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EL DIOS DE MOZART
Herder
ISBN: 978-84-254-4350-3
Imprenta: xxx
Depósito legal: B-xxxxx-2019
Printed in Spain - Impreso en España
Herder
www.herdereditorial.com
AGRADECIMIENTOS ����������������������������������������������������������� 11
PRÓLOGO. MEDITACIONES MOZARTIANAS, de Pablo Gianera�� 13
INTRODUCCIÓN ���������������������������������������������������������������� 19
MI AMADEUS �������������������������������������������������������������������� 231
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Fernando Ortega
Buenos Aires, febrero de 2019
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1 Este texto del crítico de música y literatura Pablo Gianera fue publi-
cado en la revista Criterio 245 (2018), pp. 46-47. Hemos escogido este
escrito como prólogo por tratarse de una excelente introducción a la
lectura del libro y, a la vez, una franca invitación al disfrute de la obra.
[N. de la Ed.]
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Pablo Gianera
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2 Cf. F. Cheng, De l’âme, París, Albin Michel, 2016, p. 115 [trad. cast.:
Acerca del alma, Buenos Aires, El Hilo de Ariadna, 2017].
3 Cf. C. de Nys, «Mozart musicien de l’incarnation», Études 3741
(1991), p. 73.
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10 En el cual han nacido tres libros escritos en diálogo con Claire Co-
leman, todos ellos publicados en Agape Libros: La voz oculta. Diálogos
teológicos acerca de Mozart (2006), Junto a Mozart. Una lectura espiri-
tual de sus grandes óperas (2011) y Mozart. El triunfo divino de la músi-
ca (2013). La misma editorial publicó mi ensayo Amadeus. Una lectura
teológica del film de Miloš Forman (2014). El presente libro asume ele-
mentos de todos ellos, manteniendo la estructura del original: Mozart,
tinieblas y luz, Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1991.
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11 Entre las escasas pertenencias dejadas por Mozart en este mundo
(además, naturalmente, de su música) figura una Biblia sacra del año
1679. Gracias al proceso verbal del inventario de sus bienes llevado a
cabo después de su muerte, sabemos que su Biblia había sido «muy usa-
da». Cf. C. de Nys, La musique religieuse de Mozart, París, PUF, 1991,
p. 98.
12 H. U. von Balthasar, Gloria. Una estética teológica, vol. I: La per-
cepción de la forma, Madrid, Ediciones Encuentro, 1985, p. 35.
13 Esta afirmación parece desmesurada. Sin embargo, se puede decir
que es el corazón vivo de la fe de todo bautizado.
14 J.-V. Hocquard, Mozart l’unique, París, Librairie Séguier, 1989, p. 141.
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rasgos musicales del Agnus Dei? Parece que este hecho podría
manifestar una manera cristiana de pensar la problemática con-
yugal y social presente en el argumento de su ópera. Tal vez
haya quienes piensen de otro modo. En todo caso, resulta difí-
cil sostener que la evocación de dos Agnus Dei se haya debido
a una mera casualidad. Por otra parte, al analizar el papel des-
empeñado por la Condesa en la acción dramática profunda de
la ópera —la acción interior— y, sobre todo, al escuchar la mú-
sica que le inspiró a Mozart el perdón de Rosina a su marido
infiel —música que, como señala Hocquard, evoca de manera
anticipada el Ave verum Corpus— pocas dudas nos quedan de
que pensó musicalmente su ópera, teniendo viva en su espíritu
creador la experiencia de la misericordia y de la redención.
Planteando de esta manera la presencia del simbolismo
cristiano en el pensamiento mozartiano, evitamos dos posibles
extremos interpretativos: por una parte, el de una hermenéuti-
ca de tipo romántico, que pretendía acceder a la intención del
autor, conociéndolo mejor de lo que él se conocía a sí mismo;
y por otra, el de una hermenéutica de tipo estructuralista, que
termina por eliminar la referencia al autor en la cuestión del
sentido de un texto. No nos interesa, por lo tanto, concluir
nuestro ensayo diciendo: «He aquí lo que Mozart quiso decir
en realidad», pero sí entrar en el sentido profundo de su música
sin olvidarnos del sujeto concreto que la concibió, como seña-
lamos con anterioridad, al referirnos a su experiencia personal
de la Misericordia.
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15 Cf. J.-V. Hocquard, Mozart: l’amour, la mort, París, Librairie Sé-
guier, 1987, pp. 10, 19, 20, 64, 377 y 730. A partir de ahora esta obra
estará referenciada con las siglas MAM.
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EL GRAN VIAJE
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2 MAM, p. 193.
3 Así lo testimonian varias cartas: «Le aseguro que si no fuese por
el placer de abrazarlo cuanto antes, ciertamente que no iría a Salzbur-
go. […] Solo Ud., mi querido padre, puede endulzar la amargura de
Salzburgo. […] (15 de noviembre de 1778); le aseguro, querido padre,
que no puedo soportar Salzburgo ni a sus habitantes (me refiero a los
nativos de Salzburgo). Su lenguaje, su manera de vivir, me resultan to-
talmente insoportables» (8 de enero de 1779).
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El «estoicismo» mozartiano
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6 Carta a su padre: «Dejemos que las cosas sigan adelante como van y
como deben ir. ¿De qué sirven las especulaciones superfluas? Lo que debe
suceder lo ignoramos, ¿no es verdad? Y sin embargo, lo sabemos: es lo
que Dios quiere» (15 de diciembre de 1777); a su hermana: «Yo espero en
Dios. Rezo para lo que creo necesario para mí y para todos nosotros. Pero
me remito siempre a Él: Señor, que se haga tu Voluntad, en la tierra como
en el cielo. Nosotros, hombres, creemos a menudo que las cosas van mal
y, después, en definitiva, van sin embargo bien. Dios sabe siempre mejor
que nosotros lo que debe ser […]» (7 de marzo de 1778).
7 «El buen Dios me ha concedido esta gracia. He sufrido mucho, he
llorado mucho, pero ¿para qué? Entonces he procurado consolarme:
háganlo también ustedes, mi querido padre y mi querida hermana. Llo-
ren, lloren de corazón, pero consuélense al fin pensando que el Dios
todopoderoso lo ha querido así, ¿cómo podríamos resistirnos? Mejor
recemos y agradezcamos que las cosas hayan ocurrido tan bien, ya que
ella murió muy felizmente. En estas tristes circunstancias, tres cosas me
han consolado: mi sumisión completa y confiada a la voluntad de Dios,
la comprobación de que su muerte, tan bella y tan simple, me permitía
imaginar cuán feliz estaría ella un instante después, cuánto más feliz que
nosotros es ahora, de modo que habría deseado, en ese momento, partir
con ella; de ese anhelo y de ese deseo nació, al final, mi tercera consola-
ción, a saber, que no la hemos perdido para siempre, que la volveremos
a ver, que un día volveremos a reunirnos, más contentos y felices que en
este mundo […]».
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La relación padre–hijo
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12 R. Stricker, Mozart et ses opéras. Fiction et vérité, op. cit., pp. 70-82.
13 «Amo tanto a esta familia oprimida que no deseo otra cosa más
que hacerla feliz, y quizás hasta lo consiga. Les he aconsejado ir a Italia.
[…] Si eso sucediese, tendríamos el honor, M. Weber, sus dos hijas y yo,
de hacer una visita de dos semanas, al pasar, a mi querido papá y a mi
querida hermana. […] En Verona, yo escribiría gustoso por 50 cequíes
[…] Creo que además iríamos a Suiza y también a Holanda. Escríbame
pronto acerca de esto».
14 «He leído tu carta del día 4 con estupefacción y espanto. Solo hoy,
día 11, comienzo a responderte, porque no he podido dormir, y estoy
tan agotado que apenas puedo escribir lentamente, palabra por palabra.
[…] Te lo suplico, mi querido hijo, lee con atención esta carta, tómate
tiempo para leerla reflexionándola. […] ¡Escúchame, pues, paciente-
mente! ¡Vete a París! ¡Y pronto! Busca el apoyo de los grandes. Aut
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Caesar aut nihil. […] Gana en París celebridad y dinero, y si tienes dine-
ro entonces podrás irte a Italia y obtener la composición de una ópera».
15 «Jamás me imaginé otra cosa sino que Ud. desaprobaría el viaje con
los Weber, pues —en nuestra situación actual, se entiende— yo tampoco
pensaba hacerlo. […] olvidé —en mi entusiasmo— que este proyecto en
la actualidad era imposible».
16 Carta de Leopold a Wolfgang: «Si algo no marcha de acuerdo a tu
deseo, a tus expectativas o a tus ideas. […] en síntesis, si las cosas no
salen como tú deseas en tu interior, debes saber que siempre ha ocurrido
así en este mundo y que siempre será así; es una situación ante la cual
todos deben someterse, desde el monarca hasta el mendigo» (11 de junio
de 1778).
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17 R. Stricker, Mozart et ses operas. Fiction et vérité, op. cit., p. 78.
18 MAM, pp. 744-746.
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28 Cf. A. Goléa, «Son cœur à travers ses héros en Mozart», en Collec-
tion Génies et Réalités, París, Hachette, 1964, p. 72.
29 MAM, p. 238.
30 Carta a su padre: «Yo me encuentro, gracias a Dios, pasablemen-
te bien. Y sin embargo, a menudo no le encuentro sentido a nada […]
¿Hace frío? […] ¿Hace calor? […] No tengo verdadera alegría por nada
(29 de mayo de 1778).
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EL PRIMER ACTO
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La música religiosa
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Junto con este hecho hay que destacar que, desde comien-
zos de 1782, Mozart pudo conocer y apreciar, en casa del barón
Gottfried van Swieten, partituras de Händel y de Johann Sebas-
tian Bach.57 El impacto fue tan grande que el músico se consa-
gró, durante varios meses, a la asimilación de ese sabio lenguaje
contrapuntístico escribiendo preludios y fugas, muchos de los
cuales quedaron inconclusos. La creación de la misa significó
también por parte de Mozart el intento de expresar su admira-
ción por la música de esos dos grandes predecesores.58
El rasgo sobresaliente de esta composición se basa en las al-
ternancias, que esta vez superan en amplitud toda la música an-
terior. Los ethos de oscuridad y de luz encuentran aquí una ex-
presión musical extrema: el primero, en el Qui tollis, confiado a
un coro doble; el segundo, en el Et incarnatus est, entonado
por la soprano solista. En el interior del Gloria encontramos,
pues, una de las páginas más sombrías que Mozart haya con-
cebido jamás, en la cual resuenan a la vez «todo el mal y la
desgracia, toda la maldición y el sufrimiento, el enorme fardo
acumulado desde el origen de los tiempos y que solo Cristo
asume».59 Y en el Credo resplandece la que tal vez sea la página
más luminosa de toda su obra. En la cadencia, en la que la voz
celeste de la soprano dialoga en inefable vocalización con tres
instrumentos de viento (flauta, fagot y oboe), se transparenta
una luz inmanente y a la vez trascendente. «Todo comentario
resulta vano ahora que tocamos lo indecible».60
57 Carta a su padre: «Todos los domingos a mediodía voy a casa del
barón van Swieten […] y solo se toca música de Händel y de Bach.
Estoy haciéndome una colección de fugas de Bach, tanto de Sebastian
como de Emanuel y de Friedmann Bach, y también las de Händel» (10
de septiembre de 1782).
58 Cf. A. Einstein, Mozart, l’homme et l’œuvre, op. cit., p. 362.
59 H. Ghéon, Promenades avec Mozart, París, Desclée de Brouwer,
1957, pp. 235-236.
60 MAM, p. 338.
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La música dramática
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66 Cf. R. Stricker, Mozart et ses opéras. Fiction et vérité, op. cit.,
pp. 119-121.
67 Ibid., p. 123.
68 C. de Nys, «Mozart et Dieu», en Mozart. Collection Génies et Réa-
lités, París, Hachette, 1964, pp. 187-188.
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69 C. Girdlestone, Mozart et ses concertos pour piano, op. cit., p. 123.
70 D. Cairns, grabación DECCA de la ópera, 1983.
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73 Carta a su padre: «Por ahora no puedo componer nada más porque
toda la historia, por el momento, está siendo arreglada a petición mía»
(26 de septiembre de 1781).
74 Carta a su padre: «Padre querido […] ¡me caso! ¿Lo asusta esta
idea? Le ruego, querido padre, excelente padre, ¡escúcheme! La natu-
raleza habla en mí con tanta fuerza como en cualquier otro, y quizá
más fuertemente que en muchos patanes grandes y fuertes. Me resulta
imposible vivir como la mayoría de los jóvenes actuales. Ante todo, ten-
go mucha religión; en segundo lugar, amo mucho a mi prójimo y soy
demasiado honesto como para engañar a una joven inocente; y tercero,
tengo demasiada repugnancia y disgusto, temor y aprehensión hacia las
enfermedades y mucho aprecio por mi salud como para divertirme con
prostitutas. Es por eso que puedo jurar que nunca tuve relaciones de
este tipo con ninguna mujer. Si hubiese ocurrido no se lo ocultaría, ya
que caer es algo natural en el hombre, y caer una sola vez no sería sino
una debilidad, aunque no podría asegurar que pudiese resistir de haber
cedido alguna vez en este punto. […] A mi juicio, un célibe solo vive a
medias. Eso es lo que pienso, no puedo verlo de otro modo. He reflexio-
nado lo suficiente, he sopesado todo y no puedo pensar de otro modo»
(15 de diciembre de 1781).
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El prisionero
76 R. Stricker, Mozart et ses opéras. Fiction et vérité, op. cit., p. 198.
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Moderno y teologal
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3 Cf. N. Till, Mozart and the Enlightenment, Londres, Faber and Fa-
ber, 1992, p. 6.
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Conciertos y cuartetos
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Estas ideas nos enseñan una de las razones por las que Mo-
zart fue un dramaturgo excepcional. Análogamente al papel
asignado al piano en estos conciertos, la presencia del drama-
turgo en las óperas que escribirá en adelante también tendrá
un doble papel: asumir y crear la humanidad concreta de sus
personajes, identificándose con ellos, otorgándoles su perso-
nalidad propia y, a la vez, en algunos de ellos, insuflar en sus
corazones, como acción interior, su propia aspiración funda-
mental a la paz, lo cual hará que adquieran una dimensión más
profunda, universal.
Este rico pensamiento dramático-musical maduró en la
composición de sus conciertos para piano. Sobre la estructu-
ra de dos fuerzas opuestas —piano y orquesta— Mozart no
se contentó con una dramaturgia dualista del enfrentamiento,
sino que elevó los términos del problema hacia «una dualidad
en la unidad».10 Esta elevación fue posible gracias al doble pa-
pel dramático que Mozart le asignó al piano, como personaje
inmanente y como dramaturgo trascendente, capaz de regir la
expansión musical y orientarla hacia el silencio.
Por otra parte, fue la orientación profunda de su pensa-
miento —moderno y teologal— la que lo impulsó a buscar
una síntesis cada vez más plena entre el lenguaje temático
(antropocéntrico) y el lenguaje contrapuntístico (atemporal).
Hay que tener en cuenta que, al mismo tiempo que Mozart
estudiaba desde 1783, en casa del barón van Swieten, obras de
Bach y de Händel, también descubría, con los últimos cuar-
tetos de Joseph Haydn, las nuevas posibilidades que ofrecía
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Este cantabile surge del trabajo temático, pero queda por resol-
ver —y el problema es muy importante— cuál es el sentido de
ese surgimiento. No se trata de una simple cuestión de lenguaje,
sino de saber si la alegría será la coronación del esfuerzo, una
victoria obtenida como resultado de obstinarse en el ejercicio
de la fuerza.15
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18 Idem.
19 Cf. N. Till, Mozart and the Enlightenment, op. cit., pp. 124, 191,
194, 196 y 296: «Cuando en 1786 las logias vienesas sufrieron una forza-
da fusión, veinte miembros de Zur Wohltätigkeit, incluyendo al maestro
Otto von Gemmingen y a Mozart, cortaron sus vínculos con su ante-
rior logia hermana Zur wahren Eintracht, para unirse con otra logia:
Zur gekrönten Hoffnung (notoria por sus actividades rosacrucianas)
para formar una nueva, Zur neugekrönten Hoffnung». Las razones de
esta amalgama son las mismas que habían llevado a Mozart a optar por
la logia La Beneficencia, a saber, la orientación cristiana (rosacruciana)
de sus miembros.
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La gran ruptura
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41 «Aquí reposa un querido loco, mi estornino. En sus años más be-
llos debió experimentar el sabor amargo de la muerte. Mi corazón san-
gra cuando pienso en ello. […] No era un villano, solo un poco dema-
siado vivaz e incluso, a veces, un querido y travieso pequeño pícaro. […]
Pienso que ya está allá arriba, para agradecerme este servicio de amigo,
ignorando aún que la muerte lo alcanzó».
42 No está de más recordar que, según varios testimonios, un Mozart
moribundo entonó la primera canción de Papageno, el hombre-pájaro de
La flauta mágica: «Der Vogelfänger bin ich ja…» («Soy el cazador
de pájaros»). Cf. también el libro de Marcel Moré Le dieu Mozart et le
monde des oiseaux, París, Gallimard, 1971.
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Venga a verme; estoy siempre en casa; en diez días que llevo aquí
he trabajado más que en dos meses en mi anterior alojamiento, y
si no me asaltasen tan a menudo pensamientos negros (que debo
apartar con violencia) estaría mucho mejor.
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con intereses, durante un año o dos, 1 000 o 2 000 florines […] (17 de ju-
nio); Si Ud., dignísimo hermano, no me ayuda en esta situación, perderé
honor y crédito, la única cosa que deseo conservar […] (27 de junio).
He arreglado las cosas de modo tal que solo me apremia tener un poco
de dinero […] Le pido, en nombre de nuestra amistad, que me haga
este favor, pero debe ser pronto. Perdone mi insistencia, pero conoce mi
situación […] (1 de julio).
64 Estas ideas de N. Harnoncourt están tomadas del libreto de su últi-
ma grabación de las tres sinfonías (The Last Symphonies. Mozart’s Ins-
trumental Oratorium. Concentus Musicus Wien Harnoncourt), editada
por Sony Classical, con el Concentus Musicus Wien, entre el 12 y el 14
de octubre de 2013.
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La decantación
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72 Die Schmach bricht ihm sein Herz («El oprobio le quebró el cora-
zón»).
73 MAM, p. 544.
74 El texto original fue publicado en Allgemeine Musikalische Zei-
tung, Leipzig, 15 de abril de 1801.
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75 Más allá de las distorsiones que pudo haber introducido Rochlitz
en la réplica de Mozart, no podemos dejar de señalar la notable seme-
janza entre la experiencia que relata (el tránsito de una situación de
opresión interior a un estado de elevación, alivio y gozo, gracias a la
participación en el Oficio litúrgico) y la que hemos denominado expe-
riencia «teologal» de su pensamiento musical.
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80 El viaje a Alemania del Norte, unos meses atrás, puede ser visto
como un intento de evasión ante la dureza de la vida en Viena. Es la
opinión de Maynard Solomon.
81 Cf. A. Lombard, «Così fan tutte et la normalité», en L’Avant-scène
opéra 16-17 (1978).
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83 Cf. S. Zadikian, Così fan tutte de Mozart. L’opéra incompris, París,
L’Harmattan, 2007, pp. 108-114.
84 Cf. J.-V. Hocquard, Così fan tutte, París, Aubier-Montaigne, 1978,
pp. 199-203.
85 En este terzettino, que cantan las hermanas y Don Alfonso (úni-
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4 MAM, p. 571.
5 Ibid., p. 572.
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24 «Ich kann Dir meine Empfindung nicht erklären, es ist eine gewis-
se Leere — die mir halt wehe tut, — ein gewisses Sehnen, welches nie
befriediget wird, folglich nie aufhört — immer fortdauert, ja von Tag zu
Tag wächst».
25 En una carta dirigida a Mozart, con fecha 5 de septiembre de 1790,
Emanuel Schikaneder, libretista de la ópera, hace ya una referencia a
La flauta mágica: «Mi querido Wolfgang, por el momento te devuel-
vo tu Pa-pa-pa, que me parece bastante bueno. Sin duda será adecua-
do. Esta noche nos veremos en lo de las damas en cuestión. Tuyo, E.
Schikaneder». Hemos obtenido el facsímil de esta curiosa carta gracias a
la gentileza de la Biblioteca de Viena. Algunos estudios mozartianos no la
consideran auténtica.
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31 Cf. M. Mila, Lettura del Flauto Magico, op. cit., pp. 10-12.
32 J.-V. Hocquard, «La diversité des langages», L’Avant-scène opéra
101 (1987), p. 109.
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39 J.-V. Hocquard, Mozart dans ses Airs de concert, París, Librairie
Séguier, 1990, p. 252.
40 Carta a su mujer, del 7-8 de octubre: «Lo más curioso de todo esto
es que la misma noche en la que mi nueva ópera se vio por primera vez
con tanto éxito, se interpretaba por última vez el Titus en Praga, con
igual y extraordinario éxito».
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47 M.-F. Vieuille, «La Rome maçonnique de Mozart», op. cit., p. 108.
48 MAM, p. 595.
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to se le unen también las otras voces junto con los fagotes y los
corni di bassetto. […] La soprano es, en cierto sentido, la única
que ha escuchado en la voz del Señor el tono de la gracia. En
una dulce atmósfera de consolación se concluye este número,
totalmente liberado ya del terror.66
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75 Son, comprensiblemente, los dos números de la Misa para los que
Mozart no había compuesto ni esbozado nada, a diferencia del Agnus
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NÉSTOR CORONA
El Mozart de Dios
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Mito y revelación
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rir tu vuoi, pria, che m’uccida il duol morir non puoi». En solo
cinco compases, se concentra «la declaración de amor más be-
lla que canta una mujer en todo el teatro mozartiano».23
Lejos, muy lejos de la muerte evasiva por la que Ilia sus-
piraba al comienzo del drama, es posible vislumbrar ahora, en
el horizonte inmenso abierto por la música, el perfil luminoso
de la muerte-donación:
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37 N. Till, Mozart and the Enlightenment, Londres, Faber and Faber,
1992, p. 308.
38 E. Bloch, The principle of Hope, Oxford, Oxford University Press,
1986, p. 63 [trad. cast.: El principio esperanza I, II y III, Madrid, Trotta,
2007]
39 N. Till, Mozart and the Enlightenment, op. cit., p. 320.
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43 P.-J. Jouve, Le Don Juan de Mozart, París, Plon, 1968, p. 20.
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Pero ese rol él lo llevará hasta el genio, de tal manera que cual-
quiera podrá reconocer ahí su vocación filial —o más bien, y esa
será nuestra tesis, la vocación filial de un Occidente cristiano,
formador de nuestra sensibilidad.5
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Idomeneo, re di Creta
Volvemos una vez más sobre esta ópera inmensa que resulta
capital dentro del itinerario mozartiano hacia la madurez. Sa-
bemos que su creación señaló un momento muy importante
en la vida del músico, tanto en el plano humano como en el
musical.
Se ha señalado, justamente, que la anécdota se nutre de mi-
tos griegos y de episodios del Antiguo Testamento, como, por
ejemplo, la historia de Jefté (Jue 11). Pero, a diferencia de esta
última, en Idomeneo, re di Creta el sacrificio no se cumple.
Es por ello que, más bien, la ópera evoca el drama de Abra-
ham (Gn 22), dado que el sacrificio de Isaac —supuestamente
ordenado por Dios— se evitará gracias a su intervención, así
como en la ópera la inmolación de Idamante será detenida por
la irrupción de la voz divina, movida por la generosidad de
Ilia. Podemos suponer que a Mozart no se le escapaban las
resonancias bíblicas del drama. Si le dio tanta importancia al
personaje secundario de la esclava troyana fue, sin duda, por-
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La clemenza di Tito
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29 N. Till, Mozart and the Enlightenment, Londres, Faber and Faber,
1992, p. 269.
30 J.-V. Hocquard, La Clémence de Titus & Opéras de jeunesse, París,
Aubier-Montaigne, 1986, p. 183.
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31 Esta escena final del primer acto se abre con un magnífico recitati-
vo acompañado (nº. 11: «Oh dei, che smania è questa») que expresa la
ruptura psíquica padecida por Sexto a raíz de la tensión extrema entre
dos imágenes antagónicas que desgarran su espíritu: la de Vitellia y la de
Tito. Cf. J.-V. Hocquard, La Clémence de Titus & Opéras de jeunesse,
op. cit., pp. 161-162.
32 I. Moindrot, «Les figures de l’amour dans La Clémence de Titus»,
l’Avant-scène opéra 226 (2005), p. 76.
33 J.-V. Hocquard, La Clémence de Titus & Opéras de jeunesse, op.
cit., p. 175.
34 M. F. Vieuille, «La Rome maçonnique de Mozart», L’Avant-scène
opéra 99 (1987), p. 108.
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Il dissoluto punito
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Y así «la luz de la gracia penetra en las almas […], ocho com-
pases de serenidad perfecta dirán que el trabajo de liberación
comienza a transformar las almas: ocho compases, casi a cap-
pella, que tienen una intensidad y un sentido religiosos».42 En
esa gracia reside el secreto de la progresiva liberación de Ana,
que permitirá «a la Muerte ponerse en camino y tomar, solo
entonces, a Don Juan con su mano de fuego. Por un juego de
compensación cósmica, la libertad rencontrada por Ana per-
mite, a la fatalidad, poner en marcha sus implacables engra-
najes».43 Ahora sí podrá ocurrir la autodestrucción del mito
—y no de Ana, salvada ya del destino de Electra— a través del
«enfrentamiento entre aquellos dos principios eternos: Eros
y Tánatos»,44 Don Juan y la Estatua de piedra. Cuando Ana,
liberada interiormente, ya no alimente con su pasión al fan-
tasma en que se confunden ambos «principios eternos», estos
podrán objetivarse, enfrentarse y desaparecer de su psiquis-
mo, dejando de parasitarlo.
Hasta aquí es posible entender la lógica de la ópera dentro
de las reglas propias de la dramaturgia antigua.
¿Aparece de alguna manera en Don Giovanni «el drama
cristiano»? Pensamos que sí, en especial a través de Elvira,
como ya vimos. En el caso de Ana, la respuesta es más com-
pleja. Se ha señalado el hecho de que ella no ha visto la muerte
serena y beatífica de su padre. Esa muerte ocurrió cuando sa-
lió de la escena en busca de ayuda. La imagen que Ana con-
serva en su memoria a lo largo de casi toda la ópera, la imagen
que la obsesiona, que enciende en ella la pasión vengadora
y que la aprisiona en el mundo del mito, en el mundo de Don
Juan, corresponde a la del cadáver de su padre, tal como le dice
a Octavio en un doloroso pasaje de su aria (n.° 10: «Rammenta
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por ella. Ese era, según Solomon, el arduo desafío que Mozart
tenía por delante para reconciliarse, de manera póstuma, con
Leopold, que, no olvidemos, acababa de morir: descubrir en él
al padre amante y perdonarlo perdonándose a sí mismo.
Vamos entrando así en una acción interior que presenta
hondas resonancias teológicas. Al comentar la interrogación
acerca de la imagen divina subyacente en Idomeneo, re di Cre-
ta afirmamos que, para Mozart, el dios que exige la realiza-
ción de un sacrificio humano no es sino un «dios imaginario»,
una proyección del hombre que, al mismo tiempo, es víctima
porque está dominado por la pasión, por la desmesura, por
la hybris. En cierto sentido, Ana parece dar vida a ese Dios
imaginario, en el cual, junto a ella, quedan incluidos Don
Juan y la Estatua, Eros y Tánatos. Pero hay un elemento que
hace más compleja la problemática; aquí no estamos, con Don
Juan, en presencia de una víctima inocente, como era el caso
de Idamante. ¿Acaso su culpabilidad no exigiría, en justicia, su
muerte, el castigo divino?
Sin embargo, una vez más Mozart parece cuestionar di-
cha imagen divina: ¿la justicia divina (el giusto cielo) puede ser
identificada con la ley inmanente de acción-reacción?
¿Queda esta encerrada dentro del círculo mítico que se ci-
fra en los términos de crimen y castigo, violencia y venganza?
Este cuestionamiento, hacia el cual nos lleva Mozart mediante
el fracaso —en el final del primer acto y más aún en el Sexteto
del segundo acto— de la pasión vengadora, identificada por
Ana con la justicia de Dios, apunta, en último término, a la
pregunta acerca del sentido teológico de la muerte: ¿es esta un
castigo divino (reacción) ante los crímenes (acción) cometidos
por la humanidad pecadora? Sin duda, la muerte de Cristo, el
Justo inocente, escapa a esa ley, pero eso solo se comprende
cuando la mirada de la fe ve algo más que un cadáver ensan-
grentado y percibe su verdad más honda, a saber, la de una
libre autodonación por amor: «Nadie me quita la vida, sino
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Piedad mariana
1 MAM, p. 191.
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Wolfgang y Constanze
6 Ibid., p. 247.
7 MAM, p. 737.
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La aspiración afectiva
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Ahora bien, dicho esto, resulta innegable que el eros, junto con
la riqueza y felicidad que procura, conlleva otros riesgos más
serios para el amor. El primero es que, en cuanto carencia que
busca plenitud, el eros suele derivar en pasión posesiva. Pero
además, y sobre todo, siempre ha sido reconocido como «una
potencia divina».22 Es lo que ocurre en los personajes mo-
muy clara de cómo pensaba Mozart el tema que nos ocupa a lo largo de
este capítulo: «Ud. parece haber abandonado ahora su antigua manera
de vivir, un tanto agitada; y Ud. se persuade, un poco más cada día, de
lo bien fundado de mis pequeños sermones, ¿no es así? El placer de un
amor inconstante, caprichoso, ¿no está infinitamente lejos de la felicidad
que procura un amor verdadero y razonable? Ud. me agradecerá, por
cierto a menudo, en su corazón, mis enseñanzas […] ya que, en su en-
mendarse, o conversión, no he desempeñado un papel menor».
20 J.-V. Hocquard, Mozart l’unique, op. cit., pp. 119-124.
21 Es el camino que sigue Klingsor en el Parsifal wagneriano. Ese po-
dría ser —aunque no para Mozart— un sentido posible de la muerte
violenta de Don Juan, pero el hecho de que haya culminado dicha es-
cena con tres fuertes acordes en la tonalidad de re mayor, revela, entre
otros sentidos posibles, que para él el eros, es decir, Don Juan, no debía
morir, sino resurgir purificado. Será el tema de Così fan tutte.
22 Benedicto XVI, Deus caritas est, n.º 3-4: «Los griegos —sin duda
análogamente a otras culturas— consideraban el eros ante todo como un
arrebato, una “locura divina” que prevalece sobre la razón, que arranca
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25 E. Briancesco, «Apuntes para una teología moral del laicado», Cri-
terio 1941 (1985), pp. 121-122: «Si se pasa al plano personal del incons-
ciente espiritual […], qué sorpresa se experimenta al descubrir, en el
contacto asiduo con la obra de grandes artistas, que ellas dejan traslucir
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teriosa en la inspiración emanante del genio, del daimon, del Dios que
lo inhabita […] entonces no tiene sentido rechazar la analogía intrínseca
entre ambos niveles o formas de belleza [la natural y la sobrenatural]».
28 R. Stricker, Mozart et ses opéras. Fiction et vérité, op. cit., pp. 198-199.
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34 Deus caritas est, n.º 7: «[…] eros y agapé —amor ascendente y amor
descendente— nunca llegan a separarse por completo. Cuanto más en-
cuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única
realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor
en general. Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascen-
dente —fascinación por la gran promesa de felicidad—, al aproximarse
la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí mis-
ma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él,
se entregará y deseará «ser para» el otro. Así, el momento del agapé se
inserta en el eros inicial». Cf. n.º 9: «la nueva imagen de Dios. […] Él
ama y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no
obstante, es también totalmente agapé».
35 En ambos dúos culmina, respectivamente, un diálogo que evoca,
aunque sea de lejos, el de María con el arcángel Gabriel en la Anuncia-
ción (cf. Lc 1,26-38). En ambos casos las mujeres (Pamina y Servillia)
reciben, de sendos mensajeros (Papageno y Annio), el anuncio de haber
sido objeto de amor por parte de alguien (Tamino y Tito) que las ha
elegido para desposarse con ellas.
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gido por Karl Richter, podía verse parte del célebre retrato de
Mozart, de manera amplificada, pintado por su cuñado Lange.
Ese rostro me impactaba y, como era buen dibujante, lo pinta-
ba una y otra vez, intentando captar su misterio, aunque no lo
conseguía, ya que me faltaba algo esencial: nunca pude repro-
ducir, a pesar de mis esfuerzos, la mirada de Mozart, tal como
lo había hecho el pintor. Hoy, después de tantos años trans-
curridos, creo que, en la música del Réquiem y en el rostro de
Mozart, en su mirada, experimenté una dimensión mística que
me guió hacia Dios y que contribuyó, con el transcurso del
tiempo, a que me planteara mi vocación sacerdotal.
La gracia de su música siempre me cautivó. «Gracia» dice
algo más que la innegable belleza formal, la eufonía perfecta
de sus notas. Reconozco en esa gracia una bondad, una huma-
nidad muy «humana» y deseable que encuentro, ante todo,
en sus grandes óperas, las siete últimas. Es la humanidad ge-
nerosa, amante, sufriente y gozosa, mariana, de sus adorables
retratos femeninos: Ilia, Konstanze, Rosina, Elvira, Fiordiligi,
Pamina, Servilia. Es también la que irradia en tantos Agnus
Dei, en el Laudate Dominum, en el Et incarnatus est. Asimis-
mo, la escucho en los movimientos lentos de sus Conciertos
para piano y para violín, en los de sus últimas Sinfonías, en el
Quinteto y en el Concierto para clarinete, en el Ave verum
Corpus, en el Adagio y rondó para armónica de vidrio… Esos
cantos me embelesan y me enamoran. Son dignos de ser que-
ridos, hermosos, buenos, verdaderos. No ignoran el mal, pero
lo atraviesan en la esperanza. Me hace bien escucharlos.
Por momentos me parece que, para decir esa «gracia», no
alcanza con señalar su noble humanidad. Siento, consciente
del riesgo idolátrico que ello implica, que me gustaría llamarla
«humana más que humana» ubicando el «más» en las antípo-
das de lo prometeico, pues es lo humano humilde, habitado y
trabajado por el Espíritu. ¿Es el Dios de Mozart? Sí, pero tra-
to de no contaminarlo con nociones metafísicas ni tampoco
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1 Este índice está ordenado según el catálogo Köchel. Véase nota 2 del
Prólogo. [N. de la Ed.]
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