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Ya sabía yo que los viajes nos ilustran sobre esas situaciones. Lo sabía
cuando en el otoño de 1992 acompañé a grupos de estudiantes de Chapingo a
lo que en esa institución se denomina, con bastante propiedad, un "viaje de
estudio".
La estancia fue de varias semanas; el lugar: un corazoncito-pueblito de
esos que acurrucan a la Mixteca Oaxaqueña, de nombre Yolotepec o "corazón
de cerro" en náhuatl.
Los viajes de estudio permiten conocer dispositivos que impulsan a
poblaciones rurales a beneficiarse de sus ambientes. También revelan que a los
análisis universitarios habituales sobre la vida en el campo, deben incorporarse
criterios y enfoques que den cuenta cabal de la pluralidad de sus aspectos
constituyentes.
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productores agrícolas. Debe recurrirse a aparatos conceptuales, categorías y
criterios metódicos para una realidad mítica en la que muchos procederes se
fincan en ideas muy distintas a las normas prácticas de los mundos civilizados.
En esta realidad, las verdades son casi reveladas, y varias creencias y fuerzas
escapan a la comprobación de la vida corriente desde la cual profesionistas e
investigadores suelen juzgar, actuar y decidir.
En todo esto, sin embargo, resultaba notorio que la vida corría por rieles
que aquel rastreo "fisiográfico" no alcanzaba a desentrañar, dándonos apenas
un pálido panorama. En todo momento, resultaba evidente un estado de ánimo
del yolotepequense contrastante con esa chocante miseria y ese ambiente para
la producción que habíamos visualizado en la comunidad.
Todos los habitantes -salvo algunos que ya Vivian de fijo en otro lugar-se
mostraban orgullosos de su pueblito, al que consideraban "bonito" y "bueno".
"¡Quédense -nos decían-verán que les gustará tanto nuestro pueblo que no
se quedrán ir!". Presumían que Yolotepec era el pueblo más pacífico de la zona;
hacía muchos años aquí no había pleitos ni mucho menos asesinados. "¡aquí
nadie anda armado!", "y usted puede dejar sus cosas donde quiera y ahí las
encontrará".
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Acto seguido, nos hacían la pregunta con orgullo y picardía: ¿Ya vio
usted a nuestro Señor del Buen Viaje? ¡Véalo! Sin esperar respuesta, seguían
explicando.
-Hace muchos años, de un lugar que nadie recuerda exactamente, unas
personas llevaban un Cristo a otro pueblo. Lo traían en una mesita que
cargaban, por turno, cuatro personas. Cansadas, llegaron a Yolo y nos pidieron
permiso para descansar. Les permitimos, les dimos comida, mezcalito, y ya
descansadas quisieron irse. Se arrimaron los cuatro para alzar la mesita y al
quererla levantar se les hizo tan pesada que les dolieron los hombros. Probaron
de nuevo y tampoco; les ayudaron otras dos y otras cuatro personas y ni así
lograron levantar la mesa.
¡El Cristo ya no se quiso ir, pues le había gustado tanto Yolo que aquí se
aposentó para siempre! Desde entonces se quedó en nuestra iglesia. Ese es el
Señor del Buen Viaje. ¡Ahora ya es nuestro!
-Miren, nos aleccionaban, ¿ven ese cerro; el de allá?, es el Cerro del Tigre.
Ahí sale una Tupa, la tupa Prisciliana. Cuando un hombre camina solo por ese
cerro, se le aparece una mujer güera de pelo como jilote, y con unos ojos azules,
azules, con unas piernas rete-bonitas.
¡Chula la mujer!
-y se le aparece así de pronto, lo llama y le muestra su cuerpo, le pregunta
por el nombre de alguien y si trae mezcal y cigarritos. Ella ya sabe que uno no
lleva y le manda que vaya al pueblo a comprarlos y que ella lo espera para
tomarse el mezcalito.
-Entonces, se tiene que obedecer; se va a traer los cigarros y el mezcal, y
al regreso uno se pasa toda la noche con la Prisciliana, pero en la mañana ella
desaparece. Entonces, apenas llega uno al pueblo y le dan las calenturas, se le
mueren los animalitos, se le enferma algún familiar y todo ese año le va mal.
-A las mujeres se les aparece el Tupa Alejandro en el Cerro de las Plumas
(Yuku Tomi) y le pasa lo mismito que a los hombres con Prisciliana.
-El tupa Alejandro es alto, güero; viste todo de negro y con un sombrero
ancho. La mujer que se mete con él, la pasa a todo dar primero, pero luego le
viene un año de puras calenturas y se le pierden los animalitos.
Eso nos platican en la tienda, en las casas, en el local de la delegación, o
yendo al jagüey de una agua fresca y sabrosa que, en aquella resolana, dan
ganas de tomar y bañarse. Al ver esta agua, que incluso ya cuenta con tubería
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que la lleva al pueblo, todos preguntamos: ¿por qué no riegan sus tierras", pues
en verdad ninguna parcela, ni la más cercana al jagüey, se riega con esta agua.
-Aquí al que riega sus tierras lo multamos!, nos responden; esta agua es
sólo para tomarla.
El no uso del agua para regar las tierras, por esas raras costumbres de los
pueblos, piensan los chapingueros, es la principal razón de la pobreza que
aqueja a este pueblo.
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"¡Agua inútil!", pensamos todos. Como la imagen que nos recuerda Marvin
Harris, de un agricultor hindú harapiento que se muere de hambre junto a una
gran vaca gorda a la que se rehúsa comer, así vemos al yolotepequense, cuyas
tierras mueren de sed viviendo a las orillas de un agüaje.
Al conocer semejante prohibición, el ingeniero agrónomo cambia de actitud
ante al agua. Ahora le parece "agua inútil" y trueca su valoración del
yolotepequense. Le parece un ignorante.
El mito de los tupa y del Señor del Buen Viaje, el enigma de rehusar el
consumo del agua para riego, que está a la mano, aun cuando la agricultura
padece por sequía, constituyen parte sustantiva de la vida de este pequeño
corazoncito (Yolo en náhuatl, significa corazón) que se esconde entre cerros
(Tepetl es cerro) en busca de una pervivencia amenazada.
Desde que volvímos de aquel viaje de estudios, Yolo ronda por nuestras
preocupaciones y nuestros esfuerzos investigativos. Quisiéramos volver a él y
remontarnos, sin mezcalito y sin cigarritos, al Cerro Yukukuen ("El Tigre") y
encontramos a la tupa Prisciliana, enredamos en sus caireles de oro,
sumergimos en la blancura nacarada de su cuerpo y perdemos en el azul
brillante de sus ojos.
¡No le hace que nos venga después todo un año de calenturas y se nos
mueran todos nuestros animalitos!
Pero pensamos luego que no tenemos animalitos que se nos mueran, y
¡para qué ir tan lejos a buscar tupas, si vivimos sumergidos en la tierra de los
tupas! Si, a lo mejor, nosotros mismos somos tupas o creemos serlo.
Marguerite Yourcenar, esa linda mujer de raras manos, me dijo que si, que
hay recobecos mixtecos y griegos que se andan con los mismos pies.
La distancia que separa el Mediterráneo de la Mixteca Baja Oaxaqueña es
tanta que parece imposible similitud alguna. Pero las semejanzas existente y, a
veces, tan inusitadas que el estupor resulta poca cosa.
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Las afinidades se encuentran en los objetos y en las espiritualidades de los
pueblos. Las hay, por ejemplo, en la casa como edificación. Es muy
sorprendente el parecido de la choza, tipo troje, de palma y "lata" de varias
zonas rurales mexicanas y la casa campesina yugoslava, albanesa y griega.
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No es la pobreza, por otra parte, la que conforma el ambiente donde se
desenvuelven las Nereidas.
Panegyotis es "hijo de uno de los campesinos más acomodados. Sus
padres poseen tantos campos que no saben qué hacer con ellos".
Panegyotis era "muy apuesto" y se le atribuían tantas amantes como
mujeres existen en la comarca. ¿Cuál es, entonces, el terreno movedizo por el
que se desplazan y actúan las Nereidas?
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civilización, el "atraso" y los "anacronismos". Su producción histórica tiene la
gracia del despeje, del ascenso, de una idea inicial a complejas
puntualizaciones.
Por sus teorías sabemos que el hombre hace conscientes ciertos aspectos
de la realidad mientras lleva y reconduce otros a una dimensión de la mente, la
cual timbra y sella buena parte del comportamiento individual y colectivo de los
humanos. Es este el aspecto inconciente de la mente, categoría que en las
manos de Jung alcanzó altos relieves.
Todo lo que para el ser humano representa algo más que el significado
inmediato y obvio de las cosas, todo lo que está más allá de lo que comúnmente
constituye nuestra conciencia de esas cosas, palabras e imágenes, como
objetos, se instala, afinca y constituye el aspecto "inconciente" .
Hay innumerables cosas que están más allá del alcance del entendimiento
humano, pues el hombre Jamás percibe cosa alguna por entero o la comprende
completamente". La técnica incluso no compensa limitaciones y deficiencias de
los sentidos; en determinado punto se alcanza "el limite de certeza más allá del
cual no puede pasar el conocimiento conciente".
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En la concepción de Carl Jung el inconciente no tiene por menos que alojar
al lado inverosímil y espectral de la vida humana. Mientras que hacemos y
tenemos conciencia de la realidad existente positiva y real, nuestro inconciente
absorbe subliminalmente la realidad de los ensueños, la de los elementos
idólatras e irracionales, la vida no razonada y no convencional del hombre.
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Pero esto es significativo. Por su conciencia el hombre se ve envuelto en
situaciones en las que caben menos, o simplemente no caben, sus emociones y
sus sentimientos; en ellas se destierran el salvajismo, el atraso, el anacronismo y
se proscriben circunstancias y sucesos de mundos pasados. Mientras tanto, el
inconciente se hace hogar de todo ello, de lo que simplemente no ha podido ser
aprehendido por la conciencia, o sea, relaciones sociales de visión, espejismo,
las sombras de la vida, su variedad, sabor, calor, sal y color; su lado oculto. A
esta dimensión de la psique humana van las creencias y maneras supersticiosas
de aprehender la realidad, eso que precisamente se conoce como lo quimérico,
el mundo del fetichismo, de la magia y del misticismo.
Los tiempos del hombre primitivo son aquéllos en los que conciencia e
inconciente vivían y viven en santa paz reconociéndose. Cuando éste perdía su
alma, se le iba y el hombre quedaba dividido; algún espíritu se había apoderado
de esa alma, entonces él debía hacer y hacía movimientos variados y acciones
distintas para recuperarla y restaurar la antigua y relativa convivencia en su
mente.
"Es mucho más difícil -sostiene Jung- para un hombre culto aceptar que se
ha apoderado de él un pensamiento mórbido (que no hay cáncer en el
organismo como lo demuestran los análisis, pero tiene que haber cáncer, porque
a la persona se le ha metido esa idea) que lo es para un hombre primitivo decir
que está atormentado por un espíritu ... La influencia maligna de los malos
espíritus es, por lo menos, una hipótesis admisible en una cultura primitiva, pero
para la persona civilizada resulta experiencia desoladora tener que admitir que
sus dolencias no son más que travesura insensata de una imaginación".
Jung no niega las grandes ganancias que se han obtenido con la evolución
de la sociedad civilizada. Pero esas ganancias, asevera, se han hecho al precio
de enormes pérdidas cuyo alcance apenas hemos comenzado a calcular. El
hombre contemporáneo está pagando el precio de una notable falla de
introspección; "está ciego por el hecho de que, con todo su racionalismo y
eficiencia, está poseído por 'poderes' que están fuera de su dominio. No han
desaparecido del todo sus dioses y demonios; solamente han adoptado nuevos
nombres. En el curso de su vida ellos le mantienen sin descanso, con vagas
aprensiones, complicaciones psicológicas, insaciable sed de píldoras, alcohol,
tabaco, comida y, sobre todo, un amplio despliegue de neurosis". Lo que
llamamos "conciencia civilizada" se ha ido separando, de forma constante, de
sus instintos básicos. Dominado por la diosa Razón ("nuestra mayor y más
trágica ilusión") el hombre moderno "se protege, por medio de un sistema de
comportamientos, contra la idea de ver dividido su propio dominio…Psicología
en compartimientos… mundo disociado como un neurótico".
Nota: “Tupas, nereidas e inconciente” fue publicado en el libro Poder, política y sociedad, Universidad Autónoma
Chapingo. México, 2002. del autor Armando Martínez Verdugo. Agradecemos al autor su gentil autorización para la presente
publicación.
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