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EL ESTADO: REALIDAD Y UTOPÍA

Por: Jairo Forero


Licenciado en Ciencias Sociales

El Estado en el Tercer Mundo está sumido actualmente en una profunda


incertidumbre. Esto quiere decir que en su fase contemporánea, este se ha convertido
en un obstáculo para las nuevas formas del mercado que se han inclinado por
señalarlo como la causa principal de las crisis económicas y los reveses sufridos por el
sistema durante los años setenta y ochenta. La argumentación a la que se recurre
desde los países del centro, es que la regulación y el fuerte proteccionismo que ha
caracterizado a los Estados periféricos es el factor principal que ha incidido en su no
ingreso al desarrollo. En otras palabras, “el Estado centralizado y burocratizado es el
villano universal en el mundo neoliberal” (Graff, 1995: 10), por tal razón no le quedaría
más opción a los países del Tercer Mundo, que abrir sus puertas al libre mercado,
ceder su soberanía económica de manera uniforme y no parcializada a los intereses
de las transnacionales.

Supeditados a los condicionamientos de un mercado global y neoliberal como


radicales expresiones de los extremos a los que puede llegar el capitalismo, los
Estados del Tercer Mundo –según la expresión de William Graff- “comparten una
realidad común en su situación subordinada, -su periferialización o marginalización-
dentro de un sistema capitalista mundial crecientemente globalizado y polarizado”
(Ibíd.). Frente a esta afirmación añadimos, que hoy como nunca antes, ésta
marginalización es más aguda. Nunca los niveles de pobreza, exclusión y desempleo
habían sido tan marcados en los países pobres, ni las desigualdades sociales habían
sido más obvias.

Esto ocurre porque el Estado ha cedido su papel como instituión reguladora y


mediadora de las contradicciones sociales, frente al papel evidentemente descarado y
desgarrado del mercado, como institución reguladora de las desigualdades sociales.
Visto así, el mercado sería el motor que mueve o a partir del cual se justifica la
concepción neoliberal de entender el mundo (Ibíd): un mundo cuyo centro económico
va siempre en pos del capital. En este contexto, según el mencionado autor, es el
mercado quien pasa a asumir única y totalmente –o debería decirse totalitariamente- la
función de regulador social; solo que esta función ya no estaría encaminada a la
mediación de la conflictividad y la desigualdad social. Por el contrario, se dirigiría a
contenerlas, prolongarlas y eternizarlas a través del fortalecimiento del control social.

Así, despojado de sus funciones económicas y sociales, reducido a su más mínima


expresión dentro de esta nueva visión neoliberal y globalizada, el Estado pasa a
ejercer solamente la función de control social. Como nunca antes el Estado es el perro
guardián del mercado, como nunca antes está encargado de mantener las relaciones
de poder existentes.

Se observa entonces cómo en el marco de la globalización y del neoliberalismo se


está desarrollando lo que Graf (1995: 11) denomina “un proyecto de disolución del
bloque keynesiano”; así, toda esperanza de un Estado benefactor en el Tercer Mundo,
se diluye ante los compromisos adquiridos en un mundo económico “sin fronteras”.
Desde luego, los afectados son los países pobres que tienen que ver como sus
mercados son invadidos por infinidad de artículos mucho más baratos en comparación
con los artículos nacionales. Esto con el agravante que trae la disminución de los
salarios y de los empleos, todo lo cual conlleva una lucha por la supervivencia y por
ende, una segmentación y un enfrentamiento al interior de los sectores populares –
únicos afectados en todo este proceso- a raíz de “la competencia constante para
puestos cada vez menores” (Graf, 1995: 11).

Ante esta realidad, hablar del Estado, por lo menos en el caso del Tercer Mundo,
significa hacerse a una serie de interrogantes. ¿Para quienes existe en realidad el
Estado? Y, ¿Para quienes es una utopía?

Creemos que en un proceso de reacomodo y “democratización” del Tercer Mundo


como el descrito por Craf (*), el Estado en el cual priman los intereses generales sobre
los particulares, termina cediendo ante las exigencias del mercado.

Por una parte, este se convierte en Utopía para quienes son afectados por su
desmantelamiento –las clases populares-, en tanto el ídeal de un Estado que proteja
los intereses de sus ciudadanos se doblega ante la realidad del mercado. Cuando se
vulneran una serie de necesidades básicas (salud, empleo, vivienda, alimento) debido
a la presión del mercado, el Estado real, ese con el que la gente tiene que ver todos
los días, pierde legitimidad; la gente se pregunta este dónde está y da paso en el
imaginario colectivo a lo que debería ser en verdad el ídeal de una estructura estatatal:
un Estado benefactor que resuelva las desigualdades sociales y no se venda a
intereses extranjeros.

Segundo, el Estado es una realidad, de una parte, para quienes se benefician de su


función represiva (la clase dominante local y los intereses transnacionales) en tanto
eternizador del orden dominate; pero al mismo tiempo, el Estado se convierte en
realidad para las victimas del mercado, cuando ven cómo este solo se hace presente
para proteger los intereses del mercado ante cualquier intento de resistencia porque
“quizas la primera tarea del estado local, en este contexto, es por tanto el
mantenimiento de la ley y el orden que aseguren la reproducción continua de las
condiciones favorables para el capital, tanto en lo interno, como en sus formas
transnacionales” (Graf, 1995: 19). Se confirmaría entonces lo planteado por Nietzche
en “Así hablaba Zaratustra” según el cual el Estado no sería sino el instrumento a
través del cual los poderozos encadenan al pueblo. En esta medida “los que ponen
lazos para el gran número y llaman a eso un Estado, son destructores; suspenden por
encima de ellos una espada y cien apetitos” (Nietzche, P. 52)

Por último, el Estado es una mentira cuando bajo la fachada de una falsa “democracia”
o lo que Graf llama democracia de baja intensidad, se ocultan intereses
antidemocráticos. La democracia que se ofrece bajo los preceptos del neoliberalismo,
la de una aparente estabilidad, participación electoral de los sectores populares,
libertad, todos ellos protegidos por el Estado, en el fondo “equivale a una estrategia
complementaria de reacomodo, para mantener una estructura hegemónica de
dominación” (Graf, 1995: 16). Lo paradójico es que quienes pretenden destruir el
Estado le siguen vendiendo a las clases populares “la mentira rastrera que sale de su
boca: <yo, el Estado, soy el pueblo>” (Nietzche, Ibíd.)

Por lo tanto y aunque suene pesimista, el Estado en los países pobres está reducido
en estos momentos a una gran mentira, su única verdad es nada más que el “control”,
la represión social agudizada, bajo fachadas aparentemente democráticas. El ídolo del
que nos hablaba Nietzche en su momento, el Estado, se ha doblegado ante un nuevo
y más poderozo ídolo: el mercado.

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