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“What will it profit me to gain the whole World and lose my soul?, “Is there not something higher for me?,
“Cannot I do something as the saints did for God and for my neighbor? San Ignacio de Loyola en Jacobsen, Jerome
V. S.J, Educational Foundations of the Jesuits in Sixteenth Century New Spain, Berkeley, University of California
Press, 1938, 292 p.
2
Cfr. Jacobsen Op. Cit. p. 2
1
Comienzos de la Orden
Los colegios de Mesina y Gandía5 (1546) fueron los primeros en ser fundados,
pero valdría la pena hacer la aclaración de que estos colegios no estaban destinados a la
educación de externos, sino eran entendidos por la Compañía como una especie de
internados en los que se albergaría y formaría a futuros miembros de la orden, es decir
eran una especie de seminarios. Para 1551 se fundaría el Colegio Romano, que en 1565
sería la Universidad Gregoriana, y finalmente en 1552 se da la apertura del Colegio
Germánico, institución que serviría de albergue a jóvenes de origen germánico
interesados en el sacerdocio, pero que seguirán sus cursos académicos en el Colegio
Romano y la Universidad Gregoriana.
Son las instituciones anteriormente mencionadas las que dan principio a la obra
educativa jesuita en la Europa azotada por el protestantismo, el éxito de las mismas
tendría tal resonancia que para 1572 los jesuitas estarían ya tocando tierra americana
3
Palomera, Esteban J, La obre Educativa de los Jesuitas en Guadalajara, México, Ed. UIA, ITESO, 1986, 402 p.
4
Frost, Elsa Cecilia, “Los Colegios Jesuitas” en Historia de la Vida Cotidiana en México. Pp. 307-336
5
Según Frost, existen textos que indican la presencia de laicos en el Colegio de Gandía, lo que constituye el
comienzo de la labor educativa jesuita tal cual como se entiende hoy.
2
con la explícita misión de introducir en la doctrina a los infieles, y de mantenerla en
aquellos que estaban en peligro de perderla.
6
Según Jacobsen, éste era el nombre con que se designaba a la parte sudoeste de lo que hoy constituye Estados
Unidos de América y el norte del Golfo de México.
7
Jacobsen Op. Cit.,p.59
8
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Historia de la Educación en la Época Colonial, La Educación de los criollos y la vida
urbana, México, Ed. El Colegio de México, 1990, p. 147
3
Llegada a Nueva España
Tras la llegada de una carta a la corte de Felipe II proveniente del cabildo de la ciudad
de México en 1570, en la cual se pedía la presencia jesuita para el apoyo de las órdenes
mendicantes en la labor de la evangelización, pero también para realizar oficios
educativos (especialmente en la Ciudad de México, en donde existía la necesidad de
educación académica para los hijos de españoles9, ya que anteriormente existían
solamente instituciones encargadas de la educación de los indígenas en la fe) se tomó la
decisión tanto por parte del General Borja como del propio Felipe II de enviar un grupo
de quince sacerdotes, con el Padre Pedro Sánchez a la cabeza.
En la Ciudad de México
Unos meses más tarde se dio la llegada de Sánchez11 y el grupo a la Ciudad de México,
en donde serían establecidos en el Hospital provisionalmente, más que nada para
recuperarse del largo viaje.12
La instauración de colegios13 en la Ciudad no fue en acto en lo mínimo inmediato,
sino que fue un proceso paulatino debido en gran parte a las instrucciones que se habían
encargado al Padre Sánchez desde Roma, en las que se especificaba que primeramente
debían tener pleno conocimiento tanto de las necesidades de la población como del
territorio, y sobre todo que debía tratar de hacer del colegio cede de alguna provincia, y
la que mejor se prestaba para serlo según sus condiciones de concentración de población
(tanto india como española), de poder político y económico era la Ciudad de México.
9
Aunque existía la Real y Pontificia Universidad, en donde se impartían cursos de educación superior, era necesario
el aprendizaje anterior a los estudios universitarios debido a que los jóvenes que ingresaban contaban con un pobre
manejo del latín, lo que les impedía el completo apreciamiento de las instrucciones de gramática.
10
Sacerdote perteneciente a la segunda expedición a la Florida y que para ese tiempo radicaba en la Habana.
11
28 septiembre 1572, Jacobsen Op. Cit., p. 68
12
Tanto Gonzalbo como Jacobsen mencionan la humildad que caracterizó al grupo durante el trayecto al rechazar
cualquier tipo de comodidad, y ante esta negativa hubo también un rechazo hacia la gran comitiva de bienvenida que
el virrey les tenía preparada.
13
Colegios, entendidos como instituciones que se sostuvieran de rentas propias pero que no constituyeran sedes de
enseñanza.
4
Fue gracias a la donación de terrenos de Antonio Villaseca, un rico minero de la
ciudad quien años antes había pedido la presencia de jesuitas en México, que se logró el
comienzo del primer proyecto, que llegaría a ser conocido como el Colegio de San
Pedro y San Pablo. En 1573 se erigió la iglesia del mismo, dedicada a San Pedro y San
Pablo.
Orígenes
De Borja se había recibido también las instrucción de esperar al menos dos años
antes de comenzar alguna labor educativa, cuestión a la que los jesuitas se vieron en
ocasiones forzados a ignorar debido a la creciente demanda local de que fueran ellos
quienes se encargaran de la educación, por lo que algunas reglas eran pasadas por alto, y
el principio de la labor educativa fue más pronto de lo que los informes del Padre
Sánchez alegan. Los jesuitas al no tener que pedir permiso alguno para impartir clases
en colegios anteriormente establecidos dieron inicio a algunas cátedras en ciertos
colegios. Los patrones eran quienes se encargaban de esta primera educación, que en
realidad no veía posibilidades reales de trascendencia por lo que en el año de 1574 se
fundó el colegio de San Ildefonso, y al cabo de dos años, en 1576 existían también el de
San Gregorio, San Bernardo y San Miguel,14 estos colegios no estaban solamente
14
Cfr. Frost Op. Cit., p. 310
5
destinados a la formación de futuros sacerdotes sino que jóvenes externos asistían a
clases ya fuera de filosofía, teología o bien de latín para prepara su entrada a la
Universidad,15 y “eran parte del centro en gestación llamado Colegio Máximo”16
En San Pedro y San Pablo regía su propio cabildo o patronato, de donde se escogía
al rector, es decir, la autoridad recaía directamente en manos de aquellos que lo
sostenían económicamente, pero que en realidad no estaban al tanto de las necesidades
académicas, situación diametralmente distinta en los sacerdotes y profesores jesuitas,
por lo que desde su culminación en 1574, hasta los comienzos de su decadencia en
1589, se dieron diversas disputas sobre quién debería gobernar la institución, y el poder
cambiaba de manos entre los miembros del cabildo (en ascenso cabe aclarar, ya que el
alumnado aumentaba de forma considerable con el pasar de los años) y los jesuitas.
Fueron estas constantes riñas las que provocaron la decadencia del colegio, y tras la
ordenanza real de 1612 en la que se concedía a los jesuitas el gobierno del colegio, se
resolvió incorporarlo al de San Ildefonso, que ya para ese entonces incluía a los demás
colegios mencionados anteriormente. Tras esa simbiosis el colegio pasó a ser conocido
como San Pedro, San Pablo y San Ildefonso, pero con el tiempo el colegio de San Pedro
y San Pablo perdería su nombre, esto para evitar la evidente confusión que causaría ya
que el aún no completado Colegio Máximo, pasaría a usar el nombre de estos mismos
santos, “desde que se fundó dicho Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo dejó de
15
Cfr. Jacobsen, Op. Cit., p. 126
16
Ibid. p. 101
6
llamarse así el otro colegio, por quitar la equivocación entre los dos colegios.”17
El Colegio Máximo
Situado en la misma calle que el colegio de San Ildefonso sólo que más al sur, el
Colegio Máximo estaba constituido por cuatro patios centrales, dos plantas, y diversas
habitaciones destinadas a varios usos, por ejemplo; a los costados de la entrada principal
se encontraban la cátedra de teología (oeste) y el auditorio (este), en la cara oeste
estaban la iglesia, las oficinas administrativas y las habitaciones para los estudiantes que
17
Cfr. Frost Op. Cit., p. 311
18
Jacobsen Op. Cit., p.149
19
Ibid. p. 141
20
Ibid. p. 142
7
ahí mismo vivían, mientras que en el lado este se encontraban los salones de
gramática.21 Todo este conjunto arquitectónico aunado a lo que antes se conocía como
los colegios de San Ildefonso, San Gregorio, San Miguel etc… constituía el Colegio
Máximo, institución encargada de la educación no sólo de futuros jesuitas sino que era
una educación gratuita destinada al público en general, e incluía estudios de diversos
grados; desde primeras letras hasta estudios universitarios por incluir las cátedras de
filosofía y teología.
Con una fuerte carga humanística y la firme idea de formar nuevos jesuitas o
bien jóvenes educados con nivel preuniversitario la educación en el Colegio Máximo
tenía sus bases en la Ratio, la cual específica desde las acciones de los directores como
de los alumnos. La Ratio22 habla de dos tipos de estudios; los básicos y los superiores,
siendo los primeros los de retórica, humanidades y gramática23 y los superiores los de
teología y filosofía, estos últimos estaban más que nada pensados para aquellos jóvenes
con intenciones de pertenecer en un futuro a la orden ignaciana.
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humanística basada en los clásicos la religión católica jamás era dejada de lado y mucho
menos se caía en la confusión del paganismo al leer a otros dioses como los romanos, es
más los directores del colegio al tener bien en claro sus objetivos formativos para con
los estudiantes y siguiendo lo establecido en la ratio hacían oración al comenzar y al
concluir cada clase, así como antes de cada alimento, se celebraba misa diariamente y la
confesión y comunión eran obligatorias una vez al mes.26 Aunado a estas actividades se
implementaban visitas a hospitales, presos o familiares de difuntos; todo para que la
presencia de la religión nunca se desplazara, y para fortalecer aún más el vínculo
religioso se implementó la creación de una orden mariana que dependiera directamente
del mando jesuita.
Otro método creado por los jesuitas para el resguardo de la religión fueron las
casas vacacionales, que eran una especie de campamentos a los que los alumnos eran
invitados por parte de sus maestros durante los periodos vacacionales, que a pesar de ser
cortos, nunca dejaron de ser una amenaza de tentación, es decir, los jesuitas creían que
era cosa fácil que el alumno olvidara tanto lo aprendido en las aulas como el buen
ejercicio del catolicismo durante el periodo vacacional. Una idea que va de la mano con
los cortos periodos vacacionales era la de casi no dejar tiempo de ocio para el alumno
durante la semana, las clases se impartían en turnos tanto matutinos como vespertinos
de lunes a sábado y los domingos se convocaban reuniones.
9
asistieran al Colegio Máximo.
Siguiendo con lo planteado tanto por Jacobsen como por Frost, las actividades
diarias de un estudiante del Colegio Máximo estaban regidas por el orden, la austeridad
y la disciplina. Comenzando el día al amanecer, el estudiante rezaba, ordenaba su cama,
se vestía y acudía a tomar un pequeño desayuno al refectorio por el que debían dar las
gracias, concluido el desayuno acudían a la lección matutina en la que para comenzar se
preguntaba de memoria la lección del día anterior, la cual era severamente escuchada
por el “decurión”28 y se procedía a la exposición por parte del maestro, esta exposición
podía tratar diversos temas según el grado de enseñanza en que se encontrara el alumno,
pero en su mayoría se llevaba a cabo en latín.
A las diez de la mañana se celebraba misa29 diariamente, terminando la ceremonia se
regresaba al aula a seguir con lo que el maestro había ordenado, para posteriormente
alrededor de las dos de la tarde se sirviera la comida30 y se brindara media hora de
recreación en la que se podía jugar, o bien dedicarle tiempo al estudio de las materias
que tuvieran pendientes. Terminada la media hora de recreo los alumnos regresaban a la
lección vespertina, en donde se extendía lo que se había enseñado por la mañana y se y
se daba el juego de “cartaginenses contra romanos” que era como una especie de
“olimpiada del conocimiento”, en la que cada ejército hacía preguntas al contrincante.
Las clases concluían y los alumnos se dirigían al convictorio, en donde a pesar del
cansancio del largo día tenían que hacer sus tareas, la carga de trabajo se aminoraba por
la presencia de profesores que hacían las veces de asesores para aquellos que tuvieran
problemas con algún asunto referente al Colegio. La cena se servía después de la hora
de la tarea más o menos a las siete de la noche y para cuando el reloj de la catedral
tocaba nueve campanadas los estudiantes estaban ya acurrucados en cama.
“Para 1599 habían más de 700 estudiantes en el Colegio Máximo”31, con esto
podemos observar el rápido crecimiento del Colegio y no sólo eso sino la rápida
expansión de la estructura del mismo, para el mismo año se impartían más de doce
cátedras por lo que la planta docente forzosamente tenía que haberse multiplicado en los
28
Alumno que por sus logros académicos era designado para encontrar fallas en los demás, debía reportar estas fallas
a su profesor.
29
Cfr. Frost, Op. Cit., p. 328
30
En la comida al igual que en las otros dos alimentos se daban las gracias a Dios por haberlos recibido. Pero una
particularidad de la hora de la comida era que a los estudiantes se leía en alta voz la vida de alguna persona célebre.
31
Ibid. p. 168
10
pocos años que llevaba en funcionamiento el Colegio. La creciente demanda educativa
y la expansión poblacional en el territorio de la Nueva España, obligarían a los jesuitas
a establecer distintos colegios a lo largo y ancho del territorio nacional, en la mayoría de
los casos los colegios jesuitas estaban como el Colegio Máximo destinados a la
educación de la clase criolla pero no quiere decir que no existieran algunas excepciones
como el establecido en Tepotzotlán, en el que la educación se impartía en lenguas
indígenas.
32
Cfr. Jacobsen Op. Cit. p.158
33
Cfr. Jacobsen Op. Cit. p.162
34
Ibid. p. 163
11
Bibliografía
1) Frost, Elsa Cecilia, “Los Colegios Jesuitas”, en Historia de la Vida Cotidiana en
México, La ciudad Barroca, Tomo II, México, FCE, El Colegio de México, 2005, 583
p.
3) Gonzalbo, Aizpuru, Pilar, La educación popular de los Jesuitas, México, UIA, 1989,
247 p.
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