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Hoy, apenas en la primera década del siglo XXI, América Latina es una confluencia de
órdenes literarios, históricos, filosóficos y socioculturales, entrelazados, articulados y
mercados por las fases paralelas de la globalización y el neoliberalismo. Después de
varias décadas de trabajo descontructor y posmoderno, surge toda una nueva serie de
interrogantes y propuestas para los escritores latinoamericanos contemporáneos.
Estamos (en instantes posteriores a la posmodernidad inicial en su vertiente literaria
estrecha, digamos en torno al boom, al postboom y al neobarroco) en un encuentro
cultural más amplio, sin desechar los alcances anteriores. En ese sentido, acota
Rigoberto Lanz, en su obra La discusión posmoderna (1998):
“...debe ir mucho más lejos todavía en las búsquedas, en las experiencias, en las
aventuras, en los combates con el lenguaje y las estructuras narrativas o
poéticas. Porque nuestro lenguaje revolucionario, tanto el de los discursos y la
prensa, como el de la literatura, está todavía lleno de cadáveres podridos de un
orden social caduco. Seguimos hablando de hoy y de mañana con un lenguaje
de ayer. Hay que crear la lengua de la revolución, hay que batallar contra las
formas lingüísticas y estéticas que impiden a las nuevas generaciones captar, en
toda su fuerza y su belleza, esta tentativa global para crear una América Latina
enteramente nueva desde las raíces hasta la última hoja.”
Ernesto Cardenal, Mario Benedetti y el poeta cubano, Jesús Ortiz, miembros del
Jurado del Premio Casa de Las Américas, La Habana, 1978
Por estas (y otras) razones, nuestro reto como escritores en América Latina es
convertirnos en los detonadores, en los generadores de la nueva sociedad, en los
inspiradores del hombre nuevo: el hombre crítico, solidario, justo, participativo,
planetario, provisto de una mentalidad de tipo relacional, social, grupal. Un hombre que
le confiera primacía a la proximidad, al diálogo, al intercambio, al encuentro, a las
relaciones interpersonales. Un hombre histórico, protagonista, con conciencia de poder
y de derechos; conocedor de su papel en la sociedad y en la historia; consciente de ser
un transformador y constructor del futuro personal y colectivo. Un hombre que
trascienda la incomunicación generada en el estado actual de nihilismo posmoderno, en
donde la subjetividad está amordazada por la objetividad encubridora de la diversidad.
Un hombre que supere la crisis del lenguaje en su expresión de reificación, neutralidad e
indiferencia semántica, cuyos correlatos en casi todos nuestros países son: la pérdida de
la memoria colectiva, la degradación del concepto de soberanía, la desidentificación
comunal, la crisis de la participación en provecho de una mimesis generalizada,
autoafectada, la cual, por su creciente deshistorización se vincula a lo más epidérmico
de las simulaciones y seducciones, es decir: a un efecto de lo real, o señuelo virtual
propiciador de las grandes dominaciones.
Es decir: un hombre que acceda a la visión transdisciplinaria, para que, frente a la caída
de los paradigmas literarios clásicos, cambie de actitud ante el positivismo esclerosado
y, al conferirle apertura a las nuevas corrientes multiformes (fenomenológicas,
etnometodológicas, dialógicas, hermenéuticas, desconstructivas), reduzca el objetivismo
y las explicaciones deterministas y mecánicas, planteándose salir de los
compartimientos estancos, dirigiendo su ruta hacia la vía de la existencia plena, la
subjetividad, la pluralidad, la cualidad, la autonomía y la crítica, interviniendo en un
deslizamiento del paradigma cientista, epistémico y cuantitativo, hacia paradigmas
ético-estéticos, que le permitan redescubrir lo cotidiano, lo cualitativo, al apuntar su
vida y su obra alrededor de lo imaginario, el juego, el ritual, el ocio, la teatralidad. Es de
esta manera (y no de otra) como el escritor latinoamericano se orientará a dar un sentido
pleno a las manifestaciones subterráneas de la creatividad, que van más allá del uso
comunicativo y funcional del lenguaje, mucho más allá de lo que designa y significa,
más allá de los sonidos mismos, para acceder a expresar lo inefable, en un gesto interior
y salvador que permita encontrar a cada quien su ser. Porque, como lo precisa
la Declaración del Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas en Defensa de la
Humanidad, realizado en Caracas, en el mes de diciembre del año 2004:
“...la poesía debe ser comunión y comunicación con un nuevo contexto y nuevos
códigos, donde el sujeto amoroso tome como función ascética la vía purgativa
de la lucha hasta alcanzar la vía unitiva con un Dios supremo y justo que es la
Revolución, e iluminado por el fuego divino de su amor, el poeta se convierte en
emisor y soldado de este mensaje donde la palabra se metaforiza en bala y el
perdón en siquitrilla. De allí que esa pelea de la física teórica con la poesía,
más allá del infierno, no sea un simple juego de palabras, sino Biblia de
vidente, que jamás llegará a comprender un “lector” como Reagan.”
Porque lo que realmente importa es que los creadores, cualesquiera que sean su credo y
su filiación como hombres, han luchado y continúan luchando por una literatura cuyo
máximo compromiso sea con la literatura misma. En este sentido, la posición del
escritor en América Latina es la de un crítico, quien no depone ni negocia la facultad de
cuestionar apasionadamente la realidad en la cual está inserto, por lo que pareciera
conveniente recordar la figura preclara y paradigmática de Ernesto Ché Guevara, en su
doble condición de escritor y hombre de acción revolucionaria, como lo describe
magistralmente Roberto Fernández-Retamar, en esa deliciosa obra Concierto para la
mano izquierda (2000):
“...el Ché, quien desde muy temprano, ávido de saber y aventura, fue lector
voraz y omnívoro así como viajero impenitente, escribió versos, cartas, diarios,
relatos de viajes, narraciones, artículos, notas críticas, semblanzas, ensayos;
pronunció discursos, participó en paneles, concedió entrevistas. En todas estas
ocasiones se manifestó como un intelectual informado y complejo, y reveló una
indudable voluntad de estilo, si vale usar la ya no frecuente expresión. Fue, por
tanto, también un escritor.”
Uno de los procesos más importantes que está ocurriendo en la historia del hombre, en
los inicios del Tercer Milenio, es el hecho de que estamos tomando conciencia de
nuestros propios procesos de construcción de la realidad. Y nos estamos dando cuenta
del hecho de que una afirmación sea sentida como verdadera o como falsa, no depende
solamente de su estructura lógica, ni de su acoplamiento al mundo de afuera. La verdad
de una proposición depende exclusivamente de su acoplamiento a la concepción de
quien emite el juicio, tanto más esa afirmación es verdadera también para los otros
miembros del grupo. En ese sentido, más allá de la naturaleza mecánica del universo y
de los dinamismos físicos que la animan, objeto de la especulación y de las
investigaciones de las ciencias naturales, el mundo es, en el orden natural, al menos
dentro de los límites del devenir histórico, una experiencia y una realidad objetiva en
evolución finalista, ascendente, trascendente, humanizable. Tal y como lo dijera Jacques
Derrida, en su obra Espectros de Marx (1998):
Debemos recordar también que durante el Congreso Continental por la Paz, realizado en
México, en el año 1949, con la asistencia de excepcionales delegados americanos como
Juan Marinello, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Miguel Otero Silva, José Revueltas, se
emitió una declaración acerca de la función social, cívica y simplemente humana del
escritor. Allí se afirmó que la literatura no era una actividad independiente del medio
social en que se produce, cuya estructura política y económica refleja. Se dijo, además,
que el escritor, situado en lo que comúnmente llamamos “una época”, expresa las
contradicciones y los antagonismos que ocurren entre las relaciones sociales en un
momento dado de la historia, y que no hay escritor de espaldas a su tiempo, aún en el
caso de que así lo pretendiera. Observamos esa ubicación histórica, profundamente
política, revolucionaria, en la cual ha de mantenerse siempre el escritor en América
Latina, en la actitud asumida por creadores como Julio Cortázar, quien, en su Carta a
Roberto Fernández Retamar, del 10 de mayo de 1967 -incluida en la Edición
Especial de la Revista Casa de las Américas (2004)-, muestra su solidaridad con la
Revolución Cubana. Allí el enormísimo cronopio afirmaría:
“...El triunfo de la Revolución Cubana, los primeros años del gobierno, no
fueron ya una mera satisfacción histórica o política; de pronto sentí otra cosa,
una encarnación de la causa del hombre como por fin había llegado a
concebirla y desearla. Comprendí que el socialismo que hasta entonces me
había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la
única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano
esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me
tocaba vivir, en el simple principio de que la humanidad empezará
verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación
del hombre por el hombre.”
Referencias bibliográficas
Cardenal, E. (2004). “Venezuela: una nueva revolución en América Latina”, en A plena voz, Revista Cultural de
Venezuela. Caracas: CONAC, abril de 2004, pp. 7-19
Casa de las América (2004). Edición Dedicada a Julio Cortázar. La Habana: Casa de las Américas.
Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. (2004). Caracas: Ediciones CONAC.
Fernández R., R. (2000). “Pasajes de la guerra revolucionaria”, en Concierto para la mano izquierda. La Habana:
Casa de las Américas.