Вы находитесь на странице: 1из 20

“El sentido práctico libertario en Argentina (1870-1936).

Despliegue de acción y
represión del movimiento anarquista”*
Pablo E. Cosso

1. Introducción

La experiencia hegemónica

Desde la década del ’70 del siglo XIX hasta mediados de 1930, el movimiento anarquista, se presenta
ante los distintos bloques históricos hegemónicos, como un peligroso “adversario político”, que opone dentro
del proceso de consolidación del Estado-Nación argentino y del asentamiento del modo de producción
capitalista en el país, su estructura política (ajena a cualquir formato partidario) a los fines de orientar y
desarrollar una propuesta radical de cambio social. En dicho período, la cultura política hegemónica asume
diferentes formatos de dominación: en principio como régimen oligárquico, luego como liberalismo
democrático (radicalismo popular y el “anti-personalismo” de tinte conservador) y por último resume una
estructura autoritaria surgida con el ‘golpe de Estado’ y la toma del poder político por parte de los militares y
su secuela semi-democrática derivada (de re-orientación conservadora y fraudulenta) en la década de 1930.
La cultura política hegemónica, históricamente establecida como un conjunto de formas simbólicas
agrupadas en torno a un sistema ideológico, representado éste a su vez por un conjunto de ideas e
instituciones1 que se imponen como orientaciones legítimas sobre el mundo social; encontró sus canales de
consenso y coerción social deslegitimados por una dinámica contra-hegemónica, desplegada por el
movimiento y las ideas libertarias a lo largo de más de siete décadas, en las principales ciudades del país
(Buenos Aires y Rosario) y en zonas rurales de la patagonia y la pampa húmeda.
Los métodos represivos, legales, ilegales y estigmatizantes, activados por los sectores hegemónicos
(civiles y políticos) para enfrentar de manera reactiva ó preventiva a las ideas anarquistas y sus instituciones
desprovistas de jerarquizaciones, autoritarismos y depuradas de aceptaciones dóxicas sobre la realidad social,
se aplicaron a los fines de controlar y neutralizar a un “adversario político”, resignificado posteriormente como
“enemigo” (cual signo bélico) dentro de un proceso de “criminalización” del anarquismo en Argentina.

El régimen oligárquico (1880-1916), según afirma N. Botana (1985:70), consistía en un “sistema de


hegemonía gubernamental que se [mantenía] gracias al control de la sucesión”, posible a su vez por la
intervención de hombres que controlaban el poder (económico y político), los cuales se hallaban capacitados
para emitir votos dentro del sistema electoral y ocupar cargos gubernamentales, en virtud de su pertenencia al
estrato económico-social dominante. El fraude electoral y la negación coercitiva en los sectores populares
(dominados) del ejercicio del voto “democrático”, fue la manera de reproducción de dicho orden social, que
tuvo como principales hombres en el poder, a los presidentes: J.A. Roca, Juárez Celman, Figueroa Alcorta,
Quintana, L. y R. Sáenz Peña.
En 1916, la Unión Cívica Radical con H.Yrigoyen a la cabeza (tras la reforma electoral de Saenz
Peña), logra “arrancar” por la vía constitucional el “gobierno de la oligarquía terrateniente y el comerciante”
(O. Bayer, 1985:31), más no produce grandes cambios respecto del poder económico del orden hegemónico
precedente2. Como afirma Bayer: “…su tímido reformismo [refiriéndose a Yrigoyen] logró si democratizar,

*
Monografía para aprobar la cátedra de “Procesos Sociales de América III (2008)”, Carrera de Antropología (UNSa.).
Contacto: kossopa@hotmail.com
1
L. Zanatta (1996) propone como definición de las “ideas” dentro de una cultura política, lo siguiente: “… “ideas”, en primer lugar,
entendidas como “culturas políticas”, como “sistemas de valores” de una corriente dada de pensamiento, ya que se considera que éstas
inciden profundamente sobre el comportamiento político y social de quienes lo profesan…” (Op.cit.:15). Por “instituciones”, Zanatta,
entiende al: “…vehículo privilegiado de autorreforzamiento y difusión de las ideas que en ellas se consolidan y asumen la forma de
identidades colectivas…” (ibidem).
2
Afirma Del Campo (1973a:74), al respecto: “…Los radicales, pese a ciertas actitudes nacionalistas y populistas, gobernaron sin
alterar sustancialmente la estructura económico-social…”.

1
aumentar la participación de las masas [pero] fueron insuficientes para enfrentar las crisis por las que atravesó
su gobierno…” (ibidem). Diversas crisis que tomaban densidad a partir de los reclamos y las huelgas obreras,
que según datos de Del Campo (1973a:84), fueron ‘in crescendo’ en los tres primeros años de su presidencia:
en 1917, hubo 138 huelgas; en 1918, crecieron a un número de 196 y en 1919 llegaron hasta 367 casos. Lo que
no ocurrió bajo el régimen oligárquico, sugiere Bayer: “…durante el cual la represión [obrera] no llegó a
alcanzar las características de matanzas colectivas-sucedió bajo el gobierno populista de Yrigoyen…”
(Op.cit.:31). Prosigue el historiador, afirmando que:

“…Cuando los trabajadores industriales de Buenos Aires se levantaron, él dejó que la oligarquía reprimiera
a través del ejército y los comandos de ‘niños bien’ [vgr. “Liga Patriótica”]. Se originó así la “Semana
trágica de enero de 1919. Cuando el trabajador rural patagónico exigió con firmeza una serie de
reivindicaciones y ese movimiento amenazó con salir de su cauce meramente sindical […] dejó que el
ejército defendiera el orden latifundista a sangre y fuego…” (ibidem)

Los períodos de la Unión Cívica Radical en el poder político: 1916-1922 ocupado en primera instancia
por su principal “caudillo popular”, luego su representante más apegado al conservadurismo político, M.T de
Alver (1922-1928) y el lapso de dos años ocupado nuevamente por Yrigoyen, hasta el ‘golpe de Estado’
militar uriburista, fueron desarrollados bajo el modelo agro-ganadero exportador (legado del orden económico-
político conservador que acompañaba a los tradicionales terratenientes), paralelamente contando en los últimos
años con una incipiente industrialización manufacturera (alimenticia, frigorífica, farmaceútica, etc.) y de
producción de insumos (químicos, para la construcción, etc.) que toma empuje en el país de la mano de
capitales extranjeros.
El ‘golpe militar’ de 1930, es el colorario de un momento histórico atravesado por la crisis económica
del ’29 y el “debilitamiento hegemónico” del proyecto liberal en Argentina ( L. Zanatta, 1996:25). El camino
del autoritarismo armado, es aquél que toma la “tradición civil y política” que habría quedado relegada por las
ideas y las instituciones liberales. Los agentes vinculados a las “antiguas” elites de la fórmula de dominación
oligárquica, la iglesia católica y el ejército, asumirían un imaginario mesiánico de reconstrucción del ‘ser
nacional’ frente al precedente ‘caos’ liberal (afianzador de los derechos y las obligaciones del individuo,
dentro de una sociedad secularizada y contractualista), de igual manera respecto de sus efectos “menos
deseados”: el socialismo y el anarquismo. El anhelado “retorno” a la economía-política sostenida en una
estructura social dominada por las jerarquías “tradicionales”, desprovista a su vez, de movimientos de
oposición al ‘statu quo’, se instaura finalmente como sentido práctico (violento y autoritario), el cual deja más
allá de sus intentos “legalistas”, un vínculo de hibridez entre la “vieja política” y los lineamientos
democráticos (pre-existentes) manifiestos en el “fraude electoral patriótico” y la proscripción del radicalismo
para la instancia electoral. Tras el “exitoso” embate represivo del Gral. Uriburu (1930-32), asume A.P. Justo
(1932-38) en forma fraudulenta la presidencia del país.

La experiencia contra-hegemónica

A grandes rasgos puede concebirse al anarquismo como la dinámica social desplegada por individuos
y grupos que niegan cualquier tipo de gobierno, ya sea autoritario ó democrático. Los ‘sitios de poder’
requeridos para la organización de una realidad compartida, según se manifiestan en otros sistemas sociales,
no son en éste caso “ocupados” por ninguna autoridad (electa ó tiránica), sino que las interrelaciones humanas,
están basadas en acuerdos mutuos y solidarios. Se trata pues, de libre-asociaciones individuales y colectivas:
económicas, gremiales, familiares, etc., que el imaginario anarquista, vinculó a un espacio utópico (acracia),
del cual derivaría el término con el que luego serían reconocidos sus militantes, es decir como ‘ácratas’. El
anarquismo, entonces puede considerarse como un sistema de interrelaciones sociales que rechaza cualquier
signo de autoridad u opresión, para la conformación de la realidad social.
La trascendencia del plano de proyección “utópico”, se vincula a un sentido práctico indispensable
para llevar a cabo el estado de anarquía: la revolución social. El periódico anarquista, “La Protesta Humana”,
editado a principios del siglo XX en la ciudad de Buenos Aires (1902), definía la ideología socialista libertaria
y su componente revolucionario, de la siguiente manera:

“…El socialismo libertario iniciado por Proudhon y desarrollado por Bakunin, pretende la realización del
ideal socialista por medios directos, francamente revolucionarios, sin admitir la lucha política […] y sin

2
recurrir a la intermediación de un estado obrero […propone] Que el pueblo, en fin, efectúe directamente la
expropiación y socialización de los bienes naturales y creados, dejando a su libre iniciativa la organización
de la producción, del consumo, del cambio, de la instrucción, etc. Los socialistas libertarios, considerando
que el Estado es poder, que poder es tiranía, y que la tiranía es la negación de la libertad humana, dejan a la
libre iniciativa de los individuos y de las colectividades lo que los legalistas pretenden…” (H. Del Campo,
1973b:310)

Desde ambos lados: hegemónico y subalterno, las culturas políticas se ligan a cosmovisiones
diferenciales, desde las cuales proponen construir un mundo social específico. Compartimos la definición de
L. Zanatta, cuando afirma que una cultura política es un: “…conjunto orgánico de ideas que, a través de
cualquier canal, se proponen incidir sobre la realidad política y social y como consecuencia la influyen y la
transforman…” (Op.cit; 1996:16). La definición de Zanatta, nos habilita pues a considerar a la cultura política
anarquista, en su situación subalterna, como una dinámica social que no solo se proponía modificar una
realidad, sino que como los hechos lo demuestran, ejercitaron una praxis política concreta, frente a la cual los
órganos de consenso direccionado y coerción hegemónicos actuaron constantemente en el período analizado.
En éste sentido el carácter de subalternidad debería ser reconsiderado por el de contra-hegemonía, sobre todo
para disipar las ‘tinieblas’ teóricas y del sentido común que tildan al anarquismo de un “indefenso” producto
utópico, cuasi romanticista. De todos modos su carácter de cultura política subalterna3 se halla históricamente
situado; simplificando los “parámetros teóricos gramscianos”, como un sector de la sociedad civil y política
que no ha cristalizado sus formas simbólicas y prácticas colectivas en órganos hegemónicos de dirección y
consenso social. Pese a ello y en consonancia con A. Petra (2001) entendemos que: “…La cultura política
anarquista, se constituye […] formando parte de un imaginario antijerárquico que, a lo largo de la historia, a
actuado como contrapeso individual ó colectivo frente a la imaginación hegemónica…” (Op.cit.:4).

Asentado el término teórico de contra-hegemonía, es conveniente describir los métodos de lucha del
movimiento libertario desde sus diferentes tendencias radicales vinculadas al cambio social. Por un lado, los
de los anarquistas expropiadores, definidos por O. Bayer (2008) como: “…Curiosos personajes que atacaban a
la sociedad (burguesa) a bombas y a tiros […] defendiendo un vellocino de oro transparente e inmanente: la
libertad…” (Op.cit.:8-9). Por otro lado la presencia del anarquismo colectivista, como conjunto organizado de
militantes que desplegaba en el movimiento obrero argentino, su principal herramienta de protesta y acción
directa: la huelga general, como preludio “mentado” de la revolución social. En el IV°Congreso de la F.O.A.4
(1904), se aprueba una declaración en la cual se otorga “valor pedagógico” a las huelgas, respecto de la huelga
general y del cambio social propuesto por el anarquismo colectivista:

“…El Congreso reconoce que las huelgas son escuelas de rebeldía y recomienda que las parciales se hagan
lo más revolucionarias que sea posible para que sirvan de educación revolucionaria y éstas de preámbulo
para una huelga general que pueda ser motivada por un hecho que conmueva a la clase trabajadora y que la
federación debe apoyar…” (Abad de Santillán, 1933 (r.:2004):120)5

El anarquismo colectivista ‘cobra vida’ en la historia del movimiento obrero argentino con la aparición
de las primeras “sociedades de resistencia obrera” de la década del ’80 del siglo XIX, las cuales derivarían
posteriormente en gremios combativos y federaciones obreras que al menos hasta la década del ’30 del siglo
XX, no promovían al acercamiento con ninguna institución estatal intermediadora de sus demandas laborales y
sociales. Sobre ésta primera etapa de orientación contra-hegemónica, Del Campo (1973b.) sugiere que: “…Las
sociedades gremiales eran para los anarquistas organizadores [colectivistas], el ámbito más propicio para la

3
A. Petra (2001), en su trabajo: “ Anarquistas: cultura y lucha política en la Buenos Aires finisecular. El anarquismo como estilo de
vida”, sugiere abordad la identidad política del anarquismo desde su condición de subalternidad respecto de una cultura dominante.
4
Federación Obrera Argentina, de orientación anarquista
5
El valor que los anarquistas otorgaban a la huelga general, desde el ‘punto de vista de los actores sociales’ puede confontarse, con
una definción científica (ó desde el ‘punto de vista del investigador social’), que se corresponde con la siguiente estructura cognitiva:
“…En la medida en que en la huelga general el conjunto de los obreros se enfrenta al conjunto de los capitalistas y al gobierno del
estado, se expresa potencialmente en ella, no importa la conciencia que de ello tengan sus protagonistas, la lucha contra la forma de
organización social vigente basada en la relación capital-trabajo asalariado, es decir, contra el capitalismo mismo…” (N. Iñigo Carrera,
2004:23).

3
propaganda ideológica; las huelgas, ensayos parciales de la huelga general, y ésta, preludio de la revolución
social…” (Op.cit.:307).
Por último aceptamos también como sustancia política contra-hegemónica la tendencia anarquista-
individualista, surgida hacia mediados del siglo XIX, con el pensador europeo Max Stirner6. Se trata de un
“hábitus” deconstructivista, que otro pensador del movimiento definía en 1916, de la siguiente manera:

“…El movimiento anarquista individualista consiste, pues, en una actividad intelectual que se extiende a
todos los dominios del saber, tratando de resolver en beneficio del individuo conscientemente ácrata los
problemas concretos de las manifestaciones de la vida, creando […] un espíritu de crítica permanente e
irreductible frente a las instituciones que enseñan, mantienen y preconizan la tiranía de unos hombres sobre
la resignación de los demás…” (E. Arnaud, 1919 (r.:2007): 39).

Caracterizar al anarquismo de movimiento cultural y político contra-hegemónico, obliga a aceptar


como afirmación, su intento de adquirir un “lugar hegemónico” (en la realidad social), más se sostiene la
aclaración de que dicha intención fue desarrollada al margen de cualquier lucha armada ó legal por los sitiales
de poder, ya que la propuesta revolucionaria consistía en una depreciación del sentido autoritario (y
militarista) volcado a las prácticas sociales. La dinámica de inversión del orden social, en base a las formas de
conciencia y las prácticas anarquistas, implicaba el enfrentamiento a las ideas e instituciones hegemónicas que
actuaban como estructuras de dominación, por lo tanto, lo que necesitaba erigirse en el plano hegemónico era
una nueva realidad social, desprovista concientemente de los fines de reproducción de las representaciones
pre-existentes.

Los métodos discursivos y prácticos, desplegados en la propaganda y la acción anarquista: folletos,


periódicos, oradores (E. Malatesta, P. Gori,etc.), manifestaciones y movilizaciones, éstas últimas adheridas a
los parámetros de la ‘acción directa’ (en ocasiones haciendo uso defensivo de armas de fuego frente a las
fuerzas represivas), generaban respuestas reactivas ó preventivas desde los mecanismos de represión y
neutralización hegemónicos. Las represiones legales de los organismos de defensa estatal, las prácticas
sangrientas “autónomas” de ciertos grupos para-policiales (p.e.: comandos civiles pro-oligárquicos), junto con
la imposición del “estado de sitio” y la “ley marcial” (en el gobierno militar del Gral. Uriburu) dejaron un
tendal de militantes y obreros anarquistas muertos.
La imposición mecánica de la violencia para sojuzgar al adversario político, ha sido una señal
configurativa de la ‘cultura política argentina’. En base a prácticas discursivas y la aplicación de la fuerza
física y las armas, se procede a la estigmatización social, la criminalización y finalmente la extinción del
oponente, con fines específicos de reproducción de un orden hegemónico. W. Ansaldi (1994) lo define
explícitamente de la mano de la experiencia histórica del anarquismo en Argentina:

“…La cultura política argentina muestra un notable predominio de prácticas que definen al adversario
político como enemigo, forma de construcción en la cual el objetivo principal es la destrucción del
oponente. Su manifestación extrema es la aplicación de la lógica de la guerra a la lucha política, cuya
expresión máxima, en términos materiales, se aprecia en la década de 1970, pero que reconoce antecedentes
en las primeras del siglo, en particular en el tratamiento de los anarquistas (v.gr., por la Liga Patriótica, por
el teniente coronel Héctor Varela en la Patagonia y por la dictadura de José Felix Uriburu). Más antes de
ser objeto de estricta destrucción física, el oponente es definido como enemigo en el plano del lenguaje…”
(W. Ansaldi, 1994:7-8)

Sobre éste último punto aclarado por Ansaldi, es decir el de la definición del enemigo en el plano
discursivo, podemos hacer referencia a las producciones culturales, no sólo jurídicas, policiales ó legislativas
con que se “criminalizaba al anarquismo”, sino también a aquellas construídas en la sociedad civil:
pedagógicas, literarias y periodísticas. Para Ansolabehere (2007), se tratarían de: “…narraciones que tienen
como protagonista casi excluyente al anarquista en tanto delincuente y que, sin dudas, ayudan a delinear ese
proceso de criminalización del anarquismo…” (Op.cit.:175). Estas “narraciones” se hallaban localizadas en:
novelas, cuentos, folletines y fábulas infantiles de libros escolares (en el sector civil) y en leyes, proyectos de

6
“…El anarquismo de Stirner era una idea […] Fundada sobre el repudio a toda organización, a todo gobierno, a toda ley, no admitía
más principio que el del libre albedrío, ni más acción proselitista que la puramente individual…” (O. Troncoso, “Los orígenes del
anarquismo en Argentina”; 1974:10).

4
leyes, decretos, debates parlamentarios, dictámenes judiciales, tratados criminológicos, informes periciales,
etc. (en el sector político, jurídico y policial).
Lo que caracterizaba constantemente al “delincuente” y al “delito anarquista” era su condición de
‘foraneidad’: “…Por eso el anarquismo siempre es definido-por aquellos que no dudan en verlo como una
actividad criminal- como algo exótico, extraño a nuestras costumbres […] identificado antes que nada como
extranjero ó, mejor dicho, con el extranjero absoluto, no tanto porque pertenezca a otra nación sino porque
literalmente ha renunciado a tener una…” (Op.cit.:176-177). El anarquismo entendido como amenaza no de la
construcción de una nación dentro de otra, sino del: “…deseo de destrucción de la idea de nación misma…”
(Op.cit.:187). Por ello, las narraciones que mayormente ‘golpearon’ a los militantes anarquistas, fueron
aquellas conocidas como la ley de “residencia” (1902) mediante la cual se podía expulsar a hombres y mujeres
inmigrantes “sospechados” y “confesos” anarquistas, sinónimo-construído hegemónicamente de agitador
social7; ó su ‘complemento’: la ley de “defensa social” (1910) que prohibía la entrada de extranjeros de
tendencia libertaria, tanto como las reuniones de militantes anarquistas8.
El ‘estado de criminalización’ que se impuso al anarquismo en Argentina afectó no solo al anarquista
en calidad de inmigrante, sino también al obrero enrolado en la agrupación federativa de gremios y sociedades
de resistencia libertaria más importante en el país (a principios del siglo XX): la F.O.R.A. (Federación Obrera
Regional Argentina), de tendencia proletaria-finalista y revolucionaria. En 1910, la F.O.R.A., tenía la primacía
organizacional de la “vida sindical” en el país, luego: “…la vemos varios años casi en la clandestinidad,
reducida al mínimo de organización, a causa de las persecuciones, deportaciones y obstáculos policiales y
legales…”(Abad de Santillán, 1933 (r.2005): 286). Fueron dos años de ‘proscripción del anarquismo’ (1910-
1912), mismo estado que volvería a gestarse en (1930-1931): “…los 18 inolvidables meses de terror militar
uriburista…” (Op.cit.: 287).
Esta faceta histórica de criminalización del anarquismo, momento de aislamiento de los militantes de
la órbita de validez “legal” como ‘adversarios políticos’ (defendida por el Estado y el conjunto de instituciones
civiles que participaban del consenso hegemónico) según afirma Ansolabehere: “…tiene origen político […]
sobre todo, por su poder de movilización política y social. Que mejor forma entonces, de enfrentar a un
movimiento político que colocándolo fuera de ley…” (Op.cit.:174)

El anarquismo como sujeto colectivo (e individual) de lucha contra-hegemónica, será descripto en


relación con su cultura política: discursos y prácticas gremiales, educativas, artísticas, literarias,
comunicacionales, jurídicas, de crítica feminista, género y morales. Se vinculará el ‘proyecto utópico’ con el
sentido práctico de cambio social, históricamente situado.

2. El anarquismo como identidad política del movimiento obrero argentino

Los hombres y mujeres que arribaron a la República Argentina en calidad de inmigrantes


(provenientes en su mayoría de Europa) se insertaron en las estructuras de producción y servicios locales,
vendiendo su fuerza de trabajo como jornaleros rurales, obreros urbanos, empleados/as domésticos y en el
empleo público. Datos expuestos a ‘groso modo’ muestran que entre los primeros años de arribo (1857) y la
década de 1940, hubo un flujo de inmigración de 6.500.000 de personas de las cuales 3.500.000
permanecieron en el país. Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, la clase trabajadora se hallaba
representada en Buenos Aires (sitio de mayor densidad inmigratoria en el país) por un 60 % de inmigrantes
(M. Molyneux, 2002:12-14). En ésta ciudad y alrededores se desplegarían las acciones públicas reivindicativas
más importantes del movimiento obrero argentino.

7
Extraemos dos artículos de dicha ley que sostienen lo siguiente: “…Art.1°-El poder ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de
la Nación Argentina a todo extranjro por crímenes ó delitos de derecho común. Art.2°-El poder ejecutivo podrá ordenar la salida de
todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional ó perturbe el orden público…”
8
La ley de “defensa social” (N°7029), promulgada bajo la presidencia de Figueroa Alcorta (1910), expresaba lo siguiente respecto de
los anarquistas: “…Art.1°-Sin perjuicio de lo dispuesto en la ley de inmigración queda prohibida la entrada y admisión en el territorio
argentino de las siguientes clases de extranjeros: […] b) los anarquistas y demás personas que profesan ó preconizan el ataque por
cualquier medio de fuerza ó violencia contra los funcionarios públicos ó del gobierno en general ó contra las instituciones de la
sociedad. […] Art.7°-Queda prohibida toda asociación ó reunión de personas que tengan por objeto la propagación de las doctrinas
anarquistas [ en lugar público ó locales cerrados, así como la exhibición de enblemas, estandartes ó banderas anarquistas, Art.10°]…”

5
La política económica inmigratoria promovida por la Constitución del Estado-Nación de 1853, trajo
como respuesta la presencia de un colectivo humano con ansias de movilidad social, que fué desarrollada por
escasos integrantes del mismo. Sin embargo éstos inmigrantes deseosos de trascender las penurias del
proletariado, trajeron consigo no solamente su fuerza de trabajo como mercancía a disposición de las
actividades capitalistas y la propiedad privada, sino también “cargaban” con formas de conciencia y
estructuras simbólicas de organización colectiva de lucha proletaria, consustanciadas con los lineamientos
expuestos en la 1° Internacional de Trabajadores de 1864. De ésta manera se entroncan en la cultura política
argentina, nuevas formas de concebir la realidad social y nuevas métodologías para llevarlas a la práctica:
desde un lado, el socialismo, por el otro, el anarquismo; ideas y acciónes irradiando desde los “portadores de
civilización” sobre los que descansaban los ideales de progreso de Alberdi, Sarmiento y la primer “carta
magna” del Estado-Nación argentino.

El 2 de setiembre de 1878, ante el escándalo de la sociedad burguesa, los tipógrafos de Buenos Aires,
protagonizaron la primera huelga en el país (H. Del Campo, 1973b:298). Tras un mes de sostenimiento de la
misma, los patrones aceptaron las reivindicaciones de los obreros: “…limitación del trabajo infantil, aumento
de salarios, reducción de la jornada de 10 y 12 horas. La clase obrera había obtenido su primera victoria en
Argentina…” (Op.cit.:300). Esta huelga pudo desplegarse como efecto derivado de un proceso de “incubación
política” previo, por parte de un movimiento obrero, que ya registraba en su corta trayectoria de vida en el país
determinados ‘hitos fundantes’: en 1872 la creación de tres secciones de la Asociación Internacional de
Trabajadores y en 1876 (hasta 1881) una sección de la Internacional de orientación anarquista-bakuninista
(Petra, 2001 y Troncoso, 1974).
La década del ’70 para los anarquistas estuvo marcada por una incesante actividad propagandística y
militante, fundándose centros de reunión y publicaciones gráficas de “vida efímera”9. En 1879, a manera de
ejemplo, se constata el surgimiento de un periódico anarquista llamado “El Descamisado”, cuyo primer
número es incautado por la polícia, a la vez que se prohibía su venta callejera; el siguiente número de la
publicación fué el último de su “corta vida pública” (Troncoso, 1974:6).
En la década de 1880 los trabajadores de los distintas ramas ya se habían organizado colectivamente:
panaderos, molineros, albañiles, yeseros, zapateros, sombrereros, etc., bajo distintas identidades políticas
como el socialismo por un lado y las sociedades de resistencia anarquista por el otro. Las huelgas fluían desde
todos los oficios proletarios, afirma Del Campo (1973b:302). De entre todos ellos, el que se sostuvo como el
más combativo de la década, fué el de los obreros-panaderos, los cuales habían conformado la “Sociedad
Cosmopolita de Resistencia de Obreros Panaderos”10 con la ‘ayuda organizativa’ del reconocido orador-
intelectual orgánico ácrata (italiano) E. Malatesta que se instala en Argentina entre 1885-89, a los fines de
difundir los ideales libertarios.
En las décadas de 1880 y 1890, conjuntamente a la discursividad de los oradores propagandísticos
libertarios, se ampliaba una de las principales formas de la actividad expositiva anarquista: “…la edición,
impresión y distribución de diarios, folletos y panfletos…” (Molyneux, 2002:16). Llegaron a existir, afirma la
autora, hasta 20 diarios anarquistas, publicados en las tres principales lenguas habladas por los inmigrantes en
el país: francés, italiano y español. Estas publicaciones se autogestionaban al interior del movimiento,
mediante donaciones y subscripciones voluntarias. (Op. cit:17).

9
Troncoso (1974) expone un listado de publicaciones “efímeras” anarquistas de fines del siglo XIX y principios del XX: “El Rebelde”;
“La Protesta Humana”; “Rojo y Negro”; “El Oprimido”; “Ni Dios ni Amo”; “El Perseguido”; “La Revolución Social”; “El Derecho a
la Vida”; “La Voz de Ravachol”; etc.
10
La nominación ácrata para su modo de organización obrera: ‘sociedad de resistencia cosmopolita’, da indicios certeros de la
cosmovisión que compartían sus integrantes a nivel de las representaciones: por un lado la actitud de resistir a las consideradas
dinámicas opresivas del capitalismo y del Estado, y por el otro la defensa del cosmopolitismo frente a la nacionalidad.

6
El anarquismo de la ‘primera hora’, es decir el individualista11, tuvo su época de apogeo en la década
de 1880 y el primer lustro de la siguiente, luego cediendo espacio al colectivismo anárquico (difundido por
Bakunin) que se afianzaba de la mano del comunismo anárquico (cuya principal ideólogo fue Kropotkin). Los
anarco-individualistas, tuvieron como órgano de difusión gráfico en Buenos Aires, al periódico “El
Perseguido” (1890-96). En un número perteneciente al año 1892, se puede observar un bosquejo del
pensamiento y la acción de dicha tendencia ácrata opuesta en esencia a la organización sindicalista, jerárquica
y directiva-institucional:

“…Lo que instruye a la clase obrera y le da conciencia de sus derechos y deberes y levanta su espíritu para
que un día pueda alcanzar su completa emancipación, es la reunión de todos, donde todos cambian ideas y
discuten, y sobre todo que esto sea lo más frecuentemente posible […] la acción espontánea es bastante
para llevar a cabo las mejoras posibles en el gremio tal como la abolición de los reglamentos absurdos que
los patrones hacen en los talleres y fábricas…” (O. Troncoso, 1974:18, resaltado en bastardilla propio)

Durante la década del 1890, las distintas sociedades gremiales y de resistencia se multiplicaron (al
menos en Buenos Aires), promoviendo la necesidad de crear una federación representativa de todo el
proletariado. Surge pues (en 1890) la Federación de Trabajadores de la República Argentina, con una
preminencia ideológica marxista. El 2° congreso de dicha federación expuso un cúmulo de ideas que
colicionaban con la cosmovisión anarquista, por ejemplo: “la consquista del poder político” y la conformación
de un partido al servicio de la clase proletaria, frente a lo cual, las brechas ideológicas entre marxistas y
anarquistas se abrieron de manera irreconciliable (Del Campo, 1973b:304). Esta instancia de confrontación,
originó el desmantelamiento de la primera federación obrera del país.

Juan Creaghe, fundador del periódico anarquista (porteño) “La Protesta Humana”, comentaba en 1897
la principal diferencia de ideas y conceptos políticos entre socialistas y anarquistas: “…la cuestión social [es
vista por el socialismo] como una cuestión económica […] “la cuestión social” [para el anarquismo] es una
cuestión de libertad…” (E. Corbiere, 1974: 92). La diferencia primordial, asegura Creaghe es que:
“…reclamamos toda la libertad, creyendo que menos que toda no es nada. La libertad no admite restricción;
mientras que los socialistas al contrario admiten la autoridad de la mayoría, y por consiguiente los
parlamentos, el Estado y dejan abierta la puerta para todas las tiranías hasta para la tiranía económica al fin…”
(ibidem). Creaghe, le achacaba al socialismo argentino, que se decía revolucionario, su intervención en las
instituciones creadas por la burguesía: “…¿Cómo es posible que uno que se llame revolucionario tome parte
en las luchas de los partidos burgueses sin echar en olvido la lucha de clase? Una vez que tome parte en la
lucha política reconoce prácticamente el sistema social existente […] y da razón a aquellos que dicen que de
por sí solo puede mejorarse el estado social, rechazando toda idea revolucionaria…” (Op.cit.:93). El
anarquismo se mantuvo ‘fiel’ a su disconformidad con la totalidad de las ideas e instituciones de inspiración
burguesa.

En la década del ’90, ya habiendo perdido intensidad la tendencia anarco-individualista, asume un


papel de relevancia el comunismo anárquico; caracterizado a grandes rasgos como: “…la fusión de ideas
socialistas y anarquistas. Estaba orientado hacia la eliminación violenta de la sociedad existente y hacia la
creación de un orden social nuevo, justo e igualitario…” (Molyneux, 2002:16).
El comunismo anárquico porteño, luchaba a partir de un programa centrado en la revolución social, por la
disolución del capitalismo y la propiedad privada. En el periódico de Juan Creaghe, “La Protesta Humana”
(1899), se postulaba la revolución comunista-anárquica:

“…por la reivindicación por la sociedad entera contra toda forma de propiedad privada en manos de pocos
privilegiados y por la toma de posesión por parte de los trabajadores de todas las fuentes de la riqueza,
tierras, máquinas, instrumentos de trabajo, medios de cambio, de comunicación, y organizada bajo la base

11
Aclaramos que el dato referido a la tendencia anarco-individualista, como pionera en Argentina, proviene de los diversos autores
relevados en éste trabajo; sin embargo dicha referencia, no implica que los años de fin de siglo XIX, fueran los de mayor importancia
respecto de la acción directa y propagandística de éste sector del anarquismo. Según lo demuestra O. Bayer en su libro “Los
Anarquistas expropiadores” (2008), la década de 1920, ha sido la ‘epoca más activa’, de los anarco-individualistas más radicales
(expropiadores) como Severino Di Giovanni y Miguel Arcángel Rosigna, el primero ejecutado por Uriburu, mediante la aplicación de
la ley marcial y el segundo detenido y desaparecido por la policía de la provincia de Buenos Aires, en el período presidencial de M.T.
de Alvear.

7
de la cooperación de todas las fuerzas sociales, con la modalidad oportuna y merced al libre acuerdo, la
producción y el modo de gozar ampliamente de la misma…” (O. Troncoso, 1974:21).

Respecto del plano político, el comunismo-anárquico, promovía la abolición del Estado, por su
carácter de: “…ente autoritario, tutelador depresivo de la iniciativa y de la libertad social…” (“La Protesta
Humana”; en Troncoso, 1974:21). Frente a la condición nacional y patriótica, impuesta al ser humano, que:
“…exagerando el afecto natural por el país nativo […] ciega la mente de los trabajadores […] impidiéndoles
comprender que la cuestión social es cosmopolita…” (ibidem), el anarco-comunismo promulgaba el
reconocimiemto del proletariado por encima de la nacionalidad, en pos de la fraternidad cosmopolita.
Finalmente combatía a la “mentira religiosa” (sic): “…que sobre la ignorancia de las multitudes fomenta el
servilismo y la paciente resignación…” (ibidem).

La tendencia anarco-colectivista (consustanciada con el pensamiento comunista anárquico), se oponía


a los métodos de lucha de los individualistas, especialmente, a los de los anarquistas expropiadores, que
asaltaban agentes estatales y capitalistas, cuando no optaban por los atentados públicos con bombas
explosivas. En otro artículo aparecido en el periódico de Creaghe (“La Protesta Humana”, 1899), firmado por
el grupo colectivista “Los Desertores”, encontramos una ‘declaración de principios’ que da cuenta de la
antinomia en la concepción de la accion contra-hegemónica defendida por ambas tendencias:

“…Considerando que la actual sociedad fuertemente organizada y basada sobre el principio de autoridad y
regida por la violencia constituye una fortaleza inexpugnable para el ataque individual y aislado, nos
pronunciamos contra esa forma de lucha por considerarla contraproducente, y nos declaramos acérrimos
partidarios de la lucha colectiva […] nos afirmamos decididos partidarios de la asociación libre, gremial y
anarquista […] prestaremos todo nuestro concurso a la organización gremial anarquista, negando nuestro
apoyo a la propaganda terrorista, antiorganizadora e individualista […] afirmándonos una vez más
partidarios fervientes de la acción colectiva revolucionaria…” (O. Troncoso, 1974:23)

Ya para comienzos del siglo XX, la tendencia libertaria que mayor número de militantes poseía, era la
del comunismo anárquico, representada por su principal órgano de expresión colectiva: la F.O.R.A. Sin
embargo el anarquismo individualista se mantuvo en ‘latencia’; la década del ’20, muestra su momento de
resurgimiento, de la mano de diferentes hechos expropiativos ‘propagandísticos’ (especialmente robos
armados a agentes capitalistas) [ver nota 11].

3. Afianzamiento y represión (estatal) del anarquismo en el espacio social: 1900-1936

Con el principar del siglo XX, nace la Federación Obrera Argentina (1901), espacio organizado por
diferentes colectivos políticos de lucha proletaria. En el 1° Congreso de la misma, se aprueba por
‘unanimidad’ la necesidad de: “…promover una viva agitación popular para obtener que se respeten la vida y
los derechos de los trabajadores…” (Abad de Santillán; 2005:80). Dichos parámetros de ‘agitación social’ se
correspondían con variadas acciones a desplegar: la huelga general, el boicott a empresas capitalistas y la
instalación de “escuelas libres” patrocinadas por la federación obrera (Op.cit.:81).La F.O.A., estaba compuesta
por dirigentes y militantes obreros socialistas y anarquistas conciliados a pesar de las diferencias ideológicas
ya confrontadas en anteriores instancias organizativas de lucha anti-capitalista. Sin embargo en 1902, las
tensiones “desbocadas” dieron por tierra los lazos fraternales, generándose una escición de los socialistas de la
federación. En 1903 éstos conformarían la U.G.T. (Unión General de Trabajadores).

Los tres años transcurridos entre 1900 y 1902, fueron, según afirmaciones de Abad de Santillán de:
“intensa agitación proletaria y huelgas a ‘granel’ en todos los gremios y en todo el país” (Op.cit.:87). El año de
1902, por ejemplo, se organizan varias acciones huelguísticas en diferentes ciudades y sectores del
proletariado: panaderos de Buenos Aires (netamente anarquistas), estibadores portuarios (Buenos Aires,
Campana, San Nicolás, etc.) y peones del Mercado Central (de Buenos Aires).
La respuesta ante el afianzamiento de la identidad y las formas de expresión pública del movimiento
obrero y social en general, fue la aprobación de la “Ley de Residencia” (n°4144) en noviembre de 1902,
mediante la cual se autorizaba a la expulsión del país a cualquier extranjero acusado de “agitador y perturbador

8
del orden social y público”. Al respecto, Abad de Santillán nos relata una leve crónica de los resultados de la
rápida implementación de dicha ley:

“…Las clases conservadores presas del pánico, forzaron al gobierno a aprobar la famosa Ley de Residencia
que ponía en manos de la policía y del Poder Ejecutivo los destinos de cualquier habitante del país; se
declaró el estado de sitio y se procedió a la caza despiadada de los anarquistas y propagandistas gremiales
libertarios. Buenos Aires se convirtió en un campamento militar; algunas decenas de militantes obreros
fueron deportados, las prisiones se llenaron de detenidos…” (Op.cit.: 105)

En 1904 el Estado oligárquico propone un proyecto de “Ley Nacional del Trabajo”, que es rechazado
por el movimiento anarquista, por considerarlo beneficioso para los agentes capitalistas a la par que
instrumento de control del Estado sobre las organizaciones de los trabajadores. Ese mismo año, durante la
celebración del 1°de Mayo, una manifestación obrera que se trasladaba desde la plaza del Congreso hasta la
plaza Mazzini (Buenos Aires), fue atacada por las fuerzas policiales, provocando la muerte de un obrero
marítimo y un centenar de heridos (Op.cit.: 115). Los obreros respondieron a la agresión policial ‘con balas’.
Este hecho es mencionado por la historiografía anarquista como la “Masacre de Plaza Mazzini”. En noviembre
del mismo año, a raíz de una huelga encarada por los panaderos rosarinos y la consecuente acción
‘rompehuelgas’ policial , muere un joven panadero de 19 años. Durante las manifestaciones públicas de
repudio al hecho por parte de los trabajadores, son asesinados tres obreros más. El año de 1904, es también el
año en que la F.O.A., cambia su nominación a F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina).
En 1905 (bajo la presidencia de Quintana), al conmemorarse un “nuevo día” simbólico de los
trabajadores, hebiéndose levantado un ‘estado de sitio’ de casi un año de duración: la F.O.R.A., la U.G.T. y el
Partido Socialista organizan una celebración pública en plaza Lavalle (Bs.As.). En tanto el acto se desarrollaba
afín a las dinámicas discursivas, generadoras del afianzamiento de las diversas identidades políticas obreras
allí congregadas, la policía comienza a descargar su fuerza represiva sobre los asistentes por “ostentar una
bandera roja”, tras lo cual mueren dos obreros. (Del Campo, 1973b:318). La bandera roja, era un símbolo
proscripto por los órganos de consenso hegemónico, reflejo de la orientación revolucionaria anarquista.
En 1906, según datos rescatados del Ministerio del Interior, por el historiador anarquista Abad de
Santillán, el movimiento obrero produjo sólo en Buenos Aires, la cantidad de 39 huelgas (Op.cit.:153). Un año
más tarde, en agosto, se concreta una huelga general, como acto de protesta contra el asesinato (en el mes de
julio) por parte de la marina y la policía de dos obreros portuarios en Bahía Blanca (pcia.de Buenos Aires).
Las huelgas generales eran para los anarquistas, los momentos más propicios para la concientización
colectiva de la práctica de la revolución social. El movimiento libertario aplicaba en dichas ocaciones, su
repertorio de movilizaciones, acción directa y sabotajes contra el espacio público (consagrado por el Estado),
conjuntamente al boicott de las producciones y servicios bajo control capitalista.

En 1907, se efectúa una huelga general que alcanzaría a diversos puntos del país (Bs.As y alrededores,
Rosario, Bahía Blanca, Mar del Plata, La Plata y Mendoza), la cual sería reconocida en la historiografía local
como la huelga de los inquilinos. En principio surge como un movimiento huelguístico iniciado por los
anarquistas que apoyaban la idea de la rebaja de los alquileres, más luego se extiende como reivindicación de
las diversas tendencias político-sociales (espontáneas u organizadas); en ésta huelga, afirma Iñigo Carrera:
“…se vió involucrado el conjunto de la familia obrera, habitante de los conventillos…” (Op.cit.:33). A pesar
del apoyo diversificado a la protesta iniciada por la tendencia ácrata-libertaria, cuando se pasó de la
propaganda a los hechos (la acción directa): “…quedaron sólo los anarquistas en apoyo de las reivindicaciones
de inquilinatos, afrontando ante la polícía toda la responsabilidad del movimiento. Naturalmente, fueron
también los primeros y únicos en caer…” (Abad de Santillán, 2004:177).
La dinámica mercantilista aplicada a los alquileres en constante suba, la insuficiencia de mejoras
infraestructurales sobre las propiedades (privadas) y el consecuente asinamiento de personas en los
conventillos, afectaba las formas de reproducción de la familia obrera. En consecuencia, la ‘huelga de los
inquilinos’ presentó una intensa actividad militante por parte de muchas mujeres proletarias. Según afirma E.
Corbiere (1995): “…Fueron mujeres las cabecillas del movimiento huelguístico de los inquilinos producido en
1907, entre ellas la anarquista Juana Rouco Buela…” (Op.cit.:55).

El 1°de Mayo de 1909, se celebraban en Buenos Aires dos manifestaciones consagrando el día
proletario ‘por exelencia’: la de los socialistas y la de los anarquistas, ésta última con ‘punto de concentración’

9
en Plaza Lorea (actual Plaza Congreso). Al ponerse en marcha la manifestación a instancias de ocupar el
espacio público en conmemoración del “día del trabajador”, las fuerzas de seguridad policial al mando de
Ramón L. Falcón “perseguidor sistemático del movimiento obrero y de los anarquistas” (Abad de Santillán,
2005:186), ataca con armas de fuego a los trabajadores, dejando 8 muertos y 105 heridos (ibidem). Al día
siguiente se declara una huelga general, la cual se prolongaría durante una semana. La marcha funeraria que
acompañaba a los obreros caídos, sería una vez más atacada por la policía, dejando varios heridos. A la par se
procedía a numerosas detenciones y al cierre de locales de militancia obrera.
En noviembre del mismo año, Simón Radowitzki, un joven obrero ruso de 18 años, se convierte en el
primer vengador y posterior “martir” del movimiento anarquista en Argentina; arroja una bomba al coche
policial donde viajaba el Coronel Falcón, ocasionándole la muerte. Simón posteriormente es confinado a la
prisión de Ushuaia, durante veinte años. Finalmente obtendría la libertad, tras una campaña pro-
excarcelamiento de alcance internacional llevada a cabo por el movimiento obrero.

El posterior año de 1910, marcaría el punto de mayor tensión en la relación Estado-movimiento


anarquista. Fueron medidos los antecedentes de la vindicación de Radowitzki, los previos intentos fallidos de
extinción física de Quintana (1905) y Figueroa Alcorta (1908), sumado a la explosión de una bomba el 26
junio del año del “centenario de la patria” en plena gala del teatro Colón12 (la cual no dejó víctimas fatales),
tras lo cual se accionan los mecanismos legales-legislativos (autojustificados por el orden hegemónico, sin la
inspección de sus propios orígenes represivos) que concretarían la “ley de defensa social” [ver nota 8],
mediante la cual se proscribiría al movimiento libertario, de la misma manera que se deportaría del país, una
gran cantidad de militantes anarquistas.
Recién a fines de 1912, tras el levantamiento de la normatividad proscriptiva, el movimiento obrero
anarquista comienza a rearmarse. Los dos años de “inactividad legal” entre el proletariado, dejaron abierto el
espacio de lucha organizado (la F.O.R.A.), a los sindicalistas de la C.O.R.A. (Confederación Obrera Regional
Argentina), los cuales se hallaban abocados a una instancia de fusión obrera. La invitación fué rechazada por
los trabajadores libertarios ante “sugerencias” de extirpar el comunismo anárquico como modelo de lucha
social, consecuentemente desechando sus ‘repertorios básicos’: huelgas generales, boicotts, sabotajes, etc.
Posteriormente en 1915, habiéndose generado disidencias internas en la federación respecto del sostenimiento
del ideal comunista-anárquico, se produce una escisión de militantes y de allí, el surgimiento de la F.O.R.A.
del V°Congreso (anarco-comunista) y la F.O.R.A. del IX° Congreso (disidente).
En 1916, culmina su experiencia hegemónica el gobierno de la oligarquía, siendo reemplazado en el
‘sitial de poder’ por la U.C.R., partido conformado por integrantes de la burguesía y algunos sectores
asalariados. El gobierno cívico-radical tuvo un leve acercamiento con una pequeña fracción de la clase obrera,
en especial, la F.O.R.A. “disidente” (Iñigo Carrera, 2004:35); sin embargo el período de Yrigoyen estaría
teñido con abundante sangre obrera y en especial de militantes anarquistas.
En diciembre de 1918, se inicia en Buenos Aires, una huelga por parte de los obreros metalúrgicos de
los “Talleres Vasena”, en rechazo al despido de trabajadores de la fábrica y en reclamo de la jornada laboral de
ocho horas de duración. Esta huelga sería la desencadenante de una masacre obrera, llevada a cabo tanto por
las fuerzas policiales como por “matones a sueldo” contratados por los dueños de la fábrica y los comandos
civiles armados pro-oligárquicos (La Liga Patriótica).
Durante los enfrentamientos en las inmediaciones de los talleres, entre los huelguistas (cuyo grueso
descansaba en la militancia anarquista) y los aliados “oficiales” y “extra-oficiales” de la patronal, hechos
acaecidos en los primeros dias de Enero de 1919, caen asesinados varios obreros. El posterior cortejo fúnebre
(enmarcado en una huelga general) que acompañaba hacia el cementerio de Chacarita a los huelguistas que
habían perdido la vida, se recuerda como un despliegue de “bronca proletaria” sobre la ciudad: asalto a
armerías, roturas de “bienes públicos”, vuelcos e incendios de medios de transporte, etc. Al llegar al
cementerio, se produjo un tiroteo entre los obreros y las fuerzas policiales, tras el cual se asienta un nuevo
saldo de trabajadores muertos. Los medios gráficos de comunicación “oficialistas” como “La Prensa”
registraron un número de 40 obreros muertos y 100 heridos, sin embargo otros medios pertenecientes al
movimiento proletario, como el periódico socialista “La Vanguardia”, muestran que el número de trabajadores
masacrados asciende a 100 y 400 heridos. Como colorario represivo, habiendo terminado el movimiento de la
huelga general (solidaria) de Enero en todo el país, quedaron 55.000 obreros presos y prontuariados, junto con
otros destinados a la deportación: “…entre los cuales estaban, naturalmente, el secretario de la F.O.R.A. y un

12
El hecho fue atribuído a dos anarquistas: el ruso Romanoff y el italiano Denucio.

10
númeroso grupo de militantes de la organización y de propagandistas anarquistas…” (Abad de Santillán,
2005:253).
Un año más tarde, comienza a gestarse un movimiento de reivindicaciones obreras en la provincia de
Santa Cruz, cuyas consecuencias represivas, marcarían otro hito sangriento dentro de la relación Estado-
movimiento anarquista. La ‘peonada rural’ (de integridad cosmopolita: argentina, chilena y europea) se levanta
por vez primera en el sur argentino contra los estancieros capitalistas (ganaderos) y los comerciantes burgueses
locales, los cuales quedarían adheridos a los efectos negativos de las huelgas, boicotts y sabotajes sobre sus
producciones y actividades mercantiles gananciales.
La actividad huelguística y demás formas de protesta proletaria, organizadas por la Sociedad Obrera
de Rio Gallegos (adherida a la F.O.R.A. comunista-anárquica), con el español A. Soto como secretario
general, giraban en torno a varios puntos conflictivos que requerían solución de parte de los estancieros:
mejoramiento de las condiciones de higiene y comodidad de los trabajadores; pago de un sueldo mínimo
($100); reconocimiento patronal de la entidad obrera, etc. (O. Bayer, 1985:64-65). La respuesta de los
estancieros y las autoridades locales a dichas demandas fué otra: búsqueda de apoyo “oficial” para reprimir a
los obreros rurales. Estos grupos hegemónicos, alertaron a las autoridades nacionales del “peligro” anarquista
y sus propuestas a-pátridas y pro-bolcheviques, además de adicionar una supuesta propaganda de influencia
‘chilena’ entre los peones bajo la típica hipótesis del conflicto fronterizo. A la par se informaba que el
colectivo de huelguistas se hallaba ‘fuertemente’ armado. En consecuencia con ello, el ejército nacional al
mando del teniente-coronel H. Varela, emprende dos “misiones pacificadoras” (apoyado por la Liga Patriótica
local y la policía), con miramientos a sellar el control del Estado y su cohorte de capitalistas patagónicos sobre
los “enemigos del orden social”. La primera no generó víctimas fatales, en tanto la segunda fue “coronada” por
la masacre de aproximadamente 1500 peones rurales (la mayoría fusilados) entre 1921-1922. Algunos peones
rurales, se enfrentaron ‘a tiros’ con el ejército, sin embargo la mayoría de aquellos, fueron ejecutados, sin más
“juicio previo” que la supuesta peligrosidad pública ó la entrega-elección ‘a dedo’ de los patrones estancieros.

La protesta y el estado de agitación social anarquista, continuaron en los últimos días del gobierno de
Yrigoyen y del posteriormente electo (radical) M.T. de Alvear. Hubo huelgas generales en 1923, 1924 y 1927,
la primera de ellas acompañada con una movilización (montada por la F.O.R.A.) para exigir la liberación de
Kurt Wilckens13, el ‘vindicador’ de los obreros patagónicos asesinados por el jefe militar Varela. (Iñigo
Carrera, 2004:39).

Durante la “decada infame” (1930-43), período político ocupado por gobiernos militares autoritarios y
pseudo-democráticos (militar-conservadores), basados estos últimos en el fraude electoral “patriótico” y la
violencia política, la militancia anarquista pudo sostenerse a ‘duras penas’ sufriendo los ‘últimos embates
represivos’ desde los canales de coerción estatal. El patriotismo exacerbado (base simbólica que dinamizaba
los ‘arrebatos autoritarios’ del orden hegemónico) reforzó la figura del enemigo ácrata frente a la re-emergente
entidad del “ser nacional”.
Con el ‘golpe de estado’ uriburista (setiembre de 1930), se aplicará la ley estatal de resguardo del
orden social (contradictoriamente constitucional) y el derecho marcial, para enfrentar al colectivo y las
individualidades libertarias: “…Uriburu no sólo gobernó con la ley de Estado de Sitio […] sino también con la
Ley Marcial. Las únicas bajas que produciría ésta última pertenecerán al movimiento obrero: en 1931 son
fusilados tres anarquistas: Di Giovanni, Scarfó y Penina…” (Rapoport-Golbert, 1973:423). El gobierno de
Uriburu persiguió a los anarquistas con especial saña: “…Se atribuye a Uriburu haber dicho en un discurso:
“Yo he venido acá para limpiar al país de gringos y gallegos anarquistas”…” (Iñigo Carrera, 2004:57). El
general golpista se encargó de clausurar periódicos anarquistas como “La Protesta”, encarcelar militantes y
obreros libertarios y torturarlos con la “picana eléctrica” (Abad de Santillán, 1958, en: Rapoport-Golbert,
1973:435). La F.O.R.A., proscripta, se mantuvo en la clandestinidad, no así la otra central de trabajadores
(creada en 1930): la C.G.T. (Confederación General del Trabajo) conformada por sindicalistas y socialistas,
cuya “neutralidad” ante el ‘golpe de estado’, devino luego en acercamiento a los gobiernos de Uriburu y A. P.
Justo (Iñigo Carrera, 2004:50). Levantado el ‘estado de sitio’, en 1932, conforme al establecimiento del
gobierno de Justo, surgen algunas huelgas de ramas específicas (petroleros y frigoríficos) y una huelga general

13
Wllckens, no salío de prisión con vida, fué asesinado en junio de 1923, por un soldado de la guardia penitenciaria

11
proclamada por la F.O.R.A.(anarquista) “contra la acción de bandas armadas que atacaban actos obreros”, con
escasa repercución (Iñigo Carrera, Op.cit.:52).
La “última” huelga general, que llevaría el sello organizativo del movimiento anarquista (compartido
con los militantes comunistas y socialistas en menor medida), sería aquella desplegada en la ciudad de Buenos
Aires en 1936, en el marco de una prolongada huelga llevada a cabo por los obreros de la construcción (entre
octubre del 35 y enero del 36). Los móviles reivindicativos se centraban en el reconocimiento del sindicato
(por rama), mejoras salariales, de salud y descanso laboral. Respecto del pedido de legalización sindical, los
anarquistas tuvieron dos posiciones enfrentadas: por un lado la oposición de la F.O.R.A., que seguía adherida
a sus lineamientos de la organización obrera por oficio, la acción directa como método de lucha y el rechazo a
la injerencia estatal en las negociaciones patronales-obreras; los comunistas, socialistas y sindicalistas, optaban
en cambio por la organización por rama y la intervención estatal (Iñigo Carrera, 2004:125). La otra posición
anarquista (menos ortodoxa) en la huelga del 35-36, fué la de agrupaciones como la Alianza Obrera Spartacus,
que compartía la conducción (minoritaria) de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, con los
comunistas. Igualmente, seguían reivindicando la huelga general, la acción directa en las calles y la lucha no
sólo gremial sino por el proletario en forma conjunta. La diferencia estaba en el apoyo que otorgaban a los
comunistas y a todo “movimiento mejorativista de los trabajadores” alejado del intervencionismo oficialista.
La huelga, sin embargo fué resuelta con el apoyo del Departamento Nacional del Trabajo (Iñigo Carrera, 2004:
277-278).
La huelga general de enero de 1936, ‘trajo a flote’ los “viejos métodos” de acción directa del
proletariado organizado (de inspiración anarquista): manifestaciones y asambleas callejeras, incendios
vehiculares de transporte público y carga, piquetes y enfrentamientos armados con la fuerza policial.

A partir de la década de 1940, comienza una ‘diáspora anarquista’ (A. Petra, 2001) hacia otras
identidades políticas de lucha proletaria, obviamente muchos militantes libertarios se enrolaron en el
movimiento peronista surgido en 1943. El anarquismo, sugieren algunos investigadores, perdió ‘densidad
militante’ cuando la masa trabajadora, ensanchada con los hijos de los inmigrantes, asume los ideales
nacionales y patrióticos que sus predecesores habían relegado por el ideal cosmopolita. Esta fuerza moral que
animaba la resistencia obrera ante el Estado y el capitalismo, mutará en “doxa moral” del trabajador a secas.

4. Dinámica reaccionaria y preventiva de la iglesia católica argentina frente al movimiento anarquista.

La iglesia católica argentina responde al avance del “adversario/enemigo” ácrata, desde orientaciones
discursivas y acciones prácticas, vinculadas a formas opuestas en esencia, aunque ambas de carácter opresivo,
según el pensamiento anarquista: la generación de un concenso social inspirado en parámetros hegemónicos ó
el apoyo a un dominio político-militar de tipo coercitivo. Moviliza dinámicas (diferenciadas) sobre la
“cuestión social”: una forma preventiva, de la mano de ciertos intereses y reivindicaciones de la clase obrera
(un vínculo “reformista”) y otra totalmente reaccionaria de neto carácter opresor.
La dinámica “preventiva” es reflejada por H.Recalde (1985), respecto del período ‘1874-1910’, en
momentos que el movimiento anarquista desplegaba sus primigenias formas de acción directa en el espacio
público de la ciudad de Buenos Aires. La otra dinámica de tipo “opresiva y reaccionaria”, se corresponde con
una etapa procesual localizada hacia fines de la década del ’20 y la totalidad de la del ’30, reflejada por L.
Zanatta (1996), en su interpretación del “catolicismo nacionalista”, afianzado bajo un estado represivo de corte
autoritario cívico-militar.

Respecto del anarquismo, lo que más interesaba a la institución vaticana, promotora de las políticas
para la iglesia a nivel mundial, era una necesidad de actuaciones estatales sobre la “cuestión social” a manera
de paliativos que cortaran la cadena organizativa de los obreros y militantes ácratas. La iglesia católica de
fines del siglo XIX, se mantenía en “estado de vigilia” frente a los intentos de inicio de la ‘revolución social’
que era el fin primordial del anarquismo. Recalde afirma que la acción política de la iglesia, se presenta como
una fórmula preventiva ante la “cuestón social”: “…La doctrina social que la iglesia comienza a elaborar en
ésta época (1870), fué una respuesta conservadora a los problemas que engendraba el liberalismo económico
contrapuestos a los proyectos radicales del socialismo…” (Op.cit.;1985:46). En Hispanoamérica, sugiere el
autor, la posición de la iglesia ante el liberalismo fue reactiva, sobre todo respecto a las ‘libertades de culto’

12
instauradas por los Estados modernos ó la imposición de la enseñanza laica; en cambio ante el socialismo (y su
variante más radical, el socialismo libertario) su acción fue preventiva (Op.cit.;1985:32).
En 1891, el Papa León XIII, da a conocer una ‘encíclica’ (documento papal) denominada ‘Rerum
Novarum’14, el cual tenía por fin orientar a los fieles católicos (especialmente en el poder político) a tomar
“cartas en el asunto” de los problemas sociales. En Argentina, ésta encíclica, figura como:

“…la matriz de la acción social de los católicos argentinos […] labor de estos [que] estuvo guiada por una
preocupación central: preservar el orden social de conmociones revolucionarias, [por lo que]de aquí
derivaron dos orientaciones básicas: contrarrestar la creciente influencia de los socialistas y los anarquistas
entre los obreros y promover la intervenión del Estado, mediante una legislación que resolviera los
problemas más importantes que afectaban a los trabajadores…” (Recalde, 1985;19-20).

A la espera de que el Estado asumiera la fórmula preventiva para la preservación del orden social
(según las ‘orientaciones vaticanas’) la iglesia argentina interviene en la sociedad civil con modelos de
organización política “propios” mediante los que se intentaba re-encauzar a los obreros “caídos en la idea
revolucionaria”. Se crean los denominados Círculos de Obreros Católicos, organizaciones de “refugio” ante
los modelos revolucionarios anarquistas y reformistas socialistas. Esta iniciativa de cooptación católica sobre
los militantes obreros fue una dinámica preventiva, que pretendía sin mayores concesiones la ubicación de la
protesta sobre los carriles de las futuras políticas hegemónicas. La iglesia católica se opuso a la lucha
revolucionaria, mediante el apoyo a un “tímido”reformismo laboral:

“…Para el incipiente movimiento obrero organizado [a principios del siglo XX], la existencia de
organizaciones gremiales fuertes e independientes de los patrones y del Estado era la condición básica para
el efectivo logro de las conquistas sociales, el proyecto de código de trabajo [adscripto a los linemientos del
Vaticano] y la orientación social de los católicos, por el contrario, intentaron coartar la acción
independiente de los trabajadores, haciendo de la iniciativa legislativa del Estado y de su tutela sobre las
leyes aprobadas, los recursos para mejorar la situación proletaria…” (Recalde, 1985:52)

Las prácticas organizadas de los círculos de obreros católicos intervinientes en el estado de


confrontación obrero-patronal, generó asimismo dinámicas interruptivas en los repertorios de acción directa
del proletariado revolucionario y las acciones reivindicativas del reformismo-socialista. Los trabajadores
católicos participaban en los contingentes de obreros ‘rompehuelgas’ (contratados por los agentes capitalistas),
conocidos entre los huelguistas por el apelativo de ‘krumiros’15.
Interesa por último, destacar la “contra-ofensiva discursiva” de los obreros socialistas y anarquistas
enrolados en la F.O.A., respecto de la iniciativa ‘rompehuelga’ de los obreros católicos. En el 2° Congreso de
la federación, acaecido en 1902, sugerían: “…Todos los obreros sin distinción de color, creencia ó
nacionalidad, son nuestros hermanos. [sin embargo] Las sociedades católicas de obreros deben ser combatidas
por las sociedades gremiales y por todos los obreros conscientes en general por ser de resultados perniciosos
para la clase trabajadora…” (Abad de Santillán, 2005:95).

En los años ’20, surge en Argentina, una corriente ideológica que L. Zanatta (1996) denomina como
“catolicismo nacionalista”. La emergencia de dicha corriente política se entronca dentro de un período de
crisis del proyecto y los valores liberales en el país (fines de 1920 y la década del 30), siendo el ‘golpe de
Estado’ a la cabeza del Gral.Uriburu (1930), el hecho concreto de la ‘debacle liberal’ a manos de una
“tradicionalidad” civil, militar y religiosa de carácter autoritario.
El accionar de instituciones como el ejército y la iglesia por un lado y de otras “informales” como las
‘Ligas Patrióticas’ (comandos civiles armados), giraba en torno a discursos y prácticas autoritarias y reactivas.
Compartían el imaginario de una “mítica armomía social” quebrada, de necesaria recomposición; rechazaban

14
El ‘Rerum Novarum’ orientaba sobre los siguientes aspectos relacionados a las demandas del proletariado organizado en acción
colectiva: “tratamiento más humano e igualitario para los obreros; repartición mayor del fruto de trabajo; mayor equidad en el salario;
derecho de asociación profersional e intervención de una justicia conciliadora y de paz entre la clase obrera y capitalista” (Recalde,
1985:22).
15
Recalde, informa de la participación de los ‘obreros católicos’ en huelgas de trabajadores rurales y urbanos, entre 1901-02, en varias
ciudades del país como Rosario, Bahia Blanca, San Nicolás, etc.

13
los parámetros de una sociedad pluralista, cosmopolita y secularizada; mediaba una exaltación de ánimos
nacionalistas y confesionales.
Las ideas libertarias (anarquistas), las socialistas y comunistas, eran consideradas dentro de éste
período exacerbado, como agresiones morales contra el ‘ser nacional’, ente simbólico “defendido” a
‘rajatabla’, tanto por religiosos como por militares. La autora define a la década del ’30, como aquella en la
que a manera de ‘cruzada religiosa’ se intenta instaurar una “nueva cristiandad”, basada en la
confesionalización de la identidad nacional, el anti-liberalismo y el anti-comunismo (Op.cit.:19), sumado al
rechazo del movimiento anarquista por su tendencia ateísta y a-pátrida.
El “reencuentro” en la década del ’30 entre iglesia y ejército, tras el lapso de ‘distanciamiento’
promovido por el liberalismo en Argentina, se sostuvo: “…por un lado, en la invocación común de la
tradición, de la cual ambos se erigieron en naturales y exclusivos depositarios, y por el otro en la lucha contra
el socialismo [incluído el socialismo libertario] “disolvente” y “antipatriótico”…” (L. Zanatta, 1996:33).

5. Expresiones artísticas y propaganda anarquista

El arte teatral, puede considerarse dentro del movimiento anarquista, como un medio adecuado a la
difusión identitaria de su cosmovisión y cultura política particular. Las prácticas artísticas, educativas y
comunicacionales presentaban un vínculo cultural con la proyeción de una realidad social libertaria. Como
afirma A. Petra (2001): “…La cultura (en su sentido más general) será para el anarquismo una cuestión
medular […] Subsidiaria de ésta especificidad fue la intensa labor educativa libertaria, periodística y
propagandística desarrollada desde ámbitos como centros y círculos sociales, bibliotecas, escuelas
racionalistas y grupos filodramáticos y difundida a través de folletos, libros, periódicos y publicaciones
varias…” (Op.cit:.:5-6-versión web). La inversión de trabajo intelectual volcada a la producción de medios de
comunicación gráficos, por ejemplo, se vincula a la necesidad de re-crear un ‘estado de conciencia
libertaria’entre los obreros; en 1910, explica Abad de Santillán (1933 (r.2005)): “…El movimiento obrero
había asumido tales proporciones, que hubo necesidad de publicar un diario más en Buenos Aires, La Batalla,
órgano vespertino, como La Protesta era diario de la mañana…” (Op.cit:205-206).

El teatro, fué un medio artístico utilizado por la cultura anarquista como instrumento propagandístico-
político. Se trataba de espacios de expresión y militancia denominados “cuadros dramáticos sociales” (ó
cuadros filodramáticos): puestas en escena teatrales, cuyos fines eran ‘activar’ en la conciencia del
proletariado las implicancias de las formas sociales opresivas sobre la “naturaleza” libertaria de las personas.
Estos espacios artísticos, desplegados por socialistas y anarquistas, desde la última década del siglo
XIX, en especial por actores-militantes inmigrantes (T. Klein, 1996), reflejaban escenas diarias de la vida
laboral, familiar y social, en relación a los mecanismos de dominación hegemónica.

La programada “velada teatral”, primordiaba por lo general con la entonación coral de una canción-
himno del proletariado: “Hijos del pueblo”16, dejándose luego el escenario a disposición de los actores-
militantes, que como número central, encaraban el “drama social”. En ‘entre-actos’ y cierres de función se
daba paso a una conferencia tendiente a reforzar el sentido del “drama social” y la identidad política de los
obreros y militantes asistentes.
Se solía entreverar en los teatros donde se desarrollaban los cuadros filo-dramáticos, la actuación de
payadores criollos improvisando “milongas libertarias”; la siguiente era una de ellas: “…Abajo los usureros/
mueran todos los rentistas/ todos los capitalistas/ y la religión impía/ que ya se aproxima el día/ de la paz
universal/ y del concierto social/ bajo el sol de la anarquia…” (Op.cit:131). Por otra parte los títulos de las
obras anarquistas, respondían a variados slogans de lucha proletaria-libertaria: “¡Hambre!”; “El pecado es la
miseria” y “Alas” (vgr.:libertad).
Los actores y guionistas eran militantes predispuestos a la labor propagandística: “…La labor de los
integrantes del grupo [teatral] era asumida como una militancia, demostrada por el hecho de que destacados
luchadores sociales intervenían como autores e intérpretes…” (T. Klein, 1996:130). En 1903, se funda en
16
La canción-himno proletario "Hijos del pueblo”, exclamaba lo siguiente: "Hijo del pueblo / te oprimen cadenas / pero esa injusticia /
no puede seguir. / Los proletarios luchan / contra la burguesía / y antes que esclavos / prefieren morir./ Levántate, pueblo leal / al grito
de revolución social / reivindicación hay que exigir / sólo la unión lo podrá / chancho burgués, ¡atrás, atrás!".

14
Buenos Aires, un conjunto filo-dramático integrado por militantes de algunas “sociedades de resistencia
obrera” (ibidem), primigenias organizaciones anarquitas contra el capital y el Estado.
Hacia el año 1905, afirma Klein, ya se advierte un estancamiento en el desarrollo de éstas actividades
artísticas libertarias, que luego de los picos represivos de 1919-1921, declinan “evidentemente en su número”
(Op. cit.:133).
Autores teatrales y escritores argentinos de reconocida filiación anarquista como Florencio Sánchez y
Alberto Ghiraldo, dieron los “primeros pasos” de sus carreras en los “cuadros dramáticos sociales” (ibidem).

6. Pedagogía anarquista

El proyecto liberal de organización del Estado-Nación argentino, promovió entre sus múltiples
objetivos la aplicación de una estructura educativa ‘laica, gratuita y pública’, la cual mediante la ley nacional
1.420 de “Educación Común” (1884), instauró la escuela estatal, cuyos principales objetivos eran alfabetizar y
unificar a la población, afianzando la idea de nacionalidad y patriotismo sobre las diferencias étnicas y
sociales, a la par que se moldeaba la figura del ‘ciudadano’ legítimamente concebido de acuerdo a derechos y
obligaciones contractualistas, avalados por una clase social dominante. Sin embargo la cultura política
anarquista desplegaba paralelamente al desarrollo de las educación hegemónica, su propia ‘pedagogía
revolucionaria’. Dentro del período 1890-1913, se activó un proyecto anarquista para concretar una escuela
autogestiva (al menos en la ciudad de Buenos Aires), fuera del sistema oficial (A. Sardu, 2008:192).

Los anarquistas eran conscientes del valor de la acción pedagógica para la reproducción de la
dominación simbólica (nacionalidad, ciudadanía y patriotismo) y económica sobre las masas proletarias,
ligadas ambas, a su faceta de disciplinamiento social. Julio Barcos, un pedagogo anarquista de principios de
siglo XX, definía de la siguiente manera a la escuela estatal (1913): “…La escuela del estado sujeta al niño,
física, intelectual y moralmente para dirigir el desarrollo de sus facultades según el deseo de los
gobernantes…” (citado en A.Sardu, 2008:197). Estas palabras de J. Barcos, se erigen como el reflejo negativo
de los discursos provenientes de pedagogos “oficiales”, como Carlos O. Bunge (1910), el cual afirmaba:
“…La falta de disciplina social […] puede producir una especie de selección al revés, llevando a los
ciudadanos menos aptos y rectos a los puestos de dirección y gobierno […] conviene [pues] que el pedagogo
argentino se preocupe seriamente de inculcar sentimientos de disciplina en sus educandos desde la infancia.
Que aprendan los niños a obedecer y respetar…” (citado en M. Solari, 1978:205).
Ciertos pedagogos anarquistas de Argentina, como el citado J. Barcos, seguían los lineamientos de un
educador ácrata de origen catalán (de principios del siglo XX) llamado Francisco Ferrer i Guardia, que
propuso: “…la creación y difusión de escuelas racionales que inculcarían a los individuos las ideas de ciencia,
libertad y solidaridad, evitando transitar por el autoritarismo y el confesionalismo que reinaba en las escuelas
burguesas de la época…” (A. Sardu, 2008:194). La doctrina educativa de éstas escuelas era de tipo
racionalista: se practicaba la enseñanza científica y teórica. Conjuntamente se incentivaba el aprendizaje de
trabajos manuales que pudieran servir en el futuro a los niños como medio de subsistencia y desarrollo
autogestivo. Las escuelas creadas por Ferrer i Guardia (llamadas Escuelas Modernas) se sostenían bajo
parámetros libertarios específicos: “…el ateísmo, la coeducación sexual y de clases [con los padres], la base
científica de la enseñanza y una amplia libertad otorgada a los alumnos, incluyendo la eliminación de premios
y castigos…” (Op.cit.:193). Asimismo el principal objetivo, que éste pedagogo ácrata proponía era el del
“adoctrinamiento” de los niños en los fines revolucionarios, mediados por una reflexión centrada en el
pensamiento libertario (L. Buchanan, 2007). El anarquismo se aferraba a la educación como el principal
órgano de liberación del individuo frente a la dominación estatal y capitalista; por ello, los seguidores de las
ideas de Ferrer en Argentina, promovían la concresión de estructuras pedagógicas pre-revolucionarias, a partir
de las cuales sería luego posible la transformación del orden social17.
La específica función liberadora de la pedagogía anarquista, tenía por miramientos junto a lo que
podemos denominar como formación de ‘cuadros revolucionarios’, la ejecución de una dinámica educativa
que en la práctica intentaba alejarse del modelo estatal. J. Barcos en 1913 definía en su “Plan de una escuela
integral”, las características que debía “combatir” ideológicamente y reconvertir, la pedagogía libertaria:

17
A la par de la tendencia pedagógica pre-revolucionaria, A. Sardu, afirma, citando a Suriano (2004) que existía una orientación
‘bakuninista’ que planteaba la educación anarquista una vez ya concretada la revolución social. (Op.cit.; 2008:193)

15
“…Libertar al niño de la opresión del método, el programa, la autoridad del maestro, los exámenes, es
liberarlo del espíritu de rebaño, salvarlo de la uniformidad y la rutina que matan las condiciones asimilativas y
creadoras de la inteligencia […] Bajo la hipocresía se cambia la palabra amo en patria y educa a los niños con
el amor a la patria, la obediencia a las autoridades…” (citado por A. Sardu, 2008:197).

Algunas escuelas anarquistas lograron ver la luz en la práctica. Las primeras de ellas, fueron la
Escuela Libertaria “Los Corrales” de Parque Patricios (Buenos Aires) entre 1900-01 y la Escuela Laica de
Lanús (Pcia. de Buenos Aires) en 1906. Para 1909, había tres Escuelas Modernas (inspiradas en la propuesta
de Ferrer, asesinado en España, el mismo año): la de Buenos Aires [sic], la de Luján y la de Villa Crespo
(Buenos Aires) que contaban en total con 250 alumnos. Estas escuelas libertarias, terminarían siendo
clausuradas ese mismo año, por ‘cuestiones de seguridad interna’ en consonancia con el estado de sitio (L.
Buchanan, 2007), las deportaciones y las encarcelamientos, como dinámicas represivas aplicadas al
movimiento anarquista, por los órganos “legales” del Estado. El año 1909, se vincula al ajusticiamiento del
jefe policial porteño R.L. Falcón a manos del anarquista ruso Simón Radowitski, dicha experiencia dejó un
‘sabor amargo’, respecto de la propuesta política anarquista, incluída la faceta pedagógica.

7. Vindicación anarquista: forma jurídica contra-hegemónica

Las formas jurídicas del Estado, se hallan consustanciadas con formas de conciencia específicas que
devienen pretensiosamente como de carácter unívocas; en tanto son producciones culturales provenientes de
las clases sociales dominantes (burguesía y oligarquía). Sin embargo ciertas culturas subalternas y en especial,
aquellas que trascienden al plano de lucha contra-hegemónico, como es el caso del anarquismo, poseen sus
propias formas jurídicas, las cuales se posicionan activamente, respondiendo a las agresiones “legales” y
violentas desplegadas por las instituciones hegemónicas.

El escritor ácrata Rafael Barret, asiduo colaborador de la prensa anarquista de principios del siglo XX
y productor intelectual de folletos de propaganda revolucionaria, en una de éstas producciones titulada “El
terror argentino” (1910), describe desde un punto de vista “nativo”, la forma jurídica básica del anarquismo: la
vindicación. El contexto social desde el cual, Barret, expone la esencia vindicativa, como justificación de su
proceder, viene dado por una fuerte atmósfera represiva en la cual se desarrollaban las actividades políticas del
movimiento anarquista. A ello, debe sumársele el clima “festivo” del 1°centenario de vida de la “patria” tan
poco apreciada por la cosmovisión anarquista. Barret, desliza su pluma para “amenazar” a un ‘vosotros’, que
no es otro que el mismo orden hegemónico:

“…Vosotros inaugurasteis el terror con la ley de residencia. Vosotros lo instalasteis con la matanza del
1°de Mayo de 1909. Los crímenes de los terroristas son un tenue reflejo de vuestros crímenes […] Por el
asesinato de Falcón, obra de un niño [S.Radowitzky, de 18 años] que en vuestras garras está y por reclamar
los trabajadores durante el centenario la derogación de la ley de residencia, habéis encarcelado, deportado,
confinado [a la cárcel de Ushuaia], torturado millares de inocentes [sin embargo] Hay otros tribunales que
los vuestros. Dellepiane [jefe del ejército] caerá como cayó Falcón. Figueroa Alcorta [presidente del
período] caerá como tantos jefes de estado han caído, víctimas de la dinámica social. El que ha hierro mata
a hierro muere…” (R. Barret, “El terror argentino”, 1910; citado en R.Gómez, 2004:9)

El fragmento textual de Barret, nos otorga un panorama de lo que anteriormente definíamos como la
criminalización del anarquismo, tal es la interpretación en el instante en que el autor responde a la nominación
de terroristas con que eran asimilados los militantes libertarios; por otro lado refleja el principio fundamental
de la vindicación: la antigua ‘ley del talión’ (sin obvias connotaciones ó influencias religiosas hebreas por
parte del anarquismo ateo). En un sentido extrictamente histórico la amenaza del intelectual ácrata contra el
presidente de la oligarquía, Figueroa Alcorta, venía precedida por un atentado hacia su persona en 1908 a
manos del anarquista F. Solano Rejis y un anterior intento vindicativo “fallido” frente a su predecesor
Quintana, también considerado como ‘tirano opresor del pueblo’, en 1905 a manos de S. Planas.

Los dos casos más importante de aplicación concreta de la “justicia anarquista”, han sido sin dudas: el
del asesinato del jefe policial porteño Ramón L. Falcón en 1909 y el caso del ‘ajusticiado’ comandante del
ejército argentino H. Varela en 1923.

16
Para delimitar estos casos específicos de vindicaciones, optaremos por reflejar sendos fragmentos de
dos historiadores del movimiento obrero libertario (Abad de Santillán y Bayer).
Respecto del primer hecho cronológicamente acaecido, el de Falcón, debemos situarnos en el
sangriento suceso histórico conocido como la “semana roja” (bajo el gobierno de Figueroa Alcorta), en el cual
fueron asesinados 8 obreros que conmemoraban la celebración del día del trabajador en Plaza Lorea (Bs. As.)
[ver: acápite 3]. Tras los incidentes del 1° de mayo, objetivamente situados como una ejecución pública de
militantes obreros revolucionarios, el desenlace fatal del represor ya estaba en camino a consumarse, así lo
sugiere Abad de Santillán.:

“…Como se había anunciado en repetidas ocaciones, el coronel Falcón, perseguidor encarnizado de los
anarquistas, tenía que caer bajo la mano del vengador del pueblo, y cayó. El 14 de noviembre de 1909, uno
de los concurrentes a la masacre del primero de mayo, Simón Radowitzky, le arrojó una bomba que le
causó la muerte…” (Op.cit.:196; resaltado en bastardilla propio).

El segundo caso de vindicación, viene precedido por la matanza de los obreros huelguistas en la
provincia de Santa Cruz (1921-22). Esta vez el ejército nacional fué el ejecutor de los fusilamientos masivos
que arrancarían la vida a los peones rurales del sur del país [ver acápite 3].
O. Bayer, relata en su libro “La Patagonia Rebelde” (1985), el hecho concreto de la muerte de Varela y
el sostén jurídico relacionado a la cosmovisión anarquista: “…El comandante Varela ya está muerto [es el dia
27 de enero de 1923]. Diescisiete heridas graves: doce producidas por la bomba y cinco balazos en la parte
superior del cuerpo […] Parece que al alemán Wilckens no le ha temblado la mano. Le ha aplicado lo que los
anarquistas llaman la justicia proletaria. En un muerto ha resumido los centenares de fusilados en la
patagonia…” (Op.cit.:357; resaltado en bastardilla propio).

8. Feminismo libertario.

El comunismo anárquico, hacia fines del siglo XIX, sostenía la necesidad de construir un nuevo orden
social, caracterizado por los vínculos igualitarios entre los seres humanos. La proyectada equidad que
dinamizaría las interrelaciones sociales, era un contrapunto del desprecio por el autoritarismo, vehículo
principal de una desigualdad social latente, que el sistema ideológico libertario discernía concientemente en
sus orígenes emergentes: las instituciones sociales, económicas y políticas burguesas, la religión católica y la
organización patriarcal de la familia. Como afirma M. Belluci (1990), el anarquismo “batallaba” contra dos
ámbitos ó “mundos” autoritarios: “…En el mundo público [contra el] Estado, los partidos políticos y la Iglesia
y en el mundo privado surge un deseo proclamado de antiautoritarismo masculino…” (Op.cit.:1). Respecto del
mundo privado, el sector feminista enrolado en el comunismo anárquico, cuestionaba la organización de la
familia burguesa, pero también la forma en que la familia proletaria reproducía los lineamientos
“civilizatorios” del orden patriarcal y sus relaciones dométicas derivadas. El feminismo anárquico, se oponía
al matrimonio, considerado una institución burguesa que negaba la libertad amatoria, reemplazada ésta por un
vínculo contractualista (“pacto con una ausencia de afecto real”, Belluci, 1990:2) que a su vez, era
‘desenmascarado’ como el “entronamiento” de la figura masculina y patriarcal sobre el “desprestigio” y la
subordinación de la mujer: “…De allí la apelación a la unión libre fundada en el amor verdadero que anule
cualquier diferencia y disparidad…” (Bellucci, ibidem).

Las formas de vida del proletariado, consustanciadas con las penurias de los ‘hogares pobres’ y del
trabajo no solo masculino, sino también infantil y femenino, determinaron el surgimiento de una conciencia
revolucionaria sobre las instancias de reproducción del sistema económico-social (intra y extra marital-
familiar). Molyneux (2002),afirma al respecto: “…El énfasis anarquista en la opresión y las relaciones de
poder […] abrió un espacio dentro del cual las mujeres podían ser vistas simultáneamente como víctimas de la
sociedad y como víctimas de la autoridad masculina…” (Op.cit.: 23). Aún dentro del mismo movimiento
obrero anarquista, se atacaban las posturas naturalizadas del “poder masculino”; así lo expresa al menos, la
editorial n°1 del periódico anarco-feminista “La Voz de la Mujer”18 (Buenos Aires, 1896): “…hastiadas de

18
El periódico “La Voz de la Mujer”, afirma M. Molyneux: “…era uno de los típicos diarios pequeños, semiclandestinos y efímeros de
la tendencia comunista-anarquista, que reivindicaba la “propaganda por los hechos…” (Op.cit.:17); es decir fue creado, conjuntamente

17
pedir y suplicar, de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores ó de viles
esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos nuestra parte de
placeres en el banquete de la vida…” (M. Molyneux, 2002:19). El planteo libertario feminista, descansaba en
una negación de aquello que reconocían como el ‘ethos autoritario’ de la sociedad moderna, por ello
reivindicaban un resumido discurso tríptico: “…Ni Dios, ni patrón, ni marido…” (“La Voz de la Mujer, n°4
(1896), en Molyneux, 2002:23); que a su vez incitaba a la acción directa, con frases como la siguiente:
“…tenemos derecho a emanciparnos y a ser libres de toda clase de tutelaje, ya sea social, económico ó
marital…” (“La Voz de la Mujer, n°2 (1896); Op.cit.:21).
El feminismo anarquista, surgido en Buenos Aires en la década de 1890, se sostuvo pues, en su
función expositiva pública acerca de los efectos opresivos “enquistados” en el ‘mundo privado’, a la par que
afirmaba la necesidad de difundir y concretar un ‘habitus’ emancipador en la mujer proletaria. Al respecto,
sugiere M. Belluci (1990), que habrían sido abordados los siguientes ‘planteos vertebrales’ para la
construcción de una nueva posición femenina en la relación intergenérica: “…La problemática femenina
abordada por el anarquismo local, se vertebra en torno a los siguientes planteos: Libertad de amar […] La
unión libre […] métodos contracepcionales […] las enfemedades venéreas […] Abolir la prostitución […]
Maternidad idealizada [y] la familia anarquista…” (Op.cit.:5-10).
La búsqueda de la “libertad amatoria” implicaba, según la autora, el establecimiento de: “…relaciones
equitativas entre los sexos dentro y fuera de la familia las que [permitirían] derribar el doble código sexual del
modelo familiar burgués imperante…” (Op.cit.:5). Respecto de la proyectada unión libre, se buscaba afianzar
un modelo vincular alternativo fundado: “… en el amor y la igualdad entre los sexos, sin la intervención de los
poderes públicos ó religiosos…” (ibidem). La Federación Libertaria de los Grupos Sociales Anarquistas
(Bs.As., 1899), definía en una declaración de principios (identitarios) su posición sobre el matrimonio
“burgués” de la siguiente manera: “…La mentira matrimonial es una forma de contrato mercantil legitimado
por la unión sin amor, que determina delitos de hipocresía y violencia…” (ibidem).
La familia para el anarquismo no se concetraba tan solo en el modelo burgués patriarcal originado para
el sistema hereditario de bienes (familiares) privados, sino, como afirma la militante Juana Rouco (Necochea,
1923): “…Nuestra familia es más grande que esa pequeñita mole de herederos: es la inmensa humanidad
universal que se debate en una cruenta lucha sin cuartel para desasirse de todos los mitos que la maniatan a
una familia de explotación y de egoísmo sin límites…” (Bellucci, ibidem).
Respecto de los métodos contracepcionales y las enfermedades venéreas, el anarquismo destinaba sus
esfuerzos a informar y proteger sobre la salud reproductiva y sexual de las mujeres proletarias. Asimismo
vinculaba el contagio de las enfermedades de transmición sexual a la práctica de la prostitución en relación a
la actividad sexual extra-matrimonial ejercitada por sus maridos (Bellucci, Op.cit.:8). Para la instancia de
abolir la prostitución, los anarquistas proponen: “…una toma de conciencia generalizada sobre la cosificación
del cuerpo a la que es expuesta la mujer. Paso seguido estimulan su ingreso al mundo fabril y su incorporación
a la clase obrera…” (Bellucci, Op.cit.:9); sin embargo incitan a sus cuadros a mantenerse en vigilia y
responsabilidad ante los usos y costumbre de su vida cotidiana. (ibidem).
La maternidad fué concebida dentro del movimiento anarquista de manera ambivalente, por un lado
como maternidad idealizada, “apoteosis de todas las mujeres” (Juana Rouco Buela, 1923), en tanto por el otro
se vinculaba a parámetros de autorregulación reproductiva, en apoyo de: “…un modelo de mujer con escasas
obligaciones familiares y domésticas ante la ausencia de una maternidad contínua [con el fin de generar] una
toma de conciencia de su condición subordinada y la conversión a una participación activa en las luchas
sociales…” (Bellucci, 1990:10).
La proyección de la familia anarquista, era un llamamiento a la ruptura con el modelo civilizatorio
burgués, una “lexicalidad revolucionaria antiburguesa” (Bellucci, Op.cit.:11), cuya presencia discursiva en el
espacio público apuntaba a desnaturalizar el estado de desigualdad existente entre hombres y mujeres dentro
de la vida “privada” conyugal.

a su especificidad feminista, para la propaganda de una acción directa revolucionaria. Tuvo un año de duración y un ‘tiraje’ de entre
1000 y 2000 copias dependiendo de los fondos que provenían de “donaciones” y subscripciones voluntarias de militantes.

18
9. Conclusiones

El proceso histórico que presenta al movimiento anarquista (colectivista e individualista) desplegando


una instancia organizada de lucha para concretar el cambio social (revolución social) entre los años 1870-
1936, debe comprenderse como la “praxis política” del proyecto utópico libertario.
Con el arribo de los inmigrantes anarquistas, se consolida en el plano hegemónico (político y civil) un
imaginario negativo (plasmado en “narraciones” y discursos) acerca de la presencia de un “adversario
político” encaramado a métodos peligrosos de protesta e ideales anti-patrióticos, anti-religiosos y anti-
tradicionales, disolventes del orden social. Este adversario, posteriormente sería resignificado con el
transcurrir de sus acciones propagandísticas, huelguísticas y vindicativas, en un sujeto (colectivo) criminal ó
“enemigo político”, a partir de lo cual se justificaría la intervención represiva de orden estatal-legal ó ilegal: la
‘civilidad reactiva’ de las “ligas patrióticas” ó las prácticas militares autoritarias y genocidas.
El movimiento anarquista, otorgó asimismo a los individuos y grupos sociales dominados, una
identidad política de lucha en pleno proceso de afianzamiento del modo de producción capitalista y los
excesos inhumanos implementados a través de su concepción del hombre/mujer-mercancía. El movimiento
obrero argentino, se nutrió, al menos hasta la década de 1930, fundamentalmente de los discursos y la acción
anarquista por sobre los ideales reformistas socialistas ó los circulos obreros católicos.
Dinamizando una actividad discursiva y práctica contra-hegemónica, los anarquistas buscaban
instalarse no en los sitiales de poder político, sino en una posición hegemónica que diera viabilidad a las
formas de conciencia compartidas respecto de la realidad social proyectada sin autoridades, jerarquías ni
desigualdades; imposibilitada de ejercicio por la organización social estatal y sus redes político-civiles
hegemónicas.
Los proyectos comunista anárquico y de ‘libre asociación individual’, se adecuaban a una cultura
política específica: desprovista de la conceptualización (y la acción) del ‘ejercicio del poder’, apartada de las
estructuras institucionales jerárquicas y de instancias parlamentarias ó partidistas. La cultura política
anarquista representaba un instrumento amplio de propagandización de las ideas y la acción libertaria; se
desplegaba en parámetros pedagógicos y de género, sentidos jurídicos “nativos”, expresiones artísticas y
medios gráficos de comunicación autogestionados por los mismos actores.
La proyección libertaria para la concresión de una “nueva” realidad social, implicaba una dinámica
constructivista de amplio alcance cultural, abarcando no solamente al “mundo público”, sino también a las
relaciones intra-familiares/maritales, incluso atacando la reproducción del modelo civilizatorio burgués
“enquistado” en el proletariado.
Esa misma cultura política, que proporcionaba un ‘habitus’ a la conciencia social y la acción anarco-
individualista, puede ser considerada como un medio cuyo principal fin, era desarmar las redes de poder y
consenso hegemónico.

Salta, marzo de 2009.-

Bibliografìa:

Abad de Santillán Diego (2005), “La F.O.R.A. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la
Argentina”; Ed. Libros de Anarres (Utopia Libertaria), Buenos Aires.

Ansaldi Waldo (1994), “Dime si has mentido alguna vez y si al hacerlo has sentido vergüenza de ser embustera. La
construcción discursiva de los adversarios y de los enemigos políticos, 1910-1930”; en: Revista de Historia n°4
(Universidad del Comahue), Rio Negro (Arg.).

Ansolabehere Pablo (2007), “El hombre sin patria: historias del criminal anarquista”; en: “La ley de los profanos. Delito,
justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940)” (pp.173-208); F.C.E.

Arnaud Emile (2007), “El Anarquismo Individualista. Lo que es, puede y vale”; Ed. Terramar (Utopía Libertaria), La
Plata.

19
Bayer Osvaldo (1985), “La Patagonia Rebelde”; Ed. Hyspamérica, Buenos Aires.

----------------- (2008), “Los anarquistas expropiadores”; Ed. Planeta, Buenos Aires

Bellucci Mabel (1990), “Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alrededor del 900”, en: Nueva
Sociedad n° 109 [www.nuso.org.]

Botana Natalio (1985), “El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916”. Ed. Sudamericana, Buenos
Aires.

Buchanan Luis (2007), “La opción anarquista. La educación libertaria a principios de siglo XX en
Argentina”, en: www.anarquia.org.ar/nodo/886

Corbière Emilio (1974), “Socialistas y marxistas entre dos siglos”, en: “Historia integral argentina. Documentos T.2”
(pp.65-96). C.E.A.L, Buenos Aires.

------------------- (1995), “Las luchas femeninas en el discurso socialista y anarquista.1910-1930”, en:


Desmemoria n°9 (pp.47-59), Buenos Aires.

Del Campo Hugo (1973b), “De la FORA a la CGT T.3”; en: “Historia del movimiento obrero” (pp.65-96); C.E.A.L.,
Buenos Aires
---------------------- (1973a), “Los orígenes del movimiento obrero argentino”; en “Historia del movimiento obrero T.2”
(pp.289-320); C.E.A.L.; Buenos Aires.

Gómez Rocío (2005), “Intertextualidad y anarquía. Rafael Barret y el Centenario”; en: “La Trama de la comunicación”,
vol.10; Ciencias de la Comunicación (Universidad Nacional de Rosario), U.N.R. Editora, Rosario. [versión web]

Iñigo Carrera Nicolás (2004), “La estrategia de la clase obrera –1936-”; Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos
Aires.

Klein Teodoro (1995) “Teatros. Anarquistas y socialistas en el 1900”; en Desmemoria n°9, Buenos Aires.

Molyneux Maxime (2002)“Ni Dios, ni patrón, ni marido”; en: “La Voz de la mujer. Periòdico comunista-anàrquico”
(pp.11-39); Ed. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires.

Petra Adriana (2001), “Anarquistas: cultura y lucha política en la Buenos Aires finisecular. El Anarquismo como estilo
de vida”; en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/2000/petra.pdf

Rapoport Hugo-Golbert Laura (1973) “El movimiento obrero argentino en la Dècada Infame”, en: “Historia del
movimiento obrero T.3” (pp.417-448). C.E.A.L, Buenos Aires.

Recalde Hèctor (1985) “La iglesia y la cuestión social. 1874-1910”; C.E.A.L.; Buenos Aires,

Sardu Ayelén (2008) “Una molesta piedra en el camino: Educación Anarquista”; en revista THEOMAI n°17 (pp.191-
199), Universidad Nacional de Quilmes (Buenos Aires) [http:www.revista-theomai.unq.edu.ar/numero17/ArtSardu.pdf]

Solari Manuel (1978) “Historia de la educación argentina”, Ed. Paidós, Buenos Aires.

Troncoso Oscar (1974) “Los orígenes del anarquismo en la Argentina”, en “Historia integral argentina. Documentos.
T.2” (pp.1-32); C.E.A.L., Buenos Aires.

Zanatta Loris (1996) “Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo 1930-
1943”. Ed. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires.

20

Вам также может понравиться