de emigrar

90
La Libertad, 27 de febrero de 1883.
91
Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Inustria y
Comercio de la República Mexicana, Carlos Pacheco, diciembre 1877-diciembre 1882, México, Imprenta de la Secretaria de
Fomento, 1885, vol. 1, p.4.
92
Alfonso Luis Velasco, Porfirio Díaz y su gabinete, México, E. Dublán y Compailia Editores, 1889, p. 165.
93
IM, op. cit., vol. III, p. 262.
94
El Tiempo, 25 de diciembre de 1887.
95
Exposición que el Gobernador del Estado ae Sinaloa, Mariano M. de Castro, dirige al pueblo, en el acto de hacer entrega del
poder a su sucesor, Culiacán, Tipografia de Retes y Diaz, 1884, p. 40.

106
por su propia cuenta, preferirá desviarse hacia el Norte o hacia el sur, donde encuentre ventajas que
no podemos darle, entre otras, salario elevado y terrenos ya deslindados y convenientemente
fraccionados. Para que la inmigración sea, pues, considerable, tal y como la necesitamos para
engrandecernos, se impone como una ineludible necesidad la inmigración provocada, la
colonización. Ésta consiste substancialmente en atraer al extranjero suministrándole los medios de
dejar su país otorgándole franquicias especiales de carácter temporal, como exenciones de impuestos
y de servicio militar, tierras e instrumentos de labranza a plazo y otras de este género. Ningún país
necesitado de población laboriosa ha juzgado onerosas tales franquicias; antes bien, todos las
consideran como un anticipo de capital, del que se resarcirá la nación con creces por el aumento
consiguiente de la producción, del cambio, del consumo y del rendimiento de los impuestos. Y es
esto tan cierto que ha estimulado a los capitalistas a constituirse en compañías colonizadoras.96
Pacheco, entre sus muchos planes, tenía el de pagar la deuda pública con el producto de la
venta de los terrenos baldíos. Además declaró que las primeras colonias -Súchil, Tenancingo,
Huatusco, etcétera- habían costado millón y medio de pesos, para confesar después que, si bien no
los consideraban mal gastados, esas colonias apenas vegetaban razón por la cual su prosperidad no
era comparable con la de las colonias particulares establecidas en Baja California y Chihuahua.
El general Díaz terminó con más optimismo su segunda presidencia en 1888: el deslinde de las
tierras nacionales se había promovido para favorecer la colonización; ésta se dejó a empresas
privadas porque se convenció de que “la acción particular estimulada por el interés privado es
mucho más eficaz que el oficial”;97 las colonias particularmente prósperas eran, en efecto, las que
había creado la iniciativa privada, tales como la minera del Boleo, la de Todos Santos y la de
Jicaltepec. Al hacer un balance de su tercera presidencia en 1892, habló satisfecho de que todas las
colonias pagaban con regularidad los abonos de sus deudas, y que la Manuel González había
liquidado ya toda su deuda, si bien la más adelantada era la de Topolobampo. Asimismo, con
optimismo expresó:
no pueden ser más satisfactorios estos ensayos. El gobierno aguarda que estas colonias
agrícolas, como las mineras, tomarán mayores creces, y alentados por el éxito, nuevos colonos
arribarán a nuestras costas, y una corriente de inmigración al poblar nuestro desierto territorio,
traerán elementos productores que fecundicen el rico suelo mexicano.98
El ministro de Fomento, Manuel Fernández Leal, aseguró en 1896 que se había abandonado la
colonización oficial porque sus logros eran más lentos y costosos y menos eficaces que los de las
compañías privadas.99 La situación de las colonias oficiales era, sin embargo, buena: las de
Ascención, en Chihuahua, y Manuel González, en Huatusco, Veracruz, se habían transformado en
municipios: la Aldana había saldado su deuda con el gobierno y la Porfirio Díaz y Diez Gutiérrez
pronto harían lo mismo. Fernández Leal, en pleno cambio de frente, que afectaba al tipo de
colonización, antes oficial y ahora privada, y a la misma raíz de esos proyectos, se pronunció
cautelosamente, por primera vez en un documento oficial, sobre el monto de la inmigración y las
condiciones necesarias para su éxito:
Hay que confiar [...] en que conjuradas esas calamidades [se-quías y crisis monetaria y fiscal]
tome cada día mayor incremento la inmigración y el establecimiento de extranjeros laboriosos, la
repatriación de nacionales y la fundación de pequeñas propiedades, con lo que se acentuará cada día

96
Ibid. p.41.
97
IM, op. cit., vol. III, p. 601.
98
Ibid., p. 643.
99
Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y
Comercio de la República Mexicana, Manuel Fernández Leal, 1892-1896, México, Tipografia de la Secretaría de Fomento,
1897, p. 13.

107
más la prosperidad de que felizmente disfrutamos. Conviene hacer notar que México no ha creído
prudente llamar a los colonos en grandes masas, sin estudiar antes el asunto de la colonización con
toda calma, a fin de evitarse decepciones y dificultades. Se han ensayado diversos sistemas y parece
que el que se sigue, por medio de empresas particulares, es quizá el mejor. Se espera también el
conocimiento de la situación financiera del país, de sus condiciones climatéricas, de sus
producciones, etcétera.100
Este prudente pronunciamiento resultó ser la mayor crítica de la actividad colonizadora oficial,
pues en buena medida se emprendió desdeñando esos datos cuyo conocirniento resultaba
fundamental y previo. Debió sorprender, además, que se declarara que jamás se había creído
prudente una inmigración cuantiosa, pues la verdadera ilusión del gobierno y de muchos particulares
era ver llegar millares y aun millones de inmigrantes que descubrieran, arrancaran y explotaran las
fabulosas riquezas nacionales. Debe recordarse, empero, que la política colonizadora también
esperaba operar la repatriación de los mexicanos que vivían en Estados Unidos.
El presidente Díaz, cuando ya buen número de particulares, e incluso algunos funcionarios
como Fernández Leal y Matías Romero, habían enfriado algo el entusiasmo por nuestras legendarias
riquezas, reafirmó en 1896 que México era un “territorio vastísimo y riquísimo, en cuyos ámbitos y
en cuyas entrañas se contienen riquezas incalculables”;101 el requisito único y necesario para atraer
brazos y capitales era el orden. En cuanto a la política futura, Díaz coincidía con las orientaciones de
su ministro Fernández Leal, para quien la ayuda oficial se limitaría a medidas indirectas:
Figuran evidentemente entre esos medios de preparación y entre esas facilidades, todos los
actos del gobierno y todos sus resultados: la paz, la seguridad, la justicia, las vías de comunicación y
los demás egresos materiales y sociales que el país ha podido realizar en estos últimos tiempos;
figuran igualmente entre ellos la prosperidad financiera, el crédito, el equilibrio de los presupuestos,
la cordialidad de las relaciones exteriores, etcétera.102
Emnpeñada ya la ilusión en una inmigración ventajosa y fácil, Fernández Leal afirmó en 1900
que el gobierno nunca había creído posible una corriente migratoria, caudalosa, semejante a la de
Argentina y Estados Unidos; aunque en realidad, ésos eran los modelos que envidiaban. La primera
explicación oficial de estas dificultades la dio Matías Romero como ya se verá después; si bien
Juvenal, entre otros particulares, la había apuntado; hasta ese momento, sin embargo, no era clara la
nueva postura oficial. Para Fernández Leal, México no podía recibir una gran inmigración porque la
meseta central estaba densamente poblada y no tenía tierras fértiles y bien regadas; no era nada fácil
desviarla al norte del país porque allí las tierras eran feraces, pero desiertas, insalubres y aisladas.
Las dificultades crecían en la meseta central porque en ella predominaba una especie de trabajo
servil, y los peones trabajaban gustosos “por salarios increiblemente bajos y que apenas bastan para
satisfacer las necesidades más apremiantes de la vida en su estado total rudimentario”.103 La
colonización se orientó por eso a darles tierras a los colonos, ya que no tenían ningún aliciente como
jornaleros. El éxito del pequeño ensayo de colonización oficial, hecho con italianos, garantizaba al
agricultor europeo que con pequeño capital podía establecerse por su cuenta en México y ganar una
buena posición. Fernández Leal resumía la politica del gobierno asegurando que el papel de éste,
“por ahora, consiste sólo en remover obstáculos y en facilitar a los inmigrantes no sólo el goce de
aquellas garantías y derechos a que tendrían acción por su calidad de hombres, sino también la fácil

100
Ibid., p. 23.
101
IM, op. cit., vol. III, p. 670.
102
Ibid., p. 707.
103
Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria
de la República Mexicana, Manuel Fernández Leal, 1897-1900, México, Tipografía de la Secretaría de Fomento, 1908, p. 12.

108
y cómoda estancia entre nosotros como factores importantísimos de nuestro progreso”.104 El
presidente Díaz reiteró que su política era promover indirectamente la colonización:
“El problema de la colonización queda de este modo resuelto como una consecuencia de la
acción gubernamental sobre todos los demás ramos administrativos.”105
José Castellot, director general de la Asociación Financiera Internacional, afirmaba que los
progresos de la inmigración en Estados Unidos, Argentina y Canadá se debían a las muchas
concesiones ofrecidas: México, que no había procedido así todavía, no podía competir con esos
aventajados y felices países.106
Olegario Molina, el último ministro de Fomento del porfiriato, veía en el cotejo entre las
prósperas colonias privadas y las oficiales, que apenas vegetaban, la conclusión definitiva de que el
gobierno debía abstenerse de colonizar, dejando en manos de “los particulares, individuos o
compañías, esa clase de negocios que están llamados, por su misma naturaleza, a dar mejores
resultados en sus manos que en las de la administración pública”. Molina, sin embargo, hizo alguna
reserva: no todas las colonias privadas habían alcanzado la misma prosperidad, porque algunas
empresas “han preferido especular con los terrenos, más bien que poblarlos y cultivarlos”.107 Esta
fue, precisamente, la lacra mayor de la colonización privada; pero a pesar de ella, superó la oficial.
Y como para Molina el problema de la colonización estaba intacto, nombró una comisión que
propusiera los medios adecuados para resolverlo.108 Su pesimismo, empero, se acentuó más tarde
aclarándose su visión del problema: pese al estado satisfactorio de las colonias privadas, el problema
de la colonización no se había resuelto todavía.109 De manera que del optimismo de Riva Palacio y
Pacheco, en los años iniciales del porfiriato, se pasó al pesimismo de Olegario Molina, quien
confesó el fracaso de la empresa colonizadora, lo mismo la oficial que la privada, porque ninguna de
las dos adelantó la solución de los graves problemas demográfico y agrícola del país.
El presidente Díaz, al final de su gobierno, reconoció que si las colonias oficiales subsistían,
era mayor la prosperidad de las particulares, y por esa razón el gobierno había abandonado la
colonización oficial en favor de la privada. El progreso general del país la fomentaba, aun cuando
había por delante grandes tareas: irrigar el territorio, abrir caminos vecinales, difundir el crédito
agrícola, crear centros de enseñanza y de consulta agrícola, etcétera.110 También aquí hay una
transformación del credo oficial sobre la colonizacion: media una gran distancia entre el ímpetu
optimista inicial del gobierno y la resolución de dejar en manos de los particulares la colonización y
limitar el favor oficial a medidas indirectas. El presidente distinguió entre la colonización y la
inmigración; la primera le pareció raquítica, y la segunda floreciente; sin embargo, la cantidad de
mexicanos que vivía en el exterior superaba a la de extranjeros asentados en México. De todos
modos, enunció una serie de medidas bien orientadas para resolver el problema agrícola -irrigación,
crédito, comunicaciones-; pero, por lo visto, el goce de sus frutos, a pesar de que los pagarían los
mexicanos, iba a ser para los extranjeros. Se volvía, así, al punto de partida de Vicente Riva Palacio:

104
Ibid., p. 14.
105
IM, op. cit., vol. III, p. 774.
106
Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria
de la República Mexicana, Olegario Molina, enero 1905-junio 1907, México, Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento,
1909, p. 213.
107
Ibid.,p. 16.
108
Ibid, p. 17
109
Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e
Industria, 1907-1908, México, Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento, 1910, p. XXIV.
110
Informe del presidente de los Estados Unidos Mexicanos a sus compatriotas acerca de sus actos de su administración en el
periodo constitucional comprendido entre el 1 de diciembre de 1904y el 30 de noviembre de 191 0, México, Imprenta del
Gobierno Federal, 1911, p.144.

109
no acudirían los inmigrantes sin concluir esa labor previa, con el resultado de que los mexicanos
transformarían al país para que los extranjeros se beneficiaran de la transformación.

AGUILAR, Luis Miguel. et. al. Historia Gráfica de México. siglo XIX-II.

Los Judas pág. 131


«La costumbre de quemar un Judas en la calle, como todas las antiguas, va desapareciendo
poco a poco. Ya no aturde nuestros oídos el rumor agrio de las matracas ni se ven esos racimos de
muñecos monstruosos, cuyo vientre pantagruélico rellenaban de tortas de harina. Judas va gozando
de cierta impunidad. Hubo un tiempo en que los autos de fe menudeaban, con regocijo de los
muchachos callejeros: había Judas de tamaño natural, Judas ecuestres, Judas de a veinte duros y de
treinta, Judas de casa grande y hasta Juditas microscópicos que los señores cursis se colgaban en el
ojal de sus levitas. Un inglés que llegó a México en la mañana de Sábado de Gloria preguntaba
inquieto si aquí se ajusticiaba por docenas. “.Hoy han cambiado mucho las costumbres. No se
suspende el tráfico de coches durante el Viernes Santo, ni entran los carros ni las mulas enfloradas,
cuando suena el repique de la gloria.» (Manuel Gutiérrez Nájera, 1888)

¡pulque pág.136
«No es frecuente que podamos ver la soberbia flor del maguey con su tallo colosal, pues la
planta que florece es de una belleza inútil. En el momento en que el experimentado indio se da
cuenta e que el maguey está a punto de florecer, corta el corazón, que luego cubre con las hojas
laterales, y todo el zumo que hubiera alimentado el tallo grande corre a depositarse en la cavidad que
se ha formado, y en la cual el indio introduce, hasta tres veces dentro de un día, y durante varios
meses consecutivos, el acocote o calabaza, especie de sifón, y aplicando su boca por una de las
extremidades, extrae el licor por succión; ¡curioso procedimiento!, por cierto. Primero se llama
aguamiel, y es dulce y sin olor; mas fermenta con faicilidad cuando se trasiega a los cueros o vasijas
de barro, en que se le guarda. Para ayudarle fermentar, se le añade un poco de pulque añejo, o madre
pulque, como le llaman, el cual ha fermentado durante varios días, y a las veinticuatro horas de
haber sido extraído de la planta podéis beberlo en todo su gusto. Se dice que es la bebida más sana
del mundo, y agradable en sumo grado una vez que se ha logrado vencer el disgusto que produce su
olor a rancio. Sea como fuere, el maguey es una fuente de seguros beneficios, pues su consumo es
enorme, de tal manera que muchas de las familias ricas de la ciudad deben su fortuna al producto de
sus magueyes. Cuando sus propietarios no fabrican el pulque, suelen vender las plantas a los indios;
un maguey, que al sembrarlo cuesta un real, puede venderse cuando está a punto de corte por doce o
dieciocho pesos; ganancia digna de tomarse en cuenta, si se considera que se da casi en cualquier
terreno, requiere poco abono y, al contrario de lo que sucede con el vino, apenas exige ningún
cuidado. Se plantan en líneas paralelas, a la manera de los setos, y aunque la planta sola es hermosa,
el efecto en conjunto es monótono. De la fibra se hace un magnífico y resistente hilo, llamado pita,
con el cual se fabrica un grueso papel color tierra, y también podrían hacerse telas, si quisieran. Sin
embargo, pocos son los adelantos que se registran entre los mexicanos, en lo que se refiere al
pulque, comparándolos con el ingenio de sus antepasados indios.Sobre papel hecho de su fibra, los
antiguos mexicanos pintaron sus figuras jeroglíficas. Las duras y afiladas púas que terminan sus
gigantescas hojas, se usaban como clavos y alfileres; y entre los abusos, que no los usos, había el
que hacían los antiguos y sanguinarios sacerdotes, que segun los ritos se horadaban con ellas los
brazos y el pecho, en los actos expiatorios. Además, destilando el pulque se hace un aguardiente
•muy fuerte que tiene la ventaja de emborrachar infinitamente más aprisa.»
(Marquesa Calderón de ia Barca, 1840).

110
El cine pág. 144
En 1897, por diez centavos la entrada, se podía ver cine en México, en el número 17 de la
calle de Jesús María, en una sala que se llamó Cinematógrafo Lumiére. El ingeniero Salvador
Toscano exhibía ahí pequeños cortos del tipo de Llegada de tren y El sombrero mágico. Don
Porfirio fue desde luego el primer Presidente filmado, y las Fiestas del Centenario la primera
superproducción del cine nacional, pronto superada por los episodios y las batallas de las tropas
revolucionarias. Las filmaciones de Salvador Toscano fueron recopiladas y editadas bajo el título
Memorias de un mexicano. Un año antes, desde el 14 de agosto de 1896, se habían realizado
exhibiciones particulares en la Droguería Plateros.

Política, poética y sistema decimal. El talento popular recogió el aire que «Los Cientificos»
daban al pais y al gobierno porfiriano en una canción satírica y «científica» de 1898:

MARIANA pág.145.
Me quisiera comer un panecito con azúcar y canela, muy caliente, me quisiera arrancar hasta los
dientes tan sólo por tu amor.
Por ti, bella Mariana, por ti lo puedo todo. El mundo entero, si me mandas, te lo pongo de otro
modo.
Porque yo sé la química, retórica, botánica, botánica, retórica, y sistema decimal.
Volaré del uno al otro polo imitando los globos aerostáticos hasta encontrar la piedra filosófica
cuadrada o triangular.
Pues por mi físico, retórico, poético, astrónomo, filósofo y político, sin duda soy el hombre más
científico que en el mundo puede haber.
Por ti, bella Mariana, a quien debo de amar, si el mar te molestara con sus olas yo lo mandaría
secar.
Haré que los pecados capitales sean obras meritorias para el cielo, haré que los demonios del
infierno se salgan a confesar.
Bajaré al fondo de los infiernos, sacaré a los diablos de la cola, a cada uno le daré yo su pistola
para ver si saben pelear.
Porque yo sé la química, retórica, botánica, política, poética y sistema decimal.

111

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