La tesis de Ranciere nos dice “que el maestro ignorante emancipa pero el maestro que
sabe embrutece”. El maestro puede enseñar lo que ignora si emancipa al alumno y le
permite usar su propia inteligencia. Los fundamentos forman parte de los cimentos por los cuales Ranciere construye su tesis. Tomando como punto de partida la estructura del texto, visualizamos que Ranciere comienza con el relato de experiencia azarosa de Josph Jacotot. Un profesor que no procedió a la manera de los pedagogos tradicionales, por el contrario, había dejado a sus alumnos la traducción del texto de Fénelon, sin explicaciones, sólo con la voluntad de querer aprender francés. Dejó a fuera su inteligencia, todo se produciría por la propia inteligencia de los estudiantes, quienes finalmente pudieron traducir el texto. Desencadena del relato de experiencia dos preguntas fundamentales que nos permiten comprender la fundamentación de su tesis: ¿son superfluas las explicaciones del maestro? o, si no lo son, ¿ a quiénes y para qué son útiles esas explicaciones?. De ellas, el autor desprende el tema de su tesis: la crítica a la lógica explicadora. Y, de la crítica, surge la teoría que nos da a conocer los distintos fundamentos. El autor parte de una evidencia del sistema de enseñanza: la necesidad de explicaciones. El maestro entiende que para que sus alumnos comprendan es necesario dar explicaciones sobre el tema tratado en clase, que su palabra es la forma más correcta de romper con las dificultades de la materia. Siendo así, la lógica explicadora comporta un principio: el maestro es la única persona capacitada para la explicación y para juzgar cuándo el alumno ha alcanzado la comprensión. Ante ello, Ranciere presenta el siguiente planteo: ¿por qué alguien no sería capaz de entender directamente un texto y sí una explicación del maestro?, ¿en qué se legitima la capacidad de explicación del maestro para que alguien que, se supone, no puede comprender el texto inicial, pueda comprender su explicación?. Así, podemos ver uno de sus fundamentos filosóficos: el arte singular del maestro es el de la “distancia”. El maestro actúa reconociendo cierta distancia entre el material enseñado y el sujeto a instruir, entre el aprender y el comprender, entre su saber y la ignorancia del alumno. Entonces, el maestro supone que suprime esa distancia mediante las explicaciones que se dan en el seno de su palabra. De la palabra oral, podemos ver otro fundamento. Ranciere nos dice que el orden explicador privilegia la explicación oral del maestro por sobre la explicación escrita, por ejemplo, de algún libro. Dicho acto le hace presumir al maestro que los temas serán más claros y se grabarán mejor en la cabeza del alumno. Ante esto, se pregunta: ¿cómo entender el poder de la palabra oral del maestro sobre el escrito?. Para dar a conocer su respuesta se adentra en la explicación del aprendizaje de la lengua materna. Las palabras que el niño aprende mejor, de las que se apropia para su uso, son aquellas que aprende con anterioridad a cualquier maestro explicador: la lengua materna. En este fundamento, encontramos que los niños oyen, retienen, imitan, repiten y son capaces de comprender y hablar la lengua de sus padres sin la explicación convencional y oral del maestro. Pero, ingresado al sistema de enseñanza, todo lo que ha aprendido el niño a través de su propia inteligencia no será tenido en cuenta, porque en la escuela ya no podrá aprender más por sí mismo, en ella se habla de comprender y según la concepción de enseñanza el niño no podrá hacerlo sin las explicaciones del maestro. Uno de los puntos centrales de su tesis sostiene la necesidad de invertir la lógica del sistema explicador. La explicación es el acto que el docente considera de su dominio para ayudar al alumno frente a su incapacidad de comprensión. Sin embargo, lo que vemos en su tesis muestra lo contrario; la incapacidad de la cual el pedagogo habla forma parte de la propia estructura de la concepción explicadora, es decir, el explicador es quien necesita del incapaz y no al revés y es solamente él quien constituye al incapaz como tal, porque explicarle alguna cosa a alguien, es primero demostrarle que no puede comprenderlo por sí mismo. Y es en este punto donde podemos conocer el fundamento transversal de su tesis. El mito explicador divide al mundo en dos, entre sabios y no sabios, inteligentes y no inteligentes, entre el maestro transmisor de sus conocimientos y el alumno incapaz. Este principio divisorio de la lógica explicadora Joseph Jacotot lo llamó principio del atontamiento, opuesto al principio emancipatorio. De aquí, postula su paradoja más completa como cuerpo de su tesis: el maestro explicador y atontador es más eficaz cuanto más sabio es porque le resulta más evidente la distancia entre su saber y la ignorancia de sus alumnos. Este distanciamiento potencia la desigualdad social. Cuantas más explicaciones, más división entre superiores e inferiores o dominantes y subordinados. Es decir, mayor será el sometimiento de los alumnos, ampliando la brecha de la desigualdad social. Sin embargo, Jacotot demostró a través de su experiencia que es esta desigualdad el elemento que permite que la igualdad de las inteligencias funcione, porque los que obedecen deben entender las órdenes de quienes dominan y por tanto tienen inteligencia. Por esta razón, establece que es la misma desigualdad la que nos muestra que el principio de la igualdad de las inteligencias funciona. Para romper con esta lógica es necesario que docentes y alumnos estén emancipados, es decir, que sean conscientes del poder del espíritu humano. El alumno puede aprender lo que desee y el maestro puede enseñar lo que ignora, si están emancipados y si se refuerza su capacidad en un acto de voluntad y compromiso. Entre el maestro y el alumno se establece una relación de voluntad a voluntad, con un vínculo intelectual igualitario.