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LA MUJER EN LA LITERATURA

Begoña Mollá Lorente


IES Sierra de Guadarrama

Desde la primera mujer, Eva, el papel de la mujer en la historia de la


literatura ha ido evolucionando de manera muy diferente a como podría
imaginarse. Curiosamente, la mujer más atrevida, culta y divertida es la
correspondiente a los denominados siglos oscuros de la Edad Media. Por el
contrario, la más virtuosa, comercial e hipócrita es la que vivió durante aquel
siglo XVIII que se llamó de las luces. Tan curiosa antítesis se repite en otros
momentos muy diferentes de la historia de la humanidad, desde el Génesis
hasta nuestros días; diferentes estudios al respecto así lo avalan, como el
magnífico ensayo de Berta Vias Mahon: La imagen de la mujer en la literatura
(Anaya, 2000)
Empecemos por la primera mujer. A Eva le corresponde la parte más
atractiva, pues es la que representa la curiosidad e inquietud. La manzana es
símbolo del pecado y de la sexualidad, cierto, pero no hay que olvidar que
procede del árbol que llaman de la ciencia; así que quien tiene primero
inquietudes científicas es la mujer, aunque luego se le relegara de esta
disciplina durante varios cientos de siglos. Además Milton en El paraíso
perdido demuestra que la libertad del paraíso estaba vacía, y que, en realidad,
comer la manzana fue un acto de desobediencia que hizo que el ser humano
fuera consciente de su condición humana; es decir, que la caída fue feliz. Otra
primera mujer es la creada por Zeus, en la mitología griega, Pandora, que
simboliza, junto a Helena de Troya, también la curiosidad y la fatalidad unidas:
la primera por crear la dualidad en el mundo, haciendo salir de la caja que
abrió elementos tan negativos como la enfermedad o la muerte; la segunda,
por provocar una de las guerras más cruentas de la Antigüedad. Estamos,
pues ante un mal inicio: la mujer provoca desgracias y tragedias sin par, a la
vez que introduce en el mundo la curiosidad científico.
Pero es la mujer de la Edad Media la más interesante, tanto por las
lectoras como por las heroínas. En aquel tiempo, gracias a mecenas del tipo
de doña Leonor de Aquitania o María de Champaña, la mujer toma las riendas
de la cultura. El ambiente de esta época está plasmado con inigualable belleza
el La historia del rey transparente, de Rosa Montero. En los mal llamados años
oscuros, se produce en la Francia medieval una eclosión cultural de manos,
sobre todo, de las mujeres. Aún no se llamaban novelas, sino romances, libros
o historias en verso, y ya señalaban a una heroína fuera de lo común, la de
carne y hueso, la mujer medieval intelectual, que aprendía a leer y escribir y
con frecuencia dirigía el reino, ducado o señorío a la vez que salones literarios,
mientras el esposo se entretenía en batallas o cacerías. Son los tiempos del
amor cortés, que consiste en llevar a la vida cotidiana el idealismo que sólo se
leían en las novelas, generalmente escritas para público femenino. Los
caballeros del llamado “rouman courtois” amaban en la distancia a mujeres
casadas con cierto nivel social; para conseguir el galardón, es decir, el premio
o consumación del amor, el caballero debía realizar una serie de tareas o
hazañas caballerescas. A menudo lo conseguía y podía disfrutar del amor
carnal con su amada; aunque por desgracia, muchas veces el marido celoso
descubría estos amores y terminaba de forma tajante con éstos. Así ocurre en
la leyenda del corazón comido, leyenda catalana que cuenta cómo el marido
puso en el plato de su infiel esposa el corazón cocinado de su amante, el
trovador Macías. Una vez que lo consumió, le fue confesado la procedencia de
esa carne. Muy digna, opinó que después de disfrutar de bocado tan exquisito
nada más debía pasar por su gaznate, por lo cual se suicidó. El Romancero
español también está plagado de estas historias, en algunas la mujer se burla
del caballero, que no ha intentado seducirle por excesivo respeto, en otros, la
mujer, imprudente de nuevo, es sorprendida por el marido mientras está con el
amante. Por ejemplo en el Romance de Bernal Francés el marido promete la
muerte con una exquisita metáfora: “por regalo de mi vuelta/ te he de dar rico
vestir:/ vestido de fina grana/ forrado de carmesí,/ y gargantilla encarnada/
como en damas nunca vi”. Los defensores del estudio de la literatura desde un
punto de vista social aportan que el Romancero y todas estas historias reflejan
un mundo medieval en decadencia, con unos hombres absolutamente
perdidos en los nuevos valores imperantes. Sin embargo la mujer parece
desenvolverse con total soltura. Sus historias son leyendas plagadas de
encanto e ingenio. La más famosa de estas mujeres es la reina Ginebra, que
con sus amores con Lanzarote inicia el ciclo de Bretaña, materia muy
productiva en toda la novelística de la época y posterior. Muy difícil resultaba
distinguir entre el mundo ficticio y el mundo real, pues las ávidas lectoras de
estas obras enseguida empezaron a actuar como si dentro de una novela se
encontraran, en un fenómeno literario sin precedentes. La comunicación con el
amante delante de toda la corte era tan difícil que con frecuencia creaban un
lenguaje críptico y exclusivo, lleno de alusiones que recreaba otra realidad,
una forma de evasión, una verdadera aventura con riesgos reales dentro de
los salones de los castillos y palacios. Es éste el mundo que recuerda con
nostalgia nuestro querido hidalgo don Quijote, reinventándolo en La Mancha y
provocando las burlas de todos los lectores de la época, que tuvieron que
reírse de lo lindo, pues conocían todos los elementos parodiados por ser una
lectura muy habitual en la época. Risas que se pierden los lectores modernos,
pues han perdido aquellos referentes caballerescos. Se trata, pues, de mujeres
astutas, que aprenden a saltarse reglas, a convertir la vida en un ideal y a
decidir por sí mismas, al menos en lo que se refiere al amor y al sexo.
El Renacimiento hace desaparecer esta imagen, que será sustituida por
la mujer-ángel de Dante. Su Beatriz es una mujer tan perfecta como
inaccesible, le sigue de cerca la Laura de Petrarca; se inaugura con ellas un
periodo, donde el conflicto del amor carnal y del amor a Dios se resuelve
considerando que el amor a este tipo de mujeres acerca al hombre a Dios.
Laura y Beatriz no son más que objetos de amor, sin ningún tipo de actuación
por su parte, más que la de dejarse amar.
Mucho más espabiladas son las pícaras de nuestra literatura. Ya en el
siglo XVII tenemos a mujeres capaces de utilizar sus encantos en su propio
beneficio en vez de en el del hombre. Otra mujer de nuestra literatura muy
interesante es la del teatro barroco. Mujeres astutas e indiscretas pueblan los
escenarios españoles, consiguiendo siempre lo que quieren de unos hombres
más bien torpes, que se dejan manejar en aras del amor. La mujer aburrida,
viuda, casada, encerrada en su hogar por algún miembro masculino de su
familia, busca mil recursos para escapar y divertirse un poco. En ocasiones
deben disfrazarse de hombre, algunas por placer, otras por recuperar un amor,
y se divierten actuando como hombres.
Nada que ver la mujer del siguiente siglo; aquí tenemos, por ejemplo, a
Pamela de Richardson, cuyo título completo es de por sí significativo: Pamela
o la virtud recompensada; en esta obra, la mujer se resiste de los propósitos
de seducción varoniles, hasta que consigue un matrimonio ventajoso, por lo
que la virtud se convierte en moneda de cambio, al más puro estilo medieval.
La mujer no sólo vuelve al redil masculino, sino que juega con sus mismas
reglas, confirmando el statu quo de la sociedad dieciochesca que,
paradójicamente, defendía la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Por fin llegados al siglo XIX la mujer se rebela de la única manera que le
es permitido, cometiendo adulterio por el que paga muy caro. Por poner
algunos ejemplos: Anna Karenina se tira a la vía del tren al comprobar que su
amante no merecía la pena y que no consigue la custodia de su hijo. Madame
Bovary se suicida con cianuro, muerte terrible que Flaubert disfruta
describiéndonos con sumo detalle. Ana Ozores, de La Regenta, queda
condenada al ostracismo. Así tenemos innumerables mujeres que ante la
frustración de una existencia monótona hallan una engañosa salida en este
modo de enfrentarse a la sociedad. Pero un solo individuo puede remover sus
cimientos, mas no destruirlos. Hay una excepción, Casa de muñecas, de
Ibsen. Nora deja a su marido para ser mujer de veras, para desarrollarse como
persona, incluso abandonando a sus hijos. La misma Fortunata de Galdós
lucha por sobrevivir en un mundo eminentemente burgués; al final de la novela
muere y dona a su niño a la esposa legal, burguesa y elegante, que no ha roto
ninguna norma, y es la que digamos, se queda con el niño y con el marido. La
sociedad ha ganado, la burguesía también. Los valores prestablecidos son
inmutables, por el momento. Ibsen se convirtió en el parangón de la
independencia de la mujer en su siglo. Su obra fue un escándalo, como La
Regenta. La literatura está cambiando, pues la sociedad lo está haciendo. ¿o
es al revés? No olvidemos que El Quijote modificó el hábito lector de su época,
pues nadie en su sano juicio iba a releer una novela de caballerías después de
pasar Cervantes por sus manos. ¿Hasta qué punto estos autores realistas, que
tomaron sin duda de la mano a sus protagonistas femeninas, tienen su mérito
social?
Hay demasiados casos de escándalos literarios, imposible recordar
todos aquí, sólo señalar uno más: La Malquerida de Jacinto Benavente. La
poca aceptación que tuvo entre el público burgués le impidió continuar por esa
línea. Es un caso grave de acoso sexual de un padrastro a una hijastra que
está de buen ver. El hombre, en un ataque de celos, mata al novio de la niña,
lo cual destapa la verdad a ojos de la madre, que no quería verla. Cuando lo
comprende todo, decide ocultarlo a los demás y lo convierte en un secreto de
familia, como también hará Bernarda Alba unos años después. La diferencia
entre uno y otro es que al primero aún lo domina ese público burgués que ya
no pudo con Lorca.
En conclusión, el mundo de las apariencias y las cadenas de lo social
han dominado la imagen de la mujer en la literatura durante largos siglos. La
mujer menos resignada puede ser la del siglo XIX, que bebe las fuentes de
todas sus valientes antecesoras. Para analizar lo que está ocurriendo ahora
tendríamos que acudir a las series televisivas, a lo que ven nuestros alumnos
más jóvenes, que crearán la sociedad del futuro y conformarán la próxima
literatura.

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