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César Frometa
Para Amanda Rivera, las cosas en el amor, estaban bien definidas. De cientos de hipótesis, había arribado
a su propia tesis: Amar incondicionalmente lo que uno quiere. El amor le proporcionaba un alimento
adicional, que ella sabía deglutir en su momento preciso.
Todos esos juicios los había materializados, después que se marchó a Europa su Lidico Cabrales. Ella trató
de concentrar toda su energía para ponerla al servicio de ese gran amor. De moda o no; solo le importa su
existencia. Huía de lo dañino y enajenante: “Un amor grande no puede ser rebelde”, se decía. Mientras más
le agobiaban las preocupaciones, más felicidad sentía. Gustaba de una forma sutil de las cosas
Chespereana. Amanda, sentía que había alcanzado el Everest del amor. ¿Acaso sabía ella, si otras habían
alcanzado la luna, el sol y las estrellas?. Eso no le preocupaba en lo absoluto. Estaba segura de las
dimensiones de su amor, y le parecía el más elevado de todos. Lidico Cabrales, no desperdició la
oportunidad de irse a Europa, para terminar el doctorado en fono-entomología. Además, de amor, sentía
viva pasión por los insectos. Una causa tan grande, solo podía conllevarlo a separarse de su querida
Amanda. No obstante, lo hizo receloso y nostálgico. Al marcharse, Lidico, solo tuvo que despedirse de dos
personas; Amanda y su tía Amapola. Esa tía solterona y austera, que lo había criado desde los ocho años;
edad en que quedó huérfano. Sus padres murieron en un accidente aéreo. Desde entonces; Lidico, vivió
alimentándose del amor y cariño, que se esforzaba en darle su tía, quien lo encaminó en el estudio de la
fono-entomología. Al principio tuvo que comprarle muchos álbumes; que llegaban de Japón y otros países
de Europa. Las fotos, estaban tiradas en tercera dimensión, y cada una por separada, traía una memoria,
que contenía los sonidos más peculiares de insectos.
Al principio, Lidico, lo vio como algo pueril, y una manera más de perder el tiempo. Pero, Amapola era
intransigente e incansable, y no se desanimó. Le compró, entonces, cassettes con grabaciones de diálogos,
entre los hombres y los insectos. Así fue como lo sedujo.
Amanda, tuvo la suerte de haber recibido, el tierno e innegable amor de padres. Y si ser único hijo es un
privilegio; ella fue privilegiada. Desde niña la felicidad le estuvo rondando en su vida, como una especie de
duende universal. La vida de sus padres no tenía razón de ser sin la de Amanda. Ella era la prolongación de
sus vidas. Por eso Alarmado, su padre, no vaciló en decir cuando empezó a construir la nueva vivienda: “La
hago para que mi hija, Amanda, sea feliz”. Alarmado, cumplió su palabra y construyó una hermosa casa,
toda de cristal. Mandó a buscar los mejores cristaleros chinos. Los alojó en la hacienda “La siempre verde”,
y no los dejó marchar, hasta que no pusieran el último cristal. Tenía, cuatro habitaciones; cocina; un amplio
comedor, dos baños y la oficina de Alarmado. Después que estuvo terminada, Alarmado, se paraba al frente
y se ponía a contemplar la gran obra. Miraba los cristales oscuros, como encajaban tan fácilmente en las
rectangulares columnas de aluminio. Por aquella misma columna subía la vista y chocaba con las
semicilíndricas vigas, también de aluminio, pero más relucientes. Encima de las vigas, veía descansar el liso
techo, veteado, con laberintos negros y blancos. El cristal del techo, tenía un grosor de ocho pulgadas, y
sobresalía después de la viga como dos metros hacía delante, para conformar el largo portal. Lo que más le
gustaba a Alarmado, era contemplar la puerta principal. Era de un tipo de cristal amarillento, y en cada hoja
había un águila devorando una liebre. Todo el grabado estaba hecho en bajorrelieve, con tanto disimulo que
había que pasarle la mano para comprobarlo. Para tirar de ella tenía una argolla de metal parecido al oro,
pero más rojizo y brillante, a Alarmado le dijeron que se llamaba piro, y que era de una aleación de seis o
siete metales.
Otras veces, Alarmado, casi arrastraba a su esposa, Violeta, para que viera la casa, él le recostaba la
cabeza sobre su ancho pecho, y la obligaba a mirar desde allí. Luego de haber observado la casa, la
caminaba por todo el jardín. Primero se detenían entre los pinos enanos, y Violeta los rozaba adrede con
sus brazos, para sentir sus suaves caricias. Alarmado, sentía una especie de celos y la halaba para donde
estaban las rosas multicolor. Allí se quedaba mirando largo rato y entonces, lanzaba su interrogante:
“¿Cómo es posible que se hallan obtenidos en el cosmo?”. Violeta, no contestaba, y miraba los pétalos
rojos, azules, amarillos y blancos; cómo brillaban con la luz del sol y cómo palidecían cuando esta faltaba.
En algunas ocasiones, se les unía Amanda, y los tres casi pegaditos se quedaban absortos con tantas
variedades de cactus. Alarmado, era como el guía en aquel recorrido. El se paraba, orgulloso, y empezaba
a decir: “Estos de espinas transparentes son de Las Polinesias; estos que tienen las espinas curvas son de
desierto de Sahara”..., y de ésta manera los iba seleccionando por grupos, diciendo el lugar de procedencia.
Lo que nunca pudo decir fueron los nombres científicos. Amanda, trató de colocarles a cada cactus su
Desde que Lidico Cabrales, se marchó a Europa, Amanda no dejó de ir un solo día a su trabajo. Ser
profesora de Didáctica Pedagógica, era para ella una profesión noble y necesaria, ya que estaba forjando
futuros maestros. Sus padres, querían que hubiese sido médico o ingeniera. Lo que la hizo decidirse por el
magisterio, fue el día en que visitó con su padre, la aldea Las Tres Voces, y vio tantos niños, sin dar clases
por no tener maestros.
Amanda, iba todos los días al trabajo, en su moderno auto Plutón. El auto era largo y aplanado, casi rozaba
el pavimento. Tenía la carrocería metálica, revestida de plástico, y en la parte delantera una hilera de focos
multicolores, que le permitían aplicar el lenguaje de conducción. El Plutón, usaba como combustible el
uranio degradado, de esa manera los residuos de la combustión, no eran nocivos.
Amanda, recorría siempre el mismo camino, para llegar a su trabajo. Primero subía por la Avenida de los
Capitanes, después, bajaba por la Avenida de los Rascacielos, y justamente donde termina la avenida,
estaba la Universidad “Progreso”. Las horas de trabajo, era el único modo, de librase del asedio, que el
amor de Lidico, le ocasionaba. Pero, eso duraba unas cuantas horas, después, llegaría a su casa, y se
encerraría en su cuarto a leer la última carta de Lidico:
“Amanda mía, yo no sabía lo que era sufrir. Mi corazón nunca estuvo tan desordenado, como en estos
tiempos. Por mi parte no quiero que sufras. Sé fuerte, te besa tu...”. Amanda, no podía leer el nombre,
porque sus ojos se le nublaban por el llanto. Ella entonces, tomaba una hoja entre sus manos y empezaba a
escribirle: “Lidico, de mi alma, no me acostumbro estar sin ti....”. Luego la dejaba a medio comenzar, para
terminarla el día en que estuviera menos fatigada y deprimida. Prefería, mejor, acostarse en su blanda cama
y llenarse de reminiscencias. Recordaba las escapadas de la escuela, cuando era niña, que recién
comenzaba a menstruar. Lidico, la arrastraba cerca del viejo álamo cercado de viejos arbustos. Allí hicieron
el amor muchas veces entre arañazos y caricias. Fue allí, donde lo sintió caliente entre sus piernas. Ella
supo que le dolía, y que después había sangre; pero no tuvo miedo. Luego, todo cambió y lo sintió bueno y
civilizado. Todo pasaba rápido, y salían sudorosos y polvorientos. Ella recordaba, que después que fueron
grandes, lo hacían en su propio cuarto, cuando Alarmado y Violeta se iban de cacerías. Ellos se quedaban
solos, disfrutando el amor como una fruta madura. Hacían acrobacias sobre la cama, mordían las blancas
sábanas, o tiraban al frío piso el mullido colchón. De esa loca manera fue que sintió por primera vez un
orgasmo. Ella recordaba que se contrajo, como una rana electrocutada, y que después lo otro eran solo
segundos.
Así pensando, y queriendo volver a revivir esos momentos de felicidad era que, Amanda , se quedaba
dormida, hasta el otro día, en que Violeta, le llevaba el desayuno, y le hacía la misma pregunta: “¿Cómo has
amanecido?”. Nunca antes, su vida, había, sido tan rutinaria.
Lidico, sentado sobre la cama, a medio vestir, la veía como era; sus grandes ojos negros, su delicado pelo
de textura de seda. Le veía su pequeña boca, sostenida por unos gruesos labios, siempre húmedos, como
si en ellos existiera una eterna primavera. Lidico, se dejaba llevar por una corriente de imágenes y
metáforas, que habían surgidos al lado de ella. Sentía el influjo de una carne voluptuosa y firme, de fácil
modelación al tacto, él sabía que sus dientes la penetraban sin romperla.
Para Lidico, el amor era una especie de engendro diabólico, por eso en su mente siempre estaba presente,
la siguiente interrogante: ¿Cómo es posible que un final tan corto, pueda tener principios tan largos y
disímiles?. Casi siempre se dormía con esa pregunta rondándole en la mente.
La ausencia de Lidico, fue duro para su tía Amapola. Desde pequeño descargó sobre del un torrente de
amor que se fue acrecentando, con el transcurso del tiempo. Ella fue la madre y la institutriz. Amapola,
aprendió de memoria los cuentos de “La caperucita roja”, y el de “El Soldadito de plomo”; ella se lo recitaba
todas las noches antes de dormir. Lidico, siempre durmió en el mismo cuarto de su tía, en una pequeña
cama construida de plástico. La cama llevaba un televisor incrustado; así Lidico, se dormía viendo las
famosas “Aventuras del perro To”. Amapola, nunca le negó su amor, y mientras el estuvo en Europa, tuvo la
oportunidad de demostrárselo, escribiéndole semanalmente una carta. En las mismas se refería a todos los
pormenores de su vida; sobre todo esa soledad que le abrumaba y la convertían en un ermitaño civilizado.
Lidico, recibía sus cartas con un fresco humor que le hacía insinuar una pintoresca sonrisa.
Amapola, conservaba la foto de Juan Sebastián y Mondina, sus queridos padres. La tenía colgada a la
entrada de su cuarto, y todas las noches, se paraba frente a ella y se persignaba, con sentida reverencia.
Lidico, sentía un delicado amor por sus abuelos paternos. Aunque muchas veces, se paraba frente a la foto,
acompañado de Clobel y Calistro, y comenzaban a reírse de los grandes bigotes del abuelo.
Amanda, estaba parada a cien metros del barranco. Una jauría de perros destrozaba las yerbas y los
matorrales. Dentro del bosque se escuchaban los gritos frenéticos de Alarmado, azuzando los perros, contra
las liebres. De vez en cuando se escuchaba la detonación de un disparo, y seguidamente, la voz autoritaria
de Alarmado: “Agárralo, Clom”. Clom, era su mejor perro de caza. Amanda, se sentía inquieta, caminando
de un lado a otro, siempre a la expectativa. Lista, para cuando salieran del bosque, las asustadizas liebres.
Al fin, un centenar de liebres, salieron al pequeño claro, dando acrobáticos saltos, detrás venían los furiosos
perros, con sus amenazadores ladridos, y enseñando sus incisivos colmillos.
De pronto, salió, Alarmado montado en su enorme caballo negro. Traía, el sombrero caído hacia atrás,
sujeto al cuello por el cordón de seda. Venía desesperado, como si una extraña fuerza, lo empujara hacia el
barranco. Amanda, le vio su rostro, tal como lo había visto la noche en que no pudo dormir, hasta que la
luna no se vistió de amarillo, y su aureola, se infló rojiza y titubeante. Fue una visión mefistofélica; su rostro
convulso, los ojos inyectados en sangre, y su boca como queriendo morder. Amanda, no pudo soportar;
abrió los brazos y gritó. Su grito, se clavó como un puñal en las entrañas del bosque. Entonces, fue que el
cao, voló batiendo sus alas y emitiendo un sonido desgarrador. Amanda, vio cuando el caballo de Alarmado,
se asustó, y levantó sus patas delanteras; abrió sus esféricos ojos e infló su nariz. Y con el belfo
espumeante, se dejó caer por el barranco. La cola del caballo, se vio como un puntico negro y erizado, y el
sombrero de Alarmado, se quedó flotando en el aire, como una pequeña nube de tormenta. Después, fue
que llegaron Amable y Obediente, los inseparables ayudantes de Alarmado. Eso fue lo último que vio
Amanda, antes de caer inconsciente sobre la alfombra de hojarasca.
Alarmado, era un hombre de carácter recio, y unos modales fríos. Hablaba poco, pero preciso, de esa
cualidad dependió mucho el éxito de La Hacienda La Siempreverde. Era imparcial con sus órdenes y
estricto en su proceder. Después, que cumplió los sesenta, se volvió aún más austero, y hasta adquirió
algunos malos modales, como los de fruncir el ceño, cuando no estaba conforme con algo.
La Hacienda Siempreverde, era la más productiva de cuantas habían a su alrededor. No en vano, Alarmado,
era el más rico de los hacendados. La producción de la Hacienda, se calculaba en varios millones de
Kilones. Alarmado, siempre se preocupó por cosechar, todo tipo de productos. El mismo, controlaba todos
sus negocios, nunca le gustó la idea de poner un economista o una secretaria, le parecía que era alimentar
la burocracia.
Lo que más le gustaba era ver los peones, enfilados, recogiendo la cosecha. Esas escenas de trabajo, lo
ponían eufórico, por eso caminaba entre ellos, y se ponía a infundirles ánimo. Otras veces les proponía un
aumento de salario, pero casi siempre terminaba olvidándolo.
Una vez Alarmado, le dijo a Amanda:” Hija, cuando yo muera, te será difícil controlarlo todo”, ella lo miró con
escepticismo, y no pensó en si misma, si no en Lidico, siempre le vio condiciones para encargarse de la
Hacienda. Fue el propio Lidico, que le dio la idea de comprar las tierras de Río Seco, y todo resultó en un
gran éxito. Las ganancias aumentaron en un diez por ciento.
Violeta, cerró por última vez los grandes ojos de Alarmado, y se dejó caer sobre su cuerpo, casi si aliento. El
cuerpo de Alarmado, estaba acostado en una ancha cama, con el cabello desordenado. Tenía los brazos
doblados, sobre el pecho, y las manos crispadas. Violeta, gritó desesperadamente. Su grito se metió entre
la cabellera del difunto Alarmado. Amanda, estaba frente al yaciente padre, con su rostro cubierto con sus
menudas manos. Ella gemía, como un pequeño animal adolorido.
Todo había terminado para Alarmado, un pequeño pedazo de piedra caliza, trepanó su cráneo y sus sesos,
quedaron incrustado en la roca, como una pintura rupestre de color blanquecino.
Amanda y Alarmado, fueron conducido rápidamente al Hospital Gran Galeno. Cuando llegaron al hospital,
ya Amanda había vuelto en si, pero Alarmado ya no respiraba.
Alarmado, desde su infancia fue una especie de niño-hombre, así lo llamaba su tierno padre. Y todo eso era
porque, muy de mañana, aún cuando el sol no había dejado de ser abanico, ya Alarmado, estaba montado
sobre una cosechadora, manejándola como el mejor chofer.
Alarmado, recordaba siempre, el día que su padre lo regañó porque se llevó al río el trailer de empacar el
heno. El lo llenó de amigos, y cruzó el río, que le cubrió las ruedas, y bajó por toda la ribera, que estaba
cubierta de mangle. Los amigos, saltaban y reían dándole vítores. Alarmado, aceleró demasiado y el trailer
se atascó en un banco de arena. Su padre, no lo sacó, y se quedó allí, como un monumento a la osadía y a
la intrepidez.
Alarmado, se paraba a veces a la orilla del río a contemplar el viejo trailer, encima del ancho tocón. El
mismo que le servía de trampolín para lanzarse al agua fría y oscura, que la hería con su delicado cuerpo,
produciendo una fusión de suaves olas. Detrás del salto, se escuchaba el chasquido, cuando su cuerpo
partía el agua. El sonido, se perdía por el sinuoso río Siemprelleno.
La Santa Iglesia de Los Desposeídos, llamó a misa temprano en la mañana. Las enormes puertas, se
abrieron, y una ráfaga de húmeda brisa, llenó cada resquicio del santo templo. La gente comenzó a entrar
lentamente, y cada vez que uno ponía los pies en el interior del recinto, se inclinaba reverente ante la
imagen de Cristo, y se persignaba.
No tardó mucho en que la iglesia estuviera repleta. Un silencio sepulcral, lo envolvía todo. Solo una butaca,
permanecía vacía; la quinta de la cuarta hilera. Era la de Alarmado. Ese fue su lugar desde que lo
bautizaron, allí se sentía mejor cerca del púlpito. Allí mismo cabeceó muchas veces al influjo de los largos
sermones del padre Apolonio.
-2-
El padre Apolonio, atravesó despacio el largo pasillo que lo conducía al púlpito. Se paró frente al micrófono,
y miró fijamente la butaca vacía donde debía estar sentado Alarmado. El padre, carraspeó un poco, y
comenzó su sermón habitual, con palabras lentas y pausadas:
-Feligreses, hermanos. Dios ha solicitado el cuerpo de Alarmado, y como es nuestro deber, no faltar a su
llamado, él como fiel devoto se ha marchado ayer, en horas de la tarde...¡Amén!..-. La inmensa
congregación contestó con un rotundo “Amén”, que hizo balancear las lámparas eléctricas. El padre tomó
aliento y continuó:
-Esperamos, que muy pronto esa butaca esté ocupada por un nuevo miembro, que sea tan preocupado por
los pobres, como el difunto Alarmado...El supo dar en vida todo lo que...-. Así continuó, el padre Apolonio
dando una especie de apología de Alarmado. La congregación escuchaba con esmerada atención. Hasta
que por fin terminó su largo sermón diciendo:
-...Y vivirá por los siglos de los siglos... ¡Amén!..-Y terminando la frase, las campanas tañeron. El sonido
metálico se quedó allí dentro, buscando desesperado los cientos de tímpanos presentes. Todos miraron
para la butaca vacía de Alarmado, y un escalofrío general, recorrió las almas. La iglesia quedó vacía, y las
enormes puertas se cerraron. Alarmado, nunca estuvo vinculado a la política, aunque simpatizaba con el
Partido Absolutista Democrático. Siempre quiso que su primo, Amaranto, fuera presidente; pero a duras
pena llegó a alcalde de Buena Esperanza, una pequeña ciudad que quedaba a tres horas de camino en
auto desde La Siempreverde.
Delante del féretro de Alarmado, estaban los pobres, a quienes él había ayudado. Estaban también los
menos pobres, y los ricos. Una mezcla heterogénea componía la multitud. Violeta y Amanda estaban
forradas de luto, y mantenían sus manos puestas encima del ataúd. Un pequeño llanto salía de la boca de
Amanda. Violeta, por su parte respiraba profundo, y de vez en cuando musitaba, con una voz lacerada:
“Pobre Alarmado”.
Los sepultureros, bajaron despacio el ataúd. Violeta y Amanda se fundieron en un abrazo, y ocultaron su
rostro para no ver cuando el cuerpo inerte de Alarmado, se escondía para siempre de la luz.
Una nube negra de tormenta detuvo su camino, y una fina lluvia comenzó a caer. Los árboles, se mecieron
llorosos, y la multitud silenciosa se dispersó.
La muerte de Alarmado, dejó una huella indeleble en el alma de Violeta y su querida hija Amanda. La casa
parecía desabitada. Había cesado la voz grave y autoritaria, que lo dirigía todo. Ellas se habían
acostumbrado a esa voz, a ese timbre, que mantenía el hogar en perfecta armonía.
Ellas decidieron dejar la habitación de Alarmado, tal como había quedado el día de su muerte. Allí estaba su
amplia cama, tendida con una sábana blanca. Entrando, a la izquierda de la habitación estaba el gigantesco
espejo, que ocupaba casi toda la pared. Las paredes estaban enchapadas en mármol blanco importado de
Italia...Encima de una silla de alto espaldar estaba su pijama de dormir a medio doblar. En el piso habían
tirados unos papeles escritos de su puño y letra, y en una de las paredes se podían ver las huellas de las
manos de Alarmado, en color oscuro.
Amanda, estaba parada frente a la ventana de su cuarto. Sus grandes ojos negros estaban absortos. Su
lacio pelo se alborotaba cuando un suave viento, procedente del sur, soplaba de vez en cuando. Debajo de
su fino refajo, las delicadas líneas de su cuerpo se acentuaban. Sus frágiles manos se apoyaban sobre el
cristal de la ventana.
Era domingo, los tibios rayos del sol caían oblicuamente, sobre las verdes yerbas, que miraban con sus
ojitos irisados. Las tímidas codornices corrían en todas direcciones, como segando las yerbas, con sus
rápidos movimientos.
El cielo estaba despejado, solo una nube viajera, pasaba como un papalote blanco, empinado desde el Pico
Real. Allí estaban clavados los ojos de Amanda .Recordando que Alarmado, le dijo una vez, que ese mismo
pico, era un volcán y que entraba en erupción. A ella lo que le atemorizaba era, pensar que vivió allí una
tribu de indios, y que el volcán los sepultó a todos, como el Vesubio a la ciudad de Pompeya.
Amanda, dejó de mirar para el pico. Su mirada se detuvo en la verde pradera. Una paloma pasó volando.
Ella la miró con ojos tristes. Después vio pasar los pichones, en un raudo vuelo. Entonces, Amanda, sonrió
feliz. Ella quería olvidar, arrancarse el sufrimiento de la muerte de su padre y la ausencia de su Lidico.
Amanda, se pegó más al cristal de la ventana, para verlo mejor. Ella lo vio cabalgando sobre un potro
blanco, con un paso picado y elegante. El jinete miraba hacia donde ella estaba. El caballo, revolvía las
yerbas con sus pesados cascos. Las codornices, volaban asustadas, y el sol formaba una especie de luna
en las ancas del caballo, al incidirlas con sus rayos. Amanda, lo miraba exaltada nunca antes había visto
aquel jinete. Ella pensó en Lidico, pero después se recordó que el nunca había montado a caballo. El
hombre, picaba los ijares del caballo, con fuerzas. El animal saltaba hacía delante como suspendido, y
encorvaba su corto rabo.
El jinete, siguió cabalgando, hasta perderse dentro de unos pequeños arbustos. Amanda, corrió las cortinas
de la ventana, que cayeron como un telón en aquella improvisada pieza de teatro.
Lidico Cabrales, recibió la noticia de la muerte de Alarmado, con cierta indiferencia, hasta se puede pensar
que se alegró. Cuando leyó la carta de la noticia, la manoseó drásticamente y haciendo una mueca con su
boca se dijo:” Al fin dueño de la Hacienda Siempreverde”.
Alarmado, nunca había mirado con buenos ojos a su futuro yerno. El siempre le tendió una barrera
infranqueable, hasta el extremo que no le permitía visitar la casa. Lidico, siempre buscó la forma de vulnerar
esa barrera; y solo con su muerte pudo lograrlo.
Después que, Lidico, leyó la carta de Amanda, se tumbó sobre la cama, poniendo de almohada, un grueso
libro de fono-entomología. Entonces, pensó en su futuro. Lo veía ahora diferente, debía casarse con
Amanda, a toda costa, la vida le había puesto delante una gran fortuna, y no podía desperdiciarla.
Chue, el mejor amigo de Lidico, entró en la habitación, se paró frente a él y alargando más sus ojos le
preguntó:
-Aquí tengo la carta de Amanda, por si no lo crees. Mi suegro era un hombre de negocio... Tenía mucho
dinero, ni él mimo sabía cuanto- Lidico respiró profundo y continuó- Ahora ella lo hereda todo... ¡Estupendo!
entonces, cuando nos casemos todo va a cambiar para mi. Esa es la historia, Chue-.
-Te creo, amigo -acotó Chue, y continuó algo emocionado- Ojalá, yo pueda visitar América un día-.
-Te prometo que te voy a invitar, Chue. Verá gente alegre y hospitalaria...
¡Las mujeres! ¡Qué bellas!...Esa cintura...Esa nalga...Esa sonrisa. Te quedará bobo de tantas cosas
novedosas-.
Chue, lo miraba con ansiedad, tratando de darle una forma circular a sus alargados ojos. Chue, abrió la
boca, mientras delante de su cara volaba una mosca, que él espantó con un folleto de fono-entomología.
-4-
Granada, se presentó temprano en casa de Amanda. Era la única hermana de Violeta. Era temperamental,
y al menor síntoma de alteración familiar, era la conciliadora por excelencia. Violeta, la recibió con abrazos y
besos, ambas se sentaron en un cómodo sofá rojo. Violeta, fue la primera en romper el mutis:
-Hermanita, anoche no pude dormir de la neuralgia. Estaba desesperada, Amanda se pasó la noche
pasándome la mano por la cara. ¡Es horrible!
Puedes imaginarte-.
-Te considero hermana... Eso debe ser desesperante... ¿No tomaste ningún analgésico?-.
-Uuuuuf...Uno detrás de otro... no quieras saber...Y nada- Y diciendo esto, Violeta, se pasó la mano por la
cara, como para demostrarle a su hermana, lo que había sufrido con su neuralgia.
Mientras tanto afuera comenzó a caer una fina llovizna, arrastrada por un suave viento. Los grandes álamos
entrecruzaban sus ramas, y se escuchaba el ¡crash! como de ramita partida. El sol alumbraba con
marcada timidez, dejando ver su cara de vez en cuando, al permitírselo una inoportuna nube.
-Tienes que tratar de olvidar. Es la ley de la vida. Algún día tendré que perder a mi querido Antimico, y me
quedaré sola con mi querida Adamara...Eso si no me toca a mi primero-.
-Ay, hermana. -Se quejó pesadamente Violeta, mientras se secaba las lágrimas con sus usadas manos.
La conversación fue girando en torno a Adamara. Poco a poco el tema se fue agotando, y Granada se
despidió con besos y abrazos, no sin antes prometer que volvería al otro día. Afuera, la lluvia había cesado,
y el sol resecaba la tierra, dañándole la epidermis. Una chicharra acaba de reventar en lo alto de un álamo.
“Querida tía. No te había escrito porque el tiempo en estos días me ha faltado. El estudio es realmente
complejo, por eso hay que aprovechar cada minuto. Hoy recibí carta de Amanda, la pobre está muy dolida
con la muerte de su padre...” Amapola, dejó de leer y repitió dos o tres veces:”La pobre...la pobre”.
Por un instante pasó por su mente la idea de perder a Lidico. El significaba todo en su vida, porque desde
pequeño la había acompañado como el lazarillo al ciego.
Amapola, pensó en otra cosa, y su memoria voló al pasado. Recordó los días de la primaria de Lidico. Ella
lo levantaba temprano, le preparaba el desayuno, y lo llevaba a la escuela. A veces se paraba frente a la
puerta del aula, y se quedaba ahí hasta que él levantaba la mano, para contestar.
Por su memoria pasaron los días en que lo llevaba al Parque de Diversiones. Ella lo montaba en los
avioncitos, y se sentaba en los bancos de mármol a contemplar, el mechón de pelo rubio que golpeaba la
frente de Lidico. El desde los avioncitos, batía las manos, como para que su tía lo viera.
Amapola, dejó de pensar y volvió a leer:”Bueno tía, otro día te escribo más. Te quiere, Lidico. Amapola, dejó
caer con mansedumbre la carta sobre la cama.
Mientras tanto una fuerte lluvia comenzó a caer. Amapola, saltó de la cama y fue a correr las cortinas del
cuarto, no sin antes lanzar una sarta de improperios contra la madre naturaleza.
Lidico, acostumbraba a tenderse en su cama, con un libro de fono-entomología y casi siempre leía el mismo
párrafo:”... De los insectos que mejor han asimilado la fono-entomología, se encuentra la Sudamericana
hormiga tambocha. La misma posee un sistema auditivo que le permite la recepción con extraordinaria
sensibilidad las ondas hertzianas. Después de recibida la señal, solo tarda una milésima de segundo para
enviar su respuesta...”, y ahí cerraba el libro, y se decía con autosuficiencia:” Yo conozco las tambochas,
como a las palmas de mis manos”.
Cuando terminaba de leer, dejaba el libro a su lado, y se dormía pensando en Amanda. Por la mañana el
libro aparecía en el piso, y él con sus torpes movimientos, lo recogía y lo ponía sobre la mesita. Después se
desperezaba estirando los brazos y haciendo una horrible mueca.
Al oír esto, Lidico, se ponía en pie, y profería un grito al estilo Asiático y hacía unos cuantos ejercicios
calisténicos. Primero hacía cuclillas, después movimientos del torso, y por último ejercicios de brazos. Chue,
lo contemplaba, con las manos puestas en la cintura, con una picardía que solo los Chinos conocen. Un rato
más tarde Lidico, salía silbando la quinta sinfonía de Bethoveen.
La muerte de Alarmado, transformó la conducta de Amanda. Ella se sentía sola y desconsolada. Le había
perdido un poco el amor al trabajo. Solo la compañía de su prima Adamara le resultaba grata.
Unos de esos días en que se encontraban sentada en la cama, Adamara, le pidió que le contara como
habían muertos los padres de Lidico. Amanda conocía muy bien el trágico suceso; pero no le gustaba hablar
de esas cosas. De todas formas ese día hizo una excepción y comenzó la historia:
“Fue en uno de esos viajes de negocio, en los cuales, Ascencio, el padre de Lidico, acostumbraba a llevar a
su esposa Deseada, es decir la madre de Lidico. Ella, se sentía feliz cuando viajaban juntos. Lidico, se
quedaba siempre al cuidado de Amapola...
...El día del accidente, pensaban visitar a Francia, Italia e Inglaterra. La noche antes del viaje Deseada tuvo
un sueño enigmático. Soñó que una multitud, vestidas de blanco, alzaban los brazos, y movían la boca
como queriendo proferir una frase. Ella no escuchaba nada. La multitud se retorcía, se golpeaban el
abdomen; pero no le salían las palabras. Deseada, se tocaba los ojos en medio del sueño y los sentía
vacuos. Solo respiraba el efluvio que salía de su cuerpo, con un olor a azufre, que penetraba quemante
hasta los pulmones. En esa desesperación despertó, con el brazo izquierdo aplastado, por el pesado cuerpo
de Ascencio... ¡Fue terrible, prima!...Ella lo presintió todo...-.Amanda, hizo un alto, y respiró profundo y
Adamara aprovechó para comentar:
Amanda, volvió a tomar aliento, y con una voz más pausada continuó:
-Era una tarde de esas que las nubes viajan bajas y amontonadas. Esa tarde estaba autorizado el vuelo...
¡Cosas de la vida, prima!...ah, a veces se me olvida la historia...Entonces el avión despegó, hasta tocar las
nubes. Después vino la explosión y el gigantesco avión se convirtió en pequeñas esquirlas...
-¿Y llegaron a conocer las causas? -Interrumpió, Adamara, mientras ponía sus pies desnudos sobre la
cama.
-...Gracias a la llamada caja negra, se conoció la causa...Creo que al piloto le dio un infarto...O algo así, hay
muchas versiones.
-¿Y Lidico, sufrió mucho? -Volvió a interrogar, Adamara
-Ya casi ni lo recuerda-.
Ambas siguieron conversando, el tema variaba constantemente. Y así entre diálogo y diálogo, el sol dijo
“hasta mañana”, y una claro-oscura sombra lo envolvió todo.
Amapola, le robó unas horas a sus quehaceres y fue a ver a Amanda con urgencia. Al llegar la propia
Amanda le abrió la puerta. Amapola, lucia un peinado exótico, llevaba el pelo alisado sobre el lado
izquierdo, y una ancha raya que parecía una autopista. Vestía con sobriedad; un “Jean” azul y un pullover
blanco con la efigie de Cristo.
Cuando se enfrentaron, después de saludarse amistosamente, Amanda la miró fijamente, y notó en ella que
sus ojos pestañeaban más rápido que de costumbre, y que movía las llaves de su auto con marcado
nerviosismo. Unos instantes después Amapola y Amanda estaban sentadas en el cómodo sofá.
Amapola, miró unos instantes el cuadro que estaba frente a ella. En el mismo se podía ver un pequeño
velero próximo a zozobrar. Ella, trató de leer el nombre del autor; pero se recordó que no traía puestos sus
bifocales. Después le echó una rápida ojeada a los nuevos muebles; cuatro cómodas piezas forradas en
damasco, en rojo y blanco. Lo que no pudo notar fue que eran reclinables.
-Mi querida Amanda...he venido...porque Lidico me escribió-Rompió el silencio, Amapola, con voz de cura.
-¿Y qué tiene de extraño eso? ¿El siempre no te escribe?-.Contestó -
ocupada Amanda, arrellanándose en el mullido sofá-.
-No se trata de que me escriba o no, querida ¿Comprendes? es un asunto delicado -Amapola, bajaba y
subía el tono de voz-, se trata de sus estudios
¿Sabes?-.
-¿Estudios?-. Preguntó escéptica Amanda.
Amapola, se secó la frente con un pequeño pañuelo, dándose suaves golpecitos. Luego mojó sus resecos
labios, con su puntiaguda lengua y continuó:
-El mismo me lo mandó a decir. Está saliendo mal en los exámenes... ¡Mal!... Eso es lo único que podía
pasar... ¿Dónde están mis esfuerzos de toda la vida?¿Ese es el pago?...Ya verá ...Hum...-.
Amanda, enmudeció al recibir la noticia. Estaba segura de la inteligencia de Lidico. Solo algo
verdaderamente grande podía influir negativamente sobre él y sus estudios. Por eso esperó que Amapola
continuara para ver a dónde quería llegar, Y no tuvo que esperar mucho:
-Y,¿Tú no dices nada? Tú debes de estar enterada de todo... A eso he venido... Di algo... No me gusta ese
mutis-.
-¿Qué quieres que diga? ¿Que yo le mando a decir que venga? ¿Que le escriba persuadiéndolo de que no
estudie?... ¿Eso?... -Amanda, terminó un poco alterada-.
Amapola, se movió hacía un lado, abriendo un poco sus ojos y contestó:
-Algo está perturbando a mi Lidico...El no puede desaprobar el doctorado -.Amapola, estaba nerviosa, se
comía las uñas, se arreglaba el pelo, cruzaba y descruzaba las piernas.
-Yo tampoco quiero que desapruebe -.Dijo Amanda subiendo la voz.
-El pobre-sentenció Amapola
-¡Querido!-Se lamentó Amanda.
-¡Todo es en vano!-Terminó por decir Amapola, tratándose de sacar una pestaña de su ojo derecho.
Violeta, apareció con una taza de café. Amapola, la tomó entre sus arrugadas manos, y sus ojos quisieron
meterse dentro del líquido. Después enseñó un beso en sus pulposos labios y sorbió el café, en pequeños
sorbitos, no sin antes escapárseles de sus labios dos pequeñas gotas del preciado néctar. Violeta, volvió a
la cocina y Amanda habló:
-Amapola, yo creo que Lidico necesita ayuda, y nosotras somos las únicas que podemos brindársela. Yo
también estoy preocupada como tú. La diferencia radica en que tú costeaste los estudios. Yo por mi parte
he pasado horas de insomnio pensando en sus estudios. Muchas veces pienso que estoy a su lado
hojeándole un libro de fono-entomología; otras veces pasándole en limpio algún resumen. Eso sucede casi
siempre...Ah...y más cosas que me las reservo-.
Amapola, la miraba con su acostumbrada incredulidad. Pensaba que eran meras palabras. Por eso mientras
Amanda hablaba, la miraba a los ojos, haciendo uso de su psicología instintiva. Ella intentaba descubrir en
el rostro tibio y jovial de Amanda, algo que la inculpara. Amanda, por su parte hablaba poniendo en cada
palabra su tierno corazón.
Las dos se dirigieron afuera y atravesaron el largo pasillo de granito que conducía a la calle. Se despidieron
entre un intruso diálogo de cientos de pajarillos.
-6-
Era la hora de la cena. La mesa estaba servida. Seis comensales se disponían a comer. El doctor
Francesco, su esposa y sus dos hijos, estaban presente por invitación de Violeta. Francesco, era un hombre
regordete, caído de vientre, y muy amigo de las bromas. Era italiano y vino a América a buscar fortuna. Lo
único que encontró fue un empleo, después le nacieron sus dos pequeños hijos.
Eran tiempos de mucha emigración de Europa hacía América, venían en busca del Jardín del Edén; pero al
llegar la realidad era otra. Algunos, para no hacer un viaje en balde, buscaban cualquier empleo y se casa-
ban. Francesco, tuvo la suerte de encontrar un empleo en su profesión de médico, en La Clínica “Los
Asegurados”.
La comida comenzó animada. Fue Violeta, quien dio la orden:”A comer”. El guiso era apetitoso. Era la
primera vez, después de la muerte de Alarmado, que se preparaba algo especial. Un enorme pavo
descuartizado, sangraba la fina manteca; lo rodeaban diferentes platos: caviar a la Roché, calamar al jugo,
ostiones liberados y un pollo asado.
El doctor Francesco, fuera por costumbre o confianza, agarraba los trozos de pavo, sin utilizar ningún tipo
de cubiertos. La grasa le rodaba por la comisura de sus labios, y le iba poniendo brillante la barbilla.
Mientras tanto su esposa, Aureliana, luchaba por arrancarle un muslo al pollo asado.
Los pequeños halaban las tirillas de calamar con las manos, mientras Aureliana, los regañabas con un
gesto. Por su parte Amanda, masticaba lentamente, mirando fijamente el inmenso pavo. En su mente
estaba presente su Lidico, recordaba cuando iban juntos al restaurante “Los Camellitos”, propiedad de unos
argelinos. Ella casi siempre pedía el mismo plato: ternera guisada.
Violeta, que estaba sentada en el extremo opuesto al de Amanda, se servía diligentemente de la gran fuente
de cristal, el rico pavo. El silencio se hizo muy prolongado. La primera en hablar fue Aureliana:
Todos los miraron. Amanda, dejó entrever una sonrisa. Aureliana, bajó la cabeza apenada, los niños apenas
lo notaron. Violeta lo ayudó a salir del apuro:
Amanda, gustaba de las anécdotas que le contaba Francesco; fueran ciertas o falsas. Por eso siempre que
tenía la oportunidad le pedía que le contara una de esas historias. Ese día no fue la excepción y con voz
dulce le suplicó:
El doctor, la miró, se sonrió, enseñando sus largos dientes. Se rascó la cabeza, como llamando a la
memoria, y empezó:
-Bueno, mi querida Amanda, esto que te voy a contar me sucedió la última vez que fui a Venecia. Todo
sucedió como te lo voy a contar. Yo llevaba unos deseos tremendos de montar en góndolas,¡figúrate cinco
años sin montar!. Sentía una nostalgia especial por las tranquilas aguas de los canales, por el contacto con
las góndolas. En fin todas esas cosas maravillosas que uno siente. El caso es que cuando llegué me dirigí al
-¡Qué chapuzón!.El traje me pesaba como diez libras, imagínense ustedes, yo caminando ensopado por las
calles de Venecia, ¡Qué vergüenza!, yo iba con cabeza baja, exprimiendo el traje. Después de ese suceso,
no he vuelto más a Venecia-.
Las risas se prolongaron. Por primera vez Violeta y Amanda, reían con tanto fervor, después de que
Alarmado, cayó retozando por el barranco. Amanda, tenía la cara roja de tanto reír, sus blancos dientes,
ligeramente redondeados en la punta, se mantuvieron en exhibición largo rato. Aureliana, era la que menos
se reía de los cuentos de Francesco; pero para disimular lanzaba una carcajada atronadora. Los niños
reían porque veían a los mayores reír.
Las risas se aplacaron. Se volvió a comer. Después, Violeta, preparó el camino hacia la sobremesa:
-¿Doctor?¿Es verdad que en Italia las mujeres se comprometen después de los treintas?-.
-Más bajo-.Contestó sonriente Francesco
-¿Cuántos?-Volvió a interrogar Violeta
-Veinte-Afirmó el doctor
-Amanda, también se comprometió a los veintes, y por eso me siento orgullosa de ella.
A Aureliana, no le agradó mucho la respuesta del doctor, y aprovechó para descargar un pequeño ataque
de celos:
Amanda, se limpió la boca con la suave servilleta, luego la colocó hecha un montoncito, sobre la mesa, y
dijo:
Todos rieron con deseos, hasta que las risas hicieron vibrar las finas copas de cristal.
- 7-
Amanda, estaba tirada sobre la cama. Su transparente refajo, dejaba ver sus pequeños senos, que parecían
dos tasitas de café. Más abajo el triángulo rojo intenso de la bikini, se veía rosa a través del blanco del
refajo. Su cabeza descansaba sobre su mano izquierda, y en la otra sujetaba la última carta de Lidico
Cabrales. Ella la leyó detenidamente:
“Querida mía, debo ser sincero contigo. Siempre lo he sido. Los estudios no marchan bien. No sé lo que me
pasa. He pensado cuando regrese dedicarme a la Hacienda. Escríbeme. Tu Lidico”.
Por primera vez Amanda, descubrió en Lidico, una dosis de interés por su riqueza.”Una enfermedad
incurable”, se dijo paras sí. Pero por encima de cualquier cosa, ella sentía el influjo de su amor, que se le
metía por cada poro de su esbelto cuerpo. Para ella nada cambiaría el rumbo de su vida. Lidico significaba
todo para ella. Los desaciertos de él los veía como algo
pasajero; fáciles de enmendar, propio de una juventud altiva e inestable.
Cuando pensaba en Lidico, su mirada se quedaba fija en un mismo punto; sentía que sus senos se les
hinchaban, y un escozor mortificante le recorría el cuerpo. Así se quedaba largos ratos, hasta que con una
alquimia inefable, desde un puntito blanco salía la imagen de Lidico.
Ese día era de fiesta. El nuevo presidente, el Dr. Albergado Álvarez del Rey, en representación del Partido
Ultra Republicano, tomaba posesión. El país estaba alborotado. La gente estaba en las calles desde
temprano. Los comercios no abrieron ese día. Se paralizaron los trabajos; solo los hospitales y el transporte
funcionaban normal.
Amanda, vio desde su cuarto una multitud que pasó frente a su casa. Llevaban en alto una inmensa valla
con la efigie del presidente. Ella solo le pudo ver sus grandes bigotes, y la armadura de sus espejuelos.
Amanda, miró la multitud con frialdad. Sabía que al principio todo era promesas, y que al final casi nunca se
cumplían. Eso lo aprendió de su padre Alarmado.
Esa mañana hubiese deseado lanzarse a la calle e ir detrás de la gente; gritar, aullar la saciedad.
Necesitaba distraerse. Romper el stress. Olvidarse un poco de Lidico, de su nuevo afán de riquezas.¿Pero
valía la pena lanzarse a gritar detrás de aquella frenética multitud? Amanda, prefirió quedarse en su cuarto y
seguir meditando. Por algún momento pensó en que Lidico, un hombre de ciencias, tuviera tanto interés por
los negocios. Pero por otra parte sabía que el dinero mueve todos los engranajes de la vida, y que de una
forma u otra todos los amamos. También sabía que los que no los tenían eran los que estaban condenados
a mendigar por las calles oscuras y frías del sacrificio.
A Amanda, lo que le preocupaba era la forma de ganarse el dinero. Ella misma vio como su difunto padre
tuvo que sacrificarse para obtener todo lo que logró. Cuantas veces tuvo que doblar la jornada. Y ahora,
Lidico, lo ambicionaba todo sin dar un golpe. Ella no olvidaba nunca la vez que su padre le dijo: “Hija el
sesenta por ciento del amor es por interés, trata siempre de tener algo”. Amanda, nunca se lo creyó. Pero
ahora estaba frente a una realidad evidente. Sin embargo no le importaba entregar toda su riqueza al
hombre que amaba.
Muchas veces Amanda, pensó dejar su trabajo y vivir de la riqueza que había heredado. Pero su filantropía
era congénita y creía en el deber de contribuir a la educación de los demás. Mientras meditaba a solas, un
suave viento le acariciaba el rostro; ella lo recibía con agrado. Se fue quedando quieta, con una ternura
inefable, hasta que las mágicas puertas de sus ojos se cerraron.
¿Para qué conversar con los insectos? se preguntaba; pero inmediatamente, volvía a interrogarse: ¿Es
posible destruir tan fácilmente ese monumental cúmulo de conocimiento sobre Fono-entomología?, claro, el
lo aplicaría a la Hacienda Siempreverde. Formaría cientos de colmenas, que él mismo dirigiría. Unas veces
orientando a los zánganos en su vuelo nupcial; otra indicándoles a las obreras, cuando la calidad de la miel
era óptima. De esa manera aumentaría la productividad por colmena. De esa manera sus conocimientos
contribuirían al desarrollo científico-técnico de la humanidad.
Una cosa que ayudó a Lidico en su formación, fue la constancia de su austera tía Amapola. El siempre la
obedeció, y hasta se puede decir que le tenía un poco de temor. Todavía siendo un hombre, se le paraba
delante con obediencia y le decía:
“Tía voy a la matinee del Salón Rojo”; o a veces un poco nervioso le decía que iba a recoger a Amanda,
para ir a comer al restaurante “Los Camellitos”. Cuando se escurría sin decir nada, era para escaparse a dar
una vuelta con Janet, su compañera de aula de la universidad. Ella tenía los ojos alargados como las
japonesas, y los labios finos y delicados. Lidico, se enamoró de su pelo rubio que le tapaba los glúteos.
Un poco más arriba una pequeña planicie de finas arenas, invitaba a caminar. En otra cascada que estaba
más alejada, el agua caía rápida y espumosa, y abajo se diseminaba en varios canales naturales, rodeados
de una vegetación exuberante, que iban desde el mangle hasta el fino junquillo.
Los canales semejaban una especie de túneles arbóreos, por donde se podía navegar en pequeña
embarcaciones o simplemente nadar, sintiendo el rumor del viento penetrando por las enredaderas.
Era allí donde Lidico, se escapaba con Janet. Ellos se lanzaban canal adentro, nadando despacio, con una
pereza provocada. Cuando sentían el roce suave del agua en su epidermis, entonces, se pegaban y
nadaban ladeados como si fueran uno solo. Al llegar al primer recodo, ya no soportaban más y se detenían
para hacer el amor. Ella era fogosa, y con el agua su fogosidad aumentaba.
En el centro del canal, parecían anguilas torcidas y retorcidas. Ella lo halaba hacía su cuerpo como un
remolino. El se dejaba llevar con la interminable protesta de sus besos. Y así entre un ruido sordo de
gemidos y suspiros la tarde los cegabas.
Después de Janet, fueron Julia, Hoa la asiática y Martha la que llamaban La Cleopatra. Aquel lugar fue para
él un refugio del cual Amanda nunca había tenido noticias. Pero era solo una forma de pasar el tiempo. Con
Amanda era diferente, no solo había pasión y furia; con ella existía comprensión y afinidad en todas las
aristas de la vida. Por eso su amor con Amanda, había perdurado, ese amor lo tenía clavado como un puñal
en el corazón.
Cada primavera que Lidico, pasó al lado de Amanda, lo revitalizaron. Siempre esperaba con vehemencia la
ansiada estación; para sentarse juntos en el parque Primaveral, a contemplar los floridos flamboyanes, que
despedían, la roja llama por sus ramas de fuego. Le gustaba ver los pajarillos libar el dulce néctar de las
flores. Verlos partir henchidos, batiendo sus alas en una muestra de agradecimiento eterno a la madre
naturaleza. Y Amanda a su lado comiéndoselo a besos. Dulces besos de primavera. Ellos miraban las
miríadas de aves migratorias que pasaban casi rozándoles la cabeza. Entonces Lidico, miraba la profusa
cabellera de Amanda y le parecía un lugar ideal para anidar las avecillas. Lidico, desde Francia, no olvidaba
ese apacible nido, donde tantas veces se perdieron sus manos como dos pichoncitos.
La Hacienda Siempreverde mantenía su progreso. La productividad por hombre no había mermado desde
que Alarmado rodó por el barranco. Todo fue posible por el trabajo realizado por Conrado Autoritario; quien
quedó al frente de los trabajos de la Hacienda, por disposición de Violeta. Autoritario era uno de esos
hombres, en que el nombre le viene como anillo al dedo. Desde pequeño fue obrero de la Siempreverde, y
estuvo muy cerca de Alarmado; era como su ayudante personal, razón por la cual conocía el manejo de
recursos y hombres.
Los asuntos administrativos de la Hacienda recayeron en Amanda, mientras regresara Lidico de Francia.
Ella tomaba las decisiones de las nuevas inversiones. Manejaba presupuestos, y aumentaba y disminuía los
sueldos de los trabajadores, según estimara conveniente.
Violeta, solo se inmiscuía, cuando se trataba de modificar alguna construcción hecha por su difunto esposo.
Se ponía de mal humor cuando le proponían semejante cosa. Casi siempre decía lo mismo:” Eso es
intocable”, para luego añadir lo de mi difunto Alarmado no lo toca nadie.
Amanda, nunca le contradijo a su madre; siempre respetó su criterio. Así se quedaron tal como el los dejó:
los graneros, las naves de acopio, y el laboratorio de inseminación.
Amanda, después que llegaba de la universidad, se ponía los pantalones bombachos, con sus rodilleras de
piel, y una camisa mangas largas. Y recorría toda la Hacienda en compañía de Autoritario. Prefería ir a
caballo. Tenía el suyo predilecto; uno blanco de buena alzada.
A trote picado, salvaban la distancia que había desde la casa hasta la Hacienda. Amanda, se alzaba sobre
los estribos, como para ver mejor, y llenaba sus pulmones con prolongadas inspiraciones. Autoritario, le iba
contando, como marchaba todo. Ella se sentía satisfecha de los resultados; por eso no hacía más que
reafirmar lo que le decía Autoritario.
Cuando llegaban a la Hacienda, entraban por la ancha puerta, de dos hojas, construida de caoba. A la
izquierda, quedaban los campos de maíz. A Amanda, le gustaba verlos cuando se llenaban de las doradas
espigas, que danzaban al compás del viento como avezadas bailarinas.
A la derecha, quedaban las plantaciones de plátanos, que era como un bloque verde que dividía la tierra y el
cielo. Más adentro estaban las hortalizas; donde el verde retozaba en toda su gama. Había canteros de
lechugas, de tomates, col. y muchas variedades de vegetales. Amanda, sentía afinidad por las plantaciones
de vegetales.
El recorrido terminaba en los inmensos corrales donde pastaba el ganado. Eran miles de cabezas, y
Amanda, trataba a veces de contarlas, como si fuera un extraño hobby. Después del recorrido, regresaba
sola a casa, con las mejillas coloradas y sudorosas.
Un día en que Amanda, cabalgaba sola cerca de su casa, muy próximo a la vivienda de Los Merenkos, unos
rusos que trabajaban en la mina de uranio de Loma Blanca. De repente se encontró con un viejo amigo. El
venía en una motocicleta japonesa, que tenía, una especie de carrocería que protegía al motociclista del
tórax hacia abajo. Amanda se sorprendió al verlo venir. El frenó la moto, casi en las patas del caballo. Ella
haló la brida, y el caballo resopló asustado.
-Hola Amanda-.
-Hola Regio-.
Regio, se quitó el casco protector, y el viento le hizo un nido en la cabeza. Amanda, miró los mechones, y
recordó que allí se refugiaron un día sus manos.
-No te había visto más desde aquel día ¿Dónde te metes? -Preguntó Regio
-De mi casa al trabajo-
-¿Es verdad lo de tu padre?-.Volvió a preguntar Regio
-Sí-
-Lo siento-.
Regio, volvió a ponerse el casco protector. Miró las azules sienes de Amanda, como latían. El recordó la
primera vez que la besó, casi arrodillado frente a ella.
-Adiós-
-Adiós-.
Amanda, recordó cuando Regio se le pegó bien cerca, cuando le habló, casi le quema la epidermis : “Tienes
un gusto envidiable”. Dos horas después, estaban enredados como un nido de reptiles. El tenía la cosa más
grande que ella había visto. Por eso gritó tan fuerte como cuando perdió la virginidad. Ella rememoró
cuando sus manos de largos dedos, se entretejieron en su monte venus; y el exploró la exuberante
vegetación, en las entrañas húmedas del bosque.
Regio, era un puntito, y todavía Amanda lo miraba. Las auras planeaban bajo el plúmbeo cielo. Un olor a
lluvia recargó los pulmones de Amanda. El cielo reventó llenándose de incandescente grietas. Amanda, se
tapó los oídos, cuando el potente trueno hizo temblar la tierra.
El cielo se había despojado de nubes. El sol quemaba con libre albedrío. Las hojas de los árboles parecían
dormir. El verano se acercaba. Era domingo. En casa de Amanda, ya estaban Granada y Adamara. Solo
faltaba el doctor Francesco y familia. La Hacienda Siempreverde cumplía veinte años de fundada. Violeta
,quiso celebrarlo. Para tal ocasión se preparó la amplia sala. Se colocó en el centro una larga mesa,
rodeada de sillas; y se dispusieron todos tipos de bebidas y comestibles.
Amanda, se había recogido el pelo en una suerte de moño, parecido a una cebolla. Se había empolvado el
rostro y lucía más blanca que de costumbre. Una tenue pintura, hacía resaltar sus gomosos labios. En
contraste el rostro de Adamara, estaba encendido por un rojo carmín. Ella exhibía un peinado de delineadas
trenzas, que le rodeaban la cabeza en forma de corona. Su ovalada cara se disimulaba bajo semejante
peinado. Muy pronto comenzó un animado diálogo:
-Estos momentos son necesarios para la vida-Dijo Granada, mientras se examinaba las
uñas meticulosamente.
-Una tiene que relajarse ¿Verdad?-.Acotó Amanda, comprobando si su moño estaba en su lugar.
Violeta, que estaba ocupada en colocar algunas vajillas sobre la mesa, detuvo su trabajo,
y con una voz un poco triste dijo:
-Si Alarmado estuviera vivo...el pobre...disfrutaba mucho estos momentos-.
-Sí-
-¡Qué lástima!-.
-¡Pobre padre!-.
La sala se llenó de lamentos; pero muy pronto se desvanecieron, cuando vieron llegar a Francesco y familia.
El venía delante, con un traje gris, de corte rectangular. Detrás venía su esposa, Aureliana, y sus dos
pequeños.
-¡Buenos días!-.
-¡Buenos días doctor!-.Al unísono
-¡Buenos días, Aureliana!.Luces elegante-.Aprovechó para sentenciar, Granada.
Violeta, los invitó a que se sentaran directamente a la mesa, de esa manera no tenía que servirles las
bebidas. Francesco, se sentó en una esquina, y Aureliana en la otra; como dos boxeadores.
El doctor le dio una ojeada a la mesa para comprobar las marcas de licores y vinos. Empezó por la parte
más cercana al borde de la mesa: Matusalén añejo, cubano; se limpió el paladar y sintió la suavidad del ron.
Luego, continuó: Vodka, soviético, entonces sintió un ardor en la garganta que lo hizo carraspear. Siguió
mirando, y su vista chocó con una botellita semicilíndrica, la marca estaba en letras bien condensadas, y
Francesco, tuvo que apretar bien los ojos:” ¡Será posible!”, comentó, y continuó:”Si es aguardiente de
Rímini”.
Francesco, no pudo resistir la tentación y agarró por el cuello, con sus romos dedos la pequeña botella.
Instantes después, reía satisfecho.
Por su parte Granada, bebía una copa de vino tinto, que había perdido la etiqueta, y ella trataba de adivinar
se marca; reteniendo en la boca un buchito y luego tragándolo, como el mejor catador.
-¡Es dulzón!-Decía.
-¿No es Francés?-.Preguntó, Amanda.
Como Violeta vio que todos habían callados, y que el mismo Francesco, no hacía más que beber,
aprovechó para descargar sus recuerdos, traídos a la mente por el duende del vino.
-Mi eterno Alarmado…él no tuvo descanso. Se levantaba cuando escuchaba la sirena del Puerto, oscuro
todavía. Nunca desayunaba, ni almorzaba en casa ¿Qué duro? -Violeta respiró
Profundo, y continuo-, Regresaba al anochecer; pero se le veía el ánimo en los ojos. Siempre de buen
humor conmigo, a pesar de su carácter. Me besaba, y me abrazaba y con voz animada
Me decía:”Otra jornada vencida”.Entonces, se quitaba la camisa ¡Ay hija!,se podía exprimir, Luego se
quitaba sus grandes botas, que yo casi no podía con ellas. El se quedaba sentado un rato
En el portal, mirando los árboles mecerse, como si hubiera hecho algún pacto con la naturaleza ¡Qué días
más felices!…ya esos no vuelven.
Amanda, comenzó a sentir la acción del vino. La nostalgia se revolvió en su cabeza. La imagen de Lidico le
llegó apretada en un montón de recuerdos, que se desvanecieron, cuando de su boca se escapó el nombre
de su querido amor. Adamara, su prima, la rodeó con el brazo derecho, y se pegaron cabeza con cabeza.
-8-
Habían transcurridos seis meses desde que Lidico partió para Francia. Amanda, no dejaba de pensar en él.
Los días le parecían alargados por un Crono cruel, que se había empeñado en hacerla sufrir. Aunque lo
veía todos los días en sus cartas saltar sobre las letras, detenerse en cada punto, o hacer zigzag en las
comas.
Lidico, pensaba en ella; pero pensaba también en la Siempreverde. Una idea malévola, se
habíaapoderado de él. Ya tenía concebida las ganancias que le reportaría una inversión en la apicultura.
Hasta tenía en mente el número de obreros y salarios, y su posible fluctuación.
Muchas veces se le metió en la cabeza regresar sin terminar el doctorado; pero la recia figura de su tía
Amapola, se lo impedía. Su imagen se le paraba delante y lo llenaba de insultos .Le contaba centavo a
centavo, todo lo que se había gastado en sus estudios. Después, lo acusaba de malversador, y
autosuficiente. El quería evitarse todos esos regaños y posibles vejaciones.
Amapola, aunque severa, siempre lo había tratado con molicie. Una sola vez le habló con rudeza: “Crees
que tienes edad para eso…”,le dijo cuando él le planteó la decisión de casarse con Amanda. Después, de
eso Amapola, buscaba motivos para separarlo de su querido amor. Por eso cuando le propusieron a Lidico,
el doctorado en Francia, ella se sintió feliz; y pensó en el viejo adagio:
“LA DISTANCIA ES EL OLVIDO”.
Lidico, nunca hizo caso a sus insinuaciones, le parecían propia de una madre. Como la perdió a tan
temprana edad, no podía hacer comparaciones. El solo le replicaba poniendo como valladar, La belleza de
Amanda, y su delicada manera de conducirse ante la sociedad.
Amapola, para demostrarle que había mujeres más bonitas, se valía de su afición por la filatelia.
Entonces, le enseñaba la última edición de mujeres famosas: Betty Davis, Carmen la de Ronda, Sarita
Montiel, y muchas más, a quienes Lidico miraba con especial atención y profundo respeto; pero con menos
embeleso que a su Amanda.
En el amor ,Amapola, nunca logró dirigir a Lidico. Para él era algo muy individual e invulnerable. Con esa
máxima logró salvar sus relaciones con Amanda. El mismo se lo dijo a Chue, con otras palabras:”Tuve que
ponerme duro con mi tía”.
Lidico, en seis meses solo había estado con Catherine, una menuda francesita, que conoció en El
Louvre. Ella supo que era americano en la forma de curiosear. Se fueron hasta la torre Eiffel, a contemplar
el longevo monumento. Ella le tomó una foto, recostado a la torre. Nunca se la enseñó.
Esa noche amanecieron en el apartamento de Catherine, tropezando con un montón de botellas vacías.
Nunca más la vio. Su recuerdo se esfumó como una débil pompa de jabón.
La tarde caía. El sol aún se mantenía activo. Los altos edificios se tragaban la luz. Abajo se formaban
pequeños cuadros iluminados aquí y allá. La gente aún entraba y salía de los mercados. Otros apretujados
bajaban las escalinatas del metro. El tránsito comenzaba a incrementarse, en la “Avenida Pilco”,
hormigueaban los autos ligeros. Mientras, que por la calle “Única”, tronaban las rastras y camiones. Amanda
y Adamara, que habían coincididos en la ciudad, estaban sentadas en unos de los bancos de” La Avenida
La Arboleda”.Era la avenida más tranquila de la ciudad, sus Grandes árboles la tornaban oscura y apropiada
para platicar…
Cientos de enamorados se agrupaban en parejas, sentados en las hileras de bancos, dispuestos a lo
largo de la avenida..Parecía una especie de coro amoroso; pero solo el viento podía escuchar su extraña
melopea.
-¡Qué escena tan Hermosa!-.Se atrevió a decir, Amanda, mientras arreglaba algunos paquetes.
-¡Un verdadero regalo de amor!-.Contestó eufórica, Adamara.
-Si estuviera Lidico-.Dijo algo nostálgica, Amanda.
-Ni que fuera a quedarse-.
Amanda, apretó sus gruesos labios y se los dejó finos, como una cáscara de cebolla. Luego,
Los soltó, y salieron rojos y humedecidos.
-Adamara, un día para mi lejos de Lidico, significa un año ¿Comprendes? Yo estoy adaptada a sus regaños
y caricias. Cuando me faltan parece que voy a morir ¡Eso es amor!…lo otro es pasión, lascivia,
concupiscencia…
-Pero,¿Qué dices prima con esa jerga-.
-…Mucho…mucho…-.
Amanda, sintió cuando el pitazo del tren, hizo vibrar los cristales de las ventanas de su cuarto. Entonces, se
recordó que era día de envío de ganado. Impulsándose con las piernas, se puse en pie rápidamente.
Cuando salió al patio, ya Amable le tenía su caballo blanco ensillado. Apenas tuvo tiempo para
desayunar, gracias a que Violeta, su madre, se lo tenía listo como de costumbre.
Cuando llegó a la Hacienda ya el tren estaba estacionado en la plataforma donde sería montado el
ganado. Autoritario, junto a cinco peones, había terminado la labor de clasificación del ganado. Ya estaban
en los corrales, listos para subir al tren. El tren los conduciría hasta el puerto, y desde allí seguirían en barco
hacia Europa.
El ganado era de primera. Se les veía impacientes dentro de los corrales. Unos pegándose a la cerca, y
olfateando los gruesos tablones de madera dura. Otros se apretujaban en los bebederos para mitigar la sed.
Era uno de los envíos más grande que se iba a hacer, desde que se fundó la Siempreverde.
El día era bueno para la operación. El cielo azul e inmenso. El sol redondo y radiado. Sobre la
plataforma, el ir y venir de los peones se intensificaba. Unos abastecían de pasto el coche que transportaría
los alimentos para el ganado. Otros, apartaban algunos objetos, que se encontraban tirados en la
plataforma, para que no interfirieran con el paso del ganado. Y un tercer grupo, utilizando mangueras a
presión, lavaban los coches del tren.
Cuando las partes interesadas firmaron el contrato de compra y venta, Amanda autorizó la operación de
transporte. A cada lado de la puerta de salida, se situó un contador de ambas partes. El ganado, cuando
llegaba a la puerta de salida, se resistía y había que hostigarlos con un bastón eléctrico.
Lidico Cabrales, atravesó el largo pasillo que conducía al Aula Magna. Contra su pecho oprimía la carpeta,
que contenía su tesis de doctorado. A su lado desenfadados caminaban sus tutores. Lidico, vestía un traje
blanco, ceñido por un cinturón ancho, y pantalones negros.
Llevaba la mirada baja, como si fuera contando cada uno de los mosaicos del largo pasillo. Sólo, cuando
ya estaba próximo a entrar en el aula, levantó la vista para encontrarse con Chue, que lo esperaba con la
mano extendida. Segundo después Lidico se hundió en uno de los sillones.
Amanda, se levantó sobresaltada. Un sueño mefistofélico le había robado la noche. En veintitrés años
nunca había soñado con algo parecido, máxime cuando se trataba de Lidico. Ella lo vio cabalgando sobre
un gigantesco caballo. El venía desde la Hacienda, y el ruido que traía hacia doblar los árboles. El caballo
resoplaba, y lanzaba gigantescos chorros de sangre por la nariz, que iban quemando todo a su alrededor.
Amanda, lo veía desde un pequeño promontorio. El pasó por su lado, y no la vio. Entonces, el caballo sacó
dos alas enormes, y batiéndola con gran ímpetu se perdió en la oscura noche.
Lidico, esperaba su turno con la cara presa entre sus delicadas manos. El corazón le jadeaba en el pecho.
Su mirada traspasaba los cristales de los ventanales, para perderse en el fuego disperso del matinal sol.
Una bandada de pajarillos rozaba con sus alas el diáfano cristal; después huraños, ascendían arre-
molinados, para perderse entre las copas de los árboles.
Al lado de Lidico, se animaba una conversación:
-Tienes que hacerlo todo bien-.
-Voy a hacer el esfuerzo-.
Lidico, ladeó la cabeza ligeramente y vio que era Chue y sus tutores los que hablaban. Lidico, quiso
desearle suerte; pero se recordó que ya lo había hecho en la habitación. Y que además se habían
abrazados y se habían persignados.
Amanda, subió a su auto “Plutón”.Encendió el motor. Revisó la carga de las piritas de uranio. Todo estaba
en orden. Se caló sus redondas gafas y puso en marcha el auto.
Amanda, se sentía un poco confundida y algo nerviosa; por eso puso una música movida para vencer el
stress. Miró los árboles, y los comparó con unas criaturas peresozas, que se quedaban rezagadas. Ella,
subió como de costumbre por La Avenida de los Capitanes. El tránsito era profuso. El sol se reflejaba sobre
los cristales de los autos, y salía disparado en forma de estrellitas, que casi formaban una constelación.
Amanda, trató de sacar de su mente el insólito sueño. Miró a su derecha y vio el gigantesco Boulevar,
de donde ya salía y entraba la gente en multicolor comparsa.
Más adelante, recreó su vista en los enigmáticos restaurantes Chinos. El olor a comida, le saturó el auto.
Miró a la izquierda, y su vista chocó con los lujosos hoteles, cargados de anuncios. Abajo, en los vestíbulos
una heterogénea etnia se movía sin dirección definida.
Amanda, manejaba despacio, dando golpecitos en el timón, y tarareando las canciones de su
cassettera. Cuando entró en la Avenida de Los Rascacielos, sintió una especie de vértigo, nunca antes
sentido. Se estrujó un poco el rostro, y aguzó su naricita respingada.
El terrible sueño volvió a hacer diana en su mente. Un vaho gélido le enfrió la cara, y le metió la visión
Lidico Cabrales, terminó su exposición sudoroso y cansado. Sus últimas palabras fueron:”Terminó, con la fe
en que la Fono-entomología, dentro de poco, se convierta en una de las ciencias más útil para el hombre”.
El jurado lo miró detenidamente. Lidico, debía esperar el veredicto afuera. Instantes después, volvió a
verse hundido en el mullido sillón, con la cara oprimida entre sus manos ,esperando el fallo del jurado.
Lidico, escuchó, cuando su amigo Chue, recibía la calificación de aprobado. Chue, salió corriendo dando
saltos de canguro.
Lidico, lo miró con envidia. Entonces, trató de animarse; se paró, y caminó hasta los ventanales. El aire,
se le metió por los tupidos bigotes, y se le quedó allí haciéndole cosquillas.
La sangre afluyó con fuerzas a su cabeza. Su mente se aclaró, entonces sus oídos escucharon, una voz
ronca y precisa que anunciaba:”Lidico Cabrales, Insuficiente…lo sentimos..”.
Lidico, sintió que estaba sobre el patíbulo, y una carga de fusilería le destrozaba las entrañas. Laxo,
como quien ha perdido la vergüenza, emprendió el camino de regreso por el largo pasillo.
Sintió que tenía herida su conciencia. Por primera vez lo derrotaban en el campo del estudio.
Amanda, abrió sus grandes ojos en el Hospital “Gran Galeno”.Un equipo médico multidisciplinario cuidaba
de ella. Violeta, su madre, la miraba a través del liso cristal de la pequeña ventanilla de la Sala de Cuidados
Intensivos. Entre tanto dolor, Violeta, recordó cuando la vio salir de su vientre, envuelta entre los residuos de
la placenta; con sus dos ojitos negros como dos puntitos, que pedían una enumeración de cosas que ella no
po-
día adivinar.
El rostro de Amanda, estaba pálido, y recibía el oxigeno a través de un tubo. Sus labios un poco
doblados
Hacia afuera, lucían más gruesos.
En su brazo izquierdo estaba conectado un suero que goteaba poco a poco. Por el otro penetraba la roja
y nutritiva sangre.
En los ojos de Violeta, aún quedaban lágrimas, y un viento inesperado las secó.
*******************************************************************
Cuando Lidico, llegó a su habitación. Chue, y algunos compañeros de aula lo esperaban. Al entrar, Lidico,
lanzó la carpeta que contenía la tesis hacia el pulido techo. La carpeta, se abrió en el aire, y una lluvia de
hojas comenzó a descender. Sus amigos se cubrieron la cabeza con ambas manos.
Chue, gritó sorprendido:
-¡Te has vuelto loco, Lidico!-.
-¡Al Diablo todo!-.
Aulló Lidico, dejándose caer pesadamente sobre la cama.
Chue, se sentó a su lado, mientras los demás recogían la carpeta y las hojas. Chue, sintió lástima por
Lidico,y trató de consolarlo de una manera pueril:
-No te pongas así…eso es normal…no eres el único ¿Sabes?-.
Lidico, respiraba profundo y se trillaba el cabello, con sus finos dedos. Los demás terminaron de recoger
las hojas, y rodearon a Lidico como a un enfermo.
-Fueron injustos conmigo. Mi exposición fue brillante, y razonable. Mis palabras fueron más precisas que las
de Cicerón en su Filípicas. Mis argumentos, menos refutables que la teoría de la Relatividad, de Eisten.
Estuve más concentrado que el gran Fangio en sus legendarias carreras.¡Bah!…todo en vano ¿Acaso
merezco esto?…pero no se preocupen…¡soy rico!…-,Lidico, dio un fuerte puñetazo sobre el espaldar de la
cama y continuo-,¡Estoy harto de insectos!¡Que vivan errantes esos desangrados!
Yo…no volveré a utilizar más un libro de Fono-entomología…¿Me oyen?-.
Al terminar se mordió con fuerzas el espeso bigote y abrió sus ojos en señal de rabia.
Cayó sobre él el consuelo en grupo:
-Tu eres joven aún-.
-¡Claro!-.
Cuando el auto de Amanda, chocó con el poste eléctrico, los carros de auxilios de carretera, la sacaron
ensangrentada, y la condujeron al Hospital Gran Galeno. Al llegar fue conducida, a la sala de operaciones
con urgencia. Su columna vertebral se había fracturado por tres partes.
Un equipo multidisciplinario, se encargó de la operación. Fue necesario practicarle una meduloplastia,
ya que la médula espinal estaba deformada. Una especie de hendiduras en forma radiadas la habían
dañado.
Las médulas conque se efectuaba el proceso de meduloplastia, eran conservadas por un proceso
bioeléctrico, a una temperatura de menos veinte grados bajo cero.
El estado de Amanda, era de extrema gravedad. Aunque los médicos le vaticinaron a su madre, que se
salvaría.
Violeta, permanecía atenta al parte médico que se emitía cada una hora. En horas de la tarde, se le
unieron su hermana Granada y su sobrina Adamara. Así se sintió acompañada y un poco más reconfortada.
Granada, no pudo esconder una idea que se le metió de repente en la cabeza, y un poco nerviosa lanzó
la interrogante
-¿Todo esto no guardará una relación con Lidico?-.
-No sé que decir…estoy confundida..-.respondió Violeta.
Entonces, Adamara, terminó el asunto:
-¡No, mamá!…suposiciones tuya ¿Qué tiene que ver el pobre Lidico, en todo esto?-.
Cada dos o tres minuto Violeta se ponía de pie para mirar por la ventanilla. La cama de Amanda, estaba
ligeramente inclinada, y Violeta, podía verle la venda que tenía en la cabeza.
Violeta, se quedaba mirándola con atención. Después, debilitada por la dolorosa escena rompía en
sollozos.
Luego, volvía a sentarse al lado de su hermana y sobrina. Mientras, las tres se abrazaban, y pedían por la
salud de Amanda, allá dentro su corazón trataba de reanimarse.
El día era bueno para salir al jardín. Ya las mariposas aleteaban peresozas entre las flores. El sol estaba
terminando de resecar el fino rocío.
Amapola, quiso enseñorearse en aquella matinal escena, y salió al jardín vestida con un ancho blusón
multicolor. Ella, gustaba de rozar las húmedas hojas con sus macizos muslos, y sentir la escalofriante
cosquilla, que la estremecían como si se tratara de un hombre-planta.
Amapola, se movía dentro del jardín con diligencia. Alzaba sus brazos e inspiraba profundo. Se inclinaba
para oler alguna flor, o se arqueaba hacia atrás sacando el busto, en una extraña gimnasia.
Amapola, sabía que Lidico, llegaba de un momento a otro; por eso se sentía feliz. Y quería lucir lo más
lozana posible. Por eso se había peinado a la moda, y se puso algunos cosméticos para disimular cualquier
arruga.
A juzgar por las últimas cartas que recibió de Lidico, ella se sentía confiada de que volvería con el título
de doctor en Fono-entomología. Amapola, lo imaginaba convertido en un hombre interesante, dirigiendo él
mismo su propio laboratorio.
Lo que a ella no le caía nada bien era la idea de casarse con Amanda. Entonces, si que lo perdería para
siempre.
Amapola, sentía hacia Lidico, un extraño amor, que ella sola sabía y experimentaba. Cuando estaba a su
lado sentía un magnetismo inexplicable, era una especie de impulso natural, que a veces se confundía con
el amor filial.
Muchas veces, su instinto de hembra sobrepasó los límites. Cuando él se le paraba al frente ella lo
miraba como un macho viril; pero cuando él la llamaba tía todo cambiaba en ella.
Lidico, llegó al atardecer, bajo una fina lluvia que se retorcía por la acción del viento. Amapola lo vio vencer
la puerta del jardín y salió disparada a su encuentro. El traía la cabeza baja, y el rostro serio y amargado.
Ella se le lanzó encima y lo abrazó. Lidico, tuvo que bajar las maletas para no caerse. Así, abrazados,
permanecieron unos instantes, hasta que la voz de Amapola, rompió el silencio:
-¿Cómo estás hijo?¡Cómo te extrañaba!-.
-Un poco extenuado del viaje-.
-¿Directo?-.
-Directo-.
Amapola, le quitó los equipajes, y ella misma lo condujo hasta el interior de la casa. Lidico, se dejó caer
drásticamente en un sillón. Lo sentía todo extraño .Le parecía que todo estaba más pequeño. La lámpara de
la sala le quería rozar la cabeza. La puerta de entrada le parecía, que se había estrechado. Entonces, miró
su foto en la mesita, con sus diminutos bigotes y el pelo recortado a lo militar, y sintió un poco de nostalgia.
Lidico, recorrió con su vista el librero. Tal como él lo dejó, estaba allí el libro de Don Quijote de La
Mancha. Más a la derecha en orden vio: Poesías Completa de Gabriela Mistral; La Divina Comedia de
Dante Alhigieri, y cientos de títulos más que ya conocía de sobra. Mientras, lo miraba todo, Amapola, le trajo
una taza de café bien cargado.
-Para que te repongas-.Le dijo, mientras le reía con gran mansedumbre.
-Gracias, tía. Me sentará bien-.
Lidico, empezó a tomar el café, buchito a buchito. Estaba silencioso, no se atrevía a preguntar por
Amanda.
Amapola, por su parte, desde la cocina, mientras le preparaba la comida, lo colmaba de preguntas, que
Lidico, no alcanzaba a oír. Que cómo pasó el viaje. Que si Francia era muy bonito. Hasta se atrevió a
preguntar que si era cierto que La Torre de Eiffel se estaba cayendo, y le sucedería lo mismo que a la Torre
de Pissa, que se partió en mil pedazos.
Pero, no tardó mucho en que Amapola, se diera cuenta de que Lidico no escuchaba y volvió a la sala,
para importunarlo, con la pregunta que Lidico no quería escuchar.
-Bueno ¿Y el doctorado, qué?
-Después hablamos, tía, sobre eso-.
La vergüenza lo ruborizó. El corazón le dio tres fuertes golpes, y se puso de pie para mirar, la foto de su
abuelo.
-9-
Cuando Lidico, llegó al hospital, Violeta, lo recibió con un llanto prolongado, y tristes lamentos. Lidico,
sintió un golpe seco en el pecho, que lo mantuvo sin habla unos instantes. Violeta, se empeñaba en detener
sus emociones; pero le era imposible. Un poco más calmados se sentaron en el mismo sillón.
-Cuéntamelo todo, querida suegra-.
Violeta, respiró profundo. Levantó su rostro, y Lidico pudo ver sus hinchados ojos. Sus mejillas aún
estaban mojadas, y sus labios humedecidos.
-Verás…todo fue muy rápido…¡Dios, quien la mandaría a salir de casa!…después el terrible accidente-.
-¿Y las investigaciones?-.
Violeta, sacó su aguda lengua para limpiarse los labios. Un mechón de pelos, le cubrió
momentáneamente el rostro, al influjo de una pequeña brisa que irrumpió, al entrar una enfermera.
-Se opina que perdió el control del auto-.Contestó al fin Violeta.
Cuando Lidico, llegó a casa, Amapola, lo esperaba sentada, con las piernas cruzadas, y sus saltones ojos,
clavados en la puerta de entrada.
Lidico, trató de evadirla, utilizando un paso largo y desordenado; para mostrarse cansado, y con gran
deseos de estar tirado en una cama. Amapola, no respetó tal postura, y le cortó el paso rápidamente:
-Siéntate ahí. Tenemos que conversar-.
Ella le indicó el sillón que quedaba a la derecha. El se sentó de mala gana. Abrió sus piernas, y se dejó
caer contra el espaldar. Sus pies casi chocan con la mesa de centro. Entonces, contestó:
-Usted, dirá-.
-Quiero una explicación sobre los resultados de los estudios-.
Lidico, se quedó pálido. Cruzó los brazos para disimular un poco, y dijo con palabras quebradas:
-Verás, tía,…los estudios…estaban duros…yo traté…pero no pude…-.
-¿Qué?-.Amapola golpeó el sillón.
-…sí, sí…desaprobé-.
Lidico, bajó la cabeza con el servilismo más connotado de este mundo. El rostro de Amapola, se
desfiguró; sus ojos se aventaron, la nariz se le infló como a un caballo asustado, y la boca se le quedó
abierta, hasta que arremetió contra Lidico, con una sarta de injurias:
-¡Malversador!¡Mal hijo!¿Cómo pudiste defraudarme de tal manera?.Eres el hazmerreír de todos
¿Acaso, te olvidaste de la cantidad de dinero que invertí en tus estudios? Eso no se le hace a una
madre…¡Me engañaste!-.Y rompió a llorar.
Amapola, lloraba con verdaderos sentimientos. Lidico, no la miraba, tenía la vista clavada en un grueso
volumen de Fono-entomología.
Amapola, hizo un alto, y tomando un poco de aire adicional continuo:
-Yo sé que eso no puede ser normal en ti. Detrás de todo esto, debe de haber algo que te tiene así tan
confundido.¡Pero, lo voy a averiguar!…Como sea la …-.Sus sollozos volvieron.
Lidico, no pudo soportar la idea de que tal insinuación se refiriera a Amanda. Entonces, un poco picado,
se revolvió en el sillón y dijo:
-Te lo suplico, tía. No trates de mezclar a la pobre Amanda en todo esto. Ella está sufriendo mucho, está
casi moribunda y tu culpándola de mis problemas…-.
-¿Amanda?¿Moribunda?…¿Qué pasó?..-.
Preguntó un poco desconcertada, Amapola, mientras en su cerebro trataba de organizar las ideas.
-¿Y no lo sabías?-. contestó Lidico
-¿Qué?-.
-Que Amanda, sufrió un accidente automovilístico. Por poco pierde la vida…¿Eso no lo sabía?
¿Verdad?-.
Lidico, aprovechó la oportunidad para atacarla. Y librarse un poco de sus ataques. Amapola, quedó unos
instantes pensativa, con sus ojos de batracios bien abiertos. Después, de hacer un movimiento de cabeza,
una especie de torsión, se lamentó:
-La pobre…Debe de estar sufriendo…¿Cómo no me avisaron?…tengo que ir a verla. Iré mañana…sí…eso
es-.
Y diciendo esto, se dirigió a su cuarto, dejando a Lidico, en libertad temporal. Lidico, se mordió la guía de
su bigote; dijo no, dos o tres veces con la cabeza. Escuchó atentamente el viento que golpeaba los
ventanales plásticos, produciendo en ellos un pequeño aleteo. Pensó en Amanda, y su rostro tomó forma de
niño abandonado.
Otra jornada de trabajo había terminado en la Hacienda Siempreverde. Los obreros, caminaban hacia los
ómnibus que los trasladarían a sus casas. Los pajarillos, querían arrancarles la hojas a los árboles.
Autoritario, sudaba profusamente.
Cuando, ya estaban próximo a subir a los ómnibus, uno de los obreros observó una humareda, que
provenía de uno de los campos de maíz.
-¡Fuego!¡Fuego!…Allí miren…en el maíz-.Gritó desgañitándose el obrero.
Lidico y Amapola, llegaron bien temprano al Hospital Gran Galeno. Ya Violeta, estaba allí, mirando por la
ventanilla.
-¡Buenos días!-.
-¡Buenos días!-.
-¡Déjame verla!-.
Dijo Amapola, mientras empujaba un poco con el hombro derecho a Violeta, como para desplazarla
de su lugar.
Violeta, le abrió paso, y se quedó mirando las grandes gafas negras, debajo de la cual se escondían unos
unos enormes ojos.
-¡La pobre!¡Pero, si tiene el tórax enyesado!-.se lamentó Amapola.
-Así es-.Afirmó Violeta, mientras miraba la gruesa armadura de carey de las gafas de Amapola.
-Bueno, me toca a mi-.Intervino , Lidico, mientras se arreglaba un poco el bigote, pensando que Amanda lo
vería.
Amapola, se apartó y le dio paso a Lidico. Lidico, la contempló con ojos tristes. Amanda, estaba tapada de
la cintura hacia abajo. Un corsé de yeso oprimía su tórax. Lidico, sintió celos, por aquel candado blanco que
la mantenía prisionera. Después, miró su naricita respingada, y ya no tenía la manguerita.
Se la vio roja, como cuando a ella le daba coriza. Estaba dormida, su rostro estaba más animado. Parecía
como si la sangre hubiese comenzado a afluirle sin obstáculos. Entonces, Lidico, sintió que la muerte se
había ido lejos, y evocó una pequeña sonrisa que se reflejó en el cristal como una mueca.
Mientras Lidico, miraba a su querida Amanda, Violeta y Amapola, conversaban animosamente sobre
Lidico.
Ampola , tomó la delantera:
-¿Qué, no te lo ha dicho?¡Deshonesto!…-.
-Lidico, es inteligente. No sé como pudo haber desaprobado-.
-¡Las mujeres!-.Amapola, quiso incriminarlo con esa frase, y en cierta medida lo logró-.
-Tal vez-.Contestó secamente Violeta.
Violeta, se quedó meditando un buen rato, sobre lo que Amapola le había dicho. Por su mente no podía
pasar que Lidico, hubiese malgastado el tiempo miserablemente, en brazos de mujeres, mientras que
Amanda, lo esperaba con recato y obediencia.
-¡Es inconcebible!-.Dijo Violeta, queriendo descargar todas sus maquinaciones.
-Ese es el pago que le dan los hijos a las madres, que se preocupan por ellos.¡Cuánto tiempo perdido!-.Y
diciendo esto, Amapola, se quitó sus grandes gafas, para refrescar sus enormes ojos. Violeta, vio cuando el
viento le batió, sus largas pestañas.
Instantes después, apareció, uno de los médicos que atendían a Amanda, traía una placa de rayos x en
las manos, y cada dos o tres pasos se detenía para observarla. Violeta, aprovechó la oportunidad, para
preguntar sobre el estado de Amanda. Se puso en pie, y le cortó el camino al médico:
-¿Doctor?¿Doctor?-.
-¡Unjú!-.
-¿Cómo sigue ella?-.Violeta, cruzó sus pecosas manos, a la altura del pecho con cierto nerviosismo.
-Su evolución es satisfactoria…no hay cuadro febril…solo un poco de arritmia…esperemos pues…no se
desesperen…-.
-¿Doctor ¿Doctor?-.
Violeta. vio cuando la larga bata, casi se queda mordida por la puerta. Esa fue la respuesta a su segunda
interrogante.
Violeta, se quedó en el mismo lugar, como un guardián, mientras allá dentro, Amanda, abría sus negros
ojos.
Amapola, no miraba con buenos ojos a Lidico. Su fracaso en el estudio, resultó ,un duro golpe para ella. Por
eso no hacía más que hablar del asunto, con cuantos conocía. Por su parte, Lidico ,no le prestaba atención
a su histórico proceder, ya que el mayor tiempo se lo dedicaba a su Amanda. El necesitaba, que Amanda,
se recuperara pronto, ya que era la única que podía sacarlo de los momentos difíciles por los que
atravesaba.
Cada vez que Amapola, le preguntaba, qué pensaba hacer en lo adelante, él le contestaba:”Ahora, solo
me interesa la recuperación de Amanda”.Esa respuesta, irritaba sobremanera a Amapola. Le parecía que
todo estaba perdido. Le resultaba imposible, adaptarse a la idea de ver a Lidico, en brazos de Amanda para
siempre. Ella sabía que sería su fin.
Amapola, a veces pensaba que lo mejor hubiese sido, que Amanda, hubiese perdido la vida en ese
accidente, así todo quedaría resuelto por vía natural. En ausencia de Lidico, ella se ponía a hablar a solas, y
realizaba en su mente un centenar de planes, con la astucia y estrategia que le permitía su limitada
inteligencia. Cuando, se encontraba embotada en algo, entonces, revolvía ese haz de recuerdos, que ella
sola sentía y sufría.
Lidico, para evitar choques con su tía, regresaba, ya entrada la noche. Se tumbaba en la cama y leía
algún diario. Casi siempre “El Amanecer”.Le gustaba ese porque contenía muchas noticias deportivas, y él
siempre estaba atento al equipo de futbol que llevaba la punta en el torneo.
Aunque su equipo favorito era “Tres Balones”,que casi siempre quedaba a la zaga. El tenía predilección
por ese equipo, porque ahí jugaba, su prima una tal Datri, que llevaba en su camiseta el número 100.
Después, de leer el diario, encendía la televisión. Por lo general veía la novela “Las Estrellas Rutilan”.Que
trataba de una muchacha, que se pasaba todas las noches mirando las estrellas.
A Lidico, le gustaba mucho porque su protagonista se parecía bastante a Amanda, solo que no tenía la
nariz respingada. Al terminar la novela, se quedaba dormido, hasta el otro día.
Por la mañana, Lidico, se levantaba temprano, tomaba su desayuno, y se iba al hospital. Allí se pasaba
el día completo, del sillón a la ventanilla, siguiendo cada movimiento de Amanda, para ver si podía adivinar
algo nuevo para su consuelo. El almorzaba y comía en el restaurante del hospital.
Amanda, despertó, temprano en la mañana. Ya el sol se estrellaba en los cristales, refractando su luz, en
fúlgidos destellos.
Afuera, los pajarillos, batían sus alas, contra los cristales, y en disonante sinfonía; cantaban, chirriaban o
silbaban.
El blanco corsé de yeso, oprimía el pecho de Amanda, y la obligaba a aventar la naricita, para llenar sus
delicados pulmones.
Violeta, estaba sentada, al lado de la cama de Amanda. Habían transcurridos dos semanas, desde que
se produjo el accidente.
La evolución de Amanda, era satisfactoria. No existían complicaciones algunas. Por eso se le permitió
a Violeta, que la acompañara todo el tiempo posible; pero solo ella tenía acceso a la sala. Lidico, tenía que
seguirla mirando a través de la ventanilla.
Amanda, hizo un gesto involuntario como de dolor, cerró un ojo, y alargó un poco la boca hacia ese
lado. Una ceja le quedó un poco más baja que la otra. Violeta, lo advirtió, y le preguntó:
-¿Duele?-.
-Un…po-co..-.
Amanda, volvió a enderezar su rostro, y miró el suero, que la alimentaba día y noche. Entonces, pasó su
húmeda lengua, por sus relucientes dientes, y los sintió afilados, deseosos de morder. Su estómago le
golpeó fuertemente. Y como para completar aquel deseo, le dijo a su madre:
-Ten-go…ham…bre.-.
-Aún no puedes injerir alimentos, hija,¡Cálmate!,muy pronto podrás comer todo lo que quieras-.
Amanda, se quedó quieta, por unos instantes, y entonces se recordó de Lidico.
-¿Y Lidico?-.
-Por la ventanilla-.Le dijo amablemente, Violeta.
-¿Por qué no me viran la cama, para verlo?-
Violeta, se llenó de compasión, y le acarició su lacio pelo. Sus manos se deslizaban suaves, como por un
cristal, hasta que cho caban con la venda, que rodeaba su cabeza.
Todos los días se repetían las mismas escenas entre madre e hija. Se acostumbraron tanto una a la otra,
que hasta llegaron a pensar que estaban en su casa.
A medida, que la recuperación de Amanda, se hizo más marcada, las conversaciones se dilataban más, y
hasta hablaban de La Hacienda Siempreverde, de como sería mejor para que Lidico, saliera airoso.
Otras veces hablaban de su matrimonio con Lidico, y Amanda, siempre decía que anhelaba que fuera en
primavera, como ella siempre había deseado. Violeta, a veces la contradecía, alegando que cualquier día
era bueno para casarse. Le decía que lo importante era quererse, y llevarse bien, y que si quería que su
matrimonio perdurara debía obrar con prudencia e inteligencia, tal como ella hizo con Alarmado, y de esa
manera vivieron juntos treinta años.
Amanda, exponía su propio criterio, sobre el matrimonio, lo consideraba una especie de lucha constante
entre la pareja, donde la mujer debía ser la más tenaz, por cuanto era ella la que tenía el mayor por ciento
de perder.
Después de múltiples disquisiciones, Amanda, terminaba por quedarse dormida, y entonces Violeta,
como si fuera su propia enfermera, comenzaba a mirar detenidamente el suero, percatándose de que el
goteo fuera continuo, o si existía las posibilidades de que se le fuera de vena.
Violeta, trataba de ajustarle bien la venda de la cabeza, para impedir que pudiera infectársele la herida.
Después, le daba una especie de masaje, suave, sobre el corsé de yeso, como para facilitar un poco su
respiración. De esa manera, Violeta, se sentía útil, y no solo estaba para conversar, sino también para dar
su humilde ayuda.
Violeta, había adelgazado. Sus dedos se les habían alargados. Se les veían nudosos y resecos. Las
bolsas de los ojos eran más prominentes. Sus ojos, se les cerraban al menor contacto con cualquier
vientecillo, por las horas sin dormir que había pasado.
Los pantalones, les danzaban cuando caminaba.
Por su parte Amanda, había experimentado una recuperación asombrosa, propia de la juventud.
De sus oscuras ojeras, solo quedaban lunares irregulares, que se disimulaban bajo la crema que su
madre le ponía.
Su rostro pálido, como de cera, había vuelto a ser rosa como una manzana.
Por sus poros ya se transpiraba esa energía, que solo se transpira una vez en la vida; cuando se es
joven.
- 10 -
Lidico, no pasó la noche en casa. Cuando regresaba del hospital, en la calle Prado, se encontró con sus
dos amigos: Clobel y Calistro. Al ver a Lidico, pasar en su auto le formaron tremenda algarabía:
-¡Lidico!¡Lidico!-.
-¡Hola!-.
-¡Ven con nosotros!-.
Lidico, le negó primero con la cabeza. Dio dos o tres golpecitos sobre el timón. Y accidentalmente tocó el
claxon. Clobel y Calistro, saltaron hacia atrás del susto.
-¿No saben lo de Amanda?-.Gritó Lidico.
-Sí-.Contestó Clobel.
-Pero…ya está mejor-.afirmó Calistro.
Ambos amigos, levantaron a un tiempo sus respectivas botellas de cerveza, que sudaban, de frías que
estaban.
Lidico, sintió el frío de la cerveza que le quemaba la garganta; pero aún así, quiso rechazar la invitación:
-No puedo. Amanda, no me lo perdonaría-.
-¿Se lo vas a decir, nené…-intervino Clobel, enseñando sus larguiruchos dientes.
-¡Dale!.Que tu no eres tan santo..-Se animó a decir Calistro, al tiempo que le abría la puerta del auto.
Lidico, se rió con una risa pícara, que solo ellos conocían. Por primera vez, Amanda, iba a un segundo
plano, desde que se accidentó.
Lidico, bajó del auto, se caló sus gafas negras, y caminaron juntos hacia el tumulto de personas.
Se detuvieron en una hilera de mesas, la rodearon por el extremo más cercano, y fueron a sentarse un
poco más atrás en una mesa circular, donde conversaban animadas tres chicas.
Al verlos llegar las chicas, comenzaron a reírse, y cuchichear disimuladamente.
Se sentaron. Clobel, presentó a Lidico.
-¡Este es Lidico!-.
-Vinki-
La música rompió de nuevo. Era una música rápida. Lidico, se movía con rapidez excesiva. Era como si
todo su cuerpo temblara bajo un frío musical. Vinki, movía su fina cintura, como dividiendo su cuerpo en dos
mitades. Sus anchas caderas hacían palidecer a Lidico, que la miraba con ojos de ladrón.
Vinki, era algo bajita, por eso no deslucía ante la estatura mediana de Lidico. Ella había perdido el control
sobre sí, y deseaba más el desenlace del drama, que dar aquellos saltos al compás de la música.
Terminó la música. La noche envejecía, con su cara oscura, lejana como un abismo.
Volvió la música. Bailaron con los ánimos casi caídos. La luna salió redonda, como una gigantesca yema,
sacada de un huevo gigante como
la tierra. El grupo se dispersó.
-¡Adiós, Clobel!-.
-¡Adiós, Myaya!-.
-¡Que la pases bien, Lidico!-.
-¡Pórtate bien, Vinki!-.
-¡Calistro, sinvergüenza!-.
Cada cual escogió su rumbo. Vinki, montó en el auto de Lidico. Ella le dio su dirección.
Minutos más tarde caminaban abrazados, hacia un apartamento, situado en lo bajo de un edificio
antiguo.
Vinki, abrió la puerta trabajosamente. Había perdido un poco el equilibrio.
Lidico, entró tras ella. La puerta golpeó. Un perro ladró, y su ladrido, se metió en el apartamento, y se
quedó rondando como un trompo.
Vinki, empujó la puerta de su habitación. Al lado, roncaba impunemente, su padre, separado por una fina
pared de ladrillos.
Lidico, un poco acobardado, se quitó la camisa, y la tiró sobre una pequeña cómoda, que esta repleta de
cosméticos.
Lidico, se sentó en la cama. Vinki, le quitó los zapatos de charol. Luego, el pantalón. El se tendió boca
arriba sobre la cama, para mirar a Vinki, como se desvestía. Ella lanzó los zapatos debajo de la cama. Miró
a Lidico, y se rió , provocativa.
Vinki, se quitó el pullover a rayas rojas, y desde sus blancos senos, destellaron sus erectos pezones,
como dos diminutas estrellitas.
El rostro de Lidico, se encendió. Sus pequeños ojos quisieron traspasarla. El la miró, con una mirada de
halcón hambriento, desesperado.
Amapola, esperaba a Lidcio, en el jardín. El traía la cabeza baja, y la mente lejana. Ella, lo empezó a mirar
desde que abrió la puerta de hierro.
Lidico, fingió verla y aceleró sus pasos. Ella dejó caer la regadera. No había dormido en toda la noche
esperándolo.
-¡Lidico!¡Lidico!-.
-¿Qué?-.
-¿Dónde has estado?_.
Lidico, tenía pensado decirle que en el hospital, debido a que Amanda, se había puesto grave. Después,
se dio cuenta que tarde o temprano se enteraria por la boca de Violeta.
Entonces, se le ocurrió decir otra cosa:
-Pasé la noche con unos amigos…-.
-¿Amigos?…y yo desvelada…como un guardián…¡Qué bueno!…,el niño trasnochando, dándose a los
deleites y placeres del mundo, sin pensar que tiene que llegar a su hora a la casa…¿Hasta cuándo,
Lidico?-.
-Aaaaaaaaaaaa…-.
-¡Que no vuelva a suceder otra vez!-.
Lidico, la miró con los ojos pesados de sueño. Y sintió un desprecio, hacía ella nunca antes
experimentado. Si hubiese tenido algo en sus manos, se lo hubiese tirado, para ver como caía enredada
entre las flores y con los ojos saltando de su cuenca.
Amapola, por su parte le vio el bigote estropeado, y sintió unos celos atroz. Una extraña fuerza la elevó
hasta el mismo cielo, y después la volvieron a bajar, como la reina de la desgracia, acompañada de un
séquito de sufrimiento.
Lidico, se tambaleó un poco. Enderezó su cuerpo, y trató de escapársele, caminando deprisa hacia la
sala. Pero, no había vencido la puerta de entrada, cuando volvió a escuchar la voz, seca y áspera de su tía:
-¡Lidico!¡Por Dios!¿Cómo está Amanda?-.
-Yo la dejé bien ayer. Supongo que hoy esté mejor-.
Con esa pregunta, Amapola, trataba de suavizar un poco el encontronazo con Lidico. Pero, el no lo
advirtió, su estado de ánimo no estaba para eso. No tenía deseos de hablar. Lo que quería era acostarse y
dormirse plácidamente, si que ningún intruso lo molestara.
Lidico, traía su alma vacía, y su corazón rebosante de amor. Vinki, le había estigmatizado su cuerpo. De
su cabeza salían nubes de recuerdos. Nunca imaginó que su mente pudiera desencadenar tanta ficción.
Cada vez que se enfrentaba a una mujer su caudal de experiencia aumentaba. El sabía que todas no
eran iguales. Había comprobado “In situ”, que no sentían el amor igual. Unas gritaban, y otras simplemente
callaban tímidamente.
Todavía con un poco de cosas en la cabeza, Lidico, se fue a la cocina, abrió el refrigerador y tomó un
poco de agua fría. Sintió que el agua bajaba desgarrándole el esófago y tosió cruelmente. Amapola, lo
siguió con la vista, mientras trituraba furiosa, una rosa entre sus manos. Su perfume se regó por el jardín y
las mariposas volaron desconcertadas.
Los finos hilillos de lluvia se doblaban como viejecillos, cuando la brisa del norte batía enajenada.
Muchos, transeúntes eran halados por sus paraguas. Otros compraban periódicos en los estanquillos, a la
espera de un fuerte chaparrón. Algunos, desde sus casas, levantaban la cabeza como jirafas, mirando las
negras nubes, que preparaban su ejército para el ataque.
- 10 -
La recuperación de Amanda, era rápida. Habían transcurridos dos meses, desde que sufrió el accidente.
Sus manos estaban libres, y ya las usaba para ingerir los alimentos. Solo quedaba allí, como un adorno el
blanco corsé. El vendaje de la cabeza se lo habían sustituido por una diminuta cura, que ella, disimulaba
con su hermosa cabellera.
Lidico, no dejaba de visitarla día y noche. Siempre que llegaba, le daba un beso, y le acariciaba sus
manos largo tiempo. Después, se decían frases
amorosas, él la llamaba,”mi palomita”.Otras veces le decía,”mi doncella encerrada en el castillo blanco”.
Amanda, no se quedaba atrás, y lo llamaba,”Su caballero Salvador”,o su “héroe Teseo”.
Ella, era feliz, mientras Lidico estaba a su lado. Cuando se marchaba, volvía el tedio y la ansiedad por
regresar a su hogar.
Otros de los momentos alegres que pasaba Amanda, era cuando el doctor Francesco, la iba a visitar,
junto a su esposa Aureliana. El siempre le traía algún chiste nuevo. Por eso cuando se marchaba del
hospital, Amanda se quedaba con la cara roja de tanto reírse.
Su prima Adamara, junto a su madre, no dejaban de visitarla. Por su parte Amapola, lo hacía de vez en
cuando, un poco recelosa y altiva.
Al llegar al hospital, Lidico, vio que Amanda, estaba liberada del blanco corsé de yeso, que por tanto
tiempo la tuvo prisionera. Lidico, no pudo contener la alegría:
-¡Amanda!¡Amanda!-.Y la abrazó tiernamente.
-¡Qué alivio, Lidico!-.Y las palabras le salieron del corazón a Amanda.
Ella, se mantenía rígida en la cama. Cuando intentaba mover sus piernas, recibía un latigazo, que le
convulsionaba cada átomo de su cuerpo.
Amanda, era paciente, e intentaba los menos movimientos posibles. Los médicos, le dijeron que era un
secuela de la lesión recibida en la medula espinal, y que mediante un proceso terapéutico todo volvería a la
normalidad.
Amanda y Lidico, conversaban con variedad y dinamismo. El regreso a casa no tardaba mucho.
-Cariño,¿Es verdad que estás contento, por que pronto voy a regresar a casa?-.
-Eso no se pregunta, querida-.Lidico, sonrió levemente, sin que sus cortos dientes, salieran a escena.
Violeta, que se mantenía cerca de Amanda, no quiso quedarse a la zaga, y apretando sus labios hasta
dejarlos sin sangre, los soltó bruscamente y con ello, una sarta de palabras:
-¡Al fin!…creo que vamos a descansar muy pronto…estoy extenuada…el cuerpo se cansa…mis párpados
tienen pegamento…-.
-Te considero, mamá-.
Amanda, buscó en los ojos de Violeta, las sombras violáceas que lo circundaban. Violeta, dejó la cabeza
fija como para que Amanda, la viera mejor.
Lidico, caminó un poco más hacia la cabecera de la cama. Amanda, respiró, su olor mezclado todavía
con el olor vago ,sutil y vergonzoso de Vinki.
Lidico, tomó, entre el pulgar y el índice, la respingada naricita de Amanda, y se la apretó, dejando un
circulito rojo en la punta, que se fue borrando poco a poco, como por una goma invisible, cuando el
retiró sus largos dedos.
-¡Me ahogas!-.
-No fue mi intención-.
-¡Eh!…¿No sabes de juegos?¿Por qué te ruborizas?-.Replicó Amanda.
-¡Oh!,no. Es esa tela roja que cubre la ventana…solo es eso..se refleja en mi cara…¿No lo ves?-.
Amanda, lo miró fijamente, y le vio en los pómulos la rojiza mancha.
Luego, vio el pequeño rayo rojo, con sus invisibles fotones, que atravesaba la sala, débil, depauperado.
-Quisiera ver el sol cayendo sobre los pastizales…-Dijo lastimera Amanda.
-Pronto lo verás-.Agregó Lidico
Amanda, continuó:
-…ver cómo se ponen erectas como agujas, las dormidas yerbitas…
¡Qué placer!…¡Pronto será!…¿Verdad mi amor?-.
Lidico, la trató con ternura:
-Yo mismo te sacaré a pasear; a caballo, a pie, o en auto…entonces podremos ver los grandes
flamboyanes, que tanto te gustan…¿Recuerdas cómo tú manoseaba las flores horas enteras?..¡Ah!…y
El tiempo pasaba. Todos los días se repetía el mismo drama. Los médicos, se devanaban los sesos, en
sus coloquiales juntas.
Violeta, ofrecía gustosa todo el capital de La Siempreverde, con tal que su hija caminara. Amanda,
sufría la paliación. Lidico, enterado de la situación, completaba la trilogía del sufrimiento.
Cierto día los médicos trataron de darle una explicación científica a Amanda:”La actividad motora se
hace imposible debido a…”, ella no los escuchó, se tapó la cabeza con la sábana, y lloró largamente.
Violeta, al verla llorar, rompió en llanto desesperadamente. Hasta a Lidico se les saltaron las lágrimas,
por mucho que trató de ser fuerte.
Amanda, solo deseaba una cosa: volver a caminar. No se acostumbra a la idea, de que ella tan joven,
tuviera que vivir, uncida a una silla de ruedas, arando en el campo de la desgracia.
Los consejos de Lidico y Violeta, solo le servían de alivio temporal;
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La ciencia agotó todos los recursos. Amanda, fue dada de alta. Y con ella una inseparable silla de ruedas.
Violeta, preparó el cuarto de Amanda Le dio un ambiente ventilado y agradable. Abrió los amplios
ventanales y sacó de él lo innecesario; solo dejó un mesita de ébano, para colocar los alimentos.
Violeta, entró en la habitación, empujando, con sus cansados brazos, la silla de ruedas, donde viajaba
Amanda, recelosa, pálida, y con una tristeza de horizonte.
-¡Aquí estarás mejor!-.
Afirmo, Violeta, colocando la silla cerca de los ventanales. Amanda, sintió una manotada de aire fresco,
puro, con olor a hierba, que la hizo pestañear.
-¡Sí, mamá!…de aquí se ve el verde prado y las pálidas flores…-.
-Y los árboles frondosos y murmurantes…-Completó Violeta, abriendo los ojos, como para darle más
alcance a su vista, que se clavaba en el corazón de unos altos algarrobos.
Violeta, continuo con sus trajines, simulando que lo transformaba todo, para de esa forma agradar más a
su querida hija. Amanda, por su parte trataba de esconder el sufrimiento utilizando frases humorísticas:
-¡Ni para una princesa!…¿Qué crees?¿Qué soy la Bella Durmiente?
…¡Oh!…no …ya sé…soy La Princesa del Castillo de Cristal…-.
-Hija, hija…no te burles de tu madre-.Y por primera vez después del accidente Violeta y Amanda rieron
ruidosamente.
Lidico, que acababa de llegar, escuchó desde el portal el concierto de risa, y abrió más la compuerta de
sus oídos, y sintió que la risa de Amanda, se desesperaba por pasar, cálida y sonora, hasta sus delicados
tímpanos.
Lidico, miró hacia el cuarto de Amanda, y vio los ventanales abiertos, y las manos usadas de Violeta, que
pulían el diáfano cristal. Después, atravesó el desolado portal, y abrió la espaciosa puerta, mirando de
soslayo las águilas, en bajorrelieve, que querían desgarrarle los antebrazos.
Lidico, pasó por la sala. Su silueta se reflejaba en las paredes de cristales amarillos y rosa. Del techo, lo
miraban una constelación de estrellitas artificiales. Después, subió tres escalones, y dobló a la izquierda.
Entonces, empujó la puerta de la habitación de Amanda. Una algarabía de risas ,volvió a acribillarlo.
-¿Están contentas?-.
-A mal tiempo buena cara-.contestó Amanda.
-Estoy terminando de arreglar el cuarto de Amanda-.La secundó Violeta.
Lidico, fue hasta donde estaba Amanda, y la besó con esmerada ternura.
Amanda, lo abrazó, y la silla se deslizó hasta chocar con la pared.
-¡Esto no frena, querida!-.
-No tuve tiempo, amorcito-.
Lidico, pasó su espeso bigote, por la frente pequeña, tibia y azulosa, de Amanda. Ella, sintió un escalofrío
que le llegó hasta la cintura, y se le quedó ahí enredado entre los vellos del pubis.
Violeta, terminó sus arreglos, y viendo que importunaba, se excuso, como mejor le vino en gana.
-Tengo que atender la cocina…el otro día casi se me queman los frijoles…Lidico no te marches sin
comer…-.
Violeta, salió de la habitación, moviendo sus pesadas caderas, y quitándose con un cepillo, algún polvillo
de los brazos. Amanda, la miró por encima del hombro derecho de Lidico, hasta que la puerta blanca se la
llevó.
Amanda, veía pasar todos los días, desde su ventana, aquel extraño jinete. Como de costumbre siempre
atravesaba la pequeña pradera, y luego se internaba en el espeso bosquecito. Ella, lo miraba con curiosidad
extrema, ya había observado bien su vestimenta; una armadura al estilo de los caballeros medievales, con
la diferencia, que en vez de yelmo usaba sombrero, y en lugar de adarga, una fina fusta. A medida que los
días iban pasando, Amanda, notaba que la trayectoria que seguía el jinete, iba cambiando, y le parecía que
se acercaba más a su ventana.
Amanda, no podía explicarse la presencia de aquel sujeto exótico, que se dejaba ver solamente en horas
de la mañana, y no se parecía a nadie en específico. En varias ocasiones, ella, estuvo a punto de contárselo
a Violeta y Lidico, pero un fuerza mayor la detenía; y seguía guardando en su mente aquella especie de
ficción combinada con la realidad.
Largas eran sus meditaciones en torno al asunto; pero todo razonamiento, desembocaba en un río
turbulento de necedades e incoherencias. Turbada la cabeza una vez; otra clara y despejada, no desistía de
ver la matinal escena. Hasta se le metió la idea de escribir una novela, sobre el personaje que tanto enigma
encerraba para ella. Luego renunció al proyecto, por no conocer nada referente a su vida. Dos preguntas
siempre le golpeaban su mente:¿Quién era? ¿De dónde venía?.
Acostumbrarse es una cosa y obsesionarse es otra; eso le sucedió a Amanda; se obsesionó. Esperaba
impaciente todas las mañanas, que pasara aquel jinete. Le parecía que era imposible que existiera otro
igual sobre la faz de la tierra.
Amanda, recordaba como el caballo movía sus cuatro patas, midiendo exactamente el largo del paso,
la altura, y hasta el ángulo conque flexionaba los cascos. El corcel, mantenía su rabo encorvado de la
misma manera que encorvaba su fibroso cuello. Y sus resoplidos, apartaban del camino las finas ramas de
los arbustos. Era una escena fascinante. Por eso Amanda, la esperaba con tanta ansiedad.
Una especie de leyenda, se enredó en la cabecita de Amanda. Se imaginó, que aquel jinete, era un
hombre decepcionado, a quien su mujer lo había abandonado por otro. Y que él en su desesperación vaga-
ba sin consuelo, con la única compañía de su corcel, a quien como el árabe, amaba en demasía. Se lo
imaginaba durmiendo en el primer refugio natural que encontrara, ya fuera cueva o enramada. Lo veía
comer frutas silvestres, hojas amargas, o raíces coloradas.
Amanda, estaba segura de que era un hombre humano, con una mirada dulce, triste; unas palabras
cortas y lastimeras. Lo veía sonreír poco; solo cuando se recordaba de alguna travesura de sus hijos,
arrebatados de sus manos, por la alevosa mujer.
Otras veces, lo imaginaba sentado debajo de un algarrobo, entonando una larga y quejumbrosa
melodía; improvisada por él sin ajustarse a estilo lo género.
Pensar en ese mito creado por ella misma, le ocupaba gran parte de su tiempo; lo que le sobraba lo
dedicaba a leer los diarios, con especial atención”La Verdad”,que contenía las últimas y fidedignas noticias,
que llegaban de todo el mundo. El diario, le gustaba, por su estilo sencillo, casi plástico de decir las cosas;
donde un asesinato parecía un nacimiento, y un robo una ofrenda, que pasaba de una mano piadosa a una
necesitada, lógicamente, sin fomentar en la población el hábito dañino y envilecedor que constituye el robo
para cualquier sociedad.
Otras veces, la televisión era una válvula de escape, para los males de Amanda. Aunque le molestaban
las novelas, con la misma factura de siempre; ese interminable triángulo amoroso. Los mismos sufrimientos
en vano, y al final el conocido desenlace. Y la mujer, siempre perdía ,era que más amaba, y la que más
sufría. Lidico, por lo general llegaba en momento en que la novela estaba más emocionante. El se
-¡Dios mío!¡Qué clase de ubres!-,exclamó asombrado Autoritario, señalando una vaca mona, que recién
acababa de tener su primer parto.
-¡Buena lechera!-,sentenció Lidico, mientras se quitaba el sombrero, para acomodar su lacio y sudoroso
cabello.
-Este año va a ser de leche…habrá que hacer mucho queso-,comentó Autoritario, fríamente y se metió el
índice de su mano derecha, en los oídos, y lo movió como un barreno..
La charla, continuo .A lo lejos en el puerto pitó un barco. El sonido, hizo levantar la cabeza a las reses.
Lidico, miró el sol y estaba dividido, allá, hasta donde su vista llegaba, por una pardusca y alargada
montaña.
Lidico, vio a Vinki, parada frente a su casa. Clobel y Calistro, la acompañaban. Ella, movía los brazos
incesantemente, síntoma de una conversación animada.
Lidico, quiso dar marcha atrás; pero fue demasiado trade. Clobel y Calistro, le cortaron la retirada con
amenazadores gestos.
-¡Acaba de bajar de ese cacharro!-.
-¡Vaya el hacendado!.
-¡Lidico, mi vida!¿Dónde te has metido?-,gritó Vinki, sin moverse de su
sitio, mientras se metía las manos en los bolsillos del jean, y abría ligeramente las piernas.
-¡Bonito recibimiento!,alcanzó a decir Lidico.
Lidico, bajó del auto, y saludó secamente a sus amigos, después fue hacia donde se encontraba Vinki.
Ella, lo esperaba con los brazos abiertos;
pero Lidico le extendió su larga mano, y ella tuvo que conformarse con esa limosna.
-Estás muy particular Lidico. Ya para verte hay que sacar audiencia-,le dijo Vinki, con una dulce voz.
-El trabajo…ya no es igual. Ahora tengo responsabilidades ¿Sabes?-,respondió Lidico.
-Lo sé. Pero no te vayas a tirar a viejo. Las cosas tomadas con clama salen mejor-,y diciendo esto, Vinki,
trató de cruzar su brazo derecho por la cintura de Lidico, y él la rechazó con un movimiento brusco.
Vinki, miró a Clobel y Calistro, que estaban entretenidos leyendo el cuenta millas del auto de Lidico.
Entonces, ella, reanudó su diálogo con Lidico:
-¿Estás de mal humor?-.
-No, Vinki-.
-Algo debes tener…tú nunca eres así ¿Sufres por lo de Amanda?-.
Lidico, miró a Vinki, con una mirada aterradora. Su cara se contrajo como para morir. Los pómulos se
les inflaron. Un suspiro profundo no le permitió que se ahogara. Entonces, junto su nariz con la de Vinki, y le
dijo ásperamente:
-¡Al carajo Vinki!…lo nuestro terminó…¡Basta de rendir cuentas!…
es a mi a quien le rinden ahora…¿Entiendes?..-.
Vinki, se quedó petrificada, nunca había visto a Lidico en un ataque de cólera. Ella trató de persuadirlo.
Se recostó de la cerca del jardín, abrió un poco sus piernas de animal salvaje y le dijo dulcemente:
-Mi cariñito…mi querer…no te pongas guapito…muuu…muuu..-, y le lanzó al aire todos los besos que
habían en sus libidinosos labios.
Lidico, se mostró confundido, y los rechazó apretando sus labios. Clo Bel y Calistro, se les acercaron.
Ellos habían entablado una pequeña discusión, con respecto al cuenta millas. Uno decía que marcaba cinco
mil millas, y el otro cincuenta mil.
-¡Pregúntale a Lidico, burro!-.
-Los Clobeles, tienen más cara de burro-.
-¡Ah!,sí-.
-¿Apuestas a cien kilones?-.propuso, Clobel.
-¡Apuesto!-,contestó Calistro.
Y enredados en esa banal discusión, quisieron erigir como juez a Lidico.
-Lidico, tu eres el dueño ¿Cuántas millas ha recorrido tu auto?-,preguntó desesperado, Calistro.
-¿No es verdad que son cinco mil?-,se interpuso Clobel, antes de que Lidico, diera un veredicto.
-¡Vamos!…¡Vamos!…¿Qué discusión es esa?…parecen muchachos-, dijo, quietamente Lidico, con muy
poco deseos de complacerlos.
-¡Acaba de decirlo-,insistió Calistro -¡nos jugamos cien kilones!-,dijo eufórico, Clobel, mientras se tocaba
los bolsillos, dando a entender que estaban allí oyendo la conversación.
-Vamos a casa a oír un poco de música ¿Quieren?-,invitó Lidico, para desviar la discusión.
Clobel, y Calistro, olvidando lo del cuenta millas, saltaron de alegría.
-¡Eso es!-
-¡Así se hace, hacendado!-.
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Amanda, aprovechaba las frecuentes visitas de su prima Adamara, para contarle todos sus proyectos. Su
prima, no la contradecía, por el contrario le infundía valor, para que pudiera enfrentar la difícil situación por
la que estaba atravesando.
Amanda, sentía que la compañía de Adamara, le proporcionaba una especie de fuerza adicional para
seguir luchando .Aunque los consejos, venían de una más joven que ella, no por eso dejaban de tener
principios y fundamentos. Adamara, era muy suspicaz e inteligente, y siempre tuvo a la expectativa en todo
lo relacionado con el amor. Su tendencia a la sospecha le había granjeado gran experiencia, todo
condicionado lógicamente por tantos fracasos en el inmenso campo del amor.
Hasta las charlas humorísticas del Dr. Francesco, les resultaban provechosas a Amanda. El aunque no
muy avezado en el amor, combinando conceptos de la medicina con los de la vida, formulaba sus
vulnerables hipótesis sobre el amor. Amanda, se reía al escucharle, otras veces se ponía seria, y hasta llegó
a llorar ante las largas prédicas del Dr. Francesco.
Aureliana, la esposa del doctor, por lo general se sentaba al lado de Amanda, y solo intervenía para
afirmar algo en los incoherentes discursos de su esposo. Aunque, lo hacía solo llevada por el influjo de
la perorata, que la iba extasiando, y cuando venía a caer en cuenta, ya había afirmado algo que era
imposible de realizarse.
Un día Francesco, aconsejó a Amanda, que debía casarse inmediatamente; que era la única manera
de mantener a Lidco cerca y controlado. Pero, al otro día llegó objetando que el matrimonio tan de repente
solo conllevaría al fracaso, porque Lidico, se cansaría pronto de ella. De esa manera, poniendo y quitando,
Francesco, se divertía en aquel juego peligroso.
Cuando Amanda, quedaba a sola, se enterraba las uñas en sus blancos muslos, hasta dejar en ellos,
una huella profunda y violácea. El dolor le llegaba en pequeñas dosis, que apenas transmitían sus
peresozos nervios.
Indudablemente, su cuerpo estaba dividido en dos hemisferios; uno cálido y vivificante, y otro frío e
insensible .Esa prueba la hacía todos los días obteniendo los mismos resultados.
Después, del fracaso, echaba su cabecita hacia atrás y se quedaba mirando la lámpara del techo. Le
veía su exquisita redondez, y le parecía que todo era armonía en ella. Que era un cuerpo perfecto, inma-
culado, además útil. que nunca se negaba a dar la luz.
Sus imaginaciones no tenían fronteras; era una especie de sonda, que ella lanzaba sin rumbo definido.
Que iba y venía cargada de informaciones, que ella las iba separando según su naturaleza. Era por de-
cirlo así un hobby involuntario, que se cernía sobre una criatura, imposibilitada de llevar una vida normal.
Tan normal como la llevaba, el más humilde de los pordioseros, que deambulaba noche y día, por
las calles, al amparo de un techo azul; lejano e inalcanzable. .Sin embargo ese ser podía sentir la tierra
hundirse bajo sus pisadas, o su cuerpo tambalearse, empujado por una invisible fuerza, que le permitía
aparecer aquí y allá. Si eso hubiese podido hacer Amanda, hubiera sido feliz entonces.
Era un día agradable de verano. El sol miraba alegremente, con su efervescente cara, a lo lejos ,el cielo
azul, parecía el fondo de una gigantesca olla. Entre el verde de los árboles, se destacaban manchas
amarillas. El viento arrancaba un fino polvillo a la reseca tierra.
El padre Apolonio, en su afán proselitista, llegó temprano en la mañana a casa de Amanda. Violeta, lo
recibió de buen gusto, echándole en cara la prolongada ausencia del hogar. El padre, se justificó ponien-
do como óbice, sus repetidos oficios, en misas adicionales, para recaudar fondos, para la construcción de
un nuevo templo en Vega Baja. Lo calidad cercana que había aumentado considerablemente su feligresía.
Después de algunos comentarios, en torno a la obra misionera, el padre, preguntó por Amanda:
-Y mi querida Amanda,¿cómo está?-.
-Dentro de sus penas está bastante bien-.Contestó Violeta, si quitarle los ojos al relicario que colgaba del
cuello del padre Apolonio.
-He venido a verla…-,comenzó con dulce voz, el padre, y continuo,- porque Dios me ha dado la tarea de
conquistar su alma pecadora, para purificarla, para gloria de Nuestro Señor, amén-.Y se persignó, Violeta lo
imitó y sus usadas manos, atravesaron dos veces su huesudo pecho.
-Que así sea, padre-.
Cuando Violeta, abrió la puerta, se encontró frente a un hombre de estatura alta, finos modales y
sonrisa cortés. Granada y Adamara, aprovecharon la oportunidad para marcharse sin despedirse.
-¡Buenos días, señora!-.
-¡Buenos días, Sr.!-.
-Soy el rector de la Universidad Progreso, donde trabaja Amanda…he venido a visitarla y a traerle un
pequeño obsequio-,y señaló con su índice de sumano derecha, la cabecita blanca, de un perrito, que se
asomaba por la ventanilla del auto.
-Nos honra con su visita, Sr. Rector-,dijo Violeta, tratando de sacar de su apretado acervo cultural, las más
refinadas palabras.
-Gracias, Sra.¿Puedo entrar con Coti?-
-¡Por supuesto!-.
El Rector, se dirigió al auto, extrajo el lindo perrito, y lo cargo como a un niño. Atravesó la sala, y su
sombra contra la pared ,parecía una cangura, con su pequeña criatura bailándole en su bolsa.
Violeta, lo anunció desde la puerta. Amanda, solo tuvo tiempo de pasarse las manos por el cabello, para
alisárselos un poco.
-¡Mi querida Amanda!¿Cómo te sientes?-,comenzó el Rector, haciendo una leve reverencia, y apretando un
poco más el perrito contra supecho.
-¡Bastante bien, Sr. Rector. Su visita me hace ahora un poco más feliz-.
El Rector, más desembarazado, y se sentó en una silla, que Violeta, había situado en el mismo sitio
donde se sentara el padre Apolonio.
El Rector, descansó ,del perrito, poniéndolo sobre sus largas piernas. Amanda, miró a Coti, con sana
curiosidad, y le acarició el hocico.
-¡Es para ti!.He venido a verte y a traerte este hermoso poodle-.
-¡Es encantador!-.
-Solo tiene tres meses-.
¿Tres meses?…y ya está así…cuando tenga un año se va a parecer a aquel famoso perrito Dinki, de los
muñequitos-.
-¡No exageres, Amanda!.Lo que te aseguro que es cariñoso y obediente, era la mascota de Troki, mi hijo
menor.¡Tremenda lucha para convencerlo. Pero, después que le expliqué cómo tu estabas, él se convenció
y quedó contento. Así son los muchachos-.
Amanda, sonrió agradecida por el regalo. El Rector, agarrando a Coti,
entre sus grandes y huesudas manos, se lo alargó a Amanda. Esta estiró sus delicadas manitas, y asiendo
el perrito por su barriguita lo atrajo, hacia su pecho.
-¡Qué olor!¡Qué pelos más suaves!…es …es un niño-,se atrevió a decir Amanda, mientras pegaba su cara a
la de Coti.
-Será una buena compañía para ti .Los perros tienen unos sentimientos muy elevados. Es mucho lo que se
cuenta de ellos. Pero a veces el hombre lo trata con crueldad. Mientras que algunos le erigen estatuas,
otros los destrozan a pedradas.¡Eso es injusto!-,terminó algo exaltado el Rector,
abriendo y cerrando sus verdes ojos.
-¡Coti!¡Coti!…¡Coti!…-.
Amanda, llamó varias veces a su perrito. Este movía su felpudo rabo, y sacaba su espumosa lengua.
-¡Es encantador!-,volvió a decir Amanda.
El Rector, reía enseñando sus disparejos dientes, y ponía el rostro ingenuo como el de un niño.
Amanda, desatendió a Coti, y poniendo su rostro serio y frío, como un día de invierno, le preguntó al
Rector:
-¿Usted cree que pueda trabajar de nuevo?-.
El Rector, cambió su cara infantil, por una austera y soberbia.
-Bueno, Amanda, tu situación se está analizando. Es posible que atienda el Decanato, sin ejercer la
docencia…tú sabes que en tu estado es imposible…debes de estar preparada para eso-, una voz suave le
cortó el discurso.
-Yo solo quiero volver a ser útil a la sociedad. No quiero pudrirme entre estas cuatro paredes, y mis años de
estudios que se conviertan en nada. Aunque sea tocando el cambio de turno.¡Cualquier cosa!
¿Comprendes?-.
El Rector, miró sus piernas inútiles, con una mirada triste ,vaga, como una endeble nubecilla, que estaba
pasando en esos momentos, frente a la ventana.
-Voy a hacer lo posible para que vuelvas a trabajar. Te doy mi palabra. Ahora, tengo que irme porque estoy
cargado de trabajos.¡Ah!,
vendré para la boda.¡Felicidades por anticipado!-.
Solo faltaba una semana para celebrar la boda entre Lidico y Amanda. El ajetreo en la casa de Amanda
era grande. Violeta, se movía como una agenciosa hormiguita de aquí para allá; ordenando, decorando, y
tratando de ingeniar nuevas ideas.
Amanda, estaba un poco nerviosa. Sentía una especie de miedo. Aunque desde muy joven hacia el amor
con Lidico. le parecía que todo comenzaría de Nuevo. Ella se lo contaba a Lidico, como una especie de se-
creto militar. Lidico, trataba de sacarle de su mente toda idea derrotista.
Una noche, para tratar de estimular a Amanda, Lidico la llevó a una pelea de boxeo.
Era la primera vez que Amanda, salía desde que le ocurrió el accidente. Violeta, los acompañaba. Fueron
en el auto Pall de Lidico. El la cargó para meterla dentro del auto. La silla viajó en la parte trasera.
La pelea se desarrollaría en el Gimnasio “Los Puños”.Amanda, no era muy aficionada al boxeo, pero ese
día tenía deseos de salir de casa.
La entrada principal al Gimnasio era amplia y lisa, por lo tanto permitió que Amanda pudiera entrar en su
silla de ruedas empujada por Lidico.
Para subir a los palcos fue el problema. Lidico, había reservado uno de los primeros. La gente había
abarrotado el gimnasio desde horas tempranas. Todo era un hervidero. Lidico, tuvo que cargar a Amanda. Y
con la cara casi reventándole, subió los diez peldaños que tenía que vencer. Llegó con las
piernas temblándoles. Amanda, viajó asustada en los brazos de Lidico, por temor a caerse.
Amanda, se sentó entre Violeta y Lidico. La pelea comenzó como estaba prevista a las ocho de la
noche. Peleaban por la faja del mundo; Kid Chaling, coreano, y el mexicano Benito Mejías. El combate se
contrató a quince round. Era la división de los sesenta y tres y medio kilogramos.
Cuando, los dos púgiles salieron al cuadrilátero, una tormenta de voces hizo temblar los palcos; se
agitaban banderolas, pancartas, y muñecones.
Amanda, gritó frenética; su voz salió partiéndole la garganta, y se confundió con las miles de voces que
llenaron el Gimnasio.
El coreano estaba en la esquina azul; tenía los brazos lisos como una mujer. Era inquieto, se movía
como una marioneta dentro de su larga bata.
Por su parte el mexicano, era más fornido; por dentro de la bata, se le podían ver sus abultados biseps.
Se movía menos que el coreano, solo daba vueltecitas en redondo, mientras escuchaba los consejos de
su segundo.
El réferi, llamó al centro del cuadrilátero. Aconsejó a los dos boxeadores. Estos ya en movimientos
chocaron los guantes. Amanda, se estremeció, una pequeña punzada le atravesó el corazón.
El coreano, comenzó impetuoso, lanzando una lluvia de jab que se quedaron en los guantes del
mexicano.
La gente se alborotó y comenzó a pedir acción. Lidico, que era gran aficionado al boxeo, movía sus
puños cerrados y los lanzabas al aire.
El combate continuaba. Amanda, se emocionó e hinchaba por el mexicano.
Alguien lanzó un sombrero al aire y le cayó a Lidico en la cabeza.Lidico, se volvió y lo lanzó hacia arriba
y dijo una palabrota. desde arriba le contestaron una decenas de bocas.
Terminó el primer round. Hubo quietud en los palcos. Amanda, aprovechó para comentar:
-El pobre coreano no aguantará-.
El cuarto de Amanda, esperaba por los desposados. Violeta, había tendido la cama con una hermosa
sábana roja. Una fina lámpara de noche, estaba encendida junto a la cama. Al otro lado encima de las
gavetas, estaba puesto un portarretrato, con la foto de Amanda, cuando cumplió los quince años.
Lidico, empujó con la espalda, la puerta de la habitación, y entró caminando hacia atrás; luego apareció
la silla de ruedas y con ella Amanda. Lidico, la colocó cerca de la cama. El rostro alegre de Amanda, tenía
ahora una expresión de dudas.
Antes de que Lidico, la acostara, miró unos instantes la cama, y dijo:
-¡Qué sábanas más hermosas, cariño!¿No te gustan?-.
-Tiene un color llamativo, amor. Violeta, supo escoger-.
Amanda, nunca se había sentido cohibida con Lidico, a la hora de hacer el amor. Pero, esa noche algo la
hacía sentirse insegura, como si se tratara de la primera vez. Lidico, por su parte no se daba cuenta de
nada.
Lidico, sacó a Amanda de la silla. Los lisos brazos de Lidico temblaron. Cuando la llevó a la altura de la
cabeza la besó. Amanda, se aferró más a él y esto la hizo sentirse más segura, en el corto viaje de la silla a
la cama.
El cuerpo de Amanda, cayó blandamente en la cama. Lidico, la ayudó a desabrocharse el blanco
vestido, y se lo fue quitando suavemente, hasta dejarla en el suave refajo. Luego, Amanda misma se quitó
el refajo. La blancura de su piel, resaltaba más, bajo el fondo rojo que proporcionaba la sábana.
Lidico, le quitó los ajustadores, y las dos colinas de sus senos, centellearon bajo el ardiente sol de sus
ojos. Hacía casi dos años que no los veía.
Amanda, cerró sus ojos para no ver, cuando Lidico, se los metió en la boca, revuelto entre su copioso
bigote. Ella, se conmocionó y trató de reptar como una serpiente, pero sus inválidas piernas no se lo
permitieron. Entonces, él la besó con deseos vehemente.
Después, mordió levemente su liso cuello. Amanda, estaba desesperada un fuego abrasador la
envolvía de la cintura hacia arriba; y de la cintura hacia abajo un frío gélido la estaba consumiendo. Allí no
llegaban los impulsos nerviosos. Amanda, en su desafuero, le pedía a su cerebro que dirigiera sus órdenes
urgentes, hacia ese lugar, deshabitado, inhóspito. Su cerebro, no respondía a sus súplicas.
Lidico, en medio de su lascivia no podía notar nada. Un poco fuera de si terminó
de despojarse de su vestimenta. Los dos quedaron como recién nacidos. Lidico, envuelto en un torbellino de
sensaciones, abrió las inútiles piernas de Amanda. Ella, apenas lo notó. Solo sintió que algo duro y tosco la
penetraba. Lidico, frenético se movió deseperado. El no encontró aquel calor que lo hacia desfallecer. Un
frío glacial lo esperó, como el humilde iglú a su esquimal.
Un viento fuerte que venía del sur, casi revienta los cristales. Los árboles como fronteras enfrentaban sus
pequeñas hojitas a la furiosa tempestad. Los rayos, desgarraron las nubes, con sus curvos cuchillos. La
lluvia, como metrallas, acribilló la parda tierra.
Un leve ronquido salía de la naricita respingada de Amanda. Lidico, les acariciaba sus inútiles piernas.
Lidico y Amanda, eran felices, a pesar de que todas las noches se repetía el mismo drama en la cama.
Amanda, estaba segura de su frigidez, pero aún no se lo había dicho a Lidico. Por su parte, Lidico, también
callaba y pensaba que eso era algo pasajero, y que pronto todo volvería a la normalidad.
El hecho de estar juntos como esposos, de dormir abrazados, y sentirse seguros uno al lado del otro,
los hacía sentir felices.
Lidico, antes de marcharse para la hacienda, a despertaba amorosamente, y le decía que la queria, y
entonces le daba un beso.
Amanda, lo esperaba por la tarde desesperada, para que la sacara al jardín, a tomar el aire y a
contemplar las hermosas flores, y tocarlas con sus propias manos.
Lidico, la llevaba hasta los cactus, y ella recordaba a su difunto padre, lo exigente y cuidadoso que fue
con las distintas variedades. Aunque, Violeta, había asumido esa responsabilidad, Amanda, siempre decía
que no había como su padre, porque él conocía hasta cuando le dolía una espina.
Cada mañana, Amanda, seguía viendo pasar el extraño jinete, que día a día se acercaba más a su
ventana. Eso la mantenía intrigada, aunque la luna de miel la había desviado un poco de esa fantasía, de
vez en cuando, necesariamente tenía que pensar en su hipotética historia.
Ella no podía explicarse como las demás personas no habían advertido el suceso, ya que en ninguna
parte de hablaba de ello. Ni siquiera su propia madre, que era amiga de espiar cuanto le oliera a suceso, se
había percatado.
Violeta, se esmeraba en darle un trato amable a su hija; su desayuno no pasaba de las nueve de la
mañana. Esto después, que Amanda, hubiera realizado su aseo personal, para ello Violeta le llevaba todos
los días una palangana de agua bien tibia, y la ayudaba personalmente en esa necesaria tarea.
El almuerzo era siempre a las doce en punto, ni más ni menos. Amanda, siempre almorzaba en su
propio cuarto, bajo la custodia y constante velar de su lindo perrito Coti.
Casi siempre le dejaba a Coti, una ración de su propia comida, aparte de la que le correspondía
normalmente.
Coti, era muy tierno con Amanda, no dejaba de darle vueltas a su silla, y de lamerles sus ruedas de
goma.
Amanda, lo acariciaba, y le enseñaba las buenas costumbres que debía tener un buen perro. Ella, no
trataba con perros desde la muerte de Alarmado, ya que Violeta decidió regalar al perro Clom y los demás
perros de caza.
Se los regalaron a Amable y Obediente, que decidieron marcharse a otra hacienda vecina, después de
la muerte de su patrón. Fueron ellos tan fieles servidores, que se marcharon por la nostalgia que sentían por
Alarmado. Violeta y Amanda, sintieron mucho la separación pero no pudieron oponerse a ella.
La comida se efectuaba en familia. Lidico, sacaba de su cuarto a su querida esposa y la sentaba a la
mesa frente a él. En una de las esquinas se sentaba Violeta.
Durante la cena se producían largas conversaciones, algunas versaban sobre la hacienda, y otras sobre
la posible recuperación de Amanda.
Cuando se hablaba de la hacienda, Lidico, exponía su nuevo proyecto, donde aplicaría sus
conocimientos sobre fono-entomología. Amanda y Violeta, le escuchaban detenidamente, y como no
entendían nada sobre el tema, solo movían la cabeza afirmativamente.
Cuando, se trataba de la enfermedad de Amanda, era Violeta, la que hablaba con todo el sentimiento
maternal que se la desbordaba. Ella casi siempre caía en reiteraciones, y alegaba que todo dependía del
desarrollo de la medicina, a partir de los últimos descubrimientos realizados en el cosmos.
Lidico, siempre tenía que ayudarla, en algún nombre científico, como ingravidez absoluta, o estado de
alteración cósmica.
Amanda, escuchaba esas conversaciones, con deseos febriles, y por si mente pasaba una vaga
esperanza de que un día ella volvería a sentir bajo sus delicados pies el suelo duro y áspero haciéndole
cosquillas.
Despues, de las conversaciones, Lidico encendía su grabadora “Impacto”,y llenaba la casa de una
música romántica, para alegrar a su querido amor.
Amanda, invitaba a Lidico, a que se sentara a su lado. Ella, dejaba descansar su cabeza sobre su
pecho. Amanda, suspiraba profundo, mientras por sus finos oídos se metía la música.
Lidico, mandó a construir cien colmenas en la hacienda. Se hicieron tal como él lo orientó.Se escogió
para ello un lugar cerca de un pequeño bosquecito, donde abundaban las flores de todo tipo.
Lidico, quedó satisfecho con la terminación del trabajo ya que se hizo con calidad y en un tiempo record.
Cuando, Lidico, comenzó a aplicar sus conocimientos sobre fono-entomología, en función de las
colmenas, el personal que trabajaba en la hacienda quedó atónito. Nunca habían visto a un hombre
impartirles órdenes directamente a un insecto. Ellos, escucharon boquiabiertos cuando Lidico, le dijo a las
obreras en un lenguaje cifrado, que marcharan en dirección oeste, que allí se encontraban las flores idóneas
para una miel de buena viscosidad.
Las obreras obedecieron y en un apretado grupo, se dirigieron al lugar indicado. Las voces de asombro
no se hicieron esperar:
-¡Es imposible!-.
-¡Yo no lo creo!-.
-¿Hasta dónde va a llegar la ciencia?-.
-¿Cómo es eso, jefe?-.
Muchos se interesaron por la fono-entomología. Lidico, les explicó, que todo era muy complejo, y que él
estuvo ocho años estudiando en la universidad, y que después cuando pretendió terminar el doctorado lo
habían desaprobado.
Les dijo además, que era una de las ciencias más modernas, y que aún estaba en proceso de desarrollo.
Muy someramente, les explicó que los mensajes, se enviaban a través de las ondas hertzianas, muy
parecidas a las señales recibidas en los receptores de radio y televisión; pero con un nivel de purificación
mayor.
Le aclaró, además, que cada insecto de acuerdo a su variedad, tenía su propia gama de ondas.
Después, de aplicar la fono-entomología a la apicultura, Lidico, se granjeó gran fama por sus
conocimientos. Todos, hablaban bien de él. El nombre del difunto Alarmado, ya casi no se mencionaba.
Las ganancias de la hacienda iban en aumento. Se aprovechaba al máximo cada jornada de trabajo. De
todas partes llegaban hombres con deseos de trabajar en la Siempre verde. Lidico, los hubiera empleado de
buenas ganas; pero él estaba muy atento a la rentabilidad.
Muchos hacendados llegaban allí con el ánimo de adquirir experiencias. No faltaron los que mostraron
su interés por aplicar la fono-entomología a sus respectivas haciendas.
-¡Violeta!¡Violeta!…-.
Entró llamando Francesco y familia, una mañana soleada, llenando con su voz de bajo, cada resquicio de
la casa.
-¿Qué pasa? ¿Alguna novedad?-.
-Pasamos a despedirnos…-.
-¿A despedirse?-.
-Sí-.
-¡Así de prisa?-.
Violeta, se quedó desconcertada por la noticia, no se le ocurrió pensar en nada.
-¡Pero…siéntense, por favor, así podrás hablar más cómodo, Francesco!…-
Francesco, dejó caer su pesado cuerpo, suspiró un poco y enseñó sus largos dientes.
Aureliana, entornando sus castaños ojos, se sentó en otro sillón cerca de Francesco.
Violeta, los imitó, tratando de vencer un poco la pereza de la mañana, y dijo:
-Hablen ahora, para poderles entender, porque no los he comprendido todavía-.
-Habla tu, Francesco-.Comenzó, Aureliana.
-La situación es la siguiente, hemos decidido marcharnos a Italia…-,acotó, Francesco.
-¿A Italia?-,preguntó algo escéptica, Violeta.
-Sí, prima…creo que es lo mejor…aquí una nunca está segura ¿entiendes, prima?.
-Piensen bien lo que van a hacer. La vida está dura en todas partes, y cada día que pasa se pondrá peor…-.
Francesco, sonrió, un poco seguro de sí mismo, sus largos dientes mojados por la saliba, brillaron, con un
brillo pálido de mortecina luz. Luego, con una voz calmada, comenzó a hablar:
-Me voy a mi Venecia, Violeta querida…¡ah! las góndolas- suspiró, y continuó-,me han propuesto un trabajo
en la Academia de Ciencias de Venecia.¡Un sueldo elevadísimo!…en dos o tres años soy rico…¿te
imaginas?…yo miembro de honor de la Academia de Ciencias ¿me oyes prima?-,y se pasó su larga lengua
por sus resecos labios, y apuntó-,cuando haya reunido un capitalito, vendré a América a hacer inver-
siones, aquí cerca; en los Remedios, y en Campo Alegre, y en cualquier parte que se me ocurra. Esa es la
idea…ahora ¿dime?…¿es buena o es mala?…-.
-Violeta, se quedó meditando un poco antes de contestar, y cuando había organizado sus ideas en el
cerebro dijo:
-Me parece razonable…¿Pero crees que los muchachos se acostumbren a esa ciudad tan vieja?-.
Francesco, se sintió un poco ofendido, cuando Violeta, le llamó vieja a su ciudad natal. Se puso un poco
serio y continuo:
-¿Vieja?…lo interesante no envejece, querida. Allí están los antiguos canales, con sus cristalinas aguas tan
vírgenes y acogedoras como la fuente más joven de cualquier ciudad moderna. Estoy seguro que a los
bambinos, le va a gustar mucho-, terminó un poco excitado, y sacó su pañuelo y se limpió su espaciosa
frente.
Aureliana, que se sintió emocionada, por las palabras de su esposo, se apretó sus gruesas manos y dijo:
-Los muchachos se adaptan fácilmente. Lo más difícil será para mi. Le voy a echar mucho menos a mi tierra
y a ustedes.¡Imagínate treinta años viviendo en un mismo lugar sin salir de el…¿Dime tu?¡Anda!¡Anda!…-.
-Te comprendo, prima-,se apresuró a decir Violeta, en un tono nostálgico.
Francesco, había sacado del bolsillo de su camisa los pasaportes y los pasajes, y con ojos de aduanero
los revisaba, como para cerciorarse de que todo estaba en orden. A él le preocupaba su segundo nombre,
que casi siempre lo escribían sin H intercalada.
Como para estar más seguro lo leyó en voz alta:”Francesco Aluhiere Lupini”. Después se rió satisfecho, y
dijo como si acabara de pasarle revista a una compañía:
-¡Todo en orden!-.
Violeta, no pudo disimular una pequeña sonrisita, y las comisuras de sus labios, se llenaron de pequeñas
arruguitas, que parecían diminutos arroyitos que iban a desembocar en el fresco lago de su redonda boca.
-Amanda, se va a poner muy triste-,dijo Violeta, cuando pudo refrenar su sonrisita.
-Pobre Amanda…ella es feliz, cuando le cuento historias divertidas.¡Es duro!- Sentenció, Francesco,
mientras acomodaba en su bolsillo el montón de documentos.
-¡Vamos a verla!-,se agitó un poco, Aureliana.
-Vamos!-
-¡Vamos!-.
Francesco, miró para el techo, y vio las pequeñas estrellitas artificiales, que les guiñaban sus ojitos.
Mientras iba camino a la habitación de Amanda, pensó que algún día tendría una casa tan bonita, como
Al despedirse, Francesco, abrazó largamente a Amanda. Ella lloró sin consuelo. Violeta y Aureliana, lloraron
también, presa de una incontenible emoción.
Violeta, los acompañó hasta el jardín. A través de la ventana se veía a Amanda, mover sus manos
frenéticamente. Desde afuera le contestaban Francesco y Aureliana:
-¡Hasta luego, Amanda!-.
-¡Te escribiremos!-.
Al fin se marcharon entre una lluvia de consejos que salían de la boca de Violeta. Ellos los aceptaron
todos como buenos y prometieron cumplirlos al pie de la letra, en cuanto se ofreciera la primera
oportunidad.
Amanda, los miró hasta que montaron en su pequeño auto “Box”. Después miró el sol, que parecía como
un ojo de cíclope, con sus erizadas pestañas, y que miraba a la tierra con una ternura milenaria.
Desde un pequeño hierbazal, casi quemado, una bandada de garzas alzó el vuelo. Amanda, vio como
una tomó la delantera, y detrás las demás formaron en dos hileras un ángulo agudo.
Adentro, Coti, que había permanecido en un rincón del cuarto, mientras se efectuaba la visita, le lamía
sus delicados pies.
Amapola, recorría el jardín como una torpe mariposa. Su ancha bata repleta de arabescos, tremolaba al
influjo de un seco viento, que constantemente cambiaba de dirección.
Tombi, semidesnudo, con su rubia cabellera alborotada, la inquietaba con preguntas de todo tipo.
Amapola, terminaba de arrancar un crisantemo, cuando miró para la calle, y vio la banderita roja de su
buzón de correos levantada. Ella se desesperó, ya que no recibía correspondencia desde que
Lidico estaba en Francia.
Mientras se dirigía al buzón, iba meditando sobre quién podía ser el remitente. Primero, pensó en una
prima por parte de madre que vivía en una isla del pacífico, pero rápidamente desechó la idea, porque se
recordó que la prima había quedado paralítica, y que solo estaba capacitada para recibir cartas. Después,
se forjó una idea definitiva, cuando casi afirmó que era de su tía Lucrecia, que vivía en Europa, y que era
hermana de Juan Sebastián su difunto padre.
Tombi, se reía al ver la bata de Amapola, que se movía de un lado a otro, como una bandera, y luego
se le metía entre sus voluminosas nalgas. Por la ventana de la cocina, Clotilde veía reír a su hijo y ella
también reía, estirando como liga sus disecados labios.
Amapola, volvió con su carta. Se sentó en el portal, en su cómodo balance, y comenzó a leer:
“Muy respetable Sra.,hace tiempo, como un forastero duende, me rondaba una idea en la cabeza. Hoy
después de desayunar, la idea ha tomado forma de resolución-Amapola, abría más sus grandes ojos, a
medida que se adentraba en el texto-,así lo demuestra mi decisión de escribirle con la mayor urgencia. Le
ruego sepa disculparme Ud.,mi osadía, pero le aseguro, que en un futuro no se va a arrepentir de haberme
escuchado. Ahora, debo exponerle el propósito de mi carta. Soy un hombre viudo(mi esposa murió
ahogada en una playa al tratar de salvarle la vida a otra persona),y necesito una esposa-al llegar a esa
parte, Amapola, bajó la carta, y un escalofrío recorrió su cuerpo virginal, por un momento pensó en no
continuar la lectura, pero el veneno de la curiosidad no lo permitió. Después, de un intenso pestañeo,
continuó-,He meditado mucho en eso ,y he llegado a la conclusión de que en la ciudad no hay otra mujer
con sus condiciones y virtudes-Amapola, al llegar a la parte de los elogios, movió la cabeza afir-
mativamente-,movido por todos esos encantos femeninos, que posees, he decidido proponerle matrimonio-
“¡infame!¡Canalla!¡cobarde!, comenzó a decir en voz alta.
Clotilde que la oyó desde la cocina, salió rápidamente gritando:
-¿Qué pasó, Sra.?¿Le ocurrió algo?-.
-¡Vete, Clotilde!¡Déjame sola!-.
Después de pasar el momento de histeria, todo volvió a la normalidad. Le interesaba ahora saber quien
era el impostor, que se atrevía a mancillar su castidad.
Luego, de restregarse un poco los ojos continuo leyendo:”debo agregar a esto que poseo un capital
respetable, con lo cual podremos vivir holgadamente ud.,y mis cinco hijos-“¿Cinco?”,se interrogó, Amapola,
y continuó-espero sepas valorar mi proposición ,y la acepte, como una forma de completar mi felicidad.
Espero su respuesta a la dirección estampada en el sobre. Queda de u ud, SSS, Alfonso Guisardo
Montelero Irribir
“El caballero de las mujeres”
Amapola, terminó con las bilis regada por todo el cuerpo. Por un momento pasó por su mente, la idea de
estrujar la carta y lanzarla bien lejos, pero después meditó y llegó a la conclusión de que con ella en la
mano, podía encontrar el llamado”caballero de las mujeres”
-¿Clotilde!¡Clotilde?…ven acá…-,llamó con voz desgañitada sin dejar de leer la dirección del remitente.
-Dígame, Sra.¿Qué deseas?¿Algún te?-.
-No, Clotilde..ven acércate…dime por favor…¿conoces a alguien con el nombre de Alfonso Guisardo
Montelero Irribir?-.
La respuesta de los chicuelos no se hizo esperar, y sobre Amapola, llovieron todas clases de injurias:
-¡Cállate, vieja chocha!-.
-¡A mandar a su casa si es que la tiene!-.
-¡Vieja piojosa!-.
-¡A bañarse!-.
Amapola, nunca se había visto en una situación tan difícil como aquella, y por tanto no estaba preparada
para enfrentarla.
Clotilde, al verla en esos aprietos, la tomó por un brazo, y casi halándola la sacó del tumulto. Todavía
lejos ,seguía gritándole frenética a la multitud:
-¡Me las van a pagar, delincuentes!-.
-¡Vayan a estudiar!-.
Tombi, que había presenciado la escena, agarrado siempre de su madre, reía en medio de aquella
confusión.
En medio de la ciudad se oían los gritos, que se iban apagando con el ruido de los claxones de los
vehículos.
Lidico, comenzó a fijarse en Adamara. Cada vez que se encontraban las conversaciones se iban
haciendo más extensa. Ella desplegaba todo su arte coqueteril. Algunas pequeñas insinuaciones
comenzaron a surgir de ambas partes.
Lidico, había observado detenidamente a Adamara. El había visto sus punzantes senos, y su bien
formado trasero. Todos esos atributos femeninos, despertaron en él su furia de varón. Ella por su parte no
dejaba de pronunciar su nombre, cuando llegaba a su casa. Hasta se atrevió a decirle a su madre una
vez:”Lidico, va a ser infeliz al lado de Amanda”.
Su madre no le contestó, pero le torció los ojos, como diciéndole, no te metas en eso.
Amanda, por su parte, después de la conversación con Lidico, se sentía más deprimida que antes.
Pensaba que él se estaba desilusionando, y que esas insinuaciones eran el preludio de un desenlace
funesto.
Ella tuvo la osadía de conferenciarlo con su madre. Esta, como madre al fin, trató de convencerla de lo
contrario. Le dijo que ella en particular no veía nada extraño en Lidico. Que él actuaba igual que el primer
día en que se conocieron.
De todas forma, Violeta, le prometió ponerse en vela, por si notaba algún cambio, que pudiera demostrar
lo contrario.
Las visitas de Adamara, se repetían con mayor frecuencia e incluso se notaba un cambio en el vestir.
Ella trataba de lucir lo más elegante posible, hasta había dejado de usar ropas de diario, sustituyéndola por
otras que parecían festivas.
Amanda, con su ingenuidad característica, le atribuía todo ese cambio, a la pasión desenfrenada por la
nueva carrera de modelo. Por eso en vez de mirarla con ojos torcidos, la miraba con buena cara, y hasta la
elogiaba con cierto eufemismo.
Violeta, para sacarles los malos pensamientos a su hija, le comenzó a dedicar más tiempo. A veces, la
sacaba, por la mañana al portal y allí jugaban a las cartas. Esos momentos resultaban confortante para
Amanda, ya que dejaba de pensar en cosas negativas.
Muchas veces, se les unía al juego la Sra. Merenko, una señora rusa de pelo ralo y ojos azules, que era
amiga de los chistes, y que vino a sustituir al Dr.Francesco.
Otras veces, Violeta, llevaba a Amanda, hasta la cocina y allí conversaban largo rato. Una vez hablaron
de contratar una criada; pero al final llegaron a la conclusión de que no era necesario. Además, el difunto
Alarmado, nunca había permitido tal cosa, porque decía que eso era acomodar a una mujer, ya que estas
debían de estar siempre ocupadas, para que no le diera por pensar en lo malo. El dogmatismo de Alarmado,
quedó siempre en la conducta de Violeta.
Una mañana ,mientras jugaban a la carta, Amanda, recibió una misiva del Dr. Francesco. Las tres se
pusieron muy contenta, y la obligaron a que la leyera, en voz alta y al instante. Amanda, no se pudo rehusar,
y comenzó a leer :
“Querida Amanda. Te deseo mucha salud. Te diré que hemos llegados con buen pie. Ya estoy trabajando, y
los muchachos en la escuela. Hemos alquilado un bonito apartamento a un americano, parece que las
cosas de allá nos persiguen. Aureliana, se ha quedado maravillada con los canales. Los muchachos
también…si vieras los atracones de pizza que se da Aureliana-,Amanda, rió y las demás también-A los
muchachos lo que más le gusta son los spaguettis. Estoy preocupado por ti. Escríbeme, y dime como te
sientes. En la próxima te relato alguna anécdota. Dale recuerdos a Lidico y Violeta. Aureliana y los
muchachos les manda recuerdos, también. Cariños. Dr. Francesco”.
A la mañana siguiente, Adamara, se presentó temprano, lista para acompañar a Lidico a la hacienda.
Venía vestida con un pantalón mezclilla, un pullover rojo de algodón, y una pamela amarilla.
Cuando llegó, ya Lidico, la esperaba afuera en el parqueo, montado en el jeep. Apenas tuvo tiempo de
saludar a Violeta, que parada en la puerta de atrás, le movía su mano derecha en señal de saludo.
Amanda, aún dormía plácidamente. Solo, cuando sintió el motor del jeep, se revolvió un poco y sus
pesados ojos volvieron a cerrarse.
Adamara, iba sentada en el asiento delantero, con las piernas cruzadas. Un fresco vientecillo, la
obligaba a sujetarse la pamela. De vez en cuando miraba a Lidico, y evocaba una sonrisa. Lidico, le
contestaba con otra sonrisa un poco más prolongada pero sin enseñar sus pequeños dientes.
El día era agradable. El cielo era un inmenso telón azul, con pequeñas manchas blancas, de algunas
nubes que en su precipitada huída se habían desgarrado. El sol, había salido orondo, queriendo reafirmar
que era el rey del firmamento.
Lidico, manejaba despacio. Su blanco rostro, parecía un poco más rosa. El se había recortado un poco
el bigote, y algunos vellos se escapaban del montón, y parecían pequeñas lanzas clavadas allí por algunos
guerreros pequeñitos.
Cuando estaban próximo a llegar a la hacienda, Adamara, comenzó a preguntarle todo lo que su aguda
mente pudo organizar:
-Lidico, ¿por qué no talan aquellos grandes árboles?-,y señaló con el índice del derecho unos viejos álamos,
que a duras penas se mantenían en pie.
-Hemos pensado en eso…pero…por ahora su sombra nos hace falta-, Lidico, se frotó su fina nariz, y
continuó-,es allí donde hacemos las reuniones con los trabajadores ¿entiendes?-.
Adamara, vio entonces, una cerca de postes de cemento, que las mayoría habían sido arrancados y
otros permanecían virados. Y como si se tratara de una inspección, volvió a preguntar:
-¿Por qué no restauran esa cerca?¿Es que no se necesitan esos terrenos?-.
Y como para demostrar que su pregunta era bien intencionada enseñó sus joyas dentarias.
-Todo eso está en los planes-,comenzó diciendo, Lidico, sin impacientarse, y luego continuó-,en este año
pensamos que todo queda como nuevo. Ahí en esos corrales tenemos pensado que pasten las
paridas…¡ah!…más allá de la cerca ¿ves?-,Adamara, miró y afirmó con la cabeza-,ese va a ser el
lugar destinado a los sementales…todo está por modificarse…-.
-Bueno. Hemos llegados-.
-Sí-.
Lidico, parqueó el jeep, cerca del pequeño laboratorio de inseminación. Ambos bajaron. Adamara,
sonreía con una felicidad de niña.
Cuando llegaron a los campos, ya las labores habían comenzado. Autoritario, había situado los hombres,
cada cual en su puesto de trabajo. Al llegar cerca de él, Lidico, lo saludó y le hizo la misma pregunta de
siempre:
-¿Cómo ha comenzado todo?-.
-Bien, Sr.-.Contestó secamente Autoritario, y le hizo una reverencia a Adamara, en señal de saludo. Ella, no
lo advirtió y guiñó sus ojos cuando el sol la quemó fuertemente en su delicado rostro.
-¡Vamos, Adamara!-.
Amanda, despertó de mal humor. Cuando su madre fue a llevarle el desayuno, ella le dijo en un tono
descompuesto:
-Ya estoy cansada de la misma rutina. Estoy cansada de ser una criatura inútil, a quien se lo hacen todo
¿hasta cuando Dios mío?…soy una desgraciada…ni siquiera puedo acompañar a mi marido…¿para qué
vivo?…que me llegue la muerte cuanto antes-,su pálido rostro se encendió-, el mejor día …-.
-Pero…¿Qué dices, Amanda?-,interrumpió Violeta, y depositó drásticamente, el desayuno sobre la mesita-,
¿es que no le tienes amor a la vida?¿te crees un vieja?…¡anda, boba!…Tómate el desayuno…soy yo quien
te lo hago todo y no me pesa ¿entiendes?-.
Amanda, entendía pero no quería comprender. Su agitado nerviosismo la obligaba a rechazar la verdad
y la razón. Entonces, por su mente le pasó una vaga idea, y con la taza de leche en la mano, preguntó:
-¿Por qué, no habrá llegado, Adamara?-.
-¿Adamara?_.
-Sí-.
-Fue a visitar la hacienda con Lidico. Esta mañana vino vestida muy varonil…iba contenta…a ella les gustan
esas aventuras-Amanda, había dejado la taza a medio camino, y escuchaba con la boca abierta-,Lidico,
la invitó ayer, parece que se aburre un poco solo ¡el pobre!-Amanda, sorbió un trago de leche y retiró la taza
con violencia, al sentir la elevada temperatura del líquido.
-Te he dicho que no me caliente tanto la leche ¡hasta cuándo mamá!-.
-Hija mía, te daré algo para los nervios. Te noto excitada. Ahora vuelvo…
¡ah! tómate toda la leche…¡anda, querida!…-.
Amanda, no la miró. Sus lindos ojos se cerraron con gran desesperación. Decenas de ideas se
atropellaron en su cerebro. Ella siempre había confiado en el amor de Lidico. Pero, después de su
conversación referente a lo sexual, ella se había puesto sobre-aviso. La presencia de Adamara en la
hacienda, le preocupaba ahora. Amanda, estaba segura de la belleza de su prima; pero no la creía capaz de
traicionarla. Por un momento desechó esa idea de su cabeza.
Después, pensó que el amor era como una fiera suelta, que devora todo lo que encuentra a su alcance; y
entonces sintió celos de su prima.
Lidico y adamara, se sentaron debajo de una mata de mango, para tomar la sombra. La cara de
Adamara estaba perlada por las pequeñas gotas de sudor, y sus mejillas habían adquirido un color rojo
intenso.
Se sentaron encima de unas raíces torcidas. Estaban uno al lado del otro, separados, por una pequeña
rama seca, que se había caído de la mata, y yacía aprisionada entre las raíces.
Lidico, la miró, y ella trató de refugiar su mirada en una pareja de mariposas, que volaban entre unas
flores silvestres. El como tratando de interpretar sus pensamientos, le preguntó:
-¿Te gustan esas mariposas?-.
-Me gustan, porque además de ser bonitas, son libres…no sé…nadie las detiene…nadie les impone un
reglamento ¡eso si es vivir!.A nosotros nos dirigen y nos controlan-,Adamara, se agachó, tomó una hoja
seca y la estrujó como un papel-, quisiera ser como esas mariposas ¿tú que crees, Lidico?-.
El abrió sus pequeños ojos, y apretó sus labios hasta desangrárselos, después, los soltó y dijo en tono
divertido:
-A mi que me dejen así como me hicieron…para mi todo es hermoso en el género humano…me gustan
mucho las …las mujeres-,se rió y sus pequeños dientes sintieron el frescor del viento-,sobre todo las
bonitas…-.
-Tienes una bonita…-.
-Sí, pero…-.
-Pero está inválida…-,concluyó, Adamara.
Lidico, no contestó. Su mirada se clavó en los pequeños senos de Adamara, que querían horadar el
pullover. Ella, sintió la magnitud de aquella mirada, y se quedó quieta como si posara para Goya.
-¡Vámonos, es tarde!-,dijo Lidio, parándose de un tirón. Y le tendió la mano derecha. Adamara, la recibió
con agrado. Y sin mucho esfuerzo se puso en pie.
Lidico, se quedó sujetando su tibia mano unos instantes. Ella, un poco turbada trató de soltarse; pero él
se la apretó más. Entonces, Adamara, se quedó quieta, como turbada. Lidico, aprovechó el momento y la
haló hacia su cuerpo. Ella, se dejó caer pesadamente. El, la abrazó, y buscó en su sonrozada cara sus finos
labios.
Fue un beso largo y desesperante. Mientras se besaban una pareja de pajarillos, los miraba desde una
rama de un viejo álamo.
Amapola, cumplió su palabra de ir a visitar a Lidico, y una mañana sin que él lo supiera, llegó a la
hacienda acompañada de Clotilde. Cuando, Lidico, la vio se sorprendió un poco. Lidico, se encontraba
orientando un trabajo en las colmenas. El, lo dejó todo a media y fue a darle alcance a su tía.
Amapola, abrazó y besó a Lidico, entonces, con un tono de reproche le dijo:
-Esta es la única forma de verte…ella es Clotilde, mi sirvienta, y su hijo Tombi…tuve que hacerlo…¿me
comprendes?-.
-Encantado…hiciste bien tía…así te sentirás mejor. Una buena compañía siempre hace falta…¡qué niño
más hermoso!…¡ven acá, belleza!…-,Tombi, trataba de aplastar una abeja con una rama seca-,él también
te hará mucho bien…¿oye travieso?…deja esa abejita…-,Tombi, se volvió hacia Lidico, y le sonrió
cariñosamente.
Amapola, no apartaba sus grandes ojos de Lidico. Lo contemplaba como si tratara de adivinar en él si
aún quedaba una pizca de amor hacia ella. Clotilde, por su parte, no dejaba de mirarle su espeso bigote, y
sentía que su sangre juvenil pulsaba más rápidamente.
-¡Todo está muy verde!-.
-Hay que trabajar duro…pero…los provechos se ven…pensé que no me adaptaría a éste ritmo de trabajo, y
ya ves todo es cuestión de interés…¿entiendes tía?…-Amapola, asintió con su redonda cabeza.
Clotilde, salió corriendo a sujetar a Tombi, que se acercaba a las colmenas.
-¡Cuidado, que te pican?-,gritó, Amapola, llevándose las manos a la cabeza. Lidio, hizo un movimiento para
salir en su persecución; pero ya Clotilde lo traía a empujones.
-¡Vámonos, Clotilde!.con éste muchacho no hay quien pueda-,Lidico, sonrió, mientras Tombi, tiraba
fuertemente del vestido de su madre.
-Es temprano, tía-.
-Este muchacho es inquieto…-.
-Ehhhhhh-,intervino, Tombi.
-¡Mira, malcriado!-.
-¡Tombi, qué pasa!-,el regaño de Lidico, hizo que éste se escondiera detrás de su madre.
-¡Adiós, tía!-.
-¡Adiós, hijo!-.
-¿Tombi?-
-¿Eh…?-.
Lidico, se quedó mirando a su tía con cierta nostalgia. Solo el reclamo de los trabajadores, lo hizo volver
sen sí.
Ya en las colmenas, volvió a mirarla cuando ya era un pequeño punto apenas reconocible.
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Amanda, había dejado de menstruar. Parecía que todo había cambiado en ella. Una alegría general la
invadía. A todo el mundo le hablaba de su embarazo. Violeta, estaba contentísima. La idea de ser abuela, la
había recibido con agrado.
Lidico, por su parte, no estaba bien seguro de cómo debía reaccionar, ante la nueva situación que se
le presentaba en su vida. Su amor por Amanda, no era como antes. Ahora, estaba enamorado de Adamara.
Adamara, ante ésta situación se mostró recelosa y fría. A ella no le agradaba la idea de que Lidico,
tuviera un hijo con Amanda.
Adamara, pensó bien cual debía ser su posición. Después, de mucho meditar, se hizo quitar su
anticonceptivo sin que Lidico, lo supiera. Transcurrido un mes su plan tuvo éxito; se había embarazado.
A partir de esos momentos, las visitas de Adamara, la hacienda se hicieron más frecuentes. Ella, trataba
por todos los medios de que la vieran con Lidico. Los comentarios no se hicieron esperar y la noticia se hizo
eco por toda la hacienda. Lidico, había cambiado un poco su carácter, se le veía más pensativo y hasta algo
histérico.
Después, de Amanda, consultar con su ginecólogo, se le hizo un examen de ultrasonido, y la prueba dio
como resultado una hembra. Amanda y Violeta, saltaron de alegría con la noticia. Lidico, confesó que
hubiese preferido un varón; pero que de todas formas la querría igual.
Amanda, pensó ponerle el nombre de su abuela; pero Violeta, no estuvo de acuerdo, y acordaron que se
llamaría: Amalín. Una mezcla, de los nombres de los padres. El nombre fue recibido de buena gana por
Lidico, a quien no le agradó fue a Adamara por considerarlo una forma anticuada de poner nombres.
Cuando, Adamra, le dijo a Lidico, que estaba embarazada, éste no supo que contestar; se quedó atónito.
El ultrasonido, anunció un varón.
Ellos convinieron en que se llamaría: Lidico.
Después, que Lidico, supo lo del embarazo de Adamara se enamoró más de ella. Un día se atrevió a ir a
su casa. Granada, se sorprendió con la visita; pero Lidico y Adamara, supieron disimular muy bien.
Entre el embarazo de Amanda y Adamara, mediaba un mes de diferencia.
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Amanda, fue llevada de emergencia al hospital Materno”Las Cigüeñas”.Se había levantado ese día con
un poco de sangramiento. Lidico, la acompañó al hospital. Amanda, fue hospitalizada. Violeta, fue con ellos,
y con pasos rápidos, ambos, caminaron hacia la puerta. El médico los esperaba,
con la cabeza levantada y la mirada fija. Violeta, que fue la primera en llegar, acto seguido, se paró frente a
él. Lidio, le hizo una señal con la cabeza en señal de saludo. El medico, se pasó la mano por su rubia
cabellera, y comenzó a hablar:
-Lo siento….-.
-¿Qué ha pasado?-.interrumpió Violeta, casi echándosele encima. Lidico, bajo la cabeza y recordó cómo
Adamara, se retorcía la noche antes. El médico, continuó:
-El bebé ha muero…no pudimos hacer nada…¡créanme!…ella está bien…-.
-¡Qué desgracia!…ella no tiene suerte…-,se lamentó Violeta, mientras se cubría el rostro, para esconder
dos gruesas lágrimas que acaban de rodar por sus mejillas. Lidico, le volvió la espalda a el médico, y se
quedó mirando su imagen en el pulido piso.
Violeta, sin dejar de sollozar se dejó caer en un sillón. Lidico, comenzó a caminar por el salón sin un
orden lógico. Por primera vez sintió deseos de llorar en su vida. Le parecía que le habían arrancado un
pedazo de su alma.
Después, de una breve recuperación, Amanda, fue llevada a la casa. Una tristeza inmensa embargaba su
alma. Casi no hablaba. El menor indicio de bulla la irritaba. Una sombra azulina recorría sus pálidas sienes.
Sus gruesos labios aparentaban resecos. Ni siquiera, Violeta, se atrevía a hablarle.
Este nuevo golpe, era casi decisivo para Amanda. Los deseos de tener un hijo se habían frustrados en
fracciones de segundos. Tantos días esperando el ansiado momento. Tantos días alimentando una
esperanza, que trajo tan nefasto desenlace. Era como si todo lo malo la persiguiera.
Lidico, casi no se le acercaba, regresaba más tarde que lo acostumbrado de la hacienda. Casi siempre,
cuando llegaba, ya Amanda se había dormido.
Por las mañanas se marchaba antes que despertara. Ni siquiera la besaba como antes. En la hacienda
él solo pensaba en Adamara. En ella veía las posibilidades de tener un hijo. Ella, estaba completamente
sana; no era posible que hubiera problema con el parto.
Lidico, casi siempre andaba solo, sumido en sus pensamientos. Hasta los trabajadores, habían notado el
cambio. Autoritario, era quien lo controlaba todo, mientras, Lidico, vagaba por los corrales de las reses
simulando que contaba el ganado.
Adamara, enterada de la situación de su prima Amanda, cayó en una especie de ataque de histeria. No
podía estar quieta en ninguna parte de la casa. Lloraba con frecuencia y no soportaba consejos de nadie. La
ausencia de Lidico la irritaba aún más.
Granada, se empeñaba en hacerla entrar por sus cabales; pero ella se refugiaba en su cuarto, y allí
permanecía casi todo el día.
Un día los desafueros de Adamara, sobrepasaron los límites, y sin que la madre lo advirtiera, fue a ver a
Amanda. Violeta, la recibió sorprendida al verle la barriga que había escondido por tanto tiempo. Adamara,
habló muy poco con su tía. Con una ira que se le salía por los poros, traspasó la puerta de la habitación de
,Amanda. Al entrar la encontró sentada en su silla, con la cabeza baja. Adamara, se paró frente a ella.
Amanda, se quedó boquiabierta al ver a su prima embarazada. Y con una voz temblorosa solo atinó a decir
su nombre:
-¡Adamara!-.
-¡Amanda!-.
Las miradas chocaron entre sí. La mirada iracunda de Adamara, con la mirada triste y aterrorizada de
Amanda. Ninguna podía decir nada, una fuerza natural las hizo enmudecer.
Adamara, había repetido por el camino, decenas de veces, lo que le iba a decir, y al final todo se le
olvidó. Y se quedó esperando por su prima, como si estuviera parada en el pelotón de fusilamiento.
Amanda, no había tenido tiempo de pensar en nada. Dijo lo primero que se le ocurrió:
-¿Y esa barriga?-.
Adamara, explotó:
En diez minuto estuvieron listos para partir. Antimico, sacó sacó del garaje su vieja camioneta “Ford”,y se
pusieron en marcha hacia el hospital. Ese día había llovido, el asfalto brillaba como una piel sudada. La
velocidad de los vehículos era menor. Las hileras de carros parecían caravanas de bibijaguas. En el cielo,
aún pululaban algunas nubes grisáceas El sol se burlaba de ellas, haciendo cabalgar sobre sus espaldas
sus cálidos rayos.
Cuando, Adamara, salió de en casa de Amanda, tomó un taxis, que subió por la Ave. de Los Capitanes, y
la dejó frente al Boulevar. Ella, se bajó con la vista casi nublada y oscurecida por la histeria. Trató de cruzar
la calle, precisamente por donde el tráfico estaba más violento.
Solo tuvo tiempo de proferir un grito largo y desgarrador. Un auto, la arrastró como diez metros, por el
brillante pavimento. Al recibir el impacto fue lanzada contra el parabrisas, y allí se mantuvo hasta que el
chofer pudo controlar el auto. El auto, frenó, y Adamara, rodó, con los brazos y las piernas abiertas hasta
caer sobre el pavimento mojado. La gente acudió en su auxilio. Adamara, tenía la cara ensangrentada, y
las dos piernas molidas. Al llegar al hospital, estaba inconsciente.
Lidico, se sentó en el borde de la cama. Amanda, en su silla, miraba a través de los ventanales la
tarde que iba feneciendo. Un rayo rojizo caía sobre las frondas de los árboles. Ella, sentía que su sangre
bullía como el agua. El le miraba el cabello que le caía desordenado sobre los hombres, y se mordía los
labios con sus pequeños dientes.
Violeta, que desde la mañana esperaba ansiosa la llegada de Lidico entró en el cuarto, sin previo aviso.
Llevaba el rostro contraído, y las manos crispadas en gesto amenazador. Lidico, al verla se dejó caer un
poco hacia atrás, hasta acodarse sobre el colchón. Violeta, no lo miró. Se paró frente a su querida hija, y le
preguntó una voz que nada tenía de agradable:
-¿Ya se lo dijiste todo?-.
-No. Mamá-.
-¿No tienes valor?…pues yo se lo diré…-.Y clavó sobre Lidico una mirada de odio. El evadió la mirada, y
observó a través de los ventanales las primeras luces de la ciudad.
-¡Eres un canalla, Lidico!-,Violeta, levantó los brazos con los puños cerrados, y continuo:-nunca pensé que
nos traicionaría de esa manera…
¡eres un cobarde!…no te queremos más en ésta casa…¿me oyes?…-.
Lidico, mantenía la mirada fija hacia afuera. Su exaltados ojos vieron, la raya azul-rojiza de una estrella
fugaz. Amanda, reventó en un llanto nervioso y sentido.
-¡La vas a matar!…¿esos son tus propósitos?¿quieres quedarte con su dinero, para disfrutarlo con
Adamara?…¿no?…te equivocas..-.
El llanto no la dejó continuar. Ella, caminó hasta los ventanales, para respirar una pequeña brisa que
batía dosificadamente. Lidico, que había tratado de mantenerse callado, no pudo soportar tales injurias, y
tratando de reforzar su voz, le contestó:
-No necesito su dinero…¿entiendes?….¡quédese con su hija y con su hacienda!…no las necesito a ninguna
de las dos…-.
-¡Lidico!…¡Lidico!…no me dejes…¡por favor!…,interrumpió, Amanda, dándole un giro a la silla, hasta
ponerse frente a frente con él. Lidico, no la miró. En esos momentos un odio incalculable se apoderó de él.
-No le ruegues a ese hipócrita…¿no ves que te quieres destruir?…
si te quisiera no actuaba así…no te preocupes ya encontrarás a otro…en éste mundo se sobran los
hombres…
-¡Y las mujeres!…-,interrumpió. fuera de sí, Lidico.Y se paró violentamente de la cama.
Amanda, le miró la blanca espalda, y el cuello rojo quemado por el sol. El corazón le palpitó
desesperado, y ella se apretó el pecho, como para detenerlo.
Violeta, buscaba alivio, en las peregrines luces de la ciudad. Un olor a conflicto llenaba toda la
habitación. Lidico, parado frente al espejo, contemplaba su rostro contraído y su respiración agitada.
Entonces, volviéndose bruscamente, sin dirigirse a nadie explotó:
-¡Me marcho de ésta casa!…¡no volveré a pisarla jamás!…
amo a Adamara, y me voy a casar con ella…¡Sépanlo de una vez!…-.
Amanda, se ahogó en un desesperante sollozo. Coti, que estaba debajo de la cama, salió dando
fuertes ladridos. Violeta, lo calló. Y como si eso le hubiera servido de combustible, dijo decidida:
-¡Acábate de ir!…nos las arreglaremos sin ti…-.
-¡No!…que no se vaya…¡quédate, Lidico, de mi vida…-.
-¡No aguanto un minuto más en ésta casa!…-.
-¡Vete!-.
-¡Noooo….!-.
********************************************************
Violeta, mandó a buscar al padre Apolonio, para que tratara de reconfortar el alma de Amanda. El
llegó temprano, con su natural altruismo y laboriosidad. No traía su manoseada carpeta; solo un pequeño
folleto.
Violeta, lo recibió con gran deferencia. Y después, de obligarlo a tomar una taza de te, lo condujo a la
habitación de Amanda.
La encontró jugando con Coti, pero seria y pensativa.
-¡Buenos dias, hermanita!-.
-¡Buenos dias, padre!-.
Amanda, observó atentamente los movimientos reverente del padre. Después, su vista de refugió en su
espaciosa frente.
El padre Apolonio, parado frente a ella, cerró sus ojos y comenzó una larga oración, que solo Dios la
podía escuchar. Violeta, que había ido por una silla, regresó rápido y la colocó a su lado.
Cuando terminó su oración, se sentó y tomando las frías manos de Amanda, entre sus cálidas y largas
manos, le dijo en tono casi adormecido:
-Amanda, el señor te reclama…no te resista, hija…solo él puede remediar tus males…¡entrégate,
Amanda!…-.
-¡Padre, Apolonio!-.
-¡Hija!,olvida de una vez las cosas terrenales, que solo traen placer temporal. Este mundo convulso y
pecaminoso pronto será destruido e, instaurado el reino del todopoderoso,¡amén!…-,y se persignó
efusivamente-:Amanda, piénsalo bien. Este domingo te espero en la casa de Dios ¿aceptado?-.
Amanda, abrió su corazón a las palabras del padre. Sintió que su alma se transformaba, y se quitaba de
encima una pesada carga. Pero, no estaba segura si se trataba de una emoción pasajera, o del fin de sus
penas.
-Trataré de ir, padre…-.
El padre, Apolonio, viendo el efecto que había causado en Amanda, su pequeño sermón, se retiró
henchido de gozo, no sin antes volver a insistir en la invitación. Ya parado en la puerta, volvió su pesado
cuerpo para decirle adiós. Y además, del saludo de Amanda, recibió el de Coti, que comenzó a ladrar
queriendo reventar.
La noticia, sorprendió a todos. Adamara, perdió la criatura, y tuvieron que amputarle las dos piernas.
Granada, anegada en llanto, no se despegaba de Antimico. El trataba de consolarla. Lidico, caminaba
desesperado por todo el salón. Detrás le seguía como una escolta su tía Amapola, quien no dejaba de
repetir: ”Qué desgracia¡”.
El dolor de Lidico, era grande en un mes había perdido dos hijos. Se sentía abatido. Ahora, el destino lo
ponía en una disyuntiva ¿Volvería de nuevo con Amanda, después de la desgracia de Adamara?.El,
lacerado, no tenía fuerzas para pensar en eso.
Cuando Violeta y Amanda, supieron la noticia del accidente de Adamara, se quedaron petrificadas.
Nunca hubiesen imaginado una venganza de esa magnitud. Pero, a pesar de todo lo malo que le habían
*******************************************************
Amanda, saltaba de alegría. No hubo rincón de la casa, que no lo recorriera, para probar la fortaleza de
sus piernas. Ella, caminó hasta el jardín, allí estuvo largo rato tomando el sol, y admirando la belleza
de las flores, que anunciaban la llegada de la primavera.
Kvh, la contemplaba con unos ojos curiosos, por su mente pasaban extrañas asociaciones. El recordaba
en su galaxia Kala-0,su primera novia, que tenía algunas características semejante a Amanda. Su andar
delicado, y sus gruesos labios, era lo que más recordaba.
Amanda, desde donde estuviera, no dejaba de mirar al extraterrestre, Muy pronto el recuerdo de Lidico,
se le fue borrando. Aunque no sabía qué era, en su corazón comenzó encenderse una pequeña llamita.
Kvh, accedió a la petición de Violeta, de quedarse unos días en casa.
Una tarde, mientras Kvh y Amanda, paseaban juntos por el jardín. Ella, sintió la fuerza de la Mirada de
Kvh, que la quería traspasar. Amanda, se quedó helada. Entonces, miró a lo lejos, y el flamboyán ya estaba
florido. Sus ojos fabricaron dos hermosas lágrimas. Su corazón aceleró su trabajo. Ya estaba fuera de si,
cuando Kvh, la tomó por el talle, con sus anchas manos, y le dio la vuelta y la apretó contra su corpulento
pecho.
Amanda, gimió como una gacela alcanzada por el feroz león, y se entregó dispuesta a que la devoraran.
Una nube blanca, con bordes grises, no permitió que los rayos del sol pasaran impunemente.
Un fresco vientecillo, arrastró los pétalos de una flor, y pasaron como diminutos pajaritos, por encima de
Amanda y Kvh.
Esa noche, después, de una apetitosa comida, vino la confesión:
-¡Mamá!…Kvh, me ha propuesto matrimonio…-.
Violeta, demostrando estar agradecida por los servicios de Kvh, aceptó la propuesta de muy buenas
ganas.
Esa noche hablaron de la boda. Decidieron que fuera el padre Apolonio, quien los casara.
La noticia de la aparición del extraterrestre, pronto circuló por toda la cuidad. Los periódicos, en grandes
cintillos anunciaban al advenedizo. Hasta las autoridades de la cuidad se acercaron para interrogarlo; pero
después de enterarse del milagro lo hicieron huésped de honor.
Kvh, se negó a ser fotografiado para los periódicos, alegando que esa no era su costumbre.
Lidico, enterado del restablecimiento de Amanda, trató de acercarse a la casa, pero recibió el rechazo
de Violeta, que no lo dejó, si quiera, atravesar el jardín. El se volvió triste con los deseos de ver a Amanda,
de nuevo caminando como antes.
Amanda, enterada de la presencia de Lidico, cerca de su casa, se mostró fría e indiferente, como si se
tratara de uno de los tantos curiosos que habían ido a verla.
Amanda, no dejó que se escapara la primavera para celebrar su boda. Al fin sus deseos se iban a
cumplir.
El día de la boda todo estuvo organizado. No hubo que poner la plataforma, para que ella subiera, ni iba
sentada en la silla de ruedas.
Tal como se había concertado, el padre Apolonio, fue el encargado de unirlos en matrimonio. El fue, el
primer sacerdote en casar una terrícola con un extraterrestre.
La boda, levantó un revuelo grande. En todos los sectores tuvo repercución. Los científicos empezaron a
especular sobre el futuro de sus hijos. Algunos planteaban que podían traer malformaciones. Otros, que les
iba ser imposible adaptarse a la vida de la tierra. Muchos, proponían hacerle a Kvh, un estudio biológico,
antes de que comenzaran a tener hijos.
Un científico, se atrevió a vaticinar:”si tiene seis dedos, a los hijos le van a salir siete”.Pero, Kvh, reía
ante cada una de las hipótesis de los científicos terrícolas.
La luna de miel, la decidieron pasar en el centro turístico”El Paraíso”, que estaba enclavada en las
márgenes del río Amazonas. El mismo, río, que Le había parecido a Kvh, un pequeño mar, desde su nave
especial, cuando estaba próximo a aterrizar.
Amanda, decidió conducir ella misma su nuevo auto, demostrando una recuperación rápida. Violeta,
insistió mucho en que no lo hiciera, pero ella no aceptó las súplicas de su madre.
FIN.