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9 Consejería de Cultura

CONFESIONES DE UN PEQUEÑO FILÓSOFO

AZORÍN

Biblioteca Pública de HUELVA


Avda. Martín Alonso Pinzón, 16 · 21003 Huelva Dirección web: Fecha de publicación:
℡ 959 650 397  959 650 399 http://www.juntadeandalucia.es/cultura/bibliotecas/bphuelva 14 de octubre de 2008
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BIOGRAFÍA

José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, más conocido por su


seudónimo Azorín (Monóvar, España; 8 de junio de 1873 -
Madrid, 2 de marzo de 1967) fue un escritor español, además
de novelista, ensayista y de ser el crítico literario español más
importante de su tiempo.

Su padre era natural de Yecla, Murcia, y militaba en el partido


conservador (llegó a ser alcalde, diputado y seguidor de
Francisco Romero Robledo). Ejercía de abogado en Monóvar y poseía una
importante hacienda. Su madre había nacido en Petrer. Era una familia
tradicional burguesa y acomodada. Azorín fue el mayor de nueve hermanos.
Estudió bachillerato interno durante ocho años en el colegio de los
Escolapios de Yecla, etapa que refleja en sus dos primeras novelas, de
fuerte contenido autobiográfico. De 1888 a 1896 cursó derecho en Valencia,
donde se interesa por el Krausismo y el anarquismo y se entrega a febriles
lecturas literarias y políticas. Empiezan sus pinitos periodísticos. Usa los
seudónimos de Fray José, en La Educación Católica de Petrer, Juan de Lis
en El Defensor de Yecla etc. Escribe también en El Eco de Monóvar, El
Mercantil Valenciano e incluso en El Pueblo, periódico de Vicente Blasco
Ibáñez. Casi siempre hace crítica teatral de obras de fuerte contenido social
(elogia las obras de Ángel Guimerá y Benito Pérez Galdós o el Juan José de
Joaquín Dicenta) y ya refleja sus inclinaciones anarquistas. Traduce el
drama La intrusa de Maurice Maeterlinck, la conferencia del francés A.
Hamon De la patria o Las prisiones del príncipe Kropotkin. En 1895 Azorín
publica dos ensayos, Anarquistas literarias y Notas sociales, en las que
presenta al público las principales teorías anarquistas.

Se examinó en Granada y Salamanca, pero fue más estudiante que


estudioso y más atento a las tertulias, al periodismo, al teatro, a la
literatura y a los toros que a las leyes. Llegado el 25 de noviembre de 1896
a Madrid para seguir sus estudios, se inició en medio de grandes privaciones
en el periodismo republicano (El País, de donde le echaron; El Progreso,
periódico de Alejandro Lerroux), recibiendo sólo el apoyo de Leopoldo Alas
en uno de sus Paliques, donde trabajó como crítico, bajo los seudónimos de
Cándido, en honor a Voltaire, Ahrimán, el dios persa de la destrucción,
Charivari y Este, entre otros. Poco a poco su nombre fue apareciendo cada
vez más en revistas y periódicos importantes: Revista Nueva, Juventud
(firmando con Baroja y Maeztu como grupo de los Tres), Arte Joven, El
Globo, Alma Española, España, El Imparcial, ABC. Al mismo tiempo va
publicando folletos y libros. Escribe una trilogía de novelas autobiográficas
donde ya utiliza su definitivo seudónimo, Azorín, que empezó a usar en
1904: La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo.

A partir de 1905 el pensamiento y la literatura de Azorín están ya instalados


en el conservadurismo. Comienza a colaborar en ABC donde participa
activamente en la vida política. Antonio Maura, y sobre todo el ministro La
Cierva, se convierten en sus máximos valedores. Entre 1907 y 1919 fue
cinco veces diputado y dos breves temporadas (en 1917 y 1919)
subsecretario de Instrucción Pública.

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Tenía ya una larga trayectoria en la prensa madrileña cuando se


incorporó a La Vanguardia como crítico literario. Gracias al empeño del
director Miquel dels Sants Oliver, Azorín publicó, en este rotativo, cerca de
200 artículos entre 1914 y 1917. No es de extrañar que un conspicuo
representante de la cultura castellana publicara en las páginas de un diario
barcelonés como La Vanguardia, ya que Barcelona fue la capital donde se
impulsó y se dio a conocer, según los estudiosos, la generación del '98.

Viajó incansablemente por España y ahonda en la lectura de los clásicos del


Siglo de Oro. El directorio militar de Primo de Rivera enfrió la actividad
pública de Azorín, quien se niega a aceptar cargos políticos de manos del
dictador. En 1924 es elegido miembro de la Real Academia Española.

Cuando estalló la Guerra Civil huyó del Madrid de la República y con su


esposa, Julia Guinda Urzanqui, residió en Francia. Terminada la contienda,
pudo regresar a España gracias a la ayuda que al efecto recibió del
entonces ministro del Interior, Ramón Serrano Suñer, a quien años más
tarde (1955) dedicó Azorín "con viva gratitud" su obra "El Pasado"
(Biblioteca Nueva / Madrid).

En sus últimos años se mostró apasionado y asiduo espectador


cinematográfico.

OBRA LITERARIA

Su producción literaria se divide fundamentalmente en dos grandes


apartados: ensayo y novela. También escribió algunas obras teatrales,
experimentales y de escaso éxito.

La producción literaria de Azorín tiene también un gran valor estilístico. Su


forma de escribir, muy peculiar, se caracteriza por el impresionismo
descriptivo, por el uso de una frase corta y de sintaxis simple, por el
menudeo de un léxico castizo y por las series de dos adjetivos unidos por
una coma. Entre sus técnicas literarias más innovadoras está el uso, a la
manera de Virginia Woolf, de personajes que viven al mismo tiempo en
varias épocas de la historia, como Don Juan o Inés, fundiendo a la vez mito
y eterno retorno.

Ensayo

Como ensayista dedicó especial atención a dos temas: el paisaje español y


la reinterpretación impresionista de las obras literarias clásicas. En los
ensayos dedicados a la situación española se observa el mismo proceso
evolutivo que marcó a toda la Generación del 98: si en sus primeras obras
examina aspectos concretos de la realidad española y analiza los graves
problemas de España, en Castilla (1912) su objetivo es profundizar en la

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tradición cultural española (reflexiones que surgen espontáneamente a


partir de pequeñas observaciones del paisaje), además de incorporar un
sentido del tiempo cíclico inspirado en Nietzsche.

Entre los ensayos literarios de Azorín destaca Ruta de Don Quijote


(1905), Clásicos y modernos (1913), Los valores literarios (1914) y Al
margen de los clásicos (1915). En ellos, su intención no es la de hacer un
estudio pormenorizado de los textos, sino despertar la curiosidad y el
interés ofreciendo una lectura impresionista de los mismos que destaca sólo
los elementos más significativos de los mismos para la personalidad del
escritor. Por tanto, se limita a expresar sus impresiones y reflexiones
personales sobre la literatura española. También destaca La Andalucía
Trágica. Es un ensayo añadido a la obra de Los Pueblos (edición en
1914). Azorín irá a Andalucía y recorrerá la zona de Sevilla. Al principio
mandará crónicas a El Imparcial y el gobierno se sentirá molesto, por lo
cual le pedirá el director del periódico que no mande más. Publicará todavía
una entrevista que le costará la expulsión del periódico y le llevará a
trabajar en ABC. La Andalucía trágica era de 1904 a 1905, anterior a Los
Pueblos y posteriormente añadida.

Novela

Las novelas de Azorín se pueden dividir en cuatro etapas:

La primera etapa muestra predominio de los elementos autobiográficos y de


impresiones suscitadas por el paisaje. El protagonista es Antonio Azorín (del
cual tomará su seudónimo), personaje de ficción que se convierte en la
conciencia de su creador. Estas novelas son un pretexto para desarrollar las
experiencias vitales y culturales del autor. A ella pertenecen La voluntad
(1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño
filósofo (1904).

En la segunda etapa, Azorín abandona los elementos autobiográficos, si


bien continúa reflejando sus propias inquietudes en los personajes: la
fatalidad, la obsesión por el tiempo, el destino, etc. Una muestra de ello es
Doña Inés (1925). A esta misma etapa pertenece Don Juan (1922),
basada en la conversión cristiana del mito.

A la tercera etapa pertenecen Félix Vargas (1928), Superrealismo


(1929) y Pueblo (1939), marcadas por el vanguardismo y por el drama
personal y cosmológico inspirado en el gran poeta austroalemán Rainer
María Rilke.

En la cuarta etapa, tras un período de relativo silencio profundamente


marcado por la contienda civil, Azorín vuelve a la narrativa con El escritor
(1941), la novela rosa María Fontán (1943) y La isla sin aurora (1944).

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Teatro

Azorín siempre sintió gran afición por el teatro; sin embargo, sus obras no
gozaron del favor popular. De su pluma saldrían Old Spain (1926),
Brandy, mucho brandy (1927), Comedia del arte (1927) y la trilogía Lo
invisible, vinculada a la estética del Expresionismo, de la que forman parte
La arañita en el espejo, El segador y Doctor Death, de 3 a 5,
considerada por algunos críticos como su mejor producción dramática.

Francisco Ruiz Ramón resume así la propuesta teatral azoriniana:

1. Azorín señala la importancia y la libertad creadora del director de


escena y de los actores.
2. Llama la atención sobre las nuevas relaciones entre la técnica
cinematográfica y la técnica teatral.
3. Hace hincapié sobre la aparición del mundo de lo subconsciente en la
escena.
4. La nueva realidad de la obra teatral, de acuerdo con las necesidades
de la nueva sociedad y con el ritmo de la vida moderna, debe ser
«rápida, tenue y contradictoria».
5. Deben suprimirse o reducirse al mínimo las acotaciones.
6. Es el mundo interior, el mundo de las ideas y de los problemas del
espíritu y de la imaginación, quien debe suministrar sus materiales al
dramaturgo.

La intención de Azorín es liberar el teatro español de todo provincianismo y


elevarlo a la categoría de teatro europeo. Pero la mentalidad española no
estaba preparada para asumir estas nuevas propuestas dramáticas. De ahí
que el teatro azoriniano, al igual que el de Ramón María del Valle Inclán y
Miguel de Unamuno, tuviera un éxito más bien escaso.

CONFESIONES DE UN PEQUEÑO FILÓSOFO

Azorín publicó en 1903 un artículo en El Pueblo Vasco titulado


Las confesiones de un pequeño filósofo, en el que nos
hablaba del “mal de España” y de esa necesidad que algunos
sentían de que surgiese un superhombre para salvarnos.
Azorín empleaba su habitual minuciosidad para modelar este
excéntrico personaje, el pequeño filósofo, a quien situaba en
San Sebastián, entre la Concha y el Casino, describiéndolo
como un hombre racional, reflexivo, pedagógico. En aquel
artículo Azorín estaba creando un personaje entrañable,
llamado a vertebrar una millarada de artículos, a dar voz, figura y realidad a
las cavilaciones diarias de un columnista. En los meses que siguieron
escribió un puñado de artículos sueltos, hoy olvidados, en los que aparecía
el diminuto pensador.

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Pero el año siguiente publicó una novela con el mismo título, una
novela que era una autobiografía de su infancia, narrada con orden y
corrección extremos, y el personaje se nos aparece ya muy real, palpable.

Argumento

Con esta obra Azorín cierra la trilogía autobiográfica que inició con La
voluntad, cuyo protagonista presenta el tema de la formación del intelectual
y de su lucha contra el medio, así como el conflicto entre acción y
contemplación. En ella, la atención se desplaza desde lo argumental
anecdótico hacia los niveles interiores de la emoción.

Sobre la obra

«Novela lírica», «poema en prosa», «novela poemática», «novela subjetiva


»... A éstos, y aún a otros subgéneros literarios, se ha intentado adscribir
Las confesiones de un pequeño filósofo. El encasillamiento de una obra
de arte a una tipología conlleva, con frecuencia, un atentado contra la
originalidad del autor, aún lo es más en el caso de la novela española de
principio del siglo XX, en la que la nueva bandera de la libertad creativa del
autor se enarbola a pie de unas páginas que tratan de ser únicas y
originales.

Las confesiones de un pequeño filósofo es una obra esencia! en la


trayectoria de Martínez Ruiz no sólo por su belleza, sino porque su
composición acaece en un momento de transición del autor hacia una nueva
sensibilidad. Tercera parte de la trilogía de corte seudo-autobiográfico se
encuentra más ligada estéticamente a los llamados «libros de estampas»
inmediatamente posteriores, como Los Pueblos (1905), España (1909) o
Castilla (1912).

Esta nueva sensibilidad, menos reflexiva y más sensual, impregna las


páginas hasta llegar a ser ella misma la protagonista: es la sensibilidad de
Azorín la que sustituye a Azorín como protagonista de la novela, y seguirá
siendo esa misma sensibilidad, fundida con la del autor, la que protagonice
las «estampas». Así pues, puede decirse que el gran cambio que marca el
paso de José Martínez Ruiz a «Azorín» radica en la posición de la
sensibilidad del autor: de ser sólo un medio, un elemento más, se convierte
en la verdadera protagonista.

La estructura de la obra resulta un híbrido de novela y poesía: los capítulos


que pone a modo de prólogo y de epílogo, sobre todo Origen de este libro
y Yo, pequeño filósofo, dirigidos al lector, lo son al más puro modo
novelístico. De hecho, es el primero de los epílogos el que dota de unidad
argumental al libro entero: el autor regresa al colegio donde cursó sus
primeros estudios, y los recuerdos de su infancia y adolescencia le vienen a
la mente en la forma de las sensaciones y anécdotas que acabamos de leer.

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La primera parte del prólogo guarda un paralelismo evidente con el Capítulo


I, con la particularidad de que es en ambos el hombre presente, el adulto
que está recordando y escribiendo las páginas, quien se nos presenta. Es,
por tanto, la reflexión del autor sobre sí mismo la que abre y cierra la obra.

La distribución formal de la obra repite casi con total exactitud la que


Baudelaire utilizara para sus «poemas en prosa», por lo que es evidente
que Martínez Ruiz hubo de tener presente la obra del poeta francés en su
composición. Los fragmentos se asemejan más a poemas que a capítulos:
son cortos, independientes, cerrados, bajo títulos tan sugestivos como «La
luna», «El colegio» o «Es ya tarde». La nomenclatura es, como en
Baudelaire y al modo de los poemas clásicos, la romana; el principal vínculo
entre ellos es la identidad del protagonista, es decir, la sensibilidad del
autor; igual que en un poemario. Cada capítulo presenta una independencia
total con respecto al resto, y suele ir cerrado por un ultimo párrafo que
condensa o explica las sensaciones o las conclusiones de una particular
vivencia.

También en su contenido es ecléctico: en los primeros 25 capítulos, a pesar


de su fragmentarismo y autonomía, se puede percibir un transcurrir lineal
del tiempo, del niño al adolescente. A partir del capítulo 26 en cambio, se
suceden caracterizaciones y estampas totalmente atemporales y
discursivas.

Dos audaces y rupturistas obras tienen gran paralelismo con la obra de


Baudelaire: los Pequeños poemas en prosa, de Charles Baudelaire, y En
busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Pero sería injusto reducir los
paralelos de «Las confesiones» a obras foráneas, pues si algo resalta en ella
es su participación de la «nueva sensibilidad», de la nueva estética que en
la poesía y en la prosa está fraguándose en España, y a la que el mismo
Azorín hace referencia constante en su crítica.

Azorín encuentra en la lírica de Juan Ramón o de Antonio Machado, en la


novela de Baroja y, sobre todo, de Miró, aquellos rasgos que son
exponentes de la literatura de la contemplación, en la que hasta lo más
insignificante es digno objeto del arte. Así pues, lo importante no es el
género que cultivan los autores, sino esa sensibilidad común que crea una
literatura de pueblos, de Iglesias, de caminos, de paisajes y de instantes
eternos.

Dice Azorín en Las confesiones de un pequeño filósofo, que desea suscitar


en el lector «una sensación ondulante, flexible, ingenua de mi vida pasada».
No es su fin aleccionar ni provocar la reflexión, por lo tanto: sólo hacer
sentir. Y si bien la obra deja flotando temas tan esenciales como el tiempo,
la muerte o la experiencia vital, lo cierto es que son las sensaciones de la
melancolía, la ternura y la belleza las que nos invaden al cerrar el libro.
Para generar esa «sensación» que propugna, Azorín se sirve de ligeros
recursos líricos que quedan insertos en la prosa como piezas minúsculas de
un inmenso puzzle. La brevedad de los fragmentos que conforman cada
capítulo requiere que la frase esté tan trabajada como lo estaría el verso.

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Puede decirse que los puntos de más efectiva intensidad lírica se


encuentran en los pasajes descriptivos tanto del paisaje como de estados
anímicos. En ellos, Azorín se sirve de una rica adjetivación que genera
verdaderos cuadros impresionistas de imágenes sobrepuestas. Un lenguaje
sencillo, familiar y castizo, pero tremendamente estético. La obra de Azorín
se enmarca dentro de la corriente modernista en su renovación del lenguaje
literario en lengua castellana. Es la ruptura con los moldes lo que determina
el gran salto de la literatura moderna: autores como Azorín nos permiten
apreciar la riqueza de nuestra lengua sin necesidad de recurrir a engoladas
retóricas ni a asuntos lejanos.

SOBRE EL AUTOR Y LA OBRA EN LA RED

http://www.ctv.es/USERS/cpralcoben/intertextos/azorin.htm

http://comunidad.lavanguardia.es/component/20081124/369563/los-200-
articulos-de-azorin.xhtml (Artículos del autor en La Vanguardia)

FUENTES

http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:Epos-F8A57AD5-
511A-E671-4979-E8E8734B70EA&dsID=PDF

http://es.wikipedia.org/wiki/Azor%C3%ADn

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