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Este día

Élder Henry B. Eyring


Del Quórum de los Doce Apóstoles

Todos necesitaremos Su ayuda para evitar la tragedia de postergar lo que debemos hacer
aquí y ahora a fin de obtener la vida eterna.

Hay peligro en la frase “algún día” cuando en realidad significa “hoy


no”. “Algún día me arrepentiré”. “Algún día lo perdonaré”. “Algún día hablaré con mi
amigo acerca de la Iglesia”. “Algún día comenzaré a pagar el diezmo”. “Algún día
regresaré al templo”. “Algún día…”.

En las Escrituras está claro el peligro de postergar. Esto es, que podríamos descubrir
que se nos ha acabado el tiempo. Dios, quien nos da cada día como un tesoro, requerirá
que le rindamos cuentas. Nosotros lloraremos y Él llorará, si hemos tenido la intención
de arrepentirnos y de servirle en los mañanas que nunca llegaron o en los ayeres con los
que hemos soñado, cuando ya ha pasado la oportunidad de actuar. El “hoy” es un don
preciado de Dios. El pensamiento “Algún día lo haré” puede robarnos las oportunidades
que nos da el tiempo y las bendiciones de la eternidad.

En las palabras registradas en el Libro de Mormón se encuentra una advertencia y un


consejo solemnes:

“Y como os dije antes, ya que habéis tenido tantos testimonios, os ruego, por tanto, que
no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin; porque después de este día de
vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí que si no mejoramos
nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se
puede hacer obra alguna.

“No podréis decir, cuando os halléis ante esa terrible crisis: Me arrepentiré, me volveré
a mi Dios. No, no podréis decir esto; porque el mismo espíritu que posea vuestros
cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo
en aquel mundo eterno”1.

Entonces Amulek advierte que postergar el arrepentimiento y el servicio puede causar


que el Espíritu del Señor se aleje.

Pero junto con la advertencia también nos da esperanza:

“Y sé esto, porque el Señor ha dicho que no mora en templos impuros, sino en los
corazones de los justos es donde mora; sí, y también ha dicho que los justos se sentarán
en su reino, para ya no volver a salir; y sus vestidos serán blanqueados por medio de la
sangre del Cordero”2.

Las Escrituras están repletas de ejemplos de siervos prudentes de Dios que valoraban el
día en que vivían y que escogieron hacer lo que les purificaría. Josué fue uno de ellos:
“…escogeos hoy a quién sirváis”, dijo, “pero yo y mi casa serviremos a Jehová”3.

Servirle a Él invita la compañía del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo nos purifica del
pecado.

Aun el Salvador, que no tenía pecado, fue un ejemplo de la necesidad de no postergar.


Él dijo:

“Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche
viene, cuando nadie puede trabajar.

“Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”4.

Como el Salvador resucitado, Él es, hoy y siempre, la Luz del Mundo. Él es quien nos
invita a venir a Él y a servirle sin demorar. Él nos insta, a ustedes y a mí, a lo siguiente:
“Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan”5.

Eso es tan cierto para un solo día como para toda la vida. La oración matutina, y el
escudriñar las Escrituras temprano para saber lo que debemos hacer para el Señor,
puede fijar el curso de nuestro día. Sabremos cuál de todas las tareas que podemos
escoger es la más importante para Dios, y por lo tanto, para nosotros. He aprendido que
esa oración siempre se contesta si pedimos y meditamos con la sumisión de un niño,
prestos para actuar sin demora, aún para realizar el servicio más humilde.

En muchos días no será fácil hacer lo más importante; no se supone que deba serlo. El
propósito de Dios al crearnos era dejar que nos probáramos a nosotros mismos. Antes
de nacer, en el mundo de los espíritus, se nos explicó el plan. Fuimos lo suficientemente
valientes allí para merecer la oportunidad de elegir ante la tentación de aquí, a fin de
prepararnos para la vida eterna, el máximo de todos los dones de Dios. Nos regocijamos
al saber que la prueba sería la de obedecer fielmente, aun cuando no sería fácil: “Y con
esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les
mandare”6.

Aunque sabíamos que la prueba sería difícil, sentimos gozo porque confiábamos en que
la superaríamos. Esa confianza derivaba de nuestro conocimiento de que Jesucristo
vendría al mundo como nuestro Salvador, que vencería la muerte y que haría posible
que quedáramos limpios de nuestros pecados al ser dignos de los efectos de Su
expiación.

También conocíamos algunos hechos tranquilizadores acerca de lo que se requeriría


para nuestra purificación: el bautismo por los que tienen la autoridad, recibir el Espíritu
Santo de manos de poseedores del sacerdocio autorizados, recordarle y por lo tanto
tener Su Espíritu con nosotros, y después guardar Sus mandamientos. Todo ello sería
posible hasta para el más humilde de nosotros; no se requeriría una inteligencia
superior, ni riquezas, ni una larga vida. También sabíamos que el Salvador nos atraería
hacia Él y que tendría el poder para ayudarnos cuando la prueba fuera difícil y la
tentación de postergar fuera grande. El gran profeta Alma describió la forma en que
Cristo obtuvo esa capacidad:

“Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que
se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su
pueblo.

“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su
pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de
misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su
pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”7.

Todos necesitaremos Su ayuda para evitar la tragedia de postergar lo que debemos hacer
aquí y ahora a fin de obtener la vida eterna. Para la mayoría de nosotros, la tentación de
postergar vendrá de uno o dos sentimientos que son totalmente opuestos: uno es estar
satisfechos con lo que ya hemos hecho, y el otro es sentirnos abrumados por la
necesidad de hacer más.

El sentirnos satisfechos es un peligro para todos. Puede sucederles a los jóvenes


ingenuos que piensan que habrá suficiente tiempo en el futuro para las cosas
espirituales; quizás piensen que ya han hecho suficiente considerando el corto tiempo
que han vivido. Sé por experiencia cómo el Señor puede ayudar a un joven o a una
jovencita a ver que está rodeado de lo espiritual ahora mismo. Él puede ayudarles a ver
que sus compañeros los están mirando. Él puede ayudarles a ver que el futuro eterno de
ellos se forja en base a lo que observen que ustedes hagan o que no hagan. Un simple
gracias por la buena influencia que ellos surten en ustedes puede ayudarles más de lo
que se imaginan. Cuando le pregunten a Dios, Él puede revelarles y les revelará las
oportunidades de levantar a otras personas que ha puesto a su alrededor desde la
infancia.

La complacencia puede afectar, incluso, al adulto con experiencia. Cuanto más y mejor
presten servicio, más probable es que el tentador coloque en su mente la siguiente
mentira: “Te has ganado un descanso”. Tal vez hayan sido presidenta de la Primaria dos
veces en una pequeña rama o quizás hayan trabajado arduamente y por largo tiempo en
la misión, y hayan sacrificado mucho para servir o tal vez fueron pioneros de la Iglesia
en el lugar donde viven. Tal vez piensen: “¿Por qué no dejar que sirvan los nuevos? Yo
ya hice mi parte”. Sentirán la tentación de creer que algún día volverán a servir de
nuevo.

El Señor puede ayudarles a ver el peligro de tomar un descanso por sentir que han
hecho suficiente. Él me ayudó a mí, al permitirme conversar con uno de Sus siervos de
edad avanzada, cuyo cuerpo estaba muy débil por las décadas de trabajo fiel y por la
enfermedad. Sus doctores ya no le permitían salir de su casa. A petición suya, le di un
informe de un viaje que había hecho al servicio del Señor a varias naciones, con
docenas de reuniones y muchas entrevistas privadas para ayudar a personas y a familias.
Le hablé de la gratitud que las personas me expresaban a mí por él y por sus muchos
años de servicio. Él me preguntó si pronto tendría otra asignación. Le hablé de otro
viaje largo que se aproximaba. Él me sorprendió, y me inmunizó contra la
complacencia, lo que espero que dure para siempre, cuando me tomó del brazo y me
dijo: “Por favor llévame contigo”.

Es difícil saber cuándo hemos hecho lo suficiente para que la Expiación cambie nuestra
naturaleza y así seamos dignos de la vida eterna; no sabemos por cuántos días
tendremos que servir a fin de que nos sobrevenga ese poderoso cambio. Pero sabemos
que tendremos suficientes días si no los malgastamos. Éstas son las buenas noticias:

“Y los días de los hijos de los hombres fueron prolongados, según la voluntad de Dios,
para que se arrepintiesen mientras se hallaran en la carne; por lo tanto, su estado llegó a
ser un estado de probación, y su tiempo fue prolongado, conforme a los mandamientos
que el Señor Dios dio a los hijos de los hombres”8.

Esa promesa del Maestro puede ayudarnos a los que nos sentimos abrumados por las
circunstancias. Durante las pruebas más difíciles, mientras tengan el poder de orar, le
pueden pedir a un Dios amoroso: “Por favor permíteme servir hoy. No me importa si no
puedo hacer mucho, simplemente déjame saber lo que puedo hacer. Hoy seré obediente;
sé que con Tu ayuda puedo hacerlo”.

La suave invitación que podría recibir puede ser algo tan sencillo como el perdonar a
alguien que les haya ofendido, lo cual se puede hacer desde la cama de un hospital.
Quizás podría ser ayudar a alguien que esté hambriento. Tal vez se sienta abrumado por
su propia pobreza y por las labores del día, pero si decide no esperar a tener más fuerzas
y más dinero, y si ora pidiendo la guía del Espíritu Santo cuando llegue usted sabrá qué
hacer y cómo ayudar a alguien aún más pobre que usted. Al llegar, tal vez se entere de
que ellos estaban orando y esperaban que alguien como usted llegara en el nombre del
Señor.

Para los que están desanimados por sus circunstancias y, por lo tanto, se sienten
tentados a pensar que hoy no pueden servir al Señor, les hago dos promesas. Por más
difíciles que hoy les parezcan las cosas, estarán mejor al día siguiente si eligen servir al
Señor hoy mismo de todo corazón. Tal vez no mejoren sus circunstancias en todas las
formas que ustedes quisieran, pero habrán recibido nuevas fuerzas para llevar sus cargas
y una confianza renovada que cuando las cargas sean demasiado pesadas, el Señor, al
que han servido, llevará las cargas que ustedes no puedan llevar. Él sabe cómo, porque
se preparó hace mucho tiempo. Padeció las enfermedades y los dolores de ustedes en la
carne para saber cómo socorrerles.

La otra promesa que les hago es que al elegir hoy servirle a Él, sentirán Su amor y
llegarán a amarle más. Tal vez recuerden la Escritura:

“Yo os digo: Quisiera que os acordaseis de conservar siempre escrito este nombre en
vuestros corazones para que… oigáis y conozcáis la voz por la cual seréis llamados, y
también el nombre por el cual él os llamará.

“Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para
él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?”9.
Al servir a Dios hoy, llegarán a conocerle mejor; sentirán Su amor y aprecio; no querrán
postergar el recibir esa bendición; y al sentir Su amor sentirán deseo de servirle, lo cual
quitará los sentimientos de complacencia y de desánimo.

A medida que le sirvan, llegarán a conocer mejor la voz por la que serán llamados. Al
acostarse al final del día, quizás recuerden las palabras: “Bien, buen siervo y fiel; sobre
poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”10. Ruego que tengamos esa bendición hoy,
cada día y siempre en nuestra vida.

Sé que el Padre Celestial vive y contesta nuestras oraciones. Sé que Jesús es el Cristo
viviente, el Salvador del mundo, y que podemos elegir sentir el gozo y la paz que
provienen de estar a Su servicio hoy. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas
1. Alma 34:33–34.

2. Alma 34:36.

3. Josué 24:15.

4. Juan 9:4–5.

5. Proverbios 8:17.

6. Abraham 3:25.

7. Alma 7:11–12.

8. 2 Nefi 2:21.

9. Mosíah 5:12–13.

10. Mateo 25:21; véase también el versículo 23.

Abril del 2007

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