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El abandono de un/a niño/a es una forma de maltrato que deja importantes secuelas,
siendo uno de los dolores invisibles de la infancia, que puede ser de una profundidad e
intensidad significativas. La invisibilidad de la vivencia del abandono, así como sus
consecuencias hace que, las situaciones traumáticas y los mecanismos adaptativos de la
víctima frente a este tipo de maltrato se fusionen en la idea de “ser hijos de nadie”.
El niño/a que ha sufrido la experiencia de abandono se mueve entre dos imágenes, una
que refiere “me abandonaron, yo soy como un niño basura” y otra que dice relación con
“soy un niño excepcional porque soy capaz de arreglármelas solo y no necesito a nadie”.
En este caso los niños/as tienden a asumir una posición de autosuficiencia, como una
forma de controlar la angustia generada por sus sentimientos de desprotección, fragilidad
y temor” (Barudy, 1999).
Para un niño/a abandonado/a que ha crecido sin un apego seguro, que ha carecido de
una relación permanente con un adulto significativo capaz de satisfacer todas sus
necesidades y contenerlo ante situaciones de angustia, la experiencia de la
institucionalización desarrolla en él una personalidad notablemente menos diferenciada
que la de aquellos que han sido criados y amados en su propio hogar.
Es así como, se ha podido observar que son niños/as acentuadamente más pasivos y
apáticos, con falta de motivaciones y proyecciones, quizás como consecuencia de su
experiencia rutinizada en grado sumo. Evidencian retraso en el desarrollo psicomotor,
especialmente en el lenguaje, el que tiende a persistir hasta avanzada la adolescencia.
Esta falta de una experiencia social más dinámica y variada así como de una atención
cariñosa y personalizada, interfiere la generación de vínculos protectores y seguros y por
ende son niños/as con una marcada inseguridad y altamente demandantes de atención y
afecto.
El presente documento busca ser una guía que oriente respecto a las etapas y temáticas
que ineludiblemente deben ser abordadas durante la intervención terapéutica de niños y
niñas institucionalizados/as, que han sufrido la vulneración de su derecho a vivir en familia
y cuya proyección de vida, no considera su reintegro familiar sino, una alternativa de
familia distinta a la de origen.
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A continuación, se da a conocer el Proceso de Intervención Reparatoria, organizado, en
dos etapas: la reparación propiamente tal y la preparación para la integración familiar.
Cabe consignar que las etapas esenciales, tanto en el proceso reparatorio como de
preparación, se han diferenciado con fines descriptivos, ya que en la práctica se
superponen y se retroalimentan.
Al revisar la historia del niño/a, se debe conocer el grado de conciencia y recuerdo que
tiene de las personas significativas que pudieron estar presentes en su vida, y de la carga
emocional que atribuyó a dichas figuras para la posterior elaboración de su ausencia. En
esta etapa, es necesario que el niño logre conectarse y en lo posible comprender
aspectos de su pasado, rescatando los vínculos favorables y resignificando las
experiencias más dolorosas o traumáticas.
La mayoría de los/as niños/as, han convivido aunque sea un breve tiempo con sus
familias de origen, por lo que cuentan con recuerdos e imágenes, que aunque sean
fragmentarias o intercaladas de fantasías, son la base de la interpretación de su historia o
verdad.
Respecto a lo anterior, si esta “verdad” resultara tan dolorosa para el niño/a, que pudiera
impedir su elaboración actual, se sugiere una reestructuración de su historia con aspectos
más generales y simples.
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¾ Trabajar el duelo por el abandono
En este aspecto es preciso señalar que, aún cuando las heridas de la propia historia del
niño/a sean producto de las vivencias de maltrato o abandono, muy pocos dejan
fácilmente de querer a sus padres o a sus vínculos primarios. Por tanto, para un niño/a
mayor, implicará necesariamente enfrentarse a su pasado, a su verdad y vivenciar un
proceso de duelo por el desprendimiento definitivo de su familia biológica.
La vivencia de duelo se debe abordar una vez que el niño/a haya logrado exteriorizar los
afectos negativos asociados al abandono y a su familia de origen.
“El padre, la madre (o figura sustituta), son figuras de incalculable valor para un niño por
lo que su pérdida significa prescindir de quien/es lo/la nutren afectivamente y le brindan
protección y seguridad. Esta situación es descrita psicológicamente tan traumática como
quemarse o hacerse una herida en el plano físico por lo que el proceso de duelo es similar
al proceso de curación.” (George Engel en Worden, 1997)
Respecto de aquellos niños/as que han permanecido gran parte de sus vidas en
instituciones, en las cuales por lo general no se les ha hablado de sus orígenes ni del por
qué están ahí o, aún peor, se ha hecho en términos poco apropiados, necesitan conocer
su historia por muy dolorosa que sea, pues no pueden integrar lo vivido si no la conocen y
no la comprenden.
En consecuencia, los/as niños/as que han vivido el abandono de sus padres han sido
expuestos a una situación altamente traumática, en la cual han experimentado profundos
sentimientos de inseguridad y desprotección.
Es así como, para los/as niños/as es muy importante tener acceso a un trabajo de duelo,
acompañados por un tercero que los ayude a resignificar y dar sentido a su experiencia
de abandono y así capacitarlo para generar futuros vínculos. Sin embargo, es necesario
considerar que el duelo por el abandono es un proceso que se activará en distintas etapas
de la vida del niño/a, dependiendo de sus necesidades, experiencias y recursos con los
que cuente en cada una de éstas.
En relación a este tema, J. Worden en su libro “El tratamiento del Duelo” (1997), ha
sistematizado la experiencia de la pérdida y ha propuesto una forma de abordarla
identificando 4 etapas de vivencias para la superación de la misma:
Para el niño/a el abandono es una situación que siempre le provocará dolor, sin
embargo, del modo que pueda ir integrando esta experiencia y las diversas
emociones asociadas a éste, podrá conducirse de manera más positiva y
constructiva en sus relaciones y en su vida en general.
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El manejo del presente tiene como objetivo fundamental conocer, evaluar e integrar las
experiencias actuales del niño/a en su relación con: la institución, integrantes de su familia
con los que aún persiste algún vínculo, con la escuela, grupo de amigos y/o comunidad.
Este análisis le permitirá al terapeuta conocer los diferentes recursos personales y
mecanismos de adaptación del niño/a.
Para esta etapa, se recomienda trabajar con el niño/a a través de dibujos o fotografías
que representen su mundo presente y a partir de ellos abordar sus emociones y
expectativas, pudiendo estas láminas servir para completar posteriormente el “Libro de
Vida”.
Asimismo, se espera que se traten con el niño aquellos aspectos de ayuda psicológica
básica, como por ejemplo, el manejo de la rabia, ansiedad, tolerancia a la frustración o
algo más simple como la estabilización o normalización de un sistema de vida y el
conocimiento de que existe un mundo externo distinto al proyecto o programa en que está
inserto, especialmente si éste es un centro residencial.
En el proceso terapéutico es importante que el niño/a que ha sufrido el abandono
logre reconocerse como portador del derecho de ser protegido, amado y respetado,
anticipándole que existen otras formas de constituir familia, que trascienden lo biológico.
Sin embargo, hay tareas que competen solamente a los adultos que lo integrarán a su
grupo familiar, cual es devolver al niño/a la confianza perdida y la seguridad de que lo
acompañarán permanentemente con toda su historia de dolores y heridas.
En esta etapa el objetivo del trabajo es promover que el niño/a salga de su presente y se
proyecte en un futuro, de modo que, logre representar lo que desea o espera de éste.
Para dicho efecto, se sugiere guiar el trabajo hacia un análisis del futuro en relación a tres
dimensiones:
• los objetos
• los espacios de vida
• las personas.
En este análisis se debe trabajar no sólo con los conceptos ideales o deseados, sino
también con aquello que es temido o rechazado por el niño/a.
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II.- PREPARACIÓN
Efectivamente para los/as niños/as mayores, no es fácil asimilar el nuevo desafío que van
a vivir, por lo que las intervenciones profesionales deben buscar introducir, facilitar y
apoyar el diálogo con éstos, a fin de prepararlos para el cambio que tendrá su vida, de
modo que enfrente la posibilidad de ser parte de una familia que aún no conoce, con la
mayor disposición y apertura para una positiva integración.
Cabe recordar que sólo se cumple esta etapa una vez que se tiene la certeza de contar
con una alternativa concreta de familia dispuesta a asumir el cuidado y protección del
niño/a.
Para ello, se deben retomar las imágenes del futuro trabajadas en la etapa anterior. Si
el/la niño/a se imagina el futuro inserto en una familia, se le debe ayudar a expresar las
emociones que esta idea le despierta, pero si en su futuro no visualiza el tener una
familia, se le ayudará a crear esa necesidad a partir de conceptos tales como: “todo
niño/a debe vivir en una familia y no en un Hogar de Protección”; “que se merece
unos padres sólo para él” y “que el tener una familia es posible”, de manera que
logre conectarse con estas ideas y trabajar las emociones que ese futuro le provoca.
Es importante que el profesional tratante esté atento a los sueños e idealizaciones que el
niño/a pueda tener de sus futuras figuras parentales o del significado de vivir en familia,
para trabajar con dichas representaciones.
En este espacio se puede explicar al niño/a que una familia lo espera, aunque no sea
totalmente como él/ella se la representó.
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En tal sentido son enormemente útiles, todos aquellos elementos, que puedan facilitar un
proceso de mayor conocimiento de la familia por parte del niño/a, antes de concretar el
encuentro, favoreciendo así sus sentimientos de confianza y seguridad. Nos referimos a
promover el intercambio e interacción entre ambas instancias a través de medios escritos
y audiovisuales como fotografías (de si mismo, del Hogar de protección, de sus amigos,
de sus futuros padres, de su nueva casa, del entorno, de mascotas, y especialmente del
dormitorio del niño/a), correos electrónicos cartas, regalos, dibujos, llamados telefónicos,
CDs, entre otros.
En esta instancia se sugiere estructurar en conjunto con el niño/a el Libro de Vida, el que
se constituirá en un medio para narrar su historia pudiendo contener además del texto,
fotografías, objetos pequeños, dibujos y recuerdos. Esta cronología permitirá contar con
una trayectoria concreta del pasado del niño/a, el que se puede usar para trabajar como
un apoyo al diálogo. En la práctica, este ejercicio hará posible retrotraer los elementos
claves de su vida al aclarar y resolver las eventuales confusiones y controlar sus
emociones en relación a los acontecimientos pasados.
Esta etapa debe ser planificada en todos sus detalles en coordinación con los otros
profesionales que conocen al niño/a, de manera de disminuir riesgos o situaciones no
previstas.
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BIBLIOGRAFÍA
- Mundana M., Gallardo I , Angulo P.( 2001) ”.Factores que Influyen en el Apego y la
Adaptación de los Niños Adoptados”.
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