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Tupas, nereidas e inconciente∗

Viajar no siempre es trasladarse físicamente. Suele ocurrir que el ámbito


material, el espacio cosificado no define ni es primordial para viajar.
La tristeza es un viaje como lo es la soledad. Se viaja cuando se lanza la
mente a escudriñar tempestades, otear las almas y los espíritus de los pueblos.
Cuando se entra en contacto con los estados de ánimo de los demás, se viaja; y
cuando se les acompaña en sus pesadumbres y temores, en sus hondas
tristezas o en el despliegue de sus afecciones.
Las pesadumbres, como todo lo que con los sentimientos humanos tiene
que ver, son individuales y colectivas. ¿Quién no ha encontrado a un hombre
doblado por el peso de sus pesares, atenazado por el lastre de sus congojas?
Las congojas y la pesadumbre también hacen presa de las colectividades
humanas. Y en tales circunstancias, individuo y colectividades enfrentan pesares
con defensas y protecciones que emergen de almas y de corazones, de los
poros completos de su piel, quién sabe por qué mecanismos y procedimientos.
Esas protecciones individuales y colectivas pueden tomar y muy frecuentemente
toman forma de creencias, de enigmas y de mitos que las más de las veces se
expresan casi con candidez y frescura. En trances así, los pueblos o las
personas parecen niños pues sacan a luz estados primitivos y originales.

Ya sabía yo que los viajes nos ilustran sobre esas situaciones. Lo sabía
cuando en el otoño de 1992 acompañé a grupos de estudiantes de Chapingo a
lo que en esa institución se denomina, con bastante propiedad, un "viaje de
estudio".
La estancia fue de varias semanas; el lugar: un corazoncito-pueblito de
esos que acurrucan a la Mixteca Oaxaqueña, de nombre Yolotepec o "corazón
de cerro" en náhuatl.
Los viajes de estudio permiten conocer dispositivos que impulsan a
poblaciones rurales a beneficiarse de sus ambientes. También revelan que a los
análisis universitarios habituales sobre la vida en el campo, deben incorporarse
criterios y enfoques que den cuenta cabal de la pluralidad de sus aspectos
constituyentes.

Nuestras zonas campesino-indígenas conforman mundos entrecruzados,


preñados de cosmovisiones y creencias que inciden directamente en las
maneras como se usan o des-usan recursos naturales, condiciones
poblacionales.
La sola argumentación y fundamentación científico-racional no alcanza a
captar todas las circunstancias que mueven al comportamiento de los

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productores agrícolas. Debe recurrirse a aparatos conceptuales, categorías y
criterios metódicos para una realidad mítica en la que muchos procederes se
fincan en ideas muy distintas a las normas prácticas de los mundos civilizados.
En esta realidad, las verdades son casi reveladas, y varias creencias y fuerzas
escapan a la comprobación de la vida corriente desde la cual profesionistas e
investigadores suelen juzgar, actuar y decidir.

Los propósitos de nuestro viaje de estudios fueron definidos por la


asignatura "Agricultura Regional": llevar a cabo una "caracterización fisiográfica"
de la zona.

Durante varios días convivimos con 350-400 familias en una pequeña


comunidad mixteca llamada San Juan Yolotepec que, con toda sencillez y
humildad nos mostró sus parcelas, un pequeño huerto colectivo de una naranja
quejumbrosa y triste ("enferma", dijo uno de los coordinadores del viaje); sus
''tuzas" (pequeñas cuevas caseras) para la "fabricación" de sombrero. Estas
familias nos dejaron oír los sones monótonos de su banda de música y los rezos,
hondos y familiares, de un novenario por algún yolotepequense muerto días
antes de nuestra llegada.

Nuestros ojos de agrónomos, nuestra presunción racional, vieron a un


poblado pobre, ubicado a 2 000 msnm, con una pendiente del 10 al 15%, una
condición natural de denudación, un material geológico metamórfico y
sedimentario, un tipo de suelo litosol y lubisol y un clima (A) C(Wo") (W) a (i
')g. Con" toda la" racionalidad de que fuimos capaces, asentamos que en
Yolotepec, mayoritariamente se había observado un ambiente para la
producción de lomerío.

En todo esto, sin embargo, resultaba notorio que la vida corría por rieles
que aquel rastreo "fisiográfico" no alcanzaba a desentrañar, dándonos apenas
un pálido panorama. En todo momento, resultaba evidente un estado de ánimo
del yolotepequense contrastante con esa chocante miseria y ese ambiente para
la producción que habíamos visualizado en la comunidad.

Todos los habitantes -salvo algunos que ya Vivian de fijo en otro lugar-se
mostraban orgullosos de su pueblito, al que consideraban "bonito" y "bueno".

"¡Quédense -nos decían-verán que les gustará tanto nuestro pueblo que no
se quedrán ir!". Presumían que Yolotepec era el pueblo más pacífico de la zona;
hacía muchos años aquí no había pleitos ni mucho menos asesinados. "¡aquí
nadie anda armado!", "y usted puede dejar sus cosas donde quiera y ahí las
encontrará".

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Acto seguido, nos hacían la pregunta con orgullo y picardía: ¿Ya vio
usted a nuestro Señor del Buen Viaje? ¡Véalo! Sin esperar respuesta, seguían
explicando.
-Hace muchos años, de un lugar que nadie recuerda exactamente, unas
personas llevaban un Cristo a otro pueblo. Lo traían en una mesita que
cargaban, por turno, cuatro personas. Cansadas, llegaron a Yolo y nos pidieron
permiso para descansar. Les permitimos, les dimos comida, mezcalito, y ya
descansadas quisieron irse. Se arrimaron los cuatro para alzar la mesita y al
quererla levantar se les hizo tan pesada que les dolieron los hombros. Probaron
de nuevo y tampoco; les ayudaron otras dos y otras cuatro personas y ni así
lograron levantar la mesa.

¡El Cristo ya no se quiso ir, pues le había gustado tanto Yolo que aquí se
aposentó para siempre! Desde entonces se quedó en nuestra iglesia. Ese es el
Señor del Buen Viaje. ¡Ahora ya es nuestro!

En más confianza, nos preguntaban con zozobra que deseaban transmitir,


si habíamos ido a los cerros. Nos decían que ellos pronto iban a llevarles mezcal
y cigarritos y nos recomendaban no acercamos a esos lomeríos, sobre todo sin
mezcal y sin cigarros.

-Miren, nos aleccionaban, ¿ven ese cerro; el de allá?, es el Cerro del Tigre.
Ahí sale una Tupa, la tupa Prisciliana. Cuando un hombre camina solo por ese
cerro, se le aparece una mujer güera de pelo como jilote, y con unos ojos azules,
azules, con unas piernas rete-bonitas.
¡Chula la mujer!
-y se le aparece así de pronto, lo llama y le muestra su cuerpo, le pregunta
por el nombre de alguien y si trae mezcal y cigarritos. Ella ya sabe que uno no
lleva y le manda que vaya al pueblo a comprarlos y que ella lo espera para
tomarse el mezcalito.
-Entonces, se tiene que obedecer; se va a traer los cigarros y el mezcal, y
al regreso uno se pasa toda la noche con la Prisciliana, pero en la mañana ella
desaparece. Entonces, apenas llega uno al pueblo y le dan las calenturas, se le
mueren los animalitos, se le enferma algún familiar y todo ese año le va mal.
-A las mujeres se les aparece el Tupa Alejandro en el Cerro de las Plumas
(Yuku Tomi) y le pasa lo mismito que a los hombres con Prisciliana.
-El tupa Alejandro es alto, güero; viste todo de negro y con un sombrero
ancho. La mujer que se mete con él, la pasa a todo dar primero, pero luego le
viene un año de puras calenturas y se le pierden los animalitos.
Eso nos platican en la tienda, en las casas, en el local de la delegación, o
yendo al jagüey de una agua fresca y sabrosa que, en aquella resolana, dan
ganas de tomar y bañarse. Al ver esta agua, que incluso ya cuenta con tubería

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que la lleva al pueblo, todos preguntamos: ¿por qué no riegan sus tierras", pues
en verdad ninguna parcela, ni la más cercana al jagüey, se riega con esta agua.
-Aquí al que riega sus tierras lo multamos!, nos responden; esta agua es
sólo para tomarla.

Todos por igual -agrónomos, investigadores- piensan que han encontrado


la clave de la miseria de Yolotepec: la ignorancia, su atraso, que les induce a
esa verdadera profanación indecible: ¡cómo es posible que teniendo esa agua
no la usen para riego!

El no uso del agua para regar las tierras, por esas raras costumbres de los
pueblos, piensan los chapingueros, es la principal razón de la pobreza que
aqueja a este pueblo.
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"¡Agua inútil!", pensamos todos. Como la imagen que nos recuerda Marvin
Harris, de un agricultor hindú harapiento que se muere de hambre junto a una
gran vaca gorda a la que se rehúsa comer, así vemos al yolotepequense, cuyas
tierras mueren de sed viviendo a las orillas de un agüaje.
Al conocer semejante prohibición, el ingeniero agrónomo cambia de actitud
ante al agua. Ahora le parece "agua inútil" y trueca su valoración del
yolotepequense. Le parece un ignorante.

Desde entonces nos preguntamos ¿qué hacen esos tupas, bellos y


blancos, ojiazules y cuerpillenos, en esas tierras tan dejadas de la mano de
Dios? Y ¿por qué un Señor del Buen Viaje decide aposentarse en un lugar que
más bien llama a un viaje malo cuando se le visita?
¿Qué racionalidad y lógica mueven al yolotepequense a tomar tan
aparentemente trágica y suicida resolución colectiva de esperar sólo el agua del
cielo -que muy poco cae- teniéndola a escasos metros y ya entubada?
¿Por qué los habitantes de San Juan Yolotepec, tierra de indios, tierra de
una comunidad pequeña como muchas otras de las serranias mixtecas, se
vieron precisados a tejer esas verdades mito lógicas de que en sus cerros
habitan semejantes seres que conceden favores (si se les otorgan ofrendas casi
tributarias) a cambio de males y pesares?

Nuestros actuales conocimientos de agronomía poco nos permiten


entender. Había que pensar aquí en otras dimensiones, ver con otros ojos,
desde muy distintas perspectivas.

La comunidad de Yolotepec se extingue sobre todo porque la gente se va,


se une a otros lugares, a otras gentes, a otras culturas, a lo otro, a lo que no es
Yolotepec. Pero no deben irse, no deben cruzarse con otras gentes y otras
culturas, con los Alejandros y con las tupas güeras como Prisciliana. Deben
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quedarse en Yolo como lo hizo el Señor del Buen Viaje, pues Yolo "es muy
bonito", es "la más pacífica" de todas las comunidades.
¿No está acaso aquí la lucha por la supervivencia, por el resguardo; la
resistencia a una cultura que se ve absorbente y uniformadora?

Para desentrañar estas interrogantes, hay que acudir a explicaciones


espiritualizadas, al mito y a la costumbre enigmática que esconde razones tan
simples y sencillas como esa vivencia material de hondo sentido práctico que
guardan y protegen los enigmas de todos los pueblos.

El mito de los tupa y del Señor del Buen Viaje, el enigma de rehusar el
consumo del agua para riego, que está a la mano, aun cuando la agricultura
padece por sequía, constituyen parte sustantiva de la vida de este pequeño
corazoncito (Yolo en náhuatl, significa corazón) que se esconde entre cerros
(Tepetl es cerro) en busca de una pervivencia amenazada.

Desde que volvímos de aquel viaje de estudios, Yolo ronda por nuestras
preocupaciones y nuestros esfuerzos investigativos. Quisiéramos volver a él y
remontarnos, sin mezcalito y sin cigarritos, al Cerro Yukukuen ("El Tigre") y
encontramos a la tupa Prisciliana, enredamos en sus caireles de oro,
sumergimos en la blancura nacarada de su cuerpo y perdemos en el azul
brillante de sus ojos.
¡No le hace que nos venga después todo un año de calenturas y se nos
mueran todos nuestros animalitos!
Pero pensamos luego que no tenemos animalitos que se nos mueran, y
¡para qué ir tan lejos a buscar tupas, si vivimos sumergidos en la tierra de los
tupas! Si, a lo mejor, nosotros mismos somos tupas o creemos serlo.

No lo sé pero debe haber muchos kilómetros entre Grecia y la Mixteca


Baja Oaxaqueca. Tampoco sé y seguro que no saber nunca qué tantas
desemejanzas hay entre esos dos pueblos.
Presumo que por sus almas, mixtecos y helenos deben andar a veces por
senderos semejantes, o algunos de sus recodos deben ser los mismos.

Marguerite Yourcenar, esa linda mujer de raras manos, me dijo que si, que
hay recobecos mixtecos y griegos que se andan con los mismos pies.
La distancia que separa el Mediterráneo de la Mixteca Baja Oaxaqueña es
tanta que parece imposible similitud alguna. Pero las semejanzas existente y, a
veces, tan inusitadas que el estupor resulta poca cosa.

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Las afinidades se encuentran en los objetos y en las espiritualidades de los
pueblos. Las hay, por ejemplo, en la casa como edificación. Es muy
sorprendente el parecido de la choza, tipo troje, de palma y "lata" de varias
zonas rurales mexicanas y la casa campesina yugoslava, albanesa y griega.

En mitos y enigmas también hay paralelos.


El mito de los tupas, esos seres inicuos y cautivantes que habitan los
cerros de Yolotepec, Oaxaca, viven en varias poblaciones griegas. ¿O son,
acaso, criaturas helenas las que saltan del Atos y del Delfos al Yukukuen y al
Yukitomi? Existen, por un objetivo afín: seducir avasallando, a partir de encantos
irresistibles y destructores de la propia identidad. Este objetivo se cumple con
medios también similares: ofrecer lo desconocido, la distancia que debe cubrirse,
la diferencia por alcanzar, lo que no se tiene y parece congénitamente
inaccesible (presencias corporales, maneras especificas de alcanzar
satisfacciones, sentidos o estados de la vida, por ejemplo).

Ahora bien, en el cumplimiento del mito asoma su rostro la profunda


especificidad histórico-cultural, que no sé si en unos habla de la orientalidad y en
otros de un recio occidentalismo.
Margarite Yourcenar recogió en sus Cuentos Orientales el mito de las
Nereidas, que recuerda al de los tupas mixtecos.
"El hombre que amó a las Nereidas" es Panegyotis que, como muchos, se
quedó mudo a los dieciocho años por haber tropezado con esas hadas,
inocentes y malvadas, rubias de un rubio "deslumbrador", auténticamente
fatales, que son hermosas, van desnudas y son refrescantes y nefastas como el
agua en que bebemos los gérmenes de la fiebre. "Los que las vieron se
consumen lentamente de languidez y de deseo. Los que tuvieron el atrevimiento
de acercarse a ellas se quedan mudos para toda la vida".

Igual que en las cerranias de Yolotepec, en la zona del Monte de San


Elías, una existencia es trastocada y perdida. Aquí, el bien, la bondad, la
tranquilidad, el respeto; allá la felicidad, que es frágil y, cuando no la destruyen
las circunstancias, se ve amenazada por los fantasmas. Y aquí, como allá, se
busca y alcanza un "mundo diferente", "la embriagueza de lo desconocido ", el
"agotamiento del milagro".

Pero las diferencias son apreciables. Las Nereidas tienen presencia


permanente; en ellas la luz del verano se hace carne y viven en el seno de la
comunidad, entre todos vestidas de mujer, en figuras elegantes y
despreocupadas, enigmáticas y huidizas como "jóvenes americanas... instaladas
en la isla". Pero como "hermosos demonios" sólo operan al mediodía, no en las
noches como las tupas oaxaqueñas.

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No es la pobreza, por otra parte, la que conforma el ambiente donde se
desenvuelven las Nereidas.
Panegyotis es "hijo de uno de los campesinos más acomodados. Sus
padres poseen tantos campos que no saben qué hacer con ellos".
Panegyotis era "muy apuesto" y se le atribuían tantas amantes como
mujeres existen en la comarca. ¿Cuál es, entonces, el terreno movedizo por el
que se desplazan y actúan las Nereidas?

La felicidad, frágil como es, destruible por "las circunstancias o los


hombres", siempre "amenazada por los fantasmas", es lo que se cree, y se
'quiere encontrar, pues, no obstante la abundancia material, el aburrimiento y el
vacío hacen presa del individuo que habita los ámbitos del Monte de San Elías.
Ya no hay contentamiento, se ha perdido el gozo de la vida, la existencia incluso
ahíta, carece de alegría y regocijo.

La diferencia capital, empero, lo dá lo que está en juego en uno y otro


caso. Al mixteco se le mueren sus animalitos, se le malogran sus sembradíos, la
salud se deteriora. Al griego, en cambio, se le va la palabra y el entendimiento. Y
sin habla ya nadie se mueve en el acuerdo o en el desacuerdo. Sin palabra no
hay ya relación humana pues es bien sabido que en el hablar hay un
involucramiento simultáneo entre el que habla y su interlocutor.

Panegyotis ya no pregunta, encerrado en su mundo, un mundo terminado,


conocido, sin dudas, sin lugar a la pregunta. Y, como dice Gadamer sin
preguntas ya no hay pensamiento, ya no se vive en la sociedad, en la duda. La
vida de Panegyotis es la certidumbre que se le presenta como la estable relación
con la cabellos de oro. "Para poder preguntar, dice Gadamer, hay que querer
saber, esto es, saber que no se sabe". Paregyotis ya no tiene visión de lo
concreto, es un dominado por las pasiones, un verdadero ciego, que ha roto los
vínculos, la sociabilidad; el pertenecerse unos a otros, el oírse unos a otros.
Las nereidas roban la escenciabilidad humana.

Si nosotros hablamos de tupas y nereidas, sobre realidades simbólicas


estamos pensando. Los mitos simbolizan y la simbolización, lo dijo Jung con
mucha autenticidad, es compleja comunicación de la mente humana.

La obra de Carl Gustav Jung sobre símbolos es paradigmática en verdad,


más que todo es fundante de novisimos desarrollos en tal disciplina. Su
profundización en cuestiones espirituales del hombre le llevó a reflexiones
sumamente originales sobre historia, problemas cruciales de la modernidad, la

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civilización, el "atraso" y los "anacronismos". Su producción histórica tiene la
gracia del despeje, del ascenso, de una idea inicial a complejas
puntualizaciones.

Un momento crucial en una especie de cadena interpretativa, que pasa por


el concepto símbolo y arriba a posturas sumamente actuales sobre civilización,
modernidad y anacronismos, lo constituye el problema del inconciente.

Por sus teorías sabemos que el hombre hace conscientes ciertos aspectos
de la realidad mientras lleva y reconduce otros a una dimensión de la mente, la
cual timbra y sella buena parte del comportamiento individual y colectivo de los
humanos. Es este el aspecto inconciente de la mente, categoría que en las
manos de Jung alcanzó altos relieves.

Todo lo que para el ser humano representa algo más que el significado
inmediato y obvio de las cosas, todo lo que está más allá de lo que comúnmente
constituye nuestra conciencia de esas cosas, palabras e imágenes, como
objetos, se instala, afinca y constituye el aspecto "inconciente" .
Hay innumerables cosas que están más allá del alcance del entendimiento
humano, pues el hombre Jamás percibe cosa alguna por entero o la comprende
completamente". La técnica incluso no compensa limitaciones y deficiencias de
los sentidos; en determinado punto se alcanza "el limite de certeza más allá del
cual no puede pasar el conocimiento conciente".

Para Jung en la percepción de la realidad hay aspectos inconcientes;


cuando un hecho real se capta por los sentidos, tiene lugar un traslado a la
mente en la cual ese hecho "se convierte en suceso psíquico cuya naturaleza
última no puede conocerse (porque la psique no puede conocer, su propia
sustancia psíquica)". Cada experiencia, según él, contiene un número ilimitado
de factores desconocidos y "cada objeto concreto es siempre desconocido en
ciertos respectos, porque no podemos conocer la naturaleza última de la propia
materia".

En el hombre entonces, hay una psique inconciente, ''un segundo sujeto"


que es componente integral e inseparable de la personalidad en el mismo
individuo y en las colectividades humanas. Un aspecto sobresaliente del
"inconciente" estriba en que a él llegan imágenes y formas captadas y
producidas por los estratos instintivos de la psique humana, que son estratos
instintivos básicos.

El inconciente encuentra una expresión en los sueños, por medio de los


cuales dice o trata de decir algo. Un sueño contiene mensajes y su cuadro es
simbólico, es decir, no establece directamente la situación (la preocupación real,
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el verdadero deseo); la expresa indirectamente por medio de metáforas que de
inmediato no se entienden. Los sueños, dice Jung, "se originan en un espíritu
que no es totalmente humano sino más bien una bocanada de naturaleza, un
espíritu de diosas bellas y generosas pero también crueles". Si se quiere
caracterizar ese espíritu, hay que acercarse más a él, adentrarse a las
mitologías antiguas y a las fábulas.

En esta justa demarcación Jung despliega su concepción sobre los


símbolos. Para él, un símbolo es una representación que no denota los objetos a
los que está vinculada, pues si los denotara, a lo más podría ser un signo o una
imagen. El signo es siempre menor que el concepto que representa, no así el
símbolo que siempre representa algo más que su significado evidente e
inmediato. Lo simbólico tiene más de un significado; no se agota y si trasciende
la mera materialidad de la cosa que, simbolizada, asume una proyección y un
sentido determinado que no se derivan simple y llanamente del objeto o del
hecho en su escueta cosificación. El significado en el símbolo no es el
significado inmediato y obvio de las cosas, sí aquél que va más allá "de lo que
comúnmente constituye nuestra conciencia de ellas".
Los símbolos "señalan en direcciones diferentes a las que abarcamos con
la mente"; "insinúan algo no conocido aún". En un hecho simbolizado hay una
carga de algo vago, desconocido u oculto, "algo que Vd. más allá de cómo
nuestra conciencia directamente lo asume", algo que "nunca está definido con
precisión o completamente explicado, ni se puede esperar definirlo o explicarlo",
que yace "más allá del alcance de la razón" .

Los ejemplos de Jung son precisos. Los trascribimos por su alta


plasticidad. Dice que los leones, las águilas, las ruedas, son conocidos, nadie
duda de su naturaleza, de lo que son. Pero, por ejemplo, cuando se les
monumentaliza se quiere decir algo que va más allá de lo que directa y
materialmente es un león o un águila. La rueda monumentalizada o en
determinada representación llega a significar algo mucho más allá que ella
misma como objeto; "puede conducir nuestros pensamientos hacia el concepto
de un sol "divino" y, concluye el Dr. Carl Jung, "ya en el pórtico de lo 'divino' la
razón debe admitir que no cabe; lo divino puede basarse en un credo no en una
comprobación real".

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En la concepción de Carl Jung el inconciente no tiene por menos que alojar
al lado inverosímil y espectral de la vida humana. Mientras que hacemos y
tenemos conciencia de la realidad existente positiva y real, nuestro inconciente
absorbe subliminalmente la realidad de los ensueños, la de los elementos
idólatras e irracionales, la vida no razonada y no convencional del hombre.

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Pero esto es significativo. Por su conciencia el hombre se ve envuelto en
situaciones en las que caben menos, o simplemente no caben, sus emociones y
sus sentimientos; en ellas se destierran el salvajismo, el atraso, el anacronismo y
se proscriben circunstancias y sucesos de mundos pasados. Mientras tanto, el
inconciente se hace hogar de todo ello, de lo que simplemente no ha podido ser
aprehendido por la conciencia, o sea, relaciones sociales de visión, espejismo,
las sombras de la vida, su variedad, sabor, calor, sal y color; su lado oculto. A
esta dimensión de la psique humana van las creencias y maneras supersticiosas
de aprehender la realidad, eso que precisamente se conoce como lo quimérico,
el mundo del fetichismo, de la magia y del misticismo.

En la conciencia dejamos lo preciso, el lado terso y transparente de las


cosas, lo "concretito", lo racionalmente hecho, dicho y despojado de las flores y
los perfumes, de la fantasía y lo extraordinario, de las emociones en una
palabra. Por su conciente el hombre se manifiesta acostumbrado a moverse en
lo evidente del mundo, excluyendo de principio todo lo que no puede explicarse
por el sentido común ni por el buen razonamiento. Las travesuras insensatas e
inexplicables coherente, lógica y fundamentadamente de una imaginación y la
energía emotiva que mueve pasiones, están presentes como dínamos de la
mente humana a través del inconciente. Por él y en él siguen vigentes, actuantes
y vivaces esos espíritus de los que hablara Jung que no son totalmente
humanos sino más bien bocanadas de naturaleza, espíritus de diosas bellas y
generosas pero también crueles.
Y no hay separación entre ambos en lo individual y en las colectividades.
Lo conciente y lo inconsciente son como el haz y el envés de la hoja humana
llamada psique individual y colectiva. La realidad de los ensueños nunca deja de
existir. Se le puede desairar, desatender, relegar pero nunca desaparece. Aun
cuando se suponga que la conciencia es sentido y el inconciente insensatez, los
dos son tan componentes de la mente humana individual y colectiva como dos
caras de la misma moneda.
Anverso y reverso de la misma circunstancia humana llamada psique,
conciencia e inconciente, enlazan, articulan y, aún mejor, anudan presente y
pasado en las grandes colectividades y no sólo en cada individuo en particular.
Para Jung, en la sociedad el pasado es presente y éste existe con y por ser
pasado. No hay separación válida real y duradera a nivel personal y de la
comunidad, aunque tampoco pueden confundirse. Dialéctica de la más pura
inherencia, y así lo dice el profesor Jung con todas las palabras. El "pasado" es
la carga milenaria de existencia humana, el anacronismo y la actualidad de lo
anterior, lo vetusto y lo vigente de tiempos idos; el "pasado" como la carga
.genética (biológica, histórico-social y culturalmente) y formativa total del ser
humano es "presente", está hoy y aquí categorizando al conjunto de la realidad
humana y a cada uno de sus individuos. El "presente" es "pretérito" pues lo lleva
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en sus raíces y en sus entrañas (permítaseme estas palabras) como constitutivo
integralizador del "pasado", de todo lo que el hombre ha vivido y por lo que ha
cruzado en sus aspectos más determinantes.
No hay épocas idas, desaparecidas y, por ello, estrictamente olvidadas;
cuando menos no las hay en lo que a psique humana individual y colectiva se
refiere. Cuando toda la fantasía, la superstición y las emociones sentimentales
incluso anacrónicas e irracionales son expulsadas por la puerta de la existencia
humana individual y colectiva entran por ventanas y portillos para aparecer de
nuevo en forma de sueños individuales y colectivos con ropajes simbólicos.

La mente es una realidad humana en movimiento, con origen,


desenvolvimiento y formación "presente". Jung habla de una "mente originaria" y
de una "conciencia avanzada" o "diferenciada". En las "largas edades del
pasado -dice-, esa mente originaria era la totalidad de la personalidad del
hombre". Y por aquí da pábulo a juicios actuales y controvertidos sobre el
hombre primitivo (nuestros nativos y aborígenes; los indios pues) y el hombre
civilizado y moderno, a los que queremos arribar como el verdadero puerto hacia
el cual alumbra el faro de nuestras preocupaciones.

El tiempo de la psíque humana incluye la situación y la existencia en la que


conciencia e inconciente viven en santa paz y se reconocen, y la circunstancia y
la existencia en la que el inconciente es rechazado y negado; un tiempo en el
que, cuando menos, aflora en la mente una dualidad. Una disociación de la
personalidad del individuo y de las comunidades y colectividades humanas. Jung
señala tres "distintas situaciones" en las que tiene lugar una semejante
disociación: l. Como causa patológica de una neurosis; 2. Como una primitiva
"pérdida de un alma", y, 3. Como una "hazaña civilizada" o de civilización.
Las dos últimas nos interesan aquí.

El hombre primitivo supone que tenemos dos almas, una, la propia, la


conciente, la que se sabe; otra, la "selvática" encarnada en animales salvajes,
en árboles con los cuales "el individuo humano tiene cierta clase de identidad
psíquica. El hombre no civilizado practica una "participación mística" -elocuente
categoría del etnólogo francés Lucien Lévy-Bruht que Jung hace suya-, tiene una
"identidad inconciente con alguna otra persona o con un objeto". Cuando el
hombre primitivo se ve enfrentado con una situación en la que "se tienen
visiones" no duda de su salud mental pues piensa en fetiches, espíritus o dioses.
La influencia maligna de los malos espíritus es, por lo menos, "una hipótesis
admisible en una cultura primitiva". Una cualidad que le es característica a la
mente primitiva consiste en implicar y circunscribir "los adornos de la fantasía en
el lenguaje y en los pensamientos"; retiene y conserva lo fantástico, lo irracional,
las flores y los perfumes, todo el matiz coloreado de las emociones humanas. El
primitivo "sigue dándose cuenta de esas propiedades psíquicas; dota a
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animales, plantas o piedras con poderes; en él las cosas tienen y encuentran
límites y confines de una gran amplitud, la identidad psíquica o la "participación
mística" guardan gran presencia y primacía, y él está más gobernado por sus
instintos".

Los tiempos del hombre primitivo son aquéllos en los que conciencia e
inconciente vivían y viven en santa paz reconociéndose. Cuando éste perdía su
alma, se le iba y el hombre quedaba dividido; algún espíritu se había apoderado
de esa alma, entonces él debía hacer y hacía movimientos variados y acciones
distintas para recuperarla y restaurar la antigua y relativa convivencia en su
mente.

En varios sentidos, el advenimiento y desarrollo de la civilización ha


implicado un nuevo tipo de disociación en la mente humana. La gran hazaña
civilizadora ha significado la marginación, la exclusión y el gigantesco intento de
eliminación definitiva de la "mente primitiva", del lado inconciente de la psíque
humana. El proceso civilizatorio implica que la mente moderna prescinde de todo
lo que es propio al inconciente y que en el hombre primitivo era presencia
determinante y primacía; la mente del hombre moderno transfiere lo fanático y lo
quimérico de la vida; la utopía es descalificada, todo lo inconciente es valuado
como disparate y barbaridad, necedad e insensatez pura. El hombre civilizado va
perdiendo cada vez más ese halo de asociaciones inconcientes que da un
aspecto coloreado y fantástico al mundo del primitivo, y cuando se le aparece
-pues nunca llega a desaparecer-no logra reconocerlo, pues "tales cosas para él
quedan guardadas en el umbral; cuando reaparecen ocasionalmente hasta se
empeña en que algo está equivocado". El hombre civilizado desprecia sus
instintos, ha aprendido "a dominarse".

"Es mucho más difícil -sostiene Jung- para un hombre culto aceptar que se
ha apoderado de él un pensamiento mórbido (que no hay cáncer en el
organismo como lo demuestran los análisis, pero tiene que haber cáncer, porque
a la persona se le ha metido esa idea) que lo es para un hombre primitivo decir
que está atormentado por un espíritu ... La influencia maligna de los malos
espíritus es, por lo menos, una hipótesis admisible en una cultura primitiva, pero
para la persona civilizada resulta experiencia desoladora tener que admitir que
sus dolencias no son más que travesura insensata de una imaginación".

El hombre moderno vive una gigantesca disociación, una "rotura" como


una "hazaña civilizada"; está fracturado y dividido de distintas maneras. A nivel
individual y a nivel social general como grandes colectividades modernas, se
vive esa ruptura. El proceso de civilización-racionalización generalizada ha
llevado a perder la cualidad que sigue siendo característica de la mente primitiva
y predominante aunque en armonía con la conciencia en las eras de
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precivilización, y ha inducido al hombre moderno a desposeer a tantas ideas de
su "energía emotiva" al grado que ya no responde más a ella. En este proceso
civilizador el hombre moderno ha "ido separando progresivamente (su)
conciencia de los profundos estratos instintivos de la psíque humana y, en
definitiva, hasta de la base somática del fenómeno psíquico".

Jung no niega las grandes ganancias que se han obtenido con la evolución
de la sociedad civilizada. Pero esas ganancias, asevera, se han hecho al precio
de enormes pérdidas cuyo alcance apenas hemos comenzado a calcular. El
hombre contemporáneo está pagando el precio de una notable falla de
introspección; "está ciego por el hecho de que, con todo su racionalismo y
eficiencia, está poseído por 'poderes' que están fuera de su dominio. No han
desaparecido del todo sus dioses y demonios; solamente han adoptado nuevos
nombres. En el curso de su vida ellos le mantienen sin descanso, con vagas
aprensiones, complicaciones psicológicas, insaciable sed de píldoras, alcohol,
tabaco, comida y, sobre todo, un amplio despliegue de neurosis". Lo que
llamamos "conciencia civilizada" se ha ido separando, de forma constante, de
sus instintos básicos. Dominado por la diosa Razón ("nuestra mayor y más
trágica ilusión") el hombre moderno "se protege, por medio de un sistema de
comportamientos, contra la idea de ver dividido su propio dominio…Psicología
en compartimientos… mundo disociado como un neurótico".

Nota: “Tupas, nereidas e inconciente” fue publicado en el libro Poder, política y sociedad, Universidad Autónoma
Chapingo. México, 2002. del autor Armando Martínez Verdugo. Agradecemos al autor su gentil autorización para la presente
publicación.

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