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EL SACERDOTE, UN REGALO DE DIOS PARA EL MUNDO

Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla con motivo del Día del Seminario

Queridos hermanos y hermanas:


El próximo día 20 de marzo, segundo domingo de Cuaresma, el más próximo a la
solemnidad de San José, celebraremos el Día del Seminario, una jornada eclesial de
mucha raigambre en las Diócesis de España y también en nuestra Archidiócesis.

1. El sacerdote, don de Dios para nuestro pueblo

El lema propuesto en este año, El sacerdote, un regalo de Dios para el mundo,


expresa de modo muy gráfico el origen del sacerdocio, quién es su artífice, y cuál
es su carácter propio. En efecto, sólo a la luz del misterio divino y de su irrevocable
designio de salvación para todos los hombres, es posible comprender
adecuadamente el sacerdocio católico en su verdad más profunda, ser don de Dios
para la humanidad, prolongando en el tiempo el único sacerdocio de Jesucristo.
Sólo en el manantial insondable del sacerdocio de Jesucristo, la vida sacerdotal
encuentra su originaria hermosura. Por ello, no se comprende de modo adecuado el
sacerdocio cuando nos acercamos a él con categorías humanas, con prejuicios u
opciones ideológicas previas, porque su verdad más íntima es Dios, hontanar
inagotable de nuestro sacerdocio.

2. El sacerdote, hombre Dios

El sacerdote, elegido por Dios de entre los hombres, ha de ser ante todo y por
entero un hombre de Dios. Nos lo recuerda el Santo Padre Benedicto XVI en su
reciente Carta a los Seminaristas del mundo: “Quien quiera ser sacerdote debe ser
sobre todo un hombre de Dios”. Al secundar la llamada del Señor a estar con Él,
abandonándolo todo, el sacerdote se expropia de sí mismo y adquiere, por la
eficacia del sacramento del orden, una nueva condición, un modo nuevo de ser y
de estar en el mundo, desde Dios y en favor de todos los hombres. Su corazón
entregado se torna posesión de Dios, configurando de modo definitivo su identidad
personal, su presente y su futuro. El sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino
a Cristo, con quien ha fundido su vida en amor, para perpetuar en el tiempo la obra
del Redentor. Todo en él está enteramente referido a Cristo; y por tanto, sólo a la
luz de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdocio adquiere su pleno significado.
Esta comprensión del sacerdocio desde su fuente, que es Dios, alienta nuestra
confianza en la presente coyuntura, pues a pesar del invierno vocacional que nos
impide atender como quisiéramos las constantes demandas pastorales, tenemos la
certeza de que “Dios no permitirá que su Iglesia carezca de ministros” (OT 6).

3. El sacerdote, presencia de Cristo en su Iglesia

Como expresa el lema de este año, el sacerdocio es un verdadero don de Dios para
el mundo. El servicio ministerial del sacerdote es un destello del amor de Dios por
el hombre, y de la irrevocable voluntad del Señor “que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 4). El
sacerdote es presencia de Cristo en su Iglesia; pregonero infatigable del Evangelio
y maestro de vida cristiana, por la predicación constante de la Palabra de Dios y su
testimonio de vida. Es también padre fecundo del hombre nuevo que brota del
bautismo; vehículo del consuelo divino para los enfermos; y expresión de la
solicitud de Dios por los pobres y desvalidos.
De sus manos consagradas recibimos los beneficios de la divina misericordia,
capaces de levantar al hombre de la postración del pecado y liberarle de su
esclavitud. Los sacerdotes, extendiendo sus manos sobre el pan y el vino y
pronunciando las palabras sacrosantas de la consagración, perpetuán la presencia
real y verdadera de Jesucristo sobre el altar de nuestro mundo, y nos brindan el
alimento del caminante, el viático del peregrino y el sustento que hoy necesitamos
más que nunca para vivir fielmente en los tiempos recios que nos ha tocado vivir.
Al mismo tiempo, hacen posible que en cada sagrario se cumpla la promesa del
Señor de no dejarnos huérfanos y de estar con nosotros “todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28,20).

4. Gratitud a los sacerdotes de la Archidiócesis

Por todo ello, hago mías las palabras del Cura de Ars, San Juan María Vianney,
cuando afirma que "un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el
tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los
dones más preciosos de la misericordia divina". Donde quiera que haya un
sacerdote, mediante el testimonio de su vida sencilla y entregada, se está
afirmando la presencia amorosa de Dios y su fidelidad a los hombres de todo
tiempo y lugar. Por esta razón, no quiero dejar pasar esta ocasión para dar gracias
a Dios por la vida entregada de tantos sacerdotes de nuestra Archidiócesis, que
obedeciendo al encargo recibido del Señor, sirven fiel y ejemplarmente a la Iglesia,
ofrendando su vida, con generosidad y de buena gana, por amor a Dios y en favor
de nuestro pueblo. Recibid, queridos sacerdotes, el afecto, la amistad y el aprecio
sincero de vuestro Obispo, y la certeza de que mi oración os acompaña.

5. Llamada a los jóvenes

Pero siendo cierto que el sacerdocio constituye un verdadero regalo de Dios para
cuantos por su mediación reciben la gracia y los dones de la salvación, no lo es
menos para quienes han sido llamados por el Señor para este ministerio. Por ello,
me dirijo ahora a los jóvenes de nuestra Archidiócesis, para asegurarles que los
primeros beneficiados por el don del sacerdocio son aquellos a los que el Señor
distingue con un amor de predilección, llamándolos a vivir en su compañía,
haciéndoles partícipes de su misión salvadora y sumergiéndolos en las
profundidades de su Corazón.
Queridos jóvenes: cuando Dios llama, Él nos garantiza una vida en plenitud, pues
nos convoca a compartir la vida y la misión de su Hijo, el único que puede saciar las
ansias infinitas de felicidad que laten en vuestros corazones juveniles. Así lo
reconoce San Agustín en sus Confesiones cuando nos dice: “Nos hiciste Señor para
ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. Hoy igual que
ayer, como hiciera el Señor al llamar a los Doce junto al algo de Galilea, Jesucristo
no cesa de invitar a los jóvenes a abandonar los afanes de este mundo e iniciar su
seguimiento. Por ello, “si hoy escucháis su voz”, como nos dice el salmo 94, yo os
ruego en nombre de la Iglesia y de tantos hermanos que os necesitan, que no
cerréis vuestro corazón, que entreguéis vuestra vida al Señor y pronunciéis un sí
generoso imitando a la Virgen María. La paga será la felicidad en esta vida, una
felicidad que el mundo no puede dar, y el ciento por uno en la vida futura.

6. La misión de las familias cristianas

Después de evocar el don hermosísimo que supone la vocación sacerdotal para el


mundo y para quien entrega su vida al servicio del Señor, de la Iglesia y de sus
hermanos, quisiera dirigirme también y muy especialmente a las familias cristianas
de nuestra Archidiócesis para asegurarles que una de las mayores bendiciones que
Dios puede derramar sobre los padres cristianos es el don de la vocación de alguno
de sus hijos. Si Él os concediera este don, queridas familias, os aseguro que pocos
regalos de Dios son tan hermosos como éste. Al extraordinario privilegio que os ha
concedido de colaborar con el Creador en la generación de nuevas vidas, a las que
además trasmitís la fe y la educación cristiana, se añade el don y el misterio de
recrear en vuestra casa el ambiente y el estilo del hogar de Nazaret, a imitación de
la Santísima Virgen y de San José, custodiando el despertar vocacional de vuestros
hijos y acompañando sus pasos hasta el altar de Dios. De este modo, os convertís
en colaboradores íntimos y cercanos del corazón sacerdotal de Cristo, que sabrá
recompensar con creces vuestra generosidad.

7. El futuro Seminario Menor

Pensando en vosotros, padres y madres, y en el cuidado de la vocación de vuestros


hijos, después de invocar la luz del Espíritu y tras prolongada maduración y
consulta, hace algunas semanas, he procedido a erigir en nuestra Archidiócesis el
Seminario Menor de Santa María del Buen Aire y San Isidoro de Sevilla, que abrirá
sus puertas en el próximo mes de septiembre y donde podrán cursar estudios de
Secundaria Obligatoria y Bachillerato aquellos adolescentes que muestren, desde
temprana edad, un deseo sincero y noble de ser sacerdotes. El Seminario Menor es
la respuesta a la petición de numerosos padres que, en mis visitas a las parroquias,
colegios y hermandades, han expresado su interés por ser acompañados en la
inquietud sacerdotal de sus hijos. Responde también a un dato comprobable: las
Diócesis que tiene abiertos Seminarios Menores nos dicen que aproximadamente la
mitad de los sacerdotes que se ordenan cada año proceden del Seminario Menor.

8. El Seminario, corazón de la Diócesis

El futuro Seminario Menor, junto con el Seminario Mayor, donde en este curso se
forman 35 seminaristas, constituyen el “corazón de la diócesis”, según expresión
feliz del Concilio Vaticano II (OT 5). De él habrán de salir los futuros pastores de
nuestro pueblo, singulares servidores de la Palabra de Dios y de los sacramentos,
quienes habrán de ejercer el ministerio de la presidencia de la comunidad cristiana
in persona Christi, es decir, representando a Cristo, siendo al mismo tiempo
solícitos administradores de la caridad en favor de los más necesitados. De ahí que
con toda verdad, el Seminario venga a ser la esperanza de una Diócesis y uno de
sus bienes más preciados, como nos dice la Exhortación Apostólica Pastores gregis
(n. 48). Por lo que a mí respecta, trato de que sea objeto de una especial cercanía
y predilección, pues como escribiera hace casi ochenta años el Papa Pío XI, el
Seminario tiene que ser la niña de los ojos del Obispo (pupilla oculi episcopi). Y
porque el Seminario es el corazón de la Diócesis, todos lo debemos mirar como algo
propio y muy querido.

9. Exhortación a los seminaristas

Con ocasión del Día del Seminario, quisiera hacer llegar el calor y el afecto de Padre
y Pastor a nuestros queridos seminaristas, a quienes animo a vivir con generosidad
su vocación, buscando cada vez con mayor ahínco en su vida joven la voluntad de
Dios y la belleza de la santidad. Vuestro testimonio alegre y entusiasta, propio de
un corazón enamorado de Jesucristo, estimulará a otros muchos jóvenes a dar una
respuesta decidida y generosa al Señor que les llama, como a vosotros, a vivir en
sus cercanías y les invita a su seguimiento en el ministerio sacerdotal. Como os
escribía el Santo Padre en su Carta ya citada, “también ahora hay mucha gente
que, de una u otra forma, piensa que el sacerdocio católico no es una “profesión”
con futuro, sino que pertenece más bien al pasado. Vosotros, queridos amigos,
habéis decidido entrar en el Seminario y, por tanto, os habéis puesto en camino
hacia el ministerio sacerdotal en la Iglesia católica, en contra de estas objeciones y
opiniones. Habéis hecho bien. (…) Dios está vivo, y necesita hombres que vivan
para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo,
mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre”.
Secundando estas hermosas y estimulantes palabras del Santo Padre, yo también
quisiera alentaros, queridos seminaristas, a prepararos para vivir la belleza de una
vida sacerdotal fiel. Estimad grandemente el don inmerecido de la vocación que
Dios os ha regalado. Pedidle a la Virgen cada día que os custodie este tesoro con su
solicitud maternal. Por mi parte, os aseguro mi oración diaria por vuestra
perseverancia y os invito a corresponder a la predilección del todo especial que el
Señor ha tenido con vosotros, respondiendo cada día con generosidad y prontitud.

10. Necesitamos sacerdotes para nosotros y para la Iglesia universal

Como tuve ocasión de reiterar al principio de este curso pastoral en mi visita a las
distintas Vicarias de la Archidiócesis, la pastoral de las vocaciones, su promoción y
el acompañamiento de los jóvenes en su discernimiento vocacional, es una de las
primeras urgencias que tenemos planteadas en nuestra Iglesia diocesana. No os
oculto que es también una de mis primeras preocupaciones. En el corto espacio de
tiempo que llevo sirviendo a nuestra Diócesis observo que la mayor parte de los
sacerdotes están sobrecargados de trabajo y que hay muchos flancos de la vida
pastoral al descubierto. Necesitamos más sacerdotes, y sacerdotes santos, para
cubrir adecuadamente las múltiples necesidades pastorales de nuestra Iglesia.
También los requieren otras Diócesis más necesitadas, con las que debemos
sentirnos solidarios compartiendo nuestros dones. En el pasado mes de octubre,
enviábamos dos sacerdotes a la Prelatura de Moyobamba en la selva peruana, a
pesar de nuestras estrecheces. Me movió a ello la petición espontánea de nuestros
hermanos José Antonio y Diego y mi conciencia de que la pertenencia al Colegio
Episcopal obliga al Obispo y a la Diócesis a la que sirve a sentir muy a lo vivo la
solicitud por la Iglesia universal y la ayuda eficaz a las misiones. Dios quiera que
llegue el día en que nuestra ayuda a otras Iglesia, cercanas o lejanas, pueda ser
más intensa.

11. La pastoral vocacional, compromiso de toda la Iglesia diocesana

Antes de concluir, quiero dirigirme a todos los sacerdotes, consagrados,


catequistas, profesores de Religión, educadores y padres cristianos, llamados todos
ellos a colaborar con el Señor en la hermosa tarea de suscitar vocaciones como
mediadores entre Dios que llama y los niños y jóvenes que reciben la llamada.
Queridos amigos: no tengáis miedo ni vergüenza de prestar esta preciosa
colaboración. Hablad a los jóvenes y adolescentes de la hermosura de la vocación
en las clases, en la catequesis, en el hogar, en la homilía y en las reuniones de
formación. Encarezco especialmente este encargo a los responsables de la Pastoral
Juvenil, de la Pastoral Universitaria, de los grupos juveniles de los Religiosos y de
las Hermandades y Cofradías. Ayudaos de los seminaristas, que en los próximos
días saldrán un año más a nuestras parroquias a ofrecer su testimonio vocacional.

12. La prioridad absoluta de la oración por las vocaciones

A todos os pido la caridad de vuestra oración al Dueño de la mies para que envíe
operarios a su mies (Mt 9,37-38). Encomiendo especialmente esta intención a las
comunidades de vida contemplativa, a los ancianos y enfermos y a los niños de
nuestras catequesis, pues Dios nuestro Señor escucha especialmente la oración
limpia e inocente de los niños. Encomendad esta intención, verdaderamente mayor,
cada jueves ante el Santísimo Sacramento en vuestras parroquias y comunidades y
ofreced vuestras obras, vuestros dolores y sufrimientos, vuestros padecimientos y
enfermedades, vuestra vida entera, por las vocaciones sacerdotales. Pedid al
Señor que toque el corazón de muchos jóvenes alegres, limpios, valientes y
generosos, que estén dispuestos a ofrecerle sus vidas al servicio del anuncio del
Evangelio, al servicio de la iglesia y de sus hermanos. Orad con insistencia al Señor
por la perseverancia y fidelidad de nuestros seminaristas, así como por los frutos de
santidad de nuestro Seminario. La crisis vocacional que asola a nuestra vieja
Europa no es crisis de llamada, sino de respuestas. De ahí nuestra responsabilidad
a la hora de suscitar vocaciones, sostenerlas y acompañarlas con nuestra plegaria.

13. Acoger y colaborar en la Campaña Pro Seminario

Concluyo esta carta pastoral invitando a todos los sacerdotes, religiosos, laicos
consagrados y fieles de nuestra Iglesia Diocesana a vivir con ilusión y verdadero
compromiso el Día del Seminario. Pido a los sacerdotes y religiosos con cura de
almas que expliquen a los fieles en la homilía del domingo 20 de marzo la belleza
de la vocación sacerdotal y el don de Dios que supone para nuestro pueblo. Otro
tanto pido a los catequistas, profesores de Religión y responsables de grupos
juveniles. Acoged con interés a los seminaristas que en estos días visitarán las
parroquias y colegios en el marco de la Campaña vocacional. Aunque no sea éste el
aspecto más decisivo, sí quiero recordar a todos que el Seminario necesita medios
económicos para asegurar la mejor formación posible de nuestros seminaristas, sin
lujos que están fuera de lugar, y sí con la sencilla austeridad con que deberán vivir
cuando sean sacerdotes. Los necesita especialmente el Seminario Menor que
estamos preparando y que inauguraremos en el próximo mes de septiembre. Por
ello, pido a los sacerdotes y religiosos con cura de almas que hagan con todo
interés la colecta a favor del Seminario, al mismo tiempo que pido a todos que sean
generosos con sus aportaciones económicas.

14. Conclusión

Pongo todas estas intenciones en las manos maternales de la Santísima Virgen, en


sus títulos de los Reyes y del Buen Aire, y en tantos títulos bellísimos como esta
tierra de María Santísima honra a nuestra Señora. Invoco también la mediación de
San Isidoro y San Leandro, de los Beatos Obispos Marcelo Spinola y Manuel
González y de todos los santos de la Archidiócesis. Que ellos bendigan a nuestro
Seminario y que su intercesión ante el Señor nos consiga las vocaciones que tanto
necesitamos, fortalezca la fidelidad y la perseverancia de nuestros seminaristas y
ayude a los sacerdotes a vivir fiel y santamente su sacerdocio.

Para todos, y muy especialmente para los seminaristas y los jóvenes, mi saludo
fraterno y mi bendición.

Sevilla, 11 de febrero de 2011, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes.

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

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